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III. La mecha entre los dientes

En el agua en que se va hervir a fuego bravo la carne del mondongo, por unas tres horas, hasta que quede suave, se pone bastante cebolla picada, y mientras tanto se le va echando achiote y ajo molidos juntos, y al final la sal. Se aparta el caldo que soltó la carne, viendo que no se agrie, y este caldo se echa a la olla de la sopa, y detrás de la carne se añade el repollo trozado, cebolla y chiltomas picadas, y el culantro, y así se deja tres horas más en el fuego de leña.
Tubérculos y otros variados frutos de la tierra van a dar a la olla. Los pedazos de yuca, quequisque, plátano verde, ayote, los chayotes, los elotes, los chilotes, se hierven por aparte, en algo de la sopa, para juntarlos después a la sopa misma, a la que se agrega arroz molido con el fin de espesarla, según unos, y harina, según otros; y todavía yerbabuena, pimienta negra en grano y pimienta en polvo.
En la mesa debe estar el chile congo destripado con cebolla en vinagre, o el gran recipiente de vidrio que es el chilero soberano, madurado al sol, más la tortilla de maíz, recién sacada del comal. Dicen que en las malas mondonguerías, cuando se arrala la sopa de tanto socorrerla con agua, la espesan otra vez con candelas de cebo, que todavía las hay en Nicaragua, como en el siglo diecinueve, con lo que es necesario tener cuidado de no hallarse con una mecha entre los dientes.

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24 de julio de 2013
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Insoportables

La playa, la hamaca irremediablemente azul, un libro y el rumor de las olas que construye consonantes líquidas. Hasta que el megáfono del chiringuito anuncia una master class de zumba, y levanta de la toalla a una veintena de mujeres -ningún hombre- de entre 20 y 70 años dispuestas a mover brazos y caderas al ritmo de “vamos a gozar y bailar como locos en la playa”. Celebro su disfrute con ese baile que a mí me parece zafio, pero ¿por qué someten a sus decibelios a todo aquel que no quiere saber nada del zumba, y mucho menos con los pies en la arena? Avanzar con la bicicleta por un paseo marítimo, a velocidad moderada, sentir la brisa de la tarde, y encontrarte con peatones que testarudamente siguen la línea del carril bici sin cuestionarse -hay señales en el suelo que lo indican- que aquel no es su camino. Es más, cuando les tocas el timbre, hacen aspavientos con las manos. Los padres para quienes los mocos de sus hijos son invisibles, incluso si se los comen. No hay paisaje que cause más desamparo: un pequeño moqueando en la piscina, casi ahogándose en ellos, hasta el extremo de que el instinto te empuja a sonarle ante las narices de sus progenitores, que ríen tan agradecidos como ausentes. Los que dicen guapi con tal despreocupación que acaban contagiándotelo en algún momento. O quienes en lugar de hacer una llamada, hacen una call, o de convocar a un artista lo hacen a un talent; titular es, para ellos, lettering; experiencia, expertise, y sus usuarios son free. También los que repiten sin cesar: monetizar, sinergias, cambio de paradigma. Y las parejas que el uno al otro se llaman papi y mami. ¿Cuándo, cómo y por qué olvidaron sus nombres? Los dependientes excesivamente amables de marcas emocionales que se jactan de tener toda una filosofía de empresa “empática y proactiva”. Esos que te preguntan cómo estás hoy, sonríen con una amigabilidad fuera de lo común e insisten en hacerte la tarjeta de cliente aunque pierdas el avión… los mismos que, al despedirte, temes que te pidan una cita. Las compañías aéreas en las que el espacio para la maleta no tiene por qué coincidir con el de tu asiento, y que, a pesar de tener vacíos algunos compartimentos más cercanos, no permiten que dejes allí tu equipaje porque esos asientos -esplendorosamente libres- cuestan más. Mandarán la tuya a la bodega, ese lugar desconocido que aterroriza a adultos y niños. Me pregunto cuántas veces durante este verano, a pesar de la indolencia, de rozar el aire liviano y casi feliz, diremos: “No lo soporto…”. Probablemente sin conciencia de que nosotros mismos nos hacemos más insoportables, y somos los últimos en enterarnos.

(La Vanguardia)

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24 de julio de 2013
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Barbara Ehrenreich: viaje a la pesadilla americana

Barbara Ehrenreich pertenece a una especie exótica: el intelectual público, comprometido y “liberal” de Estados Unidos. Comparte habitualmente las tribunas de la revista de izquierda The Nation y programas de debate en la televisión pública con colegas de la talla de Gore Vidal, Noam Chomsky o Susan Sontag.

Pero Ehrenreich, doctora en biología por la Universidad Rockefeller, quiere también llegar al gran público. Por eso comenzó combinando esos foros para los ya convencidos con ensayos polémicos en revistas como Time y Vogue y en diarios como The Washington Post y The Wall Street Journal, así como en libros sobre algunos de los temas más candentes de la actualidad. Sus libros más controvertidos son Fear Of Falling (Temor a la caída), sobre la decadencia de la clase media norteamericana, y The Hearts Of Men (Los corazones de los hombres), sobre otra decadencia: la del macho.

Pero fue en los últimos años que Barbara Ehrenreich se volvió realmente popular. Sus dos últimos libros la convirtieron en superventas y adalid de una escuela de periodismo en primera persona, en la estela de George Orwell y Günter Wallraff.

*          *          *

Tras una vida de mucho trabajo pero firmemente anclada en las comodidades de la burguesía, Ehrenreich decidió pasar un año con el sueldo mínimo. Para contarlo, naturalmente. Congeló sus cuentas bancarias, quitó sus títulos universitarios y libros publicados de su CV, y pidió trabajo como cajera, como limpiadora, como mesera. Se hizo pasar por mujer recién divorciada, con poca educación y escasa experiencia laboral para viajar por todo Estados Unidos trabajando en los empleos peor remunerados, sobreviviendo en todos lados de la misma forma que sus compañeras que ganan apenas para alquilar un cuartito y comer comida chatarra.

Nickel & Dimed, traducido al castellano con el nombre de Por cuatro duros, cuenta en escenas precisas y elocuentes las humillaciones cotidianas y las estrategias de supervivencia en un mundo cruel y gris.

Allí nos cuenta, a la manera de Orwell, cómo se trabaja en la cocina de un restaurante y sirviendo mesas en otro, pasando el trapo en casas para una empresa de limpieza o de cajera de supermercado. Recorrió el país para obtener una imagen amplia y ver qué cambiaba al moverse por la diversidad geográfica, étnica y cultural de Estados Unidos. La mirada de la académica, intelectual y periodista informa lo que nos cuenta, pero siempre el motor de la narración es la mezcla de lo que vive, lo que siente (estudia su cuerpo y su mente después de cada jornada de trabajo como los biólogos estudian a sus ratones) y lo que le cuenta la gente con la que interactúa, sobre todo las chicas que trabajan con ella.

*          *          *

En su secuela sobre el siguiente escalón laboral, Bait & Switch, la escritora se sumergió en el mundo de las secretarias, empleadas administrativas y asistentas que se sostienen con uñas y dientes a una clase media en peligro de extinción. El título, una frase hecha en inglés, se refiere a los engaños de la publicidad, que promueven productos o servicios en condiciones óptimas y a un precio bajísimo, pero cuando uno llama esa casa o ese curso justo no están disponibles. “Pero este otro sí…” La idea es que los buenos empleos para la clase media se han vuelto similares a estas estafas.

“La autora de Nickel and Dimed vuelve a la investigación encubierta para hacer con la afligida clase media norteamericana lo que antes hizo con los pobres que trabajan”, anuncia en su página web.

El segundo libro es menos dramático que el primero. Las secretarias ejecutivas en general no pasan hambre, no viven en barrios infestados de droga y tiros ni son expulsadas de sus sucuchos en mitad de la noche. Pero la caída de la clase media a la baja, el tener que sacar a sus hijos de las escuelas a las que van, el ver el futuro negro y sin salida lleva a la desesperación.

El mundo del que sueña con un futuro mejor (en Estados Unidos lo llamarían el ‘sueño americano’) y ve escurrirse sus ilusiones como agua entre las manos ha dado grandes piezas literarias, como la obra de teatro Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Ehrenreich hace muy bien al emplear su talento y el periodismo narrativo en primera persona para contar la historia de mujeres pudieron haber sido ella.

Entre ambos libros se cumple un proyecto formidable y necesario: cómo influye el neoliberalismo, la globalización, la ola de privatizaciones y fusiones y las subidas y bajadas de la bolsa en las vidas de la gente corriente.

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Ehrenreich se desdobla, no se disfraza. Es una versión de sí misma la que viaja, no una actriz representando un papel. Usa su otra personalidad, de científica, para tomar sus viajes como un sociólogo viajaría para entrevistar a los pobres o a los que están a punto de caer de la clase media.

La diferencia con el científico social es cómo ella vive la vida de sus personajes y cuenta sus vivencias. Primero elabora su plan científicamente; después usa las estadísticas y los estudios sociológicos para elegir los lugares y los oficios a los que se presentará. Pero mira los detalles, y se mira a sí misma, como un periodista narrativo que usa la primera persona para que veamos desde su punto de vista la situación, el problema, el drama.

*          *          *

El año pasado entrevisté a Ehrenreich en el CCCB de Barcelona. Le pregunté por ambos libros, y estaba seguro que me diría que la investigación de Nickel & Dimed había sido mucho más dura que la de Bait & Switch. Deslomarse en la cocina de un restaurante o limpiando casas a domicilio es mucho peor que ir a entrevistas de trabajo para secretarias ejecutivas, por supuesto. Pero me sorprendió: me dijo que trabajando por el salario mínimo no era ella, era la realización de un proyecto periodístico. Pero cuando quería buscar trabajo administrativo, a la que rechazaban por vieja, por poco agraciada o sonriente, por escaso currículum, era a ella. Era un rechazo personal, ella se esforzaba por agradar y por obtener el trabajo y la versión de sí misma que ponía en juego era una versión posible, cercana, terriblemente plausible de su verdadero ‘yo’. Por respuestas como esa es que leo, sigo y aprendo siempre tanto de Barbara Ehrenreich, la cronista de la pesadilla americana. 

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23 de julio de 2013
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“Nunca hubo tanto odio”

Los que, en apariencia al menos, tienen cierto mando sobre nuestros destinos, gestores de la finanza en primer lugar pero también las vacas sagradas de la ciencia económica, mantienen en ocasiones serias discrepancias sobre cómo ha de ser pilotada la nave de cada una de las grandes zonas económicas del planeta. Así frente a la invitación de Georg Soros para que Alemania asumiera claramente el mando en la Eurozona, el economista alemán Hans Werner Sinn afirmaba taxativamente ya hace casi un año en Inglaterra "Germany should not lead in Europe". Sinn se ha mostrado en muchas ocasiones escéptico en relación a la moneda común, y desde luego soy, como casi todo el mundo, incapaz de seguirle en las razones técnicas que esgrime, no digamos ya de responder a la pregunta sobre qué está defendiendo con sus tomas de posesión, en la empantanada guerra de los intereses grupales. Sin embargo una declaración suya en el foro económico de Mandeburgo, de la que se ha hecho eco la prensa económica, apaga el alma por su pavorosa lucidez. A su juicio "nunca como ahora hubo tanto odio en el seno de Europa", lo cual sería una muestra fehaciente del fracaso de un proyecto que en teoría realizaría el sueño (esencialmente social-demócrata) de una confraternización sin precedentes entre los europeos. ¿Nunca tanto odio? Quizás sea exagerado, no estamos en la Europa de esa guerra en la que "al llegar la primavera ya sólo florecen tumbas", pero en todo caso nunca probablemente hubo tanto desprecio. Desprecio que puede ser tanto más afirmado de manera explícita cuanto que la canalización de la energía hacia la confrontación entre enteras comunidades es la vía adamantina para impedir (provisionalmente al menos) que se restaure el objetivo fraternal de apuntar a la auténtica matriz de esta gangrena.

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23 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La urgencia de esperar

Tienen prisa. No quieren esperar más. Se han hartado de la marcha cansina de la historia. De esa patria lenta que nunca termina de despertar. Están convencidos de que es ahora o nunca. Creen que las condiciones actuales son únicas y quizás irrepetibles: crisis económica, quiebra institucional, hundimiento de los grandes partidos... Es la ventana de oportunidad que surge en toda crisis.

Siguen un dictum ya clásico: no dejes de aprovechar una buena crisis. Sirve para todo, ganar las elecciones o reducir plantillas, lanzar una aventura independentista o imponer el proyecto neocentralista que tan bien representan José María Aznar y Faes con su proyecto de reforma del Estado autonómico.

Estas dos ventanas, perfectamente opuestas, tienen la extraña virtud de que se retroalimentan. Nada sirve mejor a la propaganda para la consulta que los recortes del autogobierno anunciados un día sí y otro también. Nada justifica mejor los proyectos recentralizadores que los desafíos secesionistas jaleados o encabezados por el Gobierno catalán.

El encontronazo entre el proceso soberanista y la realidad de una autonomía bajo amenaza no puede ser más sorprendente. Mientras los poderes públicos catalanes lideran la marcha hacia los nuevos horizontes patrióticos, con declaraciones de soberanía, consejos y pactos para la llamada transición nacional, celebraciones históricas solemnes y la dosis correspondiente de almíbar nacionalista, Montoro, Wert y Soraya Saénz de Santamaría avanzan sin vacilar sus peones, siempre con el grifo de la liquidez como amenaza ante los comportamientos del gobierno catalán.

Las dificultades para celebrar una consulta independentista no pueden ser mayores, incluida la nula comprensión internacional que suscita, pero todas ellas quedan compensadas ante la opinión catalana por la oferta que está dibujando el gobierno de Rajoy con un horizonte de reducción todavía mayor de la autonomía realmente existente. Si no quieres caldo, dos tazas. Quienes abominan del actual Estatut interpretado y recortado por el Constitucional tendrán que tragar con la autonomía recortada por mor de la reducción del déficit.

Y sin embargo, es el horizonte más estimulante para los que tienen prisa. Se entiende que cualquier fórmula intermedia sea objeto de mofa y rechazada con un manotazo de desprecio. Para los apresurados el federalismo es peor que el neocentralismo, Rubalcaba que Rajoy, Pere Navarro que Sánchez Camacho e incluso Rajoy que Aznar.

Los riesgos de una apuesta tan elevada son enormes. El mayor, que pase 2014, se cierre la ventana y al final lo único que quede sea el retroceso autonómico que está poniendo en práctica del Partido Popular. El capital político que representa el ensanchamiento del campo soberanista requiere una cuidadosa gestión guiada más por el realismo político que por la pasión nacionalista, algo probablemente fuera del control racional de los principales actores y que viene azuzado por el desplazamiento de CiU como fuerza hegemónica en favor de ERC.

Nadie ignora en Cataluña, aunque pocos lo reconozcan, que la urgencia no es la consulta, sino enfrentarse a la crisis y frenar la ofensiva del PP contra el autogobierno. Y que todavía hay otras urgencias más graves y mayores que la consulta, como negociar un nuevo acuerdo de financiación, resolver el déficit de infraestructuras o pacificar la política lingüística para terminar de una vez con los bochornosos ataques que sufre la lengua catalana en Aragón, País Valenciano y Baleares.

Si Cataluña tuviera Gobierno ?que no lo tiene, puesto que no gobierna el que hay, salvo alguna consejería excepcional y excéntrica? y tuviera oposición ?que tampoco tiene, puesto que ERC es el perro del hortelano, que no come ni deja comer?, a la urgencia de la consulta se opondría la urgencia de esperar. Y, en vez de dedicar las energías a una gimnasia soberanista que simula el movimiento sin salir del gimnasio, se propondría a todo el parlamento el plan de trabajo que se desprende por su propio peso de las necesidades de los ciudadanos y de un consenso mucho mayor que el que suscitan la consulta y por supuesto el indescifrable objetivo de esa independencia apresurada.



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22 de julio de 2013
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No me provoques

Escuché todo tipo de comentarios insidiosos cuando se exhibieron las imágenes de las muchachas ebrias, manteadas por la multitud en los Sanfermines, semidesnudas y manoseadas a demanda por la multitud. Sus rostros en fuga quisieron ser interpretados como manifestación de goce. “Ellas se lo han buscado”, aseguraban algunos. Porque en nuestra cultura depredadora, hábil en delegar responsabilidades morales, una mujer borracha no es merecedora de respeto alguno. Y, a tenor de lo que vimos, puede ser abusada impunemente, a plena luz del día y con carcajada. Según esa lógica, la noción de solidaridad, incluso la de auxilio, se desdibuja cuando la protagonista enciende la mecha. Y ahí está la palabra clave, ese paraguas semántico que justifica el sinsentido, el vandalismo e incluso el machismo: provocación. Unamuno sostenía que la diferencia específica entre el hombre y el animal hay que buscarla más en el ámbito de los sentimientos que en el de la racionalidad. El hombre es, ante todo, un animal de sentimientos y, entre ellos, tiene una especial relevancia el sentimiento estético. Porque su esfera coincide con la esfera de lo sensible y con la reacción que produce en la persona la contemplación de la belleza. No hace falta ser demasiado ambicioso para que esa intuición nos ilustre acerca del mirar, del conocer… De ahí a que poseamos el juicio necesario para discriminar cuando alguien se exhibe como ofrenda carnal, como acto de autoafirmación o como resultado de una borrachera. Claro que es mucho más fácil acusar y levantar perversas suspicacias, también más infame. “¿Irá mi hija provocando?”, se preguntaba el otro día una madre en el telediario de TVE. No cuestionaba el comportamiento improcedente, rayando el bestialismo, de quienes ante una minifalda o un ombligo al aire desatan sus instintos básicos, sino que acudía a un taller -promocionado por la cadena del Estado- en el que se enseña a los padres a lidiar con la vestimenta de sus hijos adolescentes a fin de combatir prendas ceñidas, pantalones caídos o escotes pronunciados. Lo más obsceno del asunto resultaba el tratamiento de la inocencia, cómo esos adultos se elevaban por encima de los jóvenes asegurando que estos no tienen percepción de riesgo o de peligro, ni tan siquiera olfatean el componente sexual de vestir con despreocupada frescura. Lo único sensato era la conclusión de la locutora del reportaje: “Aunque nos cueste, no hay que mezclar ropa y sexualidad”. Basta con apelar al mal gusto y a la vulgaridad para opinar, educar, aconsejar a nuestros hijos si van hechos un cromo sin necesidad de invocar a la bestia negra que, según el telediario, todos llevamos dentro, pobres primates que no hemos conseguido aún evolucionar en el conocimiento sensible.

(La Vanguardia)

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22 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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85. Obras son amores

"Terminado el poema (...) comprende con estupor que él no es un poeta menor. Otro hubiera seguido investigando, pero Leprince carece de curiosidad sobre sí mismo y quema el poema"; Roberto Bolaño. / En Hambre, de Hamsun, el protagonista termina su obra de teatro para poder romperla; en De Madrid al cielo, de Ismael Grasa, un guitarrista gasta su último dinero en una guitarra para destrozarla. / "Törless sacó del cajón todos los intentos poéticos que había hecho (...) Se sentó con ellos junto al hogar y permaneció solo y sin que nadie lo viera, detrás del gran biombo. Hojeaba un cuadernillo tras otro, luego lo rompía lentamente y, saboreando una y otra vez la fina conmoción de la despedida, lo arrojaba al fuego. Quería dejar detrás de sí todo lastre anterior"; Robert Musil, Las tribulaciones del estudiante Törless / "Metió sus trebejos en lejía, contrató a dos mozos para que desmontaran el cuadro de la pared y lo colocaran en el patio (...) y roció el lienzo con queroseno (...) luego aplicó una cerilla con mimo, y muy lentamente, igual que en esas cintas de celuloide maltratadas por el uso y por los años, cada uno de los rostros se fue quemando. -He prendido fuego a mi tiempo -dijo antes de encerrarse en su estudio", Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor / "Cuando quema cuadros, es evidente por qué. Miró arroja a las llamas sus propias pinturas, las suyas. (...) No nos enfrentamos a unos escombros, sino a otra pintura, más violenta y más desgarrada, que integra el acto de destrucción por medio del fuego en el trabajo de las manos y en el pensamiento contradictorio del pintor"; Jacques Dupin, Joan Miró o el asesinato de la pintura. / "me hubiera gustado conocer a Manuel Pilares, un buen escritor bohemio que arrojó sus cuentos a la taza de un inodoro", Antonio Martínez Sarrión, Jazz y días de lluvia / "Tolstoi, en sus últimos años, maldijo el arte, se burló de sí mismo y de todo genio, acusándose a sí mismo y a los demás de todo lo demoníaco, de soberbia (...) Gogol quemó la continuación de Almas muertas. Kleist quemó el Robert Guiscard, y luego se consideró fracasado y se suicidó. (...) ¡Y qué significa la renuncia silenciosa de Grillparzer y de Mörike a seguir trabajando! (...) ¿Y la huida de Brentano al seno de la Iglesia, su retractación, su renuncia a todo lo bello que había escrito? Y todas esas retractaciones, los suicidios, el enmudecimiento, la locura, el callar sobre el callar por el sentimiento de empecatamiento, la culpa metafísica, o la culpa humana, culpa en la sociedad por indiferencia, por defecto. (...) En nuestro siglo me parece que esas caídas en el silencio, los motivos para ello y para el retorno desde el silencio, son de mayor importancia para la comprensión de las realizaciones lingüísticas que las preceden o siguen porque la situación se ha agudizado"; Ingeborg Bachmann, Problemas de la literatura contemporánea.



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21 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Perorata del apestado

Decidido a mostrarse impecable -e implacable-, Luis Bárcenas luce el mismo traje gris rata que lo distinguió en sus anteriores comparecencias y, gracias a un permiso especial, usa la corbata que le ha prestado su abogado a fin de conseguir una apariencia más elegante, más decente. Según reportan testigos presentes en la sala, a lo largo de tres horas y media el imputado ni siquiera se detiene a beber un sorbo de agua, como si no pudiese dejar de hablar, azotado por una repentina verborrea, o como si toda la furia que ha acumulado en las últimas semanas en la prisión de Soto del Real sólo pudiera drenarse mediante este testimonio que es, por encima de todo, una quema de naves.

            Ni qué dudarlo: Barcenas se siente traicionado por sus antiguos compañeros de Partido, esos líderes a los que con tanta energía contribuyó a aupar al poder, y ahora no está dispuesto a servirles como vulgar chivo expiatorio. "Si caigo", parece murmurar entre dientes conforme desgrana los detalles de la contabilidad paralela que llevaba como tesorero del Partido Popular, "todos vosotros caeréis conmigo". Por ello apenas respira -si bien, como viejo lobo que es, no deja de intercalar pausas y silencios, reservándose información preciosa para vistas ulteriores- y se regodea al pronunciar los nombres de sus antiguos jefes: el de la secretaria María Dolores de Cospedal y, sobre todo, el del presidente del Gobierno, el impasible Mariano Rajoy.

            Sinuoso y viperino, Bárcenas reconoce, tras haberlo negado cínicamente en el pasado -incluso llegó a forzar su escritura para una prueba caligráfica-, que las notas manuscritas publicadas semanas atrás por El País en efecto son de su autoría y no sólo prueban la existencia de una "contabilidad b" del Partido, sino los sobresueldos que le pagaba a un sinfín de dirigentes populares, incluidos Cospedal y Rajoy, en billetes de 500 euros, sin que éstos tuviesen que firmar recibo alguno. Además, también confirma que los mensajes de texto revelados por El Mundo son auténticos y muestran como Rajoy se mantuvo en contacto con él y su familia incluso cuando ya había sido indiciado. Culminada su comparecencia -su monólogo shakespeareano, más plagado de amenazas que de pruebas-, pide volver a su celda en Soto del Real para seguir rumiando su vendetta

            En medio de la avalancha de casos de corrupción que han salido a la luz tras la quiebra española de los últimos años -del caso Gürtel, en el que también estuvo implicado el extesorero del PP, a Iñaki Undagarín, el yerno del rey, pasando por decenas de empresarios, políticos y banqueros-, el affaire Bárcenas debería ser visto, más que como un colofón o un extremo, como la constatación de una desoladora normalidad. Del mismo modo que las declaraciones de Edward Snowden no hicieron sino reafirmar nuestras sospechas sobre la capacidad de Estados Unidos para intervenir todas las comunicaciones del planeta, la ordalía de Bárcenas certifica la colusión de los intereses económicos y políticos que prevalece entre nuestras élites -en especial, vaya a saberse por qué, en las naciones de origen latino. La corrupción, pues, no como una práctica excéntrica o una lacra propia de nuestras impacientes sociedades, sino como la regla que impera por doquier en un modelo en el que prevalece un pacto de silencio entre los políticos, sin importar el partido en el que militen, al margen del interés público.

En este esquema, la Italia de Berlusconi o la España de Rajoy, que tanta vergüenza han hecho caer sobre Europa, otra vez no resultan rarezas aborrecibles, sino modelos habituales en las ostentosas democracias de nuestro tiempo. El que los innumerables escándalos de Il Cavaliere apenas hayan disminuido su cosecha de votos y el que, culminados los desplantes de Bárcenas, los españoles muy probablemente volverían a votar al Partido Popular si se llegasen a convocar elecciones anticipadas, demuestra que la corrupción se haya en el centro mismo de nuestro sistema y que su desvelamiento no sirve más que para desatar una indignación tan pasajera como inocua.

Frente a este estado de cosas, uno entiende mejor la rabia o la amargura de figuras como Bárcenas -o Iñaki Undagarín, o Elba Esther Gordillo, o Andrés Granier-, puesto que a sus ojos no hicieron más que preservar las reglas del juego, igual que sus nuevos detractores e inquisidores. Contaminadas por la avaricia propia del capitalismo avanzado, nuestras democracias necesitan de chivos expiatorios que hagan pensar a los ciudadanos que los bandidos incrustados en su seno son una perversa minoría, pero éstos han de ser elegidos con cuidado: histriones que, a cambio de promesas o amenazas, estén dispuestos a respetar la omertà y a no denunciar a sus antiguos patrones. Para desgracia del PP en España, el airado Bárcenas parece ser de los pocos que han optado por no hundirse solos.

 

Twitter: @jvolpi

 



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21 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Qué país, Miquelarena

Un amigo ha tenido la amabilidad de hacerme llegar la primera reseña de ‘especialista’ que ha tenido mi libro Ninguno es mi nombre, se trata la escrita por Juan Piquero, figurante en el área de filología griega y lingüística indoeuropea de la Complutense, que ha aparecido en el nº 142 de la revista Estudios Clásicos.
 
He pensado que no debía contestar. Lo primero es que este reseñante no sabe leer griego, habilidad exótica y superflua en su profesión, pero que yo absurdamente me empeño en considerar necesaria, cuando uno se pone a juzgar si una inscripción se interpreta o no con propiedad. Y lo segundo, que su cultura en el ramo es de nivel Maribel. Pero mi amigo insiste en que siquiera le explique a él en qué se columpia el presunto especialista, y añade que debo vencer mi pereza para hacer saber mi posición a los aficionados de buena fe.
 
Seguramente tiene razón, de modo que voy a intentar replicar a las ignorancias de mayor bulto. 
 
Sostiene Piquero que parto de una manipulación del pasaje de Diógenes Laercio (1.38) que habla de “otro Tales muy antiguo”. Un verdadero especialista, o al menos un merecedor de la beca ministerial, sabría que Laercio se refiere en ese pasaje a Taletas (variante dórica de Tales, o sea, se trata de un caso semejante a que alguien llamado Juan se haga llamar Joan cuando emigra a Cataluña) de Gortina, legislador, músico y poeta nacido en dicha polis cretense poco antes de mediados del siglo VII a. C. Este Taletas es el mismo al que Aristóteles atribuye la introducción de la homosexualidad legislada, por medio de Licurgo, en Atenas, y el mismo del que habla Platón en República (X, 599-600). De hecho, alguien que sepa griego clásico notará que Platón y otros autores citan a Tales tanto en la variante dórica como en la jónica, lo cual constituye un indicio, quizá débil, pero sin duda llamativo, de que en realidad se trataba de un solo personaje. Que Taletas de Gortina y Tales de Mileto fueron la misma persona es, desde luego, una deducción mía que, como otras, se verá confirmada en el caso de haya vida inteligente entre los helenistas de las generaciones venideras. 
 
Mi propuesta de lectura del pasaje laerciano donde se habla de cómo Tales llegó a Mileto (22) es que donde dice “ekpesonti phoinikes” ("expulsado fenicio", que si bien se mira es un sinsentido) se contemple la hipótesis de trabajo de “ekpesonti phoinikistes” (depuesto de fenecista). Como se ve, propongo otra acepción, otro matiz, si se prefiere, del mismo verbo; en cambio, sugiero que hubo de tratarse de otro sustantivo, porque ya muchísimo antes de Diógenes Laercio, en la época de Heródoto, "phoinikistes" era un arcaísmo que nadie entendía y se había asimilado a "phoinikes". Me parece, quizá ingenuamente, que eso no ha de llamarse manipulación, sino sencillamente propuesta o hipótesis de trabajo.
 
Piquero ignora por completo que la cuestión del malentendido sobre phoinikistes (que significa fenicista, o sea, hacedor de signos fenicios, o sea, escriba y alto cargo legislativo, sagrado y profano en las poleis de la antigüedad) en la Anábasis fue observada hace tiempo, aunque he sido yo quien la ha resuelto. Me permito citar —¿para qué modestia in dürftiger Zeit?—  la felicitación que me ha hecho llegar el profesor Robert L. Fowler,  catedrático de griego del Department of Classics and Ancient History, School of Humanities, de la universidad de Bristol: Congratulations on your acumen by the way of getting the interpretation of Xen. Anab. 1.2.20 right. The meaning of phoinikistes there is recognised only in the 1996 Supplement to LSJ, and then only with 'perhaps'.
 
Que en la estatuilla de Opíleks pone Opíleks, dame paciencia oh diosa, no vale la pena discutirlo. Podría Piquero haber dicho que la fotografía es poco nítida —es la misma que publicó el equipo de arqueólogos que la desenterró en la acrópolis de Gortina, en los años 50 del pasado siglo— o alguna otra cosilla valerosa, pero es indudable que le irá mejor si no hace blasón de su ignorancia. Bueno, esto último no es indudable. 
 
Los interesados en este punto pueden ver el croquis de la estatuilla que hizo la muy meritoria estudiosa Lilian Hamilton Jeffery en esta página, que fue la que me puso sobre la pista de que los helenistas andaban ciertamente ayunos este punto capital.
 
¿Qué más? Me parece excesivo, incluso habida cuenta de la ignaridad satisfecha que ostenta el reseñante, tener que explicar que idesthai  se emplea como aoristo de orao. En todo caso, dirigiéndome ahora a verdaderos interesados, recomiendo leer la tesis de Valentina Garulli “Il Peri Poieton di Lobone di Argo. Eikasmos Studi 10. Bologna: Pàtron Editore 2004” donde se trata del epigrama dórico que yo atribuyo a Tales, para hacerse una idea de dónde estaba la posición de los auténticos estudiosos del asunto, y hasta qué punto mi propuesta resuelve la cuestión.
 
Naturalmente, mi libro contiene suposiciones y conclusiones más o menos problemáticas, pero creo que está claro para el lector inteligente, no importa que sea profano en griego y en cuestiones homéricas, que la autoría de la Odisea —que desde el punto de vista dialectológico se percibe como poema dórico jonificado— por Tales es algo que deberá tenerse seriamente en cuenta.
 
Ya me gustaría tener oponentes de más talla, pero es lo que hay, amigos.


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20 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La quiniela del poder

Todos sabemos que el siglo XXI es cosa de dos. Todavía sabemos poco, en cambio, cómo se sintetizarán en una fórmula feliz la disputa y la distribución del poder mundial actualmente en curso. Los grandes gurús de las relaciones internacionales llevan años intentando dar con ella, con éxito hasta ahora limitado y, sobre todo, sin que nadie consiga imponerse: Niall Ferguson inventó la Chimérica, síntesis de China y América y antecedente del G2, reducción esta del G20 y del G8 a las dos potencias que de verdad cuentan. Ian Bremmer acuño la idea de G-Cero y Charles Kupchan la de un mundo de nadie, que Moisés Naïm ha descrito como el del final del poder.

Aunque no hemos dado con el nombre de la cosa, es decir, la denominación de la disputa por las hegemonías tal como ya funcionan actualmente, sí sabemos que se parece a la liga española de fútbol: juegan muchos equipos, siempre hay posibilidades abiertas, pero al final todo se reduce a la competición entre el Madrid y el Barça, que en el caso de la liga del poder global son China y Estados Unidos.

Esta percepción ya aceptada y conocida por el gran público acaba de obtener un aval y a la vez una pormenorizada explicación gracias a una macroencuesta realizada por el prestigioso Pew Research Center en 39 países, que ha preguntado a una muestra global de 37.653 personas entre marzo y mayo de 2013, por cierto, justo antes del caso Snowden. E E UU bate a China en opiniones favorables por un 63% a favor del primero frente a 50% del segundo. También son mayoría los que prefieren a EE UU en vez de China como socio y que consideran que la primera potencia tiene más en cuenta que la segunda los intereses específicos de cada país. Y donde EE UU derrota ampliamente a China, por 70 a 36 %, es en el respeto de las libertades individuales.

La macroencuesta también levanta un mapa preciso de las tensiones mundiales. China bate a EE UU en Rusia y Grecia, países árabes e islámicos, incluidos los asiáticos y Nigeria, y eje bolivariano, pero EE UU arrasa en Europa, Israel, Asia oriental, resto de Latinoamérica y África. Y Obama registra una buena valoración, a pesar de su caída de imagen y del pésimo concepto que suscita el uso de los drones para combatir el terrorismo.

Aunque EE UU va en cabeza de la liga global, la quiniela de la opinión mundial apuesta por una reversión no muy lejana en cabeza de la clasificación, de forma que será finalmente China quien se llevará la palma. El cambio de percepción empezó con la crisis de 2008, cuando un 47% de la opinión mundial creía que EE UU dirigía la economía mundial, seis puntos por encima del actual porcentaje, frente al 20% que entonces citaba a China como nuevo líder, 14 puntos por debajo de la actual valoración.



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20 de julio de 2013
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El Boomeran(g)
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