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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Con los dioses de Yasukuni

Junto a Yasukuni, donde se veneran nada menos que 2.5 millones de dioses, hay unos magníficos jardines con los obligados cerezos, un teatro Noh, una cancha de sumo y un museo militar, donde se exhiben desde arcos de épocas remotas hasta aviones y tanques de la Segunda Guerra Mundial. Su entrada está guardada por un caballo, un pastor alemán y una paloma, unas esculturas en homenaje a los animales que murieron en combate. En uno de los pabellones está la lista de los dioses, que en otras latitudes serían mártires o caídos. En un rincón hay un pequeño monumento, rotulado solo en japonés, que rinde homenaje a unos espíritus especiales, los miembros de la kempeitai, la policía secreta del Japón totalitario y equivalente de la gestapo. Yasukuni fue fundado por el emperador Meiji en 1872, primero en memoria de los muertos en los combates que se sucedieron en la época de apertura y modernización del país, y luego de las guerras de agresión protagonizadas por Japón. Hay que visitar Yasukuni para entender por qué cada vez que el primer ministro se acerca al santuario, como hizo el pasado diciembre Shinzo Abe, cunde la indignación de los gobiernos y opiniones públicas de casi todo el vecindario asiático. En sus vitrinas, el militarismo japonés se exhibe sin pudor, con el único disfraz de la autenticidad y la victimización del nacionalismo, siempre puro e inocente. Los criminales de guerra son dioses; los kamikazes héroes; el ataque a Pearl Harbour, el fruto de la intransigencia americana; e Hiroshima y Nagasaki, dos bombardeos más sin la trascendencia que le proporcionó la izquierda pacifista japonesa en la posguerra. La visita a Yasukuni remite al peso del pasado en el continente del futuro. Moon Chang-Keuk, primer ministro coreano recién nombrado, ha dimitido por unas declaraciones sobre hechos ocurridos hace más de 70 años. Dijo que la colonización de Corea desde 1910 hasta 1945 fue "voluntad de Dios". ¿Cómo ven los asiáticos su futuro?, se pregunta el think tank paneuropeo ECFR (European Center on Foreign Relations) en el seminario sobre Asia que ha organizado esta semana en Tokio. La respuesta que dan las noticias política de cada día, no las económicas, es muy sencilla: arrojándoselo unos a otros a la cabeza. Todo crece en Asia: economía, consumo, población, presupuestos de defensa, arsenales militares o disputas por peñascos semisumergidos; y también el nacionalismo, obligadamente alimentado por los agravios históricos. El desplazamiento de poder que se ha producido en el mundo desde la cuenca atlántica a la del Pacífico también ha trasladado consigo la carga ominosa de las mismas pulsiones colectivas que atormentaron antaño a Europa, aunque la propia Europa responde al parecer con su propio ascenso populista y nacionalista, como si fuera su última reclamación sobre el poderío perdido.



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26 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 58: Rara conexión

El embrollo metafísico mayor en el que se halla la física de nuestros días es el siguiente: en base a la condición de localidad, en base a  asumir que lo que ocurre en un lado es totalmente independiente de lo que ocurre en el otro, no hay manera de dar cuenta de lo que efectivamente constatamos,  y que se muestra conforme  a las previsiones teóricas que  la mecánica cuántica realiza. Esta imposibilidad de dar cuenta mueve, como ya  he indicado,  a considerar la hipótesis   de que de hecho las partículas que ponen de relieve tal comportamiento no están de verdad sometidas a  la condición de localidad,  que alguna fuerza,  oculta a nuestra observación está operando y modificando los resultados que se darían si hubiera efectivamente un comportamiento puramente local.

El problema es que, de haberlo,  se  trata de un lazo raro,  irreductible a todo lo que sabemos de interconexiones entre cosas espacialmente separadas, es decir, interconexiones que resultan de  alguna fuerza electromagnética o incluso gravitatoria.

He señalado que la distancia entre  los dispositivos que miden la polarización de fotones gemelos  en el experimento de Aspect es de 12 metros. Ello bastaba ya para asegurar que no había influencia debida a causas clásicas o conocidas por la física. Pero desde entonces se han realizado experimentos en los que la distancia era mucho mayor. Pues bien, ocurre algo notable, a saber, que con el aumento de la distancia los efectos cuánticos de inter-conexión no disminuyen en absoluto. Para apercibirse de lo que ello supone,  baste pensar en que una acción como la motivada por la gravedad disminuye con el cuadrado de la distancia.

Cabe mencionar otros  dos rasgos que, contribuyen ni más ni menos que a la "imposibilidad de reconciliar resultados como los de Aspect con el resto de nuestra representación de la física" (Maudlin o. c. p. 21):

Cuando la gravedad terrestre hace sentir sus efectos  sobre un aeroplano que ha perdido el control, todos los pasajeros la experimentan, y por supuesto la acción afecta a los objetos dispuestos en el avión como equipaje de mano etcétera. Por el contrario el efecto de un fotón explicativo de la singularidad que constituye la violación  de la desigualdad de Bell se ejerce  en exclusiva sobre el fotón gemelo, siendo todos los demás absolutamente indiferentes al mismo.

En fin, sea por ejemplo el fotón de la izquierda,  ya he indicado que si en el instante en el que es actualizado el dispositivo  que determina a cual de sus dos  polarizadores potenciales  se dirige,  la información fuera enviada incluso a la velocidad de la luz  no llegaría a tiempo de influenciar el comportamiento del otro fotón. En consecuencia, la influencia a distancia entre los dos fotones que el experimento de Aspect parece sin duda alguna constatar se efectúa a una velocidad, si no infinita,  sí al menos superior a la velocidad de la luz. Mas la velocidad de la luz es en la relatividad restringida considerada como teniendo ese carácter de absoluto que precisamente tiempo y espacio han perdido, algo no dependiente de otras condiciones y criterio de medición de todas las demás velocidades. Así pues estamos ante algo absolutamente  problemático para la enorme herencia de la teoría de la relatividad restringida.

De ahí el imperativo de asegurarse al máximo de que no es así mediante algún tipo de experimento  que garanticé la situación de pureza, a la vez que muestra la veracidad de las previsiones clásicas.  Experimento ciertamente más fácil de concebir que de llevar a cabo. Se asiste aquí  a uno de esos momentos singulares en los que el vínculo entre un protocolo matemático y  la solución  de algo que presenta de entrada  una dificultad meramente técnica viene a constituirse  en ingrediente fundamental, no ya de una teoría física sino de una teoría metafísica.

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26 de junio de 2014
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Tópicos del cáncer

“Ahora la rata se llamaba carcicoma. Esta vez sí, le había tocado”, escribe Susana Koska en las primeras páginas de Tópico de cáncer, el cuaderno de bitácora que la acompañó durante su lucha contra la enfermedad, recién publicado por Ediciones B. La actriz y realizadora, la chica del Cadillac, cuando menos -tras 28 años como compañera de Loquillo-, lo afrontó. A su manera. Abajo los cuentos chinos de que el dolor te hace más fuerte y te reviste de sabiduría, esa visión de la enfermedad como redención. Aunque el suyo sea un libro “liberador”, a pesar de la ira, también es una travesía por la impudicia, que comparte con el lector. El relato de Koska es poético a ratos, ácido, punk: “Hoy es el puto día mundial contra el Cáncer, lo único aceptable que escucho hasta ahora es ‘cuando a un paciente de cáncer le dices qué buena cara tienes, nosotras pensamos: es que el cáncer no lo tengo en la cara’”. Tras el diagnóstico, hay que asumir el protocolo del pánico. Amortiguar el pálpito abismal, domesticarlo. La sabiduría popular, siempre tan bienintencionada y a la vez errática, provee de todo tipo de sandeces que traslucen desentendimiento: “Hoy esto se cura, la medicina ha avanzado mucho…”. Tan ajenos a la experiencia íntima, a lo que es en verdad acostarse cada noche con el cáncer. La sensación de vivir atravesado por el filo de la sospecha, con controles periódicos y malestares cruzados, forma parte de la convivencia con el bicho. Un bicho que sólo en EE.UU. mueve -en medicamentos- 200.000 millones de euros, con un crecimiento anual del 10%. Y eso que hay premios Nobel que han puesto en duda la quimio y radioterapia, del mismo modo que han aflorado perniciosos gurús de terapias alternativas. Por ello resulta saludable escuchar otra voz más allá de las experiencias “ejemplares”, políticamente correctas, que a menudo silencian el vacío y la deriva, el miedo al cuadrado del enfermo. Y cronifican las palabras gastadas y los lugares comunes: desde el “te libraste porque has luchado”, como si muchos de quienes sucumben no lo hubieran hecho, hasta que el cáncer viene del estrés o de un conflicto no resuelto. Del extrañamiento de una misma, la complejidad de la vida en pareja durante el trance de quimios y radios, hasta el lugar que ocupan el sexo o el trabajo, trata este testimonio que no intenta enmascarar el cáncer bajo el discurso del optimismo y que denuncia de la frialdad clínica -a menudo concentrada en la enfermedad en lugar del enfermo-. “Yo decidí escribir el día a día para no olvidarme, para que el recuerdo y haber salido me nublaran la mirada realista”. Dolor sin pudor, debidamente documentado. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2014
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La calle Zelmar Michilini

Mario vivía en Montevideo en la calle Zelmar Michilini, que se llama así en homenaje al dirigente político íntimo amigo suyo, secuestrado y asesinado en 1976 en Buenos Aires, donde se hallaba exiliado, una de esas complicidades tan corrientes para entonces entre los gorilas del cono sur con grados de almirantes y generales. De allí caminábamos una cuadra hasta su restaurante preferido, el San Rafael, un modesto local de camareros cordiales y pulcros donde todo el mundo lo conocía, empleados y clientes que lo saludaban de lejos con respeto, sin perturbarlo, nos sentamos al lado de una ventana, ordenamos milanesas, una conversación apacible y a veces agitada, ¿y Nicaragua?, insistía Mario.

Yo estaba en Montevideo esa vez en agosto de 2005 para presentar mi novela Mil y una muertes en la Biblioteca Nacional, invitado también por Hortensia, mi amiga de años y su biógrafa, para un taller literario en el Centro Cultural Español que ella dirigía, una antigua ferretería transformada en casa de la cultura, la ferretería más hermosa del mundo, y Nicaragua seguía sobre la mesa entre los platos, las copas y los vasos, ¿y Nicaragua?, ¿qué pasó, cómo es posible?, perdidos los dos entre nostalgias sobre lo que pudo haber sido y no fue, ¿los infantes de Aragón, qué se fizieron?, aquellos muros de la patria mía si un tiempo altivos hoy ya desmoronados.

Y la vez anterior de noviembre de 1998 en Madrid, con Juan Cruz en el taxi para recoger a la carrera a Mario en la puerta de su casa en la calle Ramos Carrión del barrio Prosperidad, el barrio de los uruguayos eminentes, allí había vivido Juan Carlos Onetti en la Avenida de América, ya estaba Mario esperándonos, con la gabardina doblada sobre el brazo, íbamos rumbo a la presentación de mis Cuentos Completos que él había prologado, subió al asiento delantero, y apenas el taxi arrancó volvió la cabeza, ¿y Nicaragua?.

Y aquella otra noche de agosto del mismo 2005 en Montevideo, qué se le va a hacer, repetía Mario, su hermano Raúl al volante, él al lado, Tulita mi mujer y yo en el asiento trasero, mientras regresábamos pasada la medianoche de una cena larga y cordial en el piso de Héctor y Hortensia en Pocitos, Eduardo Galeano y Elena su mujer también presentes, qué se le va a hacer, cómo teje y enreda el destino sus marañas, la esposa de Raúl con Alzheimer internada en un sanatorio, y Luz, la esposa de Mario, igual con Alzheimer en otro sanatorio, Luz.

Luz, sin la que Mario no podía vivir, tantos años juntos, repetía, aquel olvidarse de nombres y de cosas al principio tan lento como una marea que empieza a lamer el borde de las cosas y luego las inunda sin remedio, si se olvidaba donde había dejado algo convertían en un juego el buscarlo, cuenta Hortensia en la biografía, pero luego ya el agua llegaba a la rodilla y era demasiado, contaba Mario mientras íbamos en el auto,  y Raúl, sin apartar la mirada del parabrisas, aferrado al volante como si en conducir por las calles desiertas le fuera la vida: me resistía al consejo del médico de que ella mejor estaría en un sanatorio, hasta que una vez empezó a cortar toda la ropa en el closet con unas tijeras. El destino repartiendo equitativamente la carga entre los dos hermanos por parejo. Nos dejaron en la puerta del hotel y el auto se perdió a la vuelta de la esquina, qué se le va a hacer.

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25 de junio de 2014
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Voyeur

Cuando el ojo captura una imagen, la transforma en impulsos nerviosos que llegan hasta el cerebro, y allí, en un mecanismo tan complejo como hermoso, millones de neuronas interpretan lo que el ojo mira. Lo que ve es otra cosa. Aunque la filosofía performativa sostenga que la subjetividad no existe, puede darse el caso de que usted siga mirando tras la puerta entreabierta có mo una mujer se abrocha un vestido. Igual que fisga a las muchachas al bajar las escaleras del metro, la brisa de mayo enredada en su falda, y por un instante se cruzan las miradas ante la trágica evidencia de que lo que usted va a perder es para siempre. En la terrazas acostumbra a ver su pie desnudo, justo cuando lo saca del zapato exhausta de tacones y lo balancea como si se insinuara, aunque solo lo relaje. También atrapa esos gestos rápidos con los que las mujeres se recolocan las bragas y que, de ser cazado, le dejarían de predador. En verdad es lo que se siente, a riesgo de que quede oscuro confesarlo. Sin perversidad, la mirada es plana como el mar en calma. Mirar de reojo implica tener cámara trasera además de frontal. Y lo que no debía ser visto añadirá a la transformación de la imagen en impulsos nerviosos un matiz de deseo furtivo. ¿Cómo no iba usted a sucumbir ante el mito de la ventana iluminada frente a la que el ojo puede imaginar cómo se viste y desviste una vida, si se acuesta de lado o boca arriba, si bebe una tisana o se zumba un whisky? Frente a cada ventana iluminada, sea digital o real, de autobús o de Facebook, la mirada tiene barra libre. Nadie podrá robarle el estupendo trabajo que han realizado sus neuronas de voyeur ni los resultados obtenidos, alcanzando la gloria gracias a una visión turbadora. Puede que a la mañana siguiente se pregunte: ¿adónde me lleva ser voyeur? Irremediablemente, al vacío. Ese es el dolor del mirón, y no hablamos de tarados sino de individuos equilibrados e inteligentes como usted, con un ojo inquieto. ?El ojo tiene que viajar?, dejó dicho Diana Vreeland, una de las editoras de moda más influyentes del mundo. Usted siempre ha querido educarlo, regalarle buenas exposiciones y paisajes para aventureros o millonarios. Le habita la certidumbre de que, para encontrase con el sumo placer de su mirada, le basta una esquina por donde cruce la mujer, o el hombre, de su vida, aunque ellos nunca lo sabrán ni usted podrá comprobarlo. Porque sabe que en el centro de las miradas en fuga, románticas o libidinosas pero siempre perversas, habita una ilusión agonizante, y su imán consiste precisamente en saber que se trata de visiones efímeras. Trallazos fugaces de deseo inhabilitados para posarse sobre un nombre. Hasta que ese nombre invade sus oídos y el resto de órganos de su cuerpo. Y su condición de voyeur se libra del vacío poseyendo al objeto de deseo que nunca más volverá a ser mirado como la primera vez.

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24 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 57: Localidad e individuación

Recordemos: Si dos  regiones R1, R2  están espacialmente separadas,  entonces  ningún evento A que acontece  en la primera puede tener directa influencia sobre un evento B que acontece en la segunda, y viceversa(1).

El concepto de localidad así definido  tiene vertiente en el muy vecino de separabilidad. Si el primero se enuncia más bien  en términos restrictivos de exclusión de influencia directa, la separabilidad enfatiza más bien el hecho positivo de que el evento  B constituye un estado físico bien determinado ( representado como un vector en el espacio de Hilbert) cuya subsistencia o desaparición es independiente del evento B. De tal manera  el concepto de  separabilidad  (en los términos en que ha sido presentado),  se halla estrechamente vinculado al concepto  de individuación,

Nótese que, de entrada, cabe afirmar el principio de localidad sin comprometerse con la separabilidad, ni por consiguiente con la individuación.  Pues decir  que nada de lo que ocurre en la región A puede tener un efecto sobre lo que ocurre en la región B no obliga a decir que lo que se da en B se halla  en un estado concreto y bien determinado, es decir, constituye un individuo en acto (en realidad esta posibilidad de localidad sin separación individual es objeto de discusiones técnicas).

En cualquier caso el hecho de que  sin separabilidad (enmarcada o no en la localidad) no quepa  hablar propiamente de individuos, hace  que  la mecánica cuántica  (experimentalmente confrontada a múltiples casos en los que afirmar la separabilidad se hace imposible) nos obligue  a interrogarnos sobre el concepto mismo de individuación, nos obligue en suma a replantear la temática fundamental que desde Aristóteles no ha dejado de obsesionar a la historia de la metafísica y que concretamente hace de Leibniz, con  su principio de individuación, un invitado indispensable en estos asuntos cuánticos.

 


(1) Recordemos asimismo que si entre ambos eventos se constata alguna correlación, ésta debe ser atribuida a una causa común con origen en una región que constituye la intersección de sus conos de luz  incidentes. Desde tal región R3, el intervalo temporal es suficiente para que una partícula a velocidad inferior o igual a la de la luz pueda cubrir el espacio que separa tanto de la región R1 como de la región R2.

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24 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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47. Atención sobre atención.

["Hay que pensar siempre en el lector cuando se está escribiendo", ha declarado en alguna ocasión John Irving: "Hay tantos escritores que no piensan en el lector, que siempre dicen que escriben para sí mismos... Yo no. Cuando escribo intento conseguir la atención del lector y mantenerla, y hago esfuerzos para no perderla. Me parece de una vanidad terrible creer que alguien te va a leer simplemente porque eres un gran escritor, o porque le gustó tu último libro".] [Uno de los problemas de nuestro tiempo es la atención, pero no mantener la atención, como algunos tanto reclaman, sino reunir, concitar, captar la atención -la atención lectora, por ejemplo- de los demás en un mundo plagado de ofertas; cómo obtener la atención del lector, verbigracia, en un país como España, donde se publica aproximadamente un libro cada ocho minutos y medio, según Jesús Marchamalo (Tocar los libros, 2004). No citaremos a Gabriel Zaid sobre este asunto, porque ya lo hicimos en Pangea (2006), donde dedicamos un capítulo entero a tratar sobre la era de la desatención, y al problema que suponía la hiperabundancia de datos -llamada últimamente Big Data, aunque siempre lo fue-. Un problema que asola no sólo al lector normal, que penetra abrumado en la librería ante la panoplia de posibilidades, sino que roba la esperanza asimismo al crítico literario, quien se ve sobrepasado ante el ritmo de publicaciones, y eso que en España éste ha descendido a números de principios de siglo, por diversos motivos. Incluso el lector más profesionalizado y animoso tiene que establecer, como primera y fundamental operación crítica, qué es lo que no va a leer, o lo que va a leer, haciéndose consciente del panorama que desplaza a cuenta del que arrima, viendo con dolor qué pocas piezas podrá cobrar mientras contempla melancólico la estampida de la inmensa manada de búfalos.] ["Habrá un día en que el único lector que quede estará firmando libros a sus autores, puestos en larguísima cola", escribía el otro día en Facebook el escritor y traductor Antonio Rivero Taravillo.] [Al tradicionalmente inmenso panorama de libros por leer editados en papel se unen, en los últimos años, dos nuevos desafíos: los libros publicados sólo en versión digital, cada vez más habituales, y los libros autoeditados (en uno o ambos formatos). Por supuesto que se trata de una buena noticia, al ser la bibliodiversidad riqueza para todos, como recuerda el ensayo de John Ruskin "De la tesorería de los reyes", reeditado -ay, otro más- estos días por Taurus dentro de La lámpara de la memoria (2014); pero desde mi incómodo lugar en el mundo literario como crítico, la ansiedad no deja de crecer con la ampliación del campo de batalla. A los libros comprados y a los recibidos se unen los disponibles en bibliotecas públicas y los accesibles en las tiendas virtuales, tan accesibles que, ay, con un par de clics llegan a tu lector electrónico...] [Quizás por ese motivo el escritor de ciencia ficción Charlie Stross publicó el pasado año un artículo terrible y divertido, "Polemic: how readers will discover books in the future", donde exponía el escenario a que nos ha de llevar esta escasez de atención en pocos años: los libros virus, ediciones configuradas como virus informáticos que invadirán nuestros aparatos, tabletas y móviles, impidiendo cualquier operación con los mismos hasta ser leídos. Como troyanos -les ahorro la broma culturalista- okuparán nuestros terminales y demandarán toda nuestra atención digital, hasta que leamos cada párrafo y cada coma. "Los libros van a ser como cucarachas", dice Stross, "escondiéndose y reproduciéndose en esquinas oscuras, manteniéndote despierto por la noche con su parloteo. No tienes necesidad de ir en pos de ellos; el problema, más bien, será como mantenerlos apartados, para que no te abrumen". No, el de los demasiados libros no será entonces una historia de terror. Ya lo es.]



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23 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un mar propio para Santa Cruz

Hace un par de años llegué a Santa Cruz y a la salida del aeropuerto me llamó la atención un cartelón enorme en el que se veía una pareja feliz con el fondo de un mar turquesa, acompañada de una frase contundente: "Tu propio mar". No entendí muy bien de qué iba la cosa, pero luego, ya en la ciudad, después de ver más carteles publicitarios -una foto de tres niños ilusionados y un pedido a los padres: "comprales un pedazo de mar"-- y hablar con amigos, el panorama se fue aclarando. Todo tenía que ver con la explosión de urbanizaciones de lujo para la clase media-alta y alta en el Urubó -en el municipio de Porongo, al lado de la ciudad de Santa Cruz y ahora prácticamente una extensión de ella--, y con una competencia feroz por parte de los inversionistas inmobiliarios para cubrir o inventarse, de la manera más obvia posible, ciertas aspiraciones de clase, una de las cuales parece ser dejar atrás la ausencia de playas y mar, la molestosa mediterraneidad del país.

Algunos de los condominios de la zona del Urubó tienen nombres asociados al mar: Puerto Esmeralda, Playa Turquesa, Mar Adentro... Por los nombres, se podría pensar que se trata de asociarse al mar de la manera más abstracta y descontextualizada posible. Son muchos los colegios e institutos que en Bolivia tienen nombres como Antofagasta o Mejillones; allí la asociación al mar ha sido dolorosa y ha estado siempre conectada con la pérdida, con la guerra del Pacífico. Mejor, entonces, alejarse de esos recuerdos amargos y buscar lugares más amables: en Playa Turquesa se ofrece a los compradores de casas y departamentos la posibilidad de estar en "una playa del Caribe" sin necesidad de irse de la ciudad.   

Pero no solo se trata del nombre: se calcula que en en el Urubó hay unos diez proyectos de urbanizaciones que ofrecen, junto a áreas verdes y reservas ecológicas, lagunas artificiales donde se podrá nadar, tomar clases de buceo, navegar en kayak o hacer windsurf; también habrá muelles y malecones. Estas lagunas artificiales, de agua cristalina y con arena de playa blanca importada de los Estados Unidos, están siendo construidas por la compañía chilena Crystal Lagoons, que patentó la tecnología. En la década pasada estas lagunas se desarrollaron sobre todo en los países del Medio Oriente, pero ahora se han popularizado tanto que Crystal Lagoons tiene más de doscientos proyectos en todo el mundo. Felipe Pascual, director comercial de la compañía para el Latinoamérica, dijo sin ironía alguna, en una entrevista con un medio chileno, refiriéndose a Bolivia: "llevar este paraíso tropical, sus aguas cristalinas y vida de playa a los habitantes de una nación mediterránea es un orgullo para Crystal Lagoons".

Hace unos días me detuve en las oficinas de venta de Puerto Esmeralda, en el barrio Equipetrol. Había un par de kayaks a la entrada. Me atendió un señor amable, que me llenó de publicidad y cifras: la laguna artificial que proyectaban sería una de las más grandes del mundo. Habría 70.000 metros cuadrados de agua cristalina, 20.000 metros cuadrados de playa, 7.000 metros cuadrados de área para buceo y acuario. Mencioné los riesgos ecológicos de una laguna artificial, pero él respondió que la tecnología utilizada era totalmente eco-amigable. Me mostró la maqueta de la urbanización y me contó que trescientos de los mil doscientos terrenos disponibles ya habían sido vendidos; debía apurarme. Me regaló unas hojas en las que se repetía una frase -"La playa está de moda"- y en las que las fotos presentaban un lugar paradisíaco: arena blanquísima, mar turquesa, verde y azul por todas partes. Era, como dice el folleto de uno de esos condominios, "una perfecta réplica de mar". ¿Para qué demandas marítimas y tortuosas negociaciones diplomáticas que no conducen a nada cuando con cierto poder adquisitivo en la Bolivia de hoy se puede llegar al "mar" de un modo más directo?

 

(Qué Pasa, 18 de junio 2014)

 

 

 

 



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23 de junio de 2014
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Gramática del reino

Resulta extraño que los detractores de la monarquía no hayan criticado el estilo literario de la abdicación de Juan Carlos I. No sería bueno que los republicanos de hoy, algunos muy leídos, descuidasen, al contrario que los de antaño, la gramática. Lo cierto es que el boletín difundido el lunes 2 de junio no era, en general, una pieza de redacción de gran relieve ("ilusionante tarea"), llamando la atención sobre todo la frase concerniente a la decisión expresa del monarca de "poner fin a mi reinado y abdicar la corona de España". La expresión sonó mal al ser oída, y no por culpa del rey, que tuvo una de sus intervenciones televisivas más airosas. Leído al día siguiente, lo de "abdicar la corona" seguía pareciendo anómalo, y como no soy un especialista en la materia recurrí a las autoridades (académicas); cito, entre otras consultadas, una de las más prestigiosas y recientes, el Diccionario del Español Actual de Manuel Seco, en su edición de 2011 en dos volúmenes, donde queda explícito que el verbo transitivo abdicar requiere habitualmente un complemento directo en "a" o (más frecuente) "en", inexistente en el texto regio. Sirva de paliativo que en la pequeña nota de precedentes literarios que Seco y sus dos colaboradores O. Andrés y G. Ramos incluyen se de un ejemplo nada menos que de Eduardo Mendoza, quien (en ‘La ciudad de los prodigios') escribió: "...Alfonso XIII abdicaba la corona de España", sin complemento ninguno. Nadie admira más que yo al novelista barcelonés, pero por eso sé, como ustedes, que una parte de su hechizo radica en su libertad de costumbres, expresivas quiero decir. ¿Tenía la Zarzuela que aventurarse estilísticamente el 2 de junio en documento tan insigne y controvertido?

       La anomalía en el comunicado de abdicación del nieto de Alfonso XIII no tiene, por supuesto, gran importancia, ni hay que confundir, en estas jornadas algo convulsas, la gimnasia republicana con la amnesia ‘juancarlista'. Es posible ver sin embargo en ese desliz un síntoma, uno más, de lo que ha ido últimamente emborronando y restando crédito a la figura del rey y a la institución que él encarnó. La casa real española lleva demasiado tiempo sin tener quien le escriba -sin faltas- el relato de lo que representa, de lo que ha proporcionado a este país en casi cuatro décadas (que no es poco), de lo mucho que podría aún aportar en un futuro sin fecha de caducidad obligatoria. Abdicar la corona sin complemento directo puede ser una bagatela, pero no lo han sido las patochadas africanas del propio Juan Carlos, los indicios de tolerancia o favoritismo con dos familiares sospechosos de graves delitos a la Hacienda pública, las hirientes opiniones de la Reina Sofía sobre la homosexualidad que, si Pilar Urbano deformó en su libro de conversaciones, tendrían que haber sido desmentidas formalmente. Por no hablar del lamentable episodio, otra ‘errata' colosal en un género, el del comunicado, que está visto que la Casa del Rey no domina, en que se manifestaba la augusta y molesta sorpresa por la imputación del juez Castro a la Infanta Cristina.

        No siento ninguna predilección por la monarquía, más allá de un gusto quizá perverso por los ceremoniales fúnebres practicados por la corona británica, maestra de la pompa y la circunstancia. Pertenezco, al contrario, a la -hoy por hoy- mayoría de ciudadanos que no tiene urgencia, ni certeza absoluta de que la Tercera República sea la solución inmediata y el reino de España la deshonra completa. Pero nada es eterno, y la idea de convocar un referéndum sobre ese dilema, si la demanda popular, es decir, representativa, creciera y así se impusiese, sería justa y necesaria, preferiblemente en un momento de menos ahogo, de menos quiebra, de menos confusión reinante. El principio republicano de gobierno es, al menos platónicamente, sagrado; los políticos electos que ahora mismo lo vocean no inspiran, por desgracia, la confianza ciega que su reclamación comporta.

     Por otra parte, la simpatía y apresto que puedan trasmitir el nuevo rey y la reina consorte es algo personal para cada uno de nosotros, y no debería sumarse como a priori a los argumentos favorables a la continuidad monárquica, que es hoy, simplemente, un modo de seguir la ley y suturar disensiones. Pero Felipe VI recibe una herencia y dos retos, y de su resolución o fracaso dependerá la continuidad o el repudio de la dinastía borbónica en nuestro país. La herencia conlleva la fragilidad histórica y la desconfianza, que no es que se trate de un don congénito o una maldición bíblica de los españoles; los españoles han tenido sobrados motivos para desconfiar de la rectitud o idoneidad de sus monarcas del XIX y el XX. Lo que en Gran Bretaña o Suecia, por citar dos monarquías consolidadas y ancestrales, no requiere convalidación, en España, donde se interrumpió largamente la línea dinástica y se restableció con formato en su comienzo indigno, no hay que descartar la convocatoria de un examen de reválida, que, según la valoración obtenida en las urnas, confirmase al ocupante del trono o diese paso a la selectividad electiva.

     Junto a esa herencia, Felipe VI tiene el propio reto del concepto y la estampa a los que se debe. El concepto no admite renovación, pues la monarquía parlamentaria y neutral ha sido respetada por el rey saliente de modo impecable. La estampa es lo que importa. La estampa como discurso. El nuevo rey ha de ser entendido y escuchado como un dirigente al que no le acompañará la fe eterna del ciudadano predispuesto ni la caridad de quienes, en su derecho, nada quieren saber de él. El tiempo presente es menos respetuoso con los privilegios hereditarios no revalidados, y de ello hemos de congratularnos. De momento parece una figura preparada, discreta y sensata; esas buenas condiciones no bastan sin embargo para quien ha llegado a la jefatura del estado por medios tan abstrusos como un color de sangre y una alternativa algo torera, con estoque incluido, ante un hemiciclo de padres y madres de la patria. En esa larga vida que, según la consigna estentórea de las coronaciones antiguas, se le desea al rey, el rey deberá ganarse su vida con sus palabras, con sus gestos, con sus renuncias y sus posiciones, en un país que ahora necesita -y esto sí lo necesita urgentemente- palabras de entendimiento y compañía, gestos de valor desafiante, ganancia de la propia estima y desapego frontal a los ladrones que tanto han ensuciado el vocabulario de la política y abusado del nombre de la realeza.

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23 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Esas mujeres llamadas salvajes

El título habla de mujeres y el texto cumple escrupulosamente la promesa porque si a lo largo del libro salen trescientos personajes, la inmensa mayoría de ellos  –y por lo general los mejor perfilados y cuidados – son mujeres. En cambio en el título sale también la palabra “salvajes”  pero en este caso la cuestión es más ambigua porque puede hacer referencia al carácter fiero, irreductible y de autoafirmación  casi suicida de algunas de las mujeres aquí reflejadas (y entre las que en cierto modo bien podría incluirse la propia autora)  pero también puede estar aludiendo a que el verdadero salvajismo es el de gran parte de los grupos sociales, tribus, instituciones y gobiernos que salen en el libro y que en definitiva son los responsables de poner a las mujeres en situaciones  imposibles. La imagen de la muchacha revolucionaria china que camina  cantando al encuentro del pelotón de fusilamiento comandado por sus propios camaradas revolucionarios podría ser un buen ejemplo de situación  imposible.  Pero tampoco es mal ejemplo esa bella revolucionaria soviética que en su celo purista no ha dudado en denunciar a sus compañeros y que  ahora, exilada en Azerbaiyán porque ya se sabe lo que les hace a sus hijos cualquier Revolución, vagabundea sin rumbo porque “ha perdido  esa virtud esencial que es tener un propósito”.

                Quede claro que la autora no es una feminista acérrima  dispuesta a defender a ultranza a las mujeres y, como complemento dialéctico ineludible, a demonizar al masculino como responsable único de la desgracia femenina. De vez en cuando sale la palabra “estúpida” dirigida a una mujer que no le gusta y que desaparecerá para siempre de su horizonte. Lo que le da una dimensión inusual a las narraciones de Rosita Forbes es su posición ambigua frente a los privilegios de raza y de clase (de los que se aprovecha sin asomo de culpabilidad), su condena sin paliativos de la condición de inferioridad en que viven las mujeres de toda raza, cultura y condición, y su fascinación por un poder y una fuerza que si los encuentra encarnados en una mujer los celebra, aunque si quien ostenta esa fuerza y ese poder es un hombre no los condena. Al revés.  A veces los acepta como algo inevitable.

                Quien desee hacerse una idea de esa ambigüedad a la que hago referencia tiene un ejemplo extraordinario en el capítulo que dedica a Halidé Edib (1883-1964), escritora y líder nacionalista que jugó un papel esencial en la revolución que permitió a Turquía romper con su pasado imperial y pasar a ser una república laica que todavía hoy busca su propia identidad. En algún momento de entusiasmo traza un paralelo no muy afortunado entre Halidé Edib y Juana de Arco, pero por fortuna se cansa enseguida y se centra en poner de relieve la extraordinaria trayectoria política e intelectual de esta mujer que, después de arriesgar su vida durante unos años muy convulsos logró salir con vida de los mismos.  Su admiración y homenaje al valor y la capacidad de supervivencia se hacen extensivos a mujeres que han entregado su vida al cuidado de enfermos, mujeres  soldado en diversas revoluciones o una misteriosa bailarina a la que conoce en Lyon  y reencuentra muchos años después como sacerdotisa en Haití, sin olvidar a las esclavas a las que sigue la pista en Abisinia y Arabia, prostitutas de diversos lupanares, o su semblanza de la singular exploradora, anarquista, ocultista, budista y escritora Alexandra David-Neel, a la que califica de “la persona viva más extraordinaria del mundo”.

                La versión negativa de la fascinación del Rosita Forbes por el poder quedó reflejada en las numerosas entrevistas (no recogidas aquí)  y encuentros con hombres tan destacados como  D’Annunzio y Lawrence de Arabia, Clemenceau, el rey Faisal o el emperador  Haile Selassie, aunque su no disimulada admiración por Hitler y Mussolini terminó costándole no pocos disgustos cuando ambos dictadores mostraron su verdadera  faz.  

     Pero fue justamente esa profunda contradicción la que continúa otorgando valor e interés a unas crónicas de viaje escritas entre las dos grandes guerras mundiales del siglo XX y que denotan todavía una notable amplitud de miras y un rechazo indiscriminado de la injusticia. Ello aunque a veces parece quedarse sin palabras, por ejemplo cuando en un harén las esposas del gran hombre se dicen felices y contentas y rechazan toda posibilidad de cambiar de estatus, o cuando se encuentra con la esposa que exige al consejo de ancianos que obligue a su marido a buscar una segunda esposa. ¿Por qué? Porque ella ya le ha dado diez hijos al gran hombre y pide refuerzos ante la perspectiva de seguir pariendo herederos.  Es lo que tiene el viajar: los clichés que pueden explicar el mundo aquí resultan casi insultantes bajo una jaima plantada en mitad del Sáhara o en una cabaña en la Amazonia. 

 

 

 

Esas mujeres llamadas salvajes

Rosita Forbes

Traducción de Catalina Rodríguez y grabados originales de Isobel Beard

Almuzara

 

 

 

 

 



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23 de junio de 2014
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