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Eder. Óleo de Irene Gracia

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85. Obras son amores

"Terminado el poema (...) comprende con estupor que él no es un poeta menor. Otro hubiera seguido investigando, pero Leprince carece de curiosidad sobre sí mismo y quema el poema"; Roberto Bolaño. / En Hambre, de Hamsun, el protagonista termina su obra de teatro para poder romperla; en De Madrid al cielo, de Ismael Grasa, un guitarrista gasta su último dinero en una guitarra para destrozarla. / "Törless sacó del cajón todos los intentos poéticos que había hecho (...) Se sentó con ellos junto al hogar y permaneció solo y sin que nadie lo viera, detrás del gran biombo. Hojeaba un cuadernillo tras otro, luego lo rompía lentamente y, saboreando una y otra vez la fina conmoción de la despedida, lo arrojaba al fuego. Quería dejar detrás de sí todo lastre anterior"; Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless / "Metió sus trebejos en lejía, contrató a dos mozos para que desmontaran el cuadro de la pared y lo colocaran en el patio (...) y roció el lienzo con queroseno (...) luego aplicó una cerilla con mimo, y muy lentamente, igual que en esas cintas de celuloide maltratadas por el uso y por los años, cada uno de los rostros se fue quemando. -He prendido fuego a mi tiempo -dijo antes de encerrarse en su estudio", Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor / "Cuando quema cuadros, es evidente por qué. Miró arroja a las llamas sus propias pinturas, las suyas. (...) No nos enfrentamos a unos escombros, sino a otra pintura, más violenta y más desgarrada, que integra el acto de destrucción por medio del fuego en el trabajo de las manos y en el pensamiento contradictorio del pintor"; Jacques Dupin, Joan Miró o el asesinato de la pintura. / "me hubiera gustado conocer a Manuel Pilares, un buen escritor bohemio que arrojó sus cuentos a la taza de un inodoro", Antonio Martínez Sarrión, Jazz y días de lluvia / "Tolstoi, en sus últimos años, maldijo el arte, se burló de sí mismo y de todo genio, acusándose a sí mismo y a los demás de todo lo demoníaco, de soberbia (...) Gogol quemó la continuación de Almas muertas. Kleist quemó el Robert Guiscard, y luego se consideró fracasado y se suicidó. (...) ¡Y qué significa la renuncia silenciosa de Grillparzer y de Mörike a seguir trabajando! (...) ¿Y la huida de Brentano al seno de la Iglesia, su retractación, su renuncia a todo lo bello que había escrito? Y todas esas retractaciones, los suicidios, el enmudecimiento, la locura, el callar sobre el callar por el sentimiento de empecatamiento, la culpa metafísica, o la culpa humana, culpa en la sociedad por indiferencia, por defecto. (...) En nuestro siglo me parece que esas caídas en el silencio, los motivos para ello y para el retorno desde el silencio, son de mayor importancia para la comprensión de las realizaciones lingüísticas que las preceden o siguen porque la situación se ha agudizado"; Ingeborg Bachmann, Problemas de la literatura contemporánea.



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21 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Perorata del apestado

Decidido a mostrarse impecable -e implacable-, Luis Bárcenas luce el mismo traje gris rata que lo distinguió en sus anteriores comparecencias y, gracias a un permiso especial, usa la corbata que le ha prestado su abogado a fin de conseguir una apariencia más elegante, más decente. Según reportan testigos presentes en la sala, a lo largo de tres horas y media el imputado ni siquiera se detiene a beber un sorbo de agua, como si no pudiese dejar de hablar, azotado por una repentina verborrea, o como si toda la furia que ha acumulado en las últimas semanas en la prisión de Soto del Real sólo pudiera drenarse mediante este testimonio que es, por encima de todo, una quema de naves.

            Ni qué dudarlo: Barcenas se siente traicionado por sus antiguos compañeros de Partido, esos líderes a los que con tanta energía contribuyó a aupar al poder, y ahora no está dispuesto a servirles como vulgar chivo expiatorio. "Si caigo", parece murmurar entre dientes conforme desgrana los detalles de la contabilidad paralela que llevaba como tesorero del Partido Popular, "todos vosotros caeréis conmigo". Por ello apenas respira -si bien, como viejo lobo que es, no deja de intercalar pausas y silencios, reservándose información preciosa para vistas ulteriores- y se regodea al pronunciar los nombres de sus antiguos jefes: el de la secretaria María Dolores de Cospedal y, sobre todo, el del presidente del Gobierno, el impasible Mariano Rajoy.

            Sinuoso y viperino, Bárcenas reconoce, tras haberlo negado cínicamente en el pasado -incluso llegó a forzar su escritura para una prueba caligráfica-, que las notas manuscritas publicadas semanas atrás por El País en efecto son de su autoría y no sólo prueban la existencia de una "contabilidad b" del Partido, sino los sobresueldos que le pagaba a un sinfín de dirigentes populares, incluidos Cospedal y Rajoy, en billetes de 500 euros, sin que éstos tuviesen que firmar recibo alguno. Además, también confirma que los mensajes de texto revelados por El Mundo son auténticos y muestran como Rajoy se mantuvo en contacto con él y su familia incluso cuando ya había sido indiciado. Culminada su comparecencia -su monólogo shakespeareano, más plagado de amenazas que de pruebas-, pide volver a su celda en Soto del Real para seguir rumiando su vendetta

            En medio de la avalancha de casos de corrupción que han salido a la luz tras la quiebra española de los últimos años -del caso Gürtel, en el que también estuvo implicado el extesorero del PP, a Iñaki Undagarín, el yerno del rey, pasando por decenas de empresarios, políticos y banqueros-, el affaire Bárcenas debería ser visto, más que como un colofón o un extremo, como la constatación de una desoladora normalidad. Del mismo modo que las declaraciones de Edward Snowden no hicieron sino reafirmar nuestras sospechas sobre la capacidad de Estados Unidos para intervenir todas las comunicaciones del planeta, la ordalía de Bárcenas certifica la colusión de los intereses económicos y políticos que prevalece entre nuestras élites -en especial, vaya a saberse por qué, en las naciones de origen latino. La corrupción, pues, no como una práctica excéntrica o una lacra propia de nuestras impacientes sociedades, sino como la regla que impera por doquier en un modelo en el que prevalece un pacto de silencio entre los políticos, sin importar el partido en el que militen, al margen del interés público.

En este esquema, la Italia de Berlusconi o la España de Rajoy, que tanta vergüenza han hecho caer sobre Europa, otra vez no resultan rarezas aborrecibles, sino modelos habituales en las ostentosas democracias de nuestro tiempo. El que los innumerables escándalos de Il Cavaliere apenas hayan disminuido su cosecha de votos y el que, culminados los desplantes de Bárcenas, los españoles muy probablemente volverían a votar al Partido Popular si se llegasen a convocar elecciones anticipadas, demuestra que la corrupción se haya en el centro mismo de nuestro sistema y que su desvelamiento no sirve más que para desatar una indignación tan pasajera como inocua.

Frente a este estado de cosas, uno entiende mejor la rabia o la amargura de figuras como Bárcenas -o Iñaki Undagarín, o Elba Esther Gordillo, o Andrés Granier-, puesto que a sus ojos no hicieron más que preservar las reglas del juego, igual que sus nuevos detractores e inquisidores. Contaminadas por la avaricia propia del capitalismo avanzado, nuestras democracias necesitan de chivos expiatorios que hagan pensar a los ciudadanos que los bandidos incrustados en su seno son una perversa minoría, pero éstos han de ser elegidos con cuidado: histriones que, a cambio de promesas o amenazas, estén dispuestos a respetar la omertà y a no denunciar a sus antiguos patrones. Para desgracia del PP en España, el airado Bárcenas parece ser de los pocos que han optado por no hundirse solos.

 

Twitter: @jvolpi

 



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21 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Qué país, Miquelarena

Un amigo ha tenido la amabilidad de hacerme llegar la primera reseña de ‘especialista’ que ha tenido mi libro Ninguno es mi nombre, se trata la escrita por Juan Piquero, figurante en el área de filología griega y lingüística indoeuropea de la Complutense, que ha aparecido en el nº 142 de la revista Estudios Clásicos.
 
He pensado que no debía contestar. Lo primero es que este reseñante no sabe leer griego, habilidad exótica y superflua en su profesión, pero que yo absurdamente me empeño en considerar necesaria, cuando uno se pone a juzgar si una inscripción se interpreta o no con propiedad. Y lo segundo, que su cultura en el ramo es de nivel Maribel. Pero mi amigo insiste en que siquiera le explique a él en qué se columpia el presunto especialista, y añade que debo vencer mi pereza para hacer saber mi posición a los aficionados de buena fe.
 
Seguramente tiene razón, de modo que voy a intentar replicar a las ignorancias de mayor bulto. 
 
Sostiene Piquero que parto de una manipulación del pasaje de Diógenes Laercio (1.38) que habla de “otro Tales muy antiguo”. Un verdadero especialista, o al menos un merecedor de la beca ministerial, sabría que Laercio se refiere en ese pasaje a Taletas (variante dórica de Tales, o sea, se trata de un caso semejante a que alguien llamado Juan se haga llamar Joan cuando emigra a Cataluña) de Gortina, legislador, músico y poeta nacido en dicha polis cretense poco antes de mediados del siglo VII a. C. Este Taletas es el mismo al que Aristóteles atribuye la introducción de la homosexualidad legislada, por medio de Licurgo, en Atenas, y el mismo del que habla Platón en República (X, 599-600). De hecho, alguien que sepa griego clásico notará que Platón y otros autores citan a Tales tanto en la variante dórica como en la jónica, lo cual constituye un indicio, quizá débil, pero sin duda llamativo, de que en realidad se trataba de un solo personaje. Que Taletas de Gortina y Tales de Mileto fueron la misma persona es, desde luego, una deducción mía que, como otras, se verá confirmada en el caso de haya vida inteligente entre los helenistas de las generaciones venideras. 
 
Mi propuesta de lectura del pasaje laerciano donde se habla de cómo Tales llegó a Mileto (22) es que donde dice “ekpesonti phoinikes” ("expulsado fenicio", que si bien se mira es un sinsentido) se contemple la hipótesis de trabajo de “ekpesonti phoinikistes” (depuesto de fenecista). Como se ve, propongo otra acepción, otro matiz, si se prefiere, del mismo verbo; en cambio, sugiero que hubo de tratarse de otro sustantivo, porque ya muchísimo antes de Diógenes Laercio, en la época de Heródoto, "phoinikistes" era un arcaísmo que nadie entendía y se había asimilado a "phoinikes". Me parece, quizá ingenuamente, que eso no ha de llamarse manipulación, sino sencillamente propuesta o hipótesis de trabajo.
 
Piquero ignora por completo que la cuestión del malentendido sobre phoinikistes (que significa fenicista, o sea, hacedor de signos fenicios, o sea, escriba y alto cargo legislativo, sagrado y profano en las poleis de la antigüedad) en la Anábasis fue observada hace tiempo, aunque he sido yo quien la ha resuelto. Me permito citar —¿para qué modestia in dürftiger Zeit?—  la felicitación que me ha hecho llegar el profesor Robert L. Fowler,  catedrático de griego del Department of Classics and Ancient History, School of Humanities, de la universidad de Bristol: Congratulations on your acumen by the way of getting the interpretation of Xen. Anab. 1.2.20 right. The meaning of phoinikistes there is recognised only in the 1996 Supplement to LSJ, and then only with 'perhaps'.
 
Que en la estatuilla de Opíleks pone Opíleks, dame paciencia oh diosa, no vale la pena discutirlo. Podría Piquero haber dicho que la fotografía es poco nítida —es la misma que publicó el equipo de arqueólogos que la desenterró en la acrópolis de Gortina, en los años 50 del pasado siglo— o alguna otra cosilla valerosa, pero es indudable que le irá mejor si no hace blasón de su ignorancia. Bueno, esto último no es indudable. 
 
Los interesados en este punto pueden ver el croquis de la estatuilla que hizo la muy meritoria estudiosa Lilian Hamilton Jeffery en esta página, que fue la que me puso sobre la pista de que los helenistas andaban ciertamente ayunos este punto capital.
 
¿Qué más? Me parece excesivo, incluso habida cuenta de la ignaridad satisfecha que ostenta el reseñante, tener que explicar que idesthai  se emplea como aoristo de orao. En todo caso, dirigiéndome ahora a verdaderos interesados, recomiendo leer la tesis de Valentina Garulli “Il Peri Poieton di Lobone di Argo. Eikasmos Studi 10. Bologna: Pàtron Editore 2004” donde se trata del epigrama dórico que yo atribuyo a Tales, para hacerse una idea de dónde estaba la posición de los auténticos estudiosos del asunto, y hasta qué punto mi propuesta resuelve la cuestión.
 
Naturalmente, mi libro contiene suposiciones y conclusiones más o menos problemáticas, pero creo que está claro para el lector inteligente, no importa que sea profano en griego y en cuestiones homéricas, que la autoría de la Odisea —que desde el punto de vista dialectológico se percibe como poema dórico jonificado— por Tales es algo que deberá tenerse seriamente en cuenta.
 
Ya me gustaría tener oponentes de más talla, pero es lo que hay, amigos.


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20 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La quiniela del poder

Todos sabemos que el siglo XXI es cosa de dos. Todavía sabemos poco, en cambio, cómo se sintetizarán en una fórmula feliz la disputa y la distribución del poder mundial actualmente en curso. Los grandes gurús de las relaciones internacionales llevan años intentando dar con ella, con éxito hasta ahora limitado y, sobre todo, sin que nadie consiga imponerse: Niall Ferguson inventó la Chimérica, síntesis de China y América y antecedente del G2, reducción esta del G20 y del G8 a las dos potencias que de verdad cuentan. Ian Bremmer acuño la idea de G-Cero y Charles Kupchan la de un mundo de nadie, que Moisés Naïm ha descrito como el del final del poder.

Aunque no hemos dado con el nombre de la cosa, es decir, la denominación de la disputa por las hegemonías tal como ya funcionan actualmente, sí sabemos que se parece a la liga española de fútbol: juegan muchos equipos, siempre hay posibilidades abiertas, pero al final todo se reduce a la competición entre el Madrid y el Barça, que en el caso de la liga del poder global son China y Estados Unidos.

Esta percepción ya aceptada y conocida por el gran público acaba de obtener un aval y a la vez una pormenorizada explicación gracias a una macroencuesta realizada por el prestigioso Pew Research Center en 39 países, que ha preguntado a una muestra global de 37.653 personas entre marzo y mayo de 2013, por cierto, justo antes del caso Snowden. E E UU bate a China en opiniones favorables por un 63% a favor del primero frente a 50% del segundo. También son mayoría los que prefieren a EE UU en vez de China como socio y que consideran que la primera potencia tiene más en cuenta que la segunda los intereses específicos de cada país. Y donde EE UU derrota ampliamente a China, por 70 a 36 %, es en el respeto de las libertades individuales.

La macroencuesta también levanta un mapa preciso de las tensiones mundiales. China bate a EE UU en Rusia y Grecia, países árabes e islámicos, incluidos los asiáticos y Nigeria, y eje bolivariano, pero EE UU arrasa en Europa, Israel, Asia oriental, resto de Latinoamérica y África. Y Obama registra una buena valoración, a pesar de su caída de imagen y del pésimo concepto que suscita el uso de los drones para combatir el terrorismo.

Aunque EE UU va en cabeza de la liga global, la quiniela de la opinión mundial apuesta por una reversión no muy lejana en cabeza de la clasificación, de forma que será finalmente China quien se llevará la palma. El cambio de percepción empezó con la crisis de 2008, cuando un 47% de la opinión mundial creía que EE UU dirigía la economía mundial, seis puntos por encima del actual porcentaje, frente al 20% que entonces citaba a China como nuevo líder, 14 puntos por debajo de la actual valoración.



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20 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Diez años sin el detective salvaje

Dicen que la traducción al inglés de Nocturno de Chile -el debut de Roberto Bolaño en el mundo literario anglosajón- pasó prácticamente desapercibida el año de su publicación (2003): vendió menos de mil ejemplares en Inglaterra. Tres años después, Bolaño fue publicado en los Estados Unidos, y antes del fin de la década todo había cambiado: el New York Times eligió primero a Los detectives salvajes (2007) y después (2008) a 2666 como libros del año, con elogios desmedidos del establishment cultural norteamericano. Bolaño creció con tanta rapidez que ya nadie recuerda que hubo un momento en que los editores dudaban de si valía la pena traducirlo. Hoy, a diez años de su muerte, está en todas partes: el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona ha inaugurado la exposición del Archivo Bolaño, y hay congresos dedicados a explorar su obra en Santiago, Warwick y muchos otros lugares.

La construcción del mito ha sido tan feroz a lo largo de estos años que ha terminado por saturar a muchos: después de tanto culto hay autores de las nuevas generaciones que pregonan la necesidad de buscar influencias tutelares en otras partes, y han aparecido los críticos -sobre todo fuera del mundo cultural hispanoamericano- que se han preguntado si era necesaria la publicación de obras póstumas menores (en The New Republic, Sam Carter ha escrito que esas obras hacen que su legado se resienta y su reputación disminuya). Aun así, son más quienes lo defienden ciegamente y consideran intocable cada uno de sus párrafos y su actitud ante la vida: no faltan los adolescentes que han llegado a la literatura a partir de la visión romántica de Bolaño, y pululan los que, sin tener la obra (ni el humor ácido) del chileno, usan sus declaraciones como máquinas textuales de guerra y se la pasan disparando a sus contemporáneos.  

Resulta irónico que alguien tan conflictuado en su relación con el mercado se haya convertido en parte clave de aquello que detestaba. Bolaño hubiera sido el primero en indisponerse ante el culto a la personalidad desarrollado en torno a él. La mitificación es buena para la plaza pública pero no contribuye a mantener una obra vigente. Hay que ver cómo llevar las formas narrativas, el lenguaje y la temática de Bolaño a otros espacios, propiciar lecturas capaces de disentir sin por ello dejar de reconocer los grandes logros de un escritor necesario. Más que seguidores incondicionales o detractores absolutos, lo que se necesita son escritores, críticos y lectores capaces de enfrentarse a la obra de Bolaño con el mismo rigor que él exhibía en sus lecturas.   

El efecto Bolaño ha producido curiosidad en otros continentes por ver qué hay después de él en la literatura latinoamericana. Pero no nos engañemos: el verdadero beneficiario de ese efecto es el mismo Bolaño. A la manera de lo que ocurrió un par de décadas atrás con García Márquez y el realismo mágico, sobre todo de cara a otras lenguas, hay un proceso reduccionista que termina por hacer que la literatura latinoamericana sea hoy (casi) sólo Bolaño. Podemos quejarnos, pero es lo que hay. De modo que, hasta que pase ese proceso, celebremos que el autor chileno sea tan central y aprovechemos para leerlo con un poco más de distancia crítica.  

 

(La Tercera, 9 de marzo 2013)

 



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19 de julio de 2013
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La escuela coreana

No hay una escuela coreana de cine, naturalmente. En primer lugar Corea no es uno sino dos países, y del Norte lo ignoramos, cinematográficamente, casi todo. En cuanto a los cineastas del sur, muy prolíficos, los hay para todos los gustos, y gustan mucho en festivales; a España llegan a saltos las películas del género ‘gore', y de un modo constante las del quizá más conocido, Kim Ki-duk. La coincidencia en la cartelera de ‘Stoker', de Park Chan-wook, y de ‘En otro país' de Hong Sang-soo, así como el hecho de haber podido ver fuera la última obra, aún no estrenada aquí, de Kim Ki-duk, ‘Pietà', me mueve a escribir este artículo.

Fui a ver ‘Stoker' engañado por la publicidad y una parte de la crítica; a veces en nuestro país resulta difícil deslindar la una de la otra. Decían que el autor de la llamada ‘Trilogía de la venganza', de la que vi su decepcionante segunda entrega, ‘Oldboy' (2003), había atenuado la sanguinolencia y exploraba ahora el terror sugerido y estilizado de Hitchcock; de hecho, la película se presenta como un ‘remake' muy libre de ‘La sombra de una duda' (1943), y al propio Chan-wook se le llena la boca con el elogio del maestro anglo-americano, a quien debe, confiesa en una entrevista, su conversión en cineasta. Tampoco es muy original en esto; todos procedemos de Hitchcock, y el cine sin el autor de ‘Psicosis' sería un mundo arcaico y más rudimentario. Pero Chan-wook (que en otra entrevista a Jara Fernández en el número del pasado mayo de ‘Caimán Cuadernos de cine' también se reclama portentosamente de la obra de Jean-Pierre Melville) utiliza el nombre del dios ‘Hitch' en vano. ‘Stoker' parte de una sugerente historia de secretos familiares y promesas sicalípticas (las arañas que se adentran en el espacio púbico de la protagonista), pero en cuanto el argumento se desarrolla, a trompicones, y la caligrafía del director nos cansa con su brillante manierismo, nada queda. La película es puro efecto, y se diría que en este traspaso a Hollywood, siguiendo el camino de tantos otros directores asiáticos llamados al Oeste, Chan-wook se ha desfondado, logrando lo que parecían imposibles: que Mathew Goode, el estupendo actor británico que tanto nos sedujo (después de encarnar al joven Gerald Brennan en ‘Al sur de Granada' de Fernando Colomo) en ‘Match Point' de Woody Allen y en ‘Un hombre soltero' (‘A Single Man') de Tom Ford, resulte grotesco, y que una de las grandes intérpretes de todos los tiempos, Nicole Kidman, sólo haga gamberradas ante la cámara, sin duda consciente de que en serio todo sería aún peor. En cuanto a la heroína del film, la también australiana Mia Wasikowska, se trata de alguien cuyo tirón soy incapaz de entender; pertenece a la categoría del actor intenso-misterioso-hueco que más me enerva, y ya haciendo de Alicia en la fallida adaptación del clásico de Carroll por Tim Burton lo dejaba traslucir.

    Mucho más interesante es ‘En otro país', primera película que se estrena en España de un director de culto a quien los críticos más conocedores arriman a Eric Rohmer. Esta vez la conexión tiene su fundamento. Sang-soo es un minimalista irónico, un improvisador locuaz, y, como en Rohmer, detrás de su arquitectura formal tan discursiva y estudiada, se esconde la pura ocurrencia y una buena dosis de azar; el director (y guionista) escribe las secuencias que va a filmar cada día al alba, durante cuatro o cinco horas, rodando después no más de tres o cuatro. En esta película, su penúltima ya, hay variaciones. Está hablada mayoritariamente en inglés por actores franceses y coreanos, aunque la variación esencial es de estructura: la forman tres historias contadas (o escritas ante la cámara) por una joven guionista en apuros económicos, y si bien el pretexto de partida se hace irrelevante y algo cansino, lo que acaba atrayendo al espectador que no abandone el juego ‘marivaudesco' es la repetición del motivo, una francesa caída en Mohang, un feo pueblo costero, y las pequeñas adiciones y repeticiones que jalonan cada episodio. De este modo, las invariantes, el nombre de Anne siempre, el faro del que tanto se habla sin apenas verse, el socorrista seductor a la vez que inconstante, el adulterio, consiguen una ligereza matemática que, a fuerza de tesón, produce un efecto melódico.

    ‘En otro país' se hizo por y para Isabelle Huppert, y sin ella no existiría. La Huppert, de visita en Seul, se declaró admiradora de Sang-soo en un periódico, y aceptó después, al conocerse, rodar en condiciones de bajo presupuesto y limitado tiempo de rodaje este juguete galante al que ella aporta densidad y frescura. La sensación final que saqué es que el film, partiendo del patrón ‘rohmeriano' también establece, en su humor casquivano y su estatismo expresivo, un parentesco con la obra de Aki Kaurismäki.

   Respecto a Kim Ki-duk, se trata de un gran autor cuya obra hemos podido seguir con una regularidad insólita, que a la vez ha permitido comprobar su desigualdad artística. Películas como ‘La isla', ‘Samaritan Girl' o ‘Primavera, verano, otoño, invierno...y primavera' son muestras memorables de su universo cruel y refinado, tan patentemente orgánico como elíptico de intención. ‘Pietà', que ganó contra todo pronóstico el León de Oro en la última ‘mostra' de Venecia, es de una brutalidad a ratos casi insoportable y no está entre los mejores títulos de un director incansable en su producción. ¿Se verá en España, ahora que la distribución del cine de autor corre peligro de muerte?

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19 de julio de 2013
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II. Los mondongos del rio Congo

En sopa es la única forma de disfrutar del mondongo en Nicaragua, como ocurre en otros lugares de América Latina y el Caribe, tal el caso de República Dominicana, Colombia, México, Costa Rica o Venezuela; y de otras maneras diferentes como en Perú, Argentina y Uruguay, pero en todos los casos se reconoce como un plato de esclavos africanos. Los mondongo, procedentes de la cuenca del río Congo, fueron llevados como esclavos a México y Haití, entre otros lugares de América.
Mondongo es todo lo que compone el estómago de los rumiantes: la panza o rumen; el bonete o retículo; el librillo u omaso; y el cuajar o abomaso, también pretina, a los que en nuestra clásica sopa de mondongo se agregan las patas y las manos de la res, que le prestan sustancia por su consistencia gelatinosa.
El secreto de un buen mondongo, dicen los sabedores, está en lavarlo con naranja agria y limón, pero no lo suficiente para que pierda por completo el tufito a boñiga. Lavado con detergente, como lo compraba yo en mis años de Berlín, se vuelve una herejía. Limpiado de pellejos y gorduras, se le pone una noche antes en agua, otra vez con naranja agria, limón, y sal para dejarlo así reposar hasta el alba, cuando se corta en trozos.

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19 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Leer a Javier Marías

La narrativa de Marías ha terminado por construir a su lector.

De pronto, nos hallamos en situaciones narrativas,observando con raro deleite la intrincada urdimbre donde reconocemos nuestro rostro, esa imagen del ser, en otra mañana, esa definición de este tiempo que busca ser leído como historia para ser tolerado como relato.  Javier Marías ha ampliado el campo de la mirada del lector, haciéndole ver - basta con el rabillo del ojo -, la célula narrativa de la que, al volver otra página, uno es capaz de formar parte. Es por ello que para devolverle la palabra, o la mirada, este coloquio se ha impuesto como una reflexión a medio camino: sobre aspectos de su obra pero también sobre el proceso íntimo de su lectura.

 

Detonante de este encuentro ha sido el libro de Heike Scharm (“El tiempo y el ser en Javier Marías, El ciclo de Oxford a la luz de Bergson y Heidegger”, publicado este año por Rodopi). Heike es alemana y norteamericana, graduada en francés y doctorada en español en mi Universidad, la de Brown, con una tesis sobre el tiempo bergsoniano y el ser heidegeriano en el Ciclo inglés, el de Oxford, de Marías. Por tanto, la precisión “a la luz” no es casual, aunque también podría haber sido “al claroscuro”-- tratándose del ver, que es el pensar, que va a dar a la novela. (Sobre esta poética de la mirada desencadenante he adelantado una nota a propósito de los cuentos de Marías en una entrada anterior de esta bitácora).

 

Para empezar esta encrucijada trasatlántica, contamos con Elide Pittarello, catedrática de la Universidad "Ca Foscari" de Venecia, a cuya inteligencia gentil debemos algunos de los primeros estudios de calado de la narrativa de Marías.  Enseguida, le tocará el turno a Jordi Gracia, catedrático de  la Universidad de Barcelona, y analista puntual de Marías, sobre cuyas novelas ha dejado vivo testimonio de lector mediterráneo. Continúa Heike Scharm, profesora de South Florida University,  con un resumen de su tesis meditativa.  Y para completar la figura contamos con Juan Luis Cebrián, de la RAE y El País, cuya apuesta por los trabajos de Marías es de larga data.

 

Al proponer a estos colegas reunirnos en Madrid para esta conversación, partía yo de una hipótesis: la obra de Javier Marías ha crecido en nuestras vidas y preguntarnos por su lectura es interrogar el sistema nervioso que todavía enciende a nuestra cultura.  No en vano sus novelas nos dicen que nos debemos a nuestra capacidad de esclarecimiento.

 

Tengo que confesarles que leyendo un tomo de esta saga he tenido la inquietante impresión de que si no leía hasta el final, cualquier cosa podría pasarle al personaje.  Su suerte, me pareció entender, dependía de mi lectura, y debía por tanto acompañarlo en su plazo episódico para que el ser sea y el tiempo no cese. Persona o personaje, uno y otro nos debemos a la suerte imprevisible de nuestra lectura. Después he entendido que nos retiene en estos libros su pasión de certidumbre, esa extraordinara convicción de que la mayor certeza se debe a la incertidumbre.

 

Hace cosa de 30 años, cuando yo era un joven profesor en la Universidad de Texas en Austin, nos visitó el más joven Javier Marías, que pasaba un semestre en Wellesly College. Me contó la historia que Uds. ya conocen sobre la sociedad de lectores del raro Arthur Machen, según la cual en Londres compró Javier un libro de Machen y a poco lo visitó un señor que se identificó como miembro de esa asociación y le pidió venderle el tomo que acababa de comprar porque, dijo, la sociedad estaba dedicada a recobrar todos los ejemplares de Machen para que nadie los leyera.  Sospecho que había en ello una amenaza, y Javier devolvió el tomo. Pero como en todo lo de Marías, hay otra vuelta de tuerca que prologa la ficción. Resulta que mi amigo el  escritor peruano Luis Loayza, experto él mismo en el arte de desaparecer, acababa de traducir dos novelas de Machen que publicó Alianza, con lo cual, alarmado por su seguridad, le alerté de la parábola de Javier, con la inobjetable explicación de que si comprar un libro de Machen era peligroso, multiplicarlo en una traducción, era casi un suicidio. Me temo que la alarma contribuyera a que Loayza dejara Ginebra y se mudara a París.

 

Javier Marías hará, si le apetece, algunos comentarios, y tendremos, si les parece, una sesión de preguntas y respuestas. Gracias son debidas al Instituto Cervantes por acogernos en esta espléndida sala; a los participantes,  aquí por amor al arte del diálogo; y a Uds. por estar en esta su casa.

 

(Presentación del coloquio "Una celebración de la lectura de Javier Marías" organizado por el Proyecto Transatlántico de la Universidad de Brown en colaboración con el Instituto Cervantes. Madrid, 16 de julio, 2013)

                        

 



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19 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Boicot a Israel?

No hay que leer este artículo hasta el final para dar con la respuesta. Rotundamente: no hay que boicotear a Israel. Y no debe hacerlo, sobre todo, quien desee la creación de un Estado palestino, que viva en paz y seguridad junto al Estado judío, plenamente reconocido por todos sus vecinos.

La campaña denominada BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), lanzada hace ocho años por más de 170 organizaciones civiles palestinas para presionar en favor del retorno de los refugiados palestinos y por la plena igualdad de derechos entre árabes y judíos, complace a los más radicalizados de ambos bandos, a los palestinos que rechazan la existencia de Israel y a los israelíes que rechazan la existencia del Estado palestino.

Hay muchos argumentos para combatir el boicot a Israel. ¿A cuántos países habría que someter a boicot por incumplimientos probados o presuntos de la legislación internacional y de las convenciones sobre derechos humanos? La mejor explicación sobre los orígenes de la campaña es también un argumento sobre su escasa legitimidad moral: en cierta forma ha venido a sustituir la acción bélica y terrorista, que tenía como objetivo destruir Israel, por una actividad militante pacífica que persigue idénticos fines. La Comisión Europea no está para hacer boicot alguno al Estado de Israel, sino para actuar como guardiana de los tratados y ejecutora de las decisiones del Consejo y el Parlamento Europeo. Con esos títulos acaba de aprobar unas directrices sobre la adjudicación de subvenciones, becas y ayudas financieras a instituciones israelíes que excluye a las entidades radicadas en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania y que ha sido recibido en Israel como si fuera parte de la campaña BDS.

Las directrices se aplicarán a partir del 1 de enero, pero solo afectarán a las ayudas que salgan del presupuesto europeo y que puedan otorgar la Comisión Europea, las agencias ejecutivas de la UE o cualquier otra entidad con autoridad para aplicar el presupuesto. En nada obligarán a los Estados socios, ni a sus autoridades fiscales y aduaneras ni mucho menos a las empresas públicas o privadas.

Pero son sin duda un precedente, en realidad la primera ocasión en que la UE pasa de las palabras a los hechos, puesto que obligará a quienes quieran obtener algún tipo de ayuda a firmar una declaración por la que se comprometen a cumplir con las directrices, a riesgo de someterse a un procedimiento y a una sanción. Nunca hasta ahora la UE había trasladado su rechazo a la ocupación de Gaza y Cisjordania a sus políticas presupuestarias o comerciales. El intenso comercio entre la UE e Israel, incluidos los territorios, no es objeto de control alguno sobre su origen por parte de las autoridades europeas, de forma que buena parte de la producción de los colonos recibe el trato preferencial concedido por Bruselas a Israel sin que sean de aplicación las restricciones que deberían desprender de la legislación europea.

Las directrices han sido redactadas pensando, sobre todo, en el programa marco de investigación de la UE para los próximos siete años, denominado Horizonte 2020. Israel se benefició con 750 millones de euros del anterior programa plurianual, entre 2007 a 2013, que fueron a parar a 1.900 proyectos de investigación, y recogieron el 1'5 por ciento del conjunto de inversiones europeas en investigación.

Las directrices no son un capricho de la Comisión, sino que responden a posiciones de los Estados miembros y del Parlamento, así como a los cambios producidos sobre el territorio. Desde la aprobación en 2005 del anterior programa marco, Israel ha creado y reconocido la Universidad de Ariel (14.000 estudiantes) en la colonia de Kedumim, de forma que a partir de ahora no podía haber duda alguna de que el dinero de los presupuestos europeos iría directamente a una universidad de los colonos en los territorios ilegalmente ocupados.

Las directrices han sido acogidas con enorme disgusto por el Gobierno israelí. Su primer ministro Benjamin Netanyahu ha respondido con el disparate de que es Israel y no la comunidad internacional quien determina sus fronteras. Otros han ido más lejos y han blandido de nuevo el espantajo del antisemitismo e incluso del nazismo para atacar a los europeos. Hay una opinión israelí, en cambio, que considera esta toma de posición europea como una señal de esperanza. Intelectuales como Amos Oz, Abraham Yehoshua, David Grossman o Shlomo Ben Ami, o el judío estadounidense Peter Beinart, consideran que hay que aplicar la campaña BDS, pero solo a los territorios ocupados, y no solo por razones de justicia y legalidad internacional, sino ante todo para legitimar la existencia del Estado de Israel y garantizar su futuro como Estado judío y democrático.

No hay que boicotear a Israel. Hay que aplicar con firmeza las directrices de la Comisión Europea que excluyen a los colonos de los territorios ocupados de un trato similar al que reciben los ciudadanos de la UE.



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18 de julio de 2013
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El Boomeran(g)
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