Vicente Verdú
Nos interesa sobre todo el tiempo puesto que mediante él morimos. Morimos con él y en medio de él, bebiéndolo y evacuándolo. Nos hallamos en realidad tan inmersos en su seno que no es extraño que tanto el nacimiento como la muerte se comuniquen subterráneamente, subcarnalmente, en el subsuelo orgánico o no. Pero a la vez, tanto al despertar a la vida como al desfilar sobre ella se detecta al tiempo como un viento inmóvil, una envolvente espacial. Por ello ¿qué decir siguiendo este encadenamiento del carácter del espacio? El espacio es tan misterioso como el tiempo. No importa que el primero se vea y el segundo no desde los mismos postulados. El tiempo se nos ve en la figura, lo constatamos en las épocas, lo palpamos en los modos y las modas que se suceden. El espacio, sin embargo, tiende a parecer más estable escénicamente y, sin embargo, muta también de una historia a otra, dentro de la historia, con el viento y el aire de la gran historia. Ni uno existe sin el otro ni el otro existe sin su par. Porque así como nos es evidente que el tiempo se mide espacialmente en el reloj, el espacio se mide constantemente con el paso del tiempo. Nuestra estancia en este mundo es tan incomprensible (nuestro ser y no ser son tan ininteligibles) que requiere construcciones complejas (tiempos y espacios) para crear narraciones que suplan su identidad. Suplan su identidad y la nuestra puesto que si nada se detiene tampoco nada se mantiene idéntico. O bien, si nada se entiende a todo ponemos gran atención: la atención al paso del tiempo cuyo murmullo mental nos atemoriza.
Y no hay necesidad de recurrir a las trascendencias. Basta el visor digital del microondas encastrado en la cocina para sentir con pavor la fatídica consunción de segundos y minutos que pasan en breves intervalos. Y eso ocurre, efectivamente, mientras el microondas se mueve en el espacio y lo hace girar. De ese pequeño carrusel doméstico se deduce la conciencia de otros carruseles de mayor escala hasta alcanzar, en su delirio universal, la gigante rotación de todos los astros, de todas las vidas humanas o no y, claro está, de todos los tiempos enclavados en ellas.