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X. La corona del triunfo

Uno lo que escribe en los libros son mentiras, pero deben ser mentiras bien contadas, en las que se pueda creer a ciegas. "Esto me pasó a mí también", dice el lector, y uno recibe entonces su corona de triunfo porque se ha hecho acreedor a la credibilidad ajena. Han confiado en ti, y no los has defraudado. Esperaban una mentira bien contada, sin fisuras, sin dobleces, y se las ha dado. No tienen de qué quejarse.
Y cuando al llegar al final del libro el lector quisiera seguir adelante, porque se encuentra metido sin remedio en los laberintos de ese mundo que creaste para él, y quiere vivir al lado de los personajes, no abandonarlos, entonces tu corona es doble.
Ese lector que prefiere siempre la acción a la demora, a menos que se trate de un cuerpo desnudo. Ese lector al que nunca debes aburrir. Dice Billy Wilder, que hizo cine y no literatura, pero para nuestros fines viene a ser lo mismo, que su primer mandamiento es precisamente ése, "no aburrirás".
Ese mismo lector al que es necesario atrapar, antes de atrapar al asesino. No sé si esto último lo oí, lo leí, o lo inventé, pero de todos modos recomiendo no olvidarlo, tanto a los escritores maduros como a los aprendices.
Es peor que huya el lector, a que huya el asesino, eso hay que tenerlo por regla.

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31 de agosto de 2012
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Un pensar sin arraigo

La tesis que estoy meramente barruntando es que el pensar que surgiría de la consideración de la physis por la teoría cuántica, carece realmente de precedente y no puede en consecuencia encontrar arraigo alguno. El pensamiento presocrático podría más bien presentarse como un rencuentro y dar aliento al proyecto siempre diferido de Heidegger que al pensamiento, indiscutiblemente filosófico, que intenta extraer las enormes implicaciones de los teoremas cuánticos de Kochen- Specker o John Bell.
Faltaría casi un cuarto de siglo para que estos se formularan cuando Heidegger esboza en notas su proyecto reflexivo en ese seminario de invierno de 1941. Pero, en las deslabazadas indicaciones del último párrafo, se perfila en filigrana esa dialéctica interna a la que antes me refería, entre la inclinación a desvalorizar el peso de la teoría cuántica en relación a su propio proyecto y la sospecha de que algo tremendo se fraguaba en la primera.

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30 de agosto de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cabalgada de los radicales

La izquierda se esfuma y la derecha se endurece. Aquel centro idealizado e inaprensible que tantos éxitos obtuvo, ha dejado simplemente de existir. A juzgar por la marcha de la campaña presidencial en Estados Unidos, las ideas políticas pertenecen todas al mismo campo y el único proyecto que entusiasma a sus partidarios es el de una derecha cada vez más extrema, que cabalga guiada por los más radicales, el Tea Party. La convención del Partido Republicano, espejo en el que cada cuatro años se miran los conservadores de todo el mundo, se inclina cada vez más a la derecha. Mientras que los demócratas y progresistas no se sabe muy bien hacia dónde se inclinan, qué quieren, salvo aguantar la embestida y mantener el poder donde lo tienen. Veremos la semana próxima si Obama sabe electrizarles y funciona también en su convención como un espejo global.

La mayor paradoja es que tiene enfrente a un candidato republicano como Mitt Romney, que no era en absoluto un radical, pero nominado por los radicales como el último recurso para evitar que Obama repita. Como gobernador de Massachusetts hizo todo lo que su partido ahora combate: en asistencia médica, en derecho al aborto o a los matrimonios homosexuales. Todos tenemos derecho a cambiar, dice. Y el suyo es un cambio drástico, a juzgar por la plataforma de su partido, la gente que le rodea, los gobernadores que le arropan en la convención y el vicepresidente que se ha buscado, Paul Ryan. Nada a su derecha. No ha empezado tan solo una cabalgada hacia la derecha sino también hacia el pasado. La última perla es el eventual regreso al patrón oro, que la plataforma del partido pretende estudiar y debatir.

Mitt Romney ahora mismo se sitúa en todo a la derecha de todos los presidentes republicanos desde la Segunda Guerra Mundial: Eisenhower por supuesto, pero también Nixon, Reagan, Bush padre e incluso Bush hijo. Fácilmente se moderará si gana. Bastará con que remolonee un poco en la aplicación de sus promesas. Sabe hacerlo: si antes se derechizó también se puede centrar. Pero está visto que cree que no ganará si se modera, hasta tal punto está radicalizado el electorado republicano. Lo que más teme es que los votantes más conservadores no acudan a las urnas, como le sucedió a McCain con 17 millones de evangelistas sureños que le fallaron.

De su inmediato antecesor republicano, Bush hijo, recupera lo peor de todo: a los neocons que le llevaron al desastre de Irak, a la guerra contra el terrorismo y la debilidad de Estados Unidos en la zona. Y no le imita, en cambio, en políticas inmigratorias más flexibles, sobre todo de cara a los hispanos. Otro Bush, el ex gobernador de Florida, Jeb, se lo reprochó hace unas semanas y le situó también a la derecha de la tradición presidencial republicana. No es una discrepancia secundaria, sino que afecta directamente a las posibilidades que tiene Romney de ganar la elección presidencial. Según las encuestas, Obama puede obtener un 60 por ciento del voto hispano, mientras el candidato republicano puede quedarse solo con un 23 por ciento. Para que gane el candidato republicano necesita duplicar las expectativas de voto de esta encuesta de julio pasado hasta el 38 por ciento, acercándose así al 40 por ciento obtenido por George W. Bush en las elecciones de 2004.

Los hispanos son un dolor de cabeza incomprensible para los republicanos. Aunque son conservadores se muestran históricamente poco receptivos a sus propuestas. Con el detalle de que crece su peso electoral en cada elección. Es probable que no tenga que ver tanto con los programas como con la evolución del partido republicano, cada vez más identificado como un partido de blancos anglosajones y de religión evangélica, frente a la capacidad de mestizaje del partido demócrata, donde los hispanos encuentran mejor acogida. El primero es el partido de los Estados Unidos tal como han sido hasta ahora y el otro de cómo serán a partir de ahora. Esta batalla, sin embargo, no se jugará en el futuro en el terreno de las ideas sino estrictamente donde se juegan las grandes batallas geopolíticas, que es el de la demografía.



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29 de agosto de 2012
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IX. La camisa de mil puntas cruentas

Desde esa necesidad que no tiene sustitutos, es que se escribe. Se la tiene o no se la tiene. Es un don, un regalo. La camisa de mil puntas cruentas que decía Rubén; se sufre con ella puesta, pero uno no se la quitará nunca de encima. Un regalo del cielo, y también un regalo del infierno, que te da la facultad extraordinaria de ver lo que otros no ven, registrar los detalles más nimios que en la composición de la página resultarán de extremada importancia; y regalo del cielo y del infierno será también la curiosidad insaciable que te llevará a las infidelidades, leer las cartas mal puestas, escuchar lo que no debes para utilizarlo después en tu beneficio, es decir, en beneficio de la escritura de invención, junto con las historias de familia fielmente guardadas que de ninguna manera respetarás. Por eso es peligroso contarle secretos a un escritor, porque las confidencias irán a terminar en un cuento, o en una novela. La ética de la escritura es aprovecharlo todo, un oficio ajeno al desperdicio.
Los temas de la literatura se cuentan con los dedos de una mano: amor, locura, muerte, poder. El poder, que es ya una locura en sí mismo. Si lady Macbeth hubiera sido una esposa sosegada, capaz de hacer feliz a su marido y envejecer en paz con él, no existiría en la literatura. Existe porque convirtió la ambición de poder en crimen. Por eso mismo no hay novelas ni sobre la política, ni sobre la historia, ni sobre el paisaje. Hay novelas sobre los seres humanos y sus conflictos, sobre los amores infelices, sobre las pasiones desbordadas, sobre las ambiciones que no tienen cura. La codicia, el deseo.

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29 de agosto de 2012
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La doble tesis de Heidegger sobre la mecánica cuántica

Basta tener en mente el hecho de que en Mecánica Cuántica la medida del mismo observable en dos sistemas en principio idénticos no garantiza identidad del resultado para que se haga perceptible que la Mecánica Cuántica no casa en una teoría del conocimiento como adecuación a una objetividad. Pero el arranque del parágrafo 27 de la Heideggeriana Ejercitación (párrafo que en esta ocasión he traducido yo mismo) parece decir que el problema sí sigue siendo el mismo, lo cual supondría ya una suerte de inscripción de la Mecánica Cuántica en la metafísica de siempre:
"¿En referencia (Bezug) a qué es interpretada filosoficamente la Mecánica Cuántica?¿Desde la perspectiva de la objetualización de los objetos (Vergegenständlichung der Gegenstände) ?Y esto qué es? El representar (Vorstellen) del ente tal como "es"o tal como se muestra. Representar tal...como... Se trata de la referencia de la concordancia del conocimiento con el objeto".
No estoy sin embargo totalmente seguro de que así sea y tiendo más bien a pensar que los propios físicos están hoy efectuando un esfuerzo por acercarse a la filosofía a partir de su disciplina de manera no encasillable. Pero sigamos con el párrafo.
"Esta Concordancia (Übereistimmug) es desde antiguos tiempos la característica de la esencia de la verdad. Así pues, la Mecánica Cuántica ha sido puesta en conexión con la pregunta sobre la esencia de la verdad y sobre el apropiarse de lo verdadero. Lo "fundamental" de este propósito. Ahora bien ¿puede la ciencia sentar algo al respecto?.
No. Y de poder es sólo en el caso y en la medida en que "ella" es filosoficamente interpretada. Eso ella no puede efectuarlo por si misma. La primera pregunta: ¿a qué sitio pertenece la objetualidad de la física en cuanto tal?"
Heidegger parece defender una doble tesis relativizadora del peso de la Mecánica Cuántica: por un lado, la auténtica relevancia de esta disciplina sólo sería resultado de una apropiación de la misma desde el exterior, desde la interpretación filosófica que le sería extrínseca; por otro lado, la única filosofía que podría encontrar alimento en la Mecánica Cuántica sería la filosofía anclada en el problema de siempre, a saber, el problema de la polaridad verdad-objetividad, sea cual sea la respuesta que se da al mismo.
Ciertamente la ciencia no puede en sí misma ser filosofía, pero indiscutiblemente sí puede por sí misma devenir filosofía, mutar en filosofía. Ello empieza a ocurrir cada vez que los objetivos de inteligibilidad empiezan a primar sobre los objetivos de dominio o apropiación, pero sólo empieza. La filosofía es un largo recorrido, es una actitud que ha tenido fruto la historia conocida de la metafísica y puede llegar a trascender tal historia.
Y en relación con lo que he presentado como segunda tesis heideggeriana: la metafísica que se va fraguando simplemente en los seminarios y encuentros entre filósofos y físicos cuánticos no es seguro que sea encasillable en el canónico interrogarse sobre la physis, y en consecuencia en el canónico interrogarse sobre el ser, ya se trate de la forma que este interrogarse adopta desde Aristóteles, ya se trate del pensamiento que precede al pensador de Estagira.
He señalado ya que desde Erwing Schrödinger a Carlo Rovelli ha habido una inclinación de los científicos cuánticos a hacer incursión en la filosofía remontándose al pensamiento llamado pre-socrático. Pero no hay seguridad de que se trate de una vía acertada. Cabe incluso pensar que se trata de una última tentativa de buscar apoyatura, un terreno en el que cabría de nuevo arraigarse.

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28 de agosto de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Emilia, o las desventuras de la justicia

La trama se inicia en la Alameda de Santa María la Ribera, un nostálgico -más bien decrépito- parque no lejos del centro de la ciudad de México, donde el jefe de gobierno del Distrito Federal ha decidido rendir su informe de labores para encender los ánimos de los aburridos consejeros ciudadanos. Entonces alguien lanza un aullido entre la multitud: en una banca aparece el cadáver de una estudiante de secundaria con el cuello torcido y la palabra "puta" inscrita con un pintalabios púrpura en su uniforme de la escuela pública Ernestina Salinas.

La primera víctima del escándalo subsecuente es el doctor Federico Ballesteros, célebre defensor de los derechos humanos -y académico del INACIPE- convertido en flamante procurador de justicia del Distrito Federal a invitación de ese mismo jefe que ahora le exige resultados inmediatos. Muy pronto Ballesteros ha aquilatado la distancia que separa el antiguo activismo de su nueva responsabilidad: mientras antes se dedicaba a señalar las violaciones a las garantías individuales repetidas en incontables procesos, ahora tiene que lidiar con los abogados que, amparándose en la doctrina que él mismo ha sentado, no hacen sino liberar criminales.

Viéndose contra las cuerdas, Ballesteros confía en la experiencia de su siniestro subprocurador, quien no duda en recurrir a una de sus estrategias habituales: inventar un culpable. Eric Duarte purga una condena de cuarenta años por haber matado a su anciana madre enferma -o, más bien, por no haber tenido dinero para pagar a un abogado de peso- cuando recibe una propuesta que no puede rehusar: confesar el homicidio de la jovencita a cambio de que los jueces reduzcan su pena a veinte años. Tras dudarlo un poco, Duarte acepta y muy pronto es exhibido ante los medios por Ballesteros y su equipo como prueba de su pericia investigativa.

A partir de aquí, Justicia (2012), la apasionante sátira de Gerardo Laveaga -autor de numerosas novelas y ensayos, antiguo director del INACIPE y actual consejero del IFAI- pone en evidencia todas las contradicciones, vicios, rezagos y los lastres de nuestro malhadado sistema judicial. Si ya en la brillante Creced y multiplicaos (1997) se había burlado de forma inclemente de la Iglesia y los movimientos antiabortistas, en este caso no deja títere con cabeza: policías judiciales, ministerios públicos, altos cargos de las procuradurías, representantes populares y sobre todo ministros de la Suprema Corte son exhibidos sin piedad -y con conocimiento de causa. Porque, si Justicia no es exactamente un roman à clef, uno no puede dejar de reconocer la hipocresía generalizada que, salvo excepciones, permea en nuestra turbamulta de jueces, funcionarios, diputados y senadores.  

Para exponer sus argumentos -que en México la justicia está diseñada para beneficiar a unos cuantos; que sólo los ricos se salvan de la cárcel; que la mayor parte de los jueces carecen de la amplitud de miras para buscar la justicia en vez de ampararse en tecnicismos; que en las cárceles se reproduce el mundo de afuera y por ello todo cuesta-, Laveaga se vale de dos protagonistas femeninas: Emilia, chelista y estudiante de la Escuela Libre de Derecho, aguerrida y llena de sueños, que entra a trabajar en la ponencia de uno de los ministros más liberales de la Suprema Corte a instancias de su tío, un ministro que en cambio sólo sirve "a los intereses de quienes lo han puesto allí"; y Rosario, la mejor amiga de la joven asesinada, quien conoce de primera mano al auténtico asesino.

Se le puede reprochar a Laveaga que Emilia tenga demasiados rasgos arquetípicos -la niña fresa, guapa e inteligente, sometida por gusto a la brutalidad de un novio imbécil-, pero el mecanismo le permite exponer sin cortapisas a la fauna con la que ella se topa en la investigación que emprende de la mano de Rosario. Porque en el México de Laveaga -como en el nuestro- todos defienden intereses personales espurios aunque finjan lo contrario: un poderoso senador, gay de clóset, que intenta enmendar sus fechorías hasta que alguien lo amenaza con hacer públicas sus preferencias; un defensor de los derechos humanos que fácilmente se convierte en lo contrario; ministros conservadores que se han vendido al mejor postor y ministros progresistas incapaces de modificar las turbiedades que reconocen a diario; todos ellos al lado de una horda de leguleyos, criminales y burócratas que no hacen sino enfangar los más altos ideales del Derecho.  

Como cualquier sátira inteligente -hay que pensar en Swift o Voltaire, como sus modelos-, Justicia también resulta dolorosa. Si se trata de un libro importante, no sólo es por el talento de su autor para el suspense o por la eficacia de sus dardos, sino por su capacidad para incidir en uno de los problemas más urgentes del país. Porque, mientras no se realice una revisión integral de nuestro sistema de justicia, la sátira de Laveaga seguirá formando parte de nuestra lacerante vida cotidiana.

 

twitter: @jvolpi



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28 de agosto de 2012
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