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Eder. Óleo de Irene Gracia

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62. Burbujas

 

 

La pieza de Balász Kicsiny Pump Room (http://highlike.org/balazs-kicsiny) representa  varios elementos que aludirían, en principio, a la idea de desconexión: gruesos guantes, botas de goma seguramente resistentes al agua, y figuras con todo el cuerpo tapado, cubierto, sin una sola célula en contacto con el aire. Los cascos de escafandra mantienen a las cabezas en su mundo aparte, donde parecen estar dedicadas únicamente a consumir una bebida, quizá café, o quizá alguna soda (o soma) de marca. Pero bien mirada, la pieza puede ser, gracias al cable que sujeta a todo buzo, una metáfora de lo contrario, de la ansiedad de conexión, puesto que el cable (¿de fibra óptica?) mantiene iluminado al falso buzo, ignorante de sus compañeros, ajeno a la realidad, pero que es feliz mientras contempla, como único panorama posible, el objeto que está consumiendo.

 

Segunda burbuja: "Yo no estoy preso. Sois vosotros los que estáis encerrados conmigo", creo recordar que decía Roschach, el fúnebre pero inolvidable personaje de Watchmen. Con su demencial y terrorífica frase, llena de potencia subversiva, el vigilante psicópata le daba por completo la vuelta a la realidad, alterando ciento ochenta grados la lectura de la cárcel como lugar de poder. Una visión que habría dejado caviloso y fantaseador a Foucault, si hubiera vivido dos años más y hubiese podido llegar a leer el cómic de Moore, Gibbons y Higgins. El otro día sentí una sensación similar viendo en televisión a los dos componentes de Daft Punk levantarse para recoger sus premios Grammy. Cubiertas las cabezas por sus famosos cascos reflectantes, que parecen barrocas joyas King Size, se alzaban entre un millar de personas que habían gastado todo lo posible para ser vistas, mientras que ellos habían diseñado esos cascos con el preciso fin de no ser vistos en absoluto. Obsesionados desde el principio de su carrera en hacer música de éxito sin tener que sufrir el acoso de los fans en la calle, Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter evitan, a toda instancia, el reconocimiento. "Podrían haber enviado a sus primos a recoger el premio, y nadie lo sabría", dijo la persona que veía conmigo el reportaje. Es posible; podemos imaginarlos en una habitación de hotel de Rodeo Drive, viendo confortablemente la ceremonia, sonriendo al verse recogiendo, en manos de otros, los premios. Telequinesis. Pero eso da igual. Fue otra imagen, dentro de esa imagen, la que se me quedó grabada; uno de los cascos, el más redondeado, es tan pulido y brillante que hace las veces de espejo. En ese plástico vítreo se reflejaban los rostros sonrientes de las personas que rodeaban a los dos músicos, esas celebridades que hacen de la exterioridad su seña existencial, mientras que ellos lo hacen de la interioridad; ese casco redondeado estaba diciéndole a todos los presentes y a todos los espectadores: aquí dentro es donde está la libertad, sois vosotros quienes estáis encerrados fuera, vuestra visibilidad extrema es vuestra prisión. Nosotros, como la literatura oral, estamos libres de cualquier forma de imagen, somos sonido en estado puro.

 

La tercera y última burbuja es más antigua, por más que sea en los últimos años cuando estamos llegando a su clímax, a su punto álgido. Es la burbuja comunicativa. Descrita tempranamente por Lipovetsky, estudiada por Sloterkijk en el primer tomo de sus Esferas, su metáfora visual podría estar en el telefilme The Boy in the Plastic Bubble (1976), dirigido por Randal Kleiser y con John Travolta de protagonista. A quienes éramos niños cuando la emitieron en TV nos producía una extraña sensación de angustia y de envidia, mitad por el régimen de excepción, mitad por la falta de ambiente respirable. La película, sin imaginarlo, tenía dos componentes que mucho después se pondrían de moda: los sistemas de inmunodeficiencia y la exposición transparente de la vida privada. Aquí podemos tender un puente inverso con la Pump Room de Kicsiny: el niño del filme no podía tener más contacto con la realidad que el cable (la tele por cable). Más tarde le crean una especie de traje espacial para que pueda salir de casa, lo que nos acerca a Daft Punk pero en sentido contrario, puesto que el rostro es lo único que podía verse del personaje, mientras que en el grupo francés es el rostro lo negado, lo preterido. La imagen del burbujeante Travolta ha sido utilizada como símil de la distancia que la tecnología impone entre nosotros y la vida, a través de las formas de visión distante, la tele-visión. Autores como Michel Heim, Steven Shaviro o Slavoj Zizek han coincidido en que la mónada leibnizniana es una metáfora aplicable a esta situación de burbuja, ya que presenta un modelo extrapolable a un individuo que está al mismo tiempo conectado y aislado. En su reciente ensayo Mierda y catástrofe, Fernando Castro Flórez utiliza la imagen de otra burbuja, la de cemento armado: "podemos pensar que la conexión (permanente) a la tele es una de las manifestaciones de la bunkerización que es, propiamente, un estar cómodo propio del nomadismo sedentario contemporáneo, cuando se cumple la consigna de sustituir la realidad por la virtualidad"[1]. También aquí se produce una de esas inversiones especulares que estamos desarrollando a lo largo de este texto ilustrado, esas situaciones de inversión de poder donde se alternan los papeles tradicionales de preso y carcelero: cita Castro al filósofo Félix Duque en tal sentido: "Si el Estado moderno internalizaba lo anómalo en cárceles, hospitales y manicomios, ahora la reclusión es buscada por el propio individuo, que convierte su casa en bunker protector y aislado, a la vez que paradójicamente se conecta ubicuitariamente mediante la televisión y la informática"[2]. Y hay en todo momento un choque de visión, un momento en que la transparencia se topa con la opacidad inherente a todo poder que se pretende tal. Es el límite metafísico del muro, del objeto interpuesto para que no se pueda ver más allá: el muro azul del fin del mundo de The Truman Show, el vaso de café o de cola que ingieren los buzos de Kicsiny, el casco reflectante de Daft Punk, el muro de la imagen espectacular como objeto que no deja ver más allá de sí misma en cuanto imagen. Así lo explica Frank Harmann en Medienphilosophie (2000): "El hombre medial del presente vive en la inmediatez del aquí y del ahora, pero no se preocupa por la posible ventaja de ser consciente de ese estado de inmediatez, porque este es el resultado de una ceguera previa a la praxis medial"[3]. En la mediación telemática, lo único inmediato es la imagen misma; cuando no vemos más que una imagen del mundo estamos perdiendo al mundo; algo que no sucede cuando vemos una pantalla pero sí en las modalidades de visión inmersiva (Realidad Virtual, etc.), en que lo medial nos engloba como la escafandra al submarinista.

 

La literatura reciente ha sido sensible a esta percepción membranosa. La distopía sería Cero absoluto (2005), de Javier Fernández, donde los ciudadanos llevan un casco de RV puesto todo el tiempo. La novela realista -dentro de un orden posmoderno- sería Cut & Roll de Óscar Gual: "Subes sin moverte, cruzándote con los que bajan y sin mirarlos a los ojos. Los oídos sellados con el iPod y paseándome por entre las multitudes, pero una invisible membrana me impide impregnarme del ambiente. Es como estar dentro del papamóvil. Y con mi propia banda sonora"[4]. El poemario, de Diego Doncel: "La televisión continúa emitiendo porno. / Las autopistas se extienden detrás de las burbujas"[5]. Y la descripción fenomenológica, de Germán Sierra: "Burbujas (...) que hasta hace poco formaban parte del Estado Líquido General y de repente se individualizaron, adoptaron la perfecta forma de la esfera y no volverán a reunirse hasta haber estallado en la superficie, hasta entrar a formar parte del Ideal Estado Gaseoso"[6]. Y también se ha visto en otras literaturas, como la brasileña:

 

"Encerrados en sus casas o departamentos de los grandes centros urbanos, cercados por toda la parafernalia de objetos y bienes culturales que la modernización produjo en estas últimas décadas para una minoría, los sujetos anónimos de estas narrativas (sean los de Sérgio Sant'Anna o, en otro tono, los de C. F. Abreu, usados aquí como ejemplos de ‘nuestros pintores de la vida moderna'), pueden complacerse en mirarse sólo a sí mismos y olvidarse del mundo que ruge allá afuera (...) Encerrados en sí mismos, los narradores de hoy abominan de cualquier shock que pueda estimularlos para romper la burbuja protectora"[7].

 

Pero la cuestión es más peliaguda, porque los espacios donde viven estos personajes también están construidos como una burbuja, según Rem Koolhaas: El ‘espacio basura' está sellado, se mantiene unido no por la estructura, sino por la piel, como una burbuja"[8]. El aire acondicionado, las ventanas dobles, el sellado de espacios, nos aísla del ruido pero también del entorno, como es lógico. Pasamos de unos compartimentos estancos estáticos, las casas, a otros dinámicos, los coches, y en ambos mantenemos la continuidad artificial del aire acondicionado y la conexión perpetua a las redes telefónicas y telemáticas. Podemos pasar un día entero sin respirar el aire de la calle pero, seguramente, ya no podríamos dejar de conectarnos en algún momento. Somos buzos por elección, transparentes por destino. "Cada uno de nosotros convertido en una pequeña burbuja vulnerable, desconectada del resto, en una flor hipernitrogenada que apesta en su estrecho invernadero"[9]. Las vainas o casquetes individuales donde sueñan los habitantes de Matrix, quienes creen tener una vida real pero alimentan a una máquina a la que se conectan mediante cables, son las burbujas con las que cerramos.

 


[1] F. Castro Flórez, Mierda y catástrofe; Fórcola Ediciones, Madrid, 2014, p. 83.

[2] F. Duque, el mundo por de dentro. Ontotecnología de la vida cotidiana; Ediciones del Serbal, Barcelona, 1995, p. 125.

[3] Citado en José Manuel Fernández Sánchez, "El giro medial como transformación de los medios (desarrollo paradigmático y deriva epocal en la praxis humana", en Faustino Oncina y Elena Cantarino (eds.), Giros narrativos e historias del saber; Plaza & Valdés Editores, Madrid, 2013, (pp. 110-134), p. 130.

[4] Óscar Gual, Cut and roll; DVD Ediciones, Barcelona, 2008, p. 196.

[5] Diego Doncel, Porno Ficción; DVD Ediciones, Barcelona, 2011, pp. 65-67.

[6] G. Sierra, Intente usar otras palabras; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 278.

[7] Tania Pellegrini, La imagen y la letra. Aspectos de la ficción brasileña contemporánea; Fondo de Cultura Económica, México D.F. 2004, p. 79.

[8] Rem Koolhaas, Espacio basura; Gustavo Gili, Barcelona, 2007, pp. 8-9.

[9] Moreno, Javier. 2020. Madrid: Lengua de Trapo, 2013, p. 181.



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27 de enero de 2014
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Se vende París

Los celadores de la quintaesencia parisina han relajado sus fieras costumbres y abierto de par en par las puertas de su alma. Si usted es un magnate que ha suspirado, en su anhelo de grandeza, por pasar una noche en el palacio de Versalles, ahora le recibirán con una alfombra de rosas, camelias y peonías. Y si tan sólo pasa por excéntrico stendhaliano cuyo sueño es cerrar el Louvre y montar un cenáculo con cuatro buenos amigos entre Delacroix, Ingres y Géricault, le bastará con pagar entre 5.000 y 20.000 euros, seguridad incluida. Incluso se puede construir un Louvre en Dubái, una franquicia nacional, a cambio de un mullidito cash flow. Hoy, casi cualquier museo de París, palacio neobarroco, bulevar para flâneurs o fuente del Segundo Imperio puede alquilarse, por no hablar de la gloriosa porción de patrimonio histórico que Hollande ha puesto en venta (como el cuartel Lourcine, en el bulevar Port-Royal, por 52 millones de euros). Sarkozy ya demostró cómo se podía mercadear con la piedra noble con la venta del legendario edificio de la Imprenta Nacional a un precio irrisorio que hizo bramar a las inmobiliarias. Deshacerse de viejos inmuebles tocados por la grandeur que casi todos los franceses sentían como suyos ha reblandecido a sus ciudadanos, que cada vez compran menos flores y menos baguettes, y asisten a la debacle del empleo juvenil -que ha sobrepasado el 25%-. Durante la semana de la alta costura, muchos hoteles han pinchado; taxis con su humilde luz verde podían pararse en plena calle, cuando hace cuatro días no daban abasto con las colas de las paradas; en el restaurante L’Avenue, cuyas camareras-modelos antaño te atendían mirándose a la punta de los pies, había mesas libres y las serveuses se habían convertido en encantadoras gacelas. Este invierno, cualquier español debe paladear el manjar de la condescendencia al cruzarse con un parisino solidario con nuestra crisis, el mismo que hace un par de años se echaba las manos a la cabeza -y estallaba en una cyrana carcajada- ante el estropicio originado por tanta fiesta y siesta. Mientras Hollande y sus mujeres ocupan las portadas de todos los semanarios, amarilleando ruidosamente el quiosco, el anuncio de nuevos impuestos y tasas, la subida del IVA y los recortes sociales agrisan una ciudad que fue concebida para hacer literatura. Y parece ser, en cambio, que sólo McDonald’s pudo evadir más de 2.000 millones a Hacienda desde el 2009 porque el Hollande tasador de ricos no fue capaz de controlar a una gigantesca y multimillonaria cadena de hamburguesas. Mientras tanto, el 80% de franceses están en contra de la política fiscal del Elíseo, Le Figaro publica que Amancio Ortega ofrece 1.200 millones de euros por una veintena de inmuebles en los barrios más chics y los qataríes, de aspiraciones afrancesadas, a este paso acabarán comprando la Tour Eiffel. Hasta París entero. (La Vanguardia)

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27 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Leche

Aunque advierto de antemano que no es este el caso, cuando un libro llega a las manos de un lector inocente (es decir, aquel que sólo aspira a que le cuenten bien una historia y le da lo mismo si el autor es macho o hembra, si fuma en pipa o come los huevos fritos con cuchillo y tenedor) y lo hace precedido de unánimes y entusiásticos elogios puede ocurrir que tanto entusiasmo y unanimidad provoquen el efecto contrario al esperado. Al fin y al cabo, decir que se trata de una voz nueva y original, que unas veces suena tierna y otras cruel o que resulta altamente inquietante, en el fondo no es decir nada porque es lo que probablemente pensaron los primeros lectores de Rimbaud, los editores que no sabían cómo quitarse de encima un copioso manuscrito firmado por un tal Proust o los primitivos defensores de Bukowski, por poner tres ejemplos de escrituras diametralmente opuestas y que sin embargo bien merecen esos u otros elogios.

                La primera sorpresa que le reserva  Marina Perezagua a quien no haya logrado sustraerse enteramente de las amables directrices insinuadas por sus entusiastas radica en el lenguaje. En contra de la idea que pueda hacerse cada cual, la prosa es sencilla y directa, de frase corta y muy precisa, en el sentido de que recurre siempre al término sancionado por el diccionario  incluso cuando habla de cuestiones  médicas y científicas. También los recursos narrativos son muy sencillos y directos, casi siempre en primera persona  y con saltos en el espacio y el tiempo bien calculados (o bien explicados) para evitar confusiones.

                Lo novedoso está en cómo cuenta las historias, o dónde pone el acento de la emoción narrativa, y no hay ejemplo más accesible que el relato inicial titulado “Litle Boy”. A mi con los relatos de Hiroshima me pasa un poco como con el Holocausto o los años más criminales de Stalin. Siento una empatía infinita con las víctimas, maldigo a los verdugos y  abomino de los rasgos que pueda compartir con éstos debido a que todos somos humanos y algo tendremos en común. Pero mi capacidad de horror es finita y ya no me caben más ejemplos de la bestialidad que supuso lanzar una bomba atómica que causó 125.000 muertos y 350.000 heridos, la horrenda matanza de 6.000.000 de judíos o las brutalidades estalinistas ya fuera contra personas o contra poblaciones enteras. Necesito encontrar un Vasili Grossman para que me entre una historia más de salvajadas soviéticas y, a partir de ahora, una Marina Perezagua para entrar de nuevo en el matadero de Hiroshima. La originalidad de su lenguaje no consiste en buscar palabras sofisticadas o giros inesperados a las frases. Lo que tiene de personal, y muy de agradecer, es que va por libre y que las teclas que toca, las fibras que remueve o los puntos fuertes de su relato no parecen pertenecer a ninguna tradición, ni salen de ninguna escuela.

                En cierto modo Marina Perezagua transmite la impresión de que cuenta lo de siempre (y qué otra cosa se puede contar si no son versiones repetidas de la desgracia inherente a la condición humana) pero haciéndolo como si fuera la primera vez, o como si nadie hubiese oído hablar nunca de una ciudad arrasada por un artefacto caído literalmente del cielo y ella tuviese una necesidad urgente de contarlo para que todo el mundo se entere. Pero también pueden ser una sarta de crueldades durante una guerra en Oriente, una  espléndida versión del mito del Minotauro, la ciega abnegación de alguien que está cuidando de un despojo humano “que no se debate entre la vida y la muerte sino entre la muerte y la cosa”  o las últimas horas de un condenado a muerte mediante una inyección letal y que con un simple giro elegante en la última línea del relato enlaza directamente con un predecesor que, 32.000 años atrás se salvó del ataque de un lobo y dio inicio a una línea de descendientes que termina en esa mesa de ejecución.

                Salvo en algún caso, como es el del reiteradamente citado Hiroshima, los relatos son intemporales y sin apenas referencias geográficas, por lo que todo lo que se cuenta no tiene más referencia que la propia coherencia narrativa, y probablemente sea esa indefinición lo que produce la sensación de encontrarse en un mundo que ha alcanzado un punto terminal que no acaba de ser tal porque de hecho es un  comienzo y no un fin. Como todo ciclo vital.

                Y aunque sea una cuestión por completo ajena a la calidad o la originalidad del libro, creo justo mencionar que se trata de un objeto tan bello por dentro como fuera, pues la acuarela de Walton Ford que ocupa la portada y contraportada es una maravilla de delicadeza y expresividad. Da gusto dejarlo por la casa para irlo encontrando de cuando en cuando.

 

Leche

Marina Perezagua

Los libros del lince         



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26 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cabeza del tirano

La negociación no siempre es lo contrario del enfrentamiento. A veces es su complemento. Eso es lo que sucede en la conferencia de paz que ha empezado esta semana en Suiza con el objetivo de terminar la guerra civil en Siria bajo los auspicios de Naciones Unidas y la presencia de representantes tanto del régimen de Bachar el Asad como de parte de la oposición armada. El régimen nada espera de esta negociación, a excepción de la compra de tiempo. Lo compró cuando usó las armas químicas con el efecto de una resolución de Naciones Unidas para su destrucción que ha bloqueado la eventualidad de un ataque como el que terminó con Gadafi. Y lo compra ahora cuando va a sentarse con la oposición para rechazar la idea de un Gobierno de transición con la presencia del propio asesino en jefe que es Asad. Su partida es para la oposición un requisito previo, objetivo que coincide con el de Arabia Saudí y Catar, y por supuesto Estados Unidos y la Unión Europea. La cabeza de El Asad es una baza de enorme valor, hasta el punto de que su aparición en la mesa de juego ha impedido la presencia de Irán. Para que el régimen de los ayatolás fuera admitido en Ginebra era imprescindible que aceptara la deposición del responsable máximo de los 130.000 muertos, los ataques químicos, los millones de desplazados y del horror de las imágenes de esos 11.000 cuerpos salvajemente martirizados que Catar ha documentado en vísperas de la conferencia. Hasan Rohaní, el presidente aperturista de Irán, no ve las cosas así, tal como ha explicado en el Foro de Davos, en la misma Suiza, donde ha proseguido la ofensiva diplomática que acompaña a su hasta ahora exitosa negociación nuclear y al progresivo levantamiento de las sanciones occidentales. Rohaní actúa bajo la vigilancia de los poderes fácticos, es decir, el líder supremo, Alí Jamenei, y los Guardianes de la Revolución, preparados para ceder por intereses económicos en el programa nuclear, pero no a perder su área de influencia en Siria y Líbano. Su interés es una alianza de todos contra el terrorismo de Al Qaeda, cada vez más poderoso dentro de la oposición armada siria. Está visto que nada sirve mejor a El Asad que el sangriento protagonismo yihadista. La eventual creación de corredores humanitarios, los intercambios de prisioneros y la declaración del alto el fuego en determinadas ciudades bastan para justificar la conferencia. Pero lo que reúne a los 40 países participantes es la cabeza del tirano, unos para salvarla y otros para cortarla. En cuanto pierda valor ante quienes lo sostienen, Rusia el que más, se convertirá en moneda de cambio y permitirá el desenlace del conflicto. Y esto, al final, es solo cuestión de tiempo. El problema es saber cuánto le queda a Siria para que no se hunda en el vendaval de sangre y fuego de esta guerra civil que va a cumplir ya tres años.



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25 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nacimiento de otra cultura

La crisis está siendo suficientemente trágica como para añadirle un coturno más. No han sido necesarias máscaras horrendas para representar sus amenazas. La crisis como el gran terremoto es lo que es y sus estragos se representan en toneladas de escombros, en miles de muertos, en hectólitros de sangrienta corrupción. Y, con todo, ¿cómo será el porvenir de este infierno? ¿No tendremos la suerte de que sus llamas quemen el mal y sus destellos creen lucidez?

Una de las mejores sentencias del marxismo fue aquélla que aludía al hecho de haber sido víctimas hasta entonces de la arbitraria marcha de la historia. La proclama de Marx consistía en que por fin el ser humano podría tomar en sus manos el curso histórico para hacer un mundo mejor. Y no cualquier versión de lo mejor sino aquella en la que las diferencias de clases se abolieran, los trabajos tuvieran sentido y las relaciones humanas se antepusieran a la explotación.

¿Vencer? ¿Aplastar? ¿Dominar? Ni en la vida de pareja, ni en la pugna política, ni en la Iglesia del Papa Francisco esta realidad reaparece como un designio feliz. Los países no guerrean, firman pactos comerciales y campeonatos mundiales. Todo vestigio de guerra pertenece a un tiempo en que sólo los yihadistas hallan su anacrónico medio natural.

Esta crisis por venenosa que sea o, justamente por su carácter emético, marca un antes y un después cultural. No se trata ni de leer más libros, ni de ir más al cine o de congestionar los museos. Dalí, uno de los acontecimientos más cursis de los últimos tiempos ha ofrecido a Borja Villel, el director del Reina Sofía, matándose por ofrecer innovación, el máximo rédito del año. Rédito de lo más viejuno.

Un gigantesco fardo de la cultura vigente hoy es equivalente a un hediondo vertedero que ojalá las flamas de la crisis contribuyan a  carbonizar. En su lugar, un perfume todavía en producción se ofrece como el aire de un mundo donde el mundo laboral será creativo sin necesidad de los Dalí, será feliz sin píldoras antidepresivas y será amable en una convivencia que olerá a cooperación.

De la política actual no cabe esperar nada. ¿Por qué no prenderle fuego? De la justicia institucional, del sistema educativo, de la sanidad privada, sólo cabe esperar injusticia, ignorancia y más
enfermedad. ¿Por qué no prenderle fuego? Armar una hoguera desde la nada es imposible y desde los residuos apenas se logra una pobre llamarada. Pero la crisis es la chispa del incendio perfecto. Gracias a ella todas las astillas de las fábricas cerradas, todos los sufrimientos de los desahuciados, todas las torturas de los desempleados, forman una pira tan prieta y alta como el deseo de un mundo mejor. Ni hay líderes políticos, ni escritores estrella, ni intelectuales iluminados por un Dios. Pero ni falta que hacen. Todo lo contrario: esta grey son material lloroso o húmedo contraindicado para prender. 

La hoguera que habrá de crear una nueva historia cultural, más consciente de que el trabajo sin creación es un martirio o que el amor sin pasión es una cárcel, nacerá del movimiento del pueblo que si hoy parece no saber nada -anonadado- pronto comenzará a distinguir la felicidad de la fecundidad, la recompensa del dinero y la vida de la idea de morirse con resignación.

Esta cultura es el nacimiento de otra cultura y, en consecuencia, hay que darle de mamar. Pero incluso la crisis nos ha enseñado un extenso muestrario de mamones de cuyos abusos hemos aprendido a no darles, en lo sucesivo, una gota de agua más.



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24 de enero de 2014
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Dos vaqueros dodecafónicos: Brokeback Mountain (the opera) se estrena en Madrid

Una historia impactante (dos rudos vaqueros de Wyoming se enamoran y la tragedia los envuelve) migra del cuento a la pantalla y finalmente a la ópera. ¿Qué le aporta, qué le quita, a qué la obliga cada medio y cada género? El martes 28 se estrena en Madrid una Brokeback Mountain lírica. Allí estaré, lo contaré en Opera News y después les diré qué me pareció. Por ahora, quiero compartir este ensayo que publiqué ayer en La Vanguardia.

*          *          *

Primero fue un cuento publicado en 1997 en la revista The New Yorker. Annie Proulx, ganadora del Pulitzer por su novela The Shipping News, contaba en 24 páginas y con un estilo naturalista la historia de dos vaqueros pobres de Wyoming, lacónicos y sin estudios, obligados a compartir la desolación de una montaña de impactante belleza, Brokeback Mountain, pastando ovejas y protegiéndolas de los coyotes. En 1963, en ese aislamiento y sin las armas verbales para expresar sus sentimientos, Ennis del Mar y Jack Twist caen perdidamente enamorados. En los 20 años siguientes, ambos se casan y tienen hijos, pero salen cuando pueden en excursiones “de pesca”, hasta que uno de ellos muere en extrañas circunstancias.

En las páginas de Proulx el relato fluye natural, con el peso de lo inevitable. Su maestría en la recreación de la forma de hablar y de callar de estos personajes rudos y sensibles hizo que el cuento fuera muy elogiado. No es una reivindicación de los derechos o el orgullo de los gays: es la tragedia callada de dos personas para quienes vivir separadas es un martirio.

La mayoría de los lectores conocerá la historia por su siguiente reencarnación: Larry McMurty y Dianna Ossana escribieron un guion cinematográfico precioso, que daba al cuento alas de novela. Los personajes menores crecen: las esposas de Jack y de Ennis se convierten en nuevas víctimas del drama. Todo lo que se sugiere o se menciona en las breves páginas del cuento se hace escena en el guion.

Pero los estudios de Hollywood dudaban: los cowboys del Oeste son el último reducto de la vieja masculinidad. Finalmente, Ang Lee filma Brokeback Mountain en 2005, y los jóvenes actores Heath Ledger y Jake Gyllenhaal dan vida a estos trabajadores abrumados por su pasión. La película ganó tres Oscars y fue un éxito perdurable.

*          *          *

¿Por qué una ópera sobre esta historia a primera vista tan ajena a los salones y oropeles del mundo lírico? Esto tiene que ver con el creciente diálogo de los compositores y los teatros norteamericanos a su propio acervo cultural y la cultura popular. Hace unos años John Adams estrenó Doctor Atomic, sobre el dilema moral del creador de la bomba atómica Robert Oppenheimer. Después entró  la ópera como un huracán deslenguado un personaje salido de los reality shows: Anna Nicole Smith (Anna Nicole, de Mark-Anthony Turnage). En el siglo XXI se han estrenado óperas sobre Moby Dick (Jake Heggie) y Un tranvía llamado deseo (André Previn). Y está creciendo la “moda” de usar como material original guiones de película, como hará Thomas Adès con El ángel exterminador de Luis Buñuel. Su ópera se verá en el Metropolitan de Nueva York en 2017.       

No se puede decir que Brokeback Mountain sea una ópera basada en una película. Hay una línea directa del cuento al libreto operístico, porque éste es obra de la misma autora del relato original, Annie Proulx. A primera vista su texto no tiene nada que ver con los tradicionales libretos de ópera: muchos de los diálogos vienen directamente del cuento, y conservan la brusquedad y los sobreentendidos del habla popular de su paisaje rural primigenio.

Pero en una ópera los sentimientos no pueden ser descritos ni puede confiarse en movimientos de cámara y primeros planos para expresar sentimientos: es otra gramática. Por eso, curiosamente, el libreto de la propia autora se aleja más de la primacía de lo “no dicho” que el guion del film. Los cowboys monologan consigo mismos y se cantan “te amo”. Estas cosas no suceden en las dos encarnaciones anteriores de la historia, donde todo es más callado, más para adentro.   

*          *          *

Cuando nombraron a Gerard Mortier director artístico de la New York City Opera en 2007, encargó varios proyectos para hacer al teatro dialogar con la cultura de su tiempo. No llegó a tomar posesión del cargo por oponerse al recorte de fondos, y cuando en 2010 el Teatro Real lo fichó, trajo algunos de esos proyectos a Madrid. El año pasado el coliseo de la capital estrenó The Perfect American, sobre la vida de Walt  Disney, de Philip Glass.

Brokeback Mountain la ópera es obra de un compositor neoyorquino poco conocido en Europa pero de larga trayectoria en su país: Charles Wuorinen. Se lo considera un dodecafónico estricto, más en la línea de la música académica y abstracta de Arnold Schönberg e Igor Stravinsky que en el el diálogo con la música popular norteamericana. De sus 350 obras, la mayoría son de cámara o para pequeños grupos orquestales. Su única ópera anterior, Haroun y el mar de historias, basado en la novela de Salman Rushdie, se vió en la New York City Opera en 2004.  

Este estreno madrileño estará a cargo del director musical Titus Engel y el director de escena Ivo van Hove, con una importante contribución en video para recrear el paisaje montañoso y agreste que late en el cuento y se come la pantalla de cine.

Y así, en su tercera reencarnación, Jack Twist y Ennis del Mar (un barítono y un tenor) se volverán personajes de ópera y se alternarán en el escenario del Real con otra pareja de sufridores de un amor imposible: el Tristan y la Isolda de Richard Wagner.  

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23 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Parias de la tierra

El común de los mortales cumple con las reglas de juego, que se establecen en el ámbito de los Estados: ahí pagan impuestos o ejercen sus derechos ciudadanos, cuando los tienen, o acaso son castigados en caso de infracción. El puñado de los privilegiados, en cambio, solo se somete a las leyes de la naturaleza que funcionan en su ámbito habitual, el mundo global, donde no hay impuestos, no se rinden cuentas y cabe incluso condicionar e imponer la propia voluntad a los ámbitos inferiores. Cuando se producen desequilibrios, léase una crisis, las facturas llegan al ámbito donde hay reglas de juego, pero se escapan donde se juega sin ellas, en función meramente de la fuerza, es decir, el poder económico. Los recortes del Estado de bienestar, la pérdida de derechos y el empobrecimiento solo afectan a las mal llamadas clases medias, mientras que los más ricos se escapan enteros de las crisis e incluso las utilizan para incrementar su riqueza. Resultado de la doble y dispar estructura es la creciente desigualdad y la quiebra de las democracias, tal como sugiere el informe elaborado por Intermón Oxfam por encargo del Foro Económico Mundial en vísperas de su reunión anual de Davos. Ya hemos visto esas cifras escandalosas: 83 personas acumulan la misma riqueza que los 3.500 millones que componen la mitad más pobre de la población mundial; 20 españoles tienen tanto como el 20 por ciento de los más pobres; y la mitad de la riqueza mundial está en manos del uno por ciento del conjunto de la población. El informe que llega a la cumbre de Davos tiene un título elocuente y sintético: Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica. La paradoja del siglo XXI es que donde mejor funciona este esquema es donde manda desde hace más tiempo un partido que asegura perseguir el objetivo de la sociedad socialista. Nadie ha alcanzado mayor perfección en la organización de esta dualidad política y económica como la élite comunista que dirige la segunda potencia mundial que es China. Su sistema de partido único, derivado de la tradición leninista y estalinista, garantiza el orden en el país más poblado del mundo y contribuye así al mejor funcionamiento de la economía global. En vez de condicionar la democracia, como hacen sus iguales occidentales, ellos optan más sencillamente por abolirla. Los paraísos fiscales y la globalización financiera son piezas esenciales para tal sistema, que convierte a la vanguardia de los parias de la tierra en los colegas multimillonarios del gran capitalismo occidenta. Todas las generaciones de líderes comunistas están representadas en este grupo selecto de potentados que eluden el engorroso control del Estado. Todas las tendencias dentro del partido tienen sus tentáculos en las tramas empresariales globales. Incluso una nieta de Mao Zedong, el fundador de la República Popular y célebre autor de Sobre la contradicción, se halla entre esos happy few que habitan el olimpo donde crece la riqueza sin impuestos, controles, redistribución o solidaridad.



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23 de enero de 2014
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El solista sin orquesta

Para la celebración del nacimiento de Rubén Darío cada mes de enero en Nicaragua, se corona en los teatros municipales a la Musa dariana que desfila en carroza  en forma de cisne, acompañada de un cortejo de canéforas. Si pudiera ser, las autoridades edilicias desenterrarían al poeta para volverlo a enterrar con las mismas solemnidades de la primera vez, unos funerales como nunca se han vuelto a ver, pues durante los siete días de velatorio el cadáver era cambiado de traje cada noche: pelo griego, uniforme entorchado de embajador...

Se trata del más célebre de los nicaragüenses, que congrega la unanimidad lejos de distingos políticos o sociales, pero sin que deje de mediar la cursilería. Y el mito lo acompaña desde que nació. Desde la más remota antigüedad, cuando un profeta o un prócer vienen al mundo, se ha asignado a su nacimiento un cataclismo, o la aparición de una nueva estrella o de un ave heráldica que acompañe la suerte gloriosa de su vida.

En La Gaceta del 23 de febrero de 1867, unos días después del  nacimiento de Rubén, se lee que un águila real fue hallada en las montañas nicaragüenses: "su cabeza pequeña, viva, inteligente, está adornada por un círculo de plumas negras formándole una corona...hasta hoy no se creía que en Nicaragua hubiese águilas, y mucho menos águilas reales". Yo, por mi parte, agregaría que en aquel año muere el príncipe de los poetas malditos, Charles Baudelaire, porque también los relevos son parte sustancial del mito. 

El águila fue obsequiada al general Tomás Martínez, quien terminaba su segundo período presidencial, pues es un vicio nacional ese de querer retoñar en la silla del mando; y da la casualidad  que el mismo año el presidente mandó levantar un censo, igual que Augusto en Palestina cuando el nacimiento de Cristo. 

De este censo resultó que la población de Nicaragua llegaba apenas a los 150 mil habitantes. El general Martínez, avergonzado de que los nicaragüenses fueran tan pocos, ordenó aumentar 100 mil más. Alterar los censos, las cifras económicas, y los resultados electorales, ha sido siempre otro alegre vicio nacional. 

Ephraim Squier, quien llegó a Nicaragua en 1850 como primer embajador de Estados Unidos, cuenta que en las pocas escuelas que existían se enseñaba nada más los fundamentos de la doctrina cristiana, y a leer y a escribir; los niños repetían en coro la lección que dictaba a grandes voces el maestro, armado de una férula para reprimir a los díscolos. Los libros de texto obligados eran el silabario Catón, El catecismo del padre Jerónimo Ripalda, y El Ramillete, que contenía definiciones teológicas, leyendas fabulosas y oraciones piadosas a la Virgen, a los santos y a los ángeles, textos que, además del sombrío carácter de su contenido, eran "suficientes para amilanar al más avispado muchacho". Los bachilleres sobraban en el seno de las familias acaudaladas y el birrete doctoral pasaba en herencia entre ellas.

 "Yo diré que el estado actual de la instrucción pública humilla la delicadeza de nuestro patriotismo...", escribe en 1871 en un informe el ministro de Educación. Diarios, ninguno. Ya podemos imaginar las cifras del analfabetismo. Había dos semanarios, uno de ellos La Gaceta, el diario oficial donde se informó sobre la providencial aparición del águila real, pero ninguno de ellos salía a tiempo.

En el registro de aduanas de 1867 no aparece ninguna importación de papel, o de tinta de imprenta, y más que libros se imprimían volantes y folletos en las únicas tres tipografías del país. La importación de libros, españoles y franceses, aparece en esos registros como marginal.

Este país despoblado y tan rural, oscuro en su suerte política y empobrecido, desangrado por las guerras y plagado de analfabetos, es el país que vio nacer a Rubén en 1867, el país de "licenciados confianzudos, o ceremoniosos, y suficientes, los buenos coroneles negros e indios, las viejas comadres de antaño...", según él mismo lo evocaría. 

Un país de vientre pequeño, de esos que pueden parir un solista, pero nunca una orquesta completa.

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22 de enero de 2014
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El Boomeran(g)
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