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Un paseo por el bosque

Al poco de instalarse en una pequeña población de New Hampshire, después de haber pasado veinte años en Inglaterra, Bill Bryson reparó en la presencia de un pequeño sendero que se internaba en el bosque. Al hacer una primera  investigación supo por un cartel  que en realidad se trataba de un tramo del mítico sendero de los Apalaches, una salvajada para caminantes que partiendo del estado de Maine, en el norte de Estados Unidos, llega hasta  Georgia, en el sur, después de recorrer 3.600 kilómetros en un sube y baja continuo por  esa cadena montañosa que recorre el país a lo largo de la costa Este. Eso es lo que Bryson llamará después  Un paseo por el bosque.

Nada más  saber dónde tenía puestos los pies, y con la sola evocación de las montañas que habría de afrontar si se aventurase a coronarlas  (las Blue Ridge, las Smokies, las Catskills o las Grand Mountains, todas ellas evocadoras de grandiosas hazañas senderistas),  Bryson sintió lo que el naturalista John Muir definió como una necesidad ineludible de “echar una hogaza de pan y una libra de té en la mochila y saltar la valla del jardín de atrás”.

Los preparativos de la estrambótica travesía son hilarantes y al mismo tiempo ofrecen un panorama del viaje terrorífico, y ahí está el caso de los muchachos que acamparon en el sendero y fueron atacados por un oso negro. Ambos se subieron a un árbol cada uno y el oso fue a por el que tenía más cerca, trepó, sujetó a su presa por un pie y la arrastró hasta el suelo para devorarla. Los expertos dicen que si te ataca un oso debes abrir los brazos y erguirte al máximo mientras pegas unos alaridos susceptibles de atemorizar al animal. El problema es que al hacer eso puedes encolerizarlo y recordarle que existes, y en ese caso subirá al árbol y tras arrastrarte al suelo por un pie procederá a devorarte  como hizo con el segundo excursionista, por querer socorrer a su amigo dando gritos.

Aparte de los osos la suma de peligros en el camino resulta tan inquietante, sobre todo para quien trate de hacerlo solo, que Bryson mandó una invitación a todos sus amigos para que le acompañaran, dándose el caso de que nadie respondió  salvo el incombustible Katz, un tipo pasado de forma, gordo como un tonel y cuya máxima esperanza  (por otra parte harto improbable) era que al final de la jornada hubiera  un establecimiento de venta de dunkins donuts para atracarse hasta no poder más y así pasar dulcemente los malos tragos del camino.

Los preparativos para equipar a Katz son igual de hilarantes, lo mismo que las primeras jornadas cargando con unas  gigantescas mochilas llenas hasta los topes de cachivaches y unas vituallas que luego van tirando sin ton ni son, sólo por el gusto de quitarse un peso de encima, y nunca mejor dicho. Y no digamos nada de los pintorescos personajes (la gordinflas, el enterado, los egoístas, los encargados de los campings y refugios) que les van saliendo al paso.

Como es habitual en los libros de Bryson, cuando no pasa nada relevante o el paisaje no es especialmente sugestivo, esgrime la documentación atesorada antes del viaje y que se traduce en noticias abrumadoras. Y ahí está el Servicio Nacional de Parques, que en contra de lo que pueda parecer, es el principal deforestador de Estados Unidos cabiéndole el triste honor de ser el principal constructor de unas carreteras forestales que benefician sobre todo a las compañías madereras que han comprado derechos para arrasar bosques a los que antes no se podía acceder y que por lo tanto en toda su existencia nunca habían escuchado el retumbar de un hacha.

Pero también hay momentos deslumbrantes, como la descripción del estado de Virginia visto desde las montañas con sus boques y llanuras verdes, los valles recoletos y los pueblecitos diseminados por tanta hermosura. De repente el lector se solidariza con el  profesor  Muir en su deseo de cargar la mochila de pan y té  y huir saltando la valla del jardín trasero. Cualquier cosa con tal de ver eso que  Bryson describe con tanto entusiasmo.       

Por desgracia, cuando los dos esforzados  y ahora  más estilizados excursionistas llevaban recorrido poco más de la mitad  del camino previsto, Bryson hubo de regresar a la civilización para promocionar un libro (del que según él se vendieron lo menos sesenta ejemplares) y a Katz le habían ofrecido un trabajo interino en Canadá que no podía rechazar. Y Bryson vuelve pero el camino ya no es el mismo  si faltan los ronquidos de Katz en la tienda de al lado  o sus gritos de júbilo al divisar a lo lejos un puesto con el equivalente local de los dunkin donuts. Y no es que esta segunda parte no sea interesante o que la documentación recogida para amenizar lo que resta de camino sea menos veraz y divertida. Es que falta algo que va más allá de Katz y que a lo mejor se llama entusiasmo o capacidad de sorpresa o lo que sea.

EL consuelo es que mientras tanto el relato del viaje ha sido formidable y el lector ha tenido el privilegio de caminar con el mejor Bryson.

 

Un paseo por el bosque

Traducción de Pablo Alvarez Ellacuria

Bill Bryson

RBA

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29 de diciembre de 2014
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Un año ?detox?

Hay años escuálidos que pasan sin pena ni gloria, años tontos en los que ni tan siquiera percibimos que nos hacemos más viejos, que crecen los hijos y bajamos los techos. Pero 2014 ha sido un año vitaminado en acontecimientos, nutritivo en personajes y estratégico en cambios. Un año depurativo, de expulsar cálculos, como hacen quienes se limpian el hígado o el colon con sales Epsom. Un año escandalosamente justiciero. De la inviolabilidad de algunos dioses a verlos en el banquillo, de Rato a la familia Pujol, Pantoja, Mas, Núñez… ahora la infanta. Del bipartidismo a los quesitos, de la leche de vaca a la de soja, de la tarjeta del paro a las superblack. Y de un jefe de Estado old school, Juan Carlos, al campechano rey Felipe VI estrenando una monarquía ecofriendly, lo que supone empezar a barrer en palacio. Felipe VI y Letizia han levantado la institución con un estilo tan sobrio como simpático. Sin errores. En su primer mensaje de Navidad intentó quitarle distancia al envaramiento del vídeo institucional. Como atrezzo, foto de familia y otra con Letizia, cariñosos, ella recostada sobre su hombro en un vuelo business. En el discurso, Catalunya: antes de romper, intentémoslo de nuevo. La pasada Nochebuena, desde Twitter, respondió al Rey uno de los hombres del año: Pablo Iglesias, que en un ejercicio de destreza política, ha adoptado aires de estadista. “Comparto aspectos del diagnóstico del jefe de Estado, pero se equivoca si piensa que los responsables de la crisis nos sacarán de ella”, escribió. No corren buenos tiempos para héroes o carismáticos: una facción de la derecha le arranca la piel a la otra, amenazando votar a UPyD o a Podemos, mientras estos denuncian una operación de acoso y derribo de parte de grupos mediáticos y de la casta. Un pásalo augurando un futuro venezolano si ganan los de la coleta, como le llama el establishment -ojo si se la suelta-. Iglesias y sus magníficos sacan pecho, y en verdad tienen motivos para creérselo. Podemos es otro tipo de casta, la de los profesores de la Complu, politólogos conscientes de que todo empieza y termina hoy en la comunicación. ¿Antisistema? Todo lo contrario, ¿o acaso no dicen bien clarito lo que la gente quiere escuchar? Limpieza, desintoxicación, regeneración. La llamada Generación Tapón da conferencias muy bien pagadas por todo el mundo, mientras una nueva clase de liderazgo, más macrobiótica que gauche caviar, reemplaza a la vieja guardia anunciando que el espíritu del siglo XX terminó. Un nuevo monarca; una mujer al frente del gigante de la banca, el Santander; el armisticio entre EE.UU. y Cuba como broche del año; incluso Eurovisión lo ganó una mujer barbuda. Los treintañeros revitalizan los debates de televisión, lenguaraces y valientes. Estrenan un low cost en el polo opuesto de los privilegios del político de toda la vida. Pedro Sánchez se lanza a la calle y se lo toma en serio, mientras los patios de las cárceles se llenan de casta. Después de siete años de vacas flacas, el futuro en barbecho, hemos empezado a exfoliar las pieles muertas. Una flor en la noche Tan joven y tan valiente. Sobrevivió a las balas de la sinrazón talibana que, en el nombre de Alá, mata niños alegremente, imponiendo el estado del terror en las escuelas -la última matanza, en Peshawar, ha costado la vida a más de 130; un crimen imposible de digerir-. Malala, icono mundial de la libertad y la igualdad, habla alto y claro: “Tengo derecho a la educación, a jugar, a cantar, a ir al mercado, a que se escuche mi voz”. Otra luchadora que, como ella, recibió un balazo a quemarropa -a cientos de miles de kilómetros, en Tucson, Arizona-, la ex senadora Gabrielle Giffords, traza su perfil en Time, y concluye: “Malala es el testimonio de que, las mujeres no serán intimidadas hasta el silencio. Haremos que nuestras voces se oigan”. Así sea. Mirar con palabras Hay algo en su militancia fumadora, ese gesto de salir en las fotos fumando, que enternece al igual que su escritura impone. Fue el escritor más british. Personalísimo, culto, singular hasta el extremo de seguir acarreando una máquina de escribir y de entronizarse como rey de la isla de Redonda, Javier Marías vuelve a coronarse como el autor del libro del año con Así empieza lo malo, una novela sobre verdades y secretos, sus reglas y sus trampas. De fondo, una afilada mirada a un periodo que, bajado de los altares, por fin puede criticarse: la transición democrática. Prosa deslumbrante pero suculenta, que desvela y engancha, para luego suspenderse y dejarnos absortos. El joven Marías, boca de fresa y abrigo de paño. El revolucionario Desde el Vaticano, el papa Francisco ha surgido como el rostro más humano de un mundo en reconstrucción, amenazado por los fundamentalismos tanto religiosos como económicos. Dispuesto a mantener la frugal dieta detox entre la jerarquía eclesiástica, su filosofía se resume en menos oropeles y más jabón. Tolerancia cero ante la paidofilia, cercanía sin impostura, sensibilidad, alta diplomacia. Todos sus gestos, sus palabras y medidas -contenido y forma- han sido aplaudidas por el ciudadano del mundo, católico o no. Muchos de sus fieles se habían sentido muy cerca de aquellas palabras de Jesucristo en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Hasta que llegó Francisco. Una de las grandes, y buenas, noticias del año.

(La Vanguardia)

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27 de diciembre de 2014
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No hay que perderse la peli sobre Kim Jong-un

Ha sido un ataque en toda regla. De eso no hay duda. Durante 15 días, Sony Pictures fue asaltada por unos piratas informáticos que se presentan bajo el nombre orwelliano de Guardianes de la Paz. Los empleados no podían identificarse en sus ordenadores y fueron robados y publicados numerosos de sus documentos confidenciales. La empresa quedó paralizada durante dos semanas y pronto apareció la vinculación con la inminente difusión de la comedia cinematográfica La entrevista, que narra el asesinato del dictador norcoreano Kim Jong-un, encargado por la CIA a dos reporteros que tienen que entrevistarle. Más dudoso es que se pueda calificar de acto de guerra. Corea del Norte también ha calificado como tal la difusión de la película y ha amenazado a Estados Unidos con que, de producirse, ?tendrá consecuencias?. Obama lo considera un acto de cibervandalismo, y no solo por las abundantes pérdidas materiales para Sony, sobre todo por las dos semanas con su sistema informático paralizado y la suspensión de la distribución de la película a 3.000 salas de cine de todo el país el día de Navidad, una de las jornadas de mayor taquillaje del año. Aunque no ha sido un acto de guerra, nos dice mucho sobre cómo serán las guerras futuras. Hay unos enemigos que ni siquiera se identifican, unos actores que ni siquiera son Estados, como es el caso de Sony, y unos métodos próximos al terrorismo, con la finalidad de doblegar la voluntad y quitar la libertad a las sociedades sin necesidad de usar la fuerza. Obama ha dado toda una lección de cómo hay que enfrentarse a ellos, con una enérgica demanda a la productora y los distribuidores para que no permitan una limitación de la libertad de expresión por decisiones ajenas. Hollywood, en cambio, ha exhibido su cobardía al plegarse a los deseos de Corea del Norte y retirar el filme del gran circuito comercial. No hay mejor campaña publicitaria que la que ha hecho Corea del Norte con su chantaje. Puede incluso que La entrevista sea una mala película, pero todos tenemos ganas de verla y la vamos a ver, aunque solo sea para contribuir a la denuncia de un régimen atroz, tal como lo retrata el informe de Naciones Unidas debatido esta semana en el Consejo de Seguridad. Hay que tener mucho aplomo para intentar dictar desde Pyongyang qué películas pueden verse en EE UU, sea directamente a través de sus servicios secretos o de unos piratas voluntarios que se ponen a su servicio. Es una demostración de que el joven Kim Jong-un, de 31 años y solo tres en el poder, se siente cada vez más seguro y arrellanado en su poltrona dictatorial, enseñando los dientes al mundo después de haber purgado violentamente su entorno. Ir al cine contra Kim Jong-un no es un acto de guerra, pero contribuye a la paz y a la libertad frente a las dictaduras. 

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27 de diciembre de 2014
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Serpientes en el jardín

Esos reptiles venenosos llevan años criándose en ese jardín. Hay que remontarse muy lejos para recordar quién y cuándo se pusieron los huevos. Puede que en la misma fundación del país. En todo caso, esos ofidios son hijos y nietos de una rivalidad fundacional con India, país con el que Pakistán ha librado cuatro guerras; y de una gran operación estratégica, como fue la gran alianza anticomunista que sirvió para empantanar a la Unión Soviética en Afganistán y contribuir a su hundimiento. La dictadura militar del general Zia-ul-Haq aportó el territorio, el reclutamiento y la organización de sus servicios secretos, los famosos y temidos Inter Service Intelligence, que la serie Homeland han lanzado a la fama televisiva. Arabia Saudita aportó ayuda militar y medios financieros. Estados Unidos, la dirección. La monarquía guardiana de los lugares sagrados del islam y el Pakistán salido de la escisión del Raj británico, como una suerte de Israel islámico, sostienen una alianza que va más allá de la estrategia: juntos tienen los símbolos religiosos y el petróleo sauditas y la población y la bomba nuclear islámica y paquistaní. Si la vecina India tiene escuelas técnicas que ofrecen a sus clases medias la formación de ingenieros, Pakistán les ofrece, gracias a la financiación saudí, los millares de madrasas fundamentalistas donde los hijos de clase media se convertirán en predicadores e incluso en combatientes de la fe llamados al servicio militar en las filas de Al Qaeda o del Estado Islámico en Afganistán, en Siria o en Libia. No cuentan solo los agentes externos. Todos los partidos en una u otra medida han contribuido a la islamización que está detrás de la violencia religiosa. La mayor contribución la hizo el dictador Zia, que recuperó la sharía más ortodoxa en cuestión de penas corporales. Pero todos han hecho su aportación, apremiados por el populismo electoral. Junto a la discriminación de los no musulmanes y de las mujeres, la persecución privada de la blasfemia y la promoción de las madrasas, fue creciendo el poder de los servicios secretos y su doble juego con la violencia terrorista, dirigida sobre todo a la Cachemira disputada con India o incluso a territorio indio, como fueron los ataques terroristas a la zona turística de Bombay hace seis años, donde hubo 164 víctimas mortales. La no reconocida protección a Bin Laden prueba también esta doblez estratégica. El terror llega ahora a los escolares. Las mujeres y los niños, los más débiles e inocentes, están en el punto de mira, como hace Boko Haram en Nigeria. Pakistán se ha convertido en una semana, desde el asalto a la escuela de Peshawar, en una olla a presión. La pena de muerte se ha reinstaurado tras seis años de tregua. Las ejecuciones ya han empezado, con 8.000 reos en capilla. El ejército se ha lanzado contra los talibanes en las regiones fronterizas. Estos amenazan con nuevos ataques. Los niños de clase media paquistaníes, que son los que van a la escuela y han visto las imágenes televisivas, están aterrorizados. Hillary Clinton sintetizó el problema hace tres años en un viaje oficial a Pakistán como secretaria de Estado: ?No puedes tener serpientes en el jardín y esperar que solo muerdan a tu vecino?.

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25 de diciembre de 2014
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Asuntos metafísicos 78. Viraje hacia la filosofía (3): La pregunta persiste.

Sintetizaré lo esencial de las  columnas anteriores Un físico que se pregunta por las condiciones que han posibilitado el que haya en la historia de la cultura humana precisamente una disciplina como la física y  para intentar responder decide sumergirse en los arcanos del pensamiento griego (interrumpiendo incluso su docencia científica para dar unas lecciones recogidas bajo el título de  La naturaleza y los griegos)

La física, tal como la entendemos,  es ante todo el resultado de un conocimiento de la naturaleza que se va progresivamente actualizando, pero  Erwin Schrödinger sabe que  nuestra relación  con ésta no tiene  porque  venir determinada por un enfoque cognoscitivo. De hecho  tal enfoque  presusupone un postulado que está muy lejos de constituir una obviedad, a saber, precisamente,  que la naturaleza es cognoscible.  Como ya he señalado aquí mismo, cabe  perfectamente  concebir una gran civilización que no se halle sustentada en este  postulado, una civilización para la cual el fondo de la naturaleza sea algo reverenciable,  sagrado, temible o protector,  y ello precisamente por intrínsecamente ignoto. De ahí que  Erwin Schrödinger llegue a sostener una tesis ya por otros esbozada  pero que él asume con gran radicalidad, a saber: que la asunción  del postulado relativo al  carácter cognoscible del orden natural constituye una singularidad, un rasgo definitorio de la civilización griega y por mejor decir de la Jonia que constituye una de sus  matrices.

En este primer  postulado tendríamos la primera razón para  retornar al  periodo álgido del pensamiento de los Tales de Mileto (585 a. C. aproximadamente),  Anaximandro,  ( hacia 565) Anaxímenes (545)... Entre estos pensadores, que  desde luego pueden ser  considerados tanto los primeros científicos  racionalistas como los primeros filósofos, se fragua no sólo la idea de que  la naturaleza es susceptible de ser comprendida, sino  también la más singular todavía de que tal comprensión es neutra, es decir: el conocimiento en sí no perturba aquello sobre lo que se vuelca.

Nótese  que este hecho de que  la  persona  comprenda  sin perturbar lo comprendido, sin involucrarse en ello,  es la primera condición de que quepa hablar de conocimiento objetivo. Pues si en el acto de conocer el sujeto introdujera una perturbación en  lo conocido, perdería nitidez la diferencia  misma entre sujeto y objeto. Tenemos aquí el origen mismo  de una polaridad tan arraigada que ni siquiera (en nuestro ordinario discurrir) la reflexionamos. Si los pensadores griegos pudieran ser catalogados exclusivamente por la asunción consciente o implícita de los dos postulados... habría que considerarlos más bien como primeros científicos que como primeros flósofos. Y desde luego tal cosa hacen muchos de lso que a ellos se acercan. En un libro de 2013 que lleva el significativo título de Anaximandro de Mileto o el nacimiento del pensamiento científico, el ilustre físico Carlo Rovelli (a quien se debe la llamada  "interpretación relacional"  de la mecánica cuántica)  considera a Anaximandro como el primer científico en el sentido que tal palabra tiene para nosotros.

Rovelli ve en Anaximandro "un gigante del pensamiento, cuyas ideas suponen una revolución mayor: se trata del hombre que ha dado nacimiento a lo que los griegos han llamado 'investigación de la naturaleza', poniendo las bases, incluso literarias, de toda la tradición científica ulterior". Abre sobre el mundo natural una perspectiva racional: por primera vez el mundo de las cosas es percibido como directamente accesible al pensamiento" Habrá ocasión de volver sobre esta tesis, pero avanzaré  desde ahora los principales argumentos esgrimidos por Rovelli:

 Anaximandro sería el primero en considerar la evolución de los seres vivos; el primero en interpretar la necesidad natural como un orden que desarrolla los acontecimientos en el tiempo; el primero en avanzar conceptos abstractos que permiten postular entidades no perceptibles y que estarían detrás de los fenómenos. Anaximandro sería asimismo el primero en introducir el espíritu crítico que permite manifestar el desacuerdo con doctrinas establecidas, aunque éstas se encuentren sustentadas en la palabra sacerdotal o en la de un respetado maestro. Fiel a este espíritu Anaximandro habría revolucionado la cosmología heredada,  basada en la estructuración del espacio en  un alto y un bajo absolutos. Este cuestionamiento de lo heredado supondría la aportación mayor del pensamiento griego a lo que vendría a ser  el pensamiento científico: aun en el respeto de los dioses, la religión deja de ser la referencia a la hora de explicar, de salvar los fenómenos; aun en el respeto de quien enseñó a pensar, la exigencia fundamental es hacerlo con voz propia.

Vemos que la tesis de Rovelli   focaliza en Anaximandro la afirmación de Schrödinger según la cual  en Jonia se habría introducido la idea de que el mundo es transparente a la razón. Y sigo manteniendo la pregunta: además de hacer de Anaximandro el primer científico (dejemos toda discusión sobre si habría que considerar como tal ya a Tales) Mas la pregunta persiste:¿en qué todo esto hace de Anaximandro el primer filósofo?

Vuelvo sin embargo a Schrödinger, para quien  parece no haber duda de que aquí está ya la filosofía, además de que esté desde luego la ciencia.  Escribiendo al respecto con radicalidad:  "La filosofía de los antiguos griegos nos atrae hoy porque nunca antes o desde entonces, en ningún lugar del mundo, se ha establecido nada parecido a su altamente avanzado y articulado sistema de conocimiento y observación sin la fatídica división que nos ha estorbado durante siglos y que ha llegado a hacerse insufrible en nuestros días." (o. c. p.29).

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25 de diciembre de 2014
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H. G. Wells y las pesadillas de la ciencia

Las vacaciones navideñas, dice mi amigo y gran lector Jordi Carrión, son épocas para leer los libros atrasados, los libros que apartamos para cuando tuviéramos tiempo. Pero para mí, suelen ser más bien tiempos de reencuentro con los libros de mi pasado, los que más me impresionaron. Los que me hicieron ver el mundo de una nueva manera. Mis libros fundamentales.

Yo vuelvo al creador de las más perfectas y aterradoras obras de ciencia ficción: H. G. Wells está más vigente que nunca.

                                                           *          *          *

Hace más de cien años, H. G. Wells, un joven escritor inglés de origen humilde, lanzó al mundo cuatro fábulas oscuras y aterradoras. Aún hoy, La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y La guerra de los mundos nos atrapan y nos repelen. Su lectura despierta en fieles lectores de todas las edades admiración y una extraña, indefinible inquietud, más profunda e íntima que el simple miedo.

Wells no fue un gran pensador y sus armas retóricas apenas le sirvieron para contar con precisión y fuerza las aventuras que pueblan sus libros. Pero con unas pocas ideas simples y machaconas y con un estilo directo y repetitivo alcanzó a construir pesadillas que generación tras generación seguimos soñando con un sudor frío y los ojos bien abiertos.

*          *          *

Herbert George Wells nació en Bromsley, en el condado de Kent, un suburbio de Londres, el 21 de setiembre de 1866. Su padre tenía una pequeña tienda y sueños de destacar como jugador profesional del deporte inglés por excelencia, el cricket.

El negocio y el sueño se fueron al garete, y el niño Herbert pasó una niñez pobre y una adolescencia de duro trabajo como aprendiz de tapicero, oficio al que siguieron otras actividades poco prometedoras: ayudante de maestro en una escuela y estudiante de biología en la universidad, de la que se marchó sin obtener ningún título. Pero mucho antes de eso, a los siete años, una pierna rota lo postró en cama varios meses y le hizo conocer la fiebre de la literatura.

Desde temprana edad devoraba libros y escribía cuentos con moraleja social, pero no se decidía a ser escritor, y su futuro no se veía más prometedor que el de su padre.

A los 30 años, enfermo de tuberculosis y angustiado, tomó la decisión trascendente de escribir una novela de un tirón y apostarlo todo a lo que saliera. La pequeña historia que resultó de dos semanas de trabajo casi sin parar se llamó La máquina del tiempo, y lanzó casi instantáneamente a Wells a la fama y el mimo de la crítica. Desde entonces y hasta su muerte a los 80 años, Wells fue rico, influyente, muy leído y tremendamente prolífico. Publicó más de 100 libros, la inmensa mayoría novelas realistas de crítica social y ensayos históricos y políticos. Casi todos están atados a su tiempo y casi no se leen en la actualidad.

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¿Por qué sus primeras cuatro novelas son inmortales? Porque en ellas Wells no pontifica ni describe, sino que inventa fábulas enteramente originales, donde no nos embute sus ideas y visiones, sino que las vamos pensando a medida que nos adentramos en historias apabullantes que nos obligan a pasar las páginas y entregarnos por entero.

Y todo comenzó con La máquina del tiempo.

Como muchos libros de su tiempo, el libro comienza con un narrador a quien un amigo cuenta una historia fantástica. El narrador y otros londinenses ilustrados son convocados por un excéntrico inventor, quien quiere enseñarles los efectos de su última obra: una máquina capaz de transportarlo a cualquier época del pasado o el futuro. Unos días más tarde, el viajero vuelve y cuenta a sus asombrados contertulios lo que vivió en el año 802.701.

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En una época en que el discurso tanto de los poderosos capitalistas como de los comunistas predecía un desarrollo industrial y científico que produciría maravillas sin fin, paz perpetua, la desaparición de las clases sociales y el dominio completo de la naturaleza, el futuro de la novela de Wells era todo lo opuesto: dentro de ochocientos milienios, la humanidad se habría dividido en dos razas irreconciliables, que habrían perdido toda capacidad para la escritura y la creación.

Ambas especies vivirían como animales, y el fuego de un fósforo les produciría asombro y excitación. Pastando en verdes praderas, una de las subespecies, los Eloi, unos seres pequeños, blandos y bellos, viviría en total indolencia e ignorancia.

En la atroz oscuridad del subsuelo, sus enemigos, los Morlocks, esperarían cada anochecer para cazar Eloi y alimentarse de su carne en espantosas madrigueras. Antes de abandonar ese terrible futuro, el viajero deberá rescatar su máquina del tiempo de las garras de los Morlocks y perderá en la última lucha encarnizada a una joven Eloi que, con su generosidad y cariño infantil, le hará pensar que a pesar la destrucción casi total de lo que consideramos humano, no todo sentimiento noble habría desaparecido del futuro lejano.

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La máquina del tiempo es la más amarga, visionaria y perfecta de las novelas de Wells. En ella están contenidos todos sus grandes temas: la ciencia como forma de acercarse al futuro y hacerle grandes preguntas al universo, pero también el instrumento para obtener respuestas aterradoras; un protagonista ligado a la modernidad y el desarrollo tecnológico representante del lector culto e inquieto al que aspiraba Wells; y un fascinante viaje iniciático: el descenso de este personaje sensato y analítico a infiernos que ni imagina al iniciar su viaje.

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Los tres siguientes libros de Wells, que terminaron de cimentar su lugar preponderante entre los grandes escritores en lengua inglesa, son más descensos a descubrimientos científicos que también esconden metáforas que destruyen los mitos de la modernidad: en La isla del doctor Moreau, un científico genial “fabrica” mezclas de animales y humanos, seres que sufren atroces torturas físicas e igual de terribles punzadas sobre su identidad y naturaleza. Es un doctor Frankenstein de la era industrial que en alguna forma predice los inimaginables experimentos del doctor Mengele.

En otras obras, Wells predice los bombardeos aéreos, la bomba atómica, los viajes a la luna y los debates éticos de la biotecnología cuando esta disciplina todavía no había comenzado. Por eso muchos lo emparentan con Julio Verne en su asombrosa capacidad para adelantarse a los inventos que vendrían.

Pero en el mundo literario de Wells, las máquinas y los inventos son un mero instrumento para colocar a sus personajes a merced de fuerzas terribles que no controla y que muchas veces entiende sólo a medias.

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Uno de los más brillantes recursos de Wells es que los narradores de sus historias van descubriendo los mundos extraños donde caen a medida que nos lo van contando.

El futuro se va tornando más y más aterrador para el viajero del tiempo mientras más va entendiendo qué pasa en él.

Lo mismo ocurre con el joven e inocente diplomático en La isla del Doctor Moreau y con el hombre que se vuelve invisible. A medida que descubren cada nuevo elemento de los extraños mundos donde cayeron, los personajes aventuran teorías y explicaciones que a la larga prueban ser falsas.

No conozco ningún otro escritor que dude y se equivoque con tanta maestría, llevando así a su lector al desconcierto y acrecentando el horror que poco a poco se le va revelando.

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El experto en ciencia ficción Robert Silverberg resumió de manera magistral el legado de Wells. “En un lapso de veinte años, concibió y exploró sistemáticamente cada uno de los temas principales de la ciencia ficción: el conflicto entre mundos, las consecuencias sociales de los grandes inventos, el viaje en el tiempo, la posibilidad de la destrucción del mundo, el futuro de las estrategias bélicas y mucho más… Es el verdadero padre de la ciencia ficción de hoy, pues es quien estableció las reglas y la técnica que siguen la mayoría de los escritores contemporáneos”.

Wells no sólo inventó historias. Inventó los mundos donde esas historias tienen sentido, con sus reglas, sus lógicas, sus arquitecturas y sus costumbres. Bajo nuestro propio riesgo nos internamos en esos mundos para encontrarnos con la cara más atroz de la humanidad en lucha constante y feroz por su supervivencia.

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24 de diciembre de 2014
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Caza mayor

Como todo en nuestra vida tiende a ser una metáfora que enmascara lo esencial, cabe preguntarse qué está enmascarando el hecho de cazar grandes animales.

Empecemos por lo más elemental: enmascara la evidencia misma de acabar con una vida poderosa, para fotografiarse junto al cadáver e indicar un poder: el poder de matar.

Si soy capaz de acabar con un rinoceronte, ¿de qué no seré capaz? Y la prueba está ahí, en la fotografía que exhibo junto al mueble bar del salón de mi casa.

Simbólicamente hablando, la caza mayor pretende sugerir el espíritu aristocrático primordial: la sangre derramada del otro me ennoblece y eleva mi excelencia.

La sangre derramada del otro, sí, pero ¿de qué otro? ¿La guerra sería la forma más real de cacería?

Hemingway contestó a esas preguntas cuando dijo: “Sin duda no hay emoción que pueda compararse a la caza de hombres. Aquellos que han cazado hombres armados durante el tiempo suficiente y les ha gustado, ya nunca llegan a interesarse por nada más.”

En la foto vemos a Hemingway tras cazar un búfalo de El Cabo: un animal que en épocas recientes ha despertado la curiosidad de los científicos por su sorprendente comportamiento, a menudo muy próximo al nuestro.

Cien años de enemistad con los cazadores blancos han provocado en los búfalos africanos modificaciones evolutivas y han pasado de ser víctimas a comportarse no pocas veces como depredadores.

Saben que tras un hombre blanco siempre hay dolor y muerte, y han desarrollado muy sutiles e inteligentes estrategias de venganza. Si un determinado cazador les ha herido, huyen de momento pero recuerdan con precisión su cara y al día siguiente buscan al agresor. Si lo encuentran no dudan en ocuparse de él, como haría cualquier hombre más o menos parecido a Edmond Dantés. Con ellos es mejor no errar el tiro: han leído El conde de Montecristo.

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24 de diciembre de 2014
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La Nochebuena

Aunque ya no se crea en casi nada, y los inviernos se sucedan a capricho con un manto de niebla o más soleados que de costumbre, esta noche se sentará a la mesa un chispazo de recuerdo, o todo lo contrario, la memoria lenta merodeará entre las sobras del plato. ¡Cómo no vamos a alterar el relato de lo vivido! Hábiles que somos retocando el pasado -según las fotos que conservamos, o la película de super 8 donde saludamos disfrazados de pastorcillos-, permanece intacta la sensación de que pequeños momentos, a primera vista insustanciales, han acabado formando parte de las cosas más importantes de nuestra vida. De niños, contábamos con los dedos de la mano cuántos días faltaban para Navidad. No sólo por los regalos, aunque en gran parte fuera por ellos. La casa olía de otra manera; la cocina se perfumaba con sus manjares más nobles y el abeto reverdecía el comedor. El bullicio entraba con buen acomodo. Las familias no pueden quedarse en silencio en Navidad a no ser que un mal fario sobrevuele la mesa. Ya de adolescentes, un hastío tan empalagoso como los polvorones nos hacía enmudecer tras la larga cena, pero, en lugar de rebelarnos, nos quedábamos embobados ante el fuego, sacando al hombre o a la mujer de la edad de piedra que llevamos dentro. Lo hacíamos por los padres, nos decíamos, jugando a ser adultos. Y a pesar de que resultara engorroso, no osábamos saltarnos la tradición ya que unos hilos invisibles nos cosían a ella. De jóvenes, organizábamos viajes para escapar de la sobredosis de ponsetias y muérdago, pero casi siempre a partir del día 26, incapaces de violar esa fecha en que inexcusablemente los vivos recuerdan a los muertos con las mejillas encendidas de pasado, vino y chimenea. Ahora, de mayores, decimos que lo hacemos sobre todo por los hijos. Nos movemos con soltura y variamos la tradición. En Spotify figura incluso como subgénero el de “Navidad jazz”, que tan bien decora cualquier estancia. Elegiremos In a sentimental mood, por Duke Ellington y John Coltrane, en lugar del latoso Merry Christmas, y encenderemos velas de naranja y canela, que alguien convino en que es el aroma navideño por antonomasia, y por tanto temporal, igual que los turrones. Puede que algún familiar se vista de Papá Noel o deje alguna señal de presencia sobrehumana junto a los paquetes de regalos. Aun así, algún niño en un rapto de lucidez se cuestionará acerca del don de la ubicuidad: cómo es posible que pueda estar en todas las casas del mundo a la vez. Mientras, nosotros sonreiremos complacidos y sabremos que en verdad no cumplimos la tradición ni por los padres ni por los hijos, ni tan siquiera por los regalos o el guirlache, sino por nosotros mismos. (La Vanguardia)

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24 de diciembre de 2014
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Todas las antígonas

Si hace un par de años Helena Cortés nos conmovió con su Edipo,este año nos sobrecoge con Antígona,otro producto rotundamente admirable de la editorial La Oficina.

La flexibilidad de la heroína griega para adaptarse a múltiples interpretaciones (George Steiner recogió decenas) la convierte en nuestra contemporánea. He aquí una muchacha que desafía al poder político con el fin de dar sepultura a su hermano. El tirano de la ciudad, Creonte, había prohibido enterrar a los traidores. Así la destrucción se cierne sobre ambos, el político y la insurrecta, en una de las más ambiguas y fúnebres tragedias.

En su edición, Helena Cortés ha reunido tres antígonas. La de Hölderlin, cuya traducción del texto de Sófocles figura en la cara izquierda de la paginación, con su versión al castellano en la derecha. La de Bertolt Brecht que viene en un CD adjunto. Y la de Straub/Huillet que filmaron la representación. Cada una de ellas es una variación original.

La tragedia de Sófocles (la ausente), según la clásica lectura de Hegel, opone a las fuerzas de la ley ciudadana, clara y universal, con su enemigo antagónico, la oscura ley de la sangre y del clan. Creonte representa el paso de la horda mítica a la polis gobernada por la razón y, frente a él, Antigona asume el pasado que va a ser destruido y desafía al poder público: la ley de la sangre la obliga a enterrar a su hermano, el traidor, para que su alma no vague eternamente. Recuerdo lo muy presente que teníamos esta tragedia en el País Vasco cuando, a comienzos de los ochenta, ETA asesinaba a cientos de personas sin que nadie rechistara, ni Antígona, ni Creonte. Ni siquiera había tragedia. Ciudad muerta.

La versión de Hölderlin es más oscura y se asoma al abismo. Su poesía tiene la fuerza de quien ha conocido el mal y ha vivido la contradicción trágica de la ley y la sangre durante la Revolución Francesa. Por eso no toma un partido tan claro como el de su amigo Hegel, sino mucho más complejo y en ocasiones tormentoso. El trabajo de Cortés es inmenso.

Tengo para mí que Bertolt Brecht patinó en su versión, sea por inadvertencia, sea por sectarismo. Al convertir a Antígona en una insubordinada que se enfrenta al nazi Creonte, no sospechó que la figura del tirano podía ser la premonición de Robespierre o de Lenin. Si Creonte es también destruido por los dioses ello obedece a que quiere imponer la virtud revolucionaria a las masas por la fuerza y el terror. Sólo Antígona (una Charlotte Corday) se le opone aunque sea por motivos arcaicos. Los dioses castigan la hybris de Creonte: Robespierre acaba en la guillotina.

Finalmente, la filmación de Straub/Huillet es un clásico de lanouvelle vague. Una verdadera joya. De una sobriedad que también traería sobre ellos el castigo divino, la película tiene la rectitud revolucionaria de Robespierre y la animada superficie de una columna dórica.

Necesitaría el doble de espacio para dar cuenta de este monumento. Baste como resumen lo siguiente: yo diría que es el mejor libro editado en España en 2014, por su audacia, por su coraje, por su elegancia.

 

Artículo publicado en El País. 

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24 de diciembre de 2014
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El Boomeran(g)
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