¿Qué es lengua materna?
Hace mil años que corretea la criatura por todas las lenguas modernas y todavía nadie ha dado una explicación medio satisfactoria del significado ni el porqué de esa locución invocada por tantos para no decir nada. Muchos creen que la lengua materna es la que se aprende de la madre, cuando cualquiera en sus cabales podrá caer en la cuenta y hasta demostrar que del padre, del abuelo, e incluso de una tía segunda que vino un día de visita, también se aprende a hablar, o que las madres mudas paren vástagos parlanchines.
Otros muchos creen que es la primera lengua que uno aprende, sea como sea, y hay diccionarios, como el de la RAE, que la definen como la que se habla en un país respecto a los naturales del mismo. Son todas muy buenas intenciones, pero nadie explica por qué ha de ser materna, y no fraterna o tierna, en adobo o en gelatina.
El único lingüista que ha intentado una explicación coherente es Einar Haugen, aunque su conclusión es tópica y decepcionante. Recuerda que en la época medieval sólo los hombres recibían educación, mientras las mujeres se dedicaban a la tarea considerada inferior de criar a los hijos. Pero lo cierto es que si uno nacía de una madre analfabeta que sólo hablaba el dialecto de la comarca, no era muy probable que tuviera un padre avezado latinista y autor de versos en griego ático, sino un farfullante de la misma lengua rústica e iletrada. Entonces, a ver, ¿por qué materna?
Es notable que, pese al entrañable adjetivo, en los ejemplos más antiguos se perciba sin equívocos la intención peyorativa, en contraste con lengua escrita o cultivada. En el ejemplo más temprano con autor conocido, la autobiografía de Guibert de Nogent escrita entre 1114 y 1121, se dice que se debatía “non materno sermone, sed literis”, o sea, no en lengua materna, sino por escrito. Queda más o menos claro que se refiere a la lengua hablada vulgar y vernacular en contraste con la letrada y científica, en su caso, el romance paisano por un lado, y el latín por otro. Pero por qué el habla vulgar tiene que ser maternal es algo que sigue sin entenderse.
Podríamos preguntarnos cómo se denominaba esa dicotomía iletrada/letrada antes de la Edad Media. Contra la creencia de Haugen y muchos otros, el latín no era conocido como sermo patrius por antonomasia. Cuando Tácito narra el viaje de Germánico a la Tebas egipcia, dice que pidió a un sacerdote “patrium sermomen interpretari” (II, 60), o sea que tradujera las inscripciones de la lengua del país, que no era el latín, sino el egipcio. Y cuando narra el asesinato de Lucio Pisón a manos de un natural del país en la Hispania Citerior, dice que el asesino puesto en el tormento “voce magna sermone patrio frustra se interrogari clamitavit” (IV, 45), o sea, gritó a voz en cuello en la lengua del país —que tampoco era latín, sino celtibérico en su variante bajosoriana meridional— que era inútil interrogarle. Así pues, sermo patrius significaba lengua del país, no necesariamente latín, y la dicotomía mística entre lingua materna y paterna no existía.
La primera vez que los gramáticos tuvieron la necesidad de distinguir entre el latín mal conjugado y declinado que usaba la plebe inculta, y el latín clásico que pretendían enseñar, fue hacia el siglo VI, cuando ya las dos lenguas, la defectuosa viva y la perfecta muerta, eran dos realidades definibles. Entonces, estudiosos como Casiodoro y Prisciano introdujeron el adjetivo moderna, con el sentido de “actual”, en contraposición a paterna, con el sentido de “antigua” o “ancestral” (tal y como Horacio, por ejemplo, emplea paternus en la oda a Mecenas). Para un germanohablante latinizado in literis la dicotomía moderna/paterna tenía traza equívoca e inducente al malentendido que los traductores llaman de los falsos amigos. Los godos antiguos y los sajones llamaban modor a la madre, y los frisones, moder; materna, oh casualidad, se decía modren. No sabemos quién sería el primero, pero lo más probable es que algún germanohablante corrigiera el moderna, que le saltaría a los ojos como un germanismo zarrapastroso derivado de modren, sustituyéndolo por un materna, que eso sí que es latín del bueno. Así pudo nacer el materna/paterna, que parecía más lógico y correcto.
Cuando los compañeros poetas empezaron a escandir sus obras en lenguas vernáculas, la distinción entre iletrada (materna) y letrada (latín) dejó de tener sentido, pero es que materna es un adjetivo tan bonito que fueron los mismos poetas los que quisieron verse como redentores de la lengua de sus santas madres. El sentido peyorativo cambió de lado, pero la comparación perduró más o menos sobreentendida. El campo semántico de sermo patrius fue ocupado por sermo maternus. Dante, por ejemplo, dice escribir en parlar materno, que suena mejor que vulgar. Los traductores renacentistas insistieron en la misma flor, ellos eran los dignificadores de las lenguas maternas. Desde entonces, la mística quedó instalada en la planta noble de la filología y despacha sus alegrías , que si Muttersprache, que si modyr tonge, que si ama hizkuntza, todo maravillas, por no meternos con la bromatología lingüística que se ocupa de la gramática sorbida con la leche materna y otras mamonadas.
Las mistificaciones de raigambre chomskyana son las que más disfrutan en la guardería. La lengua materna ha de ser, dicen, una, y opera sus maravillas de tal edad a tal otra. Yo, sin meterme con las pobres madres que tanto sufren, invitaría un poco a la descreencia al respecto. Un niño de seis años que aprende el árabe en su casa, el vasco en la escuela, y el castellano de la televisión, ¿qué lengua materna tiene? ¿Y si continúa creciendo en Lyon o Kiel, donde tiene tíos?