Víctor Gómez Pin
Señalaba en la columna anterior la conveniencia de no rebajar el peso del universo de los conceptos carentes de representación pero fértiles a la hora de describir y explicar; describir y explicar concretamente la estructura del orden natural. Hay sin embargo una segunda razón para no satisfacerse en el recurso a la metáfora (u otros expedientes literarios) para la expresión de determinaciones conceptuales, a saber, lo que ello conlleva de subordinación de la primera. Pues la metáfora no es un aspecto contingente de la vida del lenguaje, ni en consecuencia un aspecto contingente de la vida de los hombres. La metáfora es uno de esos contenido esenciales por los que el lenguaje humano emergió en contraposición a los códigos de señales válidos para la subsistencia individual o específica y exclusivamente subordinados a las mismas. "Escapar a las contingencias del tiempo en una metáfora" señalaba Marcel Proust como tarea del escritor, a entender como paradigma de la tarea cabalmente humana.
La metáfora, en suma ha de valer por sí misma, y tal cosa cabe decir del concepto. Dos universos en los que el espíritu se recrea y la humanidad se reconoce.