Sergio Ramírez
Eso es la obra dickensiana, una gran enciclopedia de las clases sociales donde los personajes son multitud; personajes que habitan desde los arrabales más oscuros de las vecindades del Támesis, hasta las mansiones de los nuevos ricos donde la falsedad se multiplica en oropeles en los espejos. Nadie retrata mejor que él la miseria, y el ridículo, la marginalidad pavorosa, y la fatuidad hija del dinero. Numerosos personajes, como un mosaico, o como un gran mural en
movimiento, un carnaval sombrío en el que desfila toda una sociedad y toda una época.
Fue un escritor poderoso, y lo sigue siendo. Multitudes que superaban las dos mil personas se agolpaban en los muelles de Nueva York para esperar el buque que llegaba de Inglaterra con
los paquetes de periódicos donde venían los cuadernos con los capítulos de sus novelas, que se publicaban por entregas, como solía hacerse en el siglo diecinueve, en cuerpos especiales, de donde viene el término folletín, o folletón. La gente arrebataba los ejemplares, para leerlos en el mismo muelle.
El triunfo verdadero del escritor se da cuando sus personajes encarnan de tal manera en la conciencia de la gente, que pasan a ser reales. Cuando El almacén de antigüedades se publicó semanalmente entre 1840 y 1841, en Master Humphrey´s Clock, una revista propiedad del mismo Dickens, todo el mundo quería saber qué iba a ocurrir con la dulce y desdichada Little Nell Trent, víctima de las maldades del enano Daniel Quilp.