
Jesús Ferrero
En el capítulo anterior tuve el deshonor de confesar que había robado la cabeza de Murnau y hasta lo anuncié en la red. Nadie ignora que la red es el imperio de la mentira y pensé, infeliz de mí, que si decía la verdad nadie me iba a creer, pero no ha sido así. Hace cuatro días recibí la visita de dos inquietantes sujetos.
Nunca pensé que los famosos hombres de negro, esos que amenazan a los ciudadanos que saben demasiado de lo que no deben saber, me iban a visitar alguna vez. De nuevo me equivoqué, y he aquí que vi ante mi puerta a dos individuos de aspecto robótico y enteramente vestidos de negro que decían pertenecer a la policía alemana.
Los dos entraron en mi casa sin decir nada y comenzaron un exhaustivo registro.
-¿Qué buscan? -grite.
-La cabeza de Murnau -dijeron al fin.
Entonces les mostré una calavera de unos diez centímetros de diámetro que se hallaba sobre uno de los anaqueles de mi biblioteca.
-¡Esa no es la cabeza de Murnau! -gritó uno de ellos.
-¡Lo es! -grité a mi vez-, simplemente ocurre que la he reducido a su mínima esencia utilizando la misma técnica que los jíbaros y luego le he colocado encima una rana, también reducida a su mínima esencia. Me encantan los batracios.
Los dos hombres me empujaron contra la pared, pusieron sus manos en mi cuello y escupieron:
-¡Como no la devuelvas a su estado original eres hombre muerto!
Les dije que podía hacerlo, pero que el proceso iba a durar unos tres días. Uno de ellos rigió:
-La señora Merkel la quiere hoy mismo en su despacho. ¡Hoy mismo! ¿Me ha oído? Y no habrá prórrogas, ni quitas, ni demoras de ningún tipo. ¡Queremos ahora mismo la cabeza de nuestro compatriota en el mismo estado que se hallaba cuando la robó!
Los miré con terror. Uno de ellos acercó un mechero encendido a mis ojos mientras murmuraba:
-Como no obedezcas te espera el mismo destino que a Miguel Strogoff. Miento, Miguel Strogoff consiguió salvar sus ojos, pero a ti no te va a salvar ni Dios.
(Continuará)