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Sabina y la pájara

El caso de Sabina y la pájara que sufrió en un escenario madrileño tras casi dos horas de actuación resume dos factores que definen la psicología social de nuestro tiempo: el miedo y la confesión. Pánico escénico le llaman unos, crisis de inseguridad, fobia repentina, según otros; “un Pastora Soler” -refiriéndose a la cupletista que ha abandonado los escenarios porque un bloqueo le impedía subirse a ellos y disfrutarlos-, dijo en su excusatio un Sabina que siempre ha querido reconocerse en los otros. De nada sirven la excelencia, los logros alcanzados ni una probada solvencia cuando esa presión atenaza los nervios, paraliza las cuerdas vocales, blanquea la mente y desactiva la memoria. Se trata de un sentimiento ruin, parecido a la angustia de soñarse a uno mismo desnudo por la calle, con plena conciencia de ello pero a la vez atravesado por una impotencia que impide repararlo. Un sentimiento totalizador que guarda cierta relación con la pulsión de muerte al incapacitarse uno mismo para lo que está sobradamente preparado. “Creía que me iba a caer redondo en el escenario”, le dijo a su agente. Lo más curioso es que el cantante ya había cumplido con su contrato: hit tras hit y verbo castizo presentando generosamente a sus músicos; sólo le faltaban los bises. Hubiera bastado un poco de disimulo hasta salir corriendo, pero el autor de 500 noches, ahora que ya no se las bebe, optó por confesarse: esas son las cosas que tiene la sobriedad. Un micrófono abierto es asunto de valientes o caraduras. Los hay que carecen de vergüenza, empeñados en ser únicos, que se gustan y se reivindican como si estuvieran solos en el mundo. En el otro extremo están quienes se autoexaminan y se reprochan no haber sido más rápidos o ingeniosos (y se sienten torpes o pusilánimes cuando se les ocurre la respuesta brillante con una hora de retraso). Hasta que un día enmudecen. En literatura son los Bartleby de Vila-Matas y los Lord Chandos de Von Hofmannsthal. Sobre las tablas van de la Callas o Reggiani a Buenafuente y Alejandro Sanz. Hugh Grant, aquejado del síndrome hace cinco años, declaró: “Me gusta todo de rodar, excepto actuar”. Pero hoy el miedo escénico ha trascendido los escenarios. También lo padecen los trabajadores y empresarios, los padres y madres, tan a merced de lo inesperado, sea una epidemia, unas preferentes o un secuestrador en una cafetería. La ilusión del control, tal como presentíamos, es una ficción que agudiza el sentimiento de intemperie. Por ello, nos obligamos al desahogo, aunque nadie nos pida explicaciones, acaso como antídoto frente a la soledad del miedo, o como dejó dicho Cioran, ante “la enormidad de lo posible”.

(La Vanguardia)

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17 de diciembre de 2014
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Los fantasmas de la pantalla de plata

Carlos Fuentes nunca dejó de recordar el día en que su padre lo llevó a Nueva York a visitar la Feria Mundial que se había abierto en 1939 en el Corona Park, y recuerda también que esa misma vez vio Citizen Kane. Así lo cuenta en el libro póstumo Pantallas de plata (Alfaguara, 2014), que recoge sus escritos sobre cine. Tenía diez años de edad, y para acercar los dos hechos debemos suponer que recorrió los recintos de la Feria antes de que cerrara sus puertas en el otoño de 1940, y que asistió a alguna de las primeras funciones de Citizen Kane que se estrenó en febrero de 1941.

Los dos acontecimientos ponen a Fuentes desde entonces en el escenario contemporáneo, del que fue siempre un habitante inquieto, inconforme e inquisitivo: en esa Feria Mundial se celebraba el mañana esplendoroso que la humanidad anhelaba después de la crisis financiera de 1929, no en balde su lema era "construyendo el mundo del futuro".

Alemania e Italia tenían vistosos pabellones en la feria, lo mismo que la Unión Soviética, y el futuro ya estaba allí, sólo que pintado en colores tenebrosos, pues la Segunda Guerra Mundial, sin que Estados Unidos se involucrara todavía, ya había empezado: aniquilación de ciudades enteras bajo las bombas, campos de concentración, hornos crematorios, los gulag, la destrucción nuclear de Nagasaki e Iroshima.

"Esa película fue un mazazo en mitad de mi imaginación y nunca me abandonó. Desde ese momento he vivido con el fantasma de Citizen Kane en la cabeza. Hay pocas otras películas de las que estoy consciente cuando escribo", dice. Y cuando a los 32 años emprendió una de sus novelas capitales, La muerte de Artemio Cruz, no hay duda que aquel fantasma seguía estando dentro de él.

Fuentes fue ese escritor de la modernidad que no despreció ninguno de los medios de expresión del siglo veinte, el primero de ellos el cine, que además abrían la posibilidad de introducir nuevas técnicas en la escritura, sobre todo el flash-back, que utiliza para ir del pasado al presente y contarnos la historia de Artemio Cruz, quien recuerda su vida desde su lecho de muerte; una novela que es "un film en prosa".

Pero en Pantallas de Plata hay también imágenes lapidarias sobre las diosas del celuloide. Gloria Swanson, ojos de laguna envenenada. Pola Negri, ojos de incendio nocturno. Greta Garbo, ojos de orgasmo nómada. Y de Joan Crawford dirá que "tolera los más despiadados close-ups con una mirada enorme, líquida y melancólica encima de los labios que habrían de ser un sello de fábrica. Enormes, tan grandes como las hombreras que el modista le diseñó para ocultar el hecho de que tenía cabeza grande y cuerpo pequeño..." No hay duda de que nos hallamos en el plató donde se cocinan las murmuraciones.

La Swanson invitó una vez a almorzar a Fuentes en su apartamento de Nueva York, compartieron en la cocina sándwiches sacados del refrigerador, y ella le enseñó, pieza por pieza, su ropero, una escena que parece sacada de Sunset Boulevard. ¿Y Marlene Dietrich? La vio cantar en Washington "vestida de satín y estrellas, la melena suelta, las piernas que no envejecen. Ella sí. El vestido de noche era solo un cascarón que escondía un cuerpo envejecido. Pero las piernas no se hacen viejas."

Fuentes nos habla desde la butaca y desde el set de filmación. Cuando describe la escena final de Los violentos años veinte, donde  el gánster al que interpreta James Cagney, ametrallado llega a morir a la escalinata de una iglesia, y expira en brazos de Gladys George, ella exclama: "he was a big shot". Y Fuentes traduce: "fue un chingón".

Y entonces no podemos dejar de recordar la muerte de Falstaff en brazos de Mistress Quickly, la hostelera, quien al recoger su último aliento exclama: "No, de seguro que no ha ido al infierno: está en el seno de Arturo, si es que algún hombre fue alguna vez al seno de Arturo..."

Y fue el espléndido guionista de El gallo de oro, que escribió mano a mano con Gabriel García Márquez, basado en el cuento de Juan Rulfo; o el de En este pueblo no hay ladrones, basado en el cuento de García Márquez, película en la que Fuentes actúa, además, como extra, junto al propio Gabo, al propio Rulfo y a Luis Buñuel, los extras más célebres de la historia.

Y su íntima amistad con Buñuel, y los años que compartió con la estrella del cine mexicano Rita Macedo. Y Shirley McLaine; siendo que ella creía haber sido en alguna otra vida una princesa inca, él le dedicó su novela Cumpleaños, que trata sobre la reencarnación, siempre dispuesto a hacerle guiños a la eternidad. Y, en fin, su apasionada relación amorosa con Jean Seberg, la Juana de Arco de Otto Preminger, descrita en su novela Diana o la cazadora solitaria.

El cine en la vida, o más bien en las entrañas. Los fantasmas que nunca dejaron de acecharlo desde las pantallas de plata: "Al cine se entra a soñar, lector, espectador, mi semejante, mi hermano..."

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17 de diciembre de 2014
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Una reunión de Juanas

 La semana pasada, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, tuve la oportunidad de "moderar" una mesa de ganadoras del premio de novela Sor Juana. Estaban ocho reconocidas escritoras, entre ellas Tununa Mercado, Claudia Piñeiro y Cristina Rivera Garza. Hubiera preferido ser invisible, desaparecer de ese panel y, simplemente, escucharlas, pero Margo Glantz, sentada a mi derecha, no me dejó. Margo, que es muy rápida y sabe salir por la tangente sin por ello escaparse nunca del tema, se convirtió en el eje de la mesa en base a comentarios chispeantes y lucidez; así, se pudo hablar del estado actual de la literatura de mujeres en el continente --"no me interesa ese tema", puntualizó Margo- e incluso se tocó un tema espinoso: ¿debe existir un premio de novela solo para mujeres, como el Sor Juana?  

            Las escritoras, que hablaban ante un público entregado (una pena: prácticamente solo mujeres), mencionaron el antes y después que significó en su carrera el Sor Juana; la revelación más conmovedora vino de parte de Tununa Mercado, quien dijo que el premio le había creado tanta responsabilidad, porque había que estar a su altura, que ya no había podido escribir más ("apenas pavaditas"). Todas mencionaron el peso y, a la vez, la luminosidad que provenía de estar conectadas simbólicamente a Sor Juana. Margo Glantz, una autoridad en la obra de la monja, dijo que no había que idealizarla, que entre santa y sabia ella había preferido ser sabia, y que ese debía ser el ejemplo a seguir.

La argentina Inés Fernández Moreno, ganadora del último premio con El cielo no existe (Alfaguara), recordó la "Carta a Sor Filotea", el hecho de que las mujeres artistas aún tengan que lidiar con prejuicios que relegan a las mujeres al espacio doméstico, y contó la historia de una abuela que pudo ser poeta pero debió reprimirse ante la presencia de su esposo escritor (a la muerte del esposo, la mujer, ya anciana, volvió a la poesía). Cambian las cosas y las escritoras de las nuevas generaciones son mucho más libres, señaló Claudia Piñeiro; incluso cambian los hombres, dijo ella, y leen a sus compañeras de oficio como nunca antes, pero el relato de Fernández Moreno mostró que hay ciertas batallas que todavía continúan.

            Y si las cosas cambian, ¿no sería mejor abolir el premio Sor Juana, una suerte de "acción afirmativa" para las escritoras mujeres? Cristina Rivera Garza recordó el discurso de aceptación del premio de Lina Meruane, que un par de años atrás había sugerido algo similar, y dijo que coincidía con Lina, pero, a la vez, estaba consciente de el mundo no era ideal, y que mientras no se superaran ciertas taras (el machismo del canon latinoamericano, la tendencia de los críticos a privilegiar en sus lecturas a los escritores hombres), el Sor Juana debía existir. En eso coincidieron todas: en la ambivalencia ante un premio solo para mujeres, y en la necesidad de defenderlo. Ojalá que esa ambivalencia cambie con las nuevas generaciones y algún día deje de defendérselo: significará que este premio que ha sido tan importante al visibilizar la escritura de las mujeres, ha cumplido su ciclo y no es tan urgente como alguna vez lo fue.

(La Tercera, 14 de diciembre 2014)  

 

 

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16 de diciembre de 2014
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HOY SE CELEBRA EL DIA DE JANE AUSTEN.- Ya saben cómo deben salir…

HOY SE CELEBRA EL DIA DE JANE AUSTEN.- Ya saben cómo deben salir vestidas a las calles. Buen día para buscar un pretendiente que cumpla con ciertos requisitos cuantificados en generosidad de corazón, pensamiento libre y ganancias anuales de libras esterlinas adecuadas), leer a Austen, ver películas suyas, leer The plot marriage de Jeffrey Eugenides, o simplemente sentarse en el diván de su sala a escribir. bookmania:

It?s Jane Austen Day for real! The Jane Austen Centre in Bathe will host the first annual Jane Austen Day on Dec. 16, 2014 - The LA Times Reports. The official Facebook Page for the event says:

As all Jane Austen fans know, the 16th of December is our favourite author?s birthday and ?Jane Austen Day? is an annual celebration of Jane?s work and life which encourages lovers of both around the world to take part in events to mark the occasion.

Jane Austen was born 1775 in Hampshire, England. (Photo by harry_nl)

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16 de diciembre de 2014
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La próstata y su relato

Un buen número de varones, alcanzada cierta edad, descubrimos en nuestro interior la existencia de una escondida glándula llamada próstata, a la que de joven se desdeña, por creerla poco menos que ornamental al lado de otros órganos esenciales del cuerpo masculino. Yo mismo tuve noticia fehaciente de ella hará casi veinticinco años, en una muestra de precocidad que más me habría gustado experimentar en la sabiduría o el amor. Pero no quiero hablar aquí de la mía, con la que mantengo una relación de estrecha vigilancia, recelo no exento de aprensión y análisis pormenorizado de sus alteraciones, un poco a la manera en que los financieros siguen las subidas y bajadas del índice bursátil. Un aviso lingüístico de lo que es la madurez llega cuando los hombres y las mujeres se ven obligados, por razones de precaución sanitaria, a conocer y hasta a utilizar en la vida corriente siglas y términos antes remotos o desconocidos. Por ejemplo, en el apartado que me corresponde, PSA, LMR, flujometría, hiperplasia, fotovaporización.

 

     Todos ellos y alguno más alarmante aparecen nombrados en ‘L´ablation' (‘La ablación'), un libro de gran interés de Tahar Ben Jelloun aparecido este año en Francia, sin traducción todavía, que yo sepa, al español. El autor lo llama "récit", y en un prólogo explica que un amigo suyo matemático de profesión le rogó que escribiera su propia peripecia prostática sin embellecerla ni omitir detalles, por crudos que fueran. Ese ruego le produjo al escritor marroquí de expresión francesa un dilema: "¿era preciso, como mi amigo me lo pedía, contarlo todo, describirlo todo, revelarlo todo? Después de una reflexión, decidí no dejar nada de lado, entrar en su cabeza y ponerme en su piel", aunque unos párrafos más adelante reconoce haber traicionado la misión de un escritor objetivo, pues "imaginando ciertas escenas, reinventándolas o adaptándolas al ritmo del relato en algunos momentos, yo ya no sabía si traducía sus fantasmas o los míos".

     El resultado posee una ambigüedad narrativa que nunca le quita a sus páginas (se trata de un libro poco extenso) poder de sugerencia y dimensión verídica, por re-elaborada que esté. Ben Jelloun no sufre él mismo el grave tumor que se le detecta a su amigo, pero al darle a éste la voz en primera persona el lector puede pensar que el matemático no existe realmente y sólo sea un alter ego ficticio del novelista que se presenta como mero testigo y relator. Tanto da. Personal o vicariamente, conocemos la angustia, la dubitación, los pasos difíciles en el camino médico, los diagnósticos contradictorios de los urólogos, la arriesgada épica de los valientes, como la de ese profesor del matemático enfermo, quien, al encontrarse por casualidad en un autobús parisino y saber de la inminente operación de prostatectomía a la que su antiguo discípulo va a someterse, le insiste con vehemencia en que no lo haga, siguiendo su ejemplo y recomendándole la "curieterapia", un método iniciado hace más de un siglo a partir de una intuición de Pierre Curie y consistente en introducir en la próstata granos radioactivos que "se comen" literalmente las células cancerosas. La vida sexual puede seguir así su curso, aun con el peligro de una reproducción del mal, y la función eréctil se conserva: "Sé de qué hablo", continúa diciéndole el profesor setentón al alumno veinte años más joven.

      El novelista cuenta las confesiones de su amigo, el calvario de alguien para quien el narcisismo ante las mujeres a las que ama profusa y fogosamente es una prioridad ahora imposible de cumplir. Sus reacciones son también, como los dictámenes de los doctores, antitéticas: cuando se siente humillado al saber que la extirpación de esa glándula puede quitarle la capacidad erótica, considera el suicidio, pero otras veces, animado por la versión directa que le da un colega de investigación matemática sobre el ‘caso' François Mitterrand, elucubra con imitar al presidente socialista, el cual, al saber de su cáncer en octubre de 1981 lo ocultó sin someterse a cirugías radicales y conjurándolo en lo posible a base de hacer trabajar a la libido para que se olvidase de la dolencia. "Vivió quince años con una próstata gruesa y enferma. Y nos folló a todos".

      El matemático de Tahar Ben Jelloun es un hombre sensual y también leído, y por ello ‘L´ablation' recoge una serie de referentes literarios que le sirven de espejo o acicate. En las tentaciones depresivas detalla las providencias que tomaría de llegar a quitarse la vida, evocando a Jake Barnes, personaje central de la novela de Ernest Hemingway ‘Fiesta' (al que le pone el rostro de Tyrone Power, que interpretó en la película de Henry King al periodista incapacitado por una herida de guerra), y las figuras reales de dos suicidas atormentados por la impotencia, el propio Hemingway y Romain Gary. El narrador suma a sus nombres el de Cesare Pavese, cuya muerte, según los indicios más fiables, no parece haberse debido a una cuestión genital, y recurre a imágenes relacionadas con su propia situación, como las del film de Bolognini ‘El bello Antonio' y la de la escena de la novela de despedida de Philip Roth ‘Sale el fantasma', en la que un rastro amarillento sigue al protagonista mientras nada en una piscina.

     ‘L´ablation' no tiene un final feliz, pero tampoco acaba en muerte o desespero. Tras la drástica operación, el narrador continúa su "vida sin libido", tratando de buscar acompañamiento para la pérdida. En las conmovedoras páginas finales quienes le acompañan son Borges y Buñuel. Al primero, anciano e invidente, se le acercó en el jardín de un gran hotel y le habló, recibiendo una característica contestación borgiana en forma de apólogo de ‘Las mil y una noches'. "Mi libido es una ceguera, una soledad", dice el matemático. En cuanto a Buñuel, se congratula al comprobar que, trabajando con casi total sordera y por tanto como en una regresión al cine mudo, tal carencia no quita resonancia a las extraordinarias películas de su etapa final: "¿Qué pasaba por su cabeza cuando veía esas imágenes en que faltaba el sonido? ¿Qué recuerdo guardaba de la música del mundo?".

     "Ciego y sordo" como solitario del placer carnal, este hombre que le confía su intimidad a Ben Jelloun se declara dispuesto al goce fantasmal de los sentidos que le restan: "Viviré con el recuerdo de algunos perfumes y tal vez de algunos olores inconvenientes".

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16 de diciembre de 2014
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La fobia

Pocas palabras son tan ajustadas a su concepto como "fobia". La fobia lleva consigo, en el centro de su pecho, el rechazo y en su cabeza una aborrecible figura que topa con nuestra simple voluntad, yo, nuestro legítimo deseo.

No valen las fobias sin fundamento aunque suelen ser abundantes pero se trata sólo de fobias sin investigar del todo. En el fondo de cada fobia reside un pozo razonado de odios y miedos al que tarde o temprano se tiene acceso y conocimiento. De esta manera la fobia es una bestia asentada en lo hondo de cada sujeto y encerrada en su mismo espacio. Ambos sujetos conviven pero mientras la víctima en Sujeto a la fobia, saltado por ella imprevisiblemente cuando todo es carne de paz, la fobia es un sujeto carnívoro.

La paz y la fobia se enfrentan como la mansedumbre se opone a la cólera. Y no una cólera cualquiera sino una cólera dura y hasta fosilizada. De ahí que los profesionales del alma, los psicoterapeutas y psiquiatras, encuentren tanta dificultad en extraer la fobia del paciente. De una manera la fobia actúa con gran efectividad gracias a su arraigo y, de otra, ese arraigo puede llegar a un grado en que se convierte en parte de nosotros mismos. Un organismo con su fobia es un organismo que funciona con la fobia engastada. Como un coágulo que nos puede matar, como un trombo que nos puede ofuscar, como una pesada bola de acero que nos obstruye la garganta. La fobia puede ser de este modo una esfera pesada y pulimentada pero también fobia que con el tiempo ha desarrollado una pluralidad de  estribaciones y largos filamentos odiosos  que podrían ahogarnos con su extensión interna y apoderarse de nosotros como un demonio de incontables dedos. ¿Odio a la fobia? Sí. Pero cuanto más miedo se le tiene, cuanto más se obedece a su terror, cuanta más atención se le presta, más crece y envenena  llegar, acaso, paralizarnos, a esclavizarnos, a envolvernos de ceguera la cabeza.

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15 de diciembre de 2014
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El Estado violador

Adolescentes ceutíes que sueñan con un barbudo de ojos azules cuyo perfil en Facebook las invita a ser salvadas; muchachas extraviadas en su pequeño cuarto, deseosas de hacer algo grande que dé sentido a sus vidas. También niñas de doce y trece años que son raptadas para castigar y luego escarnecer a su familia porque las mandó a la escuela. Las llaman de forma legítima “esclavas” y “cautivas sexuales”, y la Biblioteca Al-Himma, editorial del Estado Islámico, ha publicado una guía que resuelve las dudas de sus combatientes, por ejemplo: ¿puede secuestrarse a dos hermanas y mantener sexo con ellas? “Sí”, responde la guía antes de ponerse mojigata, “pero hay que violarlas por separado”. En cambio se puede fornicar con los hijos de la mujer delante, comprarlas por 15 euros. Se las puede azotar si se portan mal, aunque “no con fines sádicos”, reza el manual que convierte el crimen en norma. “EL EI ha publicitado sus propias intenciones mediante estas violaciones”, según desvela un informe de la ONU. “Da la bienvenida a la esclavización de las mujeres yazidíes -religión preislámica que practica mayoritariamente el pueblo kurdo- , proclamando que uno de los signos de la Hora (del Apocalipsis) será cuando ‘la chica esclava alumbre a su maestro’. De forma que pretenden que surja una nueva generación de mujeres conversas dedicadas a criar a los hijos de los guerreros del Estado Islámico”. Occidente mira horrorizado este nuevo código que aplasta la dignidad de quienes nacen mujeres, por mucho que el Corán dicte que “en justicia, los derechos de las mujeres (con respecto a sus maridos) son iguales que los derechos de estos con respecto a ellas”. Otra cosa son las interpretaciones iluminadas. Como las que han decidido que sus cuerpos, vedados, deben de ser relegados a la esfera doméstica, sólo para uso y disfrute de su propietario. Hace unos días, La Repubblica entrevistaba por teléfono a una chica, cautiva en Raqqa, entre Siria e Iraq, a la que habían dejado mantener su móvil para que pudiese contarle a su familia lo que le hacen como efectivo método de tortura. La chica confirmó que las más pequeñas, violadas tres o cuatro veces al día, pierden el habla. Hace unos meses la solidaridad internacional -y del couché- se entregó a fondo con sus pancartas y tuits pidiendo que las niñas nigerianas secuestradas regresaran a casa. Hay quienes han perseverado en la lucha contra la barbarie fundamentalista de Boko Haram, pero las protestas han perdido músculo y pueden acabar sucumbiendo a la fatiga del millón de causas injustas que aguardan a la nada. Esas legiones de esclavas sexuales, algunas a sólo 15 km de la Península, desgarran el sentido y demuestran que la atrocidad puede llegar a considerarse deber en nombre del honor. Al menos ese Occidente horrorizado podría perseguir el rastro de sus propias armas.

(La Vanguardia)

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15 de diciembre de 2014
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Relatos del mar

 Siguiendo con su política de inventar libros bellos y que al mismo tiempo atraigan a un público lector general, o al menos no especializado, Alba Editorial propone ahora Relatos del mar. En lugar de recurrir a un antólogo de postín, como era el caso de Umberto Eco y sus estupendas Historias de las tierra y los lugares legendarios, la editorial ha preferido apoyarse en el nutrido y muy atractivo elenco de escritores de mucha fama y una reconocida vinculación con el mar, como son los casos de Edgar Allan Poe, Jules Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad y tantos otros. Pero también los hay que sorprende verlos en tan marinera compañía, como Rainer Marie Rilke o el mismísimo Franz Kafka, quien por cierto contribuye con un fantástico relato “El cazador Graco” (fantástico en todos los sentidos) pero que sobre todo resulta ser inequívocamente kafkiano.

Aparte de formar, informar y entretener, la selección llevada a cabo por Marta Salís pone de manifiesto una vez más la profunda fascinación y el no menos profundo impacto que el mar ha ejercido desde antiguo en el imaginario popular. Y en el libro se ofrecen numerosas muestras de todo ello: tormentas fragorosas, naufragios y náufragos, buques fantasmas, tesoros hundidos con el barco que los transportaba, tráfico de seres humanos, piratas, hazañas épicas y lo que quieras. Vemos a Hemingway en la piel de un cazador de tesoros que busca la manera de entrar en un trasatlántico hundido con más de cuatrocientas personas a bordo (para robar, no porque quiera ayudar); a los habitantes de un pueblo gallego que ven aparecer en la playa unas barricas de vino y se apresuran a traer carros porque saben que el mar no tardará en devolver el resto del cargamento de un barco recién naufragado; el dueño de un campo de nabos situado a muchos kilómetros del mar y que al ver una mañana un barco posado sobre su huerto le preocupan más sus nabos que saber cómo ha podido llegar hasta allí tan inesperado intruso. Y hay casos en los que la tensión del relato parece obnubilar el narrador, como le pasa a Baroja en su “Grito en el mar”. El insigne escritor está describiendo el efecto que provocan en un espectador sentado en el borde de un acantilado los asaltos contra las rocas de un mar embravecido; hay una niebla que es “como un alma sumida en la tristeza” y caen gotas “como lagrimones que brotan de un corazón oprimido”. Después dirá que “el mar es como una reflexión del alma del hombre; su flujo es su alegría; su reflujo, la tristeza”. Pero en medio, y cuando lleva ya más de una página acumulando adjetivos para reflejar en el exterior el estado de ánimo interior del observador, sin duda llevado por la emoción del momento, dice: […] olas que avanzan cautelosas, oscuras, pérfidas como el alma de la mujer […].

En el curioso relato que cierra el libro, “Apuestas”, el galés Roald Dahl lo expresa indirectamente al describir los efectos de una tormenta sobre el pasaje de un trasatlántico. Tras la desbandada de los más pusilánimes en respuesta a los primeros ataques de las olas, el sobrecargo “echó una mirada de aprobación a los restos de su rebaño, que estaban sentados, tranquilos y complacientes, reflejando en su cara ese extraordinario orgullo que los pasajeros parecen tener al ser reconocidos como buenos marineros”.

Ése es el secreto. A todo el mundo le llena de orgullo que lo reconozcan como un buen marinero porque ese atributo conlleva necesariamente el valor que caracteriza al hombre de mar pero también la sobriedad, la templanza ante el peligro, la voluntad de sobreponerse a las situaciones más desventajosas y, sobre todo, la conciencia de que en uno mismo hay algo de los grandes hombres que pueblan el imaginario desde Odiseo hasta los domingueros al timón de un yate que probablemente luzca en la popa el cartel de “En venta”. Y leyendo el libro produce un innegable placer sentir esas emociones marineras tan arraigadas pero cómodamente tumbado en un sofá y con un buen scotch al alcance de la mano.

 

 

Relatos del mar. De Colón a Hemingway.

Selección de Marta Salís.

Alba editorial

 

 

 

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15 de diciembre de 2014
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