Vicente Verdú
En el colegio de La Salle de Paterna -por los años cincuenta- teníamos un compañero en el bachillerato a quien el cura llamaba "el avinagrado".
Era indudable que tenía una cara avinagrada: las ojeras profundas y oscuras, la nariz prominente, el habla del condenado, el rictus culpable en el labio superior. Estaba avinagrado por haber pasado tanta calamidad y esta pobreza lamentable en su presencia era una simple visión sino una emanación de sus ropas (aún de los babis, comunes a todos) que conducía al ambiente de una vivienda lóbrega y angosta con unas longanizas balncas puestas a secar. De hecho, de su casa, le enviaban, envueltas en papel de estraza, esas longanizas que en silencio deseábamos todos. No cabía la menor duda de que sus padres y hermanos vivían en la mayor escasez pero de ella se generaba, no obstante, esta clase de salchicha enteca que de lejos o de cerca hacía imaginarla con un sabor excepcional.
Cierto que los pobres apenas tiene para nada y menos para asomarse al Gourmet de El Corte Inglés o a La Garriga de la Castellana pero es muy probable que estos comercios de alimentación busquen sus mejores suministros en espacios de la peor clase.
Lo pobre huele, lo pobre apesta, lo pobre deprime, lo pobre hace llorar. Sin embargo, cuando todo ello se combina, pierder entereza, segrega mercancías que en ninguna otra parte podrían hacerse mejor. Los percebes, las ostras, el caviar, los mejores patés provienen de ámbitos donde a menudo reina la pobreza y la desesperación. La pobreza es mala pero ¿cómo negar que la última gota liberada es esencial? Lo pobre se deprecia. La depreciación es su cualidad pero su calidad proviene en casos extremos de ese rechazo de los muchos y el gusto minoritario para el paladar.
El famoso diseñador Alexander Mc Queen decía: "Es duro decirlo pero quienes mejor visten son los mendigos". Él era hijo de un taxista y se suicidó en 1910 a los 40 años. Las drogas, el alcohol, la carga de las humillaciones por su homosexualidad y su procedencia formaron el coctel letal. No fue pobre al final, pero fue inspirado por la marginación. Todos los márgenes dan siempre mucho de sí. Por lo común dan en la muerte prematura, en la muerte sin flores pero en casos excepcionales procuran un producto exquisito. Es sólo una mínima parte del montón. Un rezumo del vertedero, una gota de suma perdición que como en el caso de Cristo conduce, paradójicamente, a la salvación. ¿Avinagrado Villanueva? En esa carátula de aquel amigo castellonense se va instalando mi apariencia ahora. No aspiro a nada desde este ácido acético que me maquilla. No espero recompensa alguna. Pero ¿cómo renunciar a la llegada del azar? Alguien, algo, movidos unos y otros por el olor a vinagre se acercarán para saborear, como una insólita enseña, su rara y exquisita acritud.