El escritor español Javier Marías, primer lugar en la votación de “Babelia” entre los...

El escritor español Javier Marías, primer lugar en la votación de “Babelia” entre los...
Luisa Elena Delgado. La nación singular. Madrid, Siglo XXI
Por fin un libro que confronta el presente español no sólo desde opiniones y posicionamientos partidistas, sino desde la investigación y la documentación, necesarias bases de cualquier análisis serio y crítico. La Prof. Delgado demostrando no sólo su capacidad académica sino la pasión intelectual que require la conflictividad del presente, historia, expone y debate la conversión actual del Estado en el espacio que ocupa los márgenes de las naciones. Que el Estado encarne la ley como una amenaza de las comunidades y resuelva la razón o la sinrazón de las opciones regionales. demuestra su deriva autoritaria, capaz de imponerse incluso al poder judicial, no sólo politizando sus funciones sino manipulando la misma independencia de los jueces. Este libro se sitúa en el vórtice de esos límites políticos de una “democracia monolingue”, cuya fantasía autoritaria prefiere ignorar los derechos de la diferencia. Se trata, al final, de la cultura democrática, incautada por el estatismo que rehúsa incluso (¡a nombre de la ley!) una reforma federal, de mayor calidad participativa. Entendemos, por ello, que el autoritarismo, el estatismo, y la recusación de lo heterodoxo, para no abundar ya en el efecto disolvente de la corrupción, han erosionado la legitimidad institucional, creando una crisis de liderazgo, de abismo del desacuerdo; y, con ello, la imposibilidad de una negociación capaz de remontar las fuerzas anti-sistemáticas, como el populismo autoritario y antimigratorio, capaz de reducir la red de protección social. La textura cultural, histórica, literaria y política de este trabajo demuestra la necesidad de repensar creativamente esta hora crítica.
Juan Cruz Ruiz. Por el gusto de leer. Beatriz de Moura, editora por vocación. Tusquets Editores.
Bastarían las razones del corazón (la historia de las grandes pequeñas editoriales que a comienzos de los años 70 renovaron la lectura en español) para acompañar esta conversación de Juan Cruz con Beatriz de Moura con gusto y gratitud; pero ocurre, gracias al modelo mismo de la conversación literaria, que dentro de su fluidez dinámica hay otra conversación, y seguramente dentro de ésta una más, y aún otra que más adentro despierta. Quiero decir que la literatura está hecha del linaje del diálogo, casual e ilustrado, que nos incluye. La historia de Tusquets también me pertenece, como lector puntual, y hasta como contribuidor ocasional. Es claro que este modelo permite, además, compartir la calidad del habla más civil. Escuchar, 40 años después, la acerada voz de Beatriz, nos enseña la pasión del trayecto, esa inteligencia del porvenir. Le debemos habernos imaginado mejores.
Robert Juan-Cantavella. Y el cielo era una bestia. Anagrama.
Robert había ocupado un espacio propio, al margen de la sobreproducción de lo que pasa hoy por verosímil (nunca la sociedad había sido una máquina tan implacable con los pobres personajes que desfallecen en cualquier novela del actual neo-naturalismo casposo); primero, en el género del cuento breve, verdadera célula de una nueva lectura; y en la novela misma, desencadenada como el trayecto de un enigma. Sus relatos de Proust Fiction (2005) son de lo más original de la actual literatura de invención. Esos molinos gigantes que combaten con el loco, Don Quijote; como esas hormigas que reescriben el papel de la cigarra, son de notable hilaridad y goce de rescritura. En esta novela R J-C pone en evidencia a sus lectores. Nos propone un esquema policial que nos convierte en el ladrón disfrazado de investigador. Para, enseguida, incluirnos entre los autores y los personajes. En el origen, parece decirnos, está el crimen que nos aguarda en el porvenir. Está hecha de muchas piezas que se van armando como una figura cubista que bien podría ser la del lector. Conviene leerla relajadamente, con complicida irónica, casi con inocencia. (No me sorprende que R J-C, Jorge Carrión y Eloy Fernández Porta estén escribiendo un pastiche gordo titulado Las increíbles vidas del Pequeño Nicolás, en el estilo del realismo crudo dominante).
Ana Belén López. Retrato hablado. México, Andraval.
Ana Belén López no es ningún secreto mal guardado. Entre los poetas nacidos a comienzos de los años 60, destaca de inmediato por su rara concentración verbal, intrínsica autoridad, y absoluta necesidad de decir lo que dice. No es, por ello, pródiga ni casual. Sus libros nacen no por acumulación sino por decantamiento analítico. Configura cada uno una constelación suficiente y severa. Sus tensiones y visiones cuajan en una lengua coloquial y espejeante, enunciativa y resonante, diaria y excepcional. A su clara lección de cosas se suma ahora su sumario de actitudes, actos y gestos que cifran la resonancia de lo vivo y episódico con el parpadeo de lo escrito. El poema nace de una percepción interpolada: “El día que entré al bosque tuve/de inmedito/un recuerdo/ en el presente. /Supe/en ese momento/que algo pemanecería/ a pesar de los años.” Con lo cual el instante de la mirada articula los tiempos. Y sigue: Supe que construía/ recuerdos/ para el futuro/ cuando intenté tocarlos/ hasta respirarlos por los poros. /Y sin embargo olvidé.” Estos protocolos del relato son el relato mismo, dramatizado por la plenitud del conocer y la apuesta del desvivir.
Felipe Fernández-Amesto. Nuestra América. Una historia hispana de Estados Unidos. Galaxia-Gutenberg.
Desde los conquistadores españoles que soñaban con la quimérica ciudad norteamericana de Cíbola, la Fuente de la Juventud y el mítico reino de Calafia, hasta los secesionistas de Texas que se sublevaron contra la liberación de los esclavos en México ("la defensa de la esclavitud fue una de las más urgentes razones económicas para la rebelión", advierte el autor), y los indígenas norteamericanos que veían al bisonte desaparecer de sus praderas antes de ser eliminados casi por completo ellos mismos, esta es una historia de violencia ciega, de dolor infligido intencionalmente y asesinato sin motivo (para no hablar de la viruela) . El recuento pasa fácilmente de vistas panorámicas y casos ejemplares a la interpretación y la reflexión. La primera comprobación de FFA adelanta ya su tesis central: "El dominio estadounidense, en resumen, fue como el español, el mexicano y el de la república imperial mexicana que sucedió a España en América del Norte: una mezcla de conmiseración y malignidad." España, México y Estados Unidos recurrieron por igual a la "subyugación, explotación, acoso y, a veces, a la masacre." José Martí, la voz del movimiento independentista cubano, adelantó la noción de "Nuestra América" en 1891, para distinguirla de la América anglosajona, receloso de la idea de una Pan América, un Estados Unidos sin límites. La novelista californiana del siglo XIX María Amparo Ruiz de Burton, la primera escritora mexicano-estadounidense en ser publicada en inglés, adaptó Don Quijote y denunció "cómo seremos despojados, nosotros, los pueblos conquistados". Desde una perspectiva diferente, una mujer entrevistada por The New York Times en 1856 habló por muchos cuando declaró que "los blancos y los mexicanos no estuvieron nunca destinados a vivir juntos de ninguna forma, y los mexicanos no tienen nada que hacer aquí". John Quincy Adams lo previó: "En esta guerra, la bandera de la libertad será la de México, y la nuestra, me ruboriza decirlo, la bandera de la esclavitud". Obama fue elegido bajo la promesa del “Sí se puede.” Pues no pudimos. Este libro explica por qué.
Adrián Curiel Rivera. Blanco Trópico. México, Alfaguara.
Curiel Rivera (México, 1969) es autor de un conjunto de novelas, relatos y ensayos que tienen la virtud de atraparnos de inmediato pero no porque formen parte de la tendencia, dominante hoy en el relato mexicano, de complacer al lector a toda costa, lo que ha convertido a algunos narradores locales en simpáticos profesionales. Se los puede ver sonriendo en las ferias de este mundo, como personajes de Musil, complacidos de sí mismos mientras el país se viene abajo. Más bien, Curiel trabaja del lado del tú, más que del lado del yo. Se debe al diálogo más que al monólogo. Es un raro escritor mexicano actual: rehúye las luces cenitales y prefiere la ironía crepuscular. En esta novela, quizá la más vivaz y critica de las que ha publicado, nos introduce a una comunidad distópica: Blanco Trópico es una región que queda al sur de todo y al norte de nada; se trata de un no-lugar cuya existencia es una cartografía narrativa, tan sarcástica como esperpéntica. Entre las muchas versiones de una existencia sonambúlica, previa al apocalipsis social que, en primer término, se expresa en la burocratización del lenguaje, esta distopia es una sátira perspicaz del sistema académico; pero es también una comedia literaria, donde los escritores son nombrados Creadores Nacionales y reciben un sueldo para escribir. Tratando de mantener la lucidez, esta versión del apocalipsis de la cultura actual evoca la sátira de Swift tanto como la lección clásica: el Infirno está desarticulado y, por eso, es ilegible; esto es, impensable.
Mercedes Cebrián. El genuino sabor. Literatura Random House
Si Adrián Curiel Rivera nos dice que México se ha vuelto inahabitable al punto de que sus personajes podrían imitar la realidad y amanecer convertidos en polvo, pero en polvo desamorado; la madrileña Mercedes Cebrián (1971) en esta novela, tan alegórica como la de su colega sobreviviente, nos dice que una española tiene como más plausible futuro otro país. Con humor sarcástico (que es la mirada que hoy debemos al mundo letrado que fatiga las páginas ), MC traza la hipótesis de ese viaje como una exploración del horizonte (hecho paisaje de Beckett), medido por el presupuesto de la sobrevivencia. Mercedes comparte con los nuevos escritores de esta lengua, pero también de otras, la perspectiva de un subrayado irónico como la distancia crítica ante un mundo innegociable en sus propios términos, y sólo tolerable por unos días en cada zona de peligro donde una española busca chamba. De paso, claro, se encuenta con su propia tribu que ella observa con resignación y humor. Al final, vuelve siempre a España pero descubre el lugar ideal de compartir: Gibraltar, inglesa de día y española de noche, cuya frontera une dos mundos en dos pasos. Esta ciudadanía construida es una excelente metáfora del espacio propuesto por nuestros nuevos escritores, en contra de la kafkiana ocupación de la sociedad civil por los aparatos de Estado.
Danilo Albero. Variaciones Turner. Buenos Aires, Bajo la luna.
Novela y crónica, reconstrucción imaginativa y, a la vez, minuciosa de un capítulo de la historia naval de Inglaterra, que Danilo Albero asume, en sintonía placentera con los tratadistas del gran siglo XIX (que un estúpido llamó estúpido, como dijo Borges), pretendiendo que esa historia naval es la historia del mundo. Albero ha urdido esta saga de entendidos y sobrentendidos británicos con humor preciso, sin derivas sentimentales, y con tersa economía elocuente. Se lee aquí la historia desde un cuadro de Turner, la nave “El combatiente temerario,” construyendo un fascinante repertorio biográfico e histórico de los personajes en pos del viaje y su relato, que movió las máquinas y dominó los mares. Danilo Albero posee una imaginación a la vez erudita y mundana, como lo prueban sus libros anteriores, Confesiones de un dandy y Jorge Newberry, el señor del coraje. Son, así mismo, tratados del saber y del vivir la narración, que elaboran imágenes pródigas de la memoria cultural. La intimidad de esta novela busca, y logra, hacer habitable la fábula de la historia.
Manuel Ruiz Amezcua. Del lado de la vida, Antología poética 1974-2014). Galaxia Gutemberg
He leido estos poemas apasionados, ásperos, de una verdad a flor de piel, imprecatorios y sentenciosos, con creciente sorpresa. Son poemas de fuerza interna, que ponen en tensión al lenguaje y le hacen expresar más de lo que el uso diario descuenta de nuestras palabras. Esa lección vallejiana suma, por lo demás, a Miguel Hernández y Blas de Otero en la ambición de que este idioma nuestro diga más de lo que dice. Antonio Muñoz Molina lo explica muy bien en el prólogo: Ruiz Amezcua pertenece a una larga tradición poética, aquella que dice No, que se rehúsa a aceptar el mundo tal cual, y que hace de esa rebeldía su forja diaria. Siempre he creído que esta lengua tiene la tentación del patetismo, y que el modelo de Hernández probablemente lo resuelve con íntimo sentido figurado. Ruiz Amezcua esculpe, labra y cultiva el verso con pasión por la expresividad, rebosando las formas con su vocación de testigo indignado. Pero lo mejor suyo es lo más poético, la parte de su diálogo con la tradición, que aún arde contra todas las razones contrarias.
Sergio Galarza. La librería quemada. Candaya
Candaya es ya una editorial imprescindible y demanda la atención del lector a nombre de una zona privilegiada estos días por la crisis, aunque haya sido sancionada como mera historia, uno de los grandes understatements de nuestro tiempo. Mientras las editoriales no se recuperen, mientras las librerías sigan cerrando, mientras los lectores dejen de serlo, la crisis no sólo no es pasado sino que afecta a la inteligencia misma del futuro en España. El peruano Sergio Galarza (1976) es uno de los varios y notables jóvenes escritores latinoamericanos que han hecho suya esta crisis española, expertos después de todo, en las batallas de crisis perdidas. Su novela Paseador de perros (Candaya, 2009) es probablemente su mejor puesta en página del tiempo español que le ha tocado hacer suyo. Pero La librería quemada es quizá la primera en hacer de una librería la metáfora de la destrucción no sólo ya económica sino social. En esta librería, quemada por sus propios empleados como protesta por la suma de pesares padecidos, el lenguaje, claro, se ha reducido a cenizas. ¿Cómo leer la ceniza? Esa pregunta melancólica construye la metáfora de este Infierno actual: una comunidad que, de pronto, destruye el habitat perdido. Convertida en campo de batalla y lugar de escarnio este teatro de desamparados es el último vestigio de una humanidad extraviada. La última librería cerrada, deducimos, será la nueva señal del fin del mundo.
Jorge Carrión: Los huérfanos. Galaxia Gutenberg
He dicho por ahí que la novela española es una paliza. Desde la picaresca hasta Don Quijote; en el XIX, peñas arriba, y en el XX un verdadero quebrantahuesos. Claro que en Pedro Páramo todos están muertos, y a Macondo se lo lleva entero un viento del olvido. Pero sospecho que es más duro despertar y descubrir que la mujer con la que pasaste la noche está muerta. Jorge Carrión (1976) nos propone la mayor paliza: el día siguiente a la Tercera Guerra Mundial, nada menos que el fin del mundo conocido. La alegoría es un género médico entre nosotros, y no es extraño que después del fin estemos mejor que ahora. El mundo (el nombre viene, después de todo, de limpio o prístino, lo opuesto a inmundo), que es el caos, se ha hecho de nuevo, y ésta vez recobra el valor de las palabras. Esa alegoría adánica, sin embargo, es más civil que mítica: los hablantes son una comunidad de las lenguas; y las palabras, como siempre en la crisis, son todo lo que nos queda para recuperar nuestra humanidad apalaeada. Carrión parece convocar a una comunidad del habla, que es la tribu de la lectura. Se trata de reconstuir el diálogo para rehacer el “libro en blanco”, que es el Diccionario, con la escritura, cuya tinta negra es la única materia gratuita que nos queda para remontar la orfandad de los lectores sin literatura.
Fernando Ampuero. Loreto. Lima, Planeta
Gore Vidal dijo que los lectores prefieren comprar novelas gordas para no tener que leerlas sin sentirse culpables. Felizmente, nadie ignora el atractivo irresistible de la “novela breve,” hoy que cunde la brevedad como la forma mejor de la elocuencia. El mayor practicante del género de lo breve es el argentino César Aira. Nadie sabe cuántas noveletas ha publicado, y él mismo ha olvidado la cuenta. Pero ha hecho de la necesidad virtud, porque su estética proclama escribir cada vez más breve, para publicar en editoriales cada vez más pequeñas, y llegar cada vez a menos lectores. La novela breve es un verdadero taller de narrativa. Demanda la suficiencia del relato y la inteligencia del lector. El primer acto de magia que ha hecho Fernando Ampuero es meter una metáfora amazónica en una novela de cien páginas. Loreto se puede leer como un lamento de la actual orfandad peruana. Tiene como referente las lecciones de “Los olvidados” de Buñuel, y como manual de melancolía Pedro Páramo. Está, así, entre la violencia social y la pérdida de cualquier horizonte humano. Si la ciudad es hoy definida por sus abismos y la calle ocupada por pandillas asociales, la “ley de la selva” sustituye a la ley y a la selva, al lenguaje común. Las pandillas que viven y mueren en estas cien páginas son de una violencia suicida. La metáfora delata a un país que a pesar de su extraordinario éxito económico se despedaza, con entusiasmo, entre el crimen, la corrupción y el cainismo. Nunca los peruanos creyeron vivir mejor y nunca sucumbieron peor.
Rodrigo Fresán. La parte inventada. Mondadori
Lamento darte una mala noticia. El otro día, en una librería de New England, bien conocida por su maravillosa actualidad internacional, me di con una mesa larga con todos los libros de Roberto Bolaño traducidos al ingles, lo que no es raro; pero todos estaban a precio reducido, lo que es muy raro; y, peor aun, entre 3 y 5 dólares. Lo primero, lo obvio. Yo no sabía que Bolaño habia sido publicado por tantas editoriales y no sólo las más conocidas sino las más independientes; su obra, deduzco, está más diversificada en inglés que en español. Lo segundo, es mera deducción: el Mercado ha sido saturado. Esta espléndida novela de Fresán había previsto el poniente melancólico de cualquier fama literaria. Y anuncia que el escritor se hace entre máscaras pero su verdad es la escritura misma. Ésta es la más fluida, inquisitiva y gozosa de sus novelas, capaz de recorrer el repertorio de la “vida de artista” o “novela de arte” sin queja ni sanción, con asombro. La vida es, más bien, una bio grafía, un estado realizado del lenguaje; y el arte una sobrevida que se debe a su propio artificio. Lo notable es que Fresán resuelve el desafío original: asume su condición de escritor cuya patria es la literatura, y está libre de los traumas de nación. O sea, no tiene que vengarse de nadie, y es capaz de construirse una tertulia platónica de celebrantes, que compartimos como personajes de esta poética de la lectura. Su fe radical en la literatura se demuestra en la vivacidad, a la vez reverberante y dúctil, de su materia verbal. Esta es una novela que celebra su propia ocurrencia. Se debe a la noción contemporánea de que la escritura y la vida son la “parte inventada” de una en otra.
Alberto Blanco. La poesía y el presente. México, CONACULTA
Nada es más difícil que ser un escritor mexicano. Y no es extraño, por ello, que algunos de los mejores sean los menos obvios, aquellos pocos que no ocupan la luz cenital del instante de la fama, esa piedra del sacrificio donde los más superfluos entregan su corazón a nombre del poder más trivial, el poder de recomendar. Entre los menos más está Blanco, poeta independiente cuya obra es de una constancia y fidelidad admirables. Leerlo es curarse del pesimismo. Como ocurre cuando compartimos la agudeza de Gabriel Zaid, la certidumbre dramática de Eduardo Lizalde, la reverberación de la prosa de Alberto Ruiz Sánchez, el proyecto poético de vario registro de Luigi Amara. (Añade, lector esperanzado, tus propias certezas). Pero con Alberto Blanco ocurre que casi todo lo que escribe nos confirma y nos afirma. Su poesía, pero también y notablemente, sus ensayos, son de una certidumbre poética insólita en el apocalipsis a plazos que sobrevivimos. Estos ensayos suyos son de una claridad amable. Están hechos no para autorizar un juicio sino para verificar un deseo, confiar una apuesta, compartir un deslumbramiento. Un poeta para tiempos de penuria a quien todavía le debemos las gracias por todo lo que le debemos. Este libro es una suerte de poética del nuevo siglo, una educación a partir de la poesía y su lenguaje de excepción, lo que presupone, en su caso, no sólo el poema sino el dibujo, la música y el collage. Probablemente a Alberto Blanco le haya tocado asumir la herencia de Octavio Paz. No porque vaya a remplazarlo en los espacios del intelectual público, un papel que dejaría hoy en ridículo a cualquier monosabio que lo pretendiera. Blanco, más bien, asume la llama viva, la más digna herencia de Paz: la tradición de lo moderno. Esto es, el significado celebratorio del lenguaje, tan crítico como dialógico.
Gabriela Alemán. La muerte silba un blues. Penguin Random House
La literatura ecuatoriana no es ecuatorial: hace tiempo que sobrepasó su destino geográfico. En mi antología Ecuador cuenta (Madrid, Centro de Arte Moderno) creo haber documentado fehacientemente el grado de creatividad, diversidad, e independencia, que vive hoy la literatura en Ecuador. Gabriela Alemán, qué duda cabe, es una de las narradoras de mayor inventiva y pulso dramático. Maneja una prosa de ductibilidad y autoridad innatas. Ella es autora de una amplia obra de notable calidad imaginativa, gracias a un lenguaje de poder objetivo, poseído por una solvencia propia, rico en calidad dramática y de varia textura formal. En este nuevo tomo ella se sitúa en el espacio del cine y el testimonio, demostrando que el relato, al final, asume la demanda de personajes que buscan su plenitud en la ficción. Alemán es otra de las nuevas voces narrativas de Ecuador que nos hablan con convicción y esperanza en nuestra capacidad de escuchar.
Luis Felipe Lomelí. Indio borrado. Tusquets
Lomelí (México, 1975) nos deja entre las manos una novela que es más que una novela. Una pira de fuego, un nuevo documento del parricidio, un tratado de la violencia sonambúlica que se ha apoderado de la idea misma de México actual. ¿Se puede todavía escribir otra novela sobre el asesinato como una de las bellas artes nacionales? Lomelí nos dice que no sólo se puede sino que se debe. Su arrebatada y a la vez contenida novela propone que sólo la muerte hablaría en un espacio fantasmático e impune, donde nadie es culpable porque cualquiera es capaz de asumir la alegoría del asesinato, esto es, la derrota irrevocable del otro, su enemigo jurado e ignoto. En ese espejo negro sucumbe el sujeto sin asumir su rostro, su yo abrumado por la sed de venganza y la mecánica vulgar de la muerte. Una más, aun si es la del padre en manos del hijo. Los hechos, lamentablemente, hablan por sí mismos, aunque el autor ha trabajado los protocolos retóricos requeridos para darle voz a una muerte anticipada. ¿Qué hacer con la violencia de unos contra otros? Esa pregunta del libro no tiene respuesta, salvo la de leer, hacer nuestra, una versión metafórica del crimen. En suma, esta novela resta de la violencia una alegoria nacional: la de un padre asesinado por el hijo. Como en Pedro Páramo, cincuenta años después, el rigor y el talento de Lomelí demanda por los muertos que nos miran desde este otro espejo desenterrado.
Carlos Cortés. Larga noche hacia mi madre. San José, Alfaguara
Cortés (Costa Rica, 1962) confirma con este relato, ganador del Premio Centroamericano de Novela en 2013, que no sólo es uno de los más creíbles narradores de su region sino que su espacio literario más propio es el de la familia (“la máquina de la locura” la llamó Klein), la que en sus libros refracta la historia social de su país, al que en contra de su reputación de tarjeta postal pone en la mesa de operaciones para revelar sus fantasmas nocturnos y sus monstruos diarios. Esta apasionada tarea médica, sin embargo, no tiene nada de histórico o didáctico, ni siquiera de protesta social, sino de biografía cruda y dura, asumida visceralmente por el hijo de la orfandad y el desamor. Al modo de una crónica que actualiza a la memoria, el narrador confiesa el odio por su madre, y recuenta un pasado que invade al presente con su violencia y expiación. Con fuerza y no sin ironía el desgarrado relato está poseído por la fuerza de su interrogación. Su dinámica conjuga tiempos, personajes y dilemas, al modo de un soliloquio desesperanzado, que pone en cuestión al lenguaje cotidiano con su patetismo exultante. La inmediatez de su agonía, sin embargo, es menos evidente y más noble. La novela comunica la temperatura actual de sus tiempos gracias a su dicción (de rango isabelino) y al género modélico que emplea (la confesión, esa violenta intimidad del coloquio). La orfandad (personal, nacional, cultural) es, al final, la edad adulta, la del relato del yo en el espejo del tú.
José María Micó. Clásicos vividos. Acantilado
El otro día me encontré con Francisco Rico en el AVE a Barcelona, que no es precisamente el mejor lugar para charlar de filología y humanismo, pero pudimos comentar las últimas noticias sobre Don Quijote en Barcelona y sobre los huesos de Petrarca, comprobados como suyos por un doctor Terribili. Yo acababa de leer una de las cartas de Petrarca a Bocaccio en la que le dice que ha tomado alguna imagen de Virgilio pero confía éste no se lo reprochará ya que él tomó otras de Homero, Horacio, y varios más. Y de la entrada de Don Quijote en Barcelona coincidimos de inmediato en que lo más importante no es averiguar en qué Hostal de una estrella pernoctó, sino su visita a la imprenta. En este delicioso breviario de Micó, cuyo Petrarca he disfrutado, leo ya sin sorpresa, porque los clásicos desvividos covergen en rutas, su versión de “Don Quijote en Barcelona.” Una semana antes, en el Club de Lectura del Liceo, escuché a Carme Riera hablar del mismo tema. Se ve que velamos las armas ante el próximo aniversario del maravilloso camino de Don Q a BCN. Son persuasivos los argumentos de Micó en cuanto al encuentro de la fantasía y lo empírico en esa última aventura de nuestro héroe. Aunque, en coincidencia con Rico, creo que va a Barcelona a conocer a su madre, la imprenta. Esto es, culmina la ruta humanista del regreso a la escritura. No es casual que el cartel rece: “Aquí se imprimen libros”. Aqui está de más, no es más allá. Se imprimen está de más, no se dibujan. Y libros sale sobrando, porque no se imprimen volantes. El cartel debería rezar: IMPRENTA. No es que Cervantes sea un adelantado de Wittgenstein, pero su crítica del lenguaje perifrásico y redundante es parte de su identidad humanista. Micó, en la lección de Rico, nos asegura que seguiremos conversando de estas cuestiones de rima y rimado.
Aunque cada vez detesto más las listas de los mejores libros del año (casi siempre endogámicas, casi siempre dictadas por una suerte de consenso crítico), dejo aquí una pequeña lista de recomendaciones de los libros publicados en 2014 que más me gustaron o impactaron. (Siete de mis mejores amigos publicaron libros que me parecen espléndidos: lo aclaro y los incluyo al final.)
narrativa en español: Catálogo de formas, de Nicolás Cabral
Una de las joyas literarias de este año. Una breve, elusiva y sutil novela que, a partir de la vida, obra e ideas de Juan O'Gorman, explora los límites entre la creación, el idealismo, el poder y el desencanto.
Incluyo también Los hemisferios, de Mario Cuenca Sandoval: aunque su segunda parte resulte redundante y fallida, pocas apuestas estéticas me han parecido tan arriesgadas como la de esta novela fantástica y desbocada que se distiende entre distintos universos paralelos.
narrativa en otros idiomas: Euphoria, de Lilly King
Como la de Cabral, esta es otra narración que, eludiendo los límites de la novela biográfica o histórica, se basa en la figura de Margaret Mead y su círculo para detenerse en la extrañeza y las contradicciones de un triángulo de antropólogos y sus andanzas por mundos sólo en apariencia primitivos.
ciencia ficción: The Book of Strange New Things, de Michael Faber
La idea, de entrada, me parece genial: un misionero cristiano es enviado a un planeta recientemente descubierto (o conquistado) por una corporación humana para compartir la palabra de Jesús entre los nativos. Una Crónica de Indias de nuestro tiempo.
ensayo: El impostor, de Javier Cercas
Aunque su autor insiste en considerar que su libro es una "novela sin ficción o un relato real", a mí me parece claramente un ensayo, en todo caso una crónica o un "ensayo en primera persona". Como sea, la asombrosa historia de Enric Marco, el presidente de una de las principales asociaciones de víctimas de los campos de concentración nazis que en realidad se inventó éste y casi todos los hechos de su vida, termina convertido por Cercas en una fascinante metáfora de la España de la transición.
memorias: Amarres perros, de Jorge Castañeda
Pocas figuras intelectuales tan lúcidas, polémicas y atrabiliarias como la del primer canciller de Vicente Fox: sólo alguien con un carácter tan tumultuoso como Castañeda (quien se inscribe en la línea directa del Ulises Criollo de Vasconcelos, con quien lo unen no pocas semejanzas) podía atreverse a escribir una autobiografía tan sincera, egocéntrica y apasionante en un medio tan propicio a la hipocresía y el disimulo como el mexicano.
Y, ahora, los libros de mis amigos:
Adrián Curiel, Blanco Trópico.
Con el humor ácido y la perspicacia que lo caracterizan, Curiel ha escrito un desopilante y arrebatador relato sobre la vida en el trópico y, en especial, un implacable examen de los sinsentidos de la vida académica.
Gerardo Kleinburg, Éxtasis. Una novela en siete píldoras
Encomio de los poderes y peligros del éxtasis, esta segunda novela de Kleinburg brilla por el entramado de historias de personajes al límite, dispuestos a arriesgar sus destinos en busca de una transformación (o de una iluminación) que siempre los rebasa.
Luis Felipe Lomelí, Indio borrado
Como prolongación y antídoto a los relatos de violencia (y a la violencia) que nos rodean, Lomelí ha creado un personaje inolvidable con el Güero, desvencijado símbolo de las tensiones de nuestra época.
Guadalupe Nettel, Después del invierno
Recompensada con el Premio Herralde de este año, la mejor entre las novelas de Nettel se adentra en las vidas de dos personajes tan perturbadores como excéntricos: un aséptico y neurótico cubano en Nueva York y una frágil estudiante mexicana en París enamorada de un joven moribundo. Lo mejor: un estilo parco y preciso que roza la perfección.
Ignacio Padilla, Las fauces del abismo
Así pasen los años, Padilla continúa pareciéndome no sólo el más deslumbrante cuentista de mi generación, sino de uno de los más imaginativos cuentistas de nuestros días. Una nueva colección que prolonga su asombrosa "Micropedia", en esta ocasión con un peculiar bestiario que navega entre las crónicas medievales y Borges.
Pedro Ángel Palou, No me dejen morir así
Centrado a lo largo de los últimos años en narrar las vidas de nuestras principales figuras históricas, aquí Palou ha ido aún más lejos que en Pobre patria mía, sus falsas memorias de Porfirio Díaz, para introducirse en la mente de Pancho Villa en un relato que rebasa los límites genéricos y se arriesga a dislocarse.
Edmundo Paz Soldán: Iris
Si la ciencia ficción continúa pareciendo excéntrica en nuestras letras, que la realice un boliviano suena de plano inverosímil. Pero Paz Soldán ha logrado crear un deslumbrante mundo propio (regido, como el de Kleinburg, por las drogas) que, como todos los grandes relatos de ciencia ficción, dice mucho más sobre nuestro tiempo que sobre el futuro.
Daniel Rodríguez Barron, La soledad de los animales
Una arriesgada primera novela que, más que retratar (o burlarse) de quienes defienden los derechos de los animales, reflexiona en clave irónica en torno al idealismo y el fanatismo de todas las grandes causas.
Pablo Raphael, Clipperton
Escrita a lo largo de varios años y un periplo que lo condujo directamente a la antigua isla mexicana, Raphael se sirve de Clipperton para crear un vasto relato polifónico en el que se funden todas las historias y fantasías en torno a esta tierra de nadie que tanto ha fascinado a los escritores.
Eloy Urroz, La mujer del novelista
Urroz inició esta novela como una suerte de experimento vital, cercano al arte contemporáneo: iniciada y terminada a lo largo de un año en Aix-en-Provence, es a la vez el ácido retrato de nuestra generación literaria (el Crack reconvertido aquí en Clash), como una brillante reflexión en torno al amor o el adocenamiento del amor a partir de mundos que, como los de Cuenca Sandoval, se abren a dos tiempos -u opciones de vida- simultáneas.
Aunque cada vez detesto más las listas de los mejores libros del año (casi siempre endogámicas, casi siempre dictadas por una suerte de consenso crítico), dejo aquí un pequeño catálogo de los libros aparecidos en 2014 que más me gustaron o impactaron. (Algunos de mis mejores amigos publicaron obras que me parecen espléndidas: lo aclaro y las incluyo al final.)
NARRATIVA EN ESPAÑOL: Catálogo de formas, de Nicolás Cabral
Una de las joyas literarias de este año. Una breve, elusiva y sutil novela que, a partir de la vida, obra e ideas de Juan O'Gorman, explora los límites entre la creación, el idealismo, el poder y el desencanto.
Incluyo también Los hemisferios, de Mario Cuenca Sandoval: aunque su segunda parte resulte redundante y fallida, pocas apuestas me han parecido tan arriesgadas como la de esta novela fantástica y desbocada que se extiende entre distintos universos paralelos.
NARRATIVA EN OTROS IDIOMAS: Euphoria, de Lilly King
Como la de Cabral, esta es otra narración que, eludiendo los límites de la novela biográfica o histórica, se basa en la figura de Margaret Mead y su círculo para detenerse en la extrañeza y las contradicciones de un triángulo de antropólogos y sus andanzas por mundos sólo en apariencia primitivos.
CIENCIA FICCIÓN: The Book of Strange New Things, de Michael Faber
La idea, de entrada, me parece genial: un misionero cristiano es enviado a un planeta recientemente descubierto (o conquistado) por una corporación humana para compartir la palabra de Jesús entre los nativos. Una Crónica de Indias de nuestro tiempo.
ENSAYO: El impostor, de Javier Cercas
Aunque su autor insiste en considerar que su libro es una "novela sin ficción o un relato real", a mí me parece claramente un ensayo, en todo caso una crónica o un "ensayo en primera persona". Como sea, la asombrosa historia de Enric Marco, el presidente de una de las principales asociaciones de víctimas de los campos de concentración nazis que en realidad se inventó éste y casi todos los hechos de su vida, termina convertido por Cercas en una fascinante metáfora de la España de la transición.
MEMORIAS: Amarres perros, de Jorge Castañeda
Pocas figuras intelectuales tan lúcidas, polémicas y atrabiliarias como la del primer canciller de Vicente Fox: sólo alguien con un carácter tan tumultuoso como Castañeda (quien se inscribe en la línea directa del Ulises Criollo de Vasconcelos, con quien lo unen no pocas semejanzas) podía atreverse a escribir una autobiografía tan sincera, egocéntrica y apasionante en un medio tan propicio a la hipocresía y el disimulo como el mexicano.
Y, ahora, los libros de mis amigos:
Gerardo Kleinburg, Éxtasis. Una novela en siete cápsulas
Encomio de los poderes y peligros del éxtasis, esta segunda novela de Kleinburg brilla por el entramado de historias de personajes al límite, dispuestos a arriesgar sus destinos en busca de una transformación (o de una iluminación) que siempre los rebasa.
Luis Felipe Lomelí, Indio borrado
Como prolongación y antídoto a los relatos de violencia (y a la violencia) que nos rodean, Lomelí ha creado un personaje inolvidable con el Güero, desvencijado símbolo de las tensiones de nuestra época.
Guadalupe Nettel, Después del invierno
Recompensada con el Premio Herralde de este año, la mejor entre las novelas de Nettel se adentra en las vidas de dos personajes tan perturbadores como excéntricos: un aséptico y neurótico cubano en Nueva York y una frágil estudiante mexicana en París enamorada de un joven moribundo. Lo mejor: un estilo parco y preciso que roza la perfección.
Ignacio Padilla, Las fauces del abismo
Así pasen los años, Padilla continúa pareciéndome no sólo el más deslumbrante cuentista de mi generación, sino de uno de los más imaginativos cuentistas de nuestros días. Una nueva colección que prolonga su asombrosa "Micropedia", en esta ocasión con un peculiar bestiario que navega entre las crónicas medievales y Borges.
Pedro Ángel Palou, No me dejen morir así
Centrado a lo largo de los últimos años en narrar las vidas de nuestras principales figuras históricas, aquí Palou ha ido aún más lejos que en Pobre patria mía, sus falsas memorias de Porfirio Díaz, para introducirse en la mente de Pancho Villa en un relato que rebasa los límites genéricos y se arriesga a dislocarse.
Edmundo Paz Soldán: Iris
Si la ciencia ficción continúa pareciendo excéntrica en nuestras letras, que la realice un boliviano suena de plano inverosímil. Pero Paz Soldán ha logrado crear un deslumbrante mundo propio (regido, como el de Kleinburg, por las drogas) que, como todos los grandes relatos de ciencia ficción, dice mucho más sobre nuestro tiempo que sobre el futuro.
Pablo Raphael, Clipperton
Escrita a lo largo de varios años y un periplo que lo condujo directamente a la antigua isla mexicana, Raphael se sirve de Clipperton para crear un vasto relato polifónico en el que se funden todas las historias y fantasías en torno a esta tierra de nadie que tanto ha fascinado a los escritores.
Eloy Urroz, La mujer del novelista
Urroz inició esta novela como una suerte de experimento vital, cercano al arte contemporáneo: iniciada y terminada a lo largo de un año en Aix-en-Provence, es a la vez el ácido retrato de nuestra generación literaria (el Crack reconvertido aquí en Clash), como una brillante reflexión en torno al amor o el adocenamiento del amor a partir de mundos que, como los de Cuenca Sandoval, se abren a dos tiempos -u opciones de vida- simultáneas.
Hubo una época en que viajamos mucho a La Habana. En los aviones de Air Europa, a menudo coincidía con empresarios españoles que acababan confesándome su “historia cubana”. No habían conocido mujeres como ellas, decían. Gatas de piel suave y labios carnosos que ya les habían enseñado cuatro pasos de salsa con filin y chan-chan, en El Turquino, la última planta-mirador del Habana Libre, con su techo móvil que a menudo se descorría para bailar bajo las estrellas. La ley prohibía que pudieran dormir juntos en un hotel, como el Melià Cohiba, que era el epicentro de poder y por su cava para fumadores pasaron desde Felipe a García Márquez u Oliver Stone. Su pasión quemaba. Los hubo incluso que se casaron con su cubana de Cienfuegos. Estrenábamos un nuevo siglo y mientras el amigo ruso ya había sustituido el carnet del partido por una grifería de oro, los cubanos vivían los racionamientos como si regresaran a un oscuro túnel: Ni litro de leche, ni vivienda propia, ni viajes al extranjero, ni libertad de expresión. Qué lejos quedaban ya aquellas fotos de un Fidel rumboso montado a caballo en Sierra Maestra. Una de esas postales, en technicolor, colgaba en el baño de Naty Revuelta, quien fuera su amante y madre de su hija Alina. La íbamos a visitar con mi amiga la periodista bilbaína Yolanda Martínez, que lleva más de dieciocho años viviendo allí, y le pedíamos que evocase sus rapsodias de amor y su fe revolucionaria entre dientes. La casa de Naty se caía a trozos, con bellas balaustradas coloniales y sus lámparas de araña. A Alina, entre Madrid y Miami tras su rocambolesca huida, ya la habían llamado los Estefan y le pedían que fuera portavoz del exilio. Vivir contra su padre le provocó, entre otras cosas, una anorexia. Inteligente, guasona y tierna, Alina fue un gran descubrimiento. Me visitaba a menudo en el barrio de las Salesas, donde cenaba un puñado de anacardos, hasta que un día le propuse que escribiera un libro sobre las mujeres que no comen: Una hoja de lechuga, lo titulamos. Desde la crisis de los balseros en el 94, la utopía cubana dejó de ser exaltada por la izquierda universal: hacinados, arruinados, perseguidos. Y a pesar de todo inquebrantable la dignidad de un pueblo en permanente “periodo excepcional”. Los artistas sostenían el cartel. Omara Portuondo, la gran dama y estrella del Buenavista Social Club, nos dedicaba boleros con la boca grande en el Dos Gardenias; Chano Domínguez, Aute, Fernando Trueba, Marina Rossell… Pasaron los años, murió Cabrera Infante. Mango abrió en la isla, los frijoles se sofisticaron en los paladares y en La Zorra y el Cuervo se siguió escuchando buen jazz. Fue “el negro”, como dicen, Obama quien tendría que anunciar el deshielo. “Hoy es fiesta grande en Cuba, ese chispazo de tierra en el mar”, escribe mi amiga Yolanda en su Facebook tras la noticia del reinicio de relaciones. Es hora de volver a escuchar a Omara. Ella siempre tuvo presente que entre su público, tan dado a “resolver” -el verbo cubano más común- se sentaba la esperanza. El mundo interior En Elvira Lindo confluyen sus orígenes gaditanos con un Madrid abierto, el del tapeo y el regocijo, el verbo directo con la sofisticación -Moratalaz y la Gran Manzana-, su aire aniñado y, sobre todo, un rico mundo interior desde el cual mira con los ojos cerrados. Ahora se estrena como editora de “Lindo & Espinosa”, en la cual debuta como fotógrafa y piefotista con el libro Memphis-Lisboa, donde se escucha el eco de aquello que le intriga, de su historia de amor con Muñoz Molina a las panaderías en las que sus tacones parecen alas. No conozco a ninguna otra periodista y escritora de altura que haya preferido no seguir publicando en la contraportada de un periódico. Porque no lo sentía. Las mujeres brillantes tienen estas cosas. La buena estrella Habita en ella un aire florentino, y a la vez una mirada de río salvaje. Bien se podría cantar, siguiendo a Sinatra aquello de “no habéis visto nada aún…”, y eso que acaba de deslumbrar -guiño en forma de palabra de honor british de Nicholas Oakwell Couture incluido- en la première londinense de Exodus, junto a Christian Bale y Ridley Scott. 2014 ha sido redondo para ella: cada semana en la tele con Hermanos, otras cuatro películas en cartera y protagonizar el clásico navideño patrio: dorada burbuja Freixenet. Se ha mudado a la ciudad del Támesis y deja caer que en febrero sorprenderá… Libre de trifulcas, lamés, divismos, amoríos y otras frivolidades, Valverde es la excepción de la norma. Monstruo sagrado Hay fotos de Magnum que congelaron sus amores con Angelica Houston: kilos de carisma, seducción y Stanislavski. Su fiereza y su humor levantaron una enigmática bruma sobre su leyenda. Hace algo más de un año desmintió que se hubiese retirado al tener problemas para memorizar guiones. De nuevo han surgido rumores de que padece alzheimer. Muchos aficionados discuten aún si el título de mejor actor norteamericano pertenece a Brando o a Newman, olvidando a otra pareja de monstruos -como Cocteau denominaba a los de su talla-, Nicholson y De Niro, que compiten con ellos en títulos memorables y doradas estatuillas. Aún sin aclarar su silencio, al rotundo Nicholson le debemos gran parte de nuestra memoria cinéfila. (La Vanguardia)
La historia no cesa en sus jugadas astutas. Pretendemos saber la historia que hacemos, pero siempre estamos haciendo otra historia. El centro de gravedad de la política exterior de Obama iba a desplazarse hacia Asia según los cálculos oficiales, donde China desafía su hegemonía de forma cada vez más explícita. Quedó inesperadamente retenido en Oriente Medio, por la guerra siria y el desafío del Estado Islámico, y en la torturada relación con Rusia, por la anexión de Crimea. Y cuando nadie ya lo esperaba, y por obra exclusiva de la diplomacia, surge de nuevo ese centro de gravedad, pivote móvil de su política exterior, a las puertas de su casa, en las Américas todavía lastradas por el vestigio de la guerra fría que es el régimen castrista. Lo dijo Obama en su discurso y en español: "Todos somos americanos". Stephen Harper, el primer ministro canadiense que acogió los encuentros; Jorge Bergoglio, el papa argentino que les dio el impulso y la cobertura de su credibilidad; Raúl Castro, dictador y hermano de dictador, que se atreve a abrir esas puertas tan convenientemente selladas sobre la ruina de su socialismo tropical; y Barack Obama, el primer afroamericano que accede a la Casa Blanca y el presidente de sensibilidad más global y menos europea de todos los presidentes. Todos estos americanos han hecho una negociación perfecta. Sin filtraciones ni presiones a través de los medios. También sin europeos, agentes obligados en tantas negociaciones. Lo más europeo es el Vaticano, regido ahora por un argentino. Sus únicos y relevantes comentarios han sido para ensalzar el papel de la diplomacia, con sus pequeños pasos y su discreción, de los que se pueden desprender al menos una lección política: promover el cambio de régimen con sanciones y amenazas no suele producir buenos resultados. El acuerdo ha pillado por sorpresa a las opiniones públicas. Pero no a observadores muy atentos, como Richard Feinberg, de la Brookings Institution, que escribió en septiembre un revelador artículo titulado Cuba y la Cumbre de las Américas. En su arranque lo dice todo: "En los próximos meses, Estados Unidos va a enfrentarse a un difícil dilema: o cambiar su política hacia Cuba o enfrentarse al colapso virtual de su diplomacia hacia América Latina". La VII Cumbre de las Américas, que se celebrará en Panamá en abril, iba a naufragar sin la asistencia de Cuba, exigida por todos los países frente al veto de Washington. Ahora en cambio fijará la fotografía de la unidad americana, una imagen de enorme potencial para el futuro del continente. Obama ha convertido el obstáculo en una oportunidad que va a marcar su presidencia. Nada hay más difícil que rectificar una política equivocada durante muchos años y que ha sido fruto de largos y pesados consensos. Cuando se hace, suele producir resultados inmediatos y espectaculares.
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El miedo enhebra con un hilo negro varios acontecimientos de punta a punta del globo. Miedo a los efectos de la verdad sobre las torturas de la CIA en los países donde Estados Unidos tiene tropas, personal civil o intereses. Miedo a la inmigración de ciudadanos musulmanes en las manifestaciones organizadas por los 'pegides' (patriotas europeos contra la islamización de Occidente) en las ciudades alemanas. Miedo al califato islámico, que convoca con sus decapitaciones a los jóvenes sedientos de aventuras criminales. Miedo en Pakistán ante la guerra contra los niños desencadenada por los talibanes 'malos' de las llamadas provincias tribales, distintos de la talibanes 'amigos' de Afganistán, aliados de los servicios secretos de Karachi. Miedo, finalmente, en Sidney, ante la irrupción del hombre lobo que mata y secuestra en nombre del islam. El miedo radicaliza, pero también es paralizante e incluso impide pensar. Las banderas negras que exhibe suelen mentir siempre. Dresde, donde han empezado las manifestaciones contra la inmigración, es la capital de un land con un 2'1% de extranjeros y un 0'1 de musulmanes. Las torturas de la CIA producen miedo por sí mismas y sus efectos en la sociedad que las permite. También lo produce la inconsciencia con que los gobernantes paquistaníes juegan a dos barajas con los talibanes o con Al Qaeda, nada que no hayan hecho antes también los saudíes o los qataríes. El foco negro del miedo se cierne ahora sobre el individuo, el hombre lobo que actúa aislado en el corazón de Occidente, probablemente de regreso de la yihad. Ahí los porcentajes no ayudan. Cualquier desequilibrado o incluso un solo delincuente común desesperado puede justificar el miedo de una entera sociedad. Y con razón, porque el reclutamiento del Estado islámico y las acciones solitarias como las que han proliferado en Sidney, Nueva York, Ottawa o Bruselas, responden a un nuevo paradigma. Hasta ahora las causas políticas y religiosas buscaban en la violencia un instrumento para obtener sus objetivos y ahora son los violentos, sean criminales o marginados, quienes buscan causas políticas y religiosas que proporcionen sentido a su pulsión de muerte. El miedo al yihadista solitario, el hombre lobo que actúa oculto en la ciudad, es el peor de todos, porque induce a la sospecha, a la delación y al final a la persecución indiscriminada. No se combate con más miedo sino con lo contrario. La política del miedo alentada por los populismos xenófobos fabrica miedo. Y todavía produce más el doble juego en el que se hallan instalados muchos gobiernos islámicos, que apoyan el terrorismo cuando les conviene y solo se echan las manos a la cabeza cuando sufren los ataques en casa. Si hay lobos solitarios que se acogen a la bandera yihadista del islam es porque no han sido suficientes los esfuerzos entre los musulmanes para dejar su religión y sus textos sagrados fuera del alcance de los asesinos.
La ciencia es implacable cuando percibe una insuficiencia, no sólo en el rigor sino en esta modalidad particular del rigor que es la exactitud. Constatando la dificultad de conciliar la exigencia de la ciencia con ciertas disposiciones del espíritu humano que no parecen reductibles a residuos de superstición el físico que es Schrödinger (al que me refería en la columna anterior) experimenta la nostalgia de un horizonte intelectual en la que tal división aun no se había efectuado:
"La miseria personal, las esperanzas enterradas, los inminentes desastres y la desconfianza respecto a las reglas de prudencia y honestidad bastan para hacer que los hombres se aferren a una vaga esperanza (sea o no probable) de que el 'mundo' o la 'vida' se inserte en un contexto de más alta significación por más que sea inescrutable. Pero hay un muro que separa los 'dos senderos', el del corazón y el de la pura razón. Miramos atrás a lo largo del muro: ¿no es posible derribarlo?; ¿ha estado siempre ahí?. Si nos adentramos en la historia siguiendo su trazado por encima de montes y valles, contemplamos una tierra muy lejana, unos dos mil años atrás, donde el muro de allana y desaparece y el sendero ya no se escinde, sino que es sólo uno. Algunos estimamos que merece la pena volver atrás y ver qué se puede aprender de esta atractiva unidad original".
¿De qué unidad se trata? ¿Al utilizar la transitada metáfora de "sendero del corazón", está aludiendo a la carencia que lleva a la esperanza religiosa? Si no es así, muchos hubieran ciertamente preferido que el gran físico eligiera con mayor escrúpulo sus expresiones. Sin embargo es posible pensar que Schrödinger tiene en mente no la religión sino la filosofía, es decir, la rara modalidad de actividad del espíritu que acompañaría a la ciencia en su nacimiento en las ciudades marinas de Anatolia.
La hipótesis supone que Schrödinger tiene claro en qué consiste la filosofía, cuáles son los rasgos que la diferencian de la ciencia, pues, como indicaba en la columna anterior, decir que ciencia y filosofía están involucradas supone asumir que son cosas diferentes. La sospecha que tengo al leer no sólo el texto de Schrödinger sino también los de autores que desde la historiografía filosófica y armados con el más riguroso saber filológico se acercan al mundo jónico es que explican más bien el nacimiento de la ciencia que el nacimiento de la filosofía. En otros términos: parece más fácil distinguir la ciencia tal como nosotros la entendemos no sólo de otras formas de aproximación a la naturaleza, sino incluso de otras formas de conocimiento de la misma, a saber (según Gompertz, Burnet, Schrödinger o el también físico Carlo Rovelli) esas formas de conocimiento que se darían en Egipto, China o Mesopotamia.
Y en la medida en que los autores que voy evocando son admirables científicos o admirables eruditos hay la sospecha de que tras la inmersión en el pensamiento jónico a la que nos invitan seguiríamoss sin saber de hecho en qué consiste la filosofía. Asunto desde luego preocupante y hasta algo humillante para alguien quienes precisamente nos dedicamos a la enseñanza de la filosofía. Pues bien:
De la lectura de los textos de esos pensadores nacidos en Jónia y que extienden tanto su saber como sus problemas a Tracia, Samos o la Italia meridional, cabe extraer una hipótesis relativa al nacimiento de la filosofía, precisamente de la filosofía a no confundir con la religión (aunque de ella pueda heredar el ansia de absoluto), ni con la ciencia aunque efectivamente emerja como una consecuencia de los dos corolarios fundadores de la misma a los que me he referido.
Alex Vicente, para El País, hace un recuento alrededor del premio Nobel de Patrick Modiano y su...