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Podemos en el parque

En el parque, después de andar con la cabeza en los pies o de pensar con todo el cuerpo, me planto en la zona de los columpios donde un grupo de personas, en su mayoría jubilados, hacen chi kung, una especie de meditación en movimiento que además endereza el cuerpo. Algunos ejercicios son más orientales que otros, como ese que llaman “separar las aguas”: una serie de movimientos circulares con las manos. O el del arquero, que se nota que es de los que más gustan: simulas que sostienes un arco invisible y lanzas una flecha. Tirar y aflojar, como hay que hacer en la vida. Al ser nueva, no alcanzo a completar el mito de poner la mente en blanco y de vez en cuando miro de reojo a la gente que pasa y nos observa entre sorprendida e inquieta. Imagino el panorama: cruzar apresuradamente el parque para ir al trabajo y encontrarse frente a un corro madrugador que traza dibujos en el aire, se golpea los riñones e incluso boxea contra el viento exhalando un gruñido para liberar -dicen- la energía negativa. A veces les sonrío pero, incómodos, vuelven la cabeza. La gente, de buena mañana, se mira con recelo como si diéramos por hecho que no nos soportaríamos, y mucho menos a esas horas. Pero en círculos como este del chi kung, donde cada día dirige la clase un voluntario, nada separa al artrósico del ansioso o al parado del ocioso; se tienden las manos. Es así como la señora Carmen, bien entrada en los setenta, con el pelo cano y una chaqueta tejana, comenta al final de la clase: “Esta semana van a venir al barrio los de Podemos”. Y tanto el italiano, que habla un español con acento caribeño, como el hombre que, a pesar de que ya haya entrado el frío, siempre va en manga corta, preguntan cuándo. Es entonces cuando percibes con nitidez que, más allá de neopopulistas o chavistas irredentos dispuestos a bananizar España, Podemos es un partido atrapalotodo que va a los parques soltando lastre ideológico para atraer a todos aquellos que “pueden convertir la indignación ciudadana en cambio político”. Eso sí, con un toque de esencia izquierdista old school: del “asaltar el cielo” marxista a L’estaca de Lluís Llach. El mainstream los demoniza, los políticos clásicos advierten sobre sus riesgos, y los más románticos recuerdan a aquel PSOE de Felipe, inexpertos y cuarentañeros ellos, pero con más de diez millones de votos y la voluntad de enterrar un sistema que constreñía al pueblo. Las expectativas de Podemos son colosales: jóvenes, irredentos, respondones y superpreparados en unos tiempos donde a los jubilados, a los parados y a los ni-ni nada les importa la política. Lo que en verdad debe demostrar Podemos es lo que nadie ha conseguido aún: que el poder no corrompe. (La Vanguardia)

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5 de noviembre de 2014
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Teología del gran canal

Ahora quizás resulte que la idea mesiánica del Gran Canal de Nicaragua tiene un origen teológico. Durante una reciente reunión del Consejo de Partidos Políticos de América Latina (COPPAL) celebrada en Managua,  el comandante Daniel Ortega reveló que no le fue fácil convencerse de las ventajas del canal interoceánico, cuya construcción y propiedad entregó por medio de un tratado de cien años de duración al empresario chino Huag Ying, hasta que lo persuadió el célebre teólogo brasileño Leonardo Boff.

El comandante lo contó de esta manera: "la prueba de fuego la pasé con Leonardo Boff...hace dos años andaba aquí Leonardo, ya estaba lo del Canal, y hablé con Leonardo que es un defensor de la naturaleza. Yo venía preparado para que me dijera que la construcción del canal era una barbaridad, eso esperaba". Pero fue todo lo contrario.

Boff le habría hablado de "hidroeléctricas y obras a cielo abierto en la selva en Brasil: y me decía que sí, que existían los cuestionamientos, pero que ellos acompañaron los proyectos y que el impacto que habían tenido había dado vida a los bosques".

Entre los buenos ejemplos que el teólogo puso a Ortega estaba la represa de Iguazú en el río Paraná, entre Brasil y Paraguay, iniciada para el tiempo de las dictaduras militares en ambos países, una de las siete maravillas del mundo moderno.  Oír todo aquello "fue un gran alivio para mí", comentó Ortega. Un alivio trascendental, pues hasta antes de su providencial reunión con Boff, la construcción del canal le parecía una monstruosidad. En mayo del año 2007 había declarado: "No habrá oro en el mundo que nos haga ceder en esto, porque el Gran Lago es la mayor reserva de agua de Centroamérica y no la vamos a poner en riesgo con un mega-proyecto como un canal interoceánico".  

Boff, por su parte, ha contado recientemente aquel encuentro con Ortega, que, por lo que se ve, podrá llegar a definir la suerte de Nicaragua si es que los chinos llevan adelante la construcción de su Gran Canal:

"No tengo secretos. Hace dos años, en una conversación informal en la casa de la ex canciller Miguel D' Escoto, el Presidente Ortega dijo que los Estados Unidos están presionando a todos los países y a las empresas para que no hagan inversiones en el país. Y Nicaragua se está ahogando en deudas. La solución definitiva sería construir un canal que le daría al pueblo nicaragüense un mínimo de subsistencia y desarrollo".

Boff es un hombre bien informado, de modo que debería saber que no es cierto que Estados Unidos mantenga ningún bloqueo económico ni financiero sobre Nicaragua, y que las relaciones de cooperación económica entre ambos países, incluidas las inversiones, son normales, y así lo celebran las corporaciones de empresarios nacionales.

Tampoco en cierto que Nicaragua se esté ahogando en deudas. Ortega se precia de que el país es un excelente pagador de sus créditos públicos y privados, y de la solidez de las reservas monetarias. De acuerdo al Índice de Libertad Económica en el Mundo, que tiene que ver con la inversión extranjera, Nicaragua, que ocupaba el lugar 111, ha escalado en los últimos años 75 posiciones, y se coloca en el primer rango de países donde el estado interfiere menos con regulaciones del mercado y el flujo de capitales. Es decir, un ejemplar gobierno neoliberal.

Y sigue Boff explicando sus consejos a Ortega: "Le dije que debemos combinar los dos polos, el humano y la naturaleza, ya que ambos se pertenecen. Y hoy en día existen tecnologías que pueden evitar daños irreparables. Aconsejé que fuera a visitar la presa más grande del mundo, la de Itaipú en Foz do Iguaçu, pues allí se lleva a cabo una experiencia exitosa de equilibrio entre el hombre y la naturaleza...fue todo lo que dije".

Pero aún dice algo más: "China es uno de los pocos países que se resiste y se enfrenta a los Estados Unidos .Todas las demás empresas fueron bloqueadas". Y ya no sabemos si esta última frase es suya propia, o la copia de Ortega. De cualquier modo, para un hombre tan bien enterado, debería resultar obvio que eso también es falso. China y Estados Unidos no están enfrentados alrededor del cacareado Gran Canal por Nicaragua.

Ni tampoco Estados Unidos ha prevenido a sus empresarios de no inviertan en este hipotético proyecto, a lo mejor porque la Casa Blanca lo sigue considerando fantasioso. La prueba de que no existe tal hostilidad, está en que cuando Wang Ying lo presentó con toda pompa en Managua en 2013, se hizo rodear de representantes de poderosas empresas norteamericanas cuyos servicios ha contratado, una de ellas los cabilderos McLarty & Associates, dueños de una clientela que incluye a Wallmart y General Electric.

Y Boff debería saber también que entre los expertos al servicio de McLarty figura John Dimitri Negroponte, quien desde su cargo de embajador de Reagan en Honduras dirigió en los años ochenta las operaciones militares de la CIA contra Nicaragua. 

Quizás estamos asistiendo al nacimiento de una nueva teología.

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5 de noviembre de 2014
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El rinoceronte

Este amigo mío se llevaba las manos a la cabeza. Es musicólogo y me contaba que el fin de semana pasado había viajado a Barcelona para un concierto. Entre sus conocidos figura un compositor al que trata desde antiguo y siempre le había parecido una persona normal, dotada de una cierta instrucción. Estuvieron hablando un buen rato hasta que salió lo de Cataluña. Mi amigo le preguntó cómo llevaba el compositor la refriega nacional. "Mal, contestó el compositor, pero es que Cataluña no levanta cabeza desde la última guerra". Mi amigo le preguntó a qué guerra se refería. "¡Hombre, a la guerra civil, cuando nos invadieron los españoles!".

    Mi amigo dudaba de si aquello era un sarcasmo porque el compositor no es exactamente alguien dotado de un agudo sentido del humor, pero lo había dicho en serio. Es pasmoso que un hombre que algo habrá leído, que tiene tratos con círculos musicales europeos, se trague una patraña tan pueril. No obstante, eso es lo chocante de la situación catalana, que las mentiras por toscas que sean no las niega nadie y han penetrado en el medio cultural catalán, donde no se divisa la más leve crítica.

    Un orate de la asociación separatista que dirige Carme Forcadell y que es la que da órdenes a Mas, tiene un video en Youtube que merece la pena (pulse Victor Cucurull). En él afirma ante un grupo de personas que Teresa de Jesús era abadesa de Pedralbes (Barcelona), que el Quijote fue escrito en catalán, que la civilización de Tartesos es en realidad de Tortosa (Tarragona) y otro sinfín de sandeces. Afirma, además, que estas cosas no se saben debido a la conspiración de los historiadores españoles. No es el único, también abunda en ello Jordi Bilbeny, que, aunque oriundo de Arenys de Mar, es profesor. Hay muchos más.

    Que el nacionalismo es una psicosis delirante lo sabíamos quienes soportamos a Franco y a sus pedagogos, pero lo más temible del nacionalismo catalán es el menosprecio en que tiene a sus votantes. Ni uno sólo de los trescientos historiadores subvencionados para los fastos de 1714 ha desmentido estas quimeras. Su silencio, otorga. Sea porque los historiadores catalanes creen las paparruchas oficiales, sea porque en aquella región todos están dominados por el temor.

    Una élite cultural que se comporta con semejante incuria indudablemente se considera por encima del pueblo que dice defender. Lo más probable es que vean la futura Cataluña como un orden estamental en el que los poderosos tendrán un servicio cultural ancilar con funciones publicitarias. El desprecio al votante es lo más peregrino del nacionalismo catalán.

    En una obra de Ionesco cada día aparecía un nuevo ciudadano con cabeza de rinoceronte. Al principio era gente lejana, pero el protagonista comienza a inquietarse cuando un día es su mujer la que despierta con cabeza de rinoceronte. Ionesco pensaba en los procesos totalitarios que había vivido la Europa del fascismo triunfante, pero es un fenómeno común a todas las sociedades desquiciadas. Mucho rinoceronte en la cama.

 

Artículo publicado en El País. 

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5 de noviembre de 2014
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Un Booker para Richard Flanagan

Están los premios literarios y está el Booker, uno de los pocos que ha mantenido su prestigio gracias a su impresionante lista de ganadores desde su creación en 1969: Naipaul, Gordimer, Murdoch, Rushdie,  Coetzee, Carey, Ishiguro, Byatt, McEwan, Atwood, Banville, Mantel, Barnes... El de este año se lo acaba de llevar Richard Flanagan, considerado como el mejor novelista australiano de su generación; su novela The Narrow Road to the Deep North mantiene el listón alto del Booker. Flanagan no es tan conocido como los demás, pero ahora quizás lo sea; en español se puede conseguir de él El libro de los peces de William Gould (Literatura Random), una verdadera obra maestra.

The Narrow Road es un relato conmovedor de los prisioneros de guerra del Japón que, durante la segunda guerra mundial, fueron obligados a construir La Línea, como se llamaba la ruta del ferrocarril que unía Tailandia con Birmania. En el Ferrocarril de la Muerte trabajaron doscientos cincuenta mil prisioneros, de los cuales murieron más de cien mil a causa de la brutalidad japonesa, las malas condiciones de alimentación e higiene de los campos de concentración, y enfermedades como la disentería y el cólera. El padre de Flanagan fue uno de esos prisioneros, y la novela puede leerse como un homenaje a quienes fueron marcados por ese proyecto desatinado del imperio japonés: "Todo fue para nada, y de eso nada quedó. La gente insistió en buscarle sentido y esperanza, pero los anales del pasado son solo una fangosa historia de caos... De los sueños imperiales y los muertos solo queda la maleza alta".

Flanagan se centra en Dorrigo Evans, un soldado australiano que se convierte, gracias a su trabajo como cirujano, en uno de los líderes entre los prisioneros, alguien que debe negociar con los japoneses la cantidad de trabajadores que debe realizar determinada obra; eso le permite salvar de vez en cuando a algunos de sus compañeros, aunque eso no le impide sentirse culpable: "Jugaba el juego lo mejor que podía, y cada día perdía un poco más, y esa pérdida se contaba en las vidas de otros". Flanagan alterna su novela con un presente donde Evans se ha convertido en un héroe australiano por sus sacrificios durante la guerra; sin embargo, es incapaz de disfrutar de sus hazañas, ya que está marcado por el trauma de la Línea y por un amor imposible por Amy, la esposa de su tío, con quien tuvo una aventura antes de ser tomado prisionero.

Flanagan trata de ser demócratico y se ocupa con detalle tanto de los prisioneros como de los soldados japoneses, a quienes no reduce a una versión unidimensional; hay páginas brillantes sobre Nakamura, uno de los oficiales más brutales, desesperado por evitar que lo declaren un criminal de guerra una vez derrotado el imperio. Pese a eso, las mejores partes son las que muestran la descarnada crueldad japonesa. Flanagan describe con vividez a esos prisioneros que no pueden caminar de tan débiles que están y se quedan tirados entre la maleza, su cuerpo temblando por la malaria, esperando los latigazos de sus captores bajo la lluvia inclemente, resignados a la muerte.

La prosa de Flanagan aspira a la poesía, aunque su lirismo no es tan efectivo al describir las escenas entre Evans y Amy, demasiado sentimentales, como cuando se ocupa de los pequeños actos de humanidad de los prisioneros y del escenario excesivo de la selva, que se lleva a todos por delante. The Narrow Road to the Deep North -la frase viene de un haiku de Basho- es un libro magistral sobre las infamias de la guerra y también sobre lo que viene después, que no es menos infame: el duelo y la melancolía de sabernos vivos después de haber presenciado el horror.

 

(La Tercera, 2 de noviembre 2014)

 

 

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4 de noviembre de 2014
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Asuntos metafísicos 71: De la mano de Aristóteles.

Indicaba en varias  columnas anteriores que, por difícil que ello sea, retornar a la disposición de espíritu de Aristóteles es la condición de posibilidad de que la filosofía se reencuentre consigo misma, y ello empezando por la actitud del Estagirita a la hora de sentar las bases que posibilitan la práctica misma de la disciplina. 

Aristóteles nos ayudó a ser lógicos, a apercibir la importancia de establecer criterios que posibiliten la distinción y la clasificación, a aplicar estos criterios al ámbito primordial de la frontera entre lo inanimado y lo animado, a  adentrarnos en el primer ámbito, a fin de descubrir los rasgos que permiten reconocer el ser en su forma primaria, la naturaleza elemental, y  a percibir la complejidad que en relación a tales rasgos supone la vida...

De la mano de Aristóteles, Linneo establecía sus calificaciones y del método clasificador de Aristóteles no se apartan excesivamente los genétistas contemporáneos.  Aristóteles  intuyó que la diferencia individual no es reductible a forma y que por eso no hay ciencia de los individuos, asunto en el que no anda tampoco muy lejos la genética contemporánea, obligada a referirse a secuencias del genoma no codificadoras de proteínas por cuya azarosa iteración dos individuos se distinguen (de ahí la dificultad para pasar de mapas genómicos de especies a determinación genómica de individuos). Aristóteles tuvo impresionantes intuiciones topológicas (lo que permitió que un matemático de nuestro tiempo lo caracterizara como el primer y más grande pensador del continuo), y en lo concerniente al tiempo tuvo una impresionante premonición del segundo principio de la termodinámica.  Aristóteles rechazó  el vacío y  defendió una concepción finitista del universo que los partidarios del modelo cosmológico de la esfera de Riemann nunca podrán rechazar de manera tan tajante como lo hacen con la infinitud  del espacio de Newton.

Aristóteles introdujo la crucial distinción entre la entidad en potencia y la entidad en acto, aspecto por el cual es parcialmente redimido en el seno de la teoría cuántica, la cual sin embargo es la que  con mayor radicalidad pone en tela de juicio los pilares mismos del aristotelismo. Aristóteles nos ayuda a percibir la causa  que provoca la representación trágica y (aun no siendo ateniense) con sus Constitución de Atenas nos da las claves del esfuerzo consistente en forjar un ámbito configurado por la ley. 

En fin, sin la tarea de Aristóteles catalogando y mostrando los vínculos entre  los problemas de sus predecesores, quizás  no hubiéramos siquiera tenido acceso real a  esos pensadores hoy llamados presocráticos.  Motivos  para un eterno agradecimiento filosófico a Aristóteles.  Y sin embargo...he señalado aquí en varias ocasiones la necesidad  de tomar distancia, de alejar en cierto modo de Aristótles y ello precisamente cuando en dos años celebraremos el XXIV centenario de su nacimiento. Volveré sobre este asunto en la próxima columna.  

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4 de noviembre de 2014
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Vida de Kavafis

Es probable que  escribir la biografía de Constantinos Kavafis sea una de las tareas más arduas que se le pueden plantear a un biógrafo. Para empezar era poeta, y desde que los poetas dejaron de tener relevancia social y pasaron a pertenecer a pequeñas sociedades cuasi secretas carecen por lo general de peripecia vital digna de mención e incluso de visibilidad. (Si acompañáis a un relevante poeta capitalino mientras visita una ciudad de provincias veréis cómo aparecen por las esquinas unos seres anodinos que sacan del bolsillo un librito publicado en alguna imprenta local y lo intercambian con el librito, algo mejor editado, que el poeta capitalino ya tendrá preparado para efectuar el trueque).

Por su parte, el propio Kavafis hizo todo cuanto estuvo en su mano para pasar por la vida como  a hurtadillas: en los casi 30 años que ejerció de escribiente interino en el Servicio de Riegos del Ministerio de Obras Públicas de Egipto no logró un contrato fijo porque tenía la nacionalidad griega, pero en Grecia tampoco le veían como uno de los suyos porque además de pertenecer a una familia arraigada en Constantinopla vivió la práctica totalidad de su vida en Alejandría.   Y por si fuera poco, tampoco hizo gran cosa por darse a conocer del público lector, ni entre la minoría griega de Alejandría ni por supuesto en Grecia. Acostumbraba a escribir poemas en unas hojas sueltas que distribuía personalmente entre sus amigos y su cada vez más amplio círculo de seguidores, y aunque publicaba  artículos y ensayos en revistas marginales que ocasionalmente le incluían poemas, nunca quiso ver éstos  editados en forma de libro. Ni siquiera consiguió vencer su reticencia uno de sus más viejos amigos y ferviente admirador, el escritor E.M. Forster, y eso que éste le dio toda clase de facilidades para corregir una y otra vez la versión inglesa de sus poemas y hasta le puso en contacto con la prestigiosa Hogarth Press.

La única incursión de Kavafis en la periferia aventurera de la vida fueron sus relaciones homosexuales, siempre esporádicas y tan ocultas  que llegó al final de su vida sin dar jamás el más leve motivo de escándalo, bien que sus poemas estén llenos de alusiones a su obligada clandestinidad: “Dijo el poeta:”Es amada / la música que no pudo sonar”./ Y yo creo que la más selecta / es aquella vida que no pudo vivirse”.

A pesar de contar con tan exiguo material biográfico, Miguel Castillo Didier, profesor de griego antiguo y moderno en el Centro de Estudios Griegos de la Universidad de Chile y traductor entre otros muchos poetas de Kavafis, se las ha arreglado para hacer una biografía que con toda seguridad va a ser una referencia obligada para todos los estudios que se hagan en adelante sobre Kavafis. Recurriendo a capítulos muy cortos y contundentes que dinamizan la narración, y que llevan títulos muy explícitos (El poeta y su familia, Los padres, Los hermanos, Constantino, En Constantinopla, La pobreza en la Polis, etc) el biógrafo sitúa el entorno familiar, la infancia y los difíciles avatares familiares de la infancia y primera juventud del poeta, marcados por las dificultades económicas y las sucesivas pérdidas familiares.  Hecho lo cual se adentra en las cuestiones que mejor definen su perfil de creador, como la lúcida elección de una profesión (Ser poeta), las décadas decisivas de 1890 y 1900, las luchas interiores y las ideas morales derivadas de las mismas. Pero sobre todo se tratan los aspectos más relevantes en la afirmación de la voz poética de Kavafis, la difícil relación con Alejandría y la evolución desde un primitivo odio y rechazo hasta la reconstrucción de una mítica ciudad universal asentada en sus raíces egipcias y helenas y que se ha ido afianzando con las aportaciones bizantinas y demás vetas vivificadoras procedentes de su rico y complejo pasado histórico. Son muy completos los análisis de la vinculación de Kavafis con la Grecia clásica o el reflejo en su escritura de su formación bizantina, rastreable incluso después de pasar por el tamiz de la traducción.

Inevitablemente, y ante la falta de peripecia vital relevante, el biógrafo no ha tenido más remedio que buscar una referencia excesiva en la obra y acaba produciéndose una identificación recurrente entre el personaje civil y lo que éste dice en sus versos. Quizá por eso el lector, indiferente al hecho de si Kavafis era sincero cuando manifestaba su amor, o su odio, por Alejandría, rescata sobre todo aquellas imágenes que por usar la afortunada expresión de Octavio Paz, “son palabra en el tiempo”. Por ejemplo cuando invoca al destino en nombre de su interlocutor deseándole que, en su viaje hacia Ítaca, el camino sea largo y lleno de aventuras y conocimiento. Pero palabra en el tiempo es una forma elegante invocar a las verdades eternas, esas que hacen referencia al deseo de llegar, en una mañana de verano,  a puertos nunca antes vitos. Aunque también vale cuando, al escuchar  a medianoche  los maravillosos instrumentos de un festejo misterioso, ha llegado la hora de decir adiós, sin llanto, a Alejandría que se aleja.

Vida de Kavafis

Miguel Castillo Didier

Edidiciones Universidad Diego Portales    

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3 de noviembre de 2014
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El perro

Ah cuando los moribundos vuelven a la vida después de un viaje solitario por el dolor y las sondas. Cuando van despertando sus pulmones callados, el corazón tímido, el estómago esquivo. “Ya toma líquidos”, dicen. Es una señal de oro, el zumo que se acomoda a la boca para recorrer dócilmente el laberinto de órganos. Después viene el simulacro de la ducha, la bendición de sentir el chorro del agua caliente deslizándose sobre el cuerpo, aunque sólo sea un trozo de carne. En una habitación de hospital, la vida de afuera permanece ajena, tan lejos con sus risas y sus motores. Y no digamos si ese cuarto es el de una paciente infectada por el virus del Ébola y que durante su agonía sólo pudo ver rostros humanos por el teléfono. El viernes, El País reproducía una conversación de Teresa Romero con su marido: “No quiero entrevistas, lo que yo necesito es a mi perro”. “¡Sólo quiero que me den a mi perro… ¿Qué le han hecho a mi perro esos hijos de su madre? ¡¿Por qué me lo han matado?!”, se oye gritar a Teresa, llena de rabia e impotencia, escribía el periodista José Antonio Hernández. Traspasar la intimidad de ese cuarto del hospital es algo así como llegar hasta el fondo de una mina. Y no sólo por el peligro letal y las escafandras, sino por escenificar el estado de ánimo de un ser humano víctima de una gestión política de pandereta en la cual el consejero de Sanidad llegó a acusarla, sumida en estado de extrema gravedad, de mentirosa. También porque delata una psicosis que, al margen de la ética animalista que tanto ha calado en nuestra sociedad, decidió matar al perro sin seguir protocolo alguno, en una expresión de ridícula firmeza. Cuál debe de ser el grado de desesperación al regresar desde las mortajas a la vida, sin aquello que tanto sentido le daba. Excalibur, la espada del rey Arturo, un curioso nombre para un american stafford, fue fulminado por una praxis chapucera que, lejos de modales europeos, lo hizo a la manera de una tribu supersticiosa. Como tantos, he seguido testigo admirada del amor que se profesan los animales y sus dueños. De cómo se parecen: en realidad hablar del animal significa hablar de ellos mismos. Cuando murió mi abuelo su perra Ona, cada tarde a la hora en que él tocaba a Bach y La cumparsita, se enroscaba en los pedales del piano y gemía. No podía haber elegido más certeras palabras Lord Byron para despedir a su terranova, Boatswain: “Tenía todas las virtudes humanas sin ninguno de sus defectos”. La historia está cosida de historias sentimentales de gran calado donde a menudo prevalece el sentimiento de indefensión del animal, escuetamente protegido por las leyes. En una habitación del hospital Carlos III una moribunda regresa a la vida con rabia y duelo. Y con una historia que cuestiona si este país está preparado para la emergencia. En esta ocasión Josef K fue el perro. Pero lo podemos ser todos. (La Vanguardia)

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3 de noviembre de 2014
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La cuarta contrarreforma

En medio de una notable ignorancia social y de una absoluta indiferencia política España está arruinando, de nuevo, las posibilidades de construir una comunidad moderna y culta. Cada vez es más evidente que el desastre puede comprometer el futuro a lo largo de décadas, sino de todo el siglo XXI. Me refiero al progresivo deterioro de la cultura y al drástico abandono de programas de investigación científica que tienen su encarnación más evidente en el éxodo de decenas de miles de graduados universitarios. Lo que está en marcha es una auténtica contrarreforma, la última de las que han impedido el acceso a una sociedad con arraigo ilustrado.

Sin embargo, esta nueva contrarreforma, quizá por ingenuos, nos ha sorprendido a muchos de los que pensábamos, hace unos lustros, que, por fin, España avanzaba por la senda de una mentalidad moderna. Aunque aparenten ser muy lejanos no lo son tanto los años en que parecían encauzarse poderosas energías en esta dirección. Pese a las servidumbres políticas de la Transición, no hay duda de que la primera etapa democrática se vio impulsada por las tendencias hegemónicas en la cultura antifranquista, de manera que el modelo que se dibujaba para la nueva España se sustentaba en criterios modernos, laicos, ilustrados, federales y, pese a la aceptación obligada -o casi- de la Monarquía, republicanos. Durante una veintena de años, hasta mediados de los noventa, aquel modelo implicó las complicidades suficientemente fuertes y eficaces como para que, si gustan estas denominaciones, se pueda hablar de una Generación de la Democracia, con una acentuada excelencia en el terreno de la creación y el pensamiento -homologable a lo que en aquellos momentos se realizaba en Europa- y un reforzamiento sin precedentes de la investigación científica.

Muchos de los científicos que ahora dejan las universidades españolas emprendieron entonces el camino opuesto para fomentar aquí centros prometedores, que dieron frutos notables en los años inmediatos. Con el cambio de siglo y las nuevas condiciones políticas aquel juego de complicidades intelectuales, procedente de la cultura antifranquista, fue debilitándose progresivamente, hasta el punto de que el ideal ilustrado dejó de estar en el centro del tablero. Los años de la opulencia especulativa no llevaron, para nada, aparejados, años de opulencia cultural. Finalizados aquéllos, e instalados en la hipócritamente llamada austeridad, se pusieron en marcha los mecanismos del desmantelamiento científico y del desprecio por la cultura. Aquella nueva España democrática -laica, moderna, ilustrada- era arrojada al desván de las ilusiones perdidas mientras ocupaban el escenario una debilitada dignidad escéptica y un cada vez más vociferante coro contrarreformista. Es, y ojalá me equivoque, una contrarreforma en toda regla, sucesora y consecuencia, al menos en parte, de otras contrarreformas que jalonan la historia de España, y con las que somos poco dados a confrontarnos críticamente.

Un ejemplo que, en su momento, me llamó mucho la atención fue la pérdida de una oportunidad de oro en 1992. Era una época todavía muy vigorosa en el desarrollo cultural de la joven democracia y, además, marcada por grandes acontecimientos colectivos, como las Olimpíadas de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla. Se conmemoraba el 500º aniversario del descubrimiento de América. Se hicieron muchos discursos apologéticos pero -¡500 años después!- no hubo una autocrítica profunda de la Conquista y la Colonización americanas y, por tanto, no se dio una enseñanza más compleja de aquellos hechos decisivos. Pero hubo un caso peor. En 1992 hubiese debido conmemorarse también el quinto centenario de la expulsión de los judíos. Hubo pocas, muy pocas, palabras alrededor de este tema. Se pasó de puntillas sobre una circunstancia capital, demostrándose, con creces, la incapacidad para observarse en el espejo del pasado como aprendizaje y no como venganza. ¿Podía la sociedad española mirar cara a cara lo sucedido en la relativamente reciente Guerra Civil si era incapaz de hacerlo con respecto a sucesos acaecidos cinco centurias antes?

Y, no obstante, la expulsión de los judíos, una monstruosidad en sí misma, ha marcado el devenir de la cultura y la mentalidad españolas a lo largo de los siglos. Con esa expulsión se eliminó a una minoría -muy amplia, por cierto, en relación al conjunto de la población- que reunía unas condiciones singulares: sabía, por lo general, leer y escribir. Se cortaba de cuajo uno de los caudales por el que podía circular la cultura más avanzada de la época. De hecho pienso que España, con universidades como las de Salamanca y Alcalá de Henares, estaba en condiciones privilegiadas para recibir el enorme impacto que la cultura del Quattrocento italiano iba a causar en Europa durante el siglo XVI. El Humanismo se expandió, es cierto, pero la fecundidad del Renacimiento pronto se vio debilitada por la Contrarreforma que, si bien tuvo en la Inquisición su referente más vistoso y lúgubre, afectó todos los planos de la vida social, mutilando en buena medida el futuro de la cultura hispana.

El menosprecio de la libertad y de la cultura crítica fue el argumento que articuló la primera gran contrarreforma. Y algo similar ocurrió con la segunda, la que cerró la puerta al movimiento ilustrado. Hoy día deberían ser materia de lectura obligatoria los escritos de Jovellanos. El lector encontraría suficientes paralelismos entre aquellos anhelos frustrados y los actuales, no, claro está, en lo que los economistas llaman "signos exteriores de riqueza", mucho más evidentes ahora, sino en la pobreza mental, donde la similitud es mucho mayor. Y, tras Jovellanos, también Goya debería habitar entre nosotros para que, como entonces, su ojo captara, aunque fuese a través de las pantallas, la miseria espiritual de nuestro tiempo, y su pincel pudiese reflejar, en colores nuestros, hasta qué punto la algarabía mental y el populismo demagógico se imponen grotescamente. Si la primera contrarreforma cercenó el humanismo renacentista, la segunda contrarreforma cerró las puertas a la Ilustración que vertebraba la civilización europea.

La Guerra Civil fue el inicio brutal de la tercera contrarreforma. Conocemos las consecuencias pero, como siempre que se trata de mirar autocríticamente el pasado, tenemos notables dosis de confusión respecto a las causas. También antes de que estallara esta tercera contrarreforma hubo grandes esperanzas e ilusiones perdidas. El enorme mérito de los que intentaron en el primer tercio del siglo XX -y desde finales del anterior- la modernización mental de España reside en la orfandad de la que procedían. A diferencia de la mayoría de los europeos, los escritores, artistas y pensadores que se lanzaron en aquella dirección carecían del respaldo histórico del Renacimiento y de la Ilustración. No es el caso de España. Pero esto ofrece aún más valor al movimiento intelectual que, con todas sus contradicciones, se presentó como garantía de un futuro libre. Se ha dicho que, sin la Guerra Civil, y pese a su inclinación por la violencia política, España habría culminado su proceso, como lo demostraría el enorme bagaje diseminado, tras la contienda, en los exilios exterior e interior. No lo sabemos. Únicamente sabemos que la dictadura edificó sólidamente su propia contrarreforma.

La cultura que emergió en 1975 también es huérfana. No solo de Renacimiento y de Ilustración sino, en buena medida, de lo que en general puede calificarse de Modernidad. Pero, como contrapartida, el empuje pareció arrollador, como si una entera sociedad quisiese, en pocos años, recuperar las décadas, y tal vez las centurias, perdidas. El proceso tuvo sus efectos, en especial después de la integración en la Europa política. Ahora percibimos, sin embargo, que bajo la apariencia más o menos brillante, quedaban, como pesados anclajes, demasiadas cuentas pendientes. Y cuando el suelo se quebró -por fragilidad o por agotamiento o por corrupción- reemergieron, con máscaras nuevas, las criaturas del subsuelo: el desprecio por la libertad y la crítica, el fanatismo, los populismos de todo tipo. Y la más dañina: la ignorancia autosatisfecha que contempla apáticamente la destrucción de la cultura y la dispersión del talento.

Ésta es la cuarta contrarreforma. Si hemos aprendido algo de las anteriores deberíamos detenerla a tiempo.

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3 de noviembre de 2014
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El Boomeran(g)
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