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Una biografía de David Foster Wallace

Por 10 de septiembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Edmundo Paz Soldán

Hace algunos meses Los Simpson le dedicó todo un capítulo a David Foster Wallace. "A Totally Fun Thing That Bart Will Never Do Again" se inspiraba en uno de los más célebres ensayos/crónicas del escritor norteamericano, y era Los Simpson en estado puro: irónico, lleno de guiños y referencias, de vuelta de todo. Un lugar ideal para homenajear al autor de La broma infinita, pensé. ¿Por qué no? Después de todo, ¿no era Foster Wallace irónico, cínico, meta, posmo? Poco después descubrí -debí haberlo adivinado- que Foster Wallace creía que, aunque Los Simpson era un show "importante", también era "corrosivo para el alma" porque parodiaba y ridiculizaba todo; después de una hora del show tenía que salir "a mirar una flor o algo por el estilo".

Los lectores descubrieron a David Foster Wallace con dos libros –The Broom of The System (1987), La niña del pelo raro (1989- llenos de juegos de palabras electrizantes y experimentos narrativos metaliterarios que presentaban a un autor tan fascinado como divertido por la cultura del entretenimiento en los Estados Unidos. Con los años, como muestra D. T. Max en Every Love Story is a Ghost Story –su fascinante y compacta biografía de Foster Wallace–, el autor nacido en Ithaca (Nueva York) en 1962 llegó a desdeñar esos dos primeros libros, porque sentía que les sobraba ironía y les faltaba seriedad. A principios de los noventa, una crisis depresiva mientras hacía un doctorado de filosofía en Harvard, lo llevó a una estadía en una "halfway house" para gente que se recuperaba de sus adicciones; allí tuvo la revelación que, junto a su "anhelo disfuncional" por la escritora Mary Karr, lo llevaría a escribir su obra maestra, La broma infinita (1996): Estados Unidos era un país de gente adicta al entretenimiento como forma de esconder el dolor psíquico de la vida. La literatura podía ser mucho más que un entretenimiento sofisticado, el parque de diversiones textual de los postmodernistas. La literatura debía ser capaz de ofrecer un modelo de cómo vivir de manera responsable y considerada. Pynchon, el gurú de sus primeros años, debía aliarse a Dostoievsky.

Max va construyendo de manera detallada, sin florituras retóricas, la historia de un autor de una inteligencia privilegiada -se sentía en casa con Derrida y Wittgenstein, alguna vez escribió una historia del infinito– que lo llevaba a paradójicos callejones sin salida, y que intentó desesperadamente reconciliar principios opuestos (el juego posmo, el sincero sentimentalismo) mientras luchaba con una depresión severa. Uno de sus grandes logros fue el de "universalizar sus neurosis". Max también señala que a Foster Wallace Le hubiera gustado que La broma infinita tuviera como subtítulo "Un entretenimiento fallido", pero su calidad literaria y su éxito comercial conspiraban contra ello: así, irónicamente, el chico de la bandana se convirtió en uno de los ídolos de la generación grunge, y hubo críticos que lo compararon con Kurt Cobain, por la "torpe sinceridad" de ambos (obviamente, a Wallace no le gustó la comparación, porque Nirvana  le parecía nihilista).

Foster Wallace pasó la última década de su vida lidiando lo mejor que pudo con el monumento en el que se había convertido. Intentó desesperadamente tener algo en qué creer, desde el budismo hasta la triste consolación del aburrimiento (tema de su última novela, El Rey pálido), pero al final siempre volvía a los 12 pasos del programa de su grupo de ayuda para el tratamiento a las adicciones. Fue pretencioso y pedante, pero no el "San David Foster Wallace" del que se burla Bret Easton Ellis en Twitter (Max da muchos ejemplos de la forma en que el escritor se aprovechó de su fama para acostarse con alumnas, editoras y groupies). Pese a que la escritura no fluía como antes, parecía haber encontrado cierta paz, y sin embargo la depresión reapareció y terminó ganando la partida. Jonathan Franzen puede quejarse de que Foster Wallace se suicidó para convertirse en una leyenda; lo cierto es que queda una obra que está a la altura del monumento.

(La Tercera, 8 de septiembre 2012)
 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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