Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

F. K.

 

Siempre se ha dicho que el conocimiento de disciplinas como la botánica, la entomología, la herpetología, la ornitología, añaden valor, justifican una actividad como la del paseo por el campo, actividad que en sí misma no deja de ser insulsa, aburrida e inútil, como todas las vinculadas al ejercicio del deporte y a sus doctrinas paralelas. Descubrir a los seres vivos que nos rodean, y que son lógicamente más abundantes en espacios periurbanos que en espacios urbanos, proporciona una gratificante experiencia al observador, incluso al que, por prescripción médica, no le queda más remedio que pasear pese a que le resulte profundamente anodina dicha experiencia, hablo de quienes añoran el bullicio inmisericorde de las grandes ciudades.

Ahora me escribe un desconocido domador uruguayo, de desconcertante nombre, Ferenc Krasna, para informarme, para agradecerme que le haya introducido en el mundo del Arte Casual (AC), que le haya abierto los ojos ante el gran número de manifestaciones de este concepto artístico que surgen ante el observador atento, eso sí del observador que disponga de cierto grado de conocimientos sobre Arte Contemporáneo. Adjunta foto de una porción del suelo del entorno de su domicilio en Montevideo, suelo que nunca tuvo en cuenta y que, ahora, le produce un gran impacto visual gracias a AC, al lograr que su retina, educada, registre, de modo incuestionable, un evidente, aunque quizá fugaz, hecho artístico. AC aporta pues un plus de interés a ejidos, huertos, ruinas, polígonos industriales, cementerios de coches, calles que se pierden en los campos, uno más de los benéficos efectos obtenidos al adentrarse en ese nuevo concepto que permite ver las cosas de otra manera, que quizá, incluso, enseñe a ver la realidad de otra manera, enseñe a ver, de modo pertinaz, la verdadera realidad.

Leer más
profile avatar
16 de enero de 2025

Jorge Lanata.

Blogs de autor

Argentina despide al genial periodista camaleónico Jorge Lanata

“¿Así que usted es periodista y argentino?”, me pregunta don Joaquín, mientras arma el ramo de ocho rosas que escogí y las rodea de ramitas tiernas. “¿Supongo que sabe que se murió Lanata? Para algunos era un héroe, para otros un monstruo”, acota, moviendo la cabeza mientras sus manos diestras atan el cordel rojo alrededor de las flores.

“Qué extraño, ¿no? No sé si hay un periodista actual en Chile que despierte esas pasiones encontradas”.
Y por un par de minutos, se concentra en atar el nudo rojo y adosarle un moño del mismo tono. Queda apretado, perfecto para regalo de aniversario de boda.
Estamos en un mínimo local en Manuel Montt y Providencia. Antes, mientras yo elegía las rosas, me había preguntado qué hacía yo, y me había comentado la noticia del día: la justicia había dado la razón a la periodista Paulina de Allende Salazar, injustamente despedida del canal MEGA por referirse a un carabinero recién asesinado con el nombre de ‘paco’.
Y entonces, por sorpresa, don Joaquín agrega: “Sí, pero acá en Chile los amores y los odios a gente que uno no conoce no llegan a tanto como allá, ¿no?”
En esa pequeña tienda refrigerada en medio del verano santiaguino, rodeado de flores y cintas y moños, el florista me dio el eje, el enfoque y las preguntas centrales para compartir con el público chileno algunos datos e ideas sobre el recientemente fallecido ‘Gordo’ Lanata, el periodista argentino más determinante de los últimos 40 años.

* * *

Nacido en Mar del Plata en 1960, Lanata tuvo una infancia triste y solitaria, con un padre duro y arbitrario y una madre que murió cuando él apenas despuntaba preguntas; fue criado por una tía y una abuela, y a los 55 años se enteró de que era adoptado. Su familia no fue determinante en su vocación, pero apenas empezó a escribir en el colegio, voló.
Contó a varios entrevistadores que su primer texto publicado fue un ejercicio escolar. El profesor les pidió escribir sobre un cuento de Conrado Nalé Roxlo, que entonces estaba en boga. Buscó su nombre en la guía telefónica, lo llamó y lo fue a entrevistar a su casa. La revista del colegio publicó su entrevista. Desde entonces Lanata nuca perdió esa creatividad, empuje, desparpajo y ambición.
Trabajó en radio desde los 14 años, mintiendo que tenía 19. A los 26, fundó el diario Página/12 y desde entonces se convirtió en uno de los siete creadores de diarios que cambiaron la historia del país.
Estos son sus precedentes: El primero fue el secretario de la Primera Junta de 1810, Mariano Moreno, con La Gaceta de Buenos Aires. El segundo, Bartolomé Mitre, general, presidente, escritor y fundador de La Nación. El cuarto, Natalio Botana, creador del periodismo narrativo y popular con Crítica, donde escribieron Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. En los cuarenta, el diario que representó el nuevo país del peronismo, el Clarín de Roberto Noble, diario de masas, todavía el más vendido e influyente. En los sesenta, La Opinión de Jacobo Timerman, el de la izquierda intelectual y la salida al mundo.
Y con el fin de la dictadura, el Página/12 de Lanata fue el último gran invento del diarismo argentino, juntando a lo mejor de los sobrevivientes de La Opinión como Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez y José María Pasquini Durán, con lo más creativo y osado de las nuevas plumas: Juan Forn y Rodrigo Fresán, entre otros, se alternaban en la crónica de contratapa; Marcelo Zlotowiazda escribía de economía; Ernesto Tenembaum, de política; Walter Goobar, de internacionales. Horacio Verbitsky investigaba el poder menemista.
Entre muchos que hoy son grandes nombres en medios y libros, los jovencísimos Cristian Alarcón y Graciela Mochkovsky aprendieron el oficio en su polvorienta redacción, donde se mezclaba el ruido de los cables y el olor a tinta y humo. Fue Lanata quien descubrió a una joven cronista de Junín, Leila Guerriero. También él quien pensó que un novelista en ciernes, Martín Caparrós, podía escribir crónicas.
Así lo cuenta Caparrós en su reciente libro de memorias, Antes que nada. La anécdota, pienso, muestra la brillantez de Lanata para liderar equipos, descubrir talentos y caminos, adelantarse a todos. Y recrea en una escena su gracejo criollo irresistible.
A comienzos de los noventa, Martín, que ya había colaborado con Jorge, lo fue a ver para proponerle hacer crítica gastronómica (rechazado por “pretencioso”) o dirigir la revista mensual Página/30 (también rechazado, porque “nos vamos a pelear todo el tiempo”).
“Ya me iba, derrotado, cuando me dijo que por qué no hacía ‘territorios’.
-Hacete uno por mes, un territorio de algo cada mes y te los pago bien. Dale, por que no empezás con Tucumán, todo el quilombo que hay con Bussi.
El general Domingo Bussi era un asesino que estaba por ser elegido gobernador de la provincia donde había sido dictador, y la propuesta era curiosa. Por esos días en la Argentina, fuera de la revista El Porteño, no se hacía ‘periodismo narrativo’. O se hacía en muy pequeñas dosis: a veces, notas de Página/12 usaban formas de relato para contar ciertas situaciones – una reunión de ministros, un crimen, un castigo – en artículos que nunca excedían el millar de palabras.
-Bueno, si me dan el espacio suficiente y no me rompen las bolas.
-No te preocupes. Claro que te vamos a romper las bolas. (…) Dale, a vos te gusta hacer esas porquerías ilegibles. Empezá con Tucumán y después vemos.”

* * *

Los ‘territorios’ de Caparrós se convirtieron en el origen del mejor periodismo de ‘viajar para entender’ que hay hoy en Latinoamérica, tal vez en el mundo. Los perfiles de Guerriero y las crónicas de Forn son los modelos para el mejor periodismo narrativo actual. Lanata los supo descubrir incluso antes que se vieran ellos mismos, y los invitó a hacer aquello que nadie haría mejor.
¿Estos tres, y tantos más, serían lo que son sin el empuje y el ojo de Lanata? No lo creo.
Esta forma de descubrir y guiar a lo mejor del periodismo joven, con ser mucho, no fue lo central de Página/12. Lo fue la forma de combinar periodismo de golpes noticiosos con humor, datos con ironía, cultura popular con alta cultura, guiños a la izquierda con información necesaria y diversión inédita para todo público.
En los recuerdos desperdigados en redes a propósito de su muerte, junto con insultos a Lanata o insultos a los que lo insultan, las memorias de tapas emblemáticas de su diario genial recordaban, sin querer, una época en que el chiste mordaz era mucho, tanto más efectivo que los insultos.
La mayoría son de su época de gloria, la década menemista.
Como cuando Menem acusó al diario de amarillismo, y al día siguiente salió todo el diario en papel amarillo.
O cuando Menem indultó a los genocidas de la dictadura y la tapa apareció en blanco, con un pequeño recuadro abajo, que por chiquito gritaba tanto más que las letras tamaño extremo.
O cuando salió con un agujero en medio para denunciar el faltante en el presupuesto.
O –este es un recuerdo mío, no lo he visto en ningún lado– cuando un reportaje de investigación denunció que una empresa francesa traía desechos fecales humanos de tierras galas para enterrarlo en la Patagonia. El título sonaba a chiste de colegio: Olalá popó.
A mí me sigue haciendo sonreír. El título es un chiste. La investigación, mucho más seria que las genuflexiones al poder de turno de los otros diarios.
No era solamente la introducción del humor: era la gracia en su sentido más amplio, el compartir el guiño y el respeto por la verdad y por los valores que unieron a esa generación post- dictadura, las ganas de mejorar el país y el mundo sin violencia, los derechos humanos, el ansia de saber, la sospecha de que los poderes te quieren engañar, el sentirse uno con un medio que te expresa, que trae valores perdidos y también representa la modernidad.
Ir en el colectivo o el subte con Página/12 debajo del brazo era, en esos años, mostrar que uno estaba del lado bueno de la historia. ¿Demasiado ilusos, ingenuos?
Lanata estaba en el centro de esa bendita ilusión.

* * *

Pero la etapa de Lanata en Página terminó, y su permanente inquietud y, me temo, su afán de protagonismo y notoriedad lo llevaron a la televisión y a la radio. Fundó medios, como la revista Veintiuno, que después fue Veintidós cuando llegó el Siglo XXI, y después fue Veintitrés no sé bien por qué. Trabajo en radios, en televisión, escribió muchos libros, entre ellos dos best seller que contaban la historia patria con algo de la mordacidad y el humor de su viejo diario: Argentinos.
Pero él debía querer más, otra cosa, estar en el centro. Y la oportunidad le llegó en la época de Néstor y Cristina Kirchner. El viejo enemigo del menemismo ahora se enfrentaba a sus viejos aliados, a los periodistas que él mismo había enseñado y sostenido.
La nueva Página/12 y los medios de radio y televisión “progresistas” estaban al lado del matrimonio Kirchner.
Y Lanata poco a poco se fue convirtiendo en el principal enemigo de la pareja presidencial. Los acusaba de mentir apropiándose de la lucha por los derechos humanos, cuando en dictadura y durante el reinado de Menem no había levantado la voz ni movido un dedo. Pero mucho más: los acusaba de armar una mafia corrupta que denunciaba semana a semana en su nuevo programa de televisión, Periodismo para todos en el Canal 13 del Grupo Clarín.
Si durante la década del peronismo de derecha de Menem Lanata lideró las investigaciones y la burla al mal gusto de Menem, en esta nueva década kirchnerista se reinventó como azote televisivo, y como tábano de esta pareja de adalides de los pobres que inventan creativas formas de hacerse millonarios. Lo hizo durante más de una década en su programa matutino, Lanata Sin Filtro, el más escuchado del país, en la Radio Mitre, también del Grupo Clarín.
El Lanata enemigo jurado del grupo periodístico más poderoso del país se había convertido, para sus seguidores, en aliado de Clarín porque vio que más allá de sus diferencias, los unía el enfrentar a un poder autoritario y controlador de los medios.
Para sus enemigos, se convirtió en un vendido al gran capital del medio hegemónico. Y sus peores críticos fueron, lógicamente, los que antes lo amaban en su etapa de Página y ahora lo llamaban traidor.
Genial como siempre, le puso nombre a la nueva época: bautizó la era kirchnerista como “La grieta”. De un lado, los fanáticos K. Del otro, los fanáticos anti-K.
Pero Lanata no sólo bautizó ese largo período tóxico: él fue la grieta. Él comenzó un periodismo que, si bien tenía datos, testimonios, buena factura audiovisual, creatividad y golpeaba con investigaciones como las que desnudaron a los testaferros K, transformó el periodismo en un campo de batalla. Hizo periodismo militante en contra de sus antiguos compañeros militantes.
Para mí, cayó del pedestal de la imparcialidad en el momento en que llegó al gobierno Mauricio Macri y debió jugársela como contra Menem y los Kirchner; y no lo hizo.
En los cuatro tristes años de gobierno de Mauricio Macri, los programas de Lanata siguieron sacando evidencias de la corrupción K, en vez de investigar al presidente que estaba tomando la mayor deuda de la historia del Fondo Monetario Internacional, y preguntarse qué pasó con ese dinero, que se perdió en los pliegues de los grandes grupos financieros que apoyaron a Macri.
Había que acabar con el único mal de Argentina, la cleptocracia K, pregonaba el Lanata furioso de esos años.

* * *

¿Fue ese furor con datos reales pero unidireccional y sin contexto internacional un elemento central en lograr que el año pasado el 54 por ciento de los votantes se volcara por un vociferante que prometía terminar no sólo con los abusos del Estado, sino con el Estado mismo? Yo creo que sí.
En una de sus últimas entrevistas, en Radio Con Vos, con uno de sus viejos discípulos, Ernesto Tenenbaum, Lanata se lamentó que en redes e incluso en la calle, los fanáticos de Milei lo insultan llamándolo “K”. ¡Justamente a él, que fue el azote de Cristina Kirchner! Estaba viendo al monstruo en el espejo: para los descerebrados mileístas, si no adoraba al peluca de la motosierrista, debía ser de los “kukas”, aunque obviamente, sus programas demoledores fueron gasolina en el fuego que llevó a Milei al poder.
Lanata, tal vez por primera vez, no entendía lo que estaba pasando. Estaba aterrado y asombrado de esos jóvenes fanáticos, mezclados con trols a sueldo, que construyeron el fervor actual por el impresentable Milei. Yo escuché esa entrevista. Me dio pena.
Siento que la falta total de diálogo y de mínimo respeto entre los que piensan distinto, que se fue exacerbando en la Argentina post-dictadura hasta convertirse en la gritería de sordos de ahora, es en parte responsabilidad de la genial y tóxica transformación de Jorge Lanata.
Aceptarlo todo para que desaparezcan los que odiamos. “Cualquiera menos…” nos llevó a este cualquiera. Poco antes de su muerte Lanata se sintió atacado por los que lograron que su energúmeno sea presidente sin darse cuenta que, en parte, su furor y su personaje televisivo crearon al monstruo.

* * *

Pero Lanata es, ahora que murió y se debe hacer balance, muchas cosas más.
Un amigo mío está investigando al periodista argentino más punk y más beat, Enrique Symms, el creador de Cerdos y peces, tal vez la revista extrema que Lanata soñaba con crear si no hubiera querido ser también famoso, poderoso, rico y admirado.
Y entre las cosas que me llegaron por la muerte de Lanata, Matías me mandó un párrafo que incluye estas frases. No puedo dejar de pensar que Jorge Lanata está también escribiendo sobre sí mismo, sobre el hombre, el periodista, el soñador inclasificable que quiso y temió ser:
“Symns raspa. Symns no tiene bordes lisos, y siempre está por morir (…) Symns es un escritor; en este tiempo en que cualquier imbécil se autodenomina ‘artista’ y los ejecutivos imprimen ‘creativo’ en su tarjeta de negocios, Symns es un escritor. Y Symns, como todo escritor, se odia a sí mismo. Hay algo en él que combate su esencia: no sé qué es, pero Symns se suicida, se boicotea, se ama exageradamente, duda de sí mismo o se reza, todo a la vez”.
¿Y si sacamos Symns y ponemos Lanata? Yo creo que, más allá de los datos y las peleas con los poderosos de cada momento, en esta visión de Symns, que nunca quiso aquel poder y prestigio por el que Lanata estaba dispuesto a traicionar a los que lo idolatraban, se esconde, además de una prosa afilada y dúctil, un Lanata más allá del evidente.
En noviembre de 2012 (cuando Lanata tenía 52 años), su colega Luis Majul había un libro sobre él de 440 páginas, lo más parecido a una biografía del “periodista más amado y más odiado de la Argentina”.
Allí define Majul su vida y su carrera en un párrafo:
“Fue casi un niño prodigio. Tuvo decenas de mujeres, tres matrimonios con libreta y dos hijas. Terminó el colegio secundario de noche y jamás obtuvo un título universitario. Fundó dos diarios y cinco revistas. Condujo programas de radio y televisión. Hizo una película. Hizo de actor para películas y video clips. Publicó ocho libros. Fue acusado varias veces de plagio. Ganó decenas de premios. Soportó una quiebra personal, tuvo que vender relojes para pagar deudas y todavía sigue gastando más de lo que tiene… Se peleó con decenas de colegas y también con casi todos los presidentes desde 1983 para acá. Tomó toda la cocaína que podía tomar y un poco más, hasta que su cuerpo y su alma le pusieron un límite. Juró que jamás trabajaría para Clarín. Hasta que se transformó en el periodista estrella del Grupo”.
En el obituario publicado en Clarín, Osvaldo Pepe resumió así su “personaje” este 31 de diciembre:
“Jorge Lanata fue mucho más que un periodista. Fue un hombre de los medios que trascendió los medios y llegó a la condición de figura rectora, un influyente top de la cultura mediática de su tiempo. Considerado por muchos el número uno de ese universo, sin dejar de destacarse en otros, supo adaptarse y posicionarse a la vanguardia en todos los géneros del periodismo, gráfico (prensa escrita), televisivo, radial, plataformas multimedia, ciclos documentalistas y de investigación.”
¿Cómo recordaremos a Lanata? ¿Como un gran periodista, creador de medios, de formatos, de lenguajes y estilos? ¿Como impulsor de la carrera de los mejores, muchos de los cuales lo recuerdan con cariño, mientras otros prefieren olvidarlo?
Lo bueno de no tener que hablar en su funeral ni tener que denostarlo en los medios que hoy lo aborrecen, como lo que queda de su Página/12, es que se puede pensar a partir de él, a partir de sus grandes logros y de su perturbadora influencia en el periodismo de hoy.
Yo me quedo con una vida y una obra desorbitadas, fecundas, que ayudan a pensar el periodismo e imaginar uno tan creativo como lo que logró el mejor Lanata, y a soñar con uno alejado de las peleas a garrotazos dentro del poder (no fuera, como debe estar) en que cayó el peor Lanata.

Este texto fue publicado en forma más breve en la revista Mensaje y en forma completa en la revista digital Puroperiodismo, ambos de Chile, en enero de 2025. 

Leer más
profile avatar
15 de enero de 2025

'Cartas de una vida' de Irène Némirovsky (Salamandra, 2024)

Blogs de autor

Irène Némirovsky, cartas que explican toda una época

 

La autora de Suite francesa no escribió su correspondencia pensando en la posteridad, nos recuerda su biógrafo y editor de Cartas de una vida, Olivier Philipponnat. En cualquier caso, fueron los acontecimientos los que se encargaron de que así fuera. La invasión de Francia y la implantación del draconiano Estatuto de los Judíos primero truncaron la carrera literaria de Irène Némirovsky (Kyiv, 1903-Auschwitz, 1942) y después la arrancaron de los brazos de su familia, resguardada desde 1940 en Issy-l'Évêque: un pueblecito "perdido en el que ni siquiera hay librería" apunta en su correo, según le cuenta a una amiga de juventud. Temporalmente la confinaron en la gendarmería de Toulon-sur-Arroux -"Estoy convencida de que esto no durará mucho. (...) Por mi parte, me siento tranquila y fuerte"- para luego trasladarla al campo de Pithiviers, hasta que un 16 de julio de 1942 los vagones de la muerte se la llevaron al lugar donde Europa perdió su humanidad.

Fue entonces cuando aquella mujer tenaz e independiente -en el París de la emigración, estudió en La Sorbona- escribió de su puño y letra sus últimas palabras a sus hijas y marido, Michel Epstein: "Creo que partimos hoy. Valor y esperanza. Os llevo en el corazón, cariños míos. Que Dios nos ayude a todos". Un «partimos» que parece resistirse a pensar en un adiós definitivo. Némirovsky dejaría inconcluso el retrato de la ocupación (y la Francia de Vichy) -"Dios mío, ¿qué me ha hecho este país? Ya que me rechaza, contemplémoslo fríamente. Observémoslo perder su honor...", anota en sus cuadernos de trabajo- que, según su plan, debía concluir con una quinta parte sobre la paz, que ya solo vivirían sus hijas, y "el triunfo del destino individual" -"la revancha del peón", en palabras de Philipponnat-, una de sus principales obsesiones literarias.

Más que un retrato de la escritora, Cartas de una vida ilumina a la mujer que se abre camino, tras la revolución bolchevique, en un país que suscitaba, como a la gran mayoría de la clase pudiente del Imperio ruso, un amor a distancia, y que ella reafirmaba con sus estancias anuales en los principales centros vacacionales para los eslavos acomodados en la zona de Biarritz y la Costa Azul. También seguimos sus pasos en el mundo literario como autora extranjera en un entorno gobernado por hombres, después de un primer éxito temprano, David Golder, que publicó a los 26. No espere el lector cartas sobre sinopsis de novelas, planificaciones editoriales o teoría literaria. Menos aún una inmersión en el ambiente intelectual de las décadas de 1920 y 1930 con sus correspondientes chismes.

Del exilio a la fama Si de algo da cuenta esta correspondencia de una escritora que resplandeció en una lengua que no fue la materna, y en las condiciones más adversas tanto legal como personalmente -tras el despido de su marido banquero de resultas de una septicemia mal curada cargó con la economía familiar, incluso cuando ya le resultaba complicado publicar, como apátrida de origen judío, y cobrar sus contratos-, es de sus estados de ánimo. Y en todo momento, la escritura (y su publicación) están en el centro, así como sus seres más próximos. En momentos especialmente productivos o en el inicio de su matrimonio, 1925-1930, encontramos un vacío epistolar.

Olivier Philipponnat, editor también de sus obras completas, creó unas divisiones acertadas, atravesadas por una flecha del tiempo que se acelera con el ritmo de los acontecimientos. La correspondencia de Némirovsky, hija de un rico banquero, parte de los años de adolescencia y descubrimiento de París ("Despreocupación") tras la huida de Rusia por Finlandia y Suecia. La única destinataria es su amiga Madeleine, con quien repasa flirteos, fiestas y bailes. "Mi larga experiencia me ha enseñado que en la vida no hay más que un gran amor, sólo que adopta nombres y rostros diferentes", le dice en 1922, para dos años después comentarle que "hay algo, o más bien alguien, que me retiene en París", refiriéndose a Michel Epstein.

"Fama" (1929-1939) comprende su irrupción en la escena literaria con la carta a Éditions Grasset, a quienes envió anónimamente el manuscrito de David Golder y a cuya respuesta entusiasmada no atendió hasta después de dar a luz, coincidiendo con la entrada a imprenta de la novela. Uno de los pocos momentos de reflexión literaria aparece en una entrevista intercalada de 1930: "Un libro está formado por múltiples elementos; por pequeños hechos sin importancia, por conversaciones que te dejaron huella, por sucesos reales que te impactaron la imaginación y, al mismo tiempo, por pensamientos íntimos y constantes que sólo puedes revelarte a ti misma porque nadie más los comprendería".

De la angustia al fin Némirovsky demostró en todo momento, en los buenos tiempos, pero también en los años de "Incertidumbre" (1939-1941), carisma y determinación para defender sus tarifas, acuerdos y regalías. Igualmente se cartea con reseñistas para agradecerles sus críticas, incluidas las negativas, responde artículos que, considera, incurren en falsedades y se pone en contacto con autores a quienes admira. Especial es la relación que fragua con Albin Michel, editor que velará por su estabilidad económica, y cuya editorial cuidará del bienestar de sus hijas, francesas de nacimiento, ya huérfanas.

El trago amargo llega con "Angustia" (1941-1942), cuando todas las energías están puestas en conseguir dinero, en gestionar lo que quedó en París y en el empeño de publicar -con las dificultades de un país divido-, y "Pesadilla (1942-1945). Aquí las cartas en la que se piden favores, descuentos y adelantos darán paso a telegramas expeditivos de Epstein en busca de su mujer, en que llegará a preguntar si puede intercambiarse por ella. Moverá cielo y tierra por ayudarla y acabará corriendo su misma suerte, gaseado el mismo día de su llegada a Auschwitz.

Jean-Jacques Bernard, al prologar su póstumo La vida de Chéjov, le dedicó el más justo y bello epitafio: "Arrancada para vivir de su tierra natal, sería arrancada para morir de su tierra de elección. Entre estas dos páginas queda inscrita una existencia demasiado corta, aunque brillante: una joven rusa que llegó para dejar escritas, sobre el libro de oro de nuestra lengua, páginas que lo enriquecerían".

Leer más
profile avatar
14 de enero de 2025
Blogs de autor

El don para crear la realidad de Leslie Jamison

Primero: anhelar; segundo: observar; y, por último: habitar. Estos son los tres estadios en que se divide el conjunto de ensayos de Leslie Jamison (Washington, 1983) que lleva por título Gritar, arder, sofocar las llamas, traducido por Rita da Costa, y que ha publicado Anagrama. Formada en la Universidad de Harvard y en el Iowa Writers’ Workshop, con un doctorado en la universidad de Yale, Leslie Jamison dirige el área de no ficción del Máster en Bellas Artes de la Universidad de Columbia. Se ha escrito de ella que es la rutilante heredera de Joan Didion, aunque por ella misma se vale para llamar la atención sobre esos tres verbos que distraídamente se ofrecen como consejos o como ejemplos de vida.

Cuando la fotógrafa Annie Appel, protagonista de uno de los ensayos reunidos, habla de la frustración del periodista y escritor James Agee, precursor del Nuevo Periodismo norteamericano, ante la imposibilidad de captar la dureza de las condiciones de vida de los campesinos estadounidenses, está mostrando su propia frustración ante la imposibilidad de captar la cotidianidad de María y su familia en Baja California mediante la fotografía. Hay un paso corto de ahí a intuir que Leslie Jamison está hablando de su frustración para aprehender la realidad. Y ya no sólo mediante la escritura, sea ésta el periodismo, el ensayo o la novela –la poesía es otra cosa–.

La parte más íntima y más punzante de los escritos de Jamison se encuentra en esa confesión de la propia ineptitud para captar la realidad, para verla como está convenido que es, puesto que nunca estará a la altura de lo que anhelábamos, esperábamos o imaginamos. Precisamente, en esa grieta profunda que se extiende entre lo que nos gustaría ver al mirar y lo que realmente se alza ante nosotros, se halla la verdad. Abisal. Voluble. Profunda. Opaca. Invisible. Por eso, allí es donde hay que aprender a habitar. El subtítulo del libro es Ensayos sobre la verdad y el dolor.

Desde esa grieta o frontera difusa es desde donde parece escribir Jamison, ya sean artículos, ensayos o reportajes sobre una ballena solitaria, sobre niños que recuerdan vidas anteriores, sobre una estridente víctima de los ataques de un desequilibrado, sobre las personas que no ven la luz del sol en Las Vegas, sobre las que la ven y se casan en un santiamén o sobre la frustración de una fotógrafa que no consigue retratar los efectos de la pobreza, la violencia, las migraciones, las drogas y las pérdidas a pesar de estar conviviendo durante varias décadas con una familia mexicana que las ha sufrido.

En esa zona intermedia que habita y a la que invita a quien lee, resulta especialmente prolija porque, ya se ha dicho, es el lugar de toda la verdad y nada más que la verdad. Es el territorio donde se mezclan la posibilidad y los acontecimientos consumados, ya sean comprobables o únicamente narrados. Es la zona del verbo. La zona del aprendizaje, que, a fin de cuentas, es lo único que vale algo, lo único que merece la pena. Allí están todas las personas que se identifican con la ballena 52 Azul en su soledad y su dificultad para ser escuchada, ni siquiera oída. En ese territorio intermedio se sitúa la escritora también para hablar de su alcoholismo y sus trastornos alimentarios del pasado. Y de sus relaciones afectivas fracasadas, pero también de su aprendizaje para la maternidad y la convivencia.

Primero está el anhelo que motiva el movimiento, la fantasía que nos promete que todo el esfuerzo será recompensado con creces. Después, la observación de una escritura que renuncia a la objetividad porque desde el inicio asume que una voz impersonal es una falacia. Desde la observación participante heredera del nuevo periodismo evoluciona a una crónica nacida de la necesidad de ver para luego habitar. Es recomendable no saltarse ningún paso. Jamison demuestra que no se puede habitar en el anhelo. O, si no se puede evitar, es necesario prepararse para hacer frente a las consecuencias. En esa enorme ranura entre lo imaginado y la realidad que nos brinda la autora puede aprenderse incluso a eso, y a curarse las heridas.

Leer más
profile avatar
12 de enero de 2025
Blogs de autor

Homo loquens: narra, computa e importa

El algoritmo, se dice, hace poemas. ¿Cómo los hace? Una persona especializada en la disciplina declaraba en un periódico barcelonés " hace sonetos...aunque todavía no tiene la inteligencia poética". Obviamente, esto solo casa si el concepto de poema es equívoco, hasta el punto de recubrir otra cosa que lo que hace un poeta. Dudas pues sobre lo que denominamos poesía. Pues bien, señalaré un criterio que, de satisfacerse, llevaría a apostar que efectivamente se trata de un poema en el sentido cabal: surge y se despliega allí una metáfora hasta entonces jamás aparecida en lengua alguna.

Hay ejemplos múltiples de tan singulares metáforas, las cuales son quizás utilizadas por los algoritmos, con su prodigiosa capacidad de archivo y combinatoria, para crear " poemas" sin poseer “inteligencia poética”.

Constatado este proceder, cabe entonces que una inteligencia natural imite los métodos de la inteligencia artificial para forjar (en apenas unos minutos) un pequeño "poema".

“Y cuando el tiempo devoró el invierno/ En su isla de silencio, /Ante la piedra/El murciélago pudo ver/ La muerte ajena”.

Nada realmente nuevo en esta construcción, de hecho, utilización oportunista   de un pequeño espectro del trabajo de dos creadores. No está excluido que dé el pego…no desde luego a quien lo forjó, sabedor de que se limitó a realizar una más o menos afortunada combinatoria.

El ser inteligente humano sabe perfectamente si está siendo ocasión de que las palabras se recreen o si está meramente instrumentalizando tal emergencia, es decir, manipulando el fruto del trabajo ajeno.

Sin embargo, quizás incluso la percepción de tal diferencia falta al algoritmo.  Quizás para él la diferencia entre emergencia y combinatoria no se da, al igual que no se dan otras diferencias importantísimas cuando se trata del humano, tal por ejemplo el hecho objetivo del aprendizaje de la matemática, por un lado, y la connotación psicológica que en tal aprendizaje acompaña al humano, por otro lado. Me detengo en este asunto.

Confrontado a la tarea de aprender a programar en informática, el humano tiene como disciplina preliminar o propedéutica el aprendizaje de la matemática, concretamente el de las técnicas que un algoritmo  despliega en una tarea específica.

Considérese el caso de la clasificación del conjunto de dígitos manuscritos. Ante un conjunto formado por millones de 9, 5, 3, etcétera, eventualmente muy deformados, ciertos algoritmos llegan a clasificar con una acuidad que deja estupefacto. Y para efectuar tal tarea utilizan técnicas matemáticas que van del algebra lineal a la teoría de probabilidades, pasando por el cálculo infinitesimal.

El estudiante de informática es de entrada iniciado en tales disciplinas y, superará con mayor o menor dificultad esta etapa preparatoria en función de su formación anterior, de su capacidad para la simbolización y obviamente de su interés digamos emocional tanto en relación a la matemática como al objetivo final de aprender a programar.

Dado que la buena relación con la simbolización matemática es uno de los retos complejos que acompaña a todo ser humano, y que muchas veces (en razón entre otras de la mala educación) la matemática literalmente asusta, el esfuerzo será intenso y habrá momentos de descorazonamiento. Supongamos, sin embargo, que esta etapa se ha superado. Pasamos entonces al trabajo de programación, Descargamos los programas oportunos, vemos que el algoritmo está digamos familiarizado con todo aquello que nosotros hemos aprendido. Una aplicación lineal le permite sopesar inputs y adicionarlos; a continuación, somete el resultado a una función no ya lineal que lo convierte en probabilidad de que se trate de un dígito u otro. Si el resultado es catastrófico (por ejemplo, salió probabilidad muy grande para un cero cuando se trata de un seis en el que el trazo a la izquierda se quedó muy corto), entonces la matemática sigue ayudando. El algoritmo aplica un método procedente del cálculo infinitesimal que permite reducir el error de manera sistemática hasta que este se aproxima a cero…etcétera.

Las técnicas matemáticas son aplicadas a diferentes problemas, desde el sencillo en apariencia (pues solo juegan dos valores) de prever la probabilidad de cara o cruz, en función del sesgo de la moneda (eventualmente sesgo nulo) hasta la clasificación de individuos como pertenecientes a una u otra especie, o la previsión de las probabilidades de que llueva, dados ciertos datos empíricos (la presencia de nubes, por ejemplo).

Este hecho permite decir que al igual que le ocurre a la inteligencia humana, también para el algoritmo la matemática es una disciplina por sí misma que no ha de ser confundida con la pluralidad de disciplinas a las que puede ser aplicada. El algoritmo ha de ser de entrada un matemático, y ya se verá hasta qué punto es eficiente en otras disciplinas. Pues bien, una pregunta (para la que no tengo respuesta clara, aunque sí tenga mi sesgo al respecto):

¿Aprendió el algoritmo las teorías matemáticas de las que se sirve con alguna dificultad, eventualmente algún olvido y consiguiente necesidad de repaso? En suma, ¿hay esfuerzo de simbolización en el algoritmo? ¿O más bien cabe pensar que su progreso en el aprendizaje de las técnicas se efectúa de manera puramente maquinal, sin asomo de variable psicológica que anima en la tarea o eventualmente la dificulta? Sólo en la primera hipótesis la inteligencia algorítmica tendría algún tipo de analogía con la profunda pero frágil inteligencia del ser que ciertamente computa, pero narra (eventualmente con metáforas nunca antes surgidas) y desde luego importa; profunda y amenazada inteligencia del ser que cuenta.

Leer más
profile avatar
10 de enero de 2025

Libros de Asteroide, 2024

Blogs de autor

Reivindicación de la dulzura

 

El Caribe es un estado mental, más allá de su mar turquesa o esmeralda, un mar cambiante de azules donde la luz despliega toda su verdad. “Dios está en el paisaje”, leo en Las propiedades de la sed de Marianne Wiggins (Libros del Asteroide). Basta con alzar los ojos del libro para cubrirse de asombro ante las filigranas del atardecer. Pasé los últimos días del año admirando la hospitalidad de los isleños que pintan sus casas de amarillo limón y verde jade, o de azul y rosa pastel, acaso como un acto de resistencia a una vida gris. Y pude reflexionar sobre una cualidad que apenas nombramos, tan ocupados en la resiliencia o la empatía. Me refiero a la dulzura, de la que Aristóteles aseguró que era “un medio entre el arrebato, que conduce siempre a la cólera, y la impasibilidad que no puede nunca llegar a sentirla”.

Adulterada por lo cursi y naif, no ha sido explorada en nuestra cultura. Porque la verdadera dulzura no es azucarada, ni blanda, ni boba, ni aduladora, y nada tiene que ver con los manuales de autoayuda. Se trata de una inclinación consciente de no extraviar el cuidado ni la belleza de cada momento. Dulzura es tener en cuenta lo fácil que resulta lastimar al otro, dejarle un rasguño encima de las heridas que ya acumula, y evitar sumar amarguras. Considerada como la inteligencia de la sensibilidad o la elegancia del espíritu, la dulzura no solo es ternura o indulgencia; también es compromiso.

Una de las filósofas que más ahondaron en ella fue Anne Dufourmantelle, en su Potencia de la dulzura (Nocturna). Para esta especialista en Jacques Derrida –con quien escribió La hospitalidad–, la dulzura es un enigma: “Puede darle la vuelta al mal y deshacerlo mejor que ninguna otra respuesta”. La pensadora insistía en humanizar el miedo y la angustia, y en aplicar una ondulación del ánimo para acoger lo inesperado. Ese instante en que la vida cambia por completo y hay que convertir la vulnerabilidad en confianza.

Anne murió en la playa de Ramatuelle en julio del 2017. Se lanzó al mar para salvar a unos chicos que custodiaba, y las olas la tumbaron. Al llegar a la orilla, poco antes de morir, preguntó a los socorristas: “¿Cómo están los chavales?”. Su reivindicación de la dulzura debería calar algún año nuevo en esta durísima costra terrestre.

Leer más
profile avatar
9 de enero de 2025
Blogs de autor

Los exilios de mi abuela

Ahí está. Lo volví a sentir. Pasé frente a la puerta de la cocina y otra vez me atacó ese olor. Es dulce pero no es un perfume. Es agrio, pero no duele. Es un olor simple y básico que no viene de ninguna de las cosas que tengo en la cocina. Tiene un vago tufillo a comida, pero no es un vegetal ni una fruta ni ninguna de las especies que se apiñan en frasquitos de vidrio sobre la mesada. Es un olor a exilio que lo inunda todo y me pone la piel de gallina. Pero no es mi exilio. No es mío. Es un exilio lejano y permanente, un olor indefinible a algo que se come pero que nunca saldrá de una receta.
Tengo que escribir sobre mi abuela.
Mi abuela se llamaba Ellen. "No es Helen. Es Ellen", decía ella con su castellano que nunca pasó de estrafalario. Le preocupaba que confundieran su nombre, de procedencia centroeuropea, con el de su prima Helen, que tomó otro vapor y se convirtió en American. "An American life". Helen se instaló en Los Angeles para la misma época que mi abuela recaló en Buenos Aires. Pero para la nueva gringa California era tierra de promisión. Para Ellen, Argentina fue un naufragio.
Se pasaba las mañanas en la peluquería, las tardes jugando al bridge con las amigas. No me imagino sus noches. Supongo que soñaba mucho, con un Berlín elegante en tonos pastel poblado de valses, abrigos de cuello suave para ir acariciando por la calle y empedrados donde repicaban los cascos de caballos negros. Soñaba en letra gótica, mi abuela.
Si mi abuelo tenía que salir por negocios, Ellen empezaba a llorar. No lloraba fuerte ni se atoraba con hipos. El efecto era acumulativo. Lloraba un día. Lloraba dos días. Al cuarto día mi abuelo anunciaba que no iba a viajar. Entonces Ellen dejaba de llorar. No sonreía mucho. Sólo dejaba de llorar.
Cuando el abuelo murió, en el 57, Ellen empezó a recibir huéspedes en la casa. Alquilaban cuartos, pero ella los llamaba sus huéspedes. Mi papá -un adolescente flaco de pantalones anchos- dormía en la sala, para dejarle su cuarto a los huéspedes. Casi todos eran alemanes desarraigados. Me los imagino siempre comentando sobre el tiempo y leyendo diarios viejos, los señores oliendo a colonia y crema de afeitar, las señoras con la mirada perdida dentro de un cuadro que había en el comedor, una calleja de Baviera que se perdía en la montaña.
Todas estas cosas pasaban antes de que yo naciera. El primer recuerdo que tengo de mi abuela es éste: Yo estoy parado sobre una mesa en el baño. Mi abuela me está secando con una toalla mientras me canta canciones de cuna en alemán. A mí me gusta que me cante, pero no en alemán; quiero que cante en castellano, como mamá. Pero mi abuela no sabe ninguna canción en castellano. Habla muy despacio, traduciendo palabra por palabra; tiene ojos celestes. Sonríe y se le endulzan todas las arrugas.
Ahora, lo primero que surge en la familia cuando nos acordamos de mi abuela son las anécdotas por su torpeza con el idioma del país donde vivió 54 años. Una anécdota: Cuando se estrenó "La historia oficial" en 1984, a todo el mundo se le ocurrió llevarla. "La vi tres veces", se lamentaba en uno de los idénticos tes con leche en tazas de porcelana. "Y la tercera vez fue la que menos entendí".
Siempre la sorprendían las carcajadas. "No es para reir", nos explicaba. Nos suplicaba.
"Yo no sabe si puedo mandarle cosas", me escribió con infinito trabajo y letra de niña al lugar donde yo padecía mi servicio militar. Y punto seguido, una frase que quedó como refrán en la familia: "Si sí, di que".
En 1975, mi abuela recibió una carta del Burgomaestre de Berlín. Como parte de las compensaciones a los berlineses que huyeron del nazismo, el funcionario la invitaba a volver a la ciudad. Una semana, todo pago y con una cena de cuento en el Ayuntamiento, presidida por el Burgomaestre en persona. Mi abuela saltaba de contenta. En esas noches debe haber soñado de nuevo toda su infancia.
Berlín era hermoso, nos decía Ellen mientras se hamacaba en su mecedora. Atrás, la ventana daba a un edificio en construcción. Desde su ventana el cielo estaba siempre gris, pero Ellen tenía sus contactos para compartir el paraíso perdido. El médico, el peluquero, la modista, el fiambrero, las amigas del bridge, todos eran expatriados de Berlín. Cada día mi abuela recorría una ciudad fantasma, sin mirarla, buscando refugiarse en la complicidad de su logia secreta.
Una mañana de 1975, la abuela plegó sus mejores vestidos en una valija y se fué a Berlín. Diez días después regresó, diez años más vieja.
En algún rincón oculto Ellen debió esperar encontrarse con el mundo de antes de la guerra. Un mundo ordenado, despoblado, silencioso, con penumbras y músicas suaves. Ese mundo acabó en todas partes, pero en ninguna tan definitivamente como en Berlín.
Buenos Aires, Montevideo, San Francisco, Rio de Janeiro, La Habana o Quito guardan el pasado en forma de ruinas, museos, esqueletos, paseos, plataformas sonoras sobre las que surge con estridencia el presente. En Praga, Londres, Florencia, Sevilla o París el pasado nos asalta en cualquier esquina, con su olor intacto. Pero el Berlín de mi abuela fue meticulosamente bombardeado, transformado en montañas de escombros y extirpado de las memorias culposas. El paraíso de Ellen desapareció de la faz de la tierra y, en su viaje de regreso, la ciudad del Burgomaestre la agredió con los mismos vahos, bochinches y plásticos que detestó siempre en la cárcel de su exilio.
Con sus huesos de papel a cuestas, Ellen recorría Buenos Aires con una mirada tristísima. Nunca se recuperó de su viaje. Poco a poco se empezó a resignar a que ese lugar, donde había pasado casi toda su vida, era su casa. Se pasaba horas arreglando adornitos, plantas y libros vetustos en su departamento. Se contentaba con cocinar sopas y postres para sus nietos, mirar con dificultad la televisión, dar vuelta a la manzana una vez por día.
Pero la abuela no podía estar sola, y a medida que pasaba el tiempo podía hacer menos cosas. Necesitaba una ayudanta y una enfermera 24 horas por día y eso era muy caro. El consejo familiar fue llamado a dictaminar. Una mañana, muy nublada y ventosa, llevamos a mi abuela al asilo.
Un año de asilo, con visitas frecuentes. Ellen casi no nos reconocía. Farfullaba unas pocas frases en alemán y entraba en hondos silencios. Decía que no esperaba nada del futuro, y no había forma de contradecirla.
Al año de su internación, la crisis económica obligó a otro consejo familiar. No se podía seguir manteniendo el departamento desocupado mientras se sumaban las cuentas del asilo y los médicos. "Total, nunca va a volver". "Podríamos alquilarlo". "No hace falta decirle nada".
Otra mañana gris nos repartimos sus cosas tal como ella nos había instruído muchas veces. Sacamos los adornos, los jarrones, las tazas de porcelana para el té. Alguien descolgó el cuadro que había en el comedor con la calleja de Baviera que se perdía en la montaña. Yo me quedé con la mecedora.
Los domingos me tocaba buscar a la abuela en el asilo y llevarla a la casa de mis papás o a lo de mis tíos para el almuerzo. "Vamos a ver el departamento. Sólo un minuto; estamos cerquita", imploraba la abuela. Y yo tenía que decirle que no, que estaban todos esperando, que se enfriaba la comida, que tal vez otro día. Nunca supe si me creía.
En el almuerzo Ellen trataba de seguir las conversaciones vertiginosas, perdía la paciencia, se hundía en su sopa. De pronto interrumpía todo para contar sus planes para cuando volviera al departamento. Uno de esos domingos, poco antes de cumplir los noventa, dejó de hablar de planes.
Mucho, mucho tiempo después me empezaron a asaltar estos recuerdos. Tal vez por mi propia lejanía de casa. O por el paso de los años cuando me levanto a la mañana.
En el olor de la cocina viven estas historias. El exilio. Berlín. El departamento alquilado. Y esa mañana de noviembre en que llovía a baldes, llovía y llovía y todos teníamos cara de tener que estar pronto en otro lugar. Los murmullos eran gritados para traspasar la cortina de agua, la catarata sin río que acompaño a mi abuela Ellen hasta el cementerio.
Mi papá apretó el botón. El cajón de madera oscura empezó a rodar por la mesa. Del otro lado de la cortina aguardaba el fuego, la consumación, la rapidez de lo inevitable. El fin del exilio de mi abuela.

Escribí este texto en los años noventa. Yo apenas llevaba un exilio a cuestas, de Buenos Aires a Costa Rica. No lo publiqué hasta hoy. Ahora, treinta años más tarde y con muchos exilios más, siento que varias de estas historias no son exactas, pero son verdaderas en mi memoria, como yo me las acuerdo y como las siento todavía hoy.

Leer más
profile avatar
7 de enero de 2025
Blogs de autor

La sociedad hipocondríaca

 

El aluvión de voces que se oyen a todas horas, las imágenes que se emiten de día y de noche, los textos que se publican, recitan y repiten a través de canales, emisoras, pantallas, plataformas y altavoces, el eco y la resonancia de lo que no deja de sonar, configuran el efervescente espacio de la globosfera. Etérea y transparente, pero influyente, persuasiva y mentora de una envolvente entelequia. La globosfera, hecha de información, datos y sugestión, amalgama las ideas instaladas, los relatos intensivos y las emociones con que la sociedad imagina su ficción identitaria.

Prensa, radio, redes y televisión alimentan la expansiva dimensión de la globosfera y sostienen el hipnótico consumo de las primicias que nos sorprenden. Tanto da que vibren en sus membranas las discordantes notas de la quimérica “conquista del espacio”, la matanza de los civiles sacrificados, la rivalidad de dos locutores o la airada denuncia de una mujer ofendida. El anhelo de la novedad es insaciable y su producción, inagotable.

Recientemente se ha incorporado al abundante caudal de la globosfera un inédito y fabuloso interés por el extenso repertorio de las enfermedades. Según consta en los anales digitales, la detallada descripción de los males incubados en el cuerpo del hombre suscitan una gran atención y despiertan unas enervadas ganas de saber. Hallazgos clínicos, investigaciones médicas y patentes registradas se consultan obsesivamente a la espera de conocer la cura del dolor, el remedio de las dolencias y la panacea de la aflicción universal.

El inventario de plagas, epidemias, contagios, enfermedades raras, incurables y corrosivas, afecciones, congojas y angustias, trepida en la globosfera y alienta la penuria del hombre resignado a su fragilidad y caducidad. En la globosfera se hilvana el filamento narrativo del malestar que conmueve a la multitud.

El ciudadano impaciente que sigue el relato de la lucha de la humanidad contra la enfermedad y la muerte, no dejará de buscar noticias alentadoras sobre la histórica batalla. Aunque sus conocimientos no le permitan entender el significado de los descubrimientos científicos, siempre esperará sacar provecho de sus publicitados efectos.

Holly Ingraham, profesora de Farmacología Molecular Celular de la Universidad de California, afirma haber descubierto una hormona capaz de fortalecer los huesos, pero se ve obligada a aclarar que el producto glandular solo actúa por el momento en ratones. En algún momento, dice, se confirmará en humanos: “En ratones hembras modificados genéticamente a los que se les eliminó un receptor de estrógenos ubicado en un grupo de neuronas del hipotálamo se producía un significativo aumento de la masa ósea”.

En el Laboratorio de Ciencias Médicas de Londres han comprobado que al inyectarles un simple anticuerpo la vida de sus ratones se prolonga un veinticinco por ciento. El investigador español Jesús Gil declara que “no hay razón para pensar que lo que pasa en ratones no vaya a funcionar en humanos”.

No todos los experimentos se ensañan con las ratas del laboratorio. El Tony Blair Institute ha calculado las pérdidas que la escasa productividad de los obesos ocasiona a la economía británica y el nuevo Gobierno laborista se propone recetar inyecciones adelgazantes a los desempleados obesos. La multinacional farmacéutica Eli Lilly dispone del fármaco adecuado y lo inyectará semanalmente y durante cinco años a 250.000 gordos. Se supone que los resultados del ensayo permitirán al Gobierno británico acabar con la obesidad mórbida y devolver la salud a la economía del país.

Las conclusiones del congreso de la Sociedad Europea de Oncología Médica, recientemente organizado en Barcelona, han hecho temblar en la globosfera una de las más espeluznantes y conocidas aprensiones: “Se incrementa la aparición temprana del cáncer en adultos jóvenes con tumores impredecibles y agresivos”. Los datos estremecen a los especialistas: “Es una emergente epidemia mundial, los tumores han crecido un ochenta por ciento en tres décadas”. La información enumera los órganos en los que se ceba el temido cangrejo: páncreas, esófago, riñón, hígado, vesícula, estómago, cabeza y cuello.

Gracias a la OMS descubrimos algo de lo que nunca nadie nos había hablado. Que una bacteria llamada pseudomona aeruginosa es la causante de quinientas mil muertes al año. La organización la considera una de las grandes amenazas infecciosas del planeta, un bacilo carnívoro, un patógeno oportunista, un germen letal. Por lo visto el microbio aprovecha el defecto inmunológico de los pacientes con fibrosis quística y corroe la salud de quienes padecen “enfermedad pulmonar obstructiva crónica”. Es cierto que los fallecidos son un 0,006 % de la población mundial, pero ¿por qué no temer que sea cualquiera de nosotros el destinado a sufrir el ataque de la tenebrosa bacteria?

Al mismo tiempo nos sorprende que el virus del Nilo Occidental se haya instalado en las riberas fluviales de Andalucía. Dice la noticia que miles de familias sevillanas se han confinado voluntariamente. En Sevilla falleció una mujer, en La Puebla una niña ha quedado en estado vegetativo y en Camas un niño sufre ataques epilépticos. Según lo publicado, el 80% de los infectados por el mosquito Culex, el transmisor del virus del Nilo Occidental, cursan la enfermedad de manera asintomática y solo un pequeño porcentaje padece encefalitis o meningitis, lo que no deja de ser un terrorífico consuelo.

Igualmente inquietante parece el rastro que deja la avispa asiática desde que en el año 2010 entró en España por Guipúzcoa. Al operario agrícola afectado por la picadura de la vespa velutina se le durmió el brazo y le dieron tembleques, se le abrió una herida de diez centímetros por cinco, con los bordes rojos, el centro negruzco y con aspecto necrosado. La plasticidad de los detalles publicados hace muy creíble la recomendación de ahuyentar los enjambres de la avispa asiática.

Se informa también del delicado estado de salud de un hombre picado en Toledo por la garrapata que le inoculó la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo. Un virus para el que no existe vacuna y que es endémico en África, los Balcanes, Oriente Medio y Asia.

Justo un día después de que la OMS decretara la emergencia sanitaria internacional se confirmó en Suecia el primer caso de la nueva variante de la viruela del mono. La cepa contagiosa, cuyo solo nombre despierta un escalofriante espanto, afecta especialmente a los niños. Bajo el visible titular de la noticia se citaba la nota del Centro de Control de Enfermedades: el riesgo que supone la nueva variante de la viruela del mono es muy bajo en Europa.

No solo los insectos infectan a los humanos. Las enfermedades de transmisión sexual aumentan exponencialmente y cada año se registran en Europa trescientos mil nuevos diagnósticos. Los casos de gonorrea, sífilis, clamidia y linfogranuloma venéreo no fomentan, al parecer, la precaución profiláctica que recomiendan las campañas de las autoridades sanitarias.

Otro de los asuntos que reverbera en la globosfera es la reacción que contagia el suicidio de los famosos. Se cita el estudio publicado por la Universidad de Columbia en la revista Science Advances : un nuevo procedimiento estadístico puede medir la virulenta expansión de los pensamientos suicidas. Nos dicen que, al conocerse el suicidio del actor Robin Williams, la probabilidad de que una persona que jamás había padecido semejante tentación empiece de repente a pensar en ello se multiplicó por mil. El reputado estudio confirma lo influenciable que puede llegar a ser un ciudadano conectado a la globosfera.

Que un clandestino instinto suicida pueda brotar de golpe y ser contagioso pone en jaque el autodominio del que presumen los humanos. Según publica el informe anual del Sistema Nacional de Salud del 2023, uno de cada tres españoles padece algún problema de salud mental. Un porcentaje del que todavía no se han sacado las debidas conclusiones. Los síntomas que ayudan a diagnosticar las escurridizas o estrepitosas dolencias mentales abarcan un extenso repertorio de emociones furtivas, ansiedad, insomnio, obsesión, depresión, temor, locura... Un inquietante trastorno masivo. Se constata también que el consumo de antidepresivos en menores de edad se ha duplicado en los últimos cinco años. El estallido patológico explica la ordenada prescripción de ansiolíticos y la reiterada receta de psicofármacos. Se afirma que España es uno de los mayores consumidores del mundo de benzodiacepinas. Informa al mismo tiempo el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses que la mitad de las personas que se quitaron la vida en el 2023 tenía restos de ansiolíticos en la sangre. La medicación masiva, el encono de la obcecación y la métrica de las estadísticas oficiales permiten a los expertos asegurar que la enfermedad mental es otra de las epidemias de nuestro siglo.

El director de YouTube Health, Gart Graham, sin perder de vista la oportunidad de negocio que supone la formidable demanda del público, quiere contribuir a la influencia de la globosfera y pone en marcha en España un programa para “ayudar a la gente a encontrar fuentes sanitarias autorizadas”. La plataforma estadounidense sabe a ciencia cierta lo que hacen los usuarios y puede contabilizar las búsquedas que se hicieron en España el año pasado: trescientos millones de visualizaciones tras la pista de la “salud mental”. Una inquietud que refleja la hondura del malestar que atemoriza a la sociedad española.

Mas no todo lo que se presiente en la globosfera es lúgubre y amargo. También circulan las promesas que aseguran arreglar los estropicios del defectuoso ser humano y encontrar los remedios que acabarán con su padecimiento. Un reputado centro de investigación busca en los entresijos del cuerpo las huellas biológicas que permitan detectar la dolencia antes de que duela. Se anuncia con entusiasmo la técnica que podrá pronosticar lo que te puede pasar. Avanzar hacia la detección cada vez más temprana, supondrá, según dicen, una revolución sin precedentes. Especialmente, se supone, en el sector de las aseguradoras, que podrán calcular mejor el riesgo que asumen con cada uno de sus clientes.

Dado que el relato sanitario elaborado por la globosfera se pronuncia como una sentencia terminal, corresponderá a nuestra época actualizar el dictamen de Hobbes: en nuestro malhadado siglo, el hombre es un enfermo para el hombre. Un paciente en potencia, un sufrido cuerpo de achaques, un organismo destinado a ser medicado, ingresado y operado. La transformación del hombre en una criatura frágil, enfermiza y febril anticipa el absurdo y grotesco fracaso de la civilización. Según la Encuesta Europea de Salud del año 2020, publicada por el Instituto Nacional de Estadística, cerca del 50% de la población de más de quince años padece alguna enfermedad o problema de salud crónico. Un porcentaje que el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud, de la Universidad de Wisconsin, considera demasiado optimista. Su informe GBD (Carga Global de Enfermedades) publica la más completa cuantificación del estado de salud del mundo. Y constata gracias a la “evidencia oportuna, relevante y científicamente válida” que más del 95% de la población mundial tiene algún problema de salud; y eso que en muchos casos “hay personas con hasta cinco enfermedades”.

En 1975, Carlos Barral publicó en su editorial, Barral Editores, el demoledor ensayo que el austríaco Ivan Illich dedicó al pathos industrial de las sociedades desarrolladas. El teólogo y filósofo por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, ordenado sacerdote y vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico, señaló en su Némesis médica. La expropiación de la salud la enrevesada crisis de nuestro tiempo: “La medicina institucionalizada ha llegado a convertirse en una grave amenaza para la salud”. Al advertir los efectos indeseables causados por “la medicalización de la vida”, formuló la teoría de la yatrogénesis : el conjunto de intervenciones innecesarias que lleva a cabo la medicina industrial propicia un nuevo espasmo de enfermedad, deterioro y dolor. Con su reflexión, Illich no solo proponía revisar el modo en que la ideología mecanicista ha construido una versión política del cuerpo humano, sino recuperar la responsabilidad con la que cada persona debe cuidar de su propia salud y devolver a la condición humana la conciencia de su verdadero lugar en el mundo.

Más espeluznantes han sido los libros del médico e investigador danés Peter C. Gøtzsche. En el prólogo a Medicamentos que matan y crimen organizado, Joan-Ramon Laporte, catedrático emérito de Farmacología Clínica en la Universitat Autònoma de Barcelona, enumera las prácticas impunes de la industria farmacéutica: “extorsión, ocultamiento de información, fraude sistemático, malversación de fondos, violación de las leyes, obstrucción a la justicia, falsificación de testimonios, compra de profesionales sanitarios, manipulación y distorsión de los resultados de la investigación, alienación del pensamiento médico y de la práctica de la medicina, divulgación de falsos mitos en los medios de comunicación, soborno de políticos y funcionarios, corrupción de la administración del Estado y de los sistemas de salud”.

La estrategia de evasión y encubrimiento corporativo del sector farmacéutico no se debe solo al beneficio obtenido gracias a su acreditada amistad con los legisladores, sino al inconveniente que supondría admitir que “las reacciones adversas a los medicamentos son las responsables de la muerte de doscientos mil europeos cada año”.

Mucho antes, hace más de tres siglos, el público de París ya se reía a mandíbula batiente con la ironía de Molière. El estreno de El enfermo imaginario fue apoteósico y de nuevo cautivó al espectador con la sátira que se burlaba del colegio de médicos, cirujanos y boticarios. Argán, el personaje hipocondríaco que protagoniza la obra, vive obsesionado por las lavativas que reblandecen, humedecen y refrescan sus entrañas. Es un hombre asustado por la corrupción de la sangre, la acritud de la bilis y la feculenta turbiedad de los humores, quiere casar a su hija con un médico para tener siempre a mano los potingues, recetas y remedios que reclama su maniática obsesión y vive atormentado por el miedo a padecer alguna de las enfermedades escondidas en la impenetrable madeja de los órganos vitales. Y eso a pesar de tener cerca a su hermano, Beraldo, un escéptico que cultiva la sabiduría popular y considera a la medicina una de las mayores locuras acaecidas a los hombres: “Los médicos saben hablar en latín y conocen el nombre griego de las enfermedades, pueden clasificarlas y definirlas, pero de curar, lo que se dice curar, no saben nada. La excelencia de su arte es un pomposo galimatías y una cháchara capciosa”.

La puesta en escena de El enfermo imaginario fue otro de los éxitos del dramaturgo francés, pero con su última temeridad sacudió a todo París. El propio Molière actuaba como protagonista principal de la comedia y puso en boca de su hipocondríaco personaje, Argán, la maldición que durante mucho tiempo ha resonado entre los bastidores: “Muérete, Molière, muérete, así aprenderás a no reírte de los médicos”. Con estas palabras el popular autor teatral se despidió del mundo: tuvo un desvanecimiento, empezó a vomitar sangre y, al cabo de unas horas, estaba muerto.

El conocido episodio da cuenta de hasta qué punto el más discreto de los hipocondríacos tiene motivos para temer sus maniáticas aprensiones. Es probable que la abundante información clínica que circula por los canales de la globosfera prolongue la comedia de Molière y contribuya a excitar el corrosivo murmullo de los miedos inconfesables. ¡Quién sabe lo que es capaz de imaginar un hombre asustado!

La elocuencia de la globosfera, tan persuasiva, redundante e insistente, va conformando la imagen que el hombre contemporáneo se hace de sí mismo. La empastada amalgama de doctrina, publicidad y pavor que el modelo antropológico de la civilización industrial ha instalado en la mentalidad colectiva nos ha familiarizado con el sorprendente desenlace del progreso: l’homme malade. Un hombre diagnosticado, medicado y resignado a la mordacidad de los males imaginarios, factibles y fatales.

 

Bibliografía recomendada:

Peter Gøtzsche Medicinas que matan y crimen organizado: cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud Libros del Lince

Psicofármacos que matan y denegación organizada Libros del Lince

Cómo sobrevivir en un mundo sobremedicado Roca

Vacunas. Verdades, mentiras y controversia Capitán Swing

Joan-Ramon Laporte Crónica de una sociedad intoxicada Península

Fernando Fabiani La salud enferma. Cómo sobrevivir a una sociedad que no te permite sentirte sano Aguilar

Antonio Sitges-Serra Si puede, no vaya al médico. Las advertencias de un médico sobre la dramática medicalización de nuestra hipocondríaca sociedad Debate

Nick Dearden Farmaconomía. Cómo las grandes farmacéuticas contribuyen al deterioro de la salud global Galaxia Gutenberg

 

Publicado en Cultura|s de La Vanguardia



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
7 de enero de 2025

«Robinson Crusoe» de Daniel Defoe, Londres, ed. 1719.

Blogs de autor

Surfear el Kali Yuga

El mito de Robinson se inspira en la vida de un marinero español llamado Pedro Serrano que navegaba desde La Habana a Cartagena de Indias. El barco naufragó y Serrano acabó en un banco de arena. Durante ocho años solo se alimentó de pájaros y peces, sangre de tortuga y agua de lluvia. Al volver a España, Serrano se hizo famoso y rico contando sus peripecias. Esta historia llegó a los oídos de Daniel Defoe en un viaje de negocios por España y Francia y empezó a escribir. Como era común en la época, el título original de la novela era extenso: La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York; quien vivió 28 años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrojado a tierra por el naufragio, en el cual todos los hombres perecieron excepto él mismo. Con una explicación de cómo al fin fue extrañamente liberado por unos piratas. Escrito por él mismo.

Más allá de la pura supervivencia, la historia que compuso Defoe trata sobre un hombre descuajado de su cultura y sociedad. En ella, el personaje de Robinson Crusoe es un náufrago inglés que vive veintiocho años en una isla cerca del río Orinoco. El mito de Robinson es la leyenda de todos los tiempos: el hombre es el constructor de la civilización y sólo el aislamiento permite sondear nuevas sensaciones.

Doce años después de la publicación de Robinson Crusoe, se publicó una novela alemana llamada La isla de Felsenburg. Trata sobre una colonia de náufragos y la construcción de una sociedad utópica. Algo más fantasiosa es El Robinson Suizo de Johann David Wyss. Vuelve al mismo tema: trata sobre una familia de inmigrantes suizos que naufraga en una isla desierta de las Indias Orientales cuando se dirigían a Australia. Los episodios se fundamentan en los principios de la moral cristiana y varios de ellos se presentan como lecciones de historia natural y ciencias. Johann David Wyss la escribió para sus hijos porque no encontraba literatura que pudiera instruir a los niños sobre el altísimo valor de la familia y la agricultura de supervivencia.

La lista temática es extensa: La isla misteriosa de Julio Verne (1874), Los náufragos de William Clark Russell (1896), El señor de las moscas de William Golding (1954), Capitanes intrépidos de Rudyard Kipling (1897), etc.

¿Cómo es posible que la mente humana nos lleve a una isla remota para experimentar algo de anarquía íntima y social? Una y otra vez vemos la isla, el desierto, la nada, el motivo que nos permitirá vivir cosas nuevas, tan nuevas como, por ejemplo, usar toda nuestra capacidad de golpe. Quizás no haya ilusión más engañosa para el común de los mortales que la idea del continuo perfeccionamiento de la humanidad. Nos destruye el peso de las expectativas sociales, pero también las estructuras que nos protegen. De ahí que la isla perdida se convierta en la única dimensión posible para la realización de nuestro deseo de convertirnos en alguien diferente, esta vez de verdad de la buena.

Leer más
profile avatar
3 de enero de 2025
Blogs de autor

El gran garrote arcaico

Desde antes de asumir por segunda vez el mando el presidente Trump está dejando claro que lejos de despertar confianza entre los aliados tradicionales de Estados Unidos, prefiere hacer mofa de ellos, y mantenerlos en zozobra, una de las peores maneras de crear incertidumbre en las relaciones internacionales.

No es nada serio insistir en tuits que se pasan de graciosos, que Canadá debe ser el estado 51 de la unión, y llamar “gobernador” a su primer ministro Justin Trudeau, como no lo es tampoco la grotesca propuesta de comprar el territorio de Groenlandia a Dinamarca, ambos países miembros fundadores de la OTAN; y no es menos la agresiva exigencia de que el canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos, “en su totalidad y sin cuestionamientos”, y advertir “a los funcionarios panameñas actuar en consecuencia”.

Hay quienes se tranquilizan diciendo que las amenazas del presidente Trump contra Panamá son parte de un catálogo demasiado copioso como para que pueda ser tomado en serio, y que se hallan fuera de la realidad porque son contrarias a los mecanismos y convenciones internacionales. El asunto está en que revelan la naturaleza de una voluntad agresiva, y fuera de control, y pareciera ser que el viejo big stick, símbolo nefasto de la política imperial de Estados Unidos con América Latina en el pasado, está siendo sacado de la vitrina del museo donde había estado guardado por muchos años, para ser blandido de nuevo.

Si el gran garrote es el símbolo de una política que parecía ya enterrada años atrás, el canal de Panamá es, a su vez, todo lo contrario: el símbolo inequívoco de la soberanía que las naciones latinoamericanas han defendido históricamente en el contexto de sus relaciones, tantas veces conflictivas, con Estados Unidos.

“I took Panamá”, declaró sin ambages el presidente Teodoro Roosevelt, y no se trata de ninguna cita apócrifa. Se apoderó de Panamá en 1903, decidido a emprender la construcción del canal, y en 1911, ya fuera de la presidencia, confesó en un discurso pronunciado en Berkeley, California: “me apoderé del canal y dejé que el congreso deliberara, y mientras sigue deliberando el canal se está haciendo”.

Surgió así, alrededor del canal interoceánico, la Zona del Canal, un territorio segregado a Panamá sobre el cual Estados Unidos ejercía plena soberanía, bajo la autoridad del gobernador de la Zona, con sus propias leyes y bases militares. Y surgieron “los zoneítas”, los habitantes del territorio colonial.

La doctrina expansionista del destino manifiesto había sido inventada para justificar la conquista del territorio continental de América del Norte, y luego sirvió para extender el dominio político y militar de Estados Unidos hacia el sur, cuando en 1898 se apoderaron de Cuba y Puerto Rico tras la derrota de España, y pocos años después de Panamá en 1903. México, Honduras, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana, vieron a partir de entonces el desembarco de los marines para hacer valer por la fuerza reclamos territoriales, facilitar golpes de estado, imponer dictaduras militares, y asegurar los intereses de enclaves económicos.

Tras continuas protestas callejeras que buscaban reivindicar la soberanía del canal, el gobierno en Washington hizo en 1964 una concesión simbólica: que la bandera de Panamá fuera izada también en las instalaciones públicas de la Zona del Canal, a la par de la bandera de los Estados Unidos. Los zoneítas se negaron a cumplir el mandato en las escuelas públicas, las manifestaciones de estudiantes panameños marcharon a la Zona para izar su bandera, se dieron enfrentamientos y disturbios, las tropas de ocupación dispararon contra los manifestantes y hubo 21 muertos. El gobierno de Panamá rompió las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

Hay toda una historia de lucha del pueblo de Panamá por reivindicar el canal, que concluye en 1978 con la firma de los tratados Torrijos-Carter, una transición ordenada de la vía interoceánica, sus instalaciones, bases militares y territorios adyacentes, que se completó en 1999 conforme fue previsto en los mismos tratados.

No hay duda que para llegar a este acuerdo estuvieron de por medio la voluntad del presidente Jimmy Carter, y el empeño del general Omar Torrijos, que supo movilizar a la opinión internacional en favor de la causa de la reivindicación del canal, y a la misma opinión pública dentro de Estados Unidos, al punto de conseguir el apoyo de un ícono de la derecha mediática, el actor John Wayne.

Desde entonces, recuperada la soberanía, el canal ha sido administrado con éxito por los propios panameños, hasta llegar a su ampliación en 2016, con un nuevo sistema de exclusas.

Con su amenaza tan desabrida, el presidente Trump conseguirá, como ya está ocurriendo, unir a los países latinoamericanos en defensa de la soberanía nacional de Panamá, sin distinciones ideológicas, y al sacar de la urna de museo el arcaico gran garrote, hacer que se abre el paraguas del viejo antimperialismo, bajo el cual se acogerán muchos, entre ellos los dictadores de la izquierda arcaica como Diaz Canel, Maduro y Ortega. Ellos serán los grandes beneficiarios si el presidente Trump insiste en el dislate.

 

Leer más
profile avatar
2 de enero de 2025
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.