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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Valter Hugo Mãe: buenas noticias de Portugal

El nombre de Valter Hugo Mãe se me cruzó por primera vez hace un par de meses, cuando leí en el diario El País un artículo que presentaba a la nueva generación de escritores portugueses. El más conocido de ellos es Gonzalo Tavares, de quien he leído cosas maravillosas (Agua, perro, caballo, cabeza) y otras no tanto (Aprender a rezar en la era de la técnica). Conocía a José Luis Peixoto, pero no a Valter Hugo Mãe, Afonso Cruz, Dulce María Cardoso o João Tordo. La casualidad quiso que me encontrara en Brasil junto en el momento en que se acababa de publicar A desumanização (Cosacnaify, 2014), la nueva novela de Mãe. Me dediqué a ella durante un par de días. Eso de "generación" puede ser un invento que solo sirve para los medios y las editoriales, pero Mãe no lo es. A juzgar por esta novela estremecedora, de ahora en adelante oiremos hablar mucho de este autor.

A desumanização está narrada por Halla, una niña islandesa que sufre el trauma de la muerte de Sigridur, su hermana gemela ("Niñas espejo. Todo a mi alrededor se dividió por la mitad con su muerte"). En su mundo solitario y alejado de la ciudad, rodeada de montañas, fiordos y volcanes, Halla encuentra, a partir de las mentiras benévolas de sus padres, la forma de ir construyendo una mitología poética que da sentido a su mundo: "Vinieron a decirme que la plantaban. Había de nacer otra vez, igual a una semilla tirada en aquel pedazo muy guardado de tierra. La muerte de las niñas es así, dijo mi madre... Y yo creí ingenuamente que, de verdad, la plantaron para que germinase de nuevo. Podría ser que brotara de allí un árbol raro para nuestro rincón abandonado en los fiordos. Podría ser que diese flor. Que diese fruto".

En el lenguaje de Mãe se encuentran resonancias del Faulkner de Mientras agonizo; en esa novela, en una de sus escenas más emblemáticas, a Vardaman le cuesta entender que su madre está muerta, y al ver el ataúd flotando en el río se le ocurre que ella un pez. En A desumanização, Halla piensa que Sigridur es, puede ser un árbol. Por cierto, Halla "sabe" que está muerta, pero no termina de asumirlo. Ver a Sigridur como una "niña plantada" es tener esperanzas de que ella regrese. No solo eso; Mãe también saca partido al tema literario del doble. La gemela muerta obliga a Halla a vivir con "dos almas" o con "un fantasma adentro"; es su forma de hacer que la hermana viva.      

La novela trata de otras cosas: de Heinar, el tonto del pueblo, que está enamorado de Halla y trata de seducirla; de la madre loca de Halla; del padre, impotente ante la muerte de su hija ("No escapaba de sí mismo. Andaba singular, y singular se abatía"). Todos ellos van configurando un mundo que puede leerse a la vez como descarnadamente realista y como un relato gótico de fantasmas. Una historia del presente, y también un cuento milenario, una fábula atravesada por los mitos islandeses. Una novela que también es poesía pura. Es cierto que se puede argumentar que, para su edad, el lenguaje de Halla es preciosista, muy literario. Perto también es cierto que a algunos autores, a algunos libros, estás dispuesto a perdonarles muchas cosas porque te rindes a su belleza, a su sabiduría: "Tal vez la muerte sea una manera de simplificar el alma", dice Halla, dice Valter Hugo Mãe en A desumanização, y yo le creo. 

 

(La Tercera, 26 de junio 2014)



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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El placer de la derrota

Hay derrotas que no llegan por la mano del adversario, sino que son obra de uno mismo, autoinfligidas. Son fruto del empecinamiento y de la ceguera en alguien que reclama lo que no se le puede dar y que incluso es capaz de doblar la apuesta cuando teme que estén a punto de concedérselo. Los buenos negociadores siempre dejan un portillo de escapatoria para que el adversario salve la cara. Al buen político le basta ganar por uno a cero e incluso se conforma con el empate, antes que dejar al adversario herido por un cinco a cero que algún día encontrará su revancha. Las buenas victorias siempre son a los puntos, de forma que el perdedor pueda presentarse dignamente ante los suyos, incluso como partícipe de la victoria. Esta ha sido siempre la especialidad europea, una técnica de pasteleo de eficacia probada a la hora de hacer avanzar las cosas. Un buen Consejo Europeo es siempre una reunión de la que todos salen ganando, incluso los que se sienten más escocidos por la derrota de sus posiciones extremistas. La técnica europeísta y universal es aquella en la que todos ganan, win win, y no la suma cero en la que lo que gana uno lo pierden los otros. Hay algo misterioso en esos personajes, imbuidos por una razón superior a todos los otros y por tanto autorizados a subir todas las apuestas, lanzar todos los órganos y poner las líneas rojas y los plazos inamovibles que les da la gana. En el fondo, no buscan la propia victoria sino la satisfacción que les proporciona la idea de que derrotarán a adversario, aunque luego no lo consigan nunca. Puede que sea un mero gusto masoquista por la derrota, una vocación martirológica que les impulsa al sacrifico, aun a costa de facturas carísimas que, naturalmente, cargarán luego a los ciudadanos, en vez de correr ellos y sus secueces con el enorme gasto ocasionado. Cabe también que sea la pura ceguera, una incapacidad innata para percibir y analizar la realidad, facultad negativa de la inteligencia que suele ir acompañada de la más irracional popularidad de las ideas absurdas que difunden. O incluso el cinismo y la frivolidad de quien está dispuesto a jugar con la seguridad y la confianza de todos con tal de salir con suya, que consiste en jugárselo todo a una sola carta: o César, o nada. Un uso tan desesperado de la amenaza a un último y definitivo recurso, la bomba atómica de la política, puede que sea también un signo de debilidad extrema, la de alguien ue se halla a punto del desfallecimiento. No hay que ir muy lejos para encontrarse con estos absurdos comportamientos, pero quien mejor los encarna es el líder conservador británico, David Cameron, epítome del derrotado por su propia mano y a poco que se descuide responsable del triplete que significaría romper la UE, dejar fuera a Reino Unido y para postre romperlo en dos con la salida de Escocia.



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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El PostFútbol: Suárez, el último canalla

Mientras escribo esto Luis Suárez está arriba de un avión, sin el plantel, volando en solitario hacia Montevideo. Un grupo de uruguayos ha convocado, vía redes sociales, a una concentración para recibir a su héroe expulsado del mundial. Pepe Mujica está entre ellos. Se espera a un salvador del equipo que hace dos días mordía un hombro y hoy muerde el polvo.
 
Atacar a Luis Suárez es tan fácil como defenderlo. 
 
Los que están en contra del jugador uruguayo, suspendido por masticar un defensa italiano en plena jugada, despliegan un abanico de argumentos bien-pensantes donde uno se tropieza con palabras como honor, moral, juego limpio. Analizar desde un sillón frente al HD a un jugador de fútbol (o, en su versión más extrema, a un delantero uruguayo en un mundial en Brasil) suele convertirnos en la más inconsecuente versión de nosotros mismos. En las últimas horas se ha visto lo peor de la corrección objetiva en los juicios contra el 9 de la Celeste.
 
Los que están a favor de Luisito claman desde la exaltación. Para ellos, la mandíbula del atacante tuvo el protagonismo de una gesta heroica nacional. Una acción revolucionaria contra el poder, contra la FIFA y contra las cámaras de televisión que permiten esos golpes bajos con delay llamados "sanciones por oficio".
 
Obligado a elegir uno de ambos exabruptos, prefiero el segundo. No sólo porque cuando la FIFA anuncia una medida ejemplificadora, uno instintivamente se lleva las manos a los bolsillos. Ni por la propia historia de Suárez: un niño futbolista pobre, de un barrio pobre de Montevideo, que estacionaba autos para comer y que se dormía con los dientes apretados esperando poder triturar la fama, o al menos un bife. Básicamente, hay que absolverlo, porque se trata de un futbolista de otra época inserto -por un accidente del tiempo- en el Mundial de hoy.
 
¿Cómo explicarle a Luis Suárez que ahora todo se graba y se repite en cámara lenta y súper lenta y ultra lenta? ¿O que las burlas y quejas por las redes sociales pueden influir en una sanción? ¿Cómo hacerlo entender que tapar un gol con sus manos, como en el Mundial de Sudáfrica, o morder a un defensa que te pegó todo el partido, ya no son de esas triquiñuelas barriobajeras que se quedan dentro de la cancha? ¿Cómo explicar que la picardía se quedó en la Copa Libertadores de los ochentas y que ahora el truco para engañar está en la corrección? ¿Cómo hacerle ver que, aunque mordió toda su carrera y la garra charrúa se defiende con todo, ahora se equivocó?
 
Es probable que Luis Suarez nunca lo entienda, y que en el avión se siga preguntando por qué lo persiguen. Ahí está su consecuencia: el último canalla decidió que no se dejará vencer por el PostFútbol.
 
 
Columna "El PostFútbol" publicada en el diario hoyxhoy  
 


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27 de junio de 2014
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Vivir con las maletas hechas

Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, de Dora Schwarzstein, publicado por Editorial Crítica en 2001, no trata de Franco y apenas si habla de Perón. Es la historia de los exiliados republicanos en Argentina, sus desventuras, su relación con lo que estaba pasando en España y su difícil inserción en el país donde recaló su naufragio. Son las voces de una larga derrota.

En este siglo en que recrudecen los exilios y las migraciones, esta historia es tan actual como cuando se publicó, y el método de historia oral que su autora, su modelo para contar el pasado y el presente desde la memoria colectiva.

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La historiadora argentina Dora Schwarzstein usa con pericia las herramientas de la historia oral para atrapar las voces y los recuerdos de los exiliados republicanos en Argentina. Fueron protagonistas de la Historia con mayúscula y en su larguísimo exilio llegaron a comprender con tristeza que la historia de su país los había dejado atrás. Cuando murió Franco fueron otros los que protagonizaron ese futuro con el que ellos tanto habían soñado.

Es un libro tristísimo, pero su lectura se hace luminosa por la forma en que usa la historia oral para hacer presente y real, como en una novela, una de las mayores tragedias del siglo XX. Pero Entre Franco y Perón me llegó tarde. A un año de su publicación, murió Dora Schwarzstein en Buenos Aires. Buscándola ahora en internet, me encuentro con el obituario que le escribió su discípulo, mi amigo y gran cultor de la historia oral Federico Lorenz.

“Es difícil pensar lo que se conoce como ‘Historia Oral’ sin asociarlo al nombre de Dora”, Dice Lorenz. “Ella, ‘historiadora que utiliza fuentes orales’, como se definía, abrió caminos para quienes actualmente realizamos entrevistas para nuestras investigaciones. Por eso el parafraseo de Gramsci, porque durante toda su actividad profesional Dora desplegó una energía y un entusiasmo envidiables, una fuerte voluntad por instalar una metodología que resultó exitosa porque estuvo acompañada por un rigor y un muy alto nivel crítico y autocrítico.”

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Este estudio del exilio republicano en Argentina es erudito y vibrante al mismo tiempo, y combina casi en cada página los testimonios de personajes que sufren el desgarro del destierro con el análisis sosegado de una de las mayores tragedias del siglo XX. 

Volvamos a contarlo: entre enero y marzo de 1939, se calcula que cruzaron la frontera española hacia Francia unas 450.000 personas. La larga marcha por los Pirineos en uno de los inviernos más crudos del siglo aparece una y otra vez en los testimonios de los exiliados. “No éramos más que un pobre rebaño de parias, sin derecho alguno, sin hogar ni patria; y todo por el crimen de haber soñado con un mundo mejor y haber luchado por realizarlo,” dice Federica Montseny, una de los 87 exiliados entrevistados por Schwarzstein.

Pero al salir de la España franquista los derrotados estaban lejos de ver el fin de sus sufrimientos. Muchos fueron enviados a campos de concentración en Alemania, intelectuales y activistas políticos iniciaron azarosos viajes por mar hacia lo desconocido, y los que nadie quería vegetaron por años en campos de refugiados en el sur de Francia.

Unos 30.000 exiliados marcharon a América, que muchos veían como tierra de abundancia y promisión. Dos tercios de éstos fueron a México, donde el gobierno de Lázaro Cárdenas les abrió las puertas. El resto se desperdigó principalmente por Chile, Argentina y República Dominicana.

Los que fueron a Argentina se encontraron allí con inmigrantes españoles de principios de siglo y con republicanos que habían huido antes de la caída definitiva. Luego fueron llegando más víctimas de la represión franquista. La autora desgrana detalladamente las relaciones que se fueron formando entre estos grupos, con los argentinos que se encontraron y con los otros inmigrantes y exiliados de toda Europa que compartían su suerte en pensiones y conventillos de Buenos Aires.

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En el libro se presenta y se explica la Historia de grandes personajes: el apoyo de Perón a Franco, la política mexicana de abrir las puertas a los republicanos y la acción contraria del gobierno argentino, la actitud ambigua de las democracias europeas ante Franco luego de la Segunda Guerra Mundial, las luchas infructuosas de los representantes de la República en el exilio por vetar al franquismo de Naciones Unidas.

Pero su valor fundamental es volcar la historia viva, individual y colectiva de los exiliados: su cotidianeidad en Buenos Aires y la forma en que poco a poco iban arreglando sus recuerdos y su identidad para adaptarla a las circunstancias de su nueva vida.

Por ejemplo, el énfasis en considerarse exiliados, no inmigrantes.

Una mujer que se exilió de niña en Argentina recuerda que sus padres nunca compraron muebles, porque querían creer que en cualquier momento volverían a España. Hoy su hija se siente plenamente argentina.

“Poco a poco nos hemos ido argentinizando,” dice uno de los testimonios más punzantes. “Mi pensamiento está en España, pero está en la Argentina al mismo tiempo. Es decir, hemos dejado de ser totalmente españoles pero no somos totalmente argentinos. Somos del Atlántico, estamos a mitad de camino de la ida y de la vuelta.”

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Dora Schwarzstein murió hace 12 años, y hoy no puedo decirle lo que me gustó y me enseñó su libro sabio.

Los libros sobreviven a sus autores, igual pero exactamente al revés que las viejas minas anti-persona enterradas en el campo: de pronto y sin aviso, muchos años después, nos pueden explotar y cambiarnos para siempre. 

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26 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Con los dioses de Yasukuni

Junto a Yasukuni, donde se veneran nada menos que 2.5 millones de dioses, hay unos magníficos jardines con los obligados cerezos, un teatro Noh, una cancha de sumo y un museo militar, donde se exhiben desde arcos de épocas remotas hasta aviones y tanques de la Segunda Guerra Mundial. Su entrada está guardada por un caballo, un pastor alemán y una paloma, unas esculturas en homenaje a los animales que murieron en combate. En uno de los pabellones está la lista de los dioses, que en otras latitudes serían mártires o caídos. En un rincón hay un pequeño monumento, rotulado solo en japonés, que rinde homenaje a unos espíritus especiales, los miembros de la kempeitai, la policía secreta del Japón totalitario y equivalente de la gestapo. Yasukuni fue fundado por el emperador Meiji en 1872, primero en memoria de los muertos en los combates que se sucedieron en la época de apertura y modernización del país, y luego de las guerras de agresión protagonizadas por Japón. Hay que visitar Yasukuni para entender por qué cada vez que el primer ministro se acerca al santuario, como hizo el pasado diciembre Shinzo Abe, cunde la indignación de los gobiernos y opiniones públicas de casi todo el vecindario asiático. En sus vitrinas, el militarismo japonés se exhibe sin pudor, con el único disfraz de la autenticidad y la victimización del nacionalismo, siempre puro e inocente. Los criminales de guerra son dioses; los kamikazes héroes; el ataque a Pearl Harbour, el fruto de la intransigencia americana; e Hiroshima y Nagasaki, dos bombardeos más sin la trascendencia que le proporcionó la izquierda pacifista japonesa en la posguerra. La visita a Yasukuni remite al peso del pasado en el continente del futuro. Moon Chang-Keuk, primer ministro coreano recién nombrado, ha dimitido por unas declaraciones sobre hechos ocurridos hace más de 70 años. Dijo que la colonización de Corea desde 1910 hasta 1945 fue "voluntad de Dios". ¿Cómo ven los asiáticos su futuro?, se pregunta el think tank paneuropeo ECFR (European Center on Foreign Relations) en el seminario sobre Asia que ha organizado esta semana en Tokio. La respuesta que dan las noticias política de cada día, no las económicas, es muy sencilla: arrojándoselo unos a otros a la cabeza. Todo crece en Asia: economía, consumo, población, presupuestos de defensa, arsenales militares o disputas por peñascos semisumergidos; y también el nacionalismo, obligadamente alimentado por los agravios históricos. El desplazamiento de poder que se ha producido en el mundo desde la cuenca atlántica a la del Pacífico también ha trasladado consigo la carga ominosa de las mismas pulsiones colectivas que atormentaron antaño a Europa, aunque la propia Europa responde al parecer con su propio ascenso populista y nacionalista, como si fuera su última reclamación sobre el poderío perdido.



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26 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 58: Rara conexión

El embrollo metafísico mayor en el que se halla la física de nuestros días es el siguiente: en base a la condición de localidad, en base a  asumir que lo que ocurre en un lado es totalmente independiente de lo que ocurre en el otro, no hay manera de dar cuenta de lo que efectivamente constatamos,  y que se muestra conforme  a las previsiones teóricas que  la mecánica cuántica realiza. Esta imposibilidad de dar cuenta mueve, como ya  he indicado,  a considerar la hipótesis   de que de hecho las partículas que ponen de relieve tal comportamiento no están de verdad sometidas a  la condición de localidad,  que alguna fuerza,  oculta a nuestra observación está operando y modificando los resultados que se darían si hubiera efectivamente un comportamiento puramente local.

El problema es que, de haberlo,  se  trata de un lazo raro,  irreductible a todo lo que sabemos de interconexiones entre cosas espacialmente separadas, es decir, interconexiones que resultan de  alguna fuerza electromagnética o incluso gravitatoria.

He señalado que la distancia entre  los dispositivos que miden la polarización de fotones gemelos  en el experimento de Aspect es de 12 metros. Ello bastaba ya para asegurar que no había influencia debida a causas clásicas o conocidas por la física. Pero desde entonces se han realizado experimentos en los que la distancia era mucho mayor. Pues bien, ocurre algo notable, a saber, que con el aumento de la distancia los efectos cuánticos de inter-conexión no disminuyen en absoluto. Para apercibirse de lo que ello supone,  baste pensar en que una acción como la motivada por la gravedad disminuye con el cuadrado de la distancia.

Cabe mencionar otros  dos rasgos que, contribuyen ni más ni menos que a la "imposibilidad de reconciliar resultados como los de Aspect con el resto de nuestra representación de la física" (Maudlin o. c. p. 21):

Cuando la gravedad terrestre hace sentir sus efectos  sobre un aeroplano que ha perdido el control, todos los pasajeros la experimentan, y por supuesto la acción afecta a los objetos dispuestos en el avión como equipaje de mano etcétera. Por el contrario el efecto de un fotón explicativo de la singularidad que constituye la violación  de la desigualdad de Bell se ejerce  en exclusiva sobre el fotón gemelo, siendo todos los demás absolutamente indiferentes al mismo.

En fin, sea por ejemplo el fotón de la izquierda,  ya he indicado que si en el instante en el que es actualizado el dispositivo  que determina a cual de sus dos  polarizadores potenciales  se dirige,  la información fuera enviada incluso a la velocidad de la luz  no llegaría a tiempo de influenciar el comportamiento del otro fotón. En consecuencia, la influencia a distancia entre los dos fotones que el experimento de Aspect parece sin duda alguna constatar se efectúa a una velocidad, si no infinita,  sí al menos superior a la velocidad de la luz. Mas la velocidad de la luz es en la relatividad restringida considerada como teniendo ese carácter de absoluto que precisamente tiempo y espacio han perdido, algo no dependiente de otras condiciones y criterio de medición de todas las demás velocidades. Así pues estamos ante algo absolutamente  problemático para la enorme herencia de la teoría de la relatividad restringida.

De ahí el imperativo de asegurarse al máximo de que no es así mediante algún tipo de experimento  que garanticé la situación de pureza, a la vez que muestra la veracidad de las previsiones clásicas.  Experimento ciertamente más fácil de concebir que de llevar a cabo. Se asiste aquí  a uno de esos momentos singulares en los que el vínculo entre un protocolo matemático y  la solución  de algo que presenta de entrada  una dificultad meramente técnica viene a constituirse  en ingrediente fundamental, no ya de una teoría física sino de una teoría metafísica.

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26 de junio de 2014
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Tópicos del cáncer

“Ahora la rata se llamaba carcicoma. Esta vez sí, le había tocado”, escribe Susana Koska en las primeras páginas de Tópico de cáncer, el cuaderno de bitácora que la acompañó durante su lucha contra la enfermedad, recién publicado por Ediciones B. La actriz y realizadora, la chica del Cadillac, cuando menos -tras 28 años como compañera de Loquillo-, lo afrontó. A su manera. Abajo los cuentos chinos de que el dolor te hace más fuerte y te reviste de sabiduría, esa visión de la enfermedad como redención. Aunque el suyo sea un libro “liberador”, a pesar de la ira, también es una travesía por la impudicia, que comparte con el lector. El relato de Koska es poético a ratos, ácido, punk: “Hoy es el puto día mundial contra el Cáncer, lo único aceptable que escucho hasta ahora es ‘cuando a un paciente de cáncer le dices qué buena cara tienes, nosotras pensamos: es que el cáncer no lo tengo en la cara’”. Tras el diagnóstico, hay que asumir el protocolo del pánico. Amortiguar el pálpito abismal, domesticarlo. La sabiduría popular, siempre tan bienintencionada y a la vez errática, provee de todo tipo de sandeces que traslucen desentendimiento: “Hoy esto se cura, la medicina ha avanzado mucho…”. Tan ajenos a la experiencia íntima, a lo que es en verdad acostarse cada noche con el cáncer. La sensación de vivir atravesado por el filo de la sospecha, con controles periódicos y malestares cruzados, forma parte de la convivencia con el bicho. Un bicho que sólo en EE.UU. mueve -en medicamentos- 200.000 millones de euros, con un crecimiento anual del 10%. Y eso que hay premios Nobel que han puesto en duda la quimio y radioterapia, del mismo modo que han aflorado perniciosos gurús de terapias alternativas. Por ello resulta saludable escuchar otra voz más allá de las experiencias “ejemplares”, políticamente correctas, que a menudo silencian el vacío y la deriva, el miedo al cuadrado del enfermo. Y cronifican las palabras gastadas y los lugares comunes: desde el “te libraste porque has luchado”, como si muchos de quienes sucumben no lo hubieran hecho, hasta que el cáncer viene del estrés o de un conflicto no resuelto. Del extrañamiento de una misma, la complejidad de la vida en pareja durante el trance de quimios y radios, hasta el lugar que ocupan el sexo o el trabajo, trata este testimonio que no intenta enmascarar el cáncer bajo el discurso del optimismo y que denuncia de la frialdad clínica -a menudo concentrada en la enfermedad en lugar del enfermo-. “Yo decidí escribir el día a día para no olvidarme, para que el recuerdo y haber salido me nublaran la mirada realista”. Dolor sin pudor, debidamente documentado. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2014
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La calle Zelmar Michilini

Mario vivía en Montevideo en la calle Zelmar Michilini, que se llama así en homenaje al dirigente político íntimo amigo suyo, secuestrado y asesinado en 1976 en Buenos Aires, donde se hallaba exiliado, una de esas complicidades tan corrientes para entonces entre los gorilas del cono sur con grados de almirantes y generales. De allí caminábamos una cuadra hasta su restaurante preferido, el San Rafael, un modesto local de camareros cordiales y pulcros donde todo el mundo lo conocía, empleados y clientes que lo saludaban de lejos con respeto, sin perturbarlo, nos sentamos al lado de una ventana, ordenamos milanesas, una conversación apacible y a veces agitada, ¿y Nicaragua?, insistía Mario.

Yo estaba en Montevideo esa vez en agosto de 2005 para presentar mi novela Mil y una muertes en la Biblioteca Nacional, invitado también por Hortensia, mi amiga de años y su biógrafa, para un taller literario en el Centro Cultural Español que ella dirigía, una antigua ferretería transformada en casa de la cultura, la ferretería más hermosa del mundo, y Nicaragua seguía sobre la mesa entre los platos, las copas y los vasos, ¿y Nicaragua?, ¿qué pasó, cómo es posible?, perdidos los dos entre nostalgias sobre lo que pudo haber sido y no fue, ¿los infantes de Aragón, qué se fizieron?, aquellos muros de la patria mía si un tiempo altivos hoy ya desmoronados.

Y la vez anterior de noviembre de 1998 en Madrid, con Juan Cruz en el taxi para recoger a la carrera a Mario en la puerta de su casa en la calle Ramos Carrión del barrio Prosperidad, el barrio de los uruguayos eminentes, allí había vivido Juan Carlos Onetti en la Avenida de América, ya estaba Mario esperándonos, con la gabardina doblada sobre el brazo, íbamos rumbo a la presentación de mis Cuentos Completos que él había prologado, subió al asiento delantero, y apenas el taxi arrancó volvió la cabeza, ¿y Nicaragua?.

Y aquella otra noche de agosto del mismo 2005 en Montevideo, qué se le va a hacer, repetía Mario, su hermano Raúl al volante, él al lado, Tulita mi mujer y yo en el asiento trasero, mientras regresábamos pasada la medianoche de una cena larga y cordial en el piso de Héctor y Hortensia en Pocitos, Eduardo Galeano y Elena su mujer también presentes, qué se le va a hacer, cómo teje y enreda el destino sus marañas, la esposa de Raúl con Alzheimer internada en un sanatorio, y Luz, la esposa de Mario, igual con Alzheimer en otro sanatorio, Luz.

Luz, sin la que Mario no podía vivir, tantos años juntos, repetía, aquel olvidarse de nombres y de cosas al principio tan lento como una marea que empieza a lamer el borde de las cosas y luego las inunda sin remedio, si se olvidaba donde había dejado algo convertían en un juego el buscarlo, cuenta Hortensia en la biografía, pero luego ya el agua llegaba a la rodilla y era demasiado, contaba Mario mientras íbamos en el auto,  y Raúl, sin apartar la mirada del parabrisas, aferrado al volante como si en conducir por las calles desiertas le fuera la vida: me resistía al consejo del médico de que ella mejor estaría en un sanatorio, hasta que una vez empezó a cortar toda la ropa en el closet con unas tijeras. El destino repartiendo equitativamente la carga entre los dos hermanos por parejo. Nos dejaron en la puerta del hotel y el auto se perdió a la vuelta de la esquina, qué se le va a hacer.

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25 de junio de 2014
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Voyeur

Cuando el ojo captura una imagen, la transforma en impulsos nerviosos que llegan hasta el cerebro, y allí, en un mecanismo tan complejo como hermoso, millones de neuronas interpretan lo que el ojo mira. Lo que ve es otra cosa. Aunque la filosofía performativa sostenga que la subjetividad no existe, puede darse el caso de que usted siga mirando tras la puerta entreabierta có mo una mujer se abrocha un vestido. Igual que fisga a las muchachas al bajar las escaleras del metro, la brisa de mayo enredada en su falda, y por un instante se cruzan las miradas ante la trágica evidencia de que lo que usted va a perder es para siempre. En la terrazas acostumbra a ver su pie desnudo, justo cuando lo saca del zapato exhausta de tacones y lo balancea como si se insinuara, aunque solo lo relaje. También atrapa esos gestos rápidos con los que las mujeres se recolocan las bragas y que, de ser cazado, le dejarían de predador. En verdad es lo que se siente, a riesgo de que quede oscuro confesarlo. Sin perversidad, la mirada es plana como el mar en calma. Mirar de reojo implica tener cámara trasera además de frontal. Y lo que no debía ser visto añadirá a la transformación de la imagen en impulsos nerviosos un matiz de deseo furtivo. ¿Cómo no iba usted a sucumbir ante el mito de la ventana iluminada frente a la que el ojo puede imaginar cómo se viste y desviste una vida, si se acuesta de lado o boca arriba, si bebe una tisana o se zumba un whisky? Frente a cada ventana iluminada, sea digital o real, de autobús o de Facebook, la mirada tiene barra libre. Nadie podrá robarle el estupendo trabajo que han realizado sus neuronas de voyeur ni los resultados obtenidos, alcanzando la gloria gracias a una visión turbadora. Puede que a la mañana siguiente se pregunte: ¿adónde me lleva ser voyeur? Irremediablemente, al vacío. Ese es el dolor del mirón, y no hablamos de tarados sino de individuos equilibrados e inteligentes como usted, con un ojo inquieto. ?El ojo tiene que viajar?, dejó dicho Diana Vreeland, una de las editoras de moda más influyentes del mundo. Usted siempre ha querido educarlo, regalarle buenas exposiciones y paisajes para aventureros o millonarios. Le habita la certidumbre de que, para encontrase con el sumo placer de su mirada, le basta una esquina por donde cruce la mujer, o el hombre, de su vida, aunque ellos nunca lo sabrán ni usted podrá comprobarlo. Porque sabe que en el centro de las miradas en fuga, románticas o libidinosas pero siempre perversas, habita una ilusión agonizante, y su imán consiste precisamente en saber que se trata de visiones efímeras. Trallazos fugaces de deseo inhabilitados para posarse sobre un nombre. Hasta que ese nombre invade sus oídos y el resto de órganos de su cuerpo. Y su condición de voyeur se libra del vacío poseyendo al objeto de deseo que nunca más volverá a ser mirado como la primera vez.

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24 de junio de 2014
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Asuntos metafísicos 57: Localidad e individuación

Recordemos: Si dos  regiones R1, R2  están espacialmente separadas,  entonces  ningún evento A que acontece  en la primera puede tener directa influencia sobre un evento B que acontece en la segunda, y viceversa(1).

El concepto de localidad así definido  tiene vertiente en el muy vecino de separabilidad. Si el primero se enuncia más bien  en términos restrictivos de exclusión de influencia directa, la separabilidad enfatiza más bien el hecho positivo de que el evento  B constituye un estado físico bien determinado ( representado como un vector en el espacio de Hilbert) cuya subsistencia o desaparición es independiente del evento B. De tal manera  el concepto de  separabilidad  (en los términos en que ha sido presentado),  se halla estrechamente vinculado al concepto  de individuación,

Nótese que, de entrada, cabe afirmar el principio de localidad sin comprometerse con la separabilidad, ni por consiguiente con la individuación.  Pues decir  que nada de lo que ocurre en la región A puede tener un efecto sobre lo que ocurre en la región B no obliga a decir que lo que se da en B se halla  en un estado concreto y bien determinado, es decir, constituye un individuo en acto (en realidad esta posibilidad de localidad sin separación individual es objeto de discusiones técnicas).

En cualquier caso el hecho de que  sin separabilidad (enmarcada o no en la localidad) no quepa  hablar propiamente de individuos, hace  que  la mecánica cuántica  (experimentalmente confrontada a múltiples casos en los que afirmar la separabilidad se hace imposible) nos obligue  a interrogarnos sobre el concepto mismo de individuación, nos obligue en suma a replantear la temática fundamental que desde Aristóteles no ha dejado de obsesionar a la historia de la metafísica y que concretamente hace de Leibniz, con  su principio de individuación, un invitado indispensable en estos asuntos cuánticos.

 


(1) Recordemos asimismo que si entre ambos eventos se constata alguna correlación, ésta debe ser atribuida a una causa común con origen en una región que constituye la intersección de sus conos de luz  incidentes. Desde tal región R3, el intervalo temporal es suficiente para que una partícula a velocidad inferior o igual a la de la luz pueda cubrir el espacio que separa tanto de la región R1 como de la región R2.

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24 de junio de 2014
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