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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los niños muertos

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46 por ciento niños y mujeres, según cifras de Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años. Son altas las posibilidades de que los disparos alcancen a una familia palestina en vez de un dirigente de Hamas o una de las lanzaderas desde donde se ataca a Israel. No hay simetrías. La Cúpula de Acero y los patriots interceptan prácticamente todos los disparos de Hamas y Yihad Islámica. De un lado, hay un Estado protector concentrado en defender la seguridad de sus ciudadanos; del otro, unos ciudadanos sin nadie que les proteja, sometidos a la dictadura del islam radical y al fuego desproporcionado y desconsiderado del único Estado legítimo que se conoce en la zona. Sabemos cuándo y cómo empezó, a impulsos del asesinato racista de tres adolescentes israelíes primero y de un joven palestino a continuación; y cómo todo fue enredándose gracias al oportunismo de los dirigentes de ambos lados. Tras destruir el proceso de paz, impedir el gobierno de unidad palestina, proseguir con la colonización de Cisjordania y evitar que la Autoridad Palestina apele a la justicia internacional, ¿queda algún margen para la política? Junto a los datos, una historia moral contada por su protagonista, un israelí de 60 años, llamado Avraham. Su madre, nacida en Hebrón, sobrevivió hace 85 años a una matanza de judíos en manos de extremistas árabes. Como los muertos de ahora, ella era también una niña, pero se salvó gracias a su nodriza árabe y a una familia que la escondió en su casa. Avraham no puede quitársela de la cabeza cuando se acerca a dar el pésame a los familiares de Mohamed Abu Khdeir, de 16 años, secuestrado y asesinado, quemado vivo, en Shoafat, su barrio de Jerusalén Este. Avraham piensa en la descendencia perdida de Mohamed. En los hijos que ya no tendrá. Si los asesinos árabes de Hebrón hubieran dado con aquella pequeña niña judía de siete años, Avraham no estaría aquí ahora para contarlo y para compadecerse por la muerte de los niños palestinos. Su madre, ya fallecida, jamás odió a los árabes e incluso se alegró de que sus nietos alistados en el ejército no fueran pilotos de caza: "¿Te imaginas que mi nieto pudiera bombardear a inocentes?", le decía. Lo sabemos por su hijo, Avraham Burg. Por su artículo de esta pasada semana en Haarezt, titulado Cómo Shoafat 2014 mató el legado de esperanza y de gratitud de Hebrón 1929 o por su libro memorialístico Vencer a Hitler. Burg ha sido diputado y presidente de la Knesset, de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, y ahora milita por la paz y por los derechos de los palestinos. "Mi madre --ha escrito-- es a mis ojos la encarnación del heroísmo judío supremo, respetuoso de una tradición que considera un verdadero héroe a quien hace de su enemigo un amigo".



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17 de julio de 2014
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Como unas castañuelas

Las máquinas sustituyen a las palabras con sus protocolos metálicos acompañados de sonidos fricativos. En los aeropuertos o comedores de empresa, para pagar debes deslizar el billete por una ranura, sin intercambio humano. Pero a veces las máquinas se estropean, y entonces se requiere no sólo una mano humana, sino la gestión de los sentimientos de frustración o fastidio que produce el desencuentro y que sólo pueden expresarse con palabras. Con la mecanización de procedimientos y la nueva jerga emoticona que ofrecen los smartphones, aflora el retorno a la escritura pictográfica. Nunca la tecnología nos había situado tan cerca de la antigua Mesopotamia. Basta con seguir los pequeños signos que conforman un lenguaje universal. El mismo que, para expresar asombro o alegría a través del teléfono, dispone de un surtido de emojis que, teóricamente, simplifican el proceso de comunicación. A finales de mes aparecerán 250 nuevos ideogramas de caritas con o sin nariz, rubor o lengua, corazones y besos, que harán las delicias de sus usuarios; también se ha anunciado una nueva red social donde sólo habrá comunicación a través de estos signos. Leo en The New Republic que algunos entusiastas creen que los emojis tienen potencial literario, y que un ingeniero de datos, Fred Benenson, ha traducido cada línea de Moby Dick al emoji, e incluso la Biblioteca del Congreso norteamericano le pidió una copia. Pero ¿qué representa para el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro seleccionar la imagen de una castañuelas y unos faralaes para informar de que se está arrebatadamente alegre o con ánimo festivo? ¿Los matices y la especificidad de un sentimiento no pierden peso ante la inmediatez de apretar un tecla que vale para varios significados? Cierto es que también existen palabras multiuso, o gastadas, pero la inflación de estos dibujitos infantiles limita el flujo comunicativo y el encanto de la palabra exacta. Borges decía que “toda palabra presupone una experiencia compartida”. Hallarla, disponer de una representación que se acerca a la idea mental de lo queremos expresar, o visualizar aquello que permanecía oculto dentro de nosotros mismos, nos ayuda a desvelar una verdad inmanente pero hasta entonces inexpresable. Ese es el poder del lenguaje. Asegurar que el uso y abuso de emoticonos transforma nuestra manera de pensar me parece una sobrevaloración del asunto. Personalmente, y a pesar de recibirlos, nunca los utilizo ya que mi presuntuosa sensibilidad prefiere escoger la palabra más cercana a la expresión del sentimiento. Pero ¿no serán más presuntuosos quienes aseguran que los emojis están enriqueciendo el lenguaje?

(La Vanguardia)

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16 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El 31 de Safo

parece una fecha, pero es un poema, el más famoso de los suyos. También es conocido como Phainetai moi, sus dos primeras palabras. Todos los traductores y estudiosos consideran que el texto transmitido es un fragmento de una composición más extensa, y alegan razones métricas y de sentido. Mi sugerencia, en cambio, es que el poema se ha transmitido completo, y como tal debe ser leído.
 
La primera razón que a mi juicio deja poco margen para conjeturar que estemos ante un fragmento, es que debemos su transmisión a una cita de Longino, quien reproduce el poema de Safo como magistral ejemplo de acumulación de signos de la más intensa pasión. Los partidarios del fragmento tendrían que explicar por qué Longino nos copia cuatro estrofas sáficas, cada una formada por tres versos de once sílabas, más uno de cuatro, y a continuación un verso suelto de doce sílabas, o de nueve, si se quitan las dos últimas palabras que, según los fragmentaristas, son a su vez un fragmento. Si, como dicen, el poema sigue, pero Longino sólo reproduce lo que le cuadra para su propósito, ¿por qué culmina la cita con ese verso suelto con partículas adheridas que no tienen sentido?
 
Mi explicación es que Longino reproduce el poema de Safo completo, y que los fragmentaristas no leen bien el último verso.
 
¿Qué dice ese último verso suelto? Presenta un verbo en dual, isomorfo para la segunda y tercera persona, que significa atreverse, arriesgarse, osar, y rige dos acusativos. Eso significa que “te atreves” o bien “uno se atreve” a dos cosas: a todo, y a ser un indigente. El sentido es “pero a todo te atreves, desde el momento en que también te atreves a ser alguien que no tiene nada”. 
 
Safo era una mujer acomodada, la indigencia de que habla es metafórica, se refiere al amor. En sus poemas, más de una vez se describe a si misma como la que no tiene amor correspondido y duerme sola.
 
En el poema, la cantora se identifica con la mujer que ama hasta emocionarse con ella ante la proximidad de su amado, y de inmediato tiene celos de ese amado que es objeto de la voz y la risa de su amada, cuya actitud le produce unos celos que se muere. ¿A qué se refiere cuando dice atreverse a todo? A escribirlo. Ha puesto en el poema todos sus celos al por menor, en la acción desesperada de la que no tiene ascendente alguno sobre ese amor que sucede ante sus ojos.
 
Ahora queda darle al verso final un aire paremiológico, primero porque la poeta se lo ha dado, y después porque todo indica que en el último verso se oculta un proverbio parafraseado: el que vive penosamente de su trabajo y no sale de su necesidad tiene que atreverse a todo. O sea, te atreves a todo en cuanto te atreves a no tener nada.
Me parece semejante a los dioses ese
hombre que está ante ti
sentado y escucha la preciosa voz
de cerca
y la risa adorable que hace temblar
mi corazón en el pecho,
en cuanto te veo, se me va
el habla,
se me rompe la lengua,
me hormiguea un fuego impalpable,
mis ojos no ven, no oigo
claro,
transpiro de frío, un temblor
se adueña de mí, descolorida
como pasto seco, me
muero,
pero a todo hay que atreverse cuando nada se tiene


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15 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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35 INTERNAUTAS LITERARIOS.- El blog Flavorwire hace una lista de…

35 INTERNAUTAS LITERARIOS.- El blog Flavorwire hace una lista de 35 autores en lengua inglesa, entre narradores, poetas y reseñistas, que tienen mucha influencia en el mundo on line. Hay escritores reconocidos como Zadie Smith, William Gibson o Teju Cole. También hay autores que han surgido a través del Twitter o de sus blog. Y no falta mi bloggera favorita, por supuesto, Maud Newton (en la foto).



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14 de julio de 2014
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Sexo basura

Las últimas noticias de felaciones múltiples en discotecas de Palma de Mallorca o de fiestas gais anunciadas como mamadings certifican la banalización del sexo desprovisto de la intimidad dérmica que a lo largo de la historia ha subyugado a hombres y mujeres. Los concursos en locales promiscuos con premios en metálico a quien, según el jurado, tenga una mayor destreza succionadora forman parte de lo que se entiende por “locura divertida”. Sus promotores, molestos por la amenaza de expedientes de cierre, animan a que se proteste durante el próximo Salón Erótico de Barcelona. Pero, ¿estamos hablando de erotismo? Lejos de juzgar moralmente a los mayores de edad aficionados a degustar charcutería, bien ilustrada desde la antigüedad con las bacanales romanas, se advierte un pronunciado desapego lúdico del propio cuerpo que nada tiene que ver con la libertad o la transgresión, sino con el puro y duro intercambio comercial. A esas muchachas que se prestaron a practicar fellatios en cadena a cambio de copas, la prensa británica las denominó “escoria” en lugar de preguntarse qué ha fallado para que una joven estudiante se arrodille en un antro de Magaluf, rodeada por un corro de hombres, hasta que la boca se le entumece. ¿Qué placer puede haber en ello? Recuerdo la conversación que mantuve hace años con una exprostituta sevillana, hija de trianera y de un militar fascista que las abandonó. Ella practicó el alto standing hasta que logró sacar adelante a sus hijas y las “bien casó”. Y dijo: “Hubo un tiempo en que, de tanto chupársela a los señoritos, se me quitaba el jugo en el estómago”. Cómo me impactó esa frase que, a pesar del tiempo, permanece. Con su dignidad reedificada, aquella mujer confesaba el agujero que deja la náusea. Ojalá pudiera hablarles a quienes se prestan a estos números degradantes. El sexo no siempre es feliz, también puede llegar a ser desconcertante u hostil. En más de una ocasión nos hemos referido a la escasa educación sexual que reciben los jóvenes. Ser autodidacta no siempre es un plus: aprenden en bares y sitios peores, donde el sexo poco tiene que ver con el placer. Es ridículo hablar de juventud perdida y sexo basura en tono de denuncia y a la vez cruzarse de brazos (como en el vídeo de Jake Bugg Messed up kids, rodeado de una banda de chicas tocando desnudas). Las paradojas florecen, y mientras las Miley Cyrus, Rihanna y cía. corren a desnudarse con gestos procaces, como si regresáramos globalmente a la época del destape, dos cabeceras británicas, Loaded y Stuff, acabarán con los desnudos integrales de mujeres en sus portadas. Y no porque crean que es sexista, sino porque a sus lectores, según varios estudios de grupo, les avergüenza que se les identifique como onanistas habituales. En un extremo, lo erótico se repiensa y se viste, mientras en el otro, el sexo fast food desafía el tan necesario amor a uno mismo.

(La Vanguardia)

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14 de julio de 2014
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El pulgar inquieto del Emperador Tertuliano

Cuenta la leyenda que apenas terminaba la lucha feroz en la arena del circo, los emperadores romanos decidían la suerte de los gladiadores sin más razón que su capricho y con un gesto arbitrario del pulgar.

En las ondas de radio y televisión de España y Latinoamérica, un ejército de bien pagados tertulianos perdonan o castigan a los protagonistas de la actualidad, muchas veces con la misma alegría ignorante de un Calígula o un Nerón.

*          *          *

Esta es la breve historia de las tertulias en radio y televisión. En un principio, un periodista se enfrentaba a un personaje que tenía algo que decir, y se lo llamaba “entrevista”.

Con la transición de las dictaduras a las democracias, en nuestros países se acabó la única voz autorizada y salió de las sombras una saludable cacofonía de voces, historias y opiniones. Así comenzaron a hacerse entrevistas conjuntas, donde un periodista interrogaba en simultáneo a varios personajes. A eso se lo llamó “debate”.

Vinieron más tarde programas más complejos, en los que un entrevistado era bombardeado por varios comunicadores; pero no podía faltar mucho para que se llegara al perfeccionamiento lógico del modelo: en las actuales “tertulias” se ha prescindido por completo de los personajes noticiosos, sean éstos políticos, artistas, académicos o testigos presenciales.

Ni uno ni muchos: ninguno. ¿Para qué los necesitamos, si con nosotros nos bastamos?

Ahora los periodistas discutimos, nos reconciliamos y nos volvemos a pelear entre nosotros, pensando que nuestras opiniones valen más que las de las viejas fuentes.

¡Bienvenidos a la era de los tertulianos!

*          *          *

La tertulia actual consiste en un grupo de entre tres y cinco periodistas que discuten entre sí en un estudio de televisión o un estudio de radio, como si estuvieran en la mesa de un bar. Contentos y satisfechos de sí mismos, pontifican con la misma convicción tanto de aquello que dominan como de lo que no tienen ni idea.

Para ser buen tertuliano hay que hablar rápido y empezar a desembuchar en el mismo momento en que se empieza a pensar en qué decir. Hay que tener una voz reconocible – no necesariamente bien modulada ni atractiva – y aportar garra y convicción, ya sea que estemos hablando del último Nobel de Química, de la situación en Ucrania, de los árbitros del Mundial o de las razones por las que los niños se orinan en la cama.

Hay que demostrar que se conoce a los que cortan el bacalao como si fueran de la familia, y que la noche anterior se cenó a lo grande y con los grandes.

Por lo demás, en Tertulandia todo es opinable y cualquier dato puede ser refutado con un argumento de bar.

            *          *          *

Hay, como en todo, notables y muy honrosas excepciones que, en vez de martillarnos respuestas a velocidad de vértigo, plantean buenas preguntas.

En la SER, el filósofo Josep Ramoneda realmente ha leído y escrito mucho, tiene mundo y reconoce con hidalguía su ignorancia de ciertos temas, para aportarnos siempre un ángulo nuevo o un dato histórico que nos sirve para entender lo que se está discutiendo.

En la noche de 8TV, el mesurado notario Juan José López Burniol pone siempre por delante su capacidad de análisis y su insobornable sentido común, para hacernos mirar nuestras propias ideas con escepticismo e intentar explicarlas con claridad y elegancia.

Pero son eso, excepciones. En su conjunto, el fenómeno predominante de los programas de noticias cumple el triste pronóstico del tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo: todo es igual, nada es mejor, se mezcla la Biblia con el calefón y, a final de cuentas, vale “lo mismo un burro que un gran profesor”.

Es fácil llenar un par de horas de forma barata y previsible: si es martes, les toca al ex político que nunca salió del país y a la cronista de moda, aunque el tema sea el conflicto de las dos Coreas. Los dos hablan con convicción y gracia de lo que sea. Ya se arreglarán.

*          *          *

Recuerdo perfectamente el momento en que sentí que la lógica de estas tertulias era perversa: fue el 15 de mayo de 2011. La directora de un programa de radio matinal leyó los primeros cables, confusos, sobre la detención del ex director del FMI Dominique Strauss-Kahn por denuncias de una camarera del hotel Sofitel de Nueva York.

Los tertulianos de aquel día debían opinar sobre algo muy delicado, espinoso, y de lo que no se sabía casi nada.

El que se quedaba callado corría el riesgo de ser tildado de mal tertuliano, y no ser incluido en el elenco de la temporada siguiente. Una tragedia para un periodista que quiere estar vigente: su nombre y su voz todas las semanas en horario de máxima audiencia, llueve o truene, bien vale improvisar sobre un hombre que como todos merece el beneficio de la investigación, y un tema – el acoso sexual – que no puede ser tratado con ligereza.    

Entonces uno de los contertulios tuvo una revelación: recordó que Strauss-Kahn había sido acusado por promover a su amante, que trabajaba en el FMI, a un puesto más alto. De ahí dedujo que seguramente sería culpable de violación, como si fueran la misma cosa.

Ahí se desató la marimorena. Se quitaban la palabra unos a otros, todos hablando con absoluta propiedad de algo que acababan de conocer fragmentariamente, y sobre lo cual cualquier periodista que se precie dedicaría horas a investigar antes de publicar una línea. Pero ese día los tertulianos estaban obligados a hacer lo contrario de lo que haría un becario cuidadoso. Y como en general son veteranos profesionales conocidos, el público y los estudiantes de periodismo asumen que eso es lo que se espera de un informador.

Subimos el pulgar, y Strauss-Kahn va a su casa. Lo bajamos, y el político socialista francés va a la cárcel. En este caso judicial, como en muchos otros, los opinadores tienen mucha influencia sobre los tres poderes del Estado.

¿Pero qué responsabilidad hay, si era solo una opinión?

*          *          *

¿Cómo los llamamos? ¿Calígula? ¿Nerón?

No, no son tan terribles. Tal vez a la mayoría les cuadre más el nombre del emperador que personifica Joaquin Phoenix en Gladiator.

Ese, que aparece en este fotograma a punto de subir o bajar el pulgar, se llamaba Cómodo.

 

 

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13 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El demonio de los libros

Quienes lo han tratado de cerca coinciden en su juicio: calvo, con orejas puntiagudas y ojillos penetrantes cuando no cínicos, Jeff Bezos (1964) irradia un magnetismo apabullante: no la suficiencia de los geniecillos de Sillicon Valley o la arrogancia de los multimillonarios de Wall Street, sino un aura de profeta. Sus carcajadas se han vuelto tan temidas como los arrebatos con que humilla a sus subordinados: dos rasgos mosaicos que cultiva con esmero. Y si para sus admiradores -y millones de consumidores de Amazon- es un visionario capaz de entregar casi cualquier producto más barato y más rápido que nadie, para sus enemigos -las grandes editoriales, así como miles de autores y agentes- es un villano que, con la excusa de beneficiar al público, está dispuesto a destruir los cimientos de la cultura del libro: es decir, de la cultura.

            Su célebre excusa -"lo  que le ocurrió a la industria del libro no fue Amazon, sino el mundo digital"- no ha bastado para que su imagen resulte menos polémica. Y su reciente batalla contra el grupo francés Hachette, uno de los cinco grandes editores presentes en Estados Unidos, no ha hecho sino polarizar aún más su figura: mientras un nutrido grupo de estrellas literarias publicó una carta para denunciar las burdas presiones que ejerce sobre sus detractores -Amazon dilata la entrega de libros electrónicos e impide órdenes de compra-, numerosos autores digitales lo han defendido frente a los abusos de las editoriales convencionales.

            Tal como cuenta Brad Stone en The Everything Store (editado por Little, Brown, filial de Hachette y por tanto sometida a los castigos de Amazon, si bien yo pude comprarlo en Kindle y recibirlo en un minuto), Bezos fue un niño superdotado cuyo sueño era llegar al espacio siguiendo el ejemplo de sus héroes de Star Trek: no es casualidad que hoy también sea dueño de Blue Origin, compañía dedicada a la exploración aeronáutica, o que haya instalado una lanzadera en su rancho de Texas. Su ambición fue siempre desmedida: una prueba es que su apuesta por Amazon no se debió a su amor por los libros sino a un cálculo puramente comercial.

            Como sea, Amazon es otro de los nombres insignia de nuestro tiempo, al lado de Google, Microsoft, Apple o Facebook, y se acerca cada vez más a ser la "tienda de todo" que Bezos imaginó en su juventud: se calcula que apenas un 7 por ciento de su facturación es de libros -imposible confirmarlo dada la secrecía de la empresa-, si bien controla un alto porcentaje de la venta de ejemplares en papel y más del 50 por ciento del libro digital gracias al Kindle. Su filosofía, la de pensar siempre en el consumidor final, ha sido llevada al extremo y en efecto no hay empresa más eficiente a la hora de entregar un libro -o unos calcetines, o una cama matrimonial- de manera inmediata y al mejor precio. Sólo Amazon ha permitido que cualquier lector ávido logre escapar de su entorno inmediato para tener de pronto acceso a millones de títulos: el sueño de Borges. Nada ha transformado tanto nuestra vida intelectual como esta posibilidad ilimitada.

            Por desgracia, su eficiencia lo ha hecho crecer hasta conseguir una cuota de mercado suficiente para pulverizar a la competencia e imponer condiciones oprobiosas a los pequeños actores -y a sus propios empleados. La quiebra de Borders, la segunda cadena de librerías en Estados Unidos, o las dificultades de Barnes & Noble son consecuencia de esta política (si bien antes las editoriales independientes también fueron amenazadas por estos gigantes). Amazon exige precios irrisorios a los pequeños editores sin temor a despedazarlos y, por si no bastara, su algoritmo para recomendar libros está amañado a favor de quienes ceden a sus presiones en vez de basarse en al historial de búsqueda del usuario.

            Hoy, miles de escritores y críticos dibujan a Bezos como un nuevo Ciudadano Kane pero, a diferencia de nuestros líderes monopólicos, ha sido un verdadero innovador que, con su mirada puesta en el consumidor final, ha quebrado las fronteras intelectuales como pocos. En el proceso, su poder ha crecido de forma monstruosa: es allí donde corresponde intervenir al estado, como ya ha ocurrido en Francia o la República Checa. En vez de demonizarlo, tendríamos que exigirle a nuestros gobernantes que lo vigilen y regulen de cerca para que los beneficios al lector común final no sirvan de pretexto para aniquilar la diversidad de nuestro de por sí frágil ecosistema literario.

 

Twitter: @jvolpi



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13 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Por el territorio del Ussuri

La cuenca hidrográfica del río Ussuri ocupa una superficie de 201.440 km2 (aproximadamente la mitad de la Península Ibérica) y está situada al norte de Vladivostok, la ciudad ribereña del mar de Japón y destino oriental del mítico tren transiberiano. Geológicamente el territorio está estructurado por la cordillera Sijoté-Alín, que corre más o menos de norte a sur y en paralelo al mar, y que ha dado origen a un sistema hidrográfico  de una gran complejidad. El territorio, en el que confluyen Rusia, China y Corea, fue objeto de continuas disputas fronterizas entre las tres naciones hasta que, en 1958, el tratado de Aygunsk se lo atribuyó definitivamente a Rusia, aunque como comprobará el lector, chinos y coreanos son mayoritarios en sus respectivas zonas de influencia geográfica. La etnia local más importante era la gold, a la que pertenecía Dersú Uzalá, aunque posiblemente  las extremas condiciones climáticas borraban las diferencias étnicas, religiosas y culturales en favor de la supervivencia. No hay un solo episodio de violencia en todo el libro y en cambio la hospitalidad es una ley inviolable, y lo habitual es que campesinos y cazadores que viven en unas condiciones muy precarias acojan a los viajeros en sus viviendas y compartan con ellos sus alimentos.

                Por el territorio del Ussuri tiene su origen en las notas de viaje tomadas por Vladímir Arséniev durante las diversas expediciones por la zona,  aunque en el presente libro se concede especial relevancia a la de 1902, en el curso de la cual conoció al hoy célebre cazador gold, y  a las de 1906 y 1907, en las que volvió a encontrarse con él. Arséniev era militar y su misión fundamental consistía en explorar y cartografiar ese territorio que la culminación del ferrocarril transiberiano (1904) iba a abrir a la llamada “civilización” y a la consabida explotación que ésta trae consigo. En algún momento Arséniev comenta que muchos de los bosques por los que transita ya no son primarios porque han perecido víctimas del fuego que trae consigo la máquina de vapor. Además de militar y cartógrafo Arséniev era geólogo, naturalista,  etnólogo y, sobre todo, un hombre consciente de la destrucción que entrañaba la civilización por él representada. Por eso es tan emocionante su encuentro con Dersú Uzalá, un ser que vive inmerso en una naturaleza de la que forma parte íntegra y con la cual mantiene la misma relación que con su cuerpo o su espíritu, pues todo forma parte de lo mismo. El habla que le atribuye el traductor, Sergio Hernández-Ranera, es todo un acierto porque, a veces rozando el surrealismo, logra transmitir el sencillo panteísmo del cazador. Son magníficas las páginas que Arséniev dedica a su intento de apreciar la naturaleza a través de la sensibilidad y la sabiduría del anciano cazador, sus técnicas para seguir rastros u orientarse en plena taiga, su delicadeza en el trato con las criaturas que le rodean o sus deferencias ( dejar comida después de  arreglar un refugio porque mañana alguien puede necesitar ambas cosas, por ejemplo). Y es enternecedora la enumeración de los objetos que Dersú Uzalá lleva consigo, la mayoría de los cuales se podrían encontrar en el  vertedero de cualquier ciudad pero que para él son lo suficientemente valiosos como para cargarlos sobre sus hombros.

                Son igualmente magníficas las  descripciones de los territorios por los que atraviesa en sus exploraciones, los ríos, la fauna y la flora, las personas y, especialmente, todo lo relativo a la vida al aire libre, los campamentos, los fuegos antimosquitos, el aprovisionamiento, o la manera de hacer cruzar ríos turbulentos a los caballos de carga. Pero atención. Arséniev no era un excursionista dominguero. Estaba cartografiando y descubriendo un territorio recién adquirido y que el Alto Mando deseaba conocer bien, caso de tener que realizar una incursión militar. Arséniev sabía que un día algún compañero de armas tendría a lo mejor que confiar en sus observaciones para mover un cuerpo de ejército y que no le gustaría nada ser enviado a callejones sin salida, verse atrapado en un lodazal o malencaminado por culpa de unos mapas mal trazados y unas instrucciones chapuceras. De ahí que sus prolijas explicaciones del curso de los ríos y sus afluyentes, las carácterísticas orográficas o los fenómenos meteorológicos de las diversas zonas puedan resultar un poco excesivas para el lector que no se va a ver nunca en la tesitura de perderse por aquellas extensiones del fin del mundo. Pero un buen día aparece otra vez Dersú Uzalá y la narración sufre un subidón muy de agradecer.

 

Por el territorio del Ussuri

Vladímir Arséniev

Traducción de Sergio Hernández-Ranera

AKAL



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13 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mis mejores derrotas

            Tenía catorce años y jugaba en las divisiones inferiores del Wilsterman de Cochabamba. Había faltado un par de semanas a los entrenamientos y un sábado tuve el descaro de aparecer a la hora del partido. El entrenador Raúl Pino, un chileno que hizo escuela en Bolivia, me puso de suplente. Ingresé en el segundo tiempo. El partido estaba empatado a tres cuando el árbitro marcó un penal para nosotros en el minuto final. Me hice al desentendido, hasta que llegó la orden fatídica: yo debía patearlo. No había entrenado mucho y estaba falto de forma; hubiera sido de valientes reconocer que el miedo me consumía y que era mejor pedirle al entrenador que se buscara otro. No lo hice, y me acerqué temblando al punto del penal. Creo que cerré los ojos a la hora de patear. La pelota tocó en el punto en el que se unían el travesaño y el poste derecho y se perdió fuera de la cancha. Terminó el partido. Lo peor fue el silencio del profesor Pino. Jamás pensé en tatuarme ese penal, pero sí lo recuerdo hasta ahora con una claridad inaudita, mucho más que aquellos penales que convertí.

En general fui afortunado en mis equipos en Bolivia, porque conocí más la victoria. Las derrotas comenzaron a llegar a cantidades cuando me fui a los Estados Unidos con una beca de fútbol, a jugar por la universidad de Alabama. El equipo de la universidad estaba en la segunda división y no era de los mejores. Tenía dos buenos jugadores ingleses, pero el resto andaba en la medianía. Tampoco ayudaba el entrenador, un ruso que te sacaba de la cancha apenas hacías una gambeta (en las ligas universitarias se permitía que un jugador entrara y saliera cuantas veces quisiera). El segundo del entrenador, un chileno llamado Carlos que un año después se haría cargo del equipo, era de pocas palabras y solía dibujar en una pizarra diagramas que no entendíamos.

En la primera práctica metí un gol de cabeza y el entrenador me puso de titular para el partido inaugural, contra un equipo de Georgia. Hice dos pases-gol ese partido y me sorprendí al ver que mis compañeros me felicitaban como si hubiera metido los goles. Me sorprendí más al descubrir que los tackles de los defensas eran más aplaudidos que cualquier desborde genial de un atacante. Pese a los pases, deambulé por la cancha sin encontrar mi ubicación. No entendía el estilo del fútbol que se jugaba por allá, en el que se corría tanto, y menos que me hubieran dado una beca tan buena por un deporte que no convocaba a multitudes: los estadios deslumbraban, tan nuevos, pero las tribunas solían estar vacías.

Hicimos una gira por la Florida y perdimos tres partidos al hilo por goleada. Uno de los equipos contra los que nos enfrentamos era de escandinavos que nos sacaban una cabeza; otro era de latinos apabullantes. En el entretiempo, entrenador pronunciaba perlas de sabiduría del tipo "nos metieron cuatro; ahora es asunto de meter cinco". Las universidades no tenían reparos en alinear equipos con once extranjeros conseguidos a través de becas; Alabama confiaba más en el talento local, que por entonces era más físico que técnico, y los extranjeros reclutados tampoco éramos una maravilla. Así nos iba: nos entusiasmábamos a la hora de la charla técnica y nos prometíamos que para ese partido todo sería diferente. Al final, en el vestuario, escondíamos las caras, vapuleados.

Mi segundo y tercer año jugando por la universidad fueron incluso peores. Dicen que la derrota templa el alma. Pues no. A mí me la hundía semana a semana. Trataba de encontrarle el lado bueno y me decía que poder estudiar con la beca al menos justificaba tanto fracaso. Entendí que yo había vivido equivocado en Bolivia y que el fútbol era eso: un deporte que jugábamos muchos y que perdíamos casi todos. 

 

 

 

 

 



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12 de julio de 2014
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El Boomeran(g)
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