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Blogs de autor

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Amigos que piden y amigos que dan

Unos amigos poseen una nativa o perfeccionada capacidad de pedir. Otros son más cautelosos. Finalmente, otros, los terceros, nunca nos solicitan nada. De las tres clases nos surtimos unos y otros y a ellas respondemos mediante los diferentes grados socorristas de nuestro yo.

Hay gentes a las que les gusta hacer favores. No son pocos, pero algunos se sienten especialmente felices cuando ayudan a quien lo requiere. Esta especie es particularmente olisqueada por los grandes peticionarios (a veces hasta pedradores) y se  da el caso de que cuando suena el teléfono  es alguno de ellos, de antemano se sabe que llaman invariablemente para pedir. Ni para dar una noticia, ni para ofrecer nada, por banal que sea. Sólo para pedir. Se hacen así muy característicos y pelmas. Se hacen temibles. 

Pero, en el otro extremo, se encuentran quienes temen molestar pidiendo la menor ayuda y se arruinan en silencio y soledad sintiendo que los demás se hallan demasiado ocupados y de espaldas a al déficit que padecemos, aún circunstancialmente.

El caso de quien hace con gusto favores y teme demandarlos a los demás abunda más de lo que imaginamos y en ese vulgar montón me encuentro yo. Admiro tanto la facilidad con la que me reclaman y concedo, a menudo, tan felizmente apoyos que, simultáneamente, me pregunto por qué me es tan difícil recabarlos a mí. En esta tesitura padezco inevitablemente un desconcierto (y desencaje)  social pero también personal. Si un grupo disfruta haciendo favores (porque tiene buen corazón, porque aumenta su autoestima, porque ve crecer su autoridad, etc) otro, en el extremo opuesto, se pudre en el vertedero de su extraña  timidez. O de su orgullo. Porque no pedir puede ser una actitud equivalente a declarar implícitamente  que nos bastamos a nosotros mismos. Ahora bien, no siendo realmente así de ningún modo, el padecimiento o el "quebranto" está garantizado. No pedimos para evitar ser rechazados, no pedimos para eludir la exhibición  de nuestra necesidad. Y he aquí donde la aparente humildad se confunde con la superlativa  soberbia.

Visto desde afuera, observada esta interacción desde una distancia discreta, ¿no concluiremos  que todos necesitamos (llamando o en silencio) de todos y, en conjunto, el grupo humano no es sino la formación vivencial y natural de esa asistencia (en enchufes, préstamos, confidencias, afectos) que de no fluir acabaría cuarteando la convivencia y acentuando la triste sequedad del rincón.

 

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3 de julio de 2015
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Alemania y sus satélites

Vuelve a notarse una ceguera general, como en la época de entreguerras, un no querer ver que, tras todas estas trifulcas con Grecia, no se busca ni mejorar la situación ni aliviar el dolor, se busca afirmarse en el poder, se busca el poder mismo en su versión más inapelable. ¿Y qué queréis que os diga? No hemos refundado Europa para volver a una oscuridad de la que ya habíamos apartado los ojos.

Todos esperábamos más de Europa (y desde luego no esperábamos algo peor que lo que ya teníamos), por eso Europa se está convirtiendo en un territorio cada vez más ajeno a nuestra sensibilidad y nuestra esperanza. Y Grecia, madre de Europa, lo sabe mejor que nadie.

Ahora mucha gente trabaja gratis en Grecia, en Italia, en España, en Portugal, y puede que también en Francia. Algo así no ocurrió ni siquiera en la época esclavista, ya que los esclavos eran mantenidos, y en ese sentido alguna retribución tenía su trabajo: el vestido y la comida. Ahora ni siquiera eso. ¡Cómo hemos podido caer tan bajo! Hasta la esclavitud de la antigüedad era más justa que el sistema que está humillando a la gente de media Europa; y en lo referente a España, hasta en el período más duro del franquismo estaba prohibido trabajar gratis. ¿Ahora lo está?

Ninguna cultura puede soportar esta negación del futuro, pero no perdamos la esperanza, porque nunca entre nosotros un estado así dura demasiado tiempo. De momento, Bruselas y Berlín ya se están cargando el sur de Europa, y llevan años provocando en el viejo continente algo parecido a una nueva Revolución Francesa, por la sencilla razón de que en toda Europa, y no sólo en el sur, urge restaurar la figura del ciudadano, reducido a menos que una sombra desde que Bruselas y Berlín iniciaran el proceso de deshumanización del poder.

¿De qué sirven estructuras que generan cantidades impensables de sufrimiento y que desde el seno de la cultura más democrática de la tierra están propiciando la aniquilación sistemática de la clase media sin la cual sencillamente no es posible la democracia?

¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar hacia qué universo de desigualdades extremas nos están conduciendo Bruselas y Berlín? En Grecia está una vez más la respuesta.

Si Grecia se va, es evidente que le va a ir mejor (por otra parte no es tan difícil) y eso provocaría un efecto dominó de naturaleza abismal.

Alemania quiere cobrar la deuda en parte porque sus bancos están totalmente implicados en la tragedia griega, y en parte por un deseo de dominación basado en un resentimiento histórico de naturaleza incurable, y que Alemania no ha curado.

En el caso de la deuda griega, se trata evidentemente de una deuda falsificada, inflada y tremendamente desnaturalizada. Si Alemania sigue tan decidida a perpetrar este abuso demencial, no debe olvidar que en Europa el que la hace la paga. Es una tradición histórica de la que Alemania suele olvidarse, en parte por nuestra culpa y en parte por haber sabido perdonar lo imperdonable.

Nadie puede dudar que ahora, al liderar la postura más dura contra Grecia, Alemania está encarnando también la más firme inhumanidad y la más pétrea locura, que podría conducirnos a una nueva desarticulación de Europa.

Mirad la foto. Al otro lado del Rin todo ese sufrimiento les importa un bledo. ¿Es esta la Europa que queremos?

 

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1 de julio de 2015
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La caspa del deporte

El asunto de Gala León, más que un ?show mediático?, como lo definió el dios Nadal en Wimbledon, se ha convertido en un episodio tan inmaduro como bochornoso. Empezó demasiado abrupto, en boca de un patoso Toni Nadal que puso en duda, y de qué manera, la idoneidad de la entrenadora cual damisela victoriana: ¡oh, dios, una mujer en un vestuario! Desde entonces se han sucedido cruces de recados a través de la prensa, desplantes, lágrimas y ahora el ridículo internacional, sin comprenderse muy bien por qué el icono de Marca España ha preferido airear los trapos sucios fuera de casa, concretamente en el luminoso césped del All England Lawn Tennis and Croquet Club. Parece peregrino que la verdadera razón por la que no se le ha concedido ni un minuto de gracia a León guarde relación con su condición de mujer: pondría en duda la ética de la que tantas veces han hecho gala los héroes contemporáneos. La de esos deportistas que luchan contra su propio récord, sufren, pelean y transmiten una suerte de euforia con sus victorias, capaces de engrandecer los sueños de sus seguidores. Pero que también incluyen en sus perfiles egos inflamados y cuentas millonarias. ?Nosotros voleamos, nosotros decidimos?, parecen reclamar. Y si las razones de la crucifixión a León son puramente deportivas, deberían explicarse mejor. No todo es machismo: ¿por qué no hubo diálogo desde un primer momento, cuando los tenistas no están obligados a jugar la Copa Davis, ni en nómina? ¿No fue una designación arbitraria y cosmética de cara a la galería para lucimiento del presidente, que se opuso a la candidatura preferida por los jugadores, la del extremista de élite Juan Carlos Ferrero? Pervive una dudosa ética en los sillones de las federaciones deportivas. Me refiero a actitudes caciquiles perpetuadas por intereses espurios que se mueven en la misma dirección que el dinero. Las jugadoras de la selección nacional de fútbol ?recientemente eliminadas del Mundial? tuvieron que soportar las grimosas órdenes de su seleccionador, que igual les explicaba una jugada que les decía: ?A ver quién hace de mujer y me pone el café?. Pesos pesados del fútbol español, como Del Bosque, minimizan el asunto, con complicidad, y Villar calla. Pero ¿cómo pueden tratar con ese desprecio a una profesional ?a diferencia de muchos de ellos que no lo son? que ha luchado y se ha sacrificado por representar a su país? Ni buena fe ni paternalismos. El deporte español aún necesita champú anticaspa: la del machismo, sí, pero también la de los cargos vitalicios que se sientan en una silla durante más de treinta años, porque lejos de ella serían unos auténticos desconocidos, incluso para ellos mismos. (La Vanguardia)

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1 de julio de 2015
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La señal de la cruz

Algunos de nosotros, formados en la "cultura del esfuerzo", en la "cultura de la culpa" y en la amenaza del pecado mortal, sentimos el infierno alrededor si no laboramos,  nos esforzamos, nos fatigamos y nos ocupamos productivamente sin fin. La mejora no se haya para nosotros, neuróticos del sentido del deber o en hacer más y mejor sin sentirse jamás satisfechos, sino en la virtud de la laxitud. Nos enseñaron y fuimos decididos a aprender disciplina y abnegación para saber vivir. Quedó, por tanto, anulada la permisión para disfrutar sin remilgos y procurarse tanto el reposo como el placer. No hacer se parecía a un mundo  sin nombre en el que desapareceríamos con solo aproximarnos a él. Para ser identificado y condonado era necesario hacer. Desde los curas del colegio hasta las lecciones de Carlos Marx el lema resultaba ser el mismo: somos lo que hacemos. No hacemos y, en consecuencia, no somos. ¿Un verano? Esta estación era por antonomasia el tiempo de la máxima tentación puesto que una batería de circunstancias empujaban al ocio y con él al agujero del yo. El ocio era opio y perdición. Se perdía el objeto  de vivir y, lo que es lo mismo, la vía hacia la salvación. Los veranos probablemente nos condenarían si no redoblábamos la guardia. Siempre alerta a los encantos  de la canción del verano y la malicia de la hamacas frente a la voluptuosidad del mar. ¿Exagero? Me ofrezco a ser analizado o psicoanalizado o despiezado. Dentro de mi como de tantos otros tontos adictos a cumplir con la "cultura del esfuerzo" se hallaría  una especie de grueso filamento central que no es sino la metáfora de las bombillas de tugsteno. Dan luz gracias al sacrificio que ofrecen para que la electricidad las lleve al rojo vivo y sólo mediante esa abnegación, su incandescencia  de luz. Nada verdaderamente luminoso llegaría sin sufrir. Y, por el contrario, casi todo lo ominoso se correspondería con permitirse ser  feliz. He aquí el panorama al que conducía sin falta la tan añorada "cultura del esfuerzo". La señal de la cruz. 

 

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1 de julio de 2015
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Máquina de maravillas y pasiones

La Biblia que Rubén Darío leyó de niño se conserva en el museo que es ahora la casa donde vivió, en la ciudad de León de Nicaragua. Es una edición en latín y español en diez tomos, de los que falta el último, impresa en el año de 1858 por la Librería Española de Madrid, traducida de la vulgata latina por don Felipe Scío de San Miguel "conforme el sentido de los santos padres y expositores católicos",  y revisada por don José Palau.

Es con fascinación y asombro que Rubén, a la sombra de un jícaro en la soledad del patio de la casa solariega de su tía abuela, debe haber  leído acerca de los estragos del diluvio universal.  Un niño, igual que le ocurriría a un adulto, no podía dejar de impresionarse al leer que "en el año seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches".

Líneas abajo, el cataclismo queda explícito: "Quince codos más alto subieron las aguas, después que fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices, todo lo que había en la tierra, murió.  Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca".

Son visiones conseguidas con tal eficacia descriptiva, que no dejarían de perseguir en sueños a aquel niño, y su mente, lo mismo que la nuestra, quedará turbada por el sentido de la tragedia sin límites que cae sobre la tierra, la soledad de los pocos sobrevivientes,  y el horror de saber que toda vida humana, salvo unos pocos, desapareció bajo las aguas encrespadas que subieron hasta la altura del monte Ararat, donde terminó encallando el arca.

La escritura nos hace también pasajeros del arca cargada de animales que huele a pelambre, a orines y boñiga. Es con espanto que nos asomamos desde el refugio del arca a la soledad infinita de esas aguas grises que se confunden con el infinito cielo gris alumbrado a trechos por el deslumbre de fósforo vivo de los relámpagos, mientras aún no cesa de llover, en medio del desamparo que es la mortaja del mundo. Estamos entre los que se han salvado, pero somos capaces de imaginar a los muertos innumerables debajo de las aguas, los cuerpos flotando ya corruptos a la deriva.

Y si buscamos más portentos, hay en el Antiguo Testamento un carro de fuego con caballos de fuego que arrebata a Elías y  lo alza hasta el cielo en un torbellino, para no volver a vérsele nunca. Josué, capitán de los israelitas, para terminar a gusto con sus enemigos amorreos, alza los ojos y ordena: "Sol, quédate quieto en Gabaón; y luna, detente en el valle de Ayalón", prodigio que se cumple de modo que el día continúa sin dar paso a la noche. Y su ejército puede tomar Jericó porque los muros de la ciudad se derrumban al sonido de las trompetas de cuernos de carnero que soplan los sacerdotes una y otra vez.

Jonás se embarca para huir del mandato de Yahvé de predicar entre los habitantes de Nínive, una ciudad tan corrupta como Sodoma y Gomorra, y ya la nave a punto de zozobrar a causa de una tormenta, los marineros, para aplacar la furia divina lo arrojan al mar, que vuelve entonces a la calma. Va a dar entonces al vientre de una ballena, hasta que al tercer día, manifestado su arrepentimiento, es vomitado por el animal en tierra seca; una historia que Carlos Collodi usaría después para componer una de las escenas de Pinocho.

Pero no bastarían los prodigios. El Antiguo Testamento es un hervidero de pasiones, luchas de poder, disputas de propiedad, celos, envidias, avaricia, traiciones, venganzas, y es lo que lo vuelve un espejo de la vida. Y como en toda historia bien contada, no cesan las contradicciones, como las que surgen a cada paso entre Moisés y los indómitos israelitas a quienes trata de guiar a la tierra prometida.

Se quejan, murmuran contra él, intrigan, se rebelan, desobedecen, y el colmo es que cuando baja del monte Sinaí trayendo las tablas de la ley,  encuentra lo que Yahvé ya le ha advertido porque todo lo sabe: han vuelto a la idolatría y danzan como en carnaval alrededor de un becerro de oro, imagen nada menos que del dios de sus peores enemigos, los cananeos, fabricado con la ajorcas de las mujeres, que han sido fundidas por las propias manos de Aarón, su lugarteniente, quien, ante el reclamo airado de Moisés, responde: "tú conoces al pueblo, que es propenso al mal".

Y hay otras historias que se cuentan acerca de envidias criminales, como la de José, el muchacho vendido por sus hermanos a unos mercaderes por veinte piezas de plata, para volver luego delante de su padre anciano llevando la túnica ensangrentada, así crea que lo han devorado las fieras.  Es por eso que este libro ancestral puede leerse como una novela que a la vez de contar hechos admirables, desnuda la condición humana.

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1 de julio de 2015
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El Boomeran(g)
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