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Viaje al país del siempre jamás / II. Grandes esperanzas

1968. Grandes esperanzas, Dickens también fue un profeta. La década de los sesenta, la que no se repetirá, y sin la que nada de lo que está por venir en mi vida sería posible, ni lo que me tocó vivir ni lo que me ha tocado escribir. Aprendí que la más lúcida de las compatibilidades es que podía ser un escritor y un revolucionario, alguien que piensa y que hace, y que encuentra que su sensibilidad para escribir es la misma que le sirve para pensar que otro mundo es posible en la realidad y en la narración, tierra y cielo, el yin y el yang.

Entré en el Club de la Serpiente, fui cronopio de primera fila y no apretaba el tubo de pasta dentífrica desde abajo como se ordenaba en el sabio manual de instrucciones para vir que fue Rayuela. Cortázar y Franz Fanon, el Ché y Janis Joplin, Martin Luther King y los Beatles, Ben Bella y los Rolling Stones, Lumumba y Bob Dylan, jamás se vio brillar en los cielos de la esperanza una constelación semejante, no importa la frase hecha. Woodstock el gran campo de batalla lo mismo que lo era la cordillera de los Andes, Argelia y el Congo, las calles de París en mayo y la siniestra plaza de Tlatelolco en octubre de 1968.

Ser joven por primera vez en la vida es una carga seria, la barricada cierra la calle pero abre el camino. Es necesario explorar sistemáticamente el azar, dicen también los grafitis, una frase que parece escrita por Cortázar. A los revoltosos en las calles los jerarcas del partido comunista francés les parecían unos ancianos que estaban bien donde estaban, en el asilo de ancianos.

Sin los sesentas no habrá setentas, querido Perogrullo, sin esa explosión de locura y esperanzas no habrá revolución en Nicaragua, todos esos ríos azarosos y revueltos que van a dar a la mar, que es el vivir. Los guerrilleros en sus escondites leían Rayuela y leían La ciudad y los perros, el boom también era una rebelión armada; un primo mío comandante guerrillero se puso por seudónimo Aureliano, por Aureliano Buendía, y otro vino a llamarse directamente Macondo. A nadie hubiera extrañado ver a un Ixca Cienfuegos con el fusil en la mano en busca de la región más transparente del aire.

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26 de diciembre de 2013
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La vida soñada

Incluso los días de la semana pierden su nombre; hoy podría ser martes, jueves o domingo, no importa. Porque el rito de la Navidad difumina las aristas del tiempo al extender su mantel escarchado. No hay prórroga que valga, a pesar de la urgencia por cerrar el año. Una parálisis convocada en nombre del amor universal y la familia demuestra cuán relativo puede ser el tiempo, igual que la bruma tras los cristales en esa escena universal del fuego ondulado entre los leños que invade de sopor las últimas tardes de diciembre. Los telediarios mandaron las cámaras a las estaciones y aeropuertos para grabar el abrazo del reencuentro. Porque la soledad se hace puntiaguda en esas fechas, bajo peligro de perder su nobleza y acusar desamparo. Apremia la necesidad de juntarse y comer juntos como si alrededor de la mesa se pudieran curar las palabras no dichas. Los que se quieren, o se deben, ya se entregaron sus regalos. Los niños más listos hacen cábalas para resolver cómo en una misma noche un anciano con largas barbas subido a un trineo posee el don de la ubicuidad y llega a todas partes arrastrando su fábrica de juguetes. Ese sí es un gran relato, que se sigue reproduciendo desde hace dos mil años: la celebración del milagro de Dios como parque temático que trasciende religiones y culturas. Símbolos tan variopintos como la lotería, capaz de combatir la rémora tan española de “tapar agujeros”; la celebración del nacimiento de Jesús de Galilea evocado en catedrales y pesebres, o la afición por ese alimento temporal llamado turrón, que consumido fuera de contexto es algo parecido a vestirse de invierno en verano, construyen el imaginario navideño que incluso los más escépticos acaban tolerando. “La vida es el tiempo que hace. Son las comidas. Los almuerzos en un mantel azul a cuadros sobre el cual hay sal vertida. El olor a tabaco. Queso brie, manzanas amarillas, cuchillos con mango de madera”, escribe el gran John Salter en Años luz. La vida también es una colección de navidades, de sillas vacías y tronas con bebés que se estrenan con un gorrito de Papa Noel del cual ya ni advertimos su ridículo. Resumen el alfiler melancólico que remueve los mimbres del recuerdo y traen el eco del tipo de niños que fuimos; de la rebeldía adolescente que nos obligaba a aborrecer la tradición; del alborozo cuando fuimos padres primerizos y entonamos los villancicos que cantábamos con guantes, gorro y bufanda esas vacaciones de invierno en que la vida soñada no tenía fecha de caducidad. ‘El mundo se desmorona y nosotros nos enamoramos’, decía Ingrid Bergman en Casablanca. No existe otro deseo más redondo, reversibles como somos. Corderos y lobos.

(La Vanguardia)

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25 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El oro, la luz y el desnudo

La máxima y única noticia sobre España que he podido leer en Sidney durante dos meses no es ni positiva ni negativa. Se trata de un relato igual a cero. El relato del Ecce Homo que trató de restaurar Celia Giménez, 83 años, y que se convirtió, gracias a ser una birria, en la peregrinación más graciosa de la catolicidad.

Una peregrinación tan numerosa, como se recordará, que el, párroco decidió cobrar un euro por la visita mientras, en la chacota popular, el sagrado nombre de Ecce Homo pasó a ser Este Mono. La noticia del miércoles pasado en The Sidney Morning Herald es que al cura, de 70 anos, se le acusa de apropiación indebida, lavado de dinero y, como ya es curialmente habitual, de abuso de menores.

Estos y otros datos merecieron un buen lugar en el periódico más serio de Sidney. De modo que la historia del cuadro pasa ya por un doble bucle. Cristo, convertido en monigote, desintegra el fervor. Y el periódico, con estos fragmentos, presenta la imagen principal que los australianos han recibido de nuestro país en 60 días.

No no puede decirse, sin embargo, en este caso, que se haya recurrido a los tristes tópicos. La noticia es atópica y podría haberse producido tanto en Indonesia como en Uruguay. Se trata pues de una curiosidad absoluta en la que España es protagonista por azar.

Pero solo así, por azar, los australianos saben de España. No hace falta que nos mostremos espectacularmente en crisis, ni ganadores de un Oscar, ni constructores aquí de grandes obras públicas. Faltos hoy de interés para los australianos, nuestro país se volatiliza en el espacio y solo llega a condensarse cuando planea una broma de peso parroquial. ¿No existe pues España para los australianos? No hace falta pensar mucho para suponer que no. En Europa cuenta Gran Bretaña, como es natural; en América, Estados Unidos como es capital y, en Asia, China como es cabal.

No obstante, de España no sería necesario saber mucho para tenerla en cuenta. Todos los australianos que han pasado por Barcelona, Madrid o Sevilla se han convertido en sus promotores. Pero ni el vino español que da mil vueltas al australiano (ácido como el limón pero cuarto exportador del mundo), ni el flamenco, los toros o las bellas mujeres han ganado suficiente atracción. El ganado vacuno lo poseen por decenas de millones, las bellas mujeres las tienen de todos los gustos, razas o colores y en cuanto al baile los jóvenes mueren en discotecas atestadas como en cualquier lugar occidental. Encima, sus gigantescas playas bullen de surfistas y de un clima canario tan ameno como en un radiante festival.

España les importaría notablemente, sin embargo, si los departamentos oficiales presentaran de una vez al país como la cabeza de cientos de millones de personas hablando español. No España sino el español es lo que vale su peso en oro.

Actualmente, en los programas de estudios australianos ha disminuido la oferta de lenguas europeas, como el francés o el alemán, en beneficio del japonés, el chino o el coreano. Lo que vende es lo que hace vender, y ¿cómo pasar por alto que, además de Hispanomérica, en 2050 Estados Unidos tendrá una población con una mitad de hispanohablantes?

Esta es la última colaboración que envío desde Sidney porque no voy a pasarme aquí toda la vida. He llegado incluso hasta Nueva Zelanda, pero ni un paso más. Y, paralelamente, puesto que ya que he estado allí pido disculpas a John Rochlin, cónsul honorario de Australia en Barcelona, que se llevó las manos a la cabeza cuando, sin querer, multipliqué por dos el número de habitantes neozelandeses y, de paso, sus ovejas. Ahora que, ya en directo, he podido echar un vistazo, los habitantes son 4 millones y medio y las ovejas no pasan de los cuarenta millones. Una animalada de todos modo, pero ¿qué puede esperarse de un paraíso como Nueva Zelanda, donde su naturaleza apenas sin mancillar (hay que desinfectarse las suelas de los zapatos para entrar en algunos bosques) ha convocado a toda clase de especies, faunas y floras, habidas y por haber?



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24 de diciembre de 2013
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Ansiedad con bogavante

Cuando gugleas “crisis de ansiedad” y clicas en la quinta entrada para verificar la sintomatología que caracteriza a ese eclipse mental, oyes de repente la voz de una mujer preguntando: “Cariño, ¿con qué me vas a sorprender esta noche?”. A lo que Cariño responde: “Con una crema de bogavante”. Es un vídeo comercial, pero la situación resulta tan absurda como la coctelera de contrastes que se agitan en los formatos contemporáneos. Y es que las agencias de marketing miden el número de clics de miles de páginas en busca de “audiencia útil”, en una estrategia en la que prevalece el número a la letra. Y allí se plantan. El Google Zeitgeist del 2013 concluye que “crisis de ansiedad” es una de las expresiones más buscadas del año, superando incluso a “crisis económica” y “crisis existencial”. Aun así, no deja de sorprender la escena real de que alguien con palpitaciones, sudores fríos, mareo, parálisis y sobre todo con la sensación cada vez más totalizadora de que está a punto de sufrir un colapso, escuche la voz de Cariño a punto de echar al fuego la crema de bogavante. Pero, a la vez, es un excelente ejemplo de lo amalgamado de nuestros tiempos, característica de la cual el buscador es un testigo elocuente. Este año, los españoles han pasado del agujero en el bolsillo al nudo en el estómago, mientras se publican cifras abrumadoras del generalizado aumento del consumo de antidepresivos -según la OCDE, se ha duplicado en diez años- y la fractura de cualquier tipo de seguridad lo asuela todo. Las palabras más buscadas demuestran que internet sigue siendo el cajón de sastre virtual que posiciona no tanto lo más importante o urgente, como lo que perturba. Sólo así es posible entender por qué los españoles han buscado con igual frenesí “dieta macrobiótica”, “Álvaro Bultó” o “crisis de ansiedad”. En lo que antes se conocía como un ataque de nervios, lo que más conmueve es la nostalgia de la normalidad. La vida sin pensamientos atropellados ni latidos en estéreo. Cómo se añora la respiración pausada, el aburrimiento y la nada. Aunque siempre hay que encontrar una explicación socialmente aceptada, que posea un prestigio tan ampliamente compartido como el del estrés. Todo el mundo entiende que, al perder un trabajo y tener que vivir en precario, sobrevenga un apagón. Veinte años atrás, la ansiedad sólo era el aguijón de unos pocos -nerviosos, ambiciosos, angustiados-. Hoy es un trastorno que define los toboganes de una sociedad en permanente rebaja, un mal común. Nunca he entendido con qué naturalidad se le pide a quien cree que el corazón va a salírsele por la boca que controle la respiración y visualice una playa. Me parece una tarea heroica al tiempo que un esfuerzo inútil. La publicidad tiene la llave en su mano, y una osadía que carece de límites. Por eso, en un mundo donde todo está en venta, nada como recetar contra la ansiedad una crema instantánea de bogavante.

(La Vanguardia)

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23 de diciembre de 2013
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Lo que le falta al corazón

Es muy curioso el destino de Marivaux, alguna de cuyas comedias y novelas han sido llevadas a la pantalla pero cuyo mayor timbre de gloria fílmica es el influjo ejercido en cineastas que se dejan impregnar por él sin reconocerlo, y uno de ellos, hasta ahora el más ‘marivaudiano' de la historia, incluso negándole. El que le negó (en una entrevista de la televisión francesa) es, naturalmente, Eric Rohmer; buena parte de su filmografía, y no sólo las ‘Comedias y proverbios', está inspirada por la profunda ligereza y la ingeniosa verbalización de los sentimientos propias de Marivaux, pero todo artista es dueño tanto de elegir sus paternidades como de angustiarse por ellas y rechazarlas. Nosotros, lectores y espectadores independientes, nos quedamos con la libertad de decidir. Otro gran director que ha leído bien al comediógrafo dieciochesco es Jacques Rivette, que toma de él la locuacidad, la travesura galante y la melancolía inexplicable. Y desde hace diez años está en primera fila del ‘marivaudismo' internacional el tunecino de origen Abdellatif Kechiche, que no esconde sus fuentes.

      No he visto las demás adaptaciones al cine de obras de este autor, para mi gusto uno de los genios de la comedia dramática de todos los tiempos, con el mismo rango de Shakespeare, Calderón o Goldoni. Se hizo en Francia en la lejana fecha de 1968 una película sobre su comedia ‘La double inconstance', y un cineasta muy solvente, Benoît Jacquot, es autor de sendas películas tomadas de ‘La fausse suivante' y, curiosamente, de la novela inacabada ‘La vie de Marianne' que inspira ‘La vida de Adèle'. Siento en particular no conocer la que en el año 2001 llevó a cabo la interesante guionista y directora intermitente Clare Peploe, esposa y colaboradora de Bernardo Bertolucci. Peploe filmó ‘El triunfo del amor', una comedia bajo cuyo banal título se esconden una obra maestra absoluta y un personaje femenino, Léonide, princesa de Esparta, que está entre los más sutiles e inteligentes que se han escrito para el teatro; lo interpretaba nada menos que Mira Sorvino, al lado de Ben Kingsley y Fiona Shaw, pero el film no tuvo ningún éxito, y apenas se difundió. Sueño con verlo.

     En el año 2003 Kechiche, después de un debut brillante con ‘La faute à Voltaire', no estrenada en España, hizo ‘L´ésquive' (‘La escurridiza'), en la que un grupo de chicos y chicas de un instituto suburbial mezclaba en sus rutinas estudiantiles y en su vida erótica el texto de la pieza quizá más conocida de Marivaux, ‘El juego del amor y del azar', que los alumnos ensayaban para una representación escolar. Aparte de la presencia seminal del citado escritor, ‘La escurridiza' comparte con ‘La vida de Adèle' el método de filmación en planos aparentemente poco elaborados, muy pegada la cámara al rostro de los intérpretes, y una gran dependencia de los diálogos, en ambos casos (y en las demás películas de Kechiche) caracterizados por el predominio del argot. ‘La vida de Adèle', basada más que en el argumento en los motivos esenciales de la extensa novela ‘La vida de Marianne' (una de las dos, y ambas inacabadas, que dejó Marivaux), toma sin embargo como referencia más inmediata un comic (o novela gráfica, como ahora se les llama grandiosamente) de la dibujante francesa Julie Maroh, que naturalmente desconozco. Maroh es una lesbiana militante, que ha lamentado, con motivo del enorme éxito de la película y su resonancia internacional tras ganar la Palma de Oro del último festival de Cannes, que en el set donde se rodaba "faltasen lesbianas", aunque de modo muy honesto confiesa también en su blog que al vender sus derechos a Kechiche le vendió el de la traición necesaria o inevitable. Otra implicada en el rodaje, la actriz Léa Seydoux, que interpreta el papel de Emma, denunció junto a algunos miembros del equipo técnico las condiciones dictatoriales impuestas por el director. También ese derecho, me temo, se vende cuando uno firma un contrato en el cine. Y si no, que se lo digan a Fritz Lang, a Hitchcock, a Kubrick o a Almodóvar, grandes artistas de la narración en imágenes y del látigo.

    Hablemos de los resultados de todo ese nudo de componentes y contingencias, la obra magistral y siempre apasionante a lo largo de sus tres horas de metraje que es ‘La vida de Adèle', una película que combina con un arte en este caso especialmente refinado el marco literario y el contenido sensual de los seres elementales o muy jóvenes en los que suele ir a fijar su mirada Kechiche. La literatura no sólo proviene de Marivaux, del que se cita en las primeras imágenes de la escuela una frase de la novela, la búsqueda de "aquello que le falta al corazón". La frase y la búsqueda constituyen el lema y el ‘leit motiv' del relato fílmico, que discurre, como es natural tras un pronunciamiento poético tan enigmático, por los senderos de la ambigüedad y el claroscuro. Hay más insinuaciones literarias: Sartre, que llega casi a ser un personaje ausente, Francis Ponge, Alain Bosquet. Qué gusto que un director tan específicamente cinematográfico introduzca tan bien la prosa y la poesía.

      ‘La vida de Adèle' procede desde lo general a lo particular, y fascina tanto en la esfera amorosa como en el leve pero elocuente trazo de los fondos sociales: la política de los grupos de poder sexual en la adolescencia (la escena del acoso a Adèle en el patio del colegio), la verborrea del ‘establishment' artístico, las familias. Son inolvidables y están maravillosamente escritas las dos cenas de las enamoradas con los padres respectivos: nunca, desde el ‘Espartaco' de Kubrick y ‘La quimera del oro' de Chaplin, se le ha sacado tanto partido metafórico a los moluscos y al ‘spaghetti', que el hambriento Charlot obtenía de unos cordones de zapato. La media hora final trasciende la anecdótica de los compartimientos estancos de la sexualidad; a esas alturas ya no importa, después de haber mostrado antes las vejaciones que la homosexualidad sigue produciendo, que las amantes sean dos mujeres. Adèle (extraordinaria Adèle Exarchopoulos) sola en el parvulario, rodeada de juguetes; Adèle tendida en el banco del parque donde coqueteó con Emma; Adèle besándole la mano frenéticamente a su amante, que ya no la ama. Tres instancias conmovedoras del sentimiento global de la pérdida y el abandono.

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23 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Orden público

Ultrajadas por la aberrante conducta de los manifestantes -esos vándalos que se han atrevido a perturbar el orden público, a provocar a la policía y a desafiar las buenas costumbres-, las autoridades han llamado a un "acto de desagravio" en el Zócalo. Según el discurso oficial, participarán en él quienes se han sentido agredidos por las ofensas contra la nación. Al final, a la plaza sólo concurren miles de burócratas y miembros de los sindicatos oficiales obligados a asistir. Los jóvenes los reciben con imitaciones del balido de las ovejas, al tiempo que ellos mismos corean "no vamos, nos llevan": el primero de los cánticos célebres del movimiento estudiantil. (Mucho después, Francis Alÿs tendrá la genial idea de recrear la situación en un video: durante varios minutos, un grupo de borregos da vueltas en torno al asta bandera.)

            En 2014 se cumplirán 46 años de que ese grupo de jóvenes radicales tuviese el descaro de marchar desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo, de insultar al presidente y de izar el pendón de huelga donde debía ondear la insignia nacional, pero lo paradójico es que, si nuestros legisladores no cambian de opinión, aquel acto realizado el 27 de agosto de 1968 podría volver a ser prohibido -y sus participantes duramente sancionados- conforme a la nueva Ley de Manifestaciones Públicas del Distrito Federal impulsada por el diputado panista Jorge Sotomayor y recién aprobada por las comisiones unidas del Distrito Federal y de Derechos Humanos en el Congreso.

Según la nueva propuesta, podrá coartarse el derecho de asociarse o reunirse si su fin es contrario a las "buenas costumbres" y a las "normas de orden público". Asimismo, prohíbe toda apología del odio "o cualquier otra acción ilegal similar", establece que sólo se podrán realizar manifestaciones de "11 a 18 horas" (para evitar las horas pico), que no deberán ocupar "vías primarias" (y sólo un carril en las secundarias) y que la policía tiene la facultad de disolverlas si se presentan actos que "perturben notoriamente el orden público". Además, concede a las autoridades la capacidad de otorgar el permiso para celebrarlas, previa solicitud dirigida a ellas con 48 horas de antelación.

Sus defensores dirán que en estos 46 años la situación del país se ha transformado de forma radical; que no es posible comparar el régimen autoritario -o dictatorial- de Díaz Ordaz con nuestra reluciente democracia; o que los jóvenes de entonces nunca buscaron incordiar a los ciudadanos, a diferencia de los bloqueos realizados a últimas fechas, en especial el plantón de los seguidores de López Obrador en Reforma en 2006 y de la CNTE en 2013.

Quienes así argumentan olvidan que, si hoy disfrutamos de una democracia -por imperfecta que ésta sea-, es gracias a la lucha continuada de miles de activistas y ciudadanos que, siguiendo el ejemplo iniciado ese 27 de agosto de 1968, se han atrevido a desafiar a la autoridad y a arrebatarle el espacio público, hasta entonces su coto exclusivo. Lo peor que puede hacer una democracia es renegar de sus orígenes y, con el insidioso argumento de salvaguardar los derechos de terceros y proteger las buenas costumbres -es increíble la desmemoria de los legisladores al usar estas palabras-, limitar el derecho de manifestación y fijar sanciones a partir de criterios subjetivos.

  Las marchas y plantones son síntomas naturales del descontento democrático. Si generan incomodidad entre los ciudadanos, es que de eso se trata: de hacer visibles causas que de otro modo se mantendrían en la oscuridad. Por supuesto que la ley -la ley penal- debe castigar a los provocadores y a quienes cometan cualquier delito, pero ello no debe conducirnos a acotar los derechos de los manifestantes, incluido el derecho a insultar a los políticos. Imposible negar las molestias que los habitantes de la ciudad de México hemos sufrido, pero utilizar el legítimo encono de los afectados para restarle toda visibilidad a la protesta -y mantener a los manifestantes bajo amenaza- significa un severo retroceso.   

Igual que en 1968, nos corresponde salvaguardar el derecho a la disidencia. Ello no significa comulgar con las causas de los otros ni rendirnos ante quienes sólo buscan la violencia, sino estar dispuestos a padecer un embotellamiento sabiendo que, en caso necesario, podremos ocupar el espacio público en cualquier momento para protestar contra la autoridad o incluso, insisto, para insultarla.

 

Twitter: @jvolpi

 



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22 de diciembre de 2013
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Sexo en primer plano: Sorprendentes memorias del celestino de Hollywood

Scotty Bowers fue durante décadas el alcahuete de Hollywood, el “conseguidor” de sexo anónimo, de pago o gratuito, y disfrutador él mismo de los placeres lúbricos de la Babilonia de América. A los 90 y con la mayoría de los pecadores ya muertos, lo cuenta casi todo en Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood .

Este chispeante y modesto libro de chismes inicia, además, el segundo centenar de títulos de una colección memorable: la del borde gris de Crónicas Anagrama, que vertió al castellano los clásicos de Ryszard Kapuscinski, Günter Wallraff, Truman Capote y Tom Wolfe.

En homenaje a esta colección y por la agradable lectura del viejo y deslenguado Bowers, escribí esto que salió la semana pasada en Cultura/s de La Vanguardia:

*          *          *

El cinéfilo supremo Roman Gubern lo define así en la primera frase de su prólogo: “Este libro es un compendio de chismografía sexual de high class del Hollywood opulento.”

Obviamente, lo que más llamará la atención de los lectores es la profusión de anécdotas y detalles escabrosos y escondidos durante décadas, casi todos de naturaleza sexual, de los actores y actrices, directores, productores y sus amigos de la realeza y las finanzas. Pero Servicio completo es también el relato de la vida de un personaje fascinante, como salido de la picaresca del Siglo de Oro español.

Empecemos por el personaje: si hemos de creerle, el sexo fue el eje de la vida del hoy nonagenario Scotty Bowers. Nacido en una granja de Illinois, en su primera infancia en un colegio religioso ya los curas se turnaban para abusar sexualmente de él, pero en su relato no lo presenta como violación o tortura sino como el inicio de una carrera centrada en servir y hacer felices a personas necesitadas de sexo. Nada, ni la pederastia, es motivo de condena o crítica en este libro. Hasta lo más sórdido parece simpático.

En sus años como marine en el Pacífico en la Segunda Guerra Mundial, hay más páginas sobre sus encuentros sexuales en sus días libres que sobre las batallas y masacres en las que participó. Y apenas terminada la guerra, comienza la farra sin frenos: Bowers consigue trabajo en una gasolinera de carretera cerca de la meca del cine, y en unos meses ya desfila por allí toda clase de buscadores de sexo ocasional.

*          *          *

El mismo Scotty proporciona lo que puede, comenzando con sus primeros ligues: el legendario actor Walter Pidgeon y el mítico director George Cukor. Aunque con los calzoncillos bajos, no parecía ni legendario el uno ni mítico el otro. Como no daba abasto, empezó a proporcionar a sus “amigos” jóvenes de ambos sexos para sus aventuras. Muchos revolcones tuvieron lugar en el baño de la gasolinera o en una caravana que un amigo le pidió que le “cuidara”.

¿Era esto prostitución? Bowers evita la definición, pero para mí como lector, esa es la palabra que aplicaría a esos encuentros rápidos entre ricos y famosos, muchos de ellos de 50 o 60 años, como el actor Charles Laughton o el dramaturgo Nöel Coward, con jovencitos pobres, donde al “encuentro por placer mutuo” sigue una jugosa “propina”. El precio usual, elevado en los cuarenta y cincuenta, era de 20 dólares.

¿Eran todos encuentros entre hombres? La mayoría, porque la represión de las homosexualidad y el cuidado de los grandes estudios por la reputación de sus actores requerían sigilo y nocturnidad. Fue recién en los ochenta, cuando el SIDA hizo saber al mundo que Rock Hudson, el galán por quien suspiraban las mujeres de medio mundo, era gay. Scotty Bowers lo sabía hacía décadas: Hudson estaba en su grupo habitual de clientes, junto con Cary Grant, Montgomery Cliff y hasta los duques de Windsor. Pero también había quien buscaba mujeres, sobre todo jovencitas.

Caso aparte eran las lesbianas secretas, como Katherine Hepburn. Mientras la Metro Goldwyn Meyer promocionaba en todas las revistas su romance con su compañero de reparto Spencer Tracy, Bowers asegura haberle proporcionado a ella cientos de morenitas (su preferencia) y a él alguna que otra noche de borrachera y sexo en su propia compañía.

*          *          *

El libro se lee de un tirón y proporciona muchas historias subidas de tono (la descripción de los gustos de cada uno es “explícita”) con un estilo elegante, reflexivo, y una sabia estructura donde el cotilleo se mezcla con reflexiones sobre lo variado e irreprimible del impulso lúbrico, una mirada sorprendente a los entretelones de Hollywood y su forma de hacer películas y crear mitos, y más en lo profundo, una reflexión sobre el extraño peso de la conducta personal en el imaginario de un país fundado en las ideas de la libertad y el puritanismo.

A esto contribuye ciertamente la maestría del co-autor Lionel Fiedberg, un guionista de Hollywood quien grabó cientos de horas de entrevistas con Bowers y las armó en esta narración no lineal. Se nota la mano del experto contador de historias, junto con la memoria prodigiosa del celestino de las estrellas, que al final de su vida sale del armario de los secretos, para regocijo de los mitómanos del cine.   

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22 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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66. Pantallas de papel, versión 2013

"como si yo fuera el protagonista de una película cómica en la que mi terror no tenía más función que producir la risa de unos espectadores invisibles"; Juan Aparicio Belmonte, Un amigo en la ciudad; Siruela, 2013. / "Aquella actitud tan desenfadada divirtió al equipo de televisión, aunque aún le sorprendió más la relajación y naturalidad con que actuaban delante de las cámaras. Sin embargo, cuando las felicitaron por ello, parecieron confusas. La mayor y más directa de todas, la señora Cheng, dijo que no sabía de qué le hablaba el director. Si se suponía que debían de ser ellas mismas, ¿a qué venía el comentario sobre su actuación?"; Yiyun Li, Muchacho de oro, muchacha esmeralda; Galaxia Gutenberg, 2013, traducción de Laura Martín de Dios. / "Esperé una ayuda del pasado, pero la realidad no empezó a temblar como paso previo a que nos succionase un flashback, tampoco nos rescató un fundido en negro, y como no me atreví a salir corriendo lo que hicimos fue sentarnos a la misma mesa"; Gonzalo Torné, Divorcio en el aire; Mondadori, 2013. / "(...) aquella anécdota se desplegó ante mí con sorprendente viveza, como una película en la que yo me sentía tan solo y desamparado como en aquel momento"; Aparicio Belmonte, Un amigo en la ciudad. / "Fueron el tono de desesperación contenido, las puntas de cabello todavía húmedas y la voluta de humo que se sacó de los labios los que me convencieron de que Helen se sentía encuadrada en la escena de uno de esos telefilmes donde la mujer indomable y rubia se decide a pelear por el bien de su hijo contra el hombre que ama"; Torné, Divorcio en el aire. / "era fácil que su cerebro se excitase por el paso rápido de imágenes y acabase proyectando en el ventanal otras a la misma velocidad: desaparecían los paisajes junto a la vía para dar paso a la película de su vida, de acelerada, la secuencia de decisiones que la habían conducido hasta aquí, puestas en orden a la ida y luego remontadas a la vuelta hasta llegar al momento original en que todo se torció"; Isaac Rosa, La habitación oscura; Seix Barral, 2013. / "Y tú que te piensas y te crees mejor que ellos, / sentado en un cómodo sofá con la nevera a rebosar / de mentiras que te llegan con un mando a distancia / que te da un cierto poder, el mandar en algo. / Pero en ese resquicio de poder una advertencia / mira tu alrededor, lee estos informativos y date cuenta / de que no tienes ni idea de nada, / de que no has entendido nada / porque ese poder es como todos, / terrenal y pasajero, el reloj sigue contando / y tarde o temprano te los encontrarás, / todas esas caras de los informativos / te estarán esperando, tarde o temprano"; Pablo Lorente, Informativos Tele Nada; Fundación Cultural Bajo Martín / Comuniter, 2013. / "Me quedé mirándola un rato (...) tratando de que no me conmoviera nada de la situación, como si yo fuese un actor secundario al que no le han dado más que un papel de extra, sin intervención hablada, un personaje que entra en una habitación semioscurecida, se sienta en un butacón, mira a la paciente que está dormida y, antes o después, posa las yemas de sus dedos en sus propios ojos, masajea sus párpados y, de repente, pierde pie en la realidad y cae hacia el lado de la inconsciencia apaciblemente"; Juan Bonilla, "Cuidados paliativos", Una manada de ñus, 2013.



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21 de diciembre de 2013
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