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¿Es posible el cómic de no ficción? La revolución de Joe Sacco

Lo confieso: el mundo de los cómics lo vi siempre desde afuera, con un cierto recelo. En la adolescencia yo me propuse leer ensayos, relatos que se internaban en el corazón de los problemas del mundo, y me interné en las grandes novelas occidentales, que me llevaban a conocer algo más de mí mismo.

En esa época las historietas, como se las llamaba algo despectivamente en Argentina, contaban las aventuras de héroes atestados de músculos que salvaban a damiselas de tetas como globos. Era escapismo, y de baja calidad, pensaba yo sin haberme puesto siquiera a recorrer el canon de los buenos historietistas.

Por eso en 2009, cuando fui por primera vez a la conferencia anual de la Asociación Internacional de Estudios de Periodismo Literario (IALJS) en Inglaterra, me sorprendí mucho cuando en la última sesión la investigadora eslovena Leonora Flis se sentó en la mesa principal y abrió un Power Point con un dibujo realista, típico de los cómics, de esos que tienen rayitas para mostrar texturas más claras o más oscuras.

Su presentación versaba sobre la obra del periodista gráfico maltés Joe Sacco. Sí, muchos me dirán que en 2009 Sacco ya era famoso, y que el uso de los dibujos para hacer periodismo no era ninguna novedad. Pero para mí fue una revelación esto del cómic de no ficción.

De ratones y hombres

Ya había leído Mouse, de Art Spiegelmann, pero la veía como una novela gráfica. Sí, es la historia que le cuenta su padre, sobreviviente de los campos de concentración nazis. Pero los dibujos son de historieta clásica, fabulistas, con los judíos como ratones, los nazis como gatos y los polacos como cerdos. Y si bien contaba un episodio de la Historia, lo hacía desde la experiencia privada con su padre, y desde la posición de hijo que le pregunta por su pasado.

Joe Sacco era distinto: viajaba como un reportero de guerra a los lugares de conflictos, entrevistaba a la gente, se documentaba, tomaba notas… y lo que salía era un gran reportaje, pero en cómic.

El último gran libro de Sacco, que la doctora Flis presentó en ese congreso, era un libraco de más de 400 páginas, producto de una larga estancia en Gaza documentando las penurias de los palestinos y de un formidable trabajo de entrevistas y archivo para relatar la masacre de 1956, cuando muchas familias palestinas perdieron sus casas, sus tierras, su forma de vida.

Sacco toma partido por los palestinos. Pero no romantiza la violencia, y pone en evidencia a los fanáticos religiosos. También entiende y refleja en su obra el miedo de muchos ciudadanos israelíes.

Sus dibujos son de un realismo detallista, sobre todo con los edificios, las calles, la mugre, la pobreza, el hacinamiento. Los cuadritos no son homogéneos: su tamaño, su ubicación y hasta el hecho de ponerlos de lado, torcidos a la derecha o a la izquierda, como si la gente se cayera del cuadro: todo tiene un fin expresivo y una razón periodística.

Dentro de sus dibujos de Joe Sacco, los cuadritos de diálogo y los rectángulos de narración tienen la brevedad y contundencia de los buenos diálogos de cine. Y a diferencia de los personajes musculosos y sonrientes de las historietas de mi infancia, aquí todos son feos. Y el más feo es Sacco mismo, que se dibuja más cabezón, más jorobado y más narigudo que como sale en las fotos. Se empeora, tal vez como una forma de quitarse importancia.

El mundo en cuadritos

El mes pasado, cuando celebré mi medio siglo de vida, mi amiga María Angulo, gran especialista en periodismo literario, me regaló el último libro de Sacco,Reportajes, publicado en 2011. Incluye trabajos para medios como la revistaTime, la Virginia Quarterly Review y la revista francesa XXI. El mundo que muestra es ancho y ajeno, violento y despiadado.

En una crónica gráfica, Sacco se incrusta entre las tropas norteamericanas en Iraq y refleja el horror de esa guerra pero también el dilema de los soldados, muchos de los cuales se unieron al ejército por razones económicas. En otra, relata el horror de las mujeres chechenas. En una más, se interna en polvorientos pueblos de la India más pobre, donde atisba la corrupción de las autoridades y la supervivencia de un sistema inflexible de castas.

El reportaje que más me impresionó es una especie de vuelta a casa. En la pequeña isla de Malta, donde nació, Joe Sacco cuenta lo que pasa en los campamentos de refugiados africanos, los centros de internamiento, las calles llenas de jóvenes subsaharianos que deambulan sin empleo y sin dinero, entre ciudadanos locales que en su mayoría viran entre el miedo y el desprecio.

Hay valentía, hay inteligencia, hay piedad, hay mucho trabajo y mucho corazón en los importantes cómics de no ficción de Joe Sacco.

Nunca más voy a llamar a este arte necesario ‘historieta’.

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http://www.fantagraphics.com/index.php?option=com_content&task=view&id=267&Itemid=82

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6 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Notición

 

El profesor Jaime Martín dice, según agencias, que el vasco viene del dogón, y alega como ejemplo bide (camino), que viene del latín via, y soro (campo), que viene del latín solum.

Un licenciado en filología románica, que no distingue lo que viene del latín, columbra en Malí el origen del vascuence. Si es que lo uno trae lo otro.


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5 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sota, caballo, rey

Lo primero es defenderse. Y quien quiere defenderse y tiene medios busca al mejor abogado que tenga a su alcance. En su ciudad, en la localidad donde está abierta la investigación judicial y en la capital donde residen los órganos centrales del sistema judicial. Sota, caballo, rey: Miquel Roca.

Su bufete tiene oficinas en Barcelona, Palma y Madrid. Cuenta con equipos especializados en todas las ramas del derecho y está asociado al bufete penalista Molins y Silva. El jefe del despacho, que da nombre al negocio, es administrativista de formación, constitucionalista práctico y de primerísimo nivel en los años de la transición y sobre todo mercantilista desde 1996, cuando abrió su bufete después de dos décadas y media largas dedicado a la política.

Miquel Roca es ante todo un infatigable negociador capaz de encontrar una salida a cualquier disputa aparentemente irresoluble. Su verdadera especialidad no es jurídica, sino política, y consiste en resolver los litigios mediante la transacción y el pacto en vez del conflicto y el recurso a los tribunales.

La metáfora que mejor le describe es la de un ingeniero de puentes, canales y caminos. Tiende puentes allí donde no quedan ni vados para cruzar el río, desatasca canales allí donde se han obturado y abre caminos donde ha crecido la maleza: hay pocos personajes de la vida pública española que tenga más práctica en este tipo de actividades en todos los campos de la actividad social, económica y política.

Seguro que la Infanta de España le ha contratado para resolver estrictamente su problema con la justicia. Quiere contar con una defensa propia y diferenciada de la de su marido y quiere resolver pronto y bien su imputación por el juez Castro. Todo se dirigirá a anular el auto en el que se la citó como imputada para que declarara inicialmente el día 27 de abril, fecha que el juez ya ha pospuesto para dar tiempo a la revisión del recurso presentado por la fiscalía.

Será difícil, sin embargo, que la elección de un abogado como Roca no suscite todo tipo de conjeturas, desde quienes la interpretarán como el cierre de filas de los protagonistas de la transición ante la crisis que sufre la institución monárquica hasta quienes la entenderán como una iniciativa para conducir con mano más política y experimentada la estrategia de la casa real ante los numerosos frentes que tiene abiertos, en un momento en que los dos grandes partidos y sus dirigentes se hallan ensimismados en sus dificultades internas y el Gobierno con su presidente a la cabeza tienen ya suficientes problemas como para no desentenderse de las dificultades del Rey.



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5 de abril de 2013
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II. Votar no es suficiente

El promedio de participación electoral en Centroamérica ronda el 70%, contra un 40% o menos en los Estados Unidos. ¿Qué hemos ganado, en fin de cuentas, hasta hoy? Que en la gran mayoría de nuestros países podemos votar con confianza, sin temor a los fraudes. Es una cuenta positiva, pero para defenderla, hay que ponerla en cuestión. No podemos dar por garantizado que no habrá retrocesos. Que las instituciones no sean manipuladas, ni malversadas, ni sujetas a voluntades autoritarias, ni a la corrupción, ni a las influencias del narcotráfico, o lo que es peor, a una mezcla maligna de todo eso.
¿Funciona entonces la democracia en Centroamérica? ¿Son las instituciones suficientemente sólidas? ¿Tenemos garantizada la supervivencia del sistema a largo plazo? ¿Son los jueces independientes del poder político? ¿Existe de verdad la libertad de expresión en todos los países del área? ¿Se puede confiar en la transparencia en el uso de los recursos públicos? ¿Nos hemos librado de la impunidad? ¿Se ha ausentado para siempre el caudillismo? Desgraciadamente no. Las elecciones periódicas no son capaces de responder por sí solas a este conjunto crucial de preguntas. Un sí a todas ellas, significa la plena democracia. Pero aún tenemos varios no pendientes.
Y entre todas esas preguntas, hay aún otra de trascendental importancia: ¿Ha sido capaz en estos años la democracia de generar bienestar?

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5 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Segundas oportunidades: José de la Cuadra, minimalista de las sagas

Tendemos a hacer una fácil equivalencia: las sagas familiares deben desplegarse en novelas muy extensas. Simplemente porque en una gran familia hay patriarcas y/o matriarcas, hermanos y tíos y sobrinos y nietos y demás, los novelistas sienten que hay que contar toda su historia en cientos de páginas. Pero otra saga familiar es posible, como lo sabía el ecuatoriano José de la Cuadra, a quien por suerte no le informaron lo que se esperaba de él; Los Sangurimas (1934), su obra maestra, tiene apenas setenta páginas.

De la Cuadra (1903-1941) pertenecía al Grupo de Guayaquil y era uno de esos bien intencionados escritores que quería dar cuenta de la realidad específica de su región, en este caso enfocándose en el montuvio (campesino de la costa). Los Sangurimas, sin embargo, trascendió el realismo tradicional de los regionalistas, deslizándose fácilmente a registros extraordinarios -en el sentido literal de la palabra--, con ciertos paralelos con Cien años de soledad (el personaje del patriarca, la fundación mítica del pueblo, el tema recurrente del incesto, la temporalidad circular). Nicasio Sangurima es uno de esos seres viriles, machistas, misóginos, hiperviolentos, típicos de la literatura del período. Regenta el latifundio conocido como La Hondura, alejado de los poderes estatales, y lo acompañan sus hijos, trabajadores incansables, abogados de costumbres extrañas, curas alcohólicos, militares que no respetan a nadie. Una de las lecturas de la novela es la forma en que el Estado impone su ley en La Hondura, donde, en la mirada de los periódicos de izquierda, los Sangurima son "gamonales del agro montuvio, de raigambre campesina, peores con el montuvio proletario que los terratenientes citadinos". Un mundo bárbaro que debe perderse para quedar en el fascinado recuerdo de la nación que se construye sobre sus cenizas.  

De la Cuadra intuía que para aprehender la realidad de la región no bastaban los hechos; era necesario incorporar a su novela las "fantasías montuvias", las leyendas que circulaban a través de los relatos orales, la tradición "transmitida de palabra". En esa alianza tensa entre oralidad y escritura, a medida que de la Cuadra va podando su obra y quedándose con pocas páginas destiladas al máximo, Los Sangurimas deja el territorio del tiempo y se instala cómodamente en el mito.   

 

 (El País, 30 de marzo 2013)



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4 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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100

Lo ideal para comenzar este descenso de 100 peldaños es hacerlo tratándolos como si fuesen una obra de ficción. Esto es, abriendo un círculo. Comenzaremos a dibujar la circunferencia que lo limita; para ello "lo mejor será escoger el camino de Galta, recorrerlo de nuevo", con Octavio Paz. El deslumbrante libro al que pertenecen esas palabras, y con las cuales comienza, El Mono gramático, es una inflexión de toda la literatura; es el libro en busca de sí mismo: la narración en él avanza y vuelve, se corta y regresa. Como el famoso soneto de Lope de Vega o los Cantos de Maldoror de Lautréamont, Octavio Paz se lanza de modo sistemático y exento a la metaescritura de una obra autogenerativa. El protagonista, Hanuman, antigua leyenda de la tradición hindú, es según los textos aquel que creó el lenguaje; teje y desteje el camino a Galta, que es el camino del libro. Casi todas las culturas antiguas recogen una leyenda parecida, por la cual un dios lega a los hombres el lenguaje: los egipcios con Toht (ver Platón, Timeo), los fenicios con Oannes, los cristianos con el pasaje del Génesis 2, 19, los persas con los dioses esclavizados por Tehmurasp. La creación es un texto insensato de los dioses, se nos dice. Si para Von Kleist caminar a Postdam era morir, caminar hacia Galta es para Paz gestar, nacer; caminar es leer, porque se descifran los signos de un trozo de mundo. Se crea un universo. La realidad es metáfora, y a la inversa: metáfora de otra metáfora, como entrevieran Demócrito y Neruda. El libro tiene la estructura de la selva que rodea el camino, silva prosificada. Como ella, en sus cambios permanece inmóvil: los árboles (los párrafos) son distintos, pero la selva -la espesura- es la misma. Las hojas (las palabras) diferentes, pero idéntico su efecto. Caminar es irse por las ramas. Irse quedando, regresar, avanzar hacia el fin, hasta saber que no hay fin. El hecho de que Galta exista no significa que ya no exista el principio del camino a Galta. Cabe (se debe) comenzar de nuevo, puesto que hay un principio. Sabemos que hay efecto porque hay causa y viceversa. Podríamos estar dando vueltas así quinientas páginas, extrayendo reflexiones y añadiendo selva; pero no es necesario: el lector comprende ya que la gramática, como dice Paz y antes que él estableció Alfonso Reyes, es la interpretación del mundo. Comprende que él desbroza el camino a Galta de este libro y comienza el suyo; no le sorprende que abramos con "mis gramatiquerías" (Borges) este párrafo y un largo camino de otros muchos, que será a la vez lectura de un mundo y su interpretación. No le cabe ya ninguna duda de que lo que importa, en literatura, es caminar, ya sea escribiendo o leyendo, que son dos zapatos distintos con los que dar los mismos pasos. El camino: el paseo. Como el paseo de Robert Walser, como la rosa de Silesius: pasear, escribir. Son sin por qué.



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4 de abril de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El árbol que estropea el cuadro

El pintor Philipp Ernst, que se ganaba la vida como profesor en la escuela de sordomudos ‘An der Synagoge’ en Brühl, fue padre del renombrado Max Ernst, a quien retrató, a los cinco años de edad, conforme a su ideal de estricto católico: dentro de una mandorla, vestido de Niño Jesús, con rizos y en pie sobre una nube, sujetando una cruz en la mano izquierda, mientras soltaba una bendición con la derecha.
 
Parece que luego el Niño Jesús se salió de la mandorla y se hizo dadaísta. No siempre los desvelos del artista por idealizar la realidad tienen luego la merecida continuación, la gente ingrata se mueve y se sale del cuadro. Si Max Ernst se hubiera muerto, pongamos de escarlatina, a los seis añitos, habría quedado ideal, pero vivió, se hizo artista y acabó por disgustar a su padre. Y es que las leyes, con su escasez de idealismo, prohiben matar a un hijo, aunque sea previsible dadaísta y se proceda a su ejecución con el noble fin de que no desmienta jamás la idealidad del retrato que le ha cometido su padre.
 
Una vez pintó Philipp Ernst un cuadro precioso que recogía con ideal fidelidad la vista del jardín desde su ventana. Como había un árbol que estropeaba el conjunto y vulgarizaba el paisaje, lo omitió hábilmente. Pero un artista magnánimo como él no pudo dejar de sufrir terribles remordimientos por semejante delito de lesa majestad contra el realismo. Una noche en que los remordimientos eran especialmente fastidiosos a causa de la luna llena que iluminaba el jardín con el dichoso árbol fuera de ordenación, el artista se levantó y cortó el árbol.
 
No es comparable, desde luego, que un maderista tale un árbol con vulgares propósitos de compraventa, y que lo haga un artista movido por su entrega al arte.
 
Es preciso comprender que hay un cuadro ideal de por medio. Es como ese millar escaso de árboles que los artistas idealizantes han talado del lindo cuadro de la vasquidad irredenta. Los clerizontes de la causa predican ahora que fueron talas artísticas que perseguían una perfección revolucionaria, no se pueden comparar con las talas vulgares. Desde luego, en este campeonato de limpias ideales, los leñadores vascos quedan muy por debajo de los islamistas suicidas, y no les llegan ni al cinturón explosivo. De modo que, dentro del género de las talas evitables sólo con que esos árboles se hubieran ido de nuestro cuadro, tenemos una categoría vasca, que es la tala política con huida del leñador idealista ma non troppo, y una islamista, superior cómo no, donde el artista no huye y se hace astillas a una con el arbolado infiel, lo cual es idealismo de primera clase. Así tendríamos tres categorías de talas, las religiosas, las políticas, y las corrientes, citadas en orden decreciente de idealismo y entrega generosa del leñador.
 
Se sigue de la preceptiva vasca idealista y revolucionaria que los muertos de la Torres Gemelas, por ejemplo, alcanzarían la categoría de víctimas religiosas, mientras los de Hipercord se quedarían en víctimas políticas, que si bien es algo de menos ringorrango, nunca será tan vulgar como las víctimas corrientes que mata un cualquiera sin ideales políticos ni religiosos. Así que reconozcamos que el clero explicador abertzale, al honrar el idealismo de sus leñadores, concede indirectamente cierta categoría, aunque sea vil, a los árboles que le estropeaban el cuadro.


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4 de abril de 2013
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