Edmundo Paz Soldán
Tenía al francés George Méliès (1861-1938) como uno de los pioneros en el desarrollo del cine y alguna vez había visto Viaje a la luna (1902), su película de 13 minutos que dio un gran impulso a la idea del cine como un arte capaz de contar historias con su propio lenguaje. La invención de Hugo (2011), la película de Martin Scorsese, fue rellenando los huecos y se alejó del dato de trivia para darnos una versión más humana de Méliès, sugiriendo que detrás de ese personaje algo despistado había un genio. George Méliès: la magia del cine, la exposición que se acaba de inaugurar en el museo Caixaforum de Madrid con la colaboración de la Cinémathèque Française, completa el recorrido para devolver a Méliès al sitial de preponderancia que le corresponde no sólo como un pionero sino también como un creador deslumbrante.
Méliès se aprovechó de múltiples desarrollos tecnólogicos y de su trayectoria personal como ilusionista para crear códigos narrativos y efectos especiales que todavía influyen en el cine contemporáneo. La exposición del Caixaforum despliega una fascinante cantidad de inventos: entre muchas otras cosas, están las sombras chinescas, la linterna mágica y el praxinoscopio (en este artilugio de 1877, una manivela hace girar unas tiras de papel en torno a una rueda; espejos estratégicamente ubicados permiten que el movimiento de las tiras de papel cree la ilusión del dibujo animado). En los siglos que precedieron a los hermanos Lumière -sobre todo en el XVIII y el XIX– había ya una pulsión inagotable por contar una historia a través de la proyección de imágenes en movimiento, sólo que faltaba que la tecnología se adecuara a ese sueño.
Méliès fue el primero en darse cuenta de que con el cinematógrafo se podía ir más allá del simple reflejo documental de la realidad. Armado de su experiencia con trucos de magia e ilusionismo en el teatro Robert Houdin, comenzó a hacer sus propias películas en abril de 1896, apenas cuatro meses después de asistir a la primera representación del cinematógrafo, y a proyectarlas en su propio teatro. En el Caixaforum se muestra cómo Méliès adaptó los efectos ópticos de la magia al cine, al igual que las sobreimpresiones, los fundidos uno tras otro, los pasos de manivela… El inventor del cine tal como lo conocemos hoy era, literalmente, un mago.
En la exposición se proyectan las películas que componen la gran historia de Méliès. Están los cortos de los hermanos Lumière (un tren llegando a la estación, obreros saliendo de la fábrica), y luego la explosión de fantasía de Méliès -fragmentos de algunas de sus 500 películas, la mayoría de ellas de corte fantástico–; todo desemboca en una sala exclusivamente dedicada a Viaje a la luna –con los dibujos que dieron origen a las escenas más importantes, el vestuario de los selenitas, etc–, y luego en una proyección en pantalla gigante de Hugo. Nos movemos en base a pequeños incrementos, necesarios para producir una gran ruptura cultural: Méliès necesitaba de las sombras chinescas y del praxinoscopio para llegar al cine y convertirlo en una de las formas narrativas fundamentales de nuestro tiempo.
(revista Qué Pasa, 10 de agosto 2013)