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La fobia

Pocas palabras son tan ajustadas a su concepto como "fobia". La fobia lleva consigo, en el centro de su pecho, el rechazo y en su cabeza una aborrecible figura que topa con nuestra simple voluntad, yo, nuestro legítimo deseo.

No valen las fobias sin fundamento aunque suelen ser abundantes pero se trata sólo de fobias sin investigar del todo. En el fondo de cada fobia reside un pozo razonado de odios y miedos al que tarde o temprano se tiene acceso y conocimiento. De esta manera la fobia es una bestia asentada en lo hondo de cada sujeto y encerrada en su mismo espacio. Ambos sujetos conviven pero mientras la víctima en Sujeto a la fobia, saltado por ella imprevisiblemente cuando todo es carne de paz, la fobia es un sujeto carnívoro.

La paz y la fobia se enfrentan como la mansedumbre se opone a la cólera. Y no una cólera cualquiera sino una cólera dura y hasta fosilizada. De ahí que los profesionales del alma, los psicoterapeutas y psiquiatras, encuentren tanta dificultad en extraer la fobia del paciente. De una manera la fobia actúa con gran efectividad gracias a su arraigo y, de otra, ese arraigo puede llegar a un grado en que se convierte en parte de nosotros mismos. Un organismo con su fobia es un organismo que funciona con la fobia engastada. Como un coágulo que nos puede matar, como un trombo que nos puede ofuscar, como una pesada bola de acero que nos obstruye la garganta. La fobia puede ser de este modo una esfera pesada y pulimentada pero también fobia que con el tiempo ha desarrollado una pluralidad de  estribaciones y largos filamentos odiosos  que podrían ahogarnos con su extensión interna y apoderarse de nosotros como un demonio de incontables dedos. ¿Odio a la fobia? Sí. Pero cuanto más miedo se le tiene, cuanto más se obedece a su terror, cuanta más atención se le presta, más crece y envenena  llegar, acaso, paralizarnos, a esclavizarnos, a envolvernos de ceguera la cabeza.

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15 de diciembre de 2014
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El Estado violador

Adolescentes ceutíes que sueñan con un barbudo de ojos azules cuyo perfil en Facebook las invita a ser salvadas; muchachas extraviadas en su pequeño cuarto, deseosas de hacer algo grande que dé sentido a sus vidas. También niñas de doce y trece años que son raptadas para castigar y luego escarnecer a su familia porque las mandó a la escuela. Las llaman de forma legítima “esclavas” y “cautivas sexuales”, y la Biblioteca Al-Himma, editorial del Estado Islámico, ha publicado una guía que resuelve las dudas de sus combatientes, por ejemplo: ¿puede secuestrarse a dos hermanas y mantener sexo con ellas? “Sí”, responde la guía antes de ponerse mojigata, “pero hay que violarlas por separado”. En cambio se puede fornicar con los hijos de la mujer delante, comprarlas por 15 euros. Se las puede azotar si se portan mal, aunque “no con fines sádicos”, reza el manual que convierte el crimen en norma. “EL EI ha publicitado sus propias intenciones mediante estas violaciones”, según desvela un informe de la ONU. “Da la bienvenida a la esclavización de las mujeres yazidíes -religión preislámica que practica mayoritariamente el pueblo kurdo- , proclamando que uno de los signos de la Hora (del Apocalipsis) será cuando ‘la chica esclava alumbre a su maestro’. De forma que pretenden que surja una nueva generación de mujeres conversas dedicadas a criar a los hijos de los guerreros del Estado Islámico”. Occidente mira horrorizado este nuevo código que aplasta la dignidad de quienes nacen mujeres, por mucho que el Corán dicte que “en justicia, los derechos de las mujeres (con respecto a sus maridos) son iguales que los derechos de estos con respecto a ellas”. Otra cosa son las interpretaciones iluminadas. Como las que han decidido que sus cuerpos, vedados, deben de ser relegados a la esfera doméstica, sólo para uso y disfrute de su propietario. Hace unos días, La Repubblica entrevistaba por teléfono a una chica, cautiva en Raqqa, entre Siria e Iraq, a la que habían dejado mantener su móvil para que pudiese contarle a su familia lo que le hacen como efectivo método de tortura. La chica confirmó que las más pequeñas, violadas tres o cuatro veces al día, pierden el habla. Hace unos meses la solidaridad internacional -y del couché- se entregó a fondo con sus pancartas y tuits pidiendo que las niñas nigerianas secuestradas regresaran a casa. Hay quienes han perseverado en la lucha contra la barbarie fundamentalista de Boko Haram, pero las protestas han perdido músculo y pueden acabar sucumbiendo a la fatiga del millón de causas injustas que aguardan a la nada. Esas legiones de esclavas sexuales, algunas a sólo 15 km de la Península, desgarran el sentido y demuestran que la atrocidad puede llegar a considerarse deber en nombre del honor. Al menos ese Occidente horrorizado podría perseguir el rastro de sus propias armas.

(La Vanguardia)

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15 de diciembre de 2014
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Relatos del mar

 Siguiendo con su política de inventar libros bellos y que al mismo tiempo atraigan a un público lector general, o al menos no especializado, Alba Editorial propone ahora Relatos del mar. En lugar de recurrir a un antólogo de postín, como era el caso de Umberto Eco y sus estupendas Historias de las tierra y los lugares legendarios, la editorial ha preferido apoyarse en el nutrido y muy atractivo elenco de escritores de mucha fama y una reconocida vinculación con el mar, como son los casos de Edgar Allan Poe, Jules Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad y tantos otros. Pero también los hay que sorprende verlos en tan marinera compañía, como Rainer Marie Rilke o el mismísimo Franz Kafka, quien por cierto contribuye con un fantástico relato “El cazador Graco” (fantástico en todos los sentidos) pero que sobre todo resulta ser inequívocamente kafkiano.

Aparte de formar, informar y entretener, la selección llevada a cabo por Marta Salís pone de manifiesto una vez más la profunda fascinación y el no menos profundo impacto que el mar ha ejercido desde antiguo en el imaginario popular. Y en el libro se ofrecen numerosas muestras de todo ello: tormentas fragorosas, naufragios y náufragos, buques fantasmas, tesoros hundidos con el barco que los transportaba, tráfico de seres humanos, piratas, hazañas épicas y lo que quieras. Vemos a Hemingway en la piel de un cazador de tesoros que busca la manera de entrar en un trasatlántico hundido con más de cuatrocientas personas a bordo (para robar, no porque quiera ayudar); a los habitantes de un pueblo gallego que ven aparecer en la playa unas barricas de vino y se apresuran a traer carros porque saben que el mar no tardará en devolver el resto del cargamento de un barco recién naufragado; el dueño de un campo de nabos situado a muchos kilómetros del mar y que al ver una mañana un barco posado sobre su huerto le preocupan más sus nabos que saber cómo ha podido llegar hasta allí tan inesperado intruso. Y hay casos en los que la tensión del relato parece obnubilar el narrador, como le pasa a Baroja en su “Grito en el mar”. El insigne escritor está describiendo el efecto que provocan en un espectador sentado en el borde de un acantilado los asaltos contra las rocas de un mar embravecido; hay una niebla que es “como un alma sumida en la tristeza” y caen gotas “como lagrimones que brotan de un corazón oprimido”. Después dirá que “el mar es como una reflexión del alma del hombre; su flujo es su alegría; su reflujo, la tristeza”. Pero en medio, y cuando lleva ya más de una página acumulando adjetivos para reflejar en el exterior el estado de ánimo interior del observador, sin duda llevado por la emoción del momento, dice: […] olas que avanzan cautelosas, oscuras, pérfidas como el alma de la mujer […].

En el curioso relato que cierra el libro, “Apuestas”, el galés Roald Dahl lo expresa indirectamente al describir los efectos de una tormenta sobre el pasaje de un trasatlántico. Tras la desbandada de los más pusilánimes en respuesta a los primeros ataques de las olas, el sobrecargo “echó una mirada de aprobación a los restos de su rebaño, que estaban sentados, tranquilos y complacientes, reflejando en su cara ese extraordinario orgullo que los pasajeros parecen tener al ser reconocidos como buenos marineros”.

Ése es el secreto. A todo el mundo le llena de orgullo que lo reconozcan como un buen marinero porque ese atributo conlleva necesariamente el valor que caracteriza al hombre de mar pero también la sobriedad, la templanza ante el peligro, la voluntad de sobreponerse a las situaciones más desventajosas y, sobre todo, la conciencia de que en uno mismo hay algo de los grandes hombres que pueblan el imaginario desde Odiseo hasta los domingueros al timón de un yate que probablemente luzca en la popa el cartel de “En venta”. Y leyendo el libro produce un innegable placer sentir esas emociones marineras tan arraigadas pero cómodamente tumbado en un sofá y con un buen scotch al alcance de la mano.

 

 

Relatos del mar. De Colón a Hemingway.

Selección de Marta Salís.

Alba editorial

 

 

 

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15 de diciembre de 2014
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La necesidad de recordar a Anna Politkovskaya

Hoy es el día indicado para recordar a la periodista valiente, lúcida, que hacía preguntas como con puños de hierro y escribía como con guantes de seda.

No se cumple ningún aniversario de Anna Politkovskaya. No ha pasado nada nuevo en su triste juicio ni en Chechenia, la zona donde ella mostró la podredumbre moral y la deriva autoritaria de su querida Rusia. Por eso mismo. Porque todos los días es necesario recordar a Anna, que murió por su periodismo sin miedos hace ocho años, dos meses y seis días.

Esta es una versión resumida del epílogo de mi libro Periodismo narrativo. Es una vindicación de lo mejor del oficio, que sigue viviendo en el recuerdo y en la obra vigente de Anna Politkovskaya.

*          *          *

Tenía el pelo blanco, duro y muy corto. Tenía la cara redonda, los ojos acerados de permanente ironía, y un cuerpo de abuela sólida, como si fuera la matrioshka mayor, esa muñeca rusa colorida que contiene a todas las demás muñecas. Caminaba tímida y hosca entre alfombras y cortinados. Evidentemente, no se encontraba en su sitio; sus ojos parecían querer estar en algún otro lado.

Era la plácida primavera de 2002 y un extraño menjunje de periodistas, académicos y funcionarios participábamos en una conferencia en el castillo de Bonn.  Algunos hablaban inglés; otros, alemán; otros más, árabe; y un pequeño grupo sólo se expresaba en ruso. En la última sesión, un periodista de la radio pública alemana, regordete y rosado, trazó una crítica atinada y demoledora a los grandes medios occidentales, como el suyo, que enviaban paracaidistas ensoberbecidos a los puntos “calientes” del globo, como Ruanda o Chechenia, y después lo reducían todo a tres datos y cuatro imágenes que no ayudaban a entender nada. “Mejor sería que no fueran”, terminó el rubicundo alemán, muy satisfecho por ser capaz de semejante autocrítica.

En ese momento se levantó de su asiento, en la otra punta del salón, esta señora de pelo blanco y empezó a mover los brazos y llamar la atención de los traductores de ruso. En medio de una conferencia donde se hablaba de muertes y hambre y esclavitud como si fueran problemas teóricos, Anna Politkovskaya les pidió, les rogó a sus colegas que por favor no se fueran de Chechenia, que aunque el periodismo que hacían los grandes medios comerciales y las agencias occidentales era una soberana porquería, para una reportera rusa que trataba de contar esa guerra atroz, era cuestión de vida o muerte.

Y entonces, cuando se calmó un poco, Politkovskaya nos lo explicó: esas noticias llenas de errores y de imperdonable ignorancia eran para ella como el balón de oxígeno para un buzo encallado en las profundidades del mar.

Sin esa presencia en los medios de fuera de Rusia, los cuerpos, los espíritus y los derechos de los chechenos serían pisoteados sin testigos por las tropas al servicio del antiguo agente de la KGB Vladimir Putin. Pasado el momento de dramatismo, la conferencia de Bonn siguió por los cauces habituales. Pero yo no me podía sacar de la cabeza la participación destemplada, fuera de tono, de la reportera rusa cuyo nombre, en los documentos de la conferencia, no me decía nada. 

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Recién un año más tarde, cuando llegaron a España las traducciones de los dos libros que Anna Politkovskaya escribió sobre el conflicto, Una guerra sucia y Terror en Chechenia, comencé a entender de qué estaba hablando la aireada señora de pelo blanco.

Anna Politkovskaya fue hasta el último día de su vida reportera del periódico quincenal Novaya Gazeta. Como tal, pasó en Chechenia todo el tiempo que le han dejado las autoridades desde el comienzo de la ofensiva rusa en el verano de 1999. Allí convivió con los perseguidos y se ganó la confianza de todo tipo de chechenos, desde los que participan en las guerrillas o las apoyan hasta los que quieren parar la guerra o se limitan a sufrirla con infinita resignación.

También se adentró en los batallones rusos, resaltando los casos aislados y emocionantes de decencia y valentía en algunos soldados y oficiales, intentando entender el por qué y el cómo de la represión brutal e inhumana que transforma a la mayoría de estos militares en animales.

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A diferencia de muchos libros de denuncia, contados en el lenguaje del informe policial, acumulando datos sin arte ni concierto, sus libros van mucho más allá del memorial de agravios: son novelas contadas en un estilo que debe más a las novelas de Tolstoi y Dostoievsky que al periodismo de investigación de nuestro tiempo.

En medio de la urgencia por contar y abrir los ojos del mundo a lo que sucede en Chechenia, Anna Politkovskaya entendía que sus personajes se merecían una prosa cuidada, una descripción inteligente, una historia bien contada. Al construir personajes complejos y arriesgarse con modelos narrativos que avanzaban en varias direcciones a la vez, Politkovskaya hablaba del poder, de la naturaleza humana, de los límites del sufrimiento y de la pequeña llama de esperanza o de decencia que laten en el lugar más espantoso del mundo.

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En Terror en Chechenia, dos capítulos muestran con un estilo precioso e insoportable las dos caras de lo que estaba haciendo la guerra tanto para destruir a los chechenos como para deshumanizar a los rusos.

Al final de una noche de alcohol y aquelarre, el coronel Budánov se hizo traer una adolescente chechena a su despacho, la violó, la mató a golpes y ordenó que la “despacharan”. Se hizo un juicio – casi el único por atrocidades en Chechenia – y la defensa del coronel y los medios afines al gobierno apuntaron la culpa a los soldados a quienes se había ordenado deshacerse del cuerpo.

Tres capítulos más adelante, otro coronel, Mirónov, viajaba en avión de transporte de tropas con Politovskaya. En medio del ruido y el hedor entablaron una conversación que los humanizó y los acercó. El coronel estaba herido, era de alguna manera consciente de lo que sucedía, y en el hospital donde la autora lo visitó le mostró otra, tenue pero existente, cara de una humanidad posible aún dentro del sistema militar ruso que estos libros denuncian.

Es un milagro que, en medio de tanta tensión y peligro, sus textos sean de una belleza desarmante, llenos de detalles originales, escritos con un tono pausado y sabio, con humor y con un uso magistral del ritmo narrativo. Ambos libros son obras maestras y testimonios de una narradora y reportera admirable.

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La mañana del domingo 8 de octubre de 2006 encendí la radio y me golpeó la noticia atroz: un matarife acribilló a Anna Politkovskaya en el portal de su edificio.

Pasaron ocho años. Finalmente se hizo un juicio, pero solo se juzgó a los ejecutores. Cinco hombres fueron sentenciados, pero ni el fiscal ni el juez inquirieron pr los autores intelecuales, los que ordenaron el crimen.

Pero la sobrevive su legado. Sus dos libros en castellano, casi 700 páginas en total, nos siguen hablando de un verdadero genocidio: centenares de muertos, torturados, desaparecidos, desplazados de su tierra, violados, mutilados, ciudades transformadas en montañas de basura y ceniza.

Anna Politkovskaya creyó que la fama y la presencia de medios internacionales la salvarían de la suerte de tantos, demasiados periodistas, en Rusia, en África, en México, en Colombia. Igual la mataron. Los premios e invitaciones internacionales no sirvieron como coraza ante los ataques de sus perseguidores ni la salvaron al final.

¿Por qué murió? Por su trabajo, por tomarse tan a pecho y cumplir tan bien su misión de contar la verdad. Por su uso de las herramientas del periodismo narrativo hasta las últimas consecuencias, para despertar conciencias, para emocionar, indignar, educar, informar, enriquecer y ayudarnos a luchar por un mundo más vivible.

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14 de diciembre de 2014
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Alcobas reales y plebeyas

Los verdaderos habitantes de Mónaco no residen en la abigarrada ciudad-estado, que produce jaqueca con tanta grúa, yate y acantilado sino en sus alrededores, sea en la luminosa y picassiana Antibes o en las villas de Cap Ferrat, donde una refinada decadencia salpica de sauces y englantinas el paisaje. En una ocasión, me topé en una cafetería monegasca con una de esas mujeres tocadas por el mito: María Kodama, viuda de Borges. Y pensé que podía tratarse de un perfecto refugio para ella, un lugar tan discreto como opaco donde tantos personajes apátridas como divisas ídem encuentran buen acomodo. Esta semana, cañones, sirenas y campanas han celebrado la llegada del heredero. De los herederos. Alberto y Charlene han tenido un detalle: Abolir la tradición por la cual si nace un varón hay que disparar 101 cañonazos, mientras que una hembra merece la ridícula cantidad de 21. En total fueron 42 los que pusieron épica a la tarde del pasado miércoles en el monolito Monoïkos, conocido popularmente como Le Rocher, donde se erige el Palais Princier. Parece mentira que en el mundo global las cuitas de alcoba y descendencia de las monarquías mantengan su chismosa prosa. Primero nació la niña, nombrada con ecos proustianos: Gabriella Thérèse Marie, que ya es Condesa de Carladès, luego un niño, que hereda el del abuelo: Jacques Honoré Rainier, Marqués de Baux desde la misma cuna. Vinieron al mundo con dos minutos de diferencia, pero algún día será él quien reine sobre los casinos. En el Principado sigue vigente la ley agnaticia, variante de la ley sálica que antepone siempre al varón (como en España y Gran Bretaña, que aún no han modificado su misógino derecho de sucesión). Disparatadas y rancias tradiciones en un mundo donde ellas ya no son mandonas sino jefas. Mucho se ha hablado acerca de la inconsistencia del matrimonio real y la supuesta bisexualidad de Alberto (cada medio año conozco a alguien que conoce a alguien que se acostó con él, varón siempre). Sea como fuere, Charlene ha cumplido el contrato y los Grimaldi reciben un balón de oxígeno para seguir interpretando sus glamurosos papeles. Otro tipo de contrato, en este caso sexual, es el que firma un personaje de ficción que ha logrado saltar del folletín romántico con pimienta libidinosa a la “cliteratura”. Ha habido un antes y un después de 50 sombras de Grey en muchos dormitorios de mujeres insatisfechas y no por su valor literario sino pedagógico. El estreno de la adaptación cinematográfica será por San Valentín (sexo, pero con amor, han calculado los publicistas), mientras continúa la discreta aunque imparable campaña promocional: El trailer es el tercer vídeo más visto en el mundo este año, con 64,7 millones de reproducciones. En él, Dakota Johnson, hija de Don Johnson y Melanie Griffith, renueva su estirpe -como las de Mónaco, ha heredado la belleza hitchcockiana de su abuela-. Las alcobas, tan fundamentales en la vida, sea real, ficticia o plebeya. Charlene aprende a crecer en ellas mientras a Dakota le permiten crecer. Las otras esclavas Ya sabemos que la esencia de la moda reside en el cambio continuo y que los nombres pasan tan rápido como las tendencias. Pero aún así hay noticias improbables que suceden: una niña de cuatro años es la nueva diseñadora de J.Crew -una de las firmas preferidas de Michelle Obama-. Mayhem se hizo celebre por sus copias en papel de seda de modelos lucidos por Jennifer Lawrence o Lupita Nyong’o: Muchos dramas suelen empezar como una gracia. El disparate se suma a otro titular: “Kristina Pimenova, la niña más guapa del mundo triunfa como modelo”. ¡Con nueve! Sus poses producen angustia y, sobre todo, alertan de la megalomanía de unos progenitores que deberían recibir algún tipo de tratamiento. ‘Like a sex machine’ La última machada del solterón Leonardo DiCaprio -que acaba de cumplir 40, y lo celebró hasta bien entrado el mediodía siguiente-, ha sido reclutar un harén de 20 mujeres en la zona VIP de la Miami Art Bassel para llevárselas de juerga. No solo los oligarcas rusos y los Berlusconis del mundo entienden que el sexo en grupo es la mayor muestra de poder masculino. Hay quienes jalean a DiCaprio, aunque un rictus acartonado se esconda bajo su barba bíblica, y quienes, como Jessica Goldstein en Think progress, ironizan sobre el mito del womanizer: “Ninguna mujer te va a respetar si te tiras a medio equipo de Victoria’s Secret”. Estos chicos a menudo olvidan que no hay mayor sex-appeal que el misterio. La reina romántica A diferencia de los nombres proustianos de las condesas-princesas de Mónaco, a ella la bautizaron como Fabiola Fernanda María de las Victorias Antonia. No tuvo hijos, un estigma que pesó sobre ella y el llamado “rey triste”, Balduino. Dice que se amaron desde el primer momento, y en las fotos que se han publicado tras el fallecimiento de quien fuera 30 años reina de los belgas él siempre la rodea con su brazo. Alta cuna, escuela en Lausana, regalos de Franco, también composiciones al piano y un libro de cuentos que llegó a publicar. La llamaron hueca por infértil, piadosa por su religiosidad y cursi por sus perlas. Su físico siempre me pareció diferente a todos.. Su boda inauguró Eurovisión, su muerte anuncia el ocaso de las tiaras excelsas.

(La Vanguardia)

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13 de diciembre de 2014
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La caverna digital o la profecía de Platón

La caverna de Platón es un cine primitivo, con un foco y una pantalla donde se proyectan las imágenes. Con toda evidencia el cine fue la primera caverna de Platón en estado puro, y como les ocurría a los habitantes inmovilizados de la caverna, los espectadores del cinematógrafo están también presos en sus butacas, y mientras dura la proyección tienden a creer que lo que ven es real. Cuentan que los espectadores de una de las primeras películas de los hermanos Lumière (la de la locomotora) salieron corriendo de la sala porque no podían soportar tanto realismo.

Pero la verdadera caverna de Platón de ahora es Internet, ya que es mucho más totalitaria, envolvente y narcótica que el cine, y exige más continuidad y dedicación. Hay gente que se pasa casi todo el día ante la pantalla del ordenador, viviendo en una dimensión virtual, que confunden continuamente con la realidad. Muchos niños de ahora tienen dificultades para diferenciar lo virtual de lo real.

Habrá que pensar que Platón era un profeta. Nunca como ahora habíamos vivido tan sumergidos en su caverna. Nunca como ahora habíamos consumido tantas ficciones: de hecho ya todo parece una ficción de la que nadie nos va a sacar, y no deja de ser paradójico que a los pocos que aún están fuera de ella se les considera fuera de la realidad, cuando en honor a la verdad son los únicos que están fuera de la ficción.

No niego que la red está vinculada a la realidad: ahora mismo la gobierna y la determina, y tampoco niego que siempre hemos estado gobernados por ficciones. Platón lo sabía mejor que nadie, y con su mito pretendía que por lo menos supiésemos diferenciar los objetos reales de las sombras proyectadas en la pared de una gruta.

Una gruta no muy diferente a la cueva en la que muchos ciudadanos de ahora van a pasar y pasan la mayor parte de su existencia, creyendo que se relacionan con otros cuando en realidad solo se relacionan con espectros.

Salvo cuando estoy escribiendo, rara vez consigo pasar más de una hora ante el ordenador, en cambio puedo pasar más de dos horas mirando un gato, un árbol, o las nubes que pasan por el cielo. ¿Ellas también son una ficción? No me atrevería a decir que no. Es posible que ya todos vivamos dentro de un ordenador y que nuestras vidas sean meras imágenes en movimiento.

Matrix fue una de las últimas versiones del mito de la caverna de Platón, (1999); otra, muy diferente, fue La caverna de Saramago (2000). Algunos años antes, escribí una novela corta titulada El apocalipsis según Jonás (que salió por entregas en el periódico El Mundo), donde una sociedad secreta promete a sus miembros una inmortalidad ficticia, vinculando sus cuerpos en estado de hibernación a un ordenador central que les hace creer que están en el Paraíso.

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13 de diciembre de 2014
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Un gesto revolucionario

Se acabó la revuelta ciudadana de Hong Kong. Ha durado 75 días. Aparentemente sin ningún resultado para los millares de manifestantes que han ocupado algunas calles de la ciudad en protesta por las restricciones a la democracia impuestas por el régimen comunista de Pekín. Los dirigentes chinos pueden respirar aliviados respecto a sus planes para la excolonia británica. El Gobierno chino seguirá con su propósito de filtrar a los candidatos en las próximas elecciones de las que saldrá el presidente del gobierno de Hong Kong. Aunque estarán abiertas al sufragio universal, quien salga elegido deberá contar con el beneplácito del Partido Comunista. El régimen no se anda con bromas y no va a permitir que en una parte del territorio bajo su soberanía prolifere el mal ejemplo de unos gobernantes que no se sometan a su autoridad. Esto es lo que querían los manifestantes y lo que les obligará a replantear su estrategia a largo plazo: saben que si no defienden sus derechos ciudadanos los burócratas de Pekín terminarán controlándoles como hacen con el resto de China bajo su directa administración. En Hong Kong ha resurgido el mismo impulso que llevó a los estudiantes chinos a ocupar Tiananmen en 1989, que es el año de las revoluciones anticomunistas en Europa y el fantasma que todavía atormenta a los dirigentes comunistas. En el cuarto de siglo transcurrido han pasado muchas cosas, pero una de las más relevantes es precisamente la proliferación de revueltas de este tipo en todo el mundo, bien en demanda de democracia cuando no la había o en protesta por sus disfunciones. En algunos casos las revueltas se han convertido en oleadas revolucionarias, como sucedió en 2011 en el mundo árabe, revertidas después en una feroz reacción militar o en el caos de la guerra civil. En otros han producido resultados desiguales, pero han obligado a cambiar gobiernos y políticas, o han terminado cuajando en partidos nuevos, como Syriza o Podemos. Dicen los expertos que la volatilidad de las revueltas obedece al papel de la tecnología digital y, sobre todo, de los cacharros móviles. Es una evidencia que los ciudadanos contamos con unos nuevos instrumentos de comunicación, que también son de movilización y que nos hacen individualmente más poderosos. El gesto más repetido en nuestras vidas digitales es el de sacar el teléfono móvil del bolsillo para consultar los mensajes nuevos. Según los expertos, quienes usamos smartphones, lo repetimos obsesivamente una vez cada cinco minutos mientras estamos despiertos, algo que se convierte en un gesto revolucionario cuando nos dedicados también obsesivamente, junto a otros millares de ciudadanos, a una causa política que nos motiva. De existir los móviles hace 50 años, Franco hubiera tenido el destino de Mubarak, Ben Ali o Gadafi.

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13 de diciembre de 2014
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No dejarles morir

Me sorprendió que el último libro de Andrés Trapiello, dedicado una vez más a su genio tutelar, se encabezara con una cita de Dickens: "Hechos, sólo hechos". Los, facts, el término que más guerra da en la filosofía inglesa, encabeza esta fantasía sobre lo que sucedió después de la muerte de Don Quijote. Trapiello, por lo tanto (yo le tomo la palabra) se atiene a los hechos. Y los hechos son extraordinarios.

    Hete aquí que una vez muerto el caballero de la triste figura sus más allegados, Sancho, el bachiller Sansón Carrasco, su sobrina Antonia y el ama Quiteria van a iniciar una peripecia colosal, perseguidos por la maldad usuraria, combatidos por la estupidez aristocrática, ayudados (menos mal) por la memoria del gran Don Quijote de la Mancha que muchos admiran y que les gana su simpatía.

    Esta supervivencia de los héroes, este no querer que se vayan del todo, es clásica. Muchas "vidas" prolongaron la muerte de Helena de Troya y la de Judas. No obstante, el experimento es nuevo en nuestra tradición literaria. O casi nuevo, porque el primero que prolongó la vida del caballero manchego fue el propio Cervantes, indignado con lo que se decía de él y lo que sobre él había escrito un desaprensivo. Así que el más cervantino de nuestros escritores continúa la historia con los últimos días de Sancho Panza.

    Y en este punto es cuando aparece Dickens porque el inglés descubrió un modo de hacer más tupida la trama y los personajes. Es la misma técnica que fue llevando la sinfonía clásica a la sinfonía romántica, prolongando los temas en cada vez más imaginativas y audaces armonías, hasta llegar a la desarmonía dodecafónica. Dickens inventó un espacio nuevo, la Metrópoli, pero en lugar de componerlo en dos espacios, como Balzac (ricos y pobres), lo quebró en tres. El nuevo espacio, entre los sucios y peligrosos docks y los elegantes crescent, sería la inmensa extensión de la burguesía, la city. De ese modo un tercer personaje, que podía ser bueno o malo o ambas cosas a la vez, daba espesor a la trama.

    La ambición dickensiana de Trapiello le ha inspirado tres espacios admirables, la aldea manchega (el pasado usurario y beocio), la Sevilla barroca (la actualidad criminal) y la América de los conquistadores (el futuro utópico), por donde transcurre la aventura de los protagonistas. En cada nuevo escenario se produce una mutación de los malvados y también una renovación de aquellos que, por amar a Don Quijote, echan una mano a los protagonistas siempre al borde del colapso. Llevar adelante semejante proyecto requiere un temple literario fuera de lo común: sus lectores constatarán que las páginas dedicadas a la Sevilla barroca son de las más sugerentes que se hayan escrito sobre aquel escenario.

En su momento, Sevilla fue una de las ciudades más populosas, ricas y canallescas de Europa. Aquel caos de asesinos, aristócratas, aventureros, burócratas, esclavos, prostitutas y trabajadores sin techo ni ley, ha recibido ahora su pintura más exacta y emocionante. Porque en ningún momento se despega Trapiello de lo que le mueve a prolongar la vida de su héroe: la poesía. Hasta el Nuevo Mundo. Quizás más allá.

 

Artículo publicado en El País

 

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11 de diciembre de 2014
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Transferencia de culpas

La CIA acaba de sufrir un revés histórico, el tercero y el de mayor envergadura, a cuenta de la presidencia de George W. Bush, comandante en jefe de la guerra global contra el terror. El primero lo sufrió el 11-S, por el mero hecho de que se produjeran los atentados sin que la central de espionaje se hubiera enterado de los preparativos. El segundo, con las inexistentes armas de destrucción masiva que se inventó para invadir Irak. El tercero lo acaba de sufrir con la investigación del Senado, que acredita la brutalidad e inutilidad de su programa de interrogatorio y tortura a los sospechosos de terrorismo. La transferencia de culpa desde los centros de decisión política hasta la poderosa central es parte de los hábitos de la administración americana. La Casa Blanca de Bush puso todos los ingredientes para que sus agentes tuvieran las manos libres para interrogar a los terroristas. Un ejército de expertos legales fabricaron increíbles teorías para convertir las torturas en interrogatorios reforzados perfectamente legales. Se crearon unos centros de detención e interrogatorio fuera de cualquier jurisdicción y control legal. Las convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra fueron anuladas. Los poderes presidenciales se ampliaron de modo que desde la Casa Blanca era posible hacer cualquier cosa sin control judicial ni parlamentario. La nueva construcción argumental situaba a los responsables políticos ante una situación límite, en la que iba a estallar una bomba de relojería cuya clave estaba en manos de un terrorista detenido. No era un diálogo entre la Casa Blanca y la CIA. Todos participaron, intelectuales y periodistas incluidos. El Congreso y el Senado, y sus líderes demócratas, estaban al corriente. E incluso los países aliados, en distintos grados, conocieron e incluso colaboraron con la nueva política antiterrorista. La investigación del Senado tiene dos antecedentes meritorios, aunque muy pálidos, en los informes elaborados por el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo sobre la utilización de centros de reclusión, aeropuertos y el espacio aéreo europeos dentro del programa de detención y tortura. Catorce son los países, España entre ellos, que participaron o permitieron el millar largo de vuelos de la CIA. Rumanía y Polonia, además, son sospechosos de haber albergado cárceles secretas donde incluso se puede haber torturado. Las investigaciones encontraron muy escasa colaboración de los gobiernos y del Consejo Europeo y son escasas las actuaciones judiciales que han seguido a los 21 casos estudiados con nombres y circunstancias concretas. El Senado ha tachado de su informe los nombres de los países participantes. Entre ellos hay dictaduras árabes, como la Libia de Gaddafi y la Siria de El Assad, pero también países de la UE y de la OTAN. De ahí que lo menos que pueden hacer los parlamentos de los países implicados y el propio Parlamento Europeo, ahora que el Senado de los EE UU ha puesto el listón algo más alto, es reabrir sus investigaciones y evitar de nuevo una transferencia de culpas como la que practican los políticos estadounidenses con su central de espionaje.

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11 de diciembre de 2014
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El Boomeran(g)
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