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Tanto compartir

Hace un tiempo nos pasábamos información, intercambiábamos experiencias, nos cedíamos material para culminar un proyecto, nos enseñábamos las fotos de un viaje y nos revelábamos secretos y confidencias. Hoy, todas esas acciones caben en una, el verbo de moda: compartir. Curiosamente, se trata de una acción que forma parte de los primeros aprendizajes. Acaso sea por ello, por la repetida letanía de “tienes que saber compartir tus juguetes”, que me sorprenda tanto su uso abusivo entre adultos. La fiebre del sharing eclosiona paralelamente a la interiorización de we can, y se ve influida por los códigos de las empresas tecnológicas cuyos miembros han transgredido los protocolos laborales y los han sustituido por un modus operandi presuntamente más humanizado. Los ejecutivos 2.0 ya no dicen “¿podrías pasarme tu plan estratégico?”, sino “¿podéis compartir con nosotros vuestro plan estratégico?”, a lo que es más difícil negarse. En el lenguaje de los negocios se universalizan los neologismos certificando que el inglés identifica procedimientos globales, aunque también incite al postureo: ya no se acuña un concepto, sino un concept, por poner un ejemplo. El caso es que el lenguaje emocional consigue traspasar la capa impermeable y gris de la contabilidad. Del “yo” al “nosotros”. De ego-juguete a herramienta económica alternativa: “compartir” ha pasado de ser una opción, quizá la más importante, en el muro de Facebook a un nuevo concepto económico, gracias al consumo colaborativo. De compartir fotos del restaurante donde hemos cenado, hay quienes han pasado a compartir coche (car sharing), trabajar juntos (coworking) o intercambiar casas para conocer el mundo… Jonah Berger, profesor de la Universidad de Pensilvania y autor de Contagio, analizó cuidadosamente 7.000 artículos de The New York Times a fin de descubrir qué tenían en común los más virales, y no tardó en concluir que se trataba de la positividad que emanaban. Por eso la gente se los mandaba, buscando un momento de efervescencia. Según los expertos, un intercambio de energía -peligrosa palabra- que amplifica nuestro propio placer. Pero hay algo en esa generosidad ávida de “compartir” materiales y confesiones que me resulta impostado. Sí, cierto es que vivimos un tiempo en el que la cooperatividad es indispensable para fortalecerse y crear redes a nuestro alrededor. Y en esta nueva economía de guerrilla prima el usar frente al poseer, promoviendo un consumo más eficiente, sostenible y responsable. Pero tan importante como compartir es no hacerlo, no tanto por egoísmo, desconfianza o exceso de celo, sino para preservar la intimidad, tan zarandeada. (La Vanguardia)

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19 de marzo de 2014
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Las botas de siete leguas

Fue Gabriela Mistral quien habría llamado alguna vez a El Salvador el Pulgarcito de América, la más pequeña de las naciones del continente. Y mientras más pequeño un territorio, más explosivos y devastadores pueden ser los enfrentamientos políticos, como ocurrió con la guerra civil de los años ochenta del siglo pasado y que se zanjó, ya los dos contendientes exhaustos, con los acuerdos de paz firmados en 1992 en la ciudad de México, bajo cuyos enunciados aún el país sigue viviendo.

Eran los guerrilleros marxistas buscando imponer una propuesta revolucionaria, contra el ejército que defendía el viejo statu quo, en un escenario de guerra tan exiguo que los contendientes compartían las laderas de los mismos volcanes, unos en una falda, otros en otra, unas veces unos más arriba y los enemigos más abajo, como si toda aquella historia hubiera sido escrita por un fabulista como Perrault, el creador de Pulgarcito.

Los acuerdos de paz han funcionado hasta ahora como una red tejida de hilos invisibles,  muy propia de las fábulas, sobre la que los viejos enemigos saltan y rebotan, una red que será más eficaz mientras más tupido sea su tejido, con más hilos institucionales en su trama, capaces de hacer más elásticas las viejas resistencias a aceptar que la única manera que la izquierda y la derecha tienen de vivir juntos en el mismo reducido territorio, es reconociendo que el poder sólo puede decidirse en las urnas, y que el resultado debe ser respetado, por mínima que sea la diferencia.

Que unas elecciones pueden decidirse por un solo voto, nos ha aparecido hasta hoy en Centroamérica un mito. Pero es cuando los márgenes de la votación son muy estrechos, cuando la democracia se pone verdaderamente a prueba, por muy estentóreos que puedan ser los clamores de protesta de quien sacó un poco menos de votos y no quiere conceder la derrota.

La intransigencia viene a ser una expresión de la polarización que nunca ha desaparecido en El Salvador,  como los resultados de las recientes elecciones presidenciales lo demuestran. Norman Quijano, el candidato de derecha del partido Arena, perdió por apenas unos seis mil votos ante Salvador Sánchez Cerén, el viejo comandante guerrillero, candidato del FMLN. Un país partido por la mitad.

Pienso que si ha sido el caso contrario, y el FMLN pierde por tan pocos votos, también hubiéramos oído clamores de protesta subidos de tono, desconociendo los resultados. Así fue cuando Schafik Handal, otro de los comandantes guerrilleros, perdió las elecciones presidenciales en el año 2004, y aun cuando la diferencia de votos fue mayor, declaró "ilegal e ilegítima" la presidencia del triunfador, Elías Antonio Saca; pero eso se quedó dichosamente en la retórica.

Lo que el tribunal mandó esta vez fue una revisión de las actas electorales, y el recuento volvió a dar cifras muy similares. Para eso está la red debajo de los pies de tirios y troyanos. Pero resucitan las expresiones de la intransigencia, hija de la vieja polarización, como cuando Quijano invocó la intervención del ejército. Lo que estaba pidiendo, ni más ni menos, era zafar la red debajo de los pies de todos, aún de los suyos.

Dichosamente allí seguía la red, dispuesta a resistir, y el ministro de Defensa, el general David Munguía Payés, declaró, rodeado de los altos mandos, que la Fuerza Armada de El Salvador no se prestaría a ninguna manipulación de cualquier persona o grupo que pretendiera instrumentalizar a la institución castrense,  "para objetivos que atenten contra la voluntad popular". El ejército estaba diciendo, nada menos, que el contendiente guerrillero de décadas atrás, tenía derecho a sentarse en la silla presidencial, al ser electo legítimamente.

Ahora lo que toca a Sánchez Cerén es no caer en el sueño de opio de que ganando por pocos votos se puede prescindir de la otra mitad que votó en su contra. Tiene que calzarse las botas de siete leguas, una por cada mitad del país, la única manera de correr sobre la red sin que se rompa. Debajo de esa red sólo está el abismo.

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19 de marzo de 2014
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Thomas Bernhard: la caja vacía del arte

El protagonista de la novela de Bernhard ‘Maestros Antiguos', Reger, el gran crítico musical del ‘Times', contempla día sí y día no a lo largo de más de treinta años un cuadro de la colección del Kunsthistoriches Museum de Viena, ‘El hombre de la barba blanca' de Tintoretto, y un día, citado con el filósofo Atzbacher en el museo, monologa: "Llenamos nuestra caja fuerte espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual, está vacía", añadiendo más adelante que los grandes maestros como Leonardo, Miguel Ángel, Tiziano o Goya, "se nos deshacen ante los ojos increíblemente deprisa y al final un arte de supervivencia, aunque sea genial e indigente, se revela como un indigente intento de supervivencia".

Pero ¿hay algún arte de supervivencia, algún sustitutivo que no nos deje solos? Reger, uno de los imprecadores más elocuentes de Bernhard, tiene respuestas para eso. Otros, en otros libros del autor austriaco, se hacen otras: ¿Es la música, por su desvaída entraña inmaterial, o la arquitectura, por su enfermiza arrogancia en el espacio, un "bocado resistente" a la burla del tiempo? En su novela ‘Corrección' se cuenta precisamente la construcción de una vivienda cónica en medio de un bosque para la hermana del narrador-constructor, el filósofo Roithamer, basado en la figura de Ludwig Wittgestein y en el edificio que éste le diseñó en Viena a su hermana Margarete.

Los nihilistas incansables evocados en este repaso a las ideas estéticas bernhardianas, tan inspiradas por Wittgenstein, aparecen como ejecutantes de una manía artística irrealizable, como saboteadores de lo permanente, como figuras de un juego que queda en tablas.

[Notas de presentación de la conferencia dada en el Museo Reina Sofía de Madrid, dentro del ciclo ‘Luces y letras: Los escritores y el arte']

 

Libros Mencionados

Bernhard Leitner: ‘The Architecture of Ludwig Wittgenstein'. Studio International Publications Ltd.  

Los siguientes títulos de Thomas Bernhard, todos en traducciones de Miguel Sáenz:

‘Maestros antiguos'. Alianza Editorial

‘Corrección'. Alianza Editorial

‘El malogrado'. Alfaguara

‘El sobrino de Wittgenstein'. Anagrama

‘Ritter, Dene, Voss' (También conocida como ‘Un almuerzo en casa de los Wittgenstein') (Teatro). Hiru, colección Skene

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18 de marzo de 2014
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Asuntos metafísicos 41: el reto de la no- localidad

Digresión preliminar: Irreductibilidad de la disposición filosófica

Está fuera de duda que  la fuga de lo real,  y no la entereza para mirarlo y asumirlo, se halla en el origen  de algunas de  las grandes creaciones del espíritu, que la creación ha germinado muchas veces gracias a la sublimación de la indigencia y que  el miedo ha cimentado la  erección de catedrales. Pero es obvio que  ello no constituye la regla.  El engaño sobre el propio ser, el propio origen o el propio destino, el engaño sobre la intrínseca finitud,  no sirve en general más que  a  apuntalar el edificio mismo de la mentira, de tal manera que, cabe decir, la mentira sólo es servidora de sí misma.  La recepción sin resistencia de la propaganda sobre mezquinos valores imperantes, e incluso la complacencia en la misma, la ceguera ante intoxicaciones que un mínimo de exigencia lógica bastaría a rechazar[1],  son  indicio de este triste círculo vicioso.

Por eso mismo merecen tanto nuestro agradecimiento  aquellos que se han erigido en ejemplos de la tensión  del pensar, y en quienes  tal tensión ha cristalizado en teorizaciones que liberan de los estereotipos en los que tantas veces se esteriliza el espíritu humano.  Y aunque quepa sospechar que, en el origen,  la disposición  que lleva al pensar encubre también, más o menos sublimado,  algún  oscuro aspecto de la subjetividad, sin embargo  en el proceso mismo de activar el pensamiento,  el peso de esta  variable encubierta se achica. Pues simplemente lo que merece el nombre de filosofía  es difícilmente compatible con la escaramuza. Ya he tenido aquí ocasión de evocar la frase con la que el fallecido matemático francés Gilles Châtelet glosaba la sentencia según la cual la filosofía es una guerra: "guerra, sí, pero guerra contra la estupidez"; violencia  en todo caso contra la dificultad exterior  y la pereza y desidia interiores que frenan la disposición  a ser espejo  para la reflexión  del propio ser y el   propio entorno.

La metafísica persiste.

Si la filosofía ha encontrado en muchas ocasiones en la ciencia la privilegiada ocasión de su despliegue, vengo reiterando que en nuestro tiempo la filosofía, bajo  esa modalidad no exclusiva pero sí fundamental que es la metafísica, ha encontrado en un debate científico concreto (a saber la confrontación de los postulados cuánticos a los principios ontológicos clásicos) la ocasión de un auténtico renacimiento,  y ello en el momento mismo en que desde perspectivas tan diferentes como las de Carnap o Heidegger se anunciaba su superación. La metafísica no sólo no está muerta sino que resiste a la reducción a otras formas del pensamiento, y desde luego a ser una mera reflexión sobre el decir de la ciencia, y ello precisamente porque la propia ciencia le invita a no ceder en sus objetivos. Cuando, tras los pasos de algunos de los grandes de la física en el último siglo, Tim Maudlin da como subtítulo a un libro sobre relatividad y no localidad cuántica, Metaphysical Intimations of Modern Physics, está dando indicios de la necesidad de recuperar una palabra que (como tiempo atrás ontología) parecía reflejar una forma caduca de la reflexión filosófica.

En estas notas se intenta ser fiel a esta exigencia, se intenta mantener la disposición metafísica. En las últimas columnas me estaba adentrando en el teorema de Bell. Como dice el propio Maudlin  ello no puede hacerse sin algún "slightly technical interlude". A continuación uno de estos interludios.

Una noción técnica.

Recordemos que la luz consiste en un campo electro-magnético  que puede oscilar en cualquier dirección perpendicular a la de desplazamiento.  La dirección según la cual oscila  la vertiente eléctrica del campo es llamada dirección de polarización. Un haz de luz no tiene de entrada una polarización bien definida,  dispersión por la cual se habla de luz no polarizada. Sin embargo cuando sometemos esta luz dispersa  a cierto material con una determinada estructura cristalina (usado por ejemplo en  gafas de sol) se da el fenómeno siguiente: aproximadamente la mitad de la luz es absorbida y la otra mitad es trasmitida...ahora ya dotada de idéntica polarización. Este material que juega así el papel de filtro es denominado un polarizador, el cual tiene un eje preferente que coincide con la dirección de polarización.

Consideremos ahora la parte del haz de luz que ha pasado y que ahora coincide en polarización y sometámosla a la acción de un segundo polarizador. Ocurre lo siguiente: si el eje  preferente de este segundo polarizador coincide en dirección con el del primero, toda la luz será de nuevo trasmitida; si el segundo polarizador  es girado 90 grados, entonces nada de luz pasa (toda es absorbida); si  el giro es de 60 grados pasará una cuarta parte de la luz ; si  es de 30 grados, tres cuartas partes... . En general para un ángulo a determinado  respecto a la orientación del primer polarizador, la proporción de luz transmitida por el segundo polarizador  será coseno cuadrado de a, y la absorbida seno cuadrado de  a.

                                                           ***

Desde el artículo de 1905 sobre el efecto fotoeléctrico por el cual Einstein obtuvo el premio Nobel, sabemos que la luz no siempre se comporta como una onda, sino que a veces lo hace como un conjunto de partículas, llamada fotones. Una luz tenue está constituida por pocos fotones, eventualmente uno sólo, y  una luz fuerte por gran número de los mismos. ¿Cómo interpretamos el señalado efecto de polarización si la luz no polarizada, incidente en el  primer filtro es un conjunto de fotones? Pues simplemente diciendo que la mitad de los fotones ha pasado,  quedando ahora polarizados idénticamente, mientras que la otra mitad ha sido absorbida por el material. Diremos asimismo que  el número de fotones que pasará el segundo filtro dependerá de la orientación del mismo. Si consideramos cada fotón particular que ya ha pasado el primer filtro,  entonces la cifra antes avanzada (coseno cuadrado de a)  significa ahora  la probabilidad que un fotón individual  tiene de pasar el segundo filtro y no como antes la proporción de luz ya polarizada que pasa.  En la próxima columna aplicaremos todo esto a un caso particular.  

 


[1]    Permítaseme una digresión a este respecto. Sabido es que en Holanda  ( y de manera levemente más disimulada en múltiples otros países), grupos políticos con optimistas perspectivas  enfrentan las elecciones europeas con  propuestas de exclusión de ciudadanos de los países llamados del "Este" de la llamada "Unión", incluidos países que como Rumanía o Bulgaria forman ya parte de la misma. Pues bien, no le quepa al lector duda de que muchos de esos mismos ciudadanos que se complacen en tales propuestas y están dispuestos a votar a quienes las defienden, aceptan como palabra evangélica la  línea editorial de tantos periódicos que presentan  el conflicto de Ucrania como fruto de la tensión producida por la interferencia rusa para evitar el acercamiento de este país a una Unión Europea dispuesta a abrirle las puertas.

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18 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Certidumbres del poema

 
José Emilio Pacheco ha abandonado el lenguaje pero el lenguaje sigue hablando por él. Esta breve suma de lecturas de poesía publicada en 2013 es en memoria de su lector más íntimo y hacedor más fiel.

  

Diorama (Madrid, Amargord),  el espléndido libro de  Rocío Cerón (México 1972), cita al lector en una cámara oscura donde su mirada se ve refractada: lector, mirada y cámara transportados en milagro (que significa ver más) del lenguaje. Este libro lo espera todo del lector. Lo convoca a recuperar el verbo desde la acción del poema. Nos dice que la poesía es el lugar del lector en las palabras, restadas aquí por el rigor y el radicalismo de su demanda contra un mundo profuso y redundante. Tal proyecto de otro libro y otro lector, hace de la poesía el instrumento para forjar una nueva sintaxis de re-habitación. "La ofrenda: lengua en tierra propia," afinca en la materialidad emotiva y lúcida, que el poema reorganiza con la claridad del recomienzo,  allí donde la tersa enumeración recobra la fuerza primaria del nombre. Dolor y celebración del lenguaje, este libro refulgente despliega un horizonte de libertad por hacerse: una fe cierta en esa margen visionaria y lúcida:

 

Donde los náufragos cantan apunta el ojo. Hacia el rabillo austral de la

mirada -agua de la memoria- el tono plomizo del frío. Uno podría ser

entendimiento crepuscular, avanzada furiosa de jauría humana pero el

vórtice detiene la rebelión. Gotea aún el rompevientos. Y entre el invierno

de milnovecientosetenaydos y el presagio del dosmildocefindelmundo un

día y el otro. Gramática de Babilonia. Descenso.

 

 

Alcools (Lima, Paracaídas), del peruano Mirko Lauer (1947), no sólo es su mejor libro de poemas sino el más cercano al lector, gracias a que si bien concibe el lenguaje no como la transparencia del mundo sino como su re-inscripción, esta vez el poema más que un acertijo cifrado es un flujo emotivo.  Desde el decurso y la fluidez  del soliloquio, el poema recompone una secuencia de imágenes, y aunque no requiere proveer un tema, busca recomponer fragmentos, ensayando una notación  músical, el fraseo asociativo que registra la deriva de lo vivido. Más que el sentido de los hechos, el poema cristaliza, por eso, la entonación de la época en el recuento del canto. Parte para ello de una mediación: los Alcools de Apollinaire. Pero no se trata del estilo del poeta que suma los puentes, sino de su dicción, de su capacidad de tramar en el canto la alarma de vivir en el lenguaje; esto es, en la memoria de uno mismo como otro hablante. El poeta, parece decirnos Lauer, no escribe poesía: trama una entonación, en este caso memoriosa de instantes sumarios. El poema ocurre como un plan de asedio y acopio, pero sobre todo como la voz devuelta a la ciudad, cuyo azar favorable el poeta asume como un discurso suficiente y libre. Poesía conceptual que refuta la lógica del lenguaje, que todo lo incorpora a su enciclopedia. Lo vivo, en cambio, es aquí la gratuidad del sentido, que cuaja en el juego que somete a prueba a las palabras, negándoles el beneficio de lo literal para ponerlas en duda, y darle la vuelta a la referencialidad desde el no-lugar del poema; ya no del poeta o del lector, sino de la poesía misma, liberada entre el vejamen del tiempo y  la acción del arte: ¨Pájaro sin más mente que su arte”. En Bird Charlie leemos:

 

            Una vez violentamente despojada el ave de su poderosa inteligencia,

                        La tarde se puede llenar de su sonido: gratuitos chirridos

                        Que no llegan a ser un canto, ni un consejo, ni una queja.

                        Sonido que nos invita a hacernos cargo

                        De la indiferencia instalada en el paisaje.

 

 

Tálamo (Madrid, Hiperión), de Minerva Margarita Villarreal (México, 1957), es de una inmediata enunciación: el poema se abre como una verdad más desnuda, tan breve como suficiente. Su elocuencia brota de lo que no dice. Las palabras nacen de otras palabras, anagramáticamente,  pero también con la urgencia de la confesión suscinta.  El poema pone a prueba a las emociones: su mesura se alimenta de la desmesura.  El lenguaje pasa por el poema con su timbre  intenso. Su función es pulir nombres como los huesos de un cuerpo verbal tierno y lúcido. El nombre es la osatura del mundo y sostiene lo real como una revelación. Este es un libro de horas, hecho por la oración más lúcida: al pie de la noche, entre la llamarada de lo vivo y el abismo de la tinta. No se puede decir más con menos:

 

                        La piedra

                        bajo la lluvia  

                        La piedra

                        que ve a Dios

 

  

Diario de la urraca (cuaderno paulista), (México: Universidad de Nuevo León), del cubano Rodolfo Häsler (1958), residente de Barcelona desde los diez años, es una impecable puesta en abismo de su peculiar y distintivo talento para dar a ver y, de inmediato, conocer, una zona inédita de la imaginación de lo real. Con una devoción puntual, ligeramente obsesiva, o sea, clásicamente persuasiva, RH nos ha convencido de que su lección de cosas trama lo visionario y lo mundano, la lírica que todo dice con la otra medida de natura, la mesura. Alguna de ambas hace de luz y la otra de sombra, en el claroscuro de su figuración, cuyo pulso analítico discurre con la lógica de una demostración improbable. Solo el poema (parece no decirnos pero nos dice) habla de la poesía citándola para que completemos su ecuación de ingenio, apetito y drama. Este “cuaderno” de cuaderna vía contempla con pasmo cierto, horror sutil, y humor íntimo la construcción de Sao Paulo, cuyas torres y parques deslumbran al lenguaje con su artificio abismal. Si el Diablo, como dicen, sostiene el artificio de la ciudad y no duerme para que ella sigue despierta y no regrese a la naturaleza, el poeta, no menos demiurgo, gozoso del artificio y capaz de perturbar al Apóstol con sus propias epístolas, imagina a la urraca como el pájaro cantor que trabajando para el Diablo (en las horas libres que le deja Rossini) irrumpe en el poema como una cita de esa Natura que sobrevive en sus aves musicales, algún gato literato y un perro arrollado por un coche. Los poemas asumen el papel de la urraca, la sobrevivencia del canto y el jardin: “El alma del mundo está atrapada en la naturaleza, /basta entrar en el reino del sol.” Al final, las torres, como en la tradición más ilustre, se alzan para caer:

 

                                                                        Cada piedra

                        alza una jerarquía, y calcinado por el sol

                        el edificio se desmorona y se convierte en vestigio

                        abandonado. Y sin embargo, seguimos sin indicar el alcance

                        de su misterio

  

 

Sínsoras (Barcelona, Seix-Barral) de José Luis Vega (Puerto Rico, 1948) declara con suficiencia que el poeta es producto privilegiado de la gran tradición que ha hecho de su Isla del idioma un término de las sumas fluidas de España y el Caribe, entre formas clásicas y decires de elocuencia mundana. Fresco de voces inmediatas y sabio de sílabas y mediciones, Vega preside en Puerto Rico (feliz metáfora y leve oxímoron) esa herencia de intercambios trasatlánticos. Se entrecurzan en su obra el sabor de la dicción de los siglos de oro y la sensorialidad del modernismo hispanoamericano con las lecciones del clasicismo callejero de Luis Palés Matos. Ser poeta en Puerto Rico implicaba pasar de los ritmos antillanos de Palés a los asombros de intimidad de Pedro Salinas. Estos tres liróforos alertas deben de haber convertido a San Juan en la capital de índice de población poética mayor del mundo. Por eso, en uno de sus poemas de sumas e intercambios modélicos, Vega imagina a Pessoa y a Luis Palés Matos caminando una calle de Lisboa que converge hacia el puerto de San Juan, como si la poesía fuese, precisamente, la vía transitiva de las reconciliaciones:

 

No es Palés, es Pessoa,

dirán los entendidos cargadores del muelle

al verlos, tambaleantes, calle abajo,

izados por un aire de marina,

de brazo rumbo al río.

 

  

Virtú (Lima, Hipocampo). Roger Santiváñez (Piura, 1956) forma parte del movimiento artístico peruano que hace suya, y no sin gracia irreverente, las formas del bien decir del repertorio retórico que Rubén Darío fue el primero en descubrir, en toda su extensión formal, en la memoria lírica del español. Carlos Germán Belli fue, sin duda, el poeta peruano que apropió la formidable retórica de los gongorinos menores (¿los hay mayores?), duchos no sólo en relajar el entrecejo del Maestro, como dijo Lezama. Con desenfado, Santiváñez propone, más que una laboriosa hipérbole, un límpido fraseo de estirpe garcilasiana, quizá en el ejemplo de Barahona de Soto, aunque es más claro su franco asalto de Cavalcanti y el petrarquismo. Con talento lúdico y goce festivo, Santiváñez habría aprobado con entusiasmo la genealogía de la Chica de Ipanema, que proviene del paso, no menos fugaz, de la dama florentina en el poema de Dante.  Dado el modelo, lo demás es cosecha del habla: “Regia en blue-jean a mi morada/ Volvió lejana al instante desaparecido/ Párpado desliz, curva deslizada.” Esa tensión del repertorio lírico y el habla urbana, logra un contrapunto tan fresco como tenso. El poema, al final, es una estrategia para convocar el ardor del deseo. Lo dice bien Benito del Pliego en su postfacio: “En Virtú la lengua (hablas que se cruzan con textura Pound) perfila con insospechadas cualidades un texto tangible, un cuerpo textual de respiración marina.” El poeta declara su nombradía: entre coloquialismos juveniles y maestros del arte de desear, canta a las ninfas como fauno urbano y memorioso. El Epílogo es “a la manera de José Maria Eguren”, el poeta que cantó a “La niña de la lámpara azul;” sólo que, nos alarma Santiváñez, se trata de un Eguren “erotizado.” Lo excusa el humor:

                                   

                                    En el jardín de Villacampa

                                    Dulce caramelo de limón

                                    Aparece la púber blanca

 

  

Los grandes almacenes (Barcelona, La Rosa Cúbica. Con una imagen de Frederic Amat y dieño de Estela Robles). Quisiera argumentar que David Huerta (México, 1949) no sólo ha probado ser, desde la diversa textura de su voz, jamás beneficiada por un estilo, uno de los poetas latinoamericanos cuya exploración abre, en sucesivos pasajes, la capacidad de la poesía de producir las imágenes de estas épocas interpuestas como un fin del mundo discursivo. Contra ese derroche verbal precario que manejan los poderes en juego, la poesía de David Huerta recomienza la hipótesis de una palabra tan incisiva como fecunda, afincada en su territorio lírico y alerta a la pérdida del lenguaje entre las jergas dominantes. Esta es una poesía de independencia radical, que resiste la socialización compulsiva de los lenguajes institucionales . Y, sin embargo, o por ello mismo, carece de programas, nada impone ni demanda. Leerlo  es recuperar la gratuita suficiencia del habla, su inmediatez rebelde, y su inteligencia dialógica. Su Prólogo a este libro es sintomático: cada párrafo excusa el protocolo, para decirnos  lo que no dirá. Y concluye: “Basta. Procedo a la consideración asistemática de los grandes almacenes y al cántico de su sabor extraordinario.” Ya en en el primer poema, el libro se anuncia como evento: “No se dónde están los grandes almacenes pero sé, en cambio, que yo estoy en ellos...No estoy en todo almacén simultáneamente...sino de manera alternada...A saltos de esdrújula, de rotos y desgarbados dáctilos, el silencio y el cántico de los almacenes se buscan con denuedo en mi boca.” De inmediato recordamos el desafío de Tzara: “El pensamiento se hace en la boca.” Esto es, la poesía está siempre por hacerse. Los almacenes se transforman: “Son todo lo que ignoro y todo lo que rodea. Y a ellos debo mi sabiduría de fugitivo, mi sedentarismo de vagabundo contradictorio...”. En ese “cosmos autosuficiente pero dudoso” Balzac, Walt Whitman y Kafka, son parte del paisaje funambulesco y, a la vez, de la escritura y la lectura. Es un paisaje Ilimitado y periódico, como la Biblioteca borgeana; pero también una naturaleza artificiosa y una población primaria, registrada por esta historia  de un sistema irrisorio y, además, regido por la ley y la abogacía.  La implosión del poema da cuenta de la zozobra del mundo almacenero. Pero más que una alegoría traducible a situaciones contemporáneas, el libro (una primera cartografía de esos almacenes omínvoros) sugiere una puesta al revés de las galerías y las avenidas donde Walter Benjamin creyó ver en la forma de la mercancía el espíritu de la época. En los almacenes de hoy, parece sugerir David Huerta, se trata, más bien, de los hombres como la mercancía rizomática: el almacén sería, así, el alma-ceniza, la pérdida de la forma humana en la melancolía de la ciudad residual, tumba activa de la compra-venta universal. El evento del poema, sin principio ni final,  despliega la violencia fantasmática que la escritura  confronta y discierne:

 

                        Es un olor de tinta y toga, de martillazo y venda, sobre los ojos.

 

 

 

 

 



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17 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cataluña no es Crimea

Hay momentos miméticos y hay otros en que se busca la máxima singularidad. La vía catalana se inspiró en la vía báltica. La división entre independentistas y unionistas, en el modelo irlandés. Hay que ver cómo han pesado los modelos canadiense y escocés en el debate sobre la consulta legal y autorizada. La separación entre checos y eslovacos y la independencia de Noruega han servido de contraejemplos de las secesiones violentas, especialmente las balcánicas, de cuya experiencia surge el adjetivo amenazador que Aznar esgrimió con gran anticipación. Kosovo, cuya independencia nunca ha reconocido Madrid, ha gravitado permanentemente sobre el proceso catalán. Así son las cosas. Lo normal es comparar e imitar. Unos y otros buscamos los ejemplos que nos sirven y cerramos los ojos ante los que nos molestan. Esta semana hemos visto que Cataluña no es Ucrania y tampoco es Crimea. Respecto al referéndum de ayer, además, las dudas son insultos. La Assemblea Nacional Catalana se propone celebrar su consulta ?con todas las garantías y exquisitez democrática?, mientras que la convocatoria a las urnas realizada en Crimea por las autoridades pro-rusas no cumple ni uno solo de los requisitos exigibles internacionalmente y se limita a ratificar una independencia que ya ha declarado previamente y bajo coacción el parlamento regional. Las comparaciones se han hecho odiosas en casa pero abundan entre los de fuera. Vitaly Churkin, el embajador ruso en Naciones Unidas, ha evocado el caso catalán en el Consejo de Seguridad para defender la legitimidad del referéndum crimeo, algo que incomoda a todos, en Madrid y en Barcelona. Exactamente el argumento contrario del New York Times en un editorial que pide sanciones contra Rusia por la invasión militar de Crimea: ?En el actual estadio de confrontación en Ucrania es importante señalar que el problema no es simplemente 'quién es el propietario de Crimea'. Esta es una pregunta difícil, pero como han demostrado los secesionistas en Quebec, Escocia y Cataluña, hay vías legítimas para plantearla?. Gregor Gysi, el portavoz de Die Linke (La Izquierda) en el Bundestag alemán, también encuentra semejanzas, que evocó en una diatriba parlamentaria que avala precisamente la posición española sobre Kosovo. ?Con Kosovo se abrió la caja de Pandora?, ha señalado. ?Los vascos se pregunta por qué ellos no tienen derecho a convocar un referéndum para decidir si quieren pertenecer a España; los catalanes se pregunta por qué ellos tampoco; y también se lo preguntan los ciudadanos de Crimea?. Un editorial del New York Times, un debate en el Bundestag y otro en el Consejo de Seguridad, y apenas unos pocos ecos amortiguados en Madrid y Barcelona, eclipsados por el encontronazo provocado por Margallo con su informe sobre las siete plagas de Egipto que se abatirán sobre la Cataluña independiente y su visión profética sobre una pobre nación errante por los siglos de los siglos entre los espacios intergalácticos. Eso si gusta y estimula. Nada como un buen ministro de Exteriores dedicado a los interiores. Y al contrario de lo que sucede con las evocaciones ucranias y crimeas, gusta en Madrid como en Barcelona, paradoja que nos interroga sobre el misterio de esas comparaciones incómodas. Una primera respuesta radica en la inversión que sufre Ucrania, donde el derecho a decidir se halla en manos del imperialismo ruso y el principio de integridad territorial y preservación de fronteras favorece en cambio al nacionalismo ucranio pro europeo. Madrid se acercaría peligrosamente a Moscú, en contradicción con su encuadramiento occidental, si apurara su posición ya establecida sobre Kosovo. El independentismo catalán, por su parte, tuvo que rectificar su imprudente amenaza con una revuelta como la de Maidán, que se abatiría sobre Rajoy si cerrara en falso el debate sobre la consulta, según el documento 'Estrechar lazos en libertad' elaborado por la Generalitat en respuesta al argumentario de Exteriores 'Por la convivencia democrática'. Así es como casi todos han ido tomando distancia respecto a Ucrania. Con una salvedad: Maidán, Tahrir, y otros levantamientos populares inicialmente pacíficos, se hallan en la cabeza de quienes han ideando la Hoja de Ruta hacia la independencia, que tiene que discutir la ANC el próximo 5 de abril. En ella encontramos propuestas de ?movilizaciones masivas, puntuales, ágiles y espectaculares que centren permanentemente la atención del mundo? y planes de ?control de las grandes infraestructuras y fronteras, puertos, aeropuertos, la seguridad pública, las comunicaciones...?, que inevitablemente evocan a la vez el levantamiento insurreccional de los ucranios y la ocupación del territorio por las autodefensas pro rusas en Crimea. Cuando Gertrude Stein le dijo a Picasso que el retrato que le había pintado no se parecía, el genio malagueño le respondió que no se preocupara porque el tiempo resolvería el problema. Ahora Cataluña y Ucrania o Crimea no se parecen, pero con el tiempo y con una Hoja de Ruta como esta, ya se parecerán.



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17 de marzo de 2014
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Se vende silencio

Hace unos días, en el avión, cuando me disponía a mirar por la ventanilla para observar cómo se empequeñece el paisaje a medida que ves pasar las nubes, se sentó a mi lado un veterano periodista cargado con un kilo de papel de periódico. A punto estaba de entrar en ese duermevela que procura el rodaje sobre la pista y disfrutar de la plácida desconexión tecnológica, libre ya de las ingratas alarmas, vibraciones y tonos -algunos tan zafios que desacreditan a su portador-, cuando un estruendo seco me alertó. O bien aquel hombre se había duchado con cafeína, o su nervio y vigor le hacían pasar las páginas del periódico como si quisiera abofetearlas. Calma, me dije, pensemos que se trata del rotativo que más rabia le produce y no puede detenerse tan siquiera un minuto en una noticia. Pero, a medida que alcanzábamos velocidad de crucero, el fogueado articulista se afanaba en sus sacudidas, una cabecera tras otra, con inusitada furia. Como ya no tenemos edad para aguantar los asaltos sensoriales ajenos ni de otro tipo -siempre que se pueda- decidí levantarme y buscar otro asiento para poder pensar. Porque “el ruido es la más impertinente de todas las formas de interrupción -aseguraba Schopenhauer-, no es sólo una interrupción, sino también una interrupción del pensamiento”. De entre las numerosas formas de invasión de los sentidos, el ruido es la más difícil de sortear: si algo no nos gusta, desviamos la vista; si no sabe bien, lo escupimos; lo mismo que ocurre con el tacto, y maquillamos con gran facilidad los malos olores gracias a la aromaterapia y los desodorantes. Pero aquellos que insisten en hablar más alto que nadie, quienes sólo pueden ver la tele a un volumen atronador, o los que gorgotean en un spa, e incluso cuando te dan un masaje, no conciben el desorden que el estrépito puede provocar en nuestra conciencia. Leo en New Republic que este último año las llamadas al 311 de la ciudad de Nueva York denunciando contaminación acústica han aumentado un 16%. El bullicio es la queja número uno en los restaurantes donde estridentes chácharas se meten en el plato. El murmullo global aumenta sus decibelios. Por ello el silencio vende. Es el último lujo. En EE.UU. proliferan las zonas mudas en las líneas de ferrocarril, y el 53% de viajeros asegura que pagaría gustosamente un plus por sentarse en un compartimento sin griteríos ni móviles cacareantes. En los almacenes londinenses Selfridge’s, se ha creado la sala de silencio, concebida por el estudio de arquitectura de Alex Cochrane como un espacio para dejar la mente en blanco y limpiarla del bombardeo de mensajes que el mismo centro comercial alienta. Coches silenciosos, lavavajillas y centrifugadoras, viviendas insonorizadas… El silencio vende. Pero deberíamos preguntarnos qué ha ocurrido para que se haya convertido en un artículo de lujo. (La Vanguardia) Imagen: Ángela de la Agua

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17 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Triste Guerra Fría

Poco después de que el 4 de noviembre de 1956 dos columnas de tanques penetrasen en Budapest a fin de aplastar la revuelta que buscaba sustraer a Hungría del Pacto de Varsovia, Estados Unidos y sus aliados se apresuraron a condenar la maniobra -con escasa vehemencia, pues casi al mismo tiempo Francia y Gran Bretaña habían irrumpido por la fuerza en el Canal de Suez-, exigiendo el retiro de las tropas soviéticas. En las siguientes semanas, la retórica del "mundo libre" se tornó cada vez más inflamada, al tiempo que el control soviético sobre su satélite se volvía un fait accompli. Pese a los intentos de llevar el caso a Naciones Unidas y de formar una comisión que investigara los hechos, el temor a una conflagración atómica impedía que Occidente pudiese intervenir en el ámbito de influencia de su antiguo aliado.

            No es casual que la reciente invasión de Crimea parezca resucitar los fantasmas de esos tiempos: por primera vez desde la eclosión de la URSS, Rusia ha decidido apoderarse de facto del territorio de una nación soberana mientras Estados Unidos y la Unión Europea se conforman con anunciar débiles represalias. A la hora de analizar el conflicto, la mayor parte de los analistas fijan sus miradas en Vladímir Putin, a quien presentan como una suerte de matón profesional que, sin eludir su condición de agente del KGB, se muestra obsesionado con devolverle a Rusia su antiguo imperio a cualquier costo. Las mismas voces que hace unos meses celebraban su habilidad para impedir la incursión de Estados Unidos en Siria -la cual incluso le granjeó su nominación al Nobel de la Paz-, ahora lo presentan como el único responsable de la crisis. Pero, tal como ha demostrado desde que sustituyó al errático Borís Yeltsin, Putin no es ni un palurdo ni un demente. Al contrario: pocos hombres de poder se han acomodado mejor al nuevo orden multipolar.

            En cualquier caso, las diferencias entre esta nueva Guerra Fría y la original son demasiado profundas. A diferencia de entonces, hoy Rusia no representa un modelo ideológico contrario al de Occidente, sino su paradójica exacerbación. Cuando la URSS se autodestruyó en 1991, Rusia y sus antiguas dependencias fueron el mayor campo de ensayo de la utopía neoliberal encabezada por Ronald Reagan y Margareth Tatcher. Allí, más que en ninguna otra parte, los mercados fueron dejados a su arbitrio, libres de cualquier regulación, al tiempo que el estado era reducido al mínimo. El resultado: un caos sin freno que enriqueció a unos cuantos oligarcas y acentuó pavorosamente la desigualdad social.

            No fue sino hasta la llegada de Putin que Rusia recuperó la estabilidad de la mano de un feroz capitalismo de estado incapaz de tolerar la menor disidencia (de allí la venganza contra un antiguo aliado como Jodorkovski). Desde entonces, Putin se ha dedicado a reforzar su autoridad mediante un hábil equilibrio entre la intimidación y la benevolencia. La invasión de Crimea debe ser entendida en esta lógica: un golpe de mano para indicarle a Estados Unidos y la Unión Europea que la época en que podían extraer de su esfera a sus antiguas dependencias -como ocurrió con sus vasallos de Europa del Este y luego con los países bálticos- ha llegado a su fin.

            Sólo que la recuperación de Crimea, que hoy celebra un referéndum que sin duda ganarán los partidarios de la unión con Rusia, podría revertírsele a Putin más pronto de lo que imagina. Usar el ejemplo de Kosovo para justificar la secesión de la península resulta demasiado peligroso si se toma en cuenta que existen decenas de nacionalidades en el ámbito de la Federación, empezando por los chechenos, las cuales ahora podrían invocarlo con idéntica legitimidad. Por no hablar de la suspicacia y el recelo que habrán de acentuarse en las antiguas repúblicas soviéticas que hoy siguen dependiendo económicamente de Moscú, sobre todo en Asia Central. Por ello, a la hora de juzgar la actuación de los hombres providenciales, siempre vale la pena recurrir a otro ruso, Liev Tolstói. Quizás Putin sea el motor de los drásticos cambios que se verifican hoy en esa parte del mundo pero, tal como le ocurrió al Napoleón de Guerra y Paz, ni siquiera el estratega más astuto es capaz de adivinar las consecuencias últimas de sus actos. Tal vez hoy Ucrania pierda Crimea, pero nadie pone en duda que la invasión de Hungría en 1956 fue el germen de la irremediable descomposición -no sólo política, sino moral- que al cabo terminó por destruir a la URSS.            

 

Twitter: @jvolpi



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16 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vivir y escrir. Prosas autobiográfica

Si España no se caracteriza por la gratitud y el trato exquisito a sus figuras literarias más destacadas – por lo general  las maltrata en vida y las entierra en el olvido una vez muertas – no es la única en practicar tan injusta conducta. El daño que le hicieron sus contemporáneos a Gabriela Mistral aflora en muchas de las páginas de este curioso libro titulado Vivir y escribir. Y digo curioso porque, hablando con rigor,  no está escrito por Gabriela Mistral en el sentido de que  nunca quiso redactar una autobiografía formal, y así lo dice ella misma en uno de los primeros textos seleccionados. En cambio, como en muchos de sus libros habla de sí misma era posible, y eso es lo que ha hecho el autor de esta antología, Pedro Pablo Zegers, entresacar y ordenar cronológicamente los fragmentos para ofrecer una visión bastante sugestiva de una mujer singular y poco vegetativa  y que se sentía cómoda en ese caos moderado que era su cotidianidad. Es bastante significativo el extracto de su libro  Moneda dura que abre el libro: ”Estoy llena de caras sin nombres y nombres sin caras […] Es un laberinto de vieja este que sufro; y tendré que esperar al Día del Juicio para que mis nombres encuentren residencia en mis rostros y así vuelvan mis fantasmas de ayer a recuperar la encarnadura que hoy les he quitado”.  No necesitaba poner en orden a los demás y tampoco a sí misma. 

Curiosamente, habla con ternura de los dos pueblos donde pasó su niñez, Montegrande y La Unión, pero también de lugares donde fue a parar mitad por destierro y mitad por voluntad propia, como Punta Arenas y la Patagonia, lugares que no debían de ser fáciles de vivir en la época que ella ejerció allí el magisterio (los primeros años del siglo XX).  Pero también de ese rincón solitario de los Andes en el que, dice, “he  vivido los años más intensos de mi vida, que todo se lo debo al sol abrasador, a esta tierra verde y a este río […] quiero llamar a los Andes mi tierra nativa, la tierra de mis preferencias. La otra, Coquimbo, ni me dio jamás la misericordia de esta paz ni fue para mí otra cosa que un sorbo renovado de salmuera y hiel”.

Desde luego que este libro de prosas autobiográficas no excusa de leer paralelamente una biografía tradicional. Al revés, yo casi diría que es un estímulo para conocer mejor a esta mujer hoy bastante olvida, al menos por estos pagos, y que sin embargo transmite en sus escritos un impagable aliento de pasión, tanto en sus amores como en sus desamores de salmuera y hiel. Son continuas las trifulcas con sus compañeros de profesión, que nunca le perdonaron que ejerciera el magisterio sin tener título (como si para enseñar a unos niños olvidados de la mano de Dios en uno de los más inhóspitos confines del mundo se necesitase empapelar las paredes de diplomas); también con la prensa nacional, las autoridades y algunas figuras señeras, concretamente con Neruda, maestro, rival y protegido al mismo tiempo. Pero también con paisajes, costumbres y grandes hombres de otros países y continentes.

Son muchas las causas que se han aducido para explicar su lucha a brazo partido para asegurarse un lugar bajo el sol…fuera de los Andes.  Era mujer (“sin mucha gracia humana y sin mucha comunicación”), mestiza, de miras independientes (religiosa pero con ramalazos budistas,  y conservadora pero con convicciones en favor de las mujeres, los desprotegidos y determinadas estructuras sociales queb impedíana las autoridades encontrarle un acomodo a gusto de todos). Y encima con una sexualidad ambigua, bien que ella no hiciera ostentación de la misma hasta el extremo de que en el libro no hay ni la más leve mención a su vida afectiva. Como si no existiera. Su relación amorosa más conocida (el protagonista de “Sonetos de la muerte” que supuestamente se suicidó por amor) la desactiva en pocas líneas reconociendo que amores hubo pero que el joven Romelio se suicidó por otras causas y que para entonces ya tenía otra novia. O sea que no era fácil ejercer la mitificación con ella. Ni tampoco esperar que ella la practicara, y basta leer el relato de su paso por Lourdes.

Pero junto a ese poso  amargo porque “no tengo condiciones para ganarme la cordialidad fácil” es capaz de mostrar una extraordinaria sensibilidad hacia las personas a quienes consideraba dignas de su consideración, ya fueran Stefan Zweig y su esposa en el momento de la muerte de ambos en Petrópolis, su corta pero intensa amistad con la novelista venezolana Teresa de la Parra o, sobre todo, el relato de la muerte de Yin Yin, el chico al que los mitólogos declaraban su hijo y que ella, con uno de sus eficaces mandobles para disipar hojarascas, reduce a la categoría menos mística de sobrino. Pero lo adoraba y su suicidio, y la parte de responsabilidad que le correspondió a ella, la marcaron profundamente. También muestra su pasión cuando habla de la Biblia, de sus labores docentes y, reiteradamente, del castellano, su lengua materna. Es enternecedora su sorpresa cuando, al llegar a Madrid, descubre que la lengua que le enseñó su madre, perdida entre las montañas y a resguardo de modas e influencias extrañas,  era descendiente directa de quienes la llevaron allí y que, en cierto modo, incluso estaba mejor conservada.

 

Vivir y escribir

Gabriela Mistral

Compilación y prólogo de Pedro Pablo Zegers

 Ediciones Universidad Diego Portales



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16 de marzo de 2014
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Abajo las leyendas negras

Es el brote primaveral, pensé, animada por la agitación de los pájaros y la luz que doraba la mañana del pasado domingo, cuando me entró un mensaje de Twitter: “Mariano Rajoy is following you”. Aunque sepas que son otros quienes gestionan sus redes, leer que el presidente del Gobierno “te sigue” confiere una sensación parecida a la de llevar colgando la etiqueta de la manga. Eso ocurría unas horas después de que, en Dublín, el rockero Bono rompiera el maleficio, la triste copla de que a la derecha española solo la apoya Bertín Osborne. Con sus Ray-Ban rosas, el afeitado de maduro rejuvenecido y americana sobre camiseta negra, tan old style, Bono declaró su amor por Mariano Rajoy. ¡Cuán absurda es la vida! Del Sunday bloody sunday ondeando una bandera blanca en las canteras abandonadas de Red Rock allá por 1983, a un I will follow… Rajoy. Es el paso de los años. El poso es más cruel. Un alud de informaciones acechan a la estrella solidaria por un supuesto Instituto Nóos del activismo. Aunque Rajoy no parezca vanidoso y su calma gallega se vea engrandecida por ese dulce momento presente, con la prensa debilitada impidiendo que ningún marrón le manche, Bono forma parte del 1% de personas más ricas del mundo. Que te eche flores debe ser algo parecido a vestirse de noche. Poco le faltó al cantante para recomendar a las niñeras españolas. Otro made in Spain al alza, trending topic entre las ricas de Mayfair al filtrarse que una española de treinta años es la nanny del principito heredero de Inglaterra. Hubo una pionera, se llamaba Rosaura Lorenzo. Emigró en los 50 desde Quireza (Pontevedra) a Nueva York. Vivía en Brooklyn, su marido trabajaba en la construcción y ella servía. A finales de los 70, entró a servir en casa de Lennon, para cuidar del pequeño Sean. Yoko la eligió gracias al consejo de su médium. En sus memorias Rosaura desmiente la leyenda negra de una Yoko que sedaba a John, tan esotérica y diabólica como sus performances que a sus 80 años ha representado esta semana en el Guggenheim de Bilbao, donde se le rinde tributo. José Manuel Lorenzo está preparando la película sobre Rosaura, escrita por Ray Loriga. Gran historia la que aún queda por contar acerca de la vida de aquellas niñeras. Hace un tiempo, Ana Mato declaró que su momento preferido del día era “por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños”. La pijería era esto. Que la divinidad la contenga y no se le ocurra alentar a las paradas españolas para que prueben suerte de nannies first class, como hizo con los jóvenes científicos. Este asunto, al igual que lo de Bono con Rajoy, queda en manos del libre albedrío o de la desesperación.

(La Vanguardia)

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15 de marzo de 2014
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