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Eder. Óleo de Irene Gracia

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60. Nostalgia

Hace poco escribía Gonzalo Torné que "un rasgo distintivo de mi generación es su hipersensibilidad nostálgica: ahí están las sesiones vintage en cines, la enumeración sentimental de las marcas o el éxito de Yo fui a EGB, cuyo lema es extraordinariamente certero: ‘no somos nostálgicos, más que nada  porque no hay nostalgias como las de antes'. El fenómeno es apabullante"[1]. En efecto, y recordando títulos junto a Álvaro Colomer, con quien he comentado este tema alguna vez, han publicado novelas o libros de cuentos orgánicos sobre sus años infantiles o juveniles en los setenta y ochenta Ismael Grasa (La tercera guerra mundial), Carlos Peramo (Me refiero a los Játac), Lolita Bosch (La familia de mi padre), Javier Cercas (Las leyes de la frontera), David Castillo (El Mar de la Tranquil.litat), Javier Pérez Andújar (Los príncipes valientes), Eloy Tizón (Labia), Andrés Neuman (Una vez Argentina), Julián Rodríguez (Unas vacaciones baratas en la memoria de los demás, Cultivos), Daniel Gascón (La vida cotidiana, Entresuelo), Aloma Rodríguez (Sólo si te mueves), Pablo Gutiérrez (Rosas, restos de alas y Nada es crucial), David Torres (Niños de tiza), Juan Bonilla (Una manada de ñus), Llucía Ramis (Todo lo que una tarde murió con las bicicletas), Blanca Riestra (Pregúntale al bosque), Miguel Serrano Larraz (Autopsia) y Alejandro Zambra, entre muchos otros. / Zambra ha vertebrado un libro ágil y profundo a la vez, construido bajo la poética habitual de los libros que bucean en el recuerdo: "Martín se lanza en un monólogo sobre el pasado en que entremezcla pinceladas de verdad con algunas mentiras obligatorias" (Mis documentos, 2014). En la novela que comentábamos aquí la semana pasada, No soy Stiller (1954), exponía Max Frisch que "Uno puede contar cualquier cosa, menos su verdadera vida". Alguno de los relatos del libro de Zambra, como "El hombre más chileno del mundo" son piezas excelentes disfrazadas de normales pero que, como a la camarera italiana del relato, basta con mirarlas dos veces para descubrir su auténtica y perfecta belleza. Además, otro factor interesante en el libro es que la perspectiva sobre el pasado no es melancólica ni endulzada; muy al contrario, es crítica y los personajes masculinos -que podrían ser, en algún caso, trasunto o recreación del propio Zambra- están dibujados sin complacencia con sus contradicciones, problemas y errores. / "Quizá", anotaba hace años el poeta Eduardo García, "el rastro mítico más más patente en la literatura de nuestros días reside en la nostalgia por los orígenes no ya de la cultura, sino del individuo: la infancia, la adolescencia, el descubrimiento del amor"[2]. Y citaba a Baudelaire: "el talento poético es la infancia recuperada a voluntad". / Hasta aquí todo bien, siempre que no se caiga en el escapismo sentimentalista. La otra cara de la moneda la expone Darwix: "La nostalgia miente y no se cansa de mentir, porque se cree sus mentiras. Mentir es la profesión de la nostalgia. La nostalgia es un poeta malogrado que reescribe un mismo poema cientos de veces"[3]. / Lo seguiremos leyendo.

 

[Poema de la imagen perteneciente a Juan de Dios García, Ártico, 2014]


[1] G. Torné, "Melancolía instantánea", El Cultural de El Mundo, 14/02/2014, p. 49.

[2] Eduardo García, "Rescatar el sentido", Una poética del límite; Pre-Textos, Valencia, 2005, p 34.

[3] Mahmud Darwix, En presencia de la ausencia; Pre-Textos, Valencia, 2011, p. 134; traducción de Luz Gómez García.



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21 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Existe Ucrania?

La fuerza del mapa coloreado que representa las viejas naciones se sobrepone con frecuencia sobre una realidad mucho más precaria y frágil. Esa Ucrania que parece encontrarse ahora en un momento crucial de su historia tiene solo 22 años de vida como nación política unida e independiente. Su nombre eslavo no es ni siquiera el de un país, sino literalmente el de la frontera, que es lo que significa su denominación. Todo lo demás son proyecciones del presente sobre el pasado y fantasías habituales en la narrativa nacionalista. Según el investigador de la Fundación Juan March, Leonid Peishakin, ?si hay algo que define la experiencia ucrania es la división, entre la unión polaco-lituana y Rusia desde 1569 hasta 1795, los Imperios austriaco y ruso entre 1795 y 1917, y el catolicismo griego y la ortodoxia rusa desde 1596 hasta hoy?. Las raíces de la actual división de Ucrania en dos segmentos al borde de la guerra civil están inscritas así en su historia y su personalidad. Según un diplomático británico que viajó allí en 1918, cuyo testimonio recoge el historiador Orlando Figes, ?si preguntamos a un campesino medio de Ucrania cuál es su nacionalidad nos dirá que es griego ortodoxo; si le preguntamos si es granruso, polaco o ucranio, nos diría probablemente que es un campesino; y si insistiéramos respecto a qué lengua habla, nos diría que la lengua local?. La división actual responde en un primer plano a la doble opción que se les ha venido ofreciendo a los ucranios entre la integración en la Unión Europea, tal como corresponde a su pasado austro-húngaro, y el regreso a Rusia, ahora en forma de una unión aduanera, que recrea tanto el expansionismo del viejo imperio zarista como el de la desaparecida Unión Soviética. En un segundo plano afecta también a dos modelos políticos, sea la democracia soberana, corrupta y autoritaria que Yanukóvich intenta mantener a flote mediante sus poderes presidenciales, sea el régimen parlamentario de tipo occidental demandado por los manifestantes. Pero incide en la propia identidad y existencia del país, es decir, en la improbable capacidad de los ucranios para mantenerse unidos a partir, y no a pesar, de estas diferencias que han venido separándoles hasta ahora y que en este momento les sitúan al borde de la guerra civil. Hay muchas responsabilidades en el deslizamiento violento del conflicto que empezó en noviembre tras la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea y su decantación en favor de Putin. La primera, del propio presidente ucranio, inepto y mendaz hasta molestar a su propio patrono del Kremlin. También las tiene el presidente ruso con sus ambiciones imperiales frente a Washington y Bruselas. Son evidentes las de la vacilante Unión Europea. Y no puede faltar la oposición, incapaz de controlar un movimiento que ha ido cayendo en el descontrol de la violencia o bajo el control de la extrema derecha. Ucrania vive una mezcla de conflicto civil y de guerra geoeconómica que está derivando hacia la contienda armada. Están en juego las fronteras de Europa, e indirectamente la capacidad de la UE para existir en el mundo. Pero lo más sustancial concierne a los ucranios y es su capacidad para construir Ucrania juntos, país que solo podrá sobrevivir si consigue convertirse en un Estado democrático que respete e incluya todas las diferencias e identidades.



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20 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 37: “¿quién se ocupa de los principios firmes?”

En el libro IV de la Metafísica, tras la aseveración (aquí ya comentada) según la cual a la filosofía concierne el estudio del ser en tanto que meramente  es  y precisar  que el ser se dice de manera múltiple, aunque la significación primordial es la sustancia o entidad (ousia), soporte de todas las demás atribuciones posibles (cualitativas, cuantitativas, relacionales etcétera), Aristóteles inicia una singular interrogación que cabe sintetizar de esta manera: sabido es que los matemáticos utilizan en sus deducciones unos principios  que califican de axiomas, pero ¿quién se ocupa de inspeccionar tales axiomas? El párrafo,  en versión estilísticamente algo libre (pero que creo fiel al contenido), dice lo siguiente:

"Nos toca ahora examinar si la disciplina (episteme) que se ocupa de  aquello que los matemáticos llaman axiomas es la misma que la que se ocupa de la sustancia. Pues bien, es evidente que se  trata en ambas de una inspección   única, la cual es llevada a cabo  por el filósofo. En efecto, los axiomas rigen  en todos los seres( apasi gar hyparchei tois ousin)  y no sólo en tales o tales  géneros del ser  con exclusión de los demás. Todos [los que se ocupan de algo]  se sirven de los axiomas, porque estos  se aplican al ser por el mero hecho de ser,  y cada género [del que quepa ocuparse] es. Pero no  los utilizan más que  en la medida en que lo exige  el género  particular que es objeto de sus demostraciones.  Y así, dada la evidencia de que los axiomas lo son del ser por el mero hecho de ser (porque son lo común de todo modo de ser), al conocedor  del ser en cuanto que meramente es corresponde la teoría relativa a los axiomas.

Es por ello que ninguno de los que se ocupan de disciplinas particulares intenta demostrar  si los axiomas son verdaderos o falsos. Ciertamente  ni el geómetra ni el aritmético lo hacen, aunque ciertamente sí lo han hecho algunos físicos, estimando que esto les corresponde, pues los físicos son los únicos que han considerado que  su inspección de la entera naturaleza lo era simplemente  del ser. Pero la physis es tan sólo un modo del ser, y algo prima sobre lo físico, y aquel que se ocupa de lo universal y de la substancia primera ha de ocuparse asimismo de ese algo. Pues siendo la física una especie de filosofía, no es sin embargo la filosofía primera". (1005a 19- 1005 b 2).

Varios asuntos relevantes en este texto:

Los llamados axiomas de las matemáticas no son asunto que concierne a los matemáticos. De hecho, siendo tales axiomas  universales del conocimiento, me atrevería a decir que universales del espíritu, no se ocupa de ellos nadie concentrado en un particular dominio. Si los físicos, o algunos de ellos,   han pretendido lo contrario,  es en razón de que estimaban (erróneamente para el Estagirita) que la physis recubre la totalidad del ser.

No se trata aquí de introducirse en el problema textual de saber a qué se está refiriendo Aristóteles cuando nos dice que algo prima sobre lo físico (tou physikou tis anotero). Para los intereses de esta reflexión basta referirse a un ámbito que juega un papel determinante en la vida del ser humano  y que, sin embargo, de manera alguna es para Aristóteles  físico, a saber, el ámbito de las entidades matemáticas, las entidades de las que se ocupan precisamente  los que ilegítimamente se han atribuído como cosa propia  los axiomas.

El argumento de Aristóteles parece centrado en la polaridad particular/ universal, de tal manera que  lo que impediríae al físico tratar de los axiomas sería el hecho de que la physis no agota el ser (y así, en la hipótesis contraria,  el volcarse de los físicos sobre los axiomas sería legítimo).  Hay sin embargo un argumento de mayor peso para cuestionar la reivindicación de los físicos, argumento que el propio Aristóteles utilizará inmediatamente:

 Sin duda, los físicos hacen conjeturas sobre el soporte de los fenómenos las cuales se revelan más o menos fértiles; los físicos   explican,  o al menos tienden a explicar. Vocación no desmentida por ninguna de las  disciplinas que a lo largo de la historia han merecido el nombre de física, desde la de los fisiócratas evocados por Aristóteles, a la teoría de la relatividad.  Y si no incluyo la mecánica cuántica no es tanto porque tal voluntad explicativa  no se de en los físicos no se de en los físicos cuánticos, sino porque a veces parecen verse forzados a renunciar a la misma o a forjar otro concepto de inteligibilidad.

En todo caso, cuando los tales físicos se empeñan en asentar la verdad de los axiomas revelan simplemente ser "ignorantes de  los principios  de la demostración", principios  puestos sobre la mesa  por el propio Aristóteles en sus  Analíticos.  Y entonces esta sentencia sin concesiones: "Pues el saber de los axiomas es previo, y no hay que esperar encontrarlos en el curso de la demostración" (1005b 2-5).

De ahí que, unas líneas después,  Aristóteles se refiera al axioma arquitectónico, el  de no contradicción, como  "principio más firme"  y como aquel respecto al cual es imposible engañarse o tomarlo como mero postulado: "pues un principio cuya posesión es necesaria para cualquier conocimiento no puede constituir una mera hipótesis" 15-16). Por ello, si alguien asevera que tal principio no rige en el ser y en el pensamiento, diremos simplemente que  no hay concordancia entre su decir y el hecho mismo de que esté diciendo algo, pues aquel que efectivamente  viviera sin experimentar la primacía del principio dejaría de pensar y hablar, y su estatuto ni siquiera sería homologable al de un animal, por lo cual razonar ante él sería como dirigir la palabra a una planta (omoios gar phyto ho toioutos...1006 a 14-15).

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20 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Giovanna Rivero: la vida está en otra parte

98 segundos sin sombra (Caballo de Troya), la nueva y espléndida novela de Giovanna Rivero, cuenta la educación sentimental de Genoveva, la narradora adolescente, distanciada de sus padres y rebosante de ternura hacia Nacho, su hermano retardado. Genoveva vive en Montero, una ciudad que "disfruta" el auge del narcotráfico en la Bolivia de mediados de los ochenta (la novela sirve de complemento y contraste a Jonás y la ballena rosada). En esa ciudad paradójica, ese Culo del Mundo en el que la modernidad y el progreso se miden de forma equivocada -hay, digamos, muchas motocicletas importadas, pero las calles son de tierra--, Genoveva sueña con escapar. Con desaparecer, como en ese juego de la sombra que da título a la novela y que practica de vez en cuando con su amiga Inés ("...paradas allí, bajo el Sol del casi mediodía, contamos los segundos que tardan nuestras sombras en meterse bajo los pies igual que gusanos grasientos").

 Acompañada de la filosofía "brutal, sincera" de su abuela Clara Luz y el cariño de su amiga Inés, la mirada de Genoveva se posa, con lúcida y divertida ironía, en las marcas de la época (el spray Aquanet, los Reebok, la música de Queen), en los gestos provincianos de sus compañeras que se visten copiando a Madonna, en el ethos de un pueblo que "es solo un puente entre ciudades más grandes donde hay trabajo de verdad, porque aquí lo único a lo que se dedica la gente es al ‘negocio'". Pero esa ironía no la puede proteger del deseo de irse y trascender. Su educación disparatada, en la que caben tanto las enseñanzas de la revista Duda como influyentes libros de época sobre encuentros con extraterrestres (Yo visité Ganímedes), la hará receptiva a las enseñanzas del maestro Hernán, que sueña con escapes siderales gracias a hojitas lisérgicas, viajes en ovnis en busca de la verdadera vida, que siempre está más allá.

En 98 segundos sin sombra, el delirio de Giovanna Rivero está siempre al límite, con un registro engañoso, pues habla con total control de una adolescente descontrolada. Genoveva parece saberlo todo, pero en el fondo es una niña que solo quiere creer en algo. Es un personaje entrañable que llegó para quedarse.

 

(Página Siete, 20 de febrero 2014)



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20 de febrero de 2014
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Disneylandia en Facebook

Los oráculos de la red se atreven con el amor. Y juegan a la sociología con su mirada panóptica, aunque en realidad se centren en el trasiego contable: cifrar el número de clicks y medir el tiempo de conexión. Cuán importante es la curva tanto en los negocios como en el amor. No sabría decir si en la vida de las parejas el gráfico de la curva es más valle que colina, si hay más longitud de línea hendida que de remontada. ¿Qué dirán las estadísticas? Según Facebook, la curva que calibra la comunicación virtual cae en picado cuando dos se enamoran. En una campaña de jugoso marketing, anuncia que puede identificar cómo actúan dos perfiles de su red al enamorarse. El resultado no tiene mucho misterio: “Durante los 100 días previos al comienzo de la relación se observa un aumento lento pero constante en el número de posts compartidos en sus muros por la futura pareja. Cuando se inicia la relación (‘día 0′), los mensajes empiezan a disminuir. Presumiblemente, las parejas deciden entonces pasar más tiempo juntas; se acabó el cortejo, y las interacciones on line dan paso a una mayor relación en el mundo físico”. Cito a los científicos de datos de Facebook, cuyos razonamientos parecen demostrar lo que el saber popular ya conocía: que cuando dos intiman se para el mundo. Lo fascinante es hasta qué punto la multinacional de Menlo Park se ha convertido en una nueva Disneylandia, porque su mensaje, en el fondo, viene a ser: “Señores, puede que en internet no se ligue rápido, como en un bar. Se tarda unos tres meses en obrar el milagro… pero se logra. Y entonces ya no nos necesitará”. Conviene que desde las entrañas de Facebook se silencie a las legiones de solitarios que no desconectan ni un día. Que se han conformado con que sus cariños se expresen a través del plasma, sin necesidad de sudar o ruborizarse, sin tener que pagar la cuenta del restaurante ni equivocarse de dirección. El ideal romántico prendió la mecha en la red: ahí está la aguja en el pajar que te está aguardando pese a que nada sepa de sudor ni rubor. Pero un interesantísimo reportaje en Time sostiene justo lo contrario: que nuestra vida social virtual sabotea a menudo nuestras relaciones amorosas. La “conectividad 24/7 significa que nadamos contra una corriente de mensajes urgentes de nuestros amigos más cercanos, acrecentados por el me gusta. Y de Sexo en Nueva York a New girl, la cultura popular nos recuerda una y otra vez que es la amistad, y no el amor, lo que dura para siempre”, afirma la periodista. El frenesí de la hipercomunicación ahuyenta al click-cupido. Aunque, la verdad, tres meses de cortejo digital, en la vida de un adulto, dan buena cuenta de cuán placenteramente nos hemos disneylandizado.

(La Vanguardia)

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19 de febrero de 2014
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He comido como príncipe

Unos amigos latinoamericanos se han congregado para comer en el famoso restaurante parisino La Tour d'Argent el 21 de marzo de 1910. En el reverso de una postal con la fotografía de la fachada del restaurante, uno de ellos escribe unas líneas y todos firman: al oficiar ante el pato No. 32388, un recuerdo afectuoso. Los comensales son Rubén Darío, René Pérez Mascayano, pianista y compositor chileno, y Eugenio Díaz Romero, poeta y periodista argentino. El destinatario en Buenos Aires es el pintor Roberto Schiaffino. No se sabe quién de los tres pagó la cuenta, o si la compartieron. En todo caso, debió haber sido un día de bonanza, dado los precios que allí se cobraban, pues se trataba de un lugar para turistas ricos.
El pato a la sangre fue inventado por el cocinero de la Tour d'Argent en la época del primer imperio napoleónico, y en aquel restaurante, fundado en 1582 bajo el reinado de Enrique III, servirlo llegó a convertirse en un verdadero ritual. Y por cada medio pato se extendía un certificado numerado. El propietario, Frédéric Delair, decidió en 1890 este sistema como una manera de perennizar su obra, tal si se tratara de las copias de un aguafuerte.
Al mes siguiente, Eugenio Díaz Romero, uno de los comensales, escribe una carta a Schiaffino, el destinatario de la tarjeta, donde el pato a la sangre viene a quedar reducido a simple "pato silvestre". De su lectura sacamos en claro que les fue preparado de las propias manos de Delair, el gran sacerdote que desplegaba su ceremonia delante de las celebridades de la época; y, pertinente aclaración, tal como ya hemos advertido, el pato era caro: "el pato de Frédéric es de digestión difícil, por su precio...", escribe Díaz Romero.
Atengámonos a la receta: se necesita un pato joven y gordo, de seis a ocho semanas como máximo, cebado en los últimos quince días. Se mata por asfixia, estrangulándolo, para que no pierda la sangre. Con los huesos de otro pato se prepara de antemano un consomé bien condimentado. Después de limpiar el pato se asa por los unos 20 minutos, hecho lo cual se lleva al comedor.
Se pica el hígado y se añade un vaso de oporto y otro de cognac. Se quitan luego las patas y se asan por separado a la parrilla. Se retiran sus muslos y pechuga. La carcasa, con lo que le queda de carne, los huesos y la piel, se pone entonces en una prensa, y delante de los ojos de los comensales se extrae la sangre. Esta es la parte cumbre de la ceremonia.
Se agrega a la sangre el hígado, mantequilla y coñac, y se bate durante 20 minutos hasta que adquiere el espesor y color del chocolate derretido. Otros ingredientes que pueden incluirse a la salsa son foie gras, oporto, vino de madeira y limón. La pechuga se corta en lonjas y se sirve bañada con la salsa, acompañada de papas sopladas; mientras tanto los muslos asados se sirven como segundo plato, acompañados de lechuga tierna.
Del vino que acompañó aquel festín memorable no se habla, pero lo hubo sin duda, y de manera generosa, lo que habrá hecho aún más cara la cuenta.
Antes de morir, lleno de orgullo satisfecho, y de nostalgia insatisfecha, Rubén confiesa que sus entradas triunfales al disfrute de la vida galante y elegante, incluida la alta cocina, fueron espléndidas, dígalo sino el pato a la sangre. En el último mes de su vida, acabado por la cirrosis, desde su lecho comenta en Managua al periodista Francisco Huezo:
"En ocasiones he gozado tanto como tal vez no lo han logrado los millonarios de mi tierra. He comido como príncipe, he vestido con mucho lujo, he tenido historias en el mundo de las supremas elegancias. Me he relacionado con los más altos personajes. He sentido con frecuencia el aletazo de la gloria. He derrochado dinero, que gané en abundancia. ¿Qué me queda por desear? Nada. ¡Que venga la muerte!"

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19 de febrero de 2014
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Abrir la cripta de Franco

Siempre tiene interés que los británicos hablen de nosotros, algo que han hecho a menudo, sobre todo desde el XIX aunque también, esporádicamente, antes, como en alguna de las fantasías mas dislocadas del teatro isabelino. En el siglo XX fueron mucho más que curiosos impertinentes respecto a España: Brenan, Orwell, Raymond Carr, Hugo Thomas (además del irlandés Ian Gibson y una notable pléyade de hispanistas literarios), nos mostraron lo que no sabíamos o no podíamos ver de nosotros mismos. Uno de los últimos en llevar a cabo esa contemplación intelectual es Jeremy Treglown, durante varios años director del Times Literary Supplement y, como autor, responsable, entre otros que desconozco, de un buen estudio biográfico del gran novelista Henry Green; Treglown pasa desde hace cierto tiempo una parte del año en España, según se dice en su libro ‘Franco´s Crypt. Spanish Culture and Memory since 1936' (‘La cripta de Franco. Cultura española y memoria desde 1936'), publicado recientemente por la prestigiosa editorial neoyorkina Farrar, Straus and Giroux, y queda claro leyéndole que se ha interesado activamente por los vivos y por los muertos de nuestro pasado.

      Me cuento entre los que creen que es bueno airear la tumba del Generalísimo (¿hay sólo una?), y ya que en nuestro país persiste un serio problema funerario que impide dar sepultura a muchas víctimas del bando perdedor en la guerra civil, es de justicia que vengan en nuestra ayuda mortuoria expertos y forenses del exterior. El libro empieza de modo novelesco en un cementerio andaluz, habla después de una matanza de cerdos, y enseguida aparecen los primeros referentes literarios, Cela, Cercas, Grandes. Lo fatal es que antes de ese primer capítulo titulado ‘Mala memoria', el autor, en una breve nota, hace una aclaración que irremediablemente ha de poner en guardia al lector mínimamente informado: Treglown analiza novelas, películas, artículos (muchos artículos, entrevistas y reportajes de prensa) y libros de historia, dejando fuera de su análisis la poesía española del siglo XX, por la razón principal, dice, de que "las más potentes energías creativas han ido por otra parte". Esta afirmación tan palmariamente falsa podría ser sólo un desliz si Treglown la articulara en las páginas siguientes. No es así, por desgracia. Su estudio, sin duda trabajado en el territorio que él mismo se ha marcado, fracasa -además de por sus carencias en otras materias, como el cine- por la absurda amputación del trascendental significado político, además de artístico, que tuvo la generación del 27, la del 36 en su dos vertientes ideológicas, la de los 50, por no hablar de los cambios sustantivos que los posteriores ‘ismos' de la vanguardia poética (también del todo silenciados a la vez que se dedica un largo capítulo a los pictóricos) aportaron a la consolidación de una nueva ‘mentalidad' de notable relevancia cultural en el último tercio del siglo. La poesía prácticamente empieza y acaba para Treglown en García Lorca, visto sobre todo en sus facetas biográficas, y mientras en el desdichado postfacio se habla sobradamente del triunfo de Massiel en Eurovisión o de la serie ‘Cuéntame', Miguel Hernández, sin duda una de las figuras mayores de la poesía en lengua hispana del siglo XX, es despachado en apenas una línea como "un escritor local de clase obrera".

     Leyendo ‘Franco´s Crypt' se tiene la incómoda sensación de que su autor tenía delante de sí dos posibles libros que ha querido fundir en uno. Treglown es un viajero de buena estirpe, y tiene vigor, por poner un caso, el relato de su visita al Valle de los Caídos, donde la observación lúcida y la cita verbatim de sus interlocutores religiosos da resultados elocuentes. Para quienes no hemos sentido nunca ganas de ir de excursión a ese mausoleo nacional de los horrores, dichas páginas nos ilustran y nos confirman en nuestra reticencia. Otros pasajes están más cerca del ‘travelogue', un género que no es de despreciar. Lo malo es el batiburrillo que domina esta obra, donde coexisten a veces en el mismo párrafo la impresión superficial con el examen muy bien argumentado de, por ejemplo, Eugenio d´Ors, al que Treglown da la debida importancia, aunque exagere mucho diciendo que en la España de hoy carece de reputación y fuera es casi desconocido.

      El otro libro posible que se trasluce es un estudio literario de la narrativa sobre la guerra civil, y en los dos extensos capítulos que dedica al asunto vuelve a mostrarse como un lector perceptivo, al menos de ciertos autores; es muy atinado su resumen y defensa de ‘El Jarama' de Ferlosio, aguda la conexión de ‘Volverás a Región' de Benet con la novela de Heller ‘Catch-22', admiradísima por el novelista ingeniero, y de interés los apuntes sobre escritores más recientes, los "hijos y nietos". Junto a eso, desconcierta leer que Cela habría empezado a escribir trabajando en proximidad a Samuel Beckett, Camus,  Genet o Michel Tournier, así como la elevada valoración de José María Gironella. Treglown lo sitúa primero, en formación filosófica, al lado de Javier Marías y Cercas, entre otros, y después afirma lo mucho que ‘Los cipreses creen en Dios' comparte con el Joyce de ‘Retrato de un artista adolescente' y ‘Vida y destino' de Grossman. Confieso que no he releído al autor gerundense que indigestó mis noches de estudiante preuniversitario, pero de tener razón el inglés nos estamos perdiendo algo grande.

      Treglown también habla del cine español, y se le agradece, aunque queda raro que insista tanto en la dificultad de poder ver alguna de las películas que busca (por ejemplo ‘Camada negra' de Gutiérrez Aragón); naturalmente no están todas en el mercado legal, pero sorprende que un estudioso de su seriedad y empuje no haya pensado en solicitar ese material en los archivos fílmicos de nuestro país, que, mientras no se los lleve el vendaval del recorte, funcionan y ponen facilidades a los investigadores. En este campo la curiosidad de Treglown no basta para dar entidad a sus juicios. Lo indiscutible (Berlanga) está bien considerado, pero parece desconocer la existencia, en el contexto que tan pertinente es a su estudio, de Edgar Neville, de Fernán Gómez, de Mur Oti. ‘Tango', una de las más fallidas películas de Carlos Saura obtiene, por el contrario, una entusiasta recensión de dos páginas. Y ese capítulo sobre el cine se cierra con una afirmación, "la obra de Saura ha tenido una fuerte influencia en la de Almodóvar", que, de leerla, produciría me temo la carcajada de ambos.

     Una de las omisiones de más peso, en el silencio del nombre fundamental del productor Elías Querejeta, es la de la película de Chávarri ‘El desencanto', que tan bien habría cuadrado para substanciar la línea central del pensamiento de Treglown. No sé si la ha visto o si la ha descartado. Tal vez la omitió porque ese retrato, que empieza con una estatua de difunto envuelta en un sudario, destapa la cripta de los demonios familiares, políticos, de dos generaciones y una manera de vivir antagónica, encarnada en la viuda y los hijos de Leopoldo Panero. Pero Panero era un poeta. No entraba, vivo ni muerto, en este libro.

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18 de febrero de 2014
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Asuntos metafísicos 36 ¿Qué hace en suma el metafísico?

El problema del vacío se plantea no sólo al narrador  sino también al filósofo. La recurrida metáfora de la página en blanco no remite a una ausencia  de contenido, sino a la cuestión de la nota diferencial que, sin añadir dato alguno, trasmuta este contenido.[1] ¿Por qué el Aristóteles que se interroga sobre la diferencia que hace la singularidad humana en el seno de la animalidad,  manejando al respeto  todos los datos que podía almacenar el conocimiento de su época no es sin embargo simplemente el primer biólogo sino el primer (y quizás principal ) pensador de la vida y aun de la vida hecha palabra? Por qué el Aristóteles que como todos los astrónomos de la historia  hace conjeturas (afortunadas o no) sobre esferas que podrían eventualmente explicar los fenómenos astrales, constatados una y otra vez, es algo más que un astrónomo?

Por qué el Aristóteles que intenta (de nuevo con mayor o menor fortuna) utilizar las propiedades intrínsecas de los entonces considerados elementos a fin de explicar el comportamiento de la physis, es algo más que un
físico?  ¿Por qué en suma es Aristóteles El Filósofo?

Hay al menos dos embriones de respuesta, sintetizadas en las siempre con toda justicia reiteradas frases del mismo Aristóteles:

"Hay una disciplina (estin episteme) que contempla (tis e theorein) lo que en cuanto meramente  es (to on e on), y lo que por este hecho de meramente ser le pertenece (kai ta touto hyperchonta kath' auto)" (Metafísica 103a 20-22).

La segunda no la entrecomillo porque más que una traducción es un esbozo de glosa:

En razón de su  naturaleza (physei), todos los humanos (pantes anthropoi) son movidos por el deseo (oregontai) de dar forma (tou eidenai). (En el orden griego: pantes anthropoi tou eidenai oregontai physei).

La primera sentencia remite (no digo en absoluto que exclusivamente) a un tema ya largamente debatido aquí, a saber: la cuestión  de  aquello sin lo cual referirse a una entidad carece de sentido. Aquello que por el hecho mismo de que algo es (kai ta touto) no puede dejar de serle atribuido constituye sin duda un atributo de  radical peso, un atributo del  que no cabe prescindir salvo renuncia al ser. Pues bien, lo que hace de esta reflexión con soporte  en la física un esbozo de metafísica es el interés que mantiene por esta cuestión de los atributos que están ahí como condición  de que haya ser.

La segunda frase nos dice que todo ser humano se halla en la carencia si no efectúa la operación de eidenai, si su mente no se está enriqueciendo con conceptos y  vínculos de conceptos que arrancan el entorno a su inmediata naturalidad y lo convierten en parcela de orden o mundo. Esta carencia puede o no ser conscientemente experimentada pero no deja de ser tal. Pues en ausencia de tal praxis, en ausencia de eidenai, el hombre carece simplemente de lo que hace su singularidad en el mundo animal, es decir, carece de  su humanidad.

Y hay quizás un vínculo entre ambas frases sobre el cual  habrá que reflexionar, es decir, intentar aclarar para uno mismo


[1]    Muchos de los grandes  de la narrativa no sólo se han sustentado en hechos  conocidos, sino que han sido escrupulosos  investigadores de los mismos. Esta erudición podría hacer de ellos  excelentes informadores,
pero obviamente el resultado de su trabajo no es un "rapport", aunque eventualmente pudiera también servir como tal. De hecho la cosa no cambia cuando los contenidos representativos son ficticios. Aun en los casos de la narración más realista para el escritor una vez establecida la coherencia de la trama el trabajo no ha hecho más que empezar.

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18 de febrero de 2014
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