Competían autores como Raymond Chandler, Conan Doyle, Wilkie Collins, Dorothy Sayers, y novela como...
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Competían autores como Raymond Chandler, Conan Doyle, Wilkie Collins, Dorothy Sayers, y novela como...
La voluntad de ser feliz.- ?En medio de la plenitud del aire y la fertilidad del cielo, parecía que la única tarea de los hombres fuese vivir y ser felices? Albert Camus. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento. Les recomiendo este homenaje en El País.
Como “uno de los acontecimientos más importantes de la narrativa latinoamericana de los...
Ha habido suerte. Acaba de salir un nuevo Asterix en estado puro. No cuesta imaginar la clase angustia que ha debido de atosigar a Jean─Ives Perry, el guionista, y Didier Conrad, el dibujante, desde que recibieron el encargo de crear una nueva aventura de Asterix.
Claro que tampoco cuesta imaginar los apuros de Uderzo y Goscinny, los padres de la indómita aldea gala y sus habitantes, según se iban sucediendo las aventuras (24) y su innumerable público (nada menos que 350 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo a fecha de hoy) continuaba esperando nuevas entregas. Al fin y al cabo, el problema que se le plantea hoy a quien se haga cargo de pasear por el mundo al diminuto guerrero galo y su gigantesco compinche no es muy diferente del que han tenido desde la Antigüedad los héroes que no morían una vez cumplida la heroica misión que fue su razón de ser. Resulta tan difícil imaginar a Heracles matando una y otra vez al león de Nemea, a la hidra de Lerna y al toro de Creta como verlo yendo a cobrar su pensión de jubilado para luego llegarse a ver cómo progresa la nueva calzada que los conquistadores romanos están trazando y contarles por enésima vez a sus compañeros jubilados las viejas hazañas de cuando los dioses lo castigaron por sus excesos juveniles.
El problema de Goscinny y Uderzo era que, después de cada aventura, el público fiel les exigía fidelidad y que incluyeran las mismas bromas y gags: que siguieran dando palizas a los romanos, arrollando a los pobres piratas o brutalizando como siempre al incorregible bardo. Pero también se les exigía que fuesen imaginativos y no se repitiesen hasta ponerse cansinos. Es decir, que se encontraban en la tesitura de dar respuesta a una exigencia metafísicamente irresoluble, pues se les pedía que contasen una y otra vez lo mismo pero diferente.
Curiosamente, a los diferentes guionistas encargados de crear la historia mítica de Heracles ya debió de planteárseles un problema en cierto modo parecido porque al culminar la sexta entrega (dar muerte a los pájaros de Estínfalo) se les terminaron las historietas en el Peloponeso y para cumplir los doce trabajos tuvieron que mandarle cada vez más lejos, debiendo incluso bajar al averno en busca de Cerbero. Terminadas sus pruebas y pagadas sus culpas, la trayectoria del héroe invicto ya no daba mucho más de sí y tras idearle un matrimonio absolutamente lamentable los guionistas le concedieron la única salida digna que le cabe a un héroe, la muerte, aunque la de Heracles no fue menos lamentable que su vida de casado.
Cuando murió Goscinny, o parafraseando a John Le Carré, cuando Goscinny cometió la indelicadeza de morirse, la tarea que recayó sobre Uderzo fue tan gigantesca que el nivel crítico decayó en favor de la gratitud por mantener viva la leyenda de los irreductibles galos. Nunca se recuperó el nivel de algunas de las mejores entregas (personalmente considero que el cizañero es un personaje insuperable) pero los aciertos aislados lograban atraer una y otra vez a un público que para entonces ya pertenecía a la generación posterior a la original.
Y cuando la edad ha vencido y Uderzo se ha declarado incapaz de seguir haciéndose cargo él solo del guión y los dibujos, la marca Asterix seguía teniendo un valor incalculable y tanto las dos editoriales matrices que se reparten los derechos (Albert René y Hachette) como el propio Uderzo y los herederos de Goscinny no parecen considerarse lo bastante ricos como para dejar de explotar el filón y han recurrido a un guionista, Jean─Ives Ferri, que llevaba algún tiempo colaborando con Uderzo, y a un dibujante, Didier Conrad, escogido después de un largo proceso de selección.
El resultado del trabajo conjunto de los nuevos fichajes es Asterix y los Pictos. En esta última entrega nadie ha querido meterse en camisas de once varas y si los dibujos son una reproducción bastante convincente de los originales (Conrad se quejaba del gran trabajo que le costó reproducir a Idefix), las bromas, los gags, las amables críticas a la cultura y las costumbres de los anfitriones de turno (escoceses) se acercan bastante a lo que cualquier lector pediría. Se les nota una cierta falta de esa soltura que da un buen rodaje, pero también aportan elementos propios, como la nueva conciencia ecológica de Obelix o el protagonismo adquirido por las mujeres.
Obviamente, el problema de Conrad y Ferri es el futuro. Esta vez nos damos por satisfechos sólo con comprobar que parecen capaces de sacar el empeño adelante. Pero ejerciendo nuestro irrenunciable derecho a ser público, y por lo tanto caprichoso, injusto y todavía inmerso en la cultura del pan y circo, en adelante les vamos a exigir que además de iguales sean diferentes. Y ya veremos cómo se las arreglan.
Asterix y los Pictos
Jean─Ives Ferri y Didier Conrad
Salvat
La democracia no tiene misterios. Ni siquiera la tiene el invento post soviético de la democracia soberana, un pucherazo organizado por policías y espías del principio hasta el fin. Tampoco lo tiene la monarquía, por más que su antiguo perfume todavía pueda embriagar a unos pocos. Ni la autocracia, idéntica a sí misma en su arbitrariedad. Hace ya tiempo que el misterio de la epifanía del poder quedó destruido en casi todo el mundo, salvo en dos recintos peculiares, el Vaticano en Roma y Zhongnanhai en Pekín, donde las sucesiones se producen bajo ritos y procedimientos que se sustraen a la vista de los mortales.
"No es ninguna coincidencia que el Vaticano sea uno de los pocos estados con los que China no ha sido capaz de establecer relaciones diplomáticas desde su fundación en 1949. La Ciudad-Estado, centro administrativo de la Iglesia católica y residencia del Papa, es la única organización de dimensiones comparables al Partido Comunista chino, aunque a escala global, y con una afición similar al ritual y al secretismo". Esta es una comparación de Richard McGregor ?corresponsal del Financial Times en Pekín durante una década, en su libro El Partido. Los secretos de los líderes chinos (Turner)?, que tiene visos de convertirse en obsoleta, pero no por el lado chino sino el del Vaticano, donde ya sabemos de qué pie calza el papa Bergoglio e incluso atisbamos qué va a suceder con los misterios más terrestres del poder eclesial.
No es el caso del nuevo papa del Partido Comunista de China, Xi Jinping, elegido formalmente hace un año, el 15 de noviembre, en el primer pleno del Comité Central salido del 18 Congreso, pero cocido a fuego lento desde el anterior congreso que le catapultó, junto al actual primer ministro y número dos Li Keqiang, como uno de los nueve miembros del Comité Permanente. La lentitud del procedimiento permite conocer y familiarizarse con el nuevo mandatario mucho antes su elevación al solio, pero los arcanos de su elección, tan impenetrables como los vaticanos, siguen pesando hasta el momento crucial de la nueva y secreta reunión plenaria del Comité Central, que se celebra este próximo fin de semana.
Aclaremos que el Comité Central, pieza legendaria en los partidos comunistas, es el órgano que reúne entre congresos al menos una vez al año a los 205 titulares y 171 suplentes que sobre el papel dirigen el partido: una tarea que en realidad está en manos de los 25 miembros del Politburó, organismo elegido por los anteriores que alberga en su interior, como las matrioschkas rusas, al Comité Permanente, el órgano supremo, ahora de siete miembros, encabezados por Xi Jinping. Sus dos primeras sesiones plenarias sirven para la elección de cargos: los del partido en la que se celebra inmediatamente después su elección; y los de la administración y el Gobierno, la que se reúne antes de la Asamblea del Pueblo, símil de un parlamento que eligió a Xi presidente de la República, en marzo de 2013.
Del tercer plenario, el de ahora, se espera que marque la línea política de la nueva presidencia, sobre todo en cuestiones económicas y sociales. Así está pautado en el tedioso manual de funcionamiento de la mayor maquinaria política del mundo que es el PC de China (80 millones de militantes y un inextricable sistema de selección y ascenso para la maraña de organismos que lo componen). Cuentan los antecedentes: del tercer pleno de 1978, con Deng Xiaoping, salieron las reformas y la apertura económica, y del de 1993, con Jiang Zemin, la economía socialista de mercado.
Lo que se sabe del actual pleno de 2013 es menos de lo que se espera, que siempre suele ser mucho en un régimen tan alérgico al cambio. El aparato de propaganda ha hecho su tarea, que se resume en un par de eslóganes. El más ingenioso es el del sueño chino, implícitamente opuesto al sueño americano, que Xi ha convertido en su lema. Y el más burocrático la idea que va a servir como objetivo del tercer el pleno de "unas reformas y una apertura integrales y profundas", que abarcarán desde el sistema financiero hasta la propiedad agraria.
De Xi Jinping, su personalidad, su familia, e incluso algunas de sus ideas, se saben muchas cosas más. François Godement, del European Center on Foreign Relations, considera que nadie ha acumulado más poder desde Mao Zedong. La época de los hombrecillos grises, representados por Hu Jintao y su primer ministro Wen Jiabao, protagonistas de una década que casi todos, reformistas y conservadores, consideran perdida, ha quedado atrás si hacemos caso a los modos del nuevo emperador rojo. China tiene ahora un presidente con fuerte vocación de liderazgo justo en el momento en que más claramente se dibujan los límites del poder presidencial en Estados Unidos. Va a hacer reformas, sí. Pero según el más ortodoxo esquema, que Deng Xiaping instaló en el corazón del sistema: tanta libertad económica y sobre todo financiera como sea posible, pero sin perder ni un ápice del férreo control político que proporciona el Partido Comunista.
En 1920, uno de los grandes físicos de la historia, A Eddington, escribe:
"Nos hemos apercibido de que allí dónde la ciencia ha alcanzado mayores progresos, la mente no ha hecho sino recuperar de la naturaleza aquello que la propia mente había depositado en ella. Habíamos encontrado una extraña huella en la rivera del mundo desconocido. Y habíamos avanzado, una tras otra, profundas teorías que dieran cuenta d su origen. Finalmente hemos logrado reconstruir la creatura que había dejado tal huella. Y ¡sorpresa!, se trataba de nosotros mismos."
En un libro estrictamente técnico Chris J. Ishman del Imperial College de Londres vincula este párrafo con aquel héroe de Borges que habiéndose propuesto realizar una copia del mundo pasa su vida construyendo imágenes de montañas, barcos, mares, provincias... para, llegada la hora de la muerte, apercebirse de que sólo había logrado esbozar una copia de su propio rostro.
Este problema que no es otro que el de la realidad del mundo y en el que convergen todos los interrogantes relativos a los principios rectores. En esta reflexión sobre tales principios no he dejado de evocar aquello que Ortega y Gasset despliega en su libro Ideas y creencias y sobre todo La idea de principio en Leibniz... obra publicada póstumamente y para cuya culminación le faltaron quizás las fuerzas. [1] ¿Y qué se propone Ortega en tal libro? Algo simplemente extraordinario. De hecho no llega a hablar cabalmente de la cuestión planteada, no llega a tratar temáticamente de Leibniz, aunque va prometiendo en notas al pie de página que lo hará. No llega Ortega y Gasset a desentrañar nada y ni siquiera a sondear el abismo que la interrogación a la que invita supone, pero tuvo el gran valor de plantearla con total honradez y la claridad de exposición que le caracterizaba.
Ortega se enfrenta a la cuestión de los principios preguntándose por la universalidad de algunos de entre ellos, pero también y sobre todo preguntándose qué supone el hecho mismo de formular principios. Y en la medida en que Leibniz encarna paradigmáticamente esta inclinación, Ortega da en el título protagonismo a este autor al que- como decía - le falto tiempo para interrogar.
Ortega ve en Leibniz el paradigma de una especie de pulsión del pensamiento a explicitar principios. Y al intentar decir algo sobre tal pulsión, Ortega se distancia de la misma, su pensamiento ha de apuntar más allá de esos principios por cuyo origen se pregunta, Pero, ¿cómo ir más allá del fundamento? ¿cómo andar no ya fuera de todo camino sino incluso más allá de la matriz de los caminos.? En esta tesitura nos sitúa la reflexión metafísica que sigue a la física cuántica. Los principios ontológicos, el sustrato de nuestra relación con la naturaleza, parecen en nuestro tiempo perder su firmeza y ello empezando por el principio fundamental del realismo. A la discusión de este extremo ha de llevar este recorrido por asuntos metafísicos, pero antes habrá que tratar de otras cosas.
[1] Retomo ahora una anécdota personal (ya expuesta aquí con otro motivo) útil quizás para percibirse a la vez de lo interesante que fue para muchos de sus contemporáneos el pensamiento de Ortega y de los prejuicios con los que sin embargo era a veces abordado.
En los años en los que yo era estudiante en París, en las postrimerías del régimen de Franco y en razón de uno de los desmanes del mismo, visité a un grupo de filósofos(Althuser, Foucault) para que junto a otros intelectuales firmaran una carta de protesta. Aun vivía por entonces Jean Wahl, pensador francés arrestado durante la ocupación nazi por su condición de judío, fugado del campo de internamiento de Drancy, resistente y ulteriormente exiliado a los Estados Unidos.
La extremada delgadez del filósofo (poco más de 40 kilos según me dijo su mujer) testimoniaba de su delicadísimo estado de salud ( de hecho falleció poco después) pero su lucidez era absoluta, y no solo recordaba interesantatísimas situaciones vividas muchos años atrás , sino que reordenaba sus impresiones en función de informaciones y vivencias muy recientes.
Cuando le presenté la carta sobre España y le dije que yo mismo era español, me preguntó, aun antes de firmarla, si yo había leído a Ortega y Gassett. La verdad es que no lo había leído y así se lo dije, añadiendo ante su gesto de sorpresa que yo no había estudiado en España y que mis profesores en París no me habían invito as su lectura. Jean Wahl me respondió que él mismo no lo había leído hasta muy poco antes, aunque lo había conocido mucho personalmente, sin que hubiera habido simpatía entre ellos. Jean Wahl había de hecho mantenido prejuicios respecto a su obra, los cuales sin embargo que se habían desvanecido por entero cuando, por circunstancia azarosas se había encontrado en sus manos con la traducción francesa de La idea de principio en Leibniz...última obra de Ortega. Al empezar a ojearla su entusiasmo fue creciendo, y en estos últimos de su vida el frágil y valiente Jean Wahl tenía a Ortega (el extraordinario Ideas y Creencias entre otras obras) como uno de sus pensadores.
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La primera persona y sus menudencias no sólo se han extendido, sino que se han interiorizado en la actual hegemonía de la cultura confesional. Y sitúan en primer plano el mundo de los recuerdos, planteando el dilema sobre su fiabilidad. ¿Mentimos al rememorar? ¿Lo hacemos involuntariamente porque lo que nos viene siempre a la memoria es la última recreación de dicho recuerdo? ¿Nos apropiamos incluso de imágenes mentales relatadas por otros? Muchos son los interrogantes sobre el discurrir de la memoria, que como capas de cebolla va envolviendo la reconstrucción de una vivencia hasta el extremo de deformarla, embellecerla o dulcificarla. “Los recuerdos se revisan con el tiempo y sus significados cambian a medida que envejecemos, algo que hoy reconoce la neurociencia y denomina ‘reconsolidación de los recuerdos’”, asegura Siri Hustvedt en su apasionante recopilación de ensayos Vivir, pensar, mirar. Todo el mundo se siente propietario de una historia, y lo que hay de intransferible en ella representa un pequeño tesoro. El yo se descompone en mil partículas, y la experiencia (auto)biográfica atrapa hoy tanto como la ficción en todos los formatos -de los realities televisivos a los blogs y bitácoras digitales-, incluso cuestionando su papel cuando resulta tan fácil, tan consumible y carente del pudor de antaño. Lo que a menudo olvidamos es que el ser humano -desprovisto de una rigurosa metodología analítica como herramienta de trabajo, a la manera del historiador o del biógrafo- reinventa a menudo su propio pasado. En Slate leo una entrevista con la matemática y psicóloga de la Universidad de California Elisabeth Loftus, cuya intervención en reconstrucciones de accidentes de tráfico o en interrogatorios a testigos en juicios -como el de O. J. Simpson o el de Michael Jackson- ha sido clave para mostrar el grado de contaminación del recuerdo. Tanto en la identificación de criminales como en la reconstrucción de un asesinato, a menudo consigue poner en entredicho la credibilidad de los testigos presenciales, sin que ello significara que mintieran: tan sólo evidenciaba que la memoria es maleable. Eso sí, muchos expertos en la materia afirman que embellecer los recuerdos es garantía de superación, puro instinto de supervivencia. Estas conclusiones nos chocan, justo cuando la videomanía se ha convertido en un gesto cotidiano, casi en una obsesión. Y grabamos lo intrascendente y lo trascendente. Como esa brutal paliza de los mossos a Juan Andrés Benítez, que sin las cámaras de los ciudadanos se hubiera agazapado entre la amnesia del recuerdo y la tendencia a ficcionarlo. (La Vanguardia)(Foto: Caroline Makintosh)
En el Congreso de Panamá, el tema fue el libro, como ya dije, y las novedades a que una industria tan antigua está sometida. Lectura y escritura tradicional, y ahora digital. Editoriales electrónicas, bibliotecas virtuales infinitas, librerías que ofrecen miles de títulos desde el espacio cibernético. Una revolución incesante que cada día presenta novedades, y que como toda revolución que afecta nuestras vidas trae consigo dudas, temores, ansiedad, incertidumbre, y también esperanzas. Porque la lectura electrónica puede llegar a democratizar verdaderamente la cultura.
Estamos frente a un formidable cambio tecnológico, como el que se vivió con la creación de la imprenta, en cuanto a las formas de leer. Mucho se habla de la desaparición del libro, pero olvidamos que más bien se trata de un proceso de sustitución. El libro impreso sustituyó al libro copiado a mano. Hoy el libro electrónico sustituye al libro impreso. Y entre ambas formas de leer habrá una coexistencia que durará largos años, de eso no me cabe duda.
Lo que más inquieta a quienes se ocupan de la lengua, es que estamos pasando de la palabra impresa a la palabra virtual. Antes escribíamos los libros a mano, o con los caracteres reales de una máquina de escribir. En ambos casos podíamos tocar las palabras, que hoy son sólo una ilusión, no sólo cuando escribimos, sino cuando el libro llega a manos del lector. Es un libro que no existe, y regresa a la nada cuando apagamos la tableta, o la pantalla de la computadora en que leemos.
Por otro lado, todo fenómeno tecnológico afecta a la lengua. Al aparecer una invención que ahora parece anticuada, la máquina de escribir, sin darnos cuenta llegamos a depender del teclado y de los caracteres representados en el teclado. Por eso muchas de nuestras grandes obras literarias del siglo veinte se escribieron sin los cierres de interrogación y admiración, que son signos que sólo el español tiene, y que las máquinas no traían. Así llegamos a acostumbrarnos a esa desaparición, que hoy ha sido restituida en los teclados de las computadoras, pero porque defendimos su presencia, como hemos defendido que exista la ñ en esos teclados. Parece banal, pero ha sido una gran batalla por la integridad del idioma. Sin la ñ, el español dejaría de serlo, empezando por su mismo nombre.
Hoy, el español goza de una salud muy pujante, yo diría de una salud agresiva. El español conquista hablantes, mientras otras lenguas se baten en retirada. Hemos atravesado la frontera de los Estados Unidos, somos ya la segunda lengua en ese territorio. Y el español será una de las grandes lenguas de este siglo veintiuno, junto con el inglés, el chino y el árabe.
El gran reto para quienes hablamos el español, es la asimilación de la modernidad en tiempos de globalización. Hay una verdad imbatible, y es que los términos tecnológicos los pone la lengua que inventa la tecnología, y el inglés se ha vuelto una lingua franca de las ciencias y de las invenciones técnicas, y en lo que toca a este tema, de las invenciones digitales. La tarea de crear términos para una tecnología que no hemos creado se vuelve inútil. No tenemos mejor alternativa que saber recibir esos términos, que son multitud, y adoptarlos. Una lengua siempre está recibiendo y adoptando. Cuánto no recibimos del árabe en España, y cuánto no hemos recibido de las lenguas aborígenes en América. ¿Por qué no vamos a saber recibir del inglés?
Una lengua se nutre de dos vertientes, la calle, y la literatura. Ambos son espacios constantes de invención. El reto es, entonces, no dejar de ser creativos, ni en la calle, ni en la literatura, y hay que mantener abierto el puente entre ambas. El español debe seguir siendo una lengua de invención, como lo es desde Cervantes. Saber recibir aportes literarios de otras lenguas, como nos enseñaron Garcilaso y Rubén Darío; y nunca olvidar la calle, el habla que se hace todos los días entre la gente común, que es la que crea y reinventa el idioma, junto con los escritores.