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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nacionalismo internacionalista

Internacionalizar. Esta es la palabra. ¿El conflicto? No, por favor. Eso pertenece a un campo semántico ajeno, exactamente el del entorno de ETA. En Cataluña no hay exactamente conflicto, al menos de momento, pero sí hay que internacionalizar. Estoy transcribiendo lo que oigo en Barcelona en los medios soberanistas más al caso. Intentemos ver, entonces, en qué consiste la internacionalización de la reivindicación o del caso catalán.

Hay una internacionalización elemental que ya se ha producido. Consiste en colocar a Cataluña con su reivindicación en el mapa. Se ha hecho con muy escasos medios y buenos resultados propagandísticos. Y en buena parte a caballo de una fácil ecuación: desprestigio de España, fulgor de Cataluña. Gusta mucho, es cierto, a quienes han entendido siempre que la prueba del nueve de la pureza catalanista es el daño que se inflige a España. El propio Artur Mas ha jugado esta baza: ante una España debilitada Cataluña ofrece al mundo su propuesta ilusionante. La teoría del expolio fiscal, de la España ladrona tan próxima a la Lega Nord, funciona muy bien en la internacionalización mediática. El hundimiento de la economía española es el argumento de enganche de esta historia que reclama primeras páginas.

Hay una segunda internacionalización más profunda. Corresponde a la teoría de la oleada. Ahora llega a Europa occidental, territorio asentadísimo de los estados nacionales fraguados en la paz de Westfalia (1648). Escocia va por delante. Flandes se suma gracias al ascenso de la Nueva Alianza de Bart de Wever, el nuevo alcalde de Amberes, que quiere llegar en las elecciones generales de 2014 a una encrucijada decisiva en la división de Bélgica. Ahí está en segundo plano, en declive pero como una amenaza vigente, la pionera del nacionalismo fiscal, la Lega Nord. Y luego las nacionalidades ibéricas, sueltas de nuevo gracias al alcance de una profunda crisis española, económica e institucional. El sueño nacionalista convierte el mapa estable e inamovible de Europa en campo de la fragmentación soberanista. Serán como fichas de domino. En lo más profundo del sueño, Cataluña es la pionera que abre las puertas a la redistribución del espacio soberano europeo. Pequeños estados federados que superan a las viejas y arrogantes naciones westfalianas. Los más lanzados y festivos encuentran muy atractivo que no existan antecedentes, que jamás se haya ensayado este camino en la Europa civilizada: qué bien, seremos pioneros.

Es un sueño pero podría convertirse en una pesadilla. Los Estados-nación han hecho Europa. La ley ha hecho Europa. No hay democracia sin esas leyes y sin esos Estados. La refundación soñada exigiría una previa demolición del euro, de la UE y de algunos de los Estados actuales. ¿Cuántos? ¿Cómo afectaría al conjunto? Puede que el escenario idílico sea lo más cerca al cuanto peor mejor. Ya lo hemos conocido en otras épocas. Nada facilitaría mejor la culminación del nacionalismo onírico que un regreso caótico a los años 30 del siglo XX. Es difícil que se produzca una transformación de tal envergadura, al menos en el corto y medio plazo, mediante el diálogo y el acuerdo. Más bien lo contrario: sería la balcanización del continente.

No podemos darlo por imposible, aunque casi nadie quiere ir en esta dirección en Cataluña. Tampoco fuera. Solo unos pocos frikis de la esfera mediática madrileña y sus correspondientes del radicalismo independentista apuestan y desean fervientemente que las cosas vayan por el peor derrotero. La inmensa mayoría de un lado y de otro, y del lado de quienes no quieren estar ni en un lado ni en otro, apuestan por una vía tranquila y pacífica, democrática añaden. Y todavía hay que exigir más: a Artur Mas sobre todo. Por una vía democrática y legal. Que no se olvide el president: legal. Sería bueno escucharlo de sus labios. Sin ambigüedades, claramente. Esta es la clave de la última internacionalización que quiero discutir hoy aquí. La legalidad es una. No hay dos ni mucho menos tres. La catalana es española. Y también lo es la europea. Solo hay un Estado de derecho al que acogerse. Ahí no caben frivolidades.

Si internacionalizar es saltarse la legalidad estamos batasuneando. Llevar el debate y la presión política a la opinión y los organismos internacionales puede estar bien. Pero la legalidad vigente no es un expediente ni un trámite que hay que pasar. Es muy dudoso que un acto ilegal de un gobierno legalmente constituido pueda ser avalado por los socios europeos y por las instituciones de la UE. Al contrario: lo más probable es que nadie lo avale, que nadie lo reconozca. Ni siquiera los nacionalistas de las otras nacionalidades, porque todos ellos querrán obtener satisfacción a sus reivindicaciones dentro del marco de la legalidad. Los nacionalistas catalanes que quieran aventurarse en este camino deben saber que es la vía del populismo, el de Chaves y Cristina.

Internacionalizar quiere decir encontrar aliados y amigos. El soberanismo catalán ya los ha encontrado en los medios de comunicación, sobre todo los anglosajones. No será tan fácil que los encuentre en la diplomacia internacional y en los gobiernos. Son gremios cerrados, habitualmente hostiles a los advenedizos y a quienes pretenden ser nuevos socios sin títulos suficientemente acreditados. Hostiles por principio con quienes frivolizan con el principio de legalidad. El gobierno de Madrid actuará, seguro, con reflejos más vivos que hasta ahora. Tiene un aparato diplomático, servicios secretos, presupuestos del Estado, la Corona.

Habrá que ver si Mas es capaz de obtener una foto oportunity, una sola, con algún mandatario de relieve antes de las elecciones. Las cosas se le complicarán incluso con los nacionalistas, internacionalistas solo de sus propias causas pero no de las de los otros. Si se trata de convertirse en Estado dentro de la UE, Alex Salmond quiere que Madrid le ayude, no que le vete, de ahí que prefiera tomar distancias con Artur Mas, tal como ha explicado Walter Oppenheimer. Lo mismo sucederá con De Wever. Incluso los nacionalistas vascos temen que el independentismo catalán se lleve por delante su independencia fiscal ya efectiva desde hace más de 30 años. Urkullu no será un buen aliado. ¿Alguien creyó acaso que separarse de un Estado nación surgido de Westfalia era como coser y cantar, o bufar i fer ampolles, como decimos en catalán?



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23 de octubre de 2012
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Cuando la propia lengua empieza a repudiarse

En múltiples ocasiones me he referido aquí a la fuerza de esa expresión con la que el pensador americano Steven Pinker titula uno de sus libros: "Instinto de lenguaje".
Añadido a los instintos de conservación propiamente animales el instinto de lenguaje singulariza al animal humano (instinto que-asunto que tocaré otro día- no está claro que respondan a la polaridad individual- específico). Mas como ocurre con los demás instintos, también el instinto de lenguaje se debilita, sea por contingencias exteriores, sea por razones propias al juego de la vida. Y los primeros síntomas de tal debilidad consisten en la instrumentalización de la propia lengua, en la reducción de su uso a aquellas funciones en las que efectivamente es equivalente a un mero código para el intercambio de información.
¿Que puede hacer que se debilite el instinto de proteger la lengua, el instinto de proteger lo que es a la vez matriz y cobijo? Pues que en la complejidad de la comunidad humana, la dialéctica entre los hombres haga que primen otras variables. Así cuando las condiciones de la subsistencia están amenazadas la polaridad riqueza- pobreza (o sus análogos y derivados como el de sociedad fabril- sociedad agraria etc) pasa a primer plano. No hay entonces tiempo para prestar alguna atención a lo esencial y menos aun para focalizarse en ello. El auténtico dar la espalda al ser ( ese "olvido" al que se refiere Heidegger), de ser cierto que en la palabra está lo genuino del hombre.

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23 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La China de Eduardo Berti

Entre las tantas cosas que les debemos a los modernistas se encuentra la fascinación por el Oriente. El culto a las “japonerías” que aparece en la obra de Rubén Darío o Juan José Tablada fue importado –como varias otras marcas claves del modernismo— de Francia, que deliraba por el arte asiático en la segunda mitad del siglo XIX. En las crónicas de sus viajes por Sri Lanka (entonces Ceilán) o Vietnam, Enrique Gómez Carrillo no sabía que iniciaba un largo romance de la literatura latinoamericana con ese mundo que solemos ver como etéreo, fantasmal (“Los mismos espíritus de los muertos, cuando vuelven a pasearse por la ciudad, se detienen en las puertas de las fumerías [de opio] en cuanto perciben el perfume de la buena droga”, escribió el guatemalteco hace un siglo).

El país imaginado (Emecé/Impedimenta), del argentino Eduardo Berti, participa de esa fascinación. Esta magnífica novela, reciente ganadora de la segunda edición del premio Las Américas 2012, convierte ciertos tópicos sobre el Oriente en puntos de partida para una indagación sobre la naturaleza de las tradiciones y la forma en que el ser humano se enfrenta a ellas para preservar su independencia. Hay serios riesgos en el uso de los tópicos; es difícil eludir el “orientalismo” --la exotización de las culturas orientales por parte de escritores y artistas de Occidente— cuando se narran historias ambientadas en esos paisajes. Berti es consciente del reto y lo asume: El país imaginado habla de una exótica tradición china –casarse con los muertos-- de la manera más realista posible, tratando de evitar prejuicios y estereotipos. Inevitablemente, pese a las buenas intenciones, algo de ese “orientalismo” se cuela en la narración. 

El país imaginado, ambientada en la China en un período comprendido más o menos entre 1930 y 1950, es la historia de Ling, una adolescente de catorce años enamorada de Xiaomei, la hermosa mujer hija de un ciego. Ling es una narradora elegante, delicada, con una voz tan suave como hipnótica, que atiende al registro social –explica tradiciones chinas como jamás lo haría una adolescente china— tanto como a las fabulaciones de su abuela agonizante y a la sutileza de sus propias percepciones. Ella está, al igual que su hermano, limitada por la tradición: sus padres quieren casarlos con los hijos de un poderoso funcionario. La tensión de la novela gira entre el deseo de libertad de Ling, sus tímidos espacios de escape –suele ir al parque a pasear el mirlo de la abuela muerta, y se encuentra allí con Xiaomei--, y el peso de los rituales y las supersticiones de una China que todavía mira al pasado.

El país que fabula Berti dialoga con el mundo gótico de Tim Burton, sobre todo en las páginas dedicadas a una costumbre china de la época –extraida por Berti de un libro “orientalista” de Henri Doré--, la de los casamientos arreglados con muertos para lograr alianzas familiares con claro beneficio económico; la tradición podía ser pintoresca, pero tenía mucho sentido desde el punto de vista de la economía social china. El “casamiento fantasma” del hermano de Ling, y sus repercusiones en ella, son lo mejor de una novela llena de momentos superlativos: “Mi hermano se disponía a casarse con una mujer que no envejecería. Lo monstruoso de su boda era, acaso, este factor. El esposo envejecería, la esposa no. ¿Algo análogo iría a ocurrir con la imagen que yo conservaría de Xiaomei?” 

El “país imaginado” remite a los sueños y también a la muerte y a la creación literaria. Berti dice no haber escrito una novela sobre China, pero lo cierto es que ha escrito una novela sobre una China que nos concierte mucho, la de la imaginación, a la que retornamos con los interrogantes de siempre. Aun en clave realista, el Oriente sigue siendo etéreo, fantasmal.

 

(La Tercera, 20 de octubre 2012)   



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22 de octubre de 2012
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Ineludible Brad

 

  Nunca hubiéramos imaginado que el equivalente a Marilyn Monroe en el siglo XXI sería un hombre: Brad Pitt. Así de claro lo vieron los equipos creativos de los perfumes Chanel al escogerlo para anunciar su mítico N.º 5. Porque de Catherine Deneuve a Nicole Kidman, del eterno femenino al hombre megasexual, hay un considerable salto en el que han variado profundamente los roles de género, se han flexibilizado las identidades y, en nombre de la audacia, también se ha empezado a cuestionar el tan manido “factor aspiracional” según el cual hombres y mujeres quieren verse reflejados en alguien de su mismo sexo que les aliente a soñar, y a consumir. Hace ya veintiséis años sufrimos el impacto de una mujer vendiendo una fragancia para hombre que buscaba “a Jacq’s” mientras abría la pronunciada cremallera de su mono rojo, como si el segundo acto fuera consecuencia del primero. Un cuarto de siglo ha tenido que pasar para que un hombre haga ese mismo papel, pero sin escote. Los melifluos pudores siempre han desaconsejado que los hombres anuncien productos para mujeres. Ese miedo al travestismo, a la blandura, al esperpento incluso; el juicio a la masculinidad, que durante mucho tiempo no contemplaba el plural y sólo podía ser una. Pitt apenas sonríe, en su gesto hay gravedad y trascendencia, lleva un esmerado botón de la camisa abierto, y todo ello en un blanco y negro que remite a las películas de arte y ensayo. El spot, dirigido por Joe Wright, (autor de Expiación y la esperada Ana Karenina), es un anuncio sobrio, de cámara, puro acting, que reposa por completo en el magnetismo del actor. Treinta y pocos segundos, dos únicos planos, con un poema a medio camino entre Hojas de hierba de Whitman y el canto a un amor perdido aunque en ningún momento aparezca la palabra amor (“pero vaya a donde vaya ahí estás, mi suerte, mi destino, mi fortuna”) demuestran que lo ineludible no es el perfume, sino Brad. Desde su debut, rubio y descamisado, en aquella road movie feminista que fue Thelma & Louise supimos que tendría que dejarse la piel para romper la etiqueta de “niño bonito”. Simbiosis de Brando -actor de retos, siempre sin red- y de Dean -rebelde y consciente de su hipnótico poder se seducción-, Pitt ha conseguido lo imposible: madurar en Hollywood, aprendiendo de los mejores (Malick, los Coen, Fincher) a mezclar lo comercial, lo arty y lo intelectual. Recientemente, en una entrevista para Interview, su amigo Guy Ritchie le pedía que se juzgase como actor: “Puñeteramente sólido”, respondía sin complejos. A un año de cumplir cincuenta, ha ganado dinero y prestigio a partes iguales, ha conseguido mantener un halo impenetrable y sigue rompiendo techos masculinos como el de ser el primer hombre que le pone cara al no-perfume que un día inventó Coco Chanel. Un perfume sin nombre, sin dibujo, sin curvas, pero con sexo. (La Vanguardia)

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22 de octubre de 2012
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El pelo de James Bond

Un año antes de encarnar, por sexta vez, al agente James Bond en ‘Diamantes para la eternidad', Sean Connery, invitado a la Mostra de Venecia de 1970, se dejó fotografiar encima de una lancha motora que le llevaba por el Gran Canal. No parece ser víctima del robo de imagen de ningún paparazzo aprovechado, pues el actor sonríe dulcemente a la cámara mientras el viento le revuelve el pelo, un pelo que no es el pelo negrísimo y planchado del espía inglés, sino el de un hombre de cuarenta años cumplidos, con canas y grandes entradas en la frente. La foto de este Connery alopécico está en todos los kioskos y tiendas de souvenirs de Venecia, ya que forma parte de un calendario cinematográfico para el 2013, al lado de, entre otros, Mastroianni, la Loren, Clark Gable y, también, Roger Moore, que ahora, al cumplirse los cincuenta años del arranque de la saga, nos parece el menos lustroso sucesor ‘bondiano' de Connery.
Se cuenta que cuando le mostraron a Ian Fleming, autor de la primera novela de Bond que se iba a filmar, ‘Agente 007 contra el Dr. No', las pruebas del actor seleccionado, al novelista no le gustó ese poco conocido intérprete escocés, encontrándolo "un fortachón demasiado grandote" carente de la finura de su personaje. La parte femenina de la producción, y también, según parece, la entonces novia de Fleming, influyeron definitivamente en la elección final de Connery, atraídas por su "carisma sexual". No lo perdió con el paso del tiempo (a punto de cumplir los 70 años fue elegido por la revista ‘People' el hombre más sexy del siglo), pero Fleming, que después se convirtió en un entusiasta del actor, se equivocaba. Además de la potencia física del antiguo modelo de arte y culturista, Connery le dio a 007 malicia y elegancia, y una forma única de mirar a las mujeres, a aquellas que se dispone a seducir y a las que, sin esperanza amorosa, están ya seducidas por él. El Bond de Connery es un halagador del género femenino, un Don Juan que promete a todas la felicidad, aunque al final no cumpla más que con las impuestas por el guión.
En 1964, entre dos ‘jamesbonds', hizo de protector viril de la desquiciada ‘Marnie' de Hitchcock, interpretó al espía dos veces más, lo abandonó, para despedirse de él, ya un tanto acartonado, en 1983. Y mientras tanto, sin las proezas físicas del personaje, fue envejeciendo espléndidamente en la pantalla: el crepuscular Robin Hood de ‘Robin y Marian', el policía irlandés de ‘Los intocables', el Guillermo Baskerville de ‘El nombre de la rosa', el padre anciano de Indiana Jones. Cuanto más pelo perdía, mayor talento mostraba.
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22 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que sabe un poeta

El plátano de la Ilíada, aquel hermoso ejemplar de Aulis donde los griegos reunieron las naves para llevar el mal a los troyanos y a Príamo, aquel a cuyo pie brotaba  agua cristalina, y donde sucedió el augurio del dragón sangriento que devoró las aves y se convirtió en piedra, no es un árbol como los demás,  no se llama “platanos”, sino presenta forma de superlativo, el poeta lo llama “platanistos”. Hay gente a la que esto le da igual, pero yo es que no lo puedo evitar, en cuanto veo a un superlativo subido a un árbol, no puedo menos que preguntarle: ¿qué hace un superlativo como tú en un árbol como este? En griego iliádico, el nombre del plátano significaría “el de muy amplias (hojas)”. Y, en efecto, el plátano tiene las hojas más anchas de todas las frondosas que conocían los griegos. Y esas hojas tienen, además, una  notable semejanza, que no puede ser casual, con las de la vid; fenómeno ya observado por aquellos sabios antiguos que estaban a todo, como Plinio el Viejo e Isidoro de Sevilla. Otra particularidad del plátano es su facilidad para esquejar, de modo que los héroes y semidioses podían dejar por ahí una estaquilla, como al descuido, y a los pocos hexámetros había un hermoso plátano adecuado para el banquete, los augurios, las fuentes cristalinas y la creación de platónicos paraísos.
 
Platón, por cierto, está emparentado con toda la intención con el plátano, uno y otro, sabio y árbol, remiten al adjetivo “platys” y al verbo “platyno”, que significa ensanchar, ampliar, y en sentido figurado quiere decir consolar, hacer feliz.
 
En la Biblia, va a ser casualidad, Jacob descorteza unas varas de plátano para excitar la imaginación platónica de sus ovejas en celo y hacer que tengan crías abigarradas. También Ezequiel pondera el ramaje del plátano en el jardín del Edén.
 
Platanistos el superlativo es un topónimo repetido, porque era un lugar sagrado, propiedad de Zeus Guerrero. Bajo unos plátanos cretenses fue donde el hijo taurino de Cronos le hizo los hijos a Europa. Hasta Jerjes, el persa soberbio, estaba al tanto de la cuestión platánica, y colmó de joyas un bello ejemplar cuando se dirigía a dar candela a los griegos.
 
Es difícil determinar qué sabe un poeta, cuando sus palabra fundan más que dicen, pero seguro que Marcial sabía todo esto y más, al hablar del plátano cesarino plantado allá donde “la rica Córdoba ama al plácido Betis”, dice que lo puso la “diestra feliz” del héroe invicto, que debajo se banqueteó de lo lindo, y que regaron el árbol con vino puro. Y Hölderlin también lo sabía, cuando deseó haberte encontrado en días mejores a la sombra de los plátanos, “donde mi Platón creó paraísos”.


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22 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La elocuencia de las urnas

Las urnas suelen ser muy elocuentes en tiempos de crisis. De crisis no tan solo fiscal, económica, y además europea, sino también institucional, de sistema, española en definitiva. Las elecciones también son una prueba de resistencia, de stress, con la población. Después de someterla a todo tipo de tensiones y promesas incumplidas, de recortes y pérdidas de derechos, las urnas nos cuentan cómo están los ánimos, el aguante. Es decir, la paciencia con los partidos, la fe en la política, la esperanza en la capacidad de este país para salir del pozo, en su futuro.

El gobierno recibe un mensaje ambivalente: confirmado en Galicia, castigado en Euskadi. Rajoy, imagen ausente en la campaña gallega, sale ganador de las urnas galaicas; pero mucho más Feijóo, capaz de superar los recortes de Rajoy sin Rajoy, por su propio esfuerzo. No es extraño que algunos le asignen ya el delfinato monclovita, para cuando no queden ni las uñas de un Rajoy quemado por la crisis. No olvidemos la Galicia de la abstención, fulcro donde se asienta el poder electoral caciquil, especialmente activado en tiempo de crisis. Todo esto no es de color rosa para el presidente del Gobierno. Ambivalente, vaya. Con un consuelo notable: peor le van las cosas al socialismo, a Rubalcaba, tema de reflexión a fondo; era el partido que más se parecía a España, nos decían. Y un añadido preocupante: la que le espera a Rajoy. Esa mayoría soberanista en el parlamento vasco complica extraordinariamente las cosas a quien tiene el poder en Madrid. Aunque la resonancia entre nacionalismo vasco y catalán no sea muy intensa, terminará imponiéndose aunque solo por el efecto reactivo ante el centro agredido. El nacionalismo español tiene desde ayer nuevos y poderosos estímulos para manifestarse de forma desacomplejada.

Este es el segundo mensaje: los partidos españoles languidecen en Euskadi, como premonición de la que les espera el 25N, cuando se celebren las elecciones catalanas. PP y PSOE, mayoría en el parlamento vasco en la anterior legislatura, no se comen un rosco en la que ahora se abre. El sistema de partidos español sufre la erosión de la crisis, que premia a los pequeños y a los populistas, y la erosión nacionalista, que disminuye a los partidos de implantación española, incluidos los que tienen dificultades de localización como el PSC.

Esto es Europa, territorio del derecho, de las libertades y de la democracia. Una Europa en crisis, es cierto, y por tanto populista, polarizada, antisistema, castigadora de las ideologías tradicionales, aunque más castigadora de la socialdemocracia. Pero una Europa donde felizmente funciona el principio democrático, ajeno a imposiciones y violencias. Ese es el tercer mensaje. En Euskadi las urnas se han abierto por vez primera sin la amenaza de las armas. Las tres nacionalidades históricas que los padres de la Constitución española tenían en mente cuando la redactaron se han citado con las urnas este otoño de todas las dificultades. Ayer Galicia y Euskadi; dentro de algo más de un mes, Cataluña. Y en dos de ellas, las más poderosas, con el programa que impugna la soberanía única e indivisible de España.

Las urnas no mienten. Dicen lo que dicen los ciudadanos, los votantes. Hablan por sus resultados. El PP cuenta con el amplio aval de los gallegos. También lo tiene el soberanismo en sus dos versiones, la burguesa y moderada del PNV y la izquierdista y radical de Bildu, impregnada todavía de la pólvora terrorista. Con esos bueyes habrá que arar, a la espera de Cataluña, donde las encuestas perfilan también una amplia mayoría soberanista. Nos acercamos a un cambio político que la urnas empiezan a explicar a quien quiera entenderlo.



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21 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Lazca como epílogo

Bajo el fiero sol norteño de un mediodía de octubre, uno de los hombres más buscados del planeta, Heriberto Lazcano, alias el Lazca o el Z-3, el líder del cártel de los Zetas -en su propio vocabulario, la Compañía- se entretiene observando un rústico partido de beisbol en el miserable pueblo de Coahuila que responde al paradójico nombre de Progreso. Según la versión oficial, alguien repara en las armas largas escondidas en una camioneta en las cercanías de la cancha -como si fuese algo insólito en nuestro relucientes sets de Western- y contacta a un grupo de marinos (ahora usados como marines) que "por casualidad" patrullan la zona. En cuanto éstos se aproximan al terroso estadio, se produce la refriega, al término de la cual el Lazca resulta "abatido" junto a uno de sus guardaespaldas.

 

            Hasta aquí, el relato apenas se distancia de otras capturas anunciadas por esa empresa de espectáculos macabros en que se han convertido las oficinas de prensa de nuestros órganos públicos: otro cadáver ensangrentado y macilento, rodeado de billetes, armas o grapas de cocaína, exhibido en un intimidante estado de putrefacción física que basta para demostrar su putrefacción moral. Sólo que, en un detalle que transforma la escena de una "película de Rambo en una de Woody Allen", en palabras de Diego Enrique Osorno, horas más tarde un comando roba de la funeraria el cadáver del Lazca (si acaso es el Lazca). Y así, en un suspiro, lo que hubiese sido anunciado por el presidente Calderón como su último y mayor logro -una proeza equivalente a la ejecución de Bin Laden- deriva en el peor epílogo, a la vez ridículo y cruel, de estos seis años de guerra.

             Y es que en esta ácida trama podrían concentrarse, en une especie de Aleph borgiano, todos los errores y desvaríos provocados por la obsesión por frenar el tráfico de drogas a través de una estrategia puramente militar que hasta ahora se ha cobrado unas cien mil víctimas -cifra escalofriante, propia de una guerra civil. Cien mil cadáveres que, como el del Lazca, el Gobierno ha perdido de vista en su demencial esfuerzo por contener la violencia empleando únicamente la violencia.

            Aunque los datos precisos sobre el Lazca resultan tan contradictorios como su final, sabemos que perteneció a un cuerpo de élite del Ejército y que, apenas unos meses después de ser apostado sobre el terreno, fue cooptado por el Cártel del Golfo. La pregunta, más bien, es otra: ¿y cómo no habría de traicionar a sus empleadores? ¿Y cómo no habrían de hacerlo decenas de compañeros suyos que ganan una centésima parte de lo que podrían obtener por cumplir las mismas funciones sirviendo en el lado oscuro de la fuerza? En una simple lógica de mercado, ¿de verdad piensa el Gobierno que logrará mantener la fidelidad de sus fuerzas por su compromiso cívico? Al volverse contra quienes lo entrenaron como una máquina de muerte, el Lazca no sólo se transformó en un enemigo formidable -una especie de Bourne del mal-, sino en un símbolo, en carne viva, de que la mera perspectiva militar está condenada al fracaso, incluso en términos íntimos.  

            Quiérase aceptar la responsabilidad o no, lo cierto es que los Zetas constituyen la más aberrante deriva del narcotráfico y del necio combate diseñado por frenarlo. Que ex militares y ex policías se pasen al bando de sus enemigos resulta, dadas las condiciones de la lucha, casi inevitable; pero que se conviertan en los villanos más brutales y siniestros de esta siniestra historia habla de que su corrupción acaso esté emparentada con la formación que recibieron. Su salvaje imitación de las técnicas kaibiles -no sólo hay aniquilar a los rivales, sino de torturarlos, decapitarlos y exhibirlos de la manera más cinematográfica, como una suerte de escarmiento adelantado-, es acaso la consecuencia más vil y enloquecida de dividir al mundo en bandos antagónicos e irreconciliables, como ha insinuado el discurso oficial en sus peores momentos.

            La única solución al absurdo conflicto que vivimos radica, como tantas veces se ha dicho, en la despenalización de las drogas. ¿O de verdad alguien puede justificar que los daños causados por la decisión voluntaria de un adulto de abismarse en las drogas es peor que la de una guerra con cien mil muertos, miles de desaparecidos, una erosión social generalizada y la aparición de figuras como el Lazca o su previsible sucesor, más cruento si cabe, el Z-40? Abatir capos, como ha explicado Eduardo Guerrero, genera exultantes notas de prensa -en caso de que no se extravíen sus cadáveres- pero a la postre sólo recrudece la violencia. Lo peor sería no aprender del gigantesco error de este sexenio y, al menos hasta ahora, Enrique Peña Nieto no ha planteado la menor rectificación en los principios que han guiado esta lucha estéril y atrozmente dolorosa. Si ya en el poder Peña Nieto no rectifica, el extraviado cuerpo del Lazca habrá ganado su última batalla desde ultratumba -o dondequiera que esté.

 

twitter: @jvolpi



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21 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Continente salvaje

Si a alguien le queda alguna duda sobre los merecimientos de la Unión Europea para recibir el Premio Nobel de la Paz, se desvanecerá rápidamente con la lectura, e incluso con una hojeada, del libro del historiador británico Keith Lowe que lleva por título Continente salvaje. Apareció a principios de año en inglés y ahora llega en traducción española (Galaxia Gutemberg), con una frase de arranque que no tiene desperdicio: ?Imaginemos un mundo sin instituciones?. Así quedó Europa tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, y así sobrevivió durante tres o cuatro años, en un interregno caótico y hobbesiano, justo antes de que empezara el alumbramiento de las instituciones europeas.

La victoria de los Aliados no fue el final de una pesadilla y el principio de una nueva etapa, sino que hubo un breve aunque peligroso periodo en el que el continente se sumió en el caos, con pillaje, vandalismo, guerras civiles y traslados y expulsiones de poblaciones en un paisaje de ciudades destruidas y de campos y bosques asolados. Faltaban entre 35 y 40 millones de personas, civiles y militares muertos en la guerra. Centenares de ciudades se hallaban en ruinas, con sus cinturones industriales arrasados y sus hinterlands agrícolas yermos. Según Lowe, ?la historia de la posguerra no es por lo tanto una de reconstrucción y rehabilitación, sino de la caída en la anarquía?, en la que las venganzas políticas y personales están al orden del día y el odio ocupa un lugar central en las relaciones sociales.

La UE no fue ni siquiera la única institución nacida de las cenizas de la guerra con méritos en la recuperación de la paz y de las instituciones, aunque, a criterio del Parlamento noruego que otorga el premio, sí la que más lo merece. Tanto la Alianza Atlántica como el Consejo de Europa, ambos de 1949, son algo anteriores al impulso que condujo primero a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1950 y ya en 1957 al Tratado de Roma que instituyó la primera Comunidad Europea de seis miembros; y algo habrán hecho ambas para sacar al continente del salvajismo en que cayó postrado como resultado de la guerra. Pero, ciertamente, la institución más política y vinculada al ciudadano es la UE, que no apareció en sus actuales siglas hasta la entrada en vigor del Tratado de Maastricht en 1993.

De aquella época es el chiste atribuido a Henry Kissinger y desmentido por el propio exsecretario de Estado de que Europa no tenía un número de teléfono adonde llamar en caso de crisis. No lo resolvió Maastricht. Tampoco el reciente Tratado de Lisboa. Ahora, ante el actual overbooking de altos cargos, la UE no tiene ni siquiera alguien auténticamente autorizado para recibir el premio y pronunciar un discurso en su nombre en el que recordar el continente salvaje del que salimos y al que jamás debemos regresar.



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20 de octubre de 2012
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El Boomeran(g)
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