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Explosiones

Por 3 de agosto de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

Jorge Volpi y Solis, in memoriam

 

El vuelo comercial 655 había salido con veinticinco minutos de retraso de su base y se dirigía hacia su destino cuando un misil tierra-aire SM2-MR lo hizo estallar en mil pedazos, provocando la muerte de 274 pasajeros -incluyendo 66 niños- y los 16 miembros de su tripulación. Los atacantes apenas tardaron en reparar en su error: en vez de deshacerse de una nave militar, habían disparado contra un avión civil que sobrevolaba la zona de conflicto. En medio de las tensiones bélicas de la zona -una de las más conflictivas del planeta-, las partes de inmediato procedieron a acusarse mutuamente, enfriando todavía más sus relaciones diplomáticas.

            El incidente, que en mucho recuerda al ocurrido hace unas semanas en el este de Ucrania, donde otro vuelo comercial, el 17 de Malaysian Airlines, fue derribado por otro misil -que en este caso provocó la muerte de 283 pasajeros y 15 miembros de su tripulación-, ocurrió el 3 de julio de 1988, en el estrecho de Ormuz. El vuelo 655 pertenecía a Iran Air, y fue derribado por un proyectil lanzado desde el portaviones USS Vincennes cuando realizaba un trayecto entre Bandar Abbas y Dubái. El escenario era la guerra entre Irán e Irak, en la cual Washington apoyaba subrepticiamente a Saddam Hussein. Pese a que según todos los reportes el vuelo 655 transmitía en la frecuencia reservada a la aviación civil, Estados Unidos jamás reconoció su equivocación o la negligencia del capitán William Rogers III -el entonces vicepresidente George Bush llegó a afirmar que su país "jamás pediría disculpas"- y sólo en 1996 accedió a retribuir ex gratia a los familiares de las víctimas.

A un cuarto de siglo, la situación parece repetirse: en medio de los enfrentamientos entre los rebeldes y las tropas leales a Kiev en la provincia de Donetsk -o en la República Popular de Donetsk-, el derribo del vuelo 17 de Malaysian Airlines se presenta como un nuevo error criminal y una vez más las partes se acusan una a otra. Tras el incidente, el presidente Obama señaló que todos los indicios conducen hacia los independentistas apoyados por Moscú, mientras que los rebeldes insisten en que ellos no cuentan con misiles tierra-aire capaces de derribar a un avión en vuelo.

Más allá de que, en efecto, la autoría parezca ser de los rebeldes -en un claro error pues, a diferencia de lo ocurrido en Irán, aquí no habría ninguna razón para atacar un avión malayo-, el caso del MH17 ha servido para crispar aún más las relaciones entre Estados Unidos y Rusia en lo que muchos perciben como una nueva "guerra fría". Justo cuando China se alza como su mayor rival, las dos viejas potencias nucleares vuelven a enfrascarse en una confrontación soterrada en los mismos escenarios de la primera y la segunda guerra mundiales: no es casual que diversos analistas se apresuren a invocar sus fantasmas.

Igual que en 1988, la verdad queda escondida detrás de las versiones de unos y otros. Sin duda, tras una época en que Vladímir Putin intentó devolverle a Rusia su papel internacional con iniciativas multilaterales como el G-8, su nostalgia por la antigua Unión Soviética se ha exacerbado. Tras las humillación de ver a sus antiguos vasallos del Pacto de Varsovia sumarse a la OTAN, lo único que no podía tolerar es que las antiguas repúblicas soviéticas, y menos Ucrania, la "Pequeña Rusia", escapasen a su control. Pero también es cierto que la demonización que el líder ruso sufre en los medios occidentales -no han faltado quienes lo comparan con el káiser Guillermo o con Hitler- responde a una torpe política hacia las antiguas repúblicas soviéticas que jamás ha tomado en cuenta sus peculiaridades históricas, culturales o lingüísticas.   

Aunque nos fascinen los paralelismos, la anexión Crimea no se parece a la de los Sudetes. El talante autoritario de Putin es abrumador, pero sus delirios de grandeza son más realistas que los de Hitler o Stalin y él mismo no parece saber qué hacer con los rebeldes, quienes en efecto hablan ruso y se identifican culturalmente con sus vecinos -y vieron drásticamente limitados sus derechos con el gobierno prooocidental de Kiev- pero que, según todas las encuestas, en su mayoría prefieren permanecer en Ucrania. En estos días, Estados Unidos y la Unión Europea han incrementado las sanciones contra Rusia, aumentando la escalada en un marco económico global sumamente frágil. El riesgo está, pues, en saber hasta dónde arrinconar a Putin sin provocar que la explosión del MH17 detone muchas otras.

 

Twitter: @jvolpi

 

 

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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