Vicente Luis Mora
En un interesante post, escrito a partir de la lectura de dos novelas recientes, Carlos Scolari recupera un tema formulado por las dos novelas (la reedición ampliada de Una vez Argentina de Andrés Neuman y Los huérfanos, de Jorge Carrión), el papel de la memoria sociocultural y su vinculación con los formatos tecnológicos. El post es muy interesante, aunque detecto cierta contradicción, a la que en realidad todos nos sentimos proclives algunas veces. Por un lado, dice Scolari que
"Hace cinco años escribí en este blog un post titulado ¿Podremos leer un PDF dentro de 100 años? donde compartía algunas preocupaciones respecto al futuro de los archivos digitales. Si hoy tenemos problemas para recuperar datos digitalizados en los años 1960 o inclusive en los 1990 … ¿Qué pasará dentro de un siglo o dos?"
Pero el mismo Scolari había citado poco antes la opinión de Andrés Neuman:
"No sólo tuve ocasión de consultar en línea textos remotos y diarios viejos, sino programas de televisión que de niño había visto en directo. Fue muy extraño, casi alucinógeno, volver a ver mi propia infancia en YouTube y poder repensarla críticamente. Creo que este fenómeno modifica drásticamente nuestro modo de aproximarnos a la escritura memorialística. (Entrevista a A. Neuman)"
Aquí aparece la contradicción: los programas que Neuman veía de niño, pese a la diferencia de formato, están disponibles ahora en YouTube para cualquier persona, de forma instantánea y gratuita. Lo mismo sucede con miles de entrevistas, programas, series antiguas, documentos gráficos, etcétera. Acabo de teclear en YouTube "1932" y me aparecen todo tipo de archivos audiovisuales de aquel año, grabados -imagino- en formatos hoy muy difíciles de reproducir fuera de lugares muy concretos: celuloide o películas de 16 mm. en su mayoría (curiosamente, pensando que el formato Súper 8 era mucho más reciente, corro a Wikipedia para contrastarlo, y Wikipedia responde que justo en 1932 "Eastman Kodak lanzó un nuevo formato de cine llamado ‘Ciné Kodak Eight’ u ‘8 Estándar’"), lo que nos dice dos cosas: la primera, que cualquier formato se puede recuperar; la segunda, que casi todo lo que de verdad reviste interés, como los poemas de Píndaro, encuentra amanuenses que lo cambien de formato y lo hagan perdurar durante milenios; lo tercero, que nuestra era es, con toda seguridad, gracias al refinamiento de las técnicas arqueológicas, a la ayuda que la tecnología brinda a las técnicas paleográficas y a nuestra propia vocación conservadora (museos, bibliotecas y videotecas mediante), la época de la Humanidad en la que más memoria se conserva del pasado.
/upload/fotos/blogs_entradas/portadai6n1466126_med.jpg
En una lectura que hice del ensayo de Manfred Osten sobre la supuesta pérdida de la memoria que conlleva la tecnología, por la aparente obsolescencia de los formatos, citaba esta reflexión del pensador alemán: "Esto supone por una parte que se deje exclusivamente al parecer y criterio de las actuales élites de funcionarios el determinar qué contenidos de memoria estarán disponibles en el futuro y cuáles deberán considerarse obsoletos" (Manfred Osten, La memoria robada. Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo. Breve historia del olvido; Siruela, Madrid, 2008, p. 85). Y a continuación respondía un servidor de esta manera: "ya no hay élite, por fortuna. Ahora somos decenas de millones de personas en el mundo las que, mediante webs, wikis, blogs, videologs, fotologs, YouTube y demás recursos de almacenamiento cultural estamos dejando un testimonio de la cultura existente, tanto de aquella producida en marcha como de la almacenada durante siglos. El formato de almacenamiento de información conocido como byte es de los más reproducibles y perdurables que se han inventado, mucho más que las cintas de casete o las impresiones magnéticas o las tarjetas perforadas que ya pasaron a nuestro arcón de la memoria. Los bits son líquidos, fluctúan, se almacenan fácilmente, y acumulan muchísima información en muy poco espacio".
La nuestra es una memoria de memorias. Estamos en un momento de cambio, como apunta Tomás Maldonado: "si es cierto, tal como parece, que el advenimiento del Homo scribens contribuyó a cambiar en no pocos aspectos la memoria del Homo oralis, es más que legítimo que puede ocurrir lo mismo con el advenimiento del Homo digitalis, en relación con la memoria del Homo scribens" (Memoria y conocimiento, 2005) , y está por ver la naturaleza de muchos de esos cambios, sus ventajas y desventajas. No niego que, como dice Jorge Carrión en una opinión citada por Scolari, estemos confiando a las máquinas parte de nuestra capacidad mnemónica; pero es también innegable que hace 45 años comenzamos a poner en manos de las calculadoras Texas Instruments las operaciones con números y, tras los consabidos aspavientos de algunos sobre la pérdida de facultades, nunca más volvimos a hacer raíces cuadradas u operaciones simples a mano, incluidos, imagino, el mismo Osten, Nicholas Carr, Vargas Llosa, Spitzer y demás tecnófobos al uso, que son los primeros que entran en los hospitales pidiendo a gritos ciencia médica puntera y tecnología de última generación al primer amago de enfermedad grave suya o de sus hijos. Del mismo modo que en un momento dado nuestros padres dejaron de memorizar números de teléfono cuando aparecieron las guías telefónicas y nosotros dejamos de memorizar otras cosas porque estaban a nuestro alcance en libros primero y las enciclopedias en DVD después, ahora Internet nos está liberando de cargas pesadas, como el coche nos liberó del caballo y el caballo de recorrer a pie largas distancias. Para algunos estas mejoras pueden ser retrocesos, pero creo que en la mayoría de los casos es puro desarrollo evolutivo de la inteligencia: ¿para qué memorizar números de teléfono, salvo los de las personas más próximas, pudiendo dedicar la memoria a recordar libros que nos han gustado o películas de nuestra estima? ¿Para qué perder el tiempo haciendo largas multiplicaciones o buscando el tomo de la Espasa donde aparece "Súper 8", en vez de disfrutar de la larga serie de clásicos del cine de los años 20 y 30 del siglo pasado que Internet pone a nuestra disposición en su inagotable archivo?