
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
En este libro de contenido muy dispar se encuentran ejemplos espléndidos de dos características de la escritura de Norman Lewis que más llaman la atención del lector actual. Una de ellas tiene que ver con un rasgo caracterológico que Lewis sufrió y cultivó a partes iguales, y me refiero a su "invisibilidad". A diferencia de esos narradores que ocupan con su omnímoda y exuberante presencia el primer plano y apenas si dejan ver detalles del paisaje y los personajes que describen (Hemingway podría ser un ejemplar característico), Lewis tiene la rara habilidad de desaparecer y dejar que sean los hombres y las cosas las que hablen por sí mismas, sin que te acuerdes de él para nada. No es de extrañar que alguno de sus biógrafos se refiriese a él como "casi invisible". En el relato inicial "Un viaje en dhow", encontrará el lector una demostración cabal de la capacidad de Lewis para contar un viaje en barco alucinante y que permite hacerse una idea exacta de cómo debían de ser las travesías marítimas medievales, con la hacinación de los viajeros y las relaciones entre ellos y la tripulación, el hedor proveniente de las entrañas del buque y las comidas a bordo, o las instalaciones sanitarias (una jaula que se colgaba de la borda y en la que el usuario "cuando ya no había otro remedio" se metía para evacuar el contenido intestinal). Todo ello sin una opinión, un comentario personal ni, mucho menos, la evidencia de que es un occidental el que está juzgando y sufriendo los modos de vida de unos cavernícolas yemeníes. Las cosas son como son y me limito a contarlas como las veo, perece decir Lewis. La cumbre de ese estilo invisible es Nápoles 44, en el que Lewis cuenta con una naturalidad y sencillez aterradoras las condiciones de vida en una ciudad ya sumida en la miseria de varios años de guerra y que debe sufrir como colofón la brutal invasión de unas tropas supuestamente liberadoras. Quien desee comprobar sobre la marcha la diferencia entre un estilo invisible y una abusiva presencia narradora puede leer a continuación de Nápoles 44 la novela La piel, de Curzio Malaparte, que habla de la misma ciudad y los mismos hechos, pero a su manera. El escritor italiano tuvo (en medio de todo) la suerte de no estar presente cuando se generalizaron las comparaciones entre ambas novelas porque Lewis aguardó hasta 1978 para dejar constancia de sus experiencias bélicas napolitanas y Malaparte había muerto casi veinte años antes. Y con lo vanidoso que era, no le hubiesen gustado nada la distribución de elogios y críticas entre una narración y otra. Curiosamente, y este es el segundo rasgo destacado que se puede encontrar en la prosa de Norman Lewis, la voluntad de ocultarse tras la evidencia del relato y la renuncia a la crítica personal y todavía más a la moralina, no hace de Norman Lewis un narrador neutro o no comprometido con los personajes y las circunstancias que describe. Antes al contrario, la moderación y la discreción no impiden que se pongan al descubierto lo injusto y cruel de determinadas conductas, y ahí están para demostrarlo sus trifulcas con las autoridades y, sobre todo, con los misioneros norteamericanos que estaban asolando, cada cual a su manera, el Amazonas. Un artículo suyo aparecido en 1968 en el Sunday Times y titulado "Genocidio en Brasil" provocó una auténtica conmoción en todo el mundo. No puede decirse que la salvación de esa riquísima y por ello mismo desgraciada zona del mundo esté asegurada, y basta leer algunos de los relatos que contiene este libro (todos ellos posteriores a 1968) para ver que las autoridades y los misioneros continúan haciendo allí lo de siempre. Pero ahora al menos existen organismos como Survival International que están llevando a cabo una labor muy encomiable.
Las dos características de la forma de escribir de Lewis, ecuanimidad y compromiso, no serían posibles sin una tercera cualidad, y me refiero a la extraña familiaridad de Lewis con el lenguaje. Algunos críticos achacan su precisión y la economía de medios a su primera y larga relación con la fotografía, un entrenamiento del ojo que permite mirar y, sin más, disparar para fijar esa primera impresión grabada en la retina. Un gusto por la precisión del lenguaje que le llevaba a apreciarlo en los demás. Y a este respecto es muy reveladora la entrevista que Albert Padrol, uno de los creadores de Altaïr, le hizo en su casa de Essex en 1998 e incluida en la presente recopilación. Hablando de esto y aquello, y al referirse a la entrañable relación de Lewis con Tossa de Mar, el escritor todavía recuerda, pese a que su estancia allí tuvo lugar en los años cincuenta, la expresiva y peculiar forma de hablar de los pescadores de entonces, y cita un ejemplo: "Coge la barca para visitar el mar", le había dicho uno de ellos. Son los milagros del lenguaje, algo tan delicado y en apariencia tan efímero pero que, tratado con sabiduría, resiste el paso del tiempo con admirable frescura.
Un viaje en dhow, La tribu que crucificó a
Jesucristo y otros relatos
Norman Lewis
Altaïr