Víctor Gómez Pin
Formularé una pregunta clásica: ¿cabe una multiplicidad meramente numérica, es decir, sin notas diferenciales que suponen desigualdad? Remontémonos una vez más a Aristóteles: En el nivel de las especies la respuesta es negativa, pues referirse a especies supone precisamente considerar la diferencia cualitativa en el seno de un género. Hombre y caballo se distinguen en el seno de la animalidad entre otras cosas porque el primero posee la nota racional, de la que el segundo carece. Pero Aristóteles sostiene que hay un dominio en el que en cierto modo hay distinción sin diferenciación cualitativa, pues para el Estagirita las polaridades cualitativas mediante los cuales podemos a distinguir a Sócrates de Calias (bajo-alto, feo- guapo, canoso- cabello negro, etcétera) son contingentes y en consecuencia carentes de peso ontológico. De ahí su tesis de que no hay ciencia de los individuos y que la ciencia como determinación de diferencias esenciales acaba allí dónde conseguimos distinguir a una especie de otra especie. Esta contingencia de los rasgos diferenciales cualitativos tratándose no de la especie sino del individuo supone que, a la hora de referirse a éste, lo único importante es exactamente lo que la etimología dice: indiviso respecto a sí mismos y dividido respecto a todos los demás (por decirlo en términos de Francisco Suarez) es decir la definición misma de uno. Si hay individuos hay multiplicidad meramente cuantitativa cabría decir respondiendo a la pregunta.
Mas, ¿cual cual sería el soporte de esta pluralidad meramente cuantitativa? ¿Dónde se despliega la discreta pluralidad de los individuos? En el continuo espacial o temporal sería la primera e inmediata respuesta. Dos individuos presentes difieren en el espacio, mientras que el presente Sócrates que se dispone a tomar la cicuta difiere del Sócrates maestro del joven Platón en el tiempo. Pues bien, Leibniz vendrá al traste con esta concepción. Lejos de admitir que la diversidad de posiciones en el espacio y el tiempo basta para distinguir a una realidad de otra, Leibniz nos invita a considerar la posibilidad de que sólo se den tiempo y espacio en razón de que las cosas de inmediato se distinguen por rasgos intrínsecos. O en otros términos: tiempo y espacio serían la expresión de la diferencia entre las cosas y jamás un marco previo y subsistente en el cual eventualmente las cosas pudieran venir a insertarse. Transcribo al respecto un párrafo de los Nouveaux Essais sur l’entendement humain (XXVII).
Un texto de Leibniz.
"Es necesario que además de la diferencia de tiempo y de lugar haya un principio de interna distinción, y aunque haya varias cosas de una misma especie es cierto, sin embargo que no hay cosas absolutamente similares: así, aunque el tiempo y el lugar (es decir, la relación exterior) nos sirvan para distinguir cosas que no distinguimos perfectamente por sí mismas, no por ello las cosas dejan de ser distinguibles en sí. El criterio de la identidad y la diversidad no reside pues en el tiempo y el lugar, aunque sea verdad que la diversidad de las cosas se acompaña de la diversidad de tiempo y lugar que conllevan impresiones diferentes sobre la cosa. Ello por no decir que más bien son las cosas las que permiten discernir un lugar o un tiempo de otro lugar u otro tiempo, pues por ellos mismos son absolutamente similares, lo cual supone que no son substancias o realidades completas"
En suma: el tiempo y el espacio no precederían a las cosas. Las cosas no precederían a sus intrínsecas diferencias. Luego: el tiempo y el espacio no precederían a la diferencia entre las cosas. Y el texto citado se completa con un segundo en el que se explicita ya el principio de los indiscernibles:
"El principio de individualización se reduce en los individuos al principio de distinción del que hablaba. Si dos individuos fueran absolutamente similares e iguales y así (en una palabra) indistinguibles por sí mismos, no habría principio de individualizació; e incluso me atrevo a decir que en estas condiciones no habría distinción individual ni individuos diferentes"
Vemos pues que con Leibniz se da un enorme paso en la vía de la priorización ontológica de la relación diferencial sobre la entidad per se de cada cosa. Sin relación diferencial intrínseca no habría especies, sostenía ya Aristóteles. Sin relación diferencial intrínseca no habría tampoco individuos, viene a decir Leibniz. Así pues, sin relación diferencial intrínseca no habría simplemente mundo, puesto que mundo no es otra cosa que orden, es decir precisamente sistema de relaciones entre géneros, entre especies, en el seno del género, y entre individuos en el seno de la especie.