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Injusticia al descubierto

Laura, 43 años, latinoamericana, pobre, emigra a Italia porque su familia política le ha conseguido un trabajo. Y ante sí se abre la promesa de un minúsculo futuro. A su llegada la espera otro guión, el de la extorsión y el engaño: le quitan el pasaporte y la obligan a prostituirse, hasta que una noche salta de un coche en marcha y huye a España. Llega a Madrid hecha pedazos y al minuto es identificada como una simpapeles. La recluyen en un centro de internamiento de extranjeros (CIE) y de nada sirve que denuncie la explotación sexual de la que ha sido víctima, ni su disponibilidad a colaborar con las autoridades a fin de desactivar una red que aún opera con soltura. A pesar de la credibilidad de sus acusaciones, es amenazada con la expulsión a su país de origen, donde la espera la banda de proxenetas dispuesta a vengar el honor del clan. La primera pegunta que se hace Women’s Link ?una organización internacional que trabaja en favor de los derechos humanos desde una perspectiva de género? es tan simple como compleja: por qué una mujer víctima de tantas violaciones de derechos fundamentales es encerrada en un precario CIE, en lugar de otorgarle el estatus de refugiada. La segunda pregunta, no menos relevante, trata de averiguar por qué España vulnera el convenio del Consejo Europeo sobre la lucha contra la trata. Esta causa, como tantas, ha sido llevada ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por Women’s Link, que este miércoles celebra en Barcelona la IV edición de sus premios Género y Justicia al Descubierto. Pero aunque se les llame premios, en realidad son el resultado de una investigación que reconoce la excelencia de los pronunciamientos en relación con la equidad dentro de procesos judiciales, pero que también denuncia la excrecencia. Aquellas historias en las que muchas mujeres ven como su dignidad queda anulada (si sobreviven). Recuerdo a Carlos Fuentes, ese autor que fue grande por sus obras pero también por comprometerse con su tiempo, el verano pasado en Formentor, cuando recibió el premio de las Letras. Ante una decena de periodistas se interrogaba acerca de cómo era posible que Centroamérica soportara la ausencia de una política incapaz de frenar esa imparable escalada de violencia estéril que sigue considerando el cuerpo de la mujer como un mero objeto a disposición de la crueldad de sus verdugos. De las razones por las que tantos estados se cruzan de brazos ante un feminicidio tan aleatorio como impune. En realidad, quienes se merecen un premio son las personas que trabajan día a día en esta y otras organizaciones ?como la fundación de Somaly Mam en Camboya o la activista hondureña Dina Meza?, mujeres y hombres que viven amenazados aunque no les mueva la ideología ni un interés personal, sino la reivindicación de la justicia que debería ajustar el mundo. (La Vanguardia)

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4 de junio de 2012
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Decadencia del intelectual demócrata

¿Realmente merece casi 300 páginas este minucioso análisis de una figura menor del islamismo y sus relaciones con dos periodistas europeos? Cuidado: uno puede equivocarse con el último libro de Paul Berman. Solo su prestigio como uno de los más brillantes intelectuales del New York Times, del New York Review of Books o de la New Republic nos obliga a seguir leyendo, persuadidos de que va a desvelar una verdad difícil de conocer. Y así es, pero solo aparece avanzado el ensayo titulado La huida de los intelectuales, publicado por Duomo en magnífica traducción de Juanjo Estrella.

Todo empieza con un intelectual musulmán, Tariq Ramadan, halagado por el mundo anglosajón, aunque poco conocido en nuestro país. Berman desmenuza las razones por las que a este hombre se le considera uno de los pocos islamistas con quien puede discutirse sobre la modernización del islam, la coexistencia del Corán con la democracia, la renovación de las sociedades musulmanas y otros temas semejantes. Ramadan sería un caso insólito de musulmán ortodoxo que, sin embargo, aprecia la modernización y la cree compatible con la religión coránica. El lector, sin embargo, pronto comprende que es un espejismo. Ramadan, vástago de una notoria familia de personalidades religiosas, comparte, en realidad, los principios de los Hermanos Musulmanes, incluida una estudiada ambigüedad sobre la lapidación por adulterio o la ablación, y está más cerca de lo que parece de terroristas histéricos como los qutubistas, porque mantiene un antisemitismo que de los nazis llegó a los islamistas a través del muftí de Jerusalén, Haj Amín al Husseini, con quien comparte la admiración por Los protocolos de Sión. Como es lógico, Ramadan no lo llama "antisemitismo" sino "antisionismo", pero el lector verá que es la misma diferencia que hay entre "separatismo" y "soberanismo". Son modos de suavizar la violencia.

Sin embargo, con ser interesante para nosotros (Ramadan ocupa un lugar similar al de Bildu y aledaños respecto a ETA), este no es el verdadero argumento del ensayo. De hecho, Ramadan, invitado en universidades americanas, entrevistado y adulado por periodistas demócratas, tenido en gran estima por la izquierda (oficial), no sería sino otro ejemplo del creciente poder que van teniendo los ultras, confesos o velados, para imponer sus criterios sobre los demócratas. No en vano el ensayo se llama La huida de los intelectuales.

Una vez ha mostrado el salafismo latente en Tariq Ramadan (que hay que desenterrar en las notas a pie de página de sus ensayos), Berman enjuicia a dos prestigiosos periodistas que le han bailado el agua: Ian Buruma y Timothy Garton Ash. Podrían haber sido otros. Los hay a montones, como los que "comprenden" el terrorismo vasco o los "equidistantes" entre demócratas y abertzales. El caso es que tanto Buruma como Garton han dado incienso a Ramadan, en tanto que, por otro lado, desprecian a Ayaan Hirsi Ali, la luchadora somalí por los derechos de las mujeres musulmanas, a quien, como a Rushdie, persiguen los asesinos islámicos por el mundo entero.

¿Cómo es posible que dos periodistas del prestigio y el talento de Garton y Buruma puedan alabar a un criptofascista y despreciar a una víctima heroica de la lucha contra los islamistas fanáticos? Este es el asunto. Porque, en efecto, los equidistantes, los que "comprenden" a los terroristas, no se quedan en eso, sino que suelen ser los más enconados enemigos de aquellos que se juegan la vida contra el terror, como le ha sucedido a Savater o a Maite Pagaza en el País Vasco. Berman es demoledor cuando analiza la violencia que Garton y Buruma mostraron contra Pascal Bruckner porque osó contradecirles, así como la ocultación en que mantienen a los musulmanes que en verdad luchan contra el terrorismo islamista y que viven escondidos de los asesinos sin apoyo de los intelectuales "comprometidos". Una repetición de los juicios sumarísimos contra aquellos que denunciaban el estalinismo o el castrismo el siglo pasado.

La conclusión de Berman, no por modesta menos inquietante, viene a decir que solo dos hechos explican esta tolerancia hacia los propagadores de la ultraderecha musulmana en el ámbito liberal y de izquierdas. Y estos dos hechos son, el primero: "El crecimiento espectacular e intimidatorio del movimiento islamista desde el tiempo de la fetua dictada contra Rushdie". Hay que considerar que en Europa viven 20 millones de musulmanes, casi todos ellos sometidos a la amenaza de los clérigos seleccionados para apacentar el rebaño. Hoy veía yo en el telediario a uno de ellos que apacienta en Tarrasa y recomienda dar buenas palizas a las mujeres. Tratado con exquisito respeto, este bárbaro sigue siendo el dueño de su barrio y nadie se atreve a tocarle un pelo de la barba. Eso sí, los sagaces estudiantes de la Autónoma de Barcelona expulsaron a Rosa Díez al grito de "fascista, fascista".

El segundo hecho lo conocemos muy bien: es el terrorismo y su capacidad para mover conciencias en dirección contraria a la justicia y la libertad. Su poder para dominar sociedades enteras que de la noche a la mañana se convierten en equidistantes y comprensivas, sobre todo entre profesionales de la izquierda que no quieren meterse en líos. El ensayo de Berman, aunque pueda parecer que trata un punto particular sobre islamistas radicales e intelectuales europeos, tiene una capacidad de elucidación mucho más amplia y nos toca de cerca.

Debo decir que probablemente este comentario va a ser desmentido y ridiculizado por un montón de expertos y especialistas. Como el nacionalismo, el islam mueve a centenares de comprensivos equidistantes, todos progresistas. El lector que tenga alguna duda, desconfíe, en efecto, de mi opinión y diríjase directamente a Berman. No creo que haya mejor guía para reconocer de inmediato al intelectual que sale por piernas.

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4 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Federalistas en el terremoto

Hay construcciones que no revelan sus defectos hasta que se produce el seísmo. Iglesias, palacios y rascacielos que habían soportado el paso del tiempo de pronto se caen como castillos de naipes. Nunca es casual. Siempre hay una debilidad, un defecto, un cálculo insuficiente, que explica los desperfectos provocados por la sacudida. El terremoto financiero que golpea desde hace ya cuatro años a las economías europeas tiene igualmente unos efectos clarificadores sobre las técnicas constructivas utilizadas en nuestros edificios institucionales. Cada damnificado suele observar el balance de víctimas y daños de su inmediato entorno: ahorros y puestos de trabajo perdidos, sectores productivos desaparecidos, infraestructuras paralizadas, instituciones infectadas por la falta de confianza que se expande. Pero los efectos de fondo solo se miden y valoran desde una visión global, que permite observar cómo el seísmo se comporta de la misma manera en todas partes y revela similares debilidades en los edificios.

La carencia de un gobierno económico del euro es el fallo comúnmente aceptado que explica la fuerza reduplicada del temblor que nos afecta. Cabe denominar a esta viga maestra que le falta a la moneda única de muchas maneras: eurobonos, Tesoro europeo, fiscalidad común, unión bancaria... Todas conducen a unir y mutualizar las deudas, ceder soberanía, obtener solidaridad y avanzar hacia una federación efectiva. Idéntica observación vale de tejas españolas para abajo cuando hablamos del Estado de las autonomías, construcción tan exitosa en los últimos 30 años como la propia Unión Europea e idénticamente criticada ahora en mitad del seísmo por sus defectos constructivos. Sus componentes se hallan sometidos a una tensión insoportable entre unos ingresos fiscales limitados y en caída libre y un gasto creciente en educación y sanidad, dos pilares del Estado de bienestar. La construcción es tan incompleta y desequilibrada como que conserva todavía viejos elementos del Estado unitario y no ha culminado la federalización plena de la fiscalidad, el control presupuestario y la deuda. Justo al empezar el temblor se veía cómo desaparecían los entusiasmos por los edificios construidos desde hace tantos años. Algunos creen incluso que es el desamor a esas instituciones incompletas lo que convocó al genio de la destrucción. Pero la mayor de las paradojas es que para aguantar las embestidas la única solución sea juntar de nuevo los esfuerzos dispersos y reconstruir juntos lo que el temblor quiere echar por tierra. Así es como Europa convoca a hacer europeísmo sin europeístas y España federalismo sin federalistas. Para salvarnos en el límite, quizás nos queda la oportunidad de hacer al fin la Europa y la España en las que tan pocos creen solo para evitar su sustitución por una realidad desconocida pero ciertamente más insegura y defectuosa.



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2 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El verdugo yemenita

Con motivo de los fastos por el cincuenta aniversario de la ejecución de Eichmann, la televisión israelí Canal 2 se ha descolgado con un documental que da a conocer y entrevista al verdugo que fue, a su vez, el primero y único que hubo en Israel desde su fundación en el siglo XX.
 
La ejecución de Eichmann representaba un problema. Primero era preciso ajusticiarlo conforme a la preceptiva señalada en el 47 de los 613 Mitsvot: “El tribunal debe ajusticiar con pena capital de sofocamiento al asesino del inocente.” Esta parte técnica se solucionaba mediante la horca. La cuestión de la designación del verdugo, en cambio, era muy delicada y de suma importancia. El verdugo no podía ser alguien que hubiera tenido familiares en un campo de concentración, ni un superviviente, porque no debía haber ningún vestigio, aunque fuera remoto, de venganza personal. Tampoco debía ser una persona airada. La ira solo es legítima en Dios. En un hombre, la ira es incompatible con el sacrificio y con cualquier función pública.
 
Tras la sentencia de muerte pronunciada el 15 de diciembre de 1961, las autoridades pidieron voluntarios para la ejecución. Los vigilantes de Eichmann formaban una brigada especial de veintidós judíos procedentes de países orientales. A los occidentales no se les permitía acercarse al reo. Se buscaba, como queda dicho, que los guardianes no tuvieran interés personal ni familiar en vengarse a costa de Eichmann. De los veintidós guardias, solo uno dejó de presentarse voluntario para la ejecución. Schlamon Nagar era yemenita, había emigrado a Israel solo, sin familia, a los quince años de edad. En 1962, a los veinticuatro, todavía no sabía leer ni escribir correctamente en hebreo y pensó: “Que lo haga quien haya estado en un campo de concentración o quien haya perdido allá parientes.” Aunque él entonces no lo sabía y puede que, según habla en la entrevista, todavía hoy no haya caído en cuenta, con esa conducta se estaba postulando para verdugo. Según se le aseguró, fue elegido por sorteo, justo él, el único de los veintidós que no se presentó voluntario.
En los meses previos a la ejecución, Nagar tenía que vigilar continuamente a Eichmann, incluso acompañarle al baño y probar su comida antes de dársela bajo una tapa acerrojada. En una ocasión permitió a un colega procedente de Hungría acceder a la celda. El hombre mostró a Eichmann el número tatuado en su antebrazo y le dijo en alemán: “Quien ríe el último, ríe mejor”. Eichmann elevó una queja y Nagar fue amonestado.
 
Más de cinco meses después de pronunciada la sentencia, llegó el día de la ejecución. El 31 de mayo de 1962, hacia las nueve de la noche, Eichmann se confesó con un cura alemán. Como última cena, solo pidió un vaso de vino. Rechazó la venda en los ojos, diciendo que no era necesaria.
 
El patíbulo se construyó conforme a las instrucciones de libros ingleses donde se explicaba la técnica de hacer caer al reo de modo que el gran nudo colocado tras la oreja derecha hiciera desplazar bruscamente la cabeza y se rompiera el cuello. En sentido estricto, ya no se trata de sofocamiento sino de partirle la tráquea, la médula y el resto de instalaciones que pasan por el lugar, pero no era el momento de ponerse puntilloso. Ni Nagar, ni nadie de los  guardias habían visto un ahorcamiento a la inglesa y no sabían como funcionaría todo aquello.
Los testigos, incluyendo los jueces, asistían a la ejecución a través de ventanas y, cuando el director de la cárcel salio de la habitación, Nagar se quedó solo con Eichmann, que tenía la soga al cuello y estaba en pie sobre la trampilla. Como siempre, y conforme a las instrucciones recibidas, Nagar lo miró por última vez, fijo y firme, a los ojos. Luego se dirigió a la mesa donde estaba el interruptor. “Temblé un poco al apretar el botón”. Oyó el golpe de la trampilla y el último suspiro. “Todo sucedió como esperábamos. Pero yo sabía que el ángel de la muerte estaba a mi lado en la habitación”.
 
Mientras el director soltaba la soga del piso superior, Nagar sostenía el cadáver con el hombro. En eso, se desprendió de repente y le vino encima con un gran estertor que sonó como un ladrido gutural. El aire comprimido en los pulmones salio de repente arrastrando cuajarones de sangre y bofe que le fueron directo a la cara. Nagar tuvo el mayor susto de su vida. Aún ahora, cuando lo cuenta cincuenta años después, se nota el shock que hubo de sufrir. De hecho, las pesadillas duraron años y Eichmann ladrador y sangrimoquiento se le aparecía una y otra vez.
 
Tampoco la incineración fue cosa fácil. El horno ante los muros de la cárcel estaba al rojo y no había quien se acercara. Las ruedas del catafalco no corrían sobre los raíles preparados al afecto y el cadáver se les cayó varias veces antes de conseguir meterlo en el horno. Luego se arrojaron las cenizas fuera de las aguas jurisdiccionales de Israel, pero eso ya no lo tuvo que hacer Nagar.
 
De madrugada volvió a casa, con toda la pechera y los hombros perdidos de sangre y bofe. Su mujer quedó espantada. Nagar no estaba para explicaciones y solo quería meterse en la cama. Tenía tres días de permiso.
 
Durante muchos años durmió mal, se le aparecía Eichman con su gran ladrido gutural. Nagar se volvió religioso y estudio las sagradas escrituras, para ver si aquello remitía. Diecisiete años más tarde, a los cuarenta y dos, obtuvo la jubilación anticipada. Se hizo rabino y trabajó como matarife de gallinas. También la ejecución gallinácea tiene sus reglas purificadoras y Nagar las ejecutaba a rajatabla para tranquilidad de conciencia de sus vecinos. Antes de cada sacrificio repasaba el filo de la cuchilla para que los animales sufrieran el mínimo dolor. Cuando algún ocurrente comparaba su oficio con el de verdugo, Nagar se enfadaba: “Por inhumano que fuera Eichmann, no dejaba de estar hecho a imagen y semejanza de Dios.”
 
Cuando en 1988, John Demjanjuk fue condenado a la horca por haber matado a 28.000 personas en el campo de concentración de Sobibor en Polonia —pollo que le han montado a Obama por decir 'polaco' en un trance así, por cierto, cuántas veces se dice 'campo de concentración francés' y no pasa nada— las autoridades carcelarias  recurrieron de nuevo a Nagar. “Otra vez, no. Ya la primera vez no lo hice voluntario. Nadie podría obligarme a una segunda.” De hecho, fue una revocación del veredicto por la Corte Suprema de Israel —que apreció la apelación de la defensa en el sentido de que el acusado debía llamarse Marchenko y no Demjanjuk— la que salvó a Nagar del regreso a su pesadilla.
 
En la foto se ve a Nagar en la actualidad, a sus setenta y cuatro años, y a Eichmann, a los cincuenta y seis, cuando aguardaba su ejecución.


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2 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.

ilustración: Barnett Newman LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras mas negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono. Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina. Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puño y alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes. Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el desayuno y abras el periódico. Al llegar a la pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te detendrás en el ultimo renglón: cuatro mil pesos. Aura, Carlos Fuentes Homenaje a los 50 años de la publicación de uno de los libros más significativos del castellano.



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1 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El periodismo de viajes

Escribir una buena historia durante un viaje no es lo mismo que hacer periodismo de viajes. Podrían ser lo mismo, ojalá fueran lo mismo, pero eso no sucede en ningún lugar del planeta. El periodismo de viajes es otra cosa.

Todo tiene que ver con eso que en el mundo del turismo se llama “la industria”, y que no es otra cosa que los anunciantes. Las revistas y suplementos de viajes viven condicionados, como todos pero de forma más evidente, por los anunciantes. En ese tablero, plagado de invitaciones y de viajes en grupo y de visitas condicionadas, es que el periodista de viajes ha terminado relegado a los últimos lugares en el escalafón del periodismo a secas y con mayúscula.

Tan menor es el peso de los redactores de la sección turística de los diarios, que ni siquiera importa que todo lo que escriben fue financiado por los mismos que aparecen en su texto. Eso da lo mismo. A nadie le importa.

Así como a los periodistas deportivos les gusta estar cerca de los futbolistas importantes. Así como a los periodistas políticos les gusta estar cerca de los personajes poderosos. Así como a los periodistas de música les gusta estar cerca de las estrellas de rock. Así como a los periodistas de cultura les gusta estar cerca de los grandes escritores. Así como ellos, los periodistas de viajes tienen ambiciones que parecen mucho menores: estar cerca de los turistas que se toman una semana de vacaciones. Estamos, porque me incluyo en la categoría, cerca de las familias que caminan de la mano por el parque de diversión, de las parejas en luna de miel en la clase económica de un crucero, o junto al padre oficinista que deja a los hijos con los entretenedores del resort mientras él, totalmente desconectado de su vida diaria, toma piñas coladas todas incluidas mirando pasar chicas en bikini.

Cuando el motivo central de un artículo periodístico es el viaje en sí, y en esa publicación el “viaje” se entiende como “vacaciones”, el periodista termina convertido en un turista de temporada alta que viaja a los sitios en temporada baja recolectando datos para el verano que viene. Una suerte de recomendador profesional, que publica en medios masivos para gente minoritaria que sueña, algún día, ojalá pronto, tomarse unas merecidas vacaciones.

El resto, la mayoría, agarra los suplementos de viaje y los lanza a la basura sin siquiera abrirlo. Sin importar que está todo pagado. Sabiendo que adentro no habrá nada sorprendente. Seguros, tal vez, que desde hace muchos años (tal vez, desde siempre) las mejores historias de viaje no aparecen en revistas ni en suplementos de viajes.

 

 

twitter: @menesesportatil



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1 de junio de 2012
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IV. La narración total e incesante.

Pese a las malas lecciones, el libro de la historia seguirá abierto para ser reescrito. Es probable que los libertadores se conviertan en tiranos, pero lo que viene a importar es cada momento en que se piensa el futuro, y se trata de hacerlo realidad. Es lo que cuenta para Baltasar Bustos, y es lo que cuenta para Fuentes, quien además lo imagina como novelista con pasión desbordante. La lección es que toda lucha es incesante. Los ideales no terminan nunca de cumplirse pero siempre valdrá la pena pelear por ellos, y la escritura lo único que hace es tratar de navegar en las aguas agitadas del curso de los acontecimientos. Ideas, sueños, acciones, todo va siempre desbocado. Baltasar Bustos persigue a través de América a Ofelia Salamanca, una mujer que a la vez es la historia, la historia donde los próceres terminan siempre en el pudridero, enfrentando el pelotón de fusilamiento sentados en un taburete, como última merced, y por último, sus cabezas de bronce cubiertas por los excrementos de los pájaros en la plaza pública.
De Fuentes, en la hora de su muerte, me queda el haber aprendido mi devoción por la narración total e incesante que él quiso seguir haciendo sin tregua hasta la última hora, sabiendo que debía robarle tiempo al tiempo, viajando de un lado a otro del continente, como Baltasar Bustos, con la imaginación encendida a cuestas. Y me queda su ejemplar devoción, no menos incesante, por la ética, convencido de que las convicciones existen para defenderlas, y que uno tiene la obligación de no callarse nunca. Fuentes queda de cara al futuro, de pie en esa frontera entre el papel del escritor y el papel del ciudadano, entre la imaginación y la convicción.

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1 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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"Los americanos están convencidos de que pueden comprarle su propia vida a la muerte"

Lionel Shriver en Barcelona. Foto: Antonio Moreno La historia de los sueños de la clase media que se derrumban, las súbitas enfermedades que derrocan todas las ilusiones, los pésimos seguros de salud, todo eso que tememos tanto, de todo eso se trata la nueva novela de la extraordinaria escritora norteamericana Lionel Shriver (la película basada en su genial novela Tenemos que hablar de Kevin vale mucho la pena), publicada por Anagrama, Todo esto para qué. Ella estuvo en Barcelona para presentar su libro, el tercero que edita en castellano (también es muy recomendable El mundo después del cumpleaños) y ahí la entrevistó Laura Fernández para “El Mundo”. Dice la nota:

“El sistema sanitario estadounidense me exaspera”, dice la escritora, que vive en Londres desde hace 20 años. “Si tuviera una enfermedad terminal querría poder decir ‘no’ a todo eso. Poder decir no a arruinar a mi familia por intentar alargar un poco una vida que ya no es mi vida”, añade. Lionel no cree que “todas las formas de vida sean sagradas”. Tampoco, la deTerry Schiavoo, cuyo caso discuten los personajes de ‘Todo esto, para qué’. “Esa mujer apenas tenía actividad cerebral, ¡era una ameba! Y su caso llegó al Congreso de Estados Unidos. Es muy típico de los americanos ir en favor de la más mínima forma de vida que exista”, sentencia. Shep Knacker, el verdadero protagonista de la historia, el héroe de ‘Todo esto para qué’, es un tipo hecho a sí mismo (todos los personajes de Shriver lo son) que no fue a la universidad pero montó una empresa de lampistería que muy pronto se convirtió en una súper empresa. Una empresa que Shep vendió hace ocho años por un millón de dólares a uno de sus empleados, creyendo que por fin había llegado el momento de marcharse a ese paraíso del Tercer Mundo con el que lleva soñando desde que a los 16 años visitó Kenia y descubrió que la gente era mucho más feliz allí, con muchas menos cosas. Pero su mujer ha estado posponiendo la mudanza hasta el momento en el que arranca el libro. Decidido a irse, Shep compra los billetes y la misma noche en que le dice a su mujer que piensa marcharse con o sin ella, ella le cuenta que acaba de descubrir que tiene cáncer. Empiezan los gastos. Con su acostumbrada fiereza narrativa, Shriver detalla cifras (los 40.000 euros de una única sesión de quimioterapia) y maneras de actuar de las aseguradoras, y confiesa que ella misma, como Shep, viajó a Kenia con 16 años y descubrió que otro mundo era posible, un mundo en el que la gente sonreía sin pensar en lo que tenía o dejaba de tener. “Por televisión sólo vemos imágenes de gente muriéndose de hambre, pero cuando estás allí, descubres que son más felices que nosotros, viviendo sólo la vida, sin pensar en lo que pasará mañana, disfrutando el momento”, cuenta. Volviendo al tema de la enfermedad, “sé que es un libro incómodo porque nadie quiere oír hablar del cáncer, pero estamos conviviendo con él, y la ficción sirve para eso, para hablar de todo aquello que queremos evitar, de una manera diferente”. Su la novela no se centra únicamente en el tema del cáncer (una extraña variante que tiene como origen la exposición de la protagonista, Glynis, la mujer de Shep, al amianto, el material aislante con el que se trabajaba en los 70 y que luego se prohibió por cancerígeno), sino en el tema de la enfermedad y en lo que cuesta estar vivo. “Quería ampliar el círculo a todos los tipos de enfermedades. Flicka representa a aquellos que ya nacen enfermos y que no saben lo que es estar sanos y lo que eso significa para su familia, a nivel de gastos; Jackson representa a la clase de catástrofe médica que nos buscamos nosotros mismos, es decir, estando sanos, queremos perfeccionar alguna parte de nuestro cuerpo y un error convierte el sueño en una pesadilla; y el padre de Shep, la vejez asociada a una época en la que los hijos tienen que pagar por cada día que vive de más su padre”, explica. “Los americanos creen que la vida puede comprarse. Creen que si siguen pagando se van a salvar. Seguro. Están convencidos de que pueden comprarle su propia vida a la muerte. Pero las cosas no son así”, dice la escritora, que cree que el Gobierno funciona “como una gran empresa que sólo busca enriquecerse más y más, enriquecerse hasta el infinito y enriquecer con ello a sus amigos contratistas”. Alérgica a los subsidios que mantienen “hasta a cuatro generaciones de una misma familia” sin trabajar en el Reino Unido (“aquí, el 25% de la clase trabajadora vive de subsidios, en muchos casos, heredados”, dice, indignada), la escritora es partidaria de un Estado que controle el mínimo posible el dinero. Un Estado más pequeño. “Cuando les dejas entrar, lo único que hacen es robar. Si dejas que controlen parte de tu dinero, dejas de ser libre”, concluye.



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31 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una pareja revolucionaria

No hay revolución sin decepción. La liberación señala un punto muy alto en los deseos de cambio. Una vez derrocado el régimen, la constitución de la libertad suele arrastrar los impulsos revolucionarios por los suelos del realismo. La primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias es toda una lección. Las dos fuerzas conservadoras que articulan la sociedad egipcia, la militar y la religiosa, han situado a sus respectivos candidatos mientras que el candidato de la liberación, de Tahrir, no pasa a la segunda vuelta y no podrá ni siquiera medir sus fuerzas. No es la primera decepción que reciben ni será la última en el año y medio transcurrido desde que empezaron las revueltas. Hubo una sangrienta y prematura lección en Bahrein, donde la revolución fue ahogada en sangre por Arabia Saudí con la connivencia de EEUU, y ahí está la permanente y cruel lección de Siria, donde la comunidad internacional se muestra impotente una y otra vez ante un régimen que ataca y asesina con total impunidad a los ciudadanos que osan manifestarse en su contra, hasta llegar a una matanza como la de Hula, en la que el régimen se ceba sobre niños y mujeres para escarmiento de los revolucionarios. Apenas la revolución tunecina consigue mantener enhiesta la bandera de la esperanza en un momento en que la mayor parte de experiencias parecen dar la razón a los escépticos, conservadores y defensores del statu quo.

Pero la historia siempre aguarda con extrañas sorpresas. Cuatro años después de su partida de la Casa Blanca, nos enteramos de que el expresidente de EEUU George W. Bush no participa de estos sentimientos. Gracias a una conferencia pronunciada el pasado 15 de mayo, sabemos que el comandante en jefe de la Guerra Global contra el Terror, la guerra preventiva, la tortura legal y Guantánamo tiene una visión abiertamente optimista y esperanzada de estas revoluciones. Así empieza el texto que nos llega de su discurso: ?Son tiempos extraordinarios en la historia de la libertad. En la primavera árabe hemos visto el mayor desafío contra los sistemas autoritarios desde el colapso de la Unión Soviética. La idea de que los pueblos árabes están en cierta forma conformados con la opresión ha sido desacreditada para siempre?. (Wall Street Journal, 17 de mayo). Su valoración casa mal con las alianzas tradicionales de Washington con las monarquías petroleras, cultivadas especialmente por la familia Bush, padre e hijo, y mantenidas durante su presidencia y también con la actual de Obama. Tampoco rima con el seguidismo practicado con los Gobiernos de Israel ni con las prevenciones ante las revueltas árabes de los portavoces de la derecha israelí y de sus amigos intelectuales o políticos, como José María Aznar. Bush explica que ?algunos en los dos grandes partidos en Washington observan los riesgos inherentes en el cambio democrático ?particularmente en Oriente Próximo y África del Norte? y piensan que los peligros son excesivos. EEUU, argumentan, debe limitarse a apoyar a los líderes ya conocidos por defectuosos que sean en nombre de la estabilidad?. ?Si EEUU no apoya el avance de las instituciones y valores democráticos, ¿quién lo hará??, añade. De hacerle caso, Washington debiera estar propugnando el cambio de régimen en todo el mundo árabe, incluyendo monarquías estrechamente aliadas como la de Jordania o Arabia Saudí. Para ello escoge palabras encendidas, similares a las que se pueden leer o escuchar de boca de muchos revolucionarios: ?EEUU no debe decidir si una revolución liberadora debe empezar o terminar en Oriente Próximo o en cualquier otro sitio. Solo debe elegir de qué parte se pone?. Y añade un argumento de cuño estrictamente revolucionario, como es la sublimación del momento del cambio: ?Es glorioso el día en que un dictador cae o cede ante el movimiento democrático?. En los mismos días en que George W. Bush pronunciaba su discurso revolucionario, su esposa Laura publicaba otro artículo (Washington Post, 18 de mayo), coincidiendo con la cumbre de la OTAN en Chicago, con un título que es un llamamiento, No abandonemos a las mujeres afganas, en el que la esposa del expresidente demuestra cómo la acción de la OTAN y de Naciones Unidas ha servido para escolarizar a siete millones de niños afganos, un 37% niñas, mientras que con los talibanes solo 900.000 niños, todos varones, iban al colegio. Y concluye con una pregunta de valor universal: ?¿Nos arriesgaremos a las consecuencias de abandonar a las mujeres afganas a su suerte??.



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31 de mayo de 2012
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La metáfora y la fórmula (II)

Señalaba en la columna anterior la conveniencia de no rebajar el peso del universo de los conceptos carentes de representación pero fértiles a la hora de describir y explicar; describir y explicar concretamente la estructura del orden natural. Hay sin embargo una segunda razón para no satisfacerse en el recurso a la metáfora (u otros expedientes literarios) para la expresión de determinaciones conceptuales, a saber, lo que ello conlleva de subordinación de la primera. Pues la metáfora no es un aspecto contingente de la vida del lenguaje, ni en consecuencia un aspecto contingente de la vida de los hombres. La metáfora es uno de esos contenido esenciales por los que el lenguaje humano emergió en contraposición a los códigos de señales válidos para la subsistencia individual o específica y exclusivamente subordinados a las mismas. "Escapar a las contingencias del tiempo en una metáfora" señalaba Marcel Proust como tarea del escritor, a entender como paradigma de la tarea cabalmente humana.
La metáfora, en suma ha de valer por sí misma, y tal cosa cabe decir del concepto. Dos universos en los que el espíritu se recrea y la humanidad se reconoce.

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31 de mayo de 2012
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El Boomeran(g)
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