
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Virginia es un estado muy especial. Es territorio fundacional y patria de los padres fundadores. Alcanza a la capital, Washington, en la orilla derecha del Potomac, donde se encuentran el cementerio nacional de Arlington y el edificio gigantesco del Pentágono. Son numerosas las bases militares, aéreas, navales y terrestres que hay en Virginia, desde Norfolk hasta Quantico. Es una circunscripción electoral históricamente propicia para los republicanos, pero en 2008 cayó en manos de Obama. En esta elección es uno de los tres estados decisivos, junto a Ohio y Florida, en los que se juega la presidencia este martes.
El jueves estuve en dos de los tres mítines electorales de Mitt Romney en Florida, justo cuando se clausuraba la tregua decretada oficiosamente por el huracán y sus efectos devastadores. El primero, en las afueras de Richmond, territorio agrario y conservador, y el segundo en Virginia Beach, de población militar nutrida. Uno a mediodía, desangelado y con poca concurrencia, en los pabellones de una feria agrícola y ganadera, y el otro por la noche, con asistencia numerosa y público muy motivado, en un pabellón de espectáculos al aire libre.
En todos funciona el mismo modelo de oficio solemne patriótico con una oración por los héroes militares caídos, el recitado colectivo del juramento de lealtad a la bandera y el himno de Estados Unidos, antes de las arengas políticas. El decorado del primero, un tractor con balas de paja instalados dentro de la sala de actos como un bodegón, y la entrada teatral del autobús del candidato hasta la escalera misma del escenario. El decorado del segundo, menos estudiado y más natural, los F18 que por parejas surcan ruidosamente el escenario del pabellón bajo cielo abierto: es seguro que la organización contaba con ello y le permite a Mitt Romney señalar cuánto le gusta su rugido.
Tres rasgos a destacar de ambos mítines y del espíritu republicano. Sus reuniones son ante todo un acto de orgullo y de afirmación nacional, en el que se levanta los espíritus y se activa el entusiasmo. Los militares ocupan el centro del escenario sentimental de la patria: son los héroes a los que se convoca, se aplaude y se les pide que levanten el brazo para mostrarse en público. Y los emprendedores, los hombres de negocios en la terminología contemporánea, son la figura del éxito para todos los ciudadanos a los que el Gobierno debe favorecer con menos impuestos y menos gasto público.
El multimillonario Romney es la mayor garantía para los negocios, cosa de los emprendedores; mientras que Obama es exactamente lo contrario, la garantía para los subsidiados: el socialismo europeo, según dicen los carteles. Romney quiere más gasto público para los militares y menos gasto social, equilibrar el presupuesto sin subir impuestos. Obama quiere congelar el gasto militar y preservar el bienestar con impuestos a los más ricos.
También hay emprendedores en favor de los demócratas: sin ir más lejos, el multimillonario y alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que apoya a Obama; y subsidiados republicanos: los militares que están en el mítin. No importa, porque además, emprendedores son, según uno de los mitineadores de Virginia Beach, los propios padres fundadores: Jefferson, Madison y Washington. Aquellos emprendedores, sin embargo, contaban con mano de obra de coste cero.