¿Uds. sabían que los reseñistas podríamos tener un Santos Patrono en Focio I de Constantinopla? Yo...
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¿Uds. sabían que los reseñistas podríamos tener un Santos Patrono en Focio I de Constantinopla? Yo...
El primer exigidor de una plaza de funcionario conforme a su perfil de sabio fue probablemente Heródoto, que leyó su Historia en el estadio olímpico, durante la celebración de los juegos, una especie de Cordobés espontáneo de la letra vulneraria asaltando los oídos curiosos de los atenienses y exigiendo pasta gansa. Y tuvo éxito, porque le adjudicaron una porción dracmática de los fondos de la ciudad.
Sólo tengo noticia de dos casos españoles de creación de cátedra ad sapientem, que quizá fuera el desiderátum de la universidad, que lo digan los entendidos, si bien cualquiera entiende —lo de ‘cualquiera’ es una exageración cortés y anticuada en estos tiempos de demagogia reticulada— ha de ser rarísimo.
Uno fue Ruiz-Giménez, que cuando fue ministro de Educación promovió la cátedra de sumerio en la Universidad Central de Madrid a medida de Juan Errandonea, al que conoció en Roma, cuando era embajador ante la Santa Sede, y vio que aquel receptáculo de conocimientos mesopotámicos iba a suceder por las buenas y sin papeleo al asiriólogo alemán Deimel en su cátedra romana. Errandonea solía tener luego en Madrid entre dos y cinco alumnos, por cierto, todos americanos y no sé si algún filipino. Y otro fue Tovar, que promovió la cátedra de indoeuropeo en Salamanca a medida de Luis Michelena, que se hizo a sí mismo estudiando en el talego. Los aficionados quizá memoren el ejemplo extranjero y extemporáneo de Nietzsche al que regalaron la cátedra de griego en Basilea, sin haberse doctorado ni nada, todo porque era Nietzsche.
Retumban ahora brindis al sol, oh patria ingrata no poseerás mis huesos, de pretensos decepcionados por la falta de cátedra mía a mi medida en mi barrio no se traumen mis vástagos. Es intolerable que una universidad guardería tarde tanto en proveer de tierna plaza quinqueniada a sus criaturas.
Un eminente físico de nuestros días, a cuyo nombre se asocian experimentos de un tremendo peso a la hora de intentar entender realmente los mecanismos que rigen el orden natural, confesaba su ignorancia en relación a algunos de las referencias clave de la historiografía filosófica., entre ellas algún pensador pre-socrático del que (tras la vacua información recibida en los años escolares) había olvidado casi hasta el nombre. Ello no fue óbice para que se sintiera inmediatamente interesado cuando se le dijo que las preocupaciones del pensador griego no eran muy alejadas de sus propias reflexiones sobre las consecuencias de sus descubrimientos en física, y que con una suerte de inocencia le llevan a responder a una interlocutora: "Me gusta decir, que hay dos libertades: nuestra libertad y la libertad de la naturaleza. Nosotros somos libres de preguntarle a la naturaleza lo que queramos, pero la naturaleza también tiene la libertad de darnos las respuestas que quiera, sin olvidarnos que nuestra pregunta limita las posibles respuestas que la naturaleza puede darnos".
Lo que homologa al físico austriaco Anton Zeilinger con algunos de los pensadores de la Grecia presocrática es de alguna manera la manera ingenua de abordar las cuestiones más tremendas, las cuestiones literalmente metafísicas, convencido como está de que "siempre es más importante la pregunta de nuestros hijos que nuestra respuesta", y siendo obvio que tras el niño que se interroga no se esconde la motivación del erudito
El planteamiento ingenuo de interrogaciones está mal considerado por el mundo cultural y desde luego por el académico. Se ha instalado subrepticiamente la idea de que para tener derecho a avanzar alguna de las interrogaciones que ocupan a filósofos, científicos, artistas, o a todos a la vez, hay ya de entrada que estar bien informado. Más que ser una persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, se exige de entrada ser una persona culta y hasta una persona erudita. Esto alcanza, desde luego, al mundo académico: un especialista en genética, por ejemplo, no sólo se siente incompetente para emitir una opinión sobre algún interrogante de interés general pero técnicamente objeto de la física, sino para formular el interrogante mismo, siendo obviamente cierta la recíproca, es decir, el temor a meter la pata del físico tratándose de uno de los abismos filosóficos a los que conduce la genética.
Se presupone que la información ha de preceder a la interrogación...incluso tratándose de las interrogaciones más universales, cuya temática concierne a todos y cada uno de los humanos (otra cosa es que-como hemos visto- se hayan visto forzados a repudiar de sus vidas tales interrogaciones). Ante este estado de cosas, se impone tomar posición:
Cabe eventualmente sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos con los que especialistas de una u otra materia (también curiosamente los filósofos, que no son especialistas de materia alguna, aunque deban alimentarse de muchas) abordan ciertos problemas cuyo origen es sin embargo muy elemental, pero no hay en absoluto que sentirse abrumado ante la cuestión misma, que no sólo todo el mundo está en condiciones potenciales de abordar, sino que probablemente ya ha abordado alguna vez. La formulación de una interrogación cabalmente filosófica nunca puede ser sofisticada en los términos. Ejemplo:
¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los científicos más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos. Disposición de espíritu por la cual la erudición misma alcanzaría un sentido, pues se mostraría como instrumento para lo que realmente importa y no como fin en sí. Reitero la tesis, clave en esta reflexión: la información es no sólo válida, sino imprescindible cuando constituye un arma para abordar un objetivo esencial; pero disponer de información por el hecho de estar informado no tiene más interés que el que tiene para un saco estar lleno de patatas o de piedras. Pero el espíritu humano no es un mero recipiente, esa tabula rasa a la que se refiere críticamente Steven Pinker. El espíritu humano es una estructura en la que se articulan múltiples facultades que pugnan por desplegarse y el primer objetivo ha de ser precisamente el de vencer la inercia que impide tal despliegue.
Alejandro Almazán, autor perteneciente a la Generación ¡Bang!, es un reconocido periodista y escritor mexicano. Uno de los cronistas en zonas de riesgo con más trayectoria en América Latina. Premio Nacional de Periodismo en México [Crónica] 2003, 2004 y 2006. Premio Nacional Rostros de la Discriminación 2008. Premio Sociedad Interamericana de Prensa 2010. Autor de La victoria que no fue [2006, Grijalbo], Gumaro de Dios, el caníbal [Mondadori, 2007], Placa 36 [UNAM, 2009], la novela Entre perros [Mondadori, 2009], Palestina, historias que Dios nunca hubiera escrito [2011], El más buscado [Grijalbo, 2012] y Chicas Kaláshnikov y otras crónicas [Océano, 2013].
Almazán, con toda su experiencia en coberturas en zonas de riesgo, se suma al proyecto de la Escuela de Periodismo Portátil. Ahí dictará el taller on-line de "Crónicas de riesgo".
Hasta ahora, por la escuela han pasado alumnos conectados desde más de 30 países diferentes. Algunos de ellos (incluidos los profesores), estuvieron en distintas ciudades y países durante un mismo curso. El traslado como parte de la vida, y no como un impedimento.
La Escuela de Periodismo Portátil es un proyecto independiente y autofinanciado de escritura en Español. Y con este nuevo taller, el proyecto busca abordar un tema urgente en los días que corren: Cómo escribir una crónica roja, o de narco, o de guerra, o de violencia social.
Las clases del taller de Alejandro Almazán comienzan el 10 de septiembre, y las inscripciones ya están abiertas.
El programa del taller se puede ver aquí.
@menesesportatil
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Uno de los mejores blogs literarios del castellano, y uno de los pocos que reviso religiosamente...
Esta reseña esconde una pequeña trampa porque no es una incitación clara y sin reservas a la lectura del libro cuya cubierta aparece en lo alto. Es decir, sí, su lectura sería recomendable aunque sólo fuera porque si en este país persiste la costumbre ancestral de enterrar a sus escritores vivos - encumbrarlos para luego reducirlos a escombros - lo que hace con los muertos no tiene nombre. Por lo tanto, si unos estudiosos dedican tiempo y esfuerzo a dar a conocer unos textos decimonónicos insuficientemente difundidos, y si unos editores se arriesgan a publicarlos, desde luego que su lectura es de por sí recomendable. Pero en este caso se da además la feliz circunstancia de que Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández han hecho un excelente trabajo de presentación y ordenación de los textos y ello es un motivo más para leerlos.
La única desgracia es que las cartas de doña Emilia Pardo Bazán no van acompañadas de las correspondientes respuestas de Benito Pérez Galdós debido, según insinúan los editorses, a la (inconcebible) labor de destrucción de documentos llevada a cabo por la familia Franco cuando se apoderó del Pazo de Meirás (al que por cierto doña Emilia en varias de sus cartas llama granja Meirás).
Y digo que semejante mutilación es una desgracia porque las cartas de doña Emilia admiten una lectura novelesca en el sentido de que hay un planteamiento (admiración de la artista en ciernes por el gran novelista ya reconocido y evolución hacia la satisfacción de unas necesidades más mundanas) nudo (la admiración pasa a ser pasión carnal y de la otra, sobre todo a raíz de un viaje juntos por Francia y Alemania) y desenlace, un larguísimo desenlace porque - siempre a juzgar por las cosas que dice ella - a raíz del clímax viajero el viejo zorro empieza una sabia labor de distanciamiento con vistas a reconvertir esa admiración/pasión en una entrañable amistad que durará hasta el fin de los días de ambos. Estoy seguro de que las cartas perdidas de don Benito (y Dios confunda a quienes las destruyeron) podrían figurar en cualquier Manual del conquistador una vez llegados a la peliaguda sección del "Cómo dar elegantes largas cambiadas sin que ella se indigne y quiera romper la baraja".
Para hacerse una idea de a qué nivel se libraba esa batalla sorda pero en boca de todos, cuando Galdós ya la tenía convencida de que ambos eran seres libres, doña Emilia tuvo en Barcelona una historia corta pero explosiva con Lázaro Galdiano, cosa que le sentó tan mal al defensor de la distancia y la desafección que en la correspondencia incluso se pronunció la palabra "traición" (por parte de ella, naturalmente, porque él estaba teniendo desde tiempo atrás una relación con Lorenza Covián lo bastante íntima como para que de ahí saliese una hija, pero eso no le debía de parecer traicionero al taimado solterón).
Además de la lectura novelesca esta recopilación epistolar permite hacerse una idea bastante clara de cómo era la vida literaria española en la última parte del siglo XIX, con sus adhesiones y trifulcas, sus banderías y descalificaciones atentamente seguidas por los lectores de unos y otros. Por ejemplo, doña Emilia habla de un viaje suyo a La Coruña en el que su coche fue seguido desde la estación hasta casa por 20.000 enfervorecidos paisanos. "Más vale que les de por ahí", termina diciendo después de haberse manifestado encantada por semejante recibimiento.
Por muy criticable que haya sido ese periodo de la literatura española, sin ir más lejos da casi envidia ver con qué sañuda acritud es públicamente atacada doña Emilia por haber osado dar una conferencia sobre los escritores rusos cuando ¡únicamente los había leído en francés! Comparada con la inanidad actual, presidida por un "todo vale" que no presagia nada bueno, las acritudes y las banderías son un signo de vitalidad que ya nos gustaría ver hoy cuando se comete un imperdonable desaguisado público y todo el mundo parece dar una aprobación culpable, a menos que haya dejado de ser cierto aquello de que quien calla otorga.
Pero si decía que este escrito encierra una pequeña trampa es porque, en el fondo, estas cartas abren el apetito y mientras se leen entran ganas de ir directamente a ver lo que dijeron uno y otra, con la ventaja añadida de que, pese al mal trato que reciben los muertos, en este caso el lector curioso tiene a su disposición, por ejemplo en la Biblioteca Castro, una docena larga de libros de cada uno impecablemente editados. Lo digo por si a alguien le faltaban ideas para las lecturas de verano.
"Miquiño mío"
Cartas a Galdós
Emilia Pardo Bazán
Tuner Noema
En 1980, Julio Cortázar estuvo en la Universidad de Berkeley como maestro. Fueron solo un par de...
"Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho" decía un párrafo del texto de Aristóteles que antes citaba.
Si la subsistencia en un entorno digno no se ha logrado o se halla amenazada, cabe que se convierta en el objetivo principal que mueve al espíritu, y entonces el animal humano queda mutilado no sólo en su capacidad de conocer y simbolizar, sino muy probablemente también su capacidad de amar, si por amar se entiende inclinación a superar la barrera respecto a aquel en quien se ha reconocido otro representante la propia humanidad. Y obviamente todo aquello que se engloba bajo los términos genéricos de artístico, narrativo o poético queda fuera del horizonte, salvo en modalidades caricaturescas, que suponen ya una degradación del uso mismo de esos términos. Por ello, hacer propia esta tesis de Aristóteles conduce inevitablemente al combate político.
Supongamos pues que efectivamente las cuestiones de subsistencia no son ya una preocupación de los humanos. Supongamos asimismo que cada uno de nosotros tiene garantizado un entorno decente para proseguir su vida: un entorno salubre mas también un entorno armonioso, un entorno que responde a la exigencia de ornato inscrita en nuestra condición natural. Se hallaría así en situación de pensar... libremente, es decir, no sometiendo al pensamiento a otras obediencias y finalidades que las que impone el propio pensamiento. El pensamiento es sin duda tensión, pero en el individuo humano no domesticado o reducido se trata de una tensión natural. Piénsese en que también para el águila es tensión el volar, sin que por ello renuncie a hacerlo...salvo obviamente cuando las fuerzas le abandonan.
El niño, señalaba, plantea sorprendentes interrogaciones sobre aquello que le llama la atención, es decir que le deja estupefacto, el niño responde así a una exigencia que hace de él un filósofo, de atenernos a lo que Aristóteles describe como situación de arranque de la filosofía. Tal situación de estupefacción o asombro conduce a interrogaciones muy diversas, algunas concernientes a la moralidad y las costumbres, otras relativas a números o entidades abstractas como las figuras geométricas, mas también, y quizás en primer lugar, a preguntas relativas a lo denominado por los griegos physis, que nosotros vertemos por naturaleza, cuestiones vinculadas a los grandes fenómenos, astrales por ejemplo, y la regularidad que presentan.
Es necesario enfatizar el hecho de que esta disposición interrogativa no es en absoluto consecuencia de que el espíritu ha sido previamente enriquecido con datos informativos. La erudición no es el punto de arranque de la interrogación sino más bien al contrario: se buscan datos en razón de la inquietud interrogativa. Asunto este sobre el que vale la pena detenerse.
Todo viaje tiene su fin, y esta noche estoy al final de tres semanas riquísimas y emotivas en mi ciudad, Buenos Aires. Volví después de casi tres años, el país cambió pero mi pasado sigue aquí, y casi todo lo que hice aquí tiene que ver con esa conjunción, ese diálogo, esa danza lenta entre pasado y presente.
El último texto que escribí en este blog – hace dos semanas, nunca había estado tanto tiempo en silencio bloguero – fue al comienzo de este viaje: estaba preparando una conferencia en el Centro Cultural General San Martín que llamé “Cómo contar la guerra”.
Así empecé, recordando mi pasado más doloroso. En mi viaje desde el que yo era en 1982, cuando volví de Malvinas como ex combatiente furioso y aturdido, y el camino que recorrí hasta poder contar “mi guerra” en Los viajes del Penélope. En esa conferencia hablé de los poetas de la Primera Guerra Mundial, como Wilfred Owen, de los novelistas de la Guerra Civil Española, como Ernest Hemingway, de los periodistas de Vietnam, como Michael Herr, de los que no pueden dejar la guerra atrás, como Tim O’Brian, y de los que contaron la dura posguerra de Malvinas, como Daniel Riera y Juan Ayala.
Después compartí con 16 preciosos cómplices inteligentes y sensibles un viaje de dos sábados en la Fundación Tomás Eloy Martínez: lo llamé “Cómo contar el pasado”. Yo les conté mi búsqueda personal para contar como periodista la guerra y posguerra de Malvinas y la historia fascinante y dolorosa de la república bananera, el tema de mi último libro, y ellos me contaron sus viajes al pasado, como el periplo de las casas de Rodolfo Walsh, la épica de los teatros españoles en la provincia de Buenos Aires, la memoria de una gran bailarina de tango o la inquietante historia de un uruguayo que vive disfrazado de hombre araña.
Con ellos pensé el “periodismo del pasado”, les pregunté y me pregunté por qué y para qué contar hechos y rescatar personajes de antes. Al final, con unos vinos y antes de que me prometieran que íbamos a seguir conectados, brindamos por el futuro. Entiendo mucho más de mi trabajo y de mí mismo después de ese seminario, por el cual estoy muy agradecido mis admirados colegas Ezequiel Martínez, presidente de la Fundación, y Margarita García Robayo, su directora.
En esta última semana, mi gran amigo Cristian Alarcón me invitó a iniciar la cadena de talleres de su proyecto, la revista digital Anfibia, junto con la Universidad de San Martín. Lo llamó “Taller de obra”, y con 10 valientes de Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia y una maravillosa y cultísima editora argentino-venezolana nos encerramos en una galería de arte en San Telmo a hablar de crónica y a presentar, comentar y tratar de guiar y encaminar once proyectos de periodismo narrativo.
Aunque la palabra “pasado” no estaba en el llamado de ese taller, aunque no se hubieran pedido historias de guerra o de violencia o de crueldades e injusticias, el pasado doloroso estaba en casi todas las historias. En casi todas. Historias apasionantes, algunas personales, todas elegidas, investigadas o recordadas con piedad y un acusado sentido de la justicia. Como Wilfred Owen decía que debía ser la poesía.
Con un antológico asado en la terraza de Anfibia terminó un taller que nunca olvidaré. ¡Quiero más madrugones así, más cruzar la ciudad a la hora de los oficinistas esperando encontrarme con historias como… mejor no empiezo a contar las historias, porque alargarían demasiado este texto y mi añoranza. Mi agradecimiento eterno a Cristian, a Sonia Budassi, a Federico Bianchini y a los talleristas.
Entre medio, las dos instituciones me organizaron una charla pública con Cristian Alarcón en la Fundación Tomás Eloy Martínez y, en el momento culminante de sentirme “profeta en mi tierra”, 400 alumnos de periodismo de la Universidad de La Plata (el público más numeroso y atento de mi vida) se amucharon en el aula magna, algunos hasta sentados en los pasillos y el piso y de pie atrás, para escucharme hablar de Rodolfo Walsh, del Nuevo periodismo norteamericano, de los Nuevos cronistas de Indias de Latinoamérica, de Malvinas y de los trabajadores bananeros.
El pasado estuvo vivo, presente, como cuestión a debatir y ayudarnos a pensar más que como naftalina, en las 36 horas de clases y conferencias de esta visita a mi ciudad. Ahora me voy a dormir un poco. A las 5 de la mañana viene el taxi para llevarme a Ezeiza. Qué grato es poder volver así: con la frente arrugada pero no marchita.