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El conflicto en Siria: un ataque de amenazas

Por 13 de septiembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Edmundo Paz Soldán

El reciente reporte del United Nations Human Rights Council ha sido contundente: en Siria, ni el gobierno ni los rebeldes se guían por los principios de una "guerra justa". Sólo entre mayo y julio de este año, las fuerzas gubernamentales de el Asad han cometido al menos ocho masacres, y han atacado a hospitales y han usado bombas de racimo; en cuanto a los rebeldes, se distinguen por ejecuciones sumarias. Ambos bandos han torturado a sus enemigos o a sospechosos de serlo; también han secuestrado a gente y usado a niños como soldados.

Pese a todo ese panorama perturbador en una guerra que ya supera los cien mil muertos, Estados Unidos y algunos gobiernos europeos (sobre todo el de Hollande en Francia) se han sentido con la obligación de actuar solo cuando el gobierno de el Asad ha utilizado armas químicas contra su propia población, causando alrededor de 1.500 muertos; el uso de armas químicas es una transgresión moral inadmisible, aunque queda la duda de por qué otros crímenes de guerra no escandalizan tanto a la opinión pública. ¿Estamos tan acostumbrados a que se masacre a civiles con armas convencionales?

La opinión pública y los líderes de opinión en los Estados Unidos entienden el estatus particular de las armas químicas. Sin embargo, cuestionan que una intervención norteamericana contra al Asad termine ayudando a los rebeldes, que tampoco juegan con armas limpias y entre los cuales se encuentran varios grupos de extremistas islámicos. En una desastrosa situación moral, en la que ambos bandos -uno más que otro- han cometido abusos, no se ve con claridad por qué los Estados Unidos tenga que intervenir a favor de uno. Tampoco convence cierta soledad del país en este desafío, que Obama no haya podido armar una amplia coalición internacional que respalde su decisión de "castigar" a al Asad. A eso se añade el cansancio, el desgaste psicólogico de haber participado en guerras continuas (Afganistán, Irak) durante más de una década. El secretario de Estado John Kerry, casi como pidiendo disculpas, dijo que sería un "ataque muy pequeño" contra los arsenales químicos del gobierno sirio, y que no habría guerra; críticos conservadores y liberales han escuchado esta historia antes y utilizan una imagen repetida para ponerle reparos al plan de Obama: se trata de "una cuesta resbalosa" ("slippery slope"), es decir, un pequeño paso que puede llevar a eventos que no estén bajo el control de los Estados Unidos y por lo tanto conducir a algo tan grande como una nueva guerra.

La opinión pública internacional tampoco está convencida del plan de Obama. Las razones son diversas: están quienes desconfían de los Estados Unidos como garante del orden moral y señalan que en ocasiones recientes (Irak) ya ha manipulado a inspectores nucleares para fabricar una guerra; como confiar en la policía, dicen, si la policía no ha sido un modelo de virtud. Y están quienes ven a Siria como una excusa para que los Estados Unidos actúe una vez más como un imperio arrogante y tonto, capaz de provocar muchas muertes de ciudadanos inocentes como castigo por tantas muertes de ciudadanos inocentes provocadas por al Asad.     

Lo más curioso de todo es que ni el mismo Obama parecía convencido de su plan. El "guerrero reticente", lo ha llamado la revista Time. Así es como el premio Nobel de la Paz, en vez de saltarse el escollo del Congreso –como se suele hacer en estos casos–, decidió que no podía atacar sin previa autorización de un Congreso controlado en la Cámara Baja por la oposición. Obama sólo quería ganar tiempo para conseguir más aliados; no lo logró, y al final, para evitar una derrota en el Congreso, tuvo que apoyarse una salida intempestiva de John Kerry, que insinuó en una entrevista que los Estados Unidos estaría dispuesto a no atacar si Siria ponía su arsenal químico a disposición de una fuerza internacional y luego permitía su destrucción. Esa salida de Kerry se convirtió en punto de partida del gobierno ruso para que buscara salvar a su aliado sirio con un proyecto de desarme. El martes por la noche, las principales cadenas televisivas dieron paso a un mensaje de Obama que parecía urgente pero en realidad no lo era: pedía al Congreso que postergara la votación autorizando un ataque que, al fin de cuentas, no quería llevar a cabo.

En su mensaje, Obama fue por primera vez claro y explícito, incluso moralmente convincente en cuanto a la necesidad de intervenir con fuerza para que al Asad entienda que cualquier uso de armas químicas tendría serias consecuencias. Pero ese mensaje no ha logrado cambiar muchas posturas. De hecho, todo sigue igual esta semana, excepto por algo importante que pasó un poco desapercibido: por primera vez, el régimen sirio admitió que tenía armas químicas y que estaba dispuesto a firmar el tratado internacional para evitar su proliferación (Siria es uno de los escasos países que no ha firmado ese tratado). De algo sirven las amenazas del imperio, por más que, en principio, no parezcan convencer a nadie, ni siquiera a quien las profiera.      

 

(revista Qué Pasa, 13 de septiembre 2013)   

 

 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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