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Apostillas a ‘Cántico’

Por 17 de abril de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

 Tengo ante los ojos mis ‘grafitti’ del grupo Cántico. La cosa sucedió entre 1966 y 1969, tiempo, como se sabe, muy dado a las pintadas. Llevaba un curso en Madrid estudiando en la Complutense, y había descubierto la existencia de esos oscuros pero radiantes poetas cordobeses gracias a Pedro Gimferrer, amigo recién hecho y muy adelantado a su época, que era más o menos la mía; Vicente Aleixandre, a quien había empezado a visitar un año antes, aseveraba la importancia de la revista y sus hacedores, muy devotos por cierto, como yo lo era y lo he sido siempre, de la poesía ‘aleixandrina’. Así que me lancé a la calle, y no siendo difícil encontrar en las librerías del centro los pequeños pero elegantes volúmenes de las colecciones Adonais y Ágora, fui comprando ‘Antiguo muchacho’ y ‘Óleo’ de García Baena (‘Junio’, y es para mí un tesoro, me lo regaló también por entonces Carlos Bousoño, pues lo había recibido por duplicado, y en los dos casos con la dedicatoria admirativa de Pablo), ‘Una voz cualquiera’ de Juan Bernier, ‘El aire que no vuelve’ y ‘Los silencios’ de Julio Aumente, ‘Los días terrestres’ de Vicente Núñez, todos pagados a doce o catorce pesetas; tuve asimismo ‘Corimbo’ de Ricardo Molina, que se llevó de mi casa un poeta cleptómano y hube de reponerlo, primero con la excelente antología que preparó Mariano Roldán para Plaza & Janés y más tarde con los dos volúmenes de la obra completa ‘moliniana’. El indicio del gran impacto que esos libros de los años 50 produjeron en mí son las huellas dactilares y los subrayados a lápiz y a bolígrafo que dejé en tantas de sus páginas y de sus versos, en los que el catolicismo y la sensualidad homoerótica lograban maridarse, en un matrimonio que no parece que fuese blanco.

     Pongo ejemplos. Leí antes que a Eliot el portentoso poema ‘Carta de una dama’, en el que Núñez glosa y se reencarna en un verso del autor de ‘La tierra baldía’; las páginas 50 y 51 de mi ejemplar de Rialp son hoy un palimpsesto de interjecciones y superlativos. El ‘Poema de la gente importante’ de Bernier, de su citado libro (1959), me pareció el modelo moderno y disoluto de hacer poesía social: "Cuando el periódico en grandes letras anunció que el Jefe del Estado venía, / eran gente importante. / Nos afeitábamos, nos lavábamos y usábamos de los trajes oscuros. / Lo mismo que en la misa que el obispo ofició. / Sí. Nos vestíamos con el más oscuro de nuestros trajes, / usábamos de la colonia y de los "Chester" y éramos gente importante. / Pero cuando queríamos vivir, nos desnudábamos e íbamos al río, / nos poníamos los pantalones rotos y la camisa vieja […] Y cuando queríamos gozar, nos desnudábamos enteramente / y fundíamos nuestros besos, nuestra carne y nuestro sexo, / sin ser hombres importantes".

    ‘Bajo la dulce lámpara’, como ‘Casida’ ("Ay, no se puede ser desgraciado bajo las palmeras"), ‘Amantes’ o ‘Junio’ son sólo algunos de los títulos memorables de García Baena, uno de los grandes poetas del siglo XX; no quiero ni contar la cantidad de signos de entusiasmo inscritos a mano en mi ejemplar de ‘Óleo’ bordeando el poema ‘Palacio del cinematógrafo’, que después de cuarenta años de relectura aún no sé si es un hondo tratado sobre la espera amorosa, una historia abreviada del cine romántico o una incitación a llevar a cabo ante la gran pantalla actos más convulsivos que los preconizados por Breton y Vaché. Respecto a Molina, y por encima de la empatía onomástica, me deslumbró en ‘Corimbo’ y en su anterior ‘Elegías de Sandua’ (1948), que leí después, la máquina perfecta del verso y el don de no perder la gravedad en el desnudo, en la clandestinidad, en la risa (¿qué pensaría Juan Ramón de la broma criptogay sobre él en la Elegía XII?). Y este estupendo epitafio que se escribe a sí mismo en la XIII: "Y otros dirán tal vez: "Amaba sólo el cuerpo. / Era un materialista. / Sus Elegías son poco recomendables. / Muchas podrían tacharse incluso de inmorales."

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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