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Ascetas y acróbatas versus paranoicos

   

Cuando analizamos los discursos de la reciente campaña electoral, nos consta que la destreza más influyente ha sido la difamación. Acentuar recelos, enfatizar acusaciones, consolidar prejuicios, fomentar la suspicacia como activismo cívico. A esto se reduce el nervio narrativo de los candidatos. Su logro consiste en imputar al adversario como reo de la gran murmuración. Es el último recurso de una política agotada por la inquina.

Dos

Somos lo que proclaman los demás. Así de frágil es nuestra condición social y así de quebradiza es nuestra identidad. La infamia taladra la conciencia del hombre contemporáneo y destruye la ficción de su autonomía personal. Esta inquietud psicótica es contagiosa. Sometidos a la desconfianza del prójimo, mendigamos su aprobación o negamos su existencia. La cultura política protege a los escamados y les anima a sospechar. Los otros serán lo que nosotros sabemos que son. ¿Qué importa lo que ellos digan? Debe ser obvio que esconden sus intenciones.

Tres

Esta presunción ha creado escuela. En lugar de responder a una objeción o refutar un argumento, el candidato improvisa un desmentido. Preferiblemente, una chanza. O un titular, que viene a ser lo mismo. Entre los tertulianos se han formado nuestros mejores oradores. A los más espabilados se les envía a la tertulia nacional y allí prosperan. Quién aprenda a destruir la credibilidad ajena: ése hará carrera. Su mandato le obliga a excitar la fogosidad terapéutica de los militantes. Se le ha encargado negar lo real y sustituirlo por la ficción corporativa. Las cosas no son lo que parecen: yo os diré qué hay detrás de todo esto.

Cuatro

La reforma de las deficiencias del sistema se enfrenta por ello a un obstáculo insalvable: el hastío. La ingenuidad de ayer es absuelta por la amnesia y la credulidad de hoy brota como convicción personal. En esta cinta de Moebius nadie permanece indemne. El sujeto de la política lo sabe y juega a hacerse querer. Pues sólo a veces se le reclama, se le halaga, se le regalan elogios, consideraciones, promesas. Una fiesta de besos y abrazos indiscriminados. Resulta agradable ser necesario para la gente importante que gobierna. Pero como espectador sólo puede aplaudir. Hoy en día la gente bien educada no abuchea en el teatro.

 

Cinco

El pensador alemán Peter Sloterdijk elabora en uno de sus últimos tratados (Has de cambiar tu vida, PreTextos) los requisitos educativos para el crecimiento vertical del hombre, una paideía que nos rescatará de la indigencia intelectual y de nuestros errores culturales. Dice Sloterdijk que una vida ejercitante propicia el crecimiento de la inteligencia y que debemos adiestrarnos en una doble práctica: ascetismo y acrobacia.

Seis

Aunque frente a la realidad, un bostezo se abre con amargo resentimiento. Dos reacciones se ofrecen entonces como alternativas: el falso abstencionismo, que recluye a los ciudadanos en la mansedumbre, esa credulidad orgullosa de su candor; y el impaciente enfado, que impulsa un furioso y desorientado nihilismo. Pues ha venido a ser éste el tiempo de los agotamientos: se van agotando las utopías (incluida la utopía más respetada: la de que las cosas tampoco van tan mal) y la conciencia ilustrada de la emancipación política.

Siete

Dará comienzo entonces la fase paranoica de la historia. Ese momento en que la política debe contribuir con su discurso al descrédito del mundo, la celebración del espejismo, la invención de los acontecimientos y el fomento de las ilusiones. Cualquier maniobra antes de encararse a la desnuda realidad de las cosas.

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13 de julio de 2016
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Lo que esconden

Avanzan con un pie en la infancia y el otro en la vida adulta, por ello a veces se trastabillan; deshacen planes que habían preparado con la intensidad que supone el que casi todo llegue por primera vez, y pasan de la excitación al derrumbe, de los festivales de verano a una cama en penumbra. Están en la flor de la vida, decían los abuelos, conocedores de que la adolescencia representa la edad en que todos los deseos se antojan factibles. Parece que tuvieran un mapa en blanco delante, aunque con un rudimentario manual de instrucciones. ¿Cómo enfrentarse a una nota que cambia el color de su destino? O a la decepción del primer novio que no es quien decía ser. ¿Cómo digerir el silencio entre sus padres que se extiende como una manta mineral por el comedor de casa? Se apela a la familia, a los valores, a la educación, como garantes que aseguran su viaje al centro de la vida. Pero hay en su travesía un vértigo interior, y también una profunda soledad. Ahora, muchos jóvenes acaban de enfrentarse en nuestro país a la selectividad, y por tanto, al futuro adulto. En un periódico nacional leí una carta abierta de una madre: “Enhorabuena, hija, por tu nota en selectividad. Perdón por tu infancia perdida”. Qué bien resumía esa sensación de que el esfuerzo también provoca un vacío.
Hace unos meses, el Financial Times profundizaba en la desesperación de los jóvenes españoles que buscan empleo: ansiedad, depresión, apatía, incluso devastación, aseguraban los psicólogos, que ahondaban en la idea de una “adolescencia permanente”, lejos de la estabilidad y la seguridad que se obtiene a través de un trabajo, pero también de un núcleo afectivo que les refuerce. El paro juvenil hace estragos, pero antes de llegar a ser un número en el Inem cuya formación no encuentra hueco en el mercado laboral, el adolescente debe forjar su identidad. En su túrmix mental se mezclan las notas de corte con el acné, el rechazo del grupo con la presión familiar, la diversión entendida como un mandato y la desconfianza en poder enderezar un error como un precipicio.
Qué bien lo cuenta Celeste Ng en el que fue el mejor libro del 2104 para Amazon –y que ha publicado Alba Editorial–: Todo lo que no te conté. Trata de la vida de una chica de quince años que lucha contra la falta de aceptación por parte de sus compañeros y soporta estoicamente la presión feroz de su madre. Lydia calla, aguanta y siente sin encontrar las palabras para decirlo. Igual que tantos adolescentes que se encierran en su cuarto escapando del reproche adulto, el mismo que nunca es capaz de sospechar lo que en verdad ocurre, entre tanto silencio.
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13 de julio de 2016
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Tigre suelto

Nos encaminamos en Nicaragua hacia unas elecciones presidenciales que no lo serán de verdad, desde luego que todo ha sido decidido de antemano para que el comandante Ortega las gane por tercera vez consecutiva. No hay candidatos creíbles de oposición, que fueron eliminados de la contienda; sin observadores internacionales, declarados non gratos de antemano; sin un aparato electoral creíble; y con el tejido institucional del país en harapos.

No hay, ni habrá una campaña electoral entusiasta y contrastada en las calles y en las pantallas de televisión, ni encuestas de opinión que muestren tendencias de votos que pueden cambiar de un día para otro, ni debates entre candidatos presidenciales. En fin, lo que hoy en día resulta lo normal en los países donde prosperan los sistemas democráticos.

Las únicas demostraciones serán las del candidato oficial, con todos los recursos del estado a disposición, y detrás el aparato de propaganda del partido, incluidas las decenas de estaciones de radio y televisión bajo control oficial. Un partido prácticamente único, compitiendo en un espacio único, lo que en buen nicaragüense se suele llamar "pelea de tigre suelto contra burro amarrado".

El país se aparta cada vez más del modelo medio de desarrollo político en América Latina, donde las salidas democráticas siguen abiertas, y la decisión de los electores es respetada. Y aún en casos de resultados muy ajustados, como en las recientes elecciones en Perú, nadie pone en duda el conteo justo de los votos, y el fraude electoral parece haber sido desterrado.

El régimen se muestra cada vez más intolerante, como se ha visto en las recientes deportaciones de extranjeros, incluidos ciudadanos de Estados Unidos, que llegan al país  a realizar tareas burocráticas,  e investigaciones académicas, o reportajes periodísticos, sobre temas que se han vuelo tabúes, como la pobreza, o el Gran Canal Interoceánico; o simplemente a participar en programas ecologistas en comunidades rurales. Esto ha hecho que tres países, México, Estados Unidos y Costa Rica, hayan publicado advertencias sobre los riesgos de viajar a Nicaragua.

Pero la cúpula gobernante se siente segura y confiada. Cuenta con el favor de las encuestas, con una base organizada y bajo control, capaz de ser movilizada a través del aparato del estado hacia las plazas y también hacia las urnas electorales, y con un efectivo e incondicional cuerpo de represión policial; mientras, del otro lado, la oposición se encuentra diezmada, o ilegalizada, y hay suficientes "partidos" dispuestos a participar en el juego electoral a cambio de curules y otras prebendas, como es ya tradición en Nicaragua desde los tiempos de Somoza.

Y priva, sobre todo, la apatía. Las necesidades de la subsistencia diaria pesan más que el interés por la democracia y el respeto a las reglas constitucionales. Las demostraciones en las calles en reclamo de elecciones libres sólo convocan a un puñado de personas. Los únicos capaces hasta ahora de movilizar masivamente a la población campesina, han sido los dirigentes del movimiento que defiende la propiedad de las tierras amenazadas por el proyecto del Gran Canal.

El régimen confía también en su alianza con la empresa privada, que ha aprendido a no temer al discurso virulento del comandante Ortega en contra del imperialismo yanqui y el capitalismo. La regla de oro de esta relación es que los asuntos políticos quedan excluidos de las mesas de concertación donde se tratan los temas económicos, que por otro lado se ajustan al marco aconsejado por el Fondo Monetario Internacional.

Estas políticas han permitido que las cuentas financieras muestren algún crecimiento económico, menos acelerado  sin embargo que el crecimiento del número de nuevos millonarios; y tampoco han provocado ninguna reducción apreciable de los índices de pobreza, ni han sacado a Nicaragua de la cola entre los países más atrasados de América Latina, en disputa con Haití.

Y Estados Unidos sabe también que detrás de la retórica encendida de Ortega no hay ninguna amenaza real para sus intereses de seguridad hemisférica; la reciente expulsión de funcionarios norteamericanos ha quedado reducida a un incidente, si se quiere, perturbador. El modelo de supresión democrática en Nicaragua no choca de ninguna manera con la vieja tesis de Washington de que lo que más importa a la hora de enfocar las políticas hacia América Latina, es la estabilidad, que existe hasta que el volcán estalla. Pero no hay movimientos sísmicos que indiquen que algo semejante esté por pasar.

Los votos, pues, están contados de antemano. Es como si las elecciones de noviembre de este año ya hubieran ocurrido.

 

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13 de julio de 2016
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Veraneo

Cuando uno se queda a solas con la maleta abierta y 15 días de asueto por delante, un convulso temblor le sacude entero, de la coronilla al pulgar. ¿Qué voy a leer en esa interminable sucesión de días vacíos?

Hace un tiempo les hablaba yo de uno de los hombres más inteligentes que había leído, Simon Leys, a quien debo agradecer que me llamara idiota cuando militaba con los maoístas. Este profesor era un hombre sólidamente educado en dos culturas, la europea y la china. Cuando llamó idiotas a los maoístas no los insultaba: estaba definiendo con precisión un tipo de individuo. Hay un grupo particular de idiotas que se siente insultado cuando oye esa palabra. Suelen exigir el despido del periodista que (según asumen) les ha llamado idiotas. Nunca creen que sea la pura verdad.

La obra de Leys fue sobre todo la de un sinólogo de prestigio, pero era, además, un lector voraz y agudo de literatura. Muchos de sus comentarios se editaron en el New York Rewiew of Books y ahora aparecen en excelente traducción española con el acertado título de Breviario de saberes inútiles. Un saber inútil, para Leys, es, por ejemplo, la lectura que no obedece a ningún deber. Eso no significa que considere la lectura placentera como algo despreciable. Todo lo contrario. "Entre dos cirujanos igualmente competentes (decía) procure que le opere el que haya leído a Chéjov".

Hay aquí textos impagables como una defensa de don Quijote contra su torturador, Cervantes, una colleja al hijo de Nabokov, un baile con Chesterton ("bailarín de las cien piernas"), una celeste imagen de Barthes lamiendo a Mao, junto con una extensa selección de artículos sobre China, sobre el mar o sobre la universidad. Así que, placer, inteligencia y variedad. Pues cierro la maleta.

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12 de julio de 2016
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A pesar de todo Jonia

Diopp invita a los pensadores africanos a enriquecer su pasado, a vivificar  el rescoldo que perdura. Ello en base no sólo a la convicción de que  el peso y la significación  real de un legado cultural (ciencia y filosofía  incluidas) sólo pueden ser aprehendidos situando a la misma en su dimensión histórica,  sino también a la convicción  de que  la fertilidad y pleno despliegue de tal legado sólo pueden darse en el marco originario.

Sin embargo, la propia tesis de que el pensamiento jónico tendría una de sus raíces en el valle del Nilo, es en cierto modo una indicación  de lo contrario: el embrión que emerge en un marco lingüístico y cultural  dado, se despliega allí dónde simplemente  hay una lengua capaz de acogerlo. Y Jonia sería la indicación clara de este hecho. Pues los pensadores  jónicos no se limitaron a incorporar conocimientos que quedarían entonces establecidos como un dogma; los discípulos de cada pensador no se limitan a repetir la enseñanza  recibida de sus maestros, sino que a veces se oponen a las mismas con radicalidad, atendiendo tan sólo a la exigencia de alcanzar esa necesidad que la naturaleza encubriría tras la disparidad, a veces  aparentemente aleatoria, de los fenómenos. En definitiva: si la raíz es ubicada en el valle del Nilo...el despliegue se efectúa más allá del valle del Nilo. Se efectúa de hecho hoy en todos y cada uno de los lugares dónde la ciencia marca el destino de los hombres y en consecuencia también en las crisis emergidas de la propia ciencia. No es pues siquiera necesario adoptar las posiciones de un filólogo como Heinz Wissmann discípulo del gran Jean Bollack, para quien  sólo con Tales y sus seguidores se habría introducido el postulado de que tras la dispersión de  los fenómenos hay una unidad, una idea de este tipo estando ausente de otras culturas (1). Basta con sostener que en todo caso en Jonia tal idea fue determinante: no sólo asumida con todas sus consecuencias sino desplegada en todas sus potencialidades.  Y vinculada a esta cuestión una segunda:

A juicio de Diopp y otros de los estudiosos mencionados, esa gran cultura pre-jónica de raíz africana no podría hoy dar  los frutos que cabría esperar en razón de que aquellos mismos llamados a reivindicarla no tendrían  conciencia de su peso y en ocasiones ni siquiera de su existencia. Con honrosas excepciones, incluso en las universidades africanas la historiografía filosófica y científica coincidiría con la que prima en Paris o Heidelberg, traicionando así un pasado que habría tenido brillante concreción en la universidad de Sankoré o en la de Tombuctú en el Medioevo africano. Pues bien: el reconocimiento de esta carencia no es desde luego un aspecto menor.  Pues  el peso de las grandes culturas se mide no sólo en razón de que son universalizables, sino también en razón de que han sido de hecho universalizadas; en razón de que efectivamente, y no sólo potencialmente, se han convertido en patrimonio de la entera humanidad. Por decirlo sin ambages: la fertilidad para el espíritu que cabría esperar de una explotación de la potencialidades de la cultura del valle del Nilo, se daría ya explorando las potencialidades de la cultura jónica (ello con independencia de la deuda que esta tendría históricamente con la anterior).

Seguir el trazado jónico tiene al menos la ventaja de que el despliegue se ha realizado, se ha realizado exhaustivamente, casi me atrevo a decir,  como muestra la larguísima historia de la física y de la metafísica de las que disponemos, y como muestra sobre todo la crisis misma de los presupuestos a la que hoy asistimos, de tal manera que  si la civilización del valle del Nilo estuviera en el origen, si allí se hubieran cimentado ya los presupuestos que hacen posible la física, el problema de fondo, el problema del socavamiento de principios ontológicos esenciales al que hoy el pensamiento se ve confrontado,  no cambiaría.


(1) Según Wismann  la ciencia moderna sería una consecuencia de este  postulado que él llama metafísico. La metafísica sería en esta perspectiva una suerte de mero preliminar de la física, no el resultado de los desarrollos de la física y concretamente de sus crisis, perspectiva en la que se fundan los presentes ensayos: primero postulados que posibilitan la física y como resultado de la física cabalmente la metafísica.

 

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12 de julio de 2016
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¿De qué escriben los jóvenes cronistas argentinos?

La más “vieja” nació en 1984. Los más jóvenes, en 1994. Los nueve estudiantes de periodismo que ganaron el concurso convocado por la Fundación Tomás Eloy Martínez, cuyo premio consistía en someterse a un proceso de edición de la admirada cronista y maestra Josefina Licitra y entrar en este libro (Nunca la misma historia, Editorial Marea), nacieron todos después del final de la dictadura.

Estos chicos no vivieron ni un día bajo estado de sitio, no sintieron ese miedo en las calles de noche, esa censura en los medios, esas caras adustas de los generales en el poder. Y eso se nota.

Sus historias no son como las crónicas de los desaparecidos y los exiliados, de lo que no podía ser dicho pero debía ser dicho, de los temas que surgieron a borbotones cuando volvió la democracia. Sus temas son de la gente común, de los dramas de la falta de trabajo y dinero, de la soledad, de la inmigración, de la sexualidad. El Estado apenas si aparece. Las gestas del pueblo, tampoco.

*          *          *

Sí se vislumbra un pasado político en uno de los mejores textos (publicado ya en la revista Viva de Clarín). En “El kilómetro cero del peronismo”, Emiliano Pasquier (nacido en 1989, terminado ya el gobierno de Alfonsín) traza un original cuadro costumbrista de la calle Nueva York de Berisso, cuna del fervor obrero que encumbró a Perón, puntal de su movimiento y hoy gobernada por un radical, vacía de cultura obrera y en manos del comercio callejero y el deterioro. La política vive allí en los recuerdos del pasado.    

En los otros textos se despliegan la crónica de un taller de constelaciones familiares, un viaje a la incomunicación de los inmigrantes chinos, el teatro lúcido y valiente de los ciegos, el dilema del arte contemporáneo donde el público es la obra, la lucha y la cultura de los trans-género, la historia del proyectista de un cine porno, una inmersión en el infierno de la ludopatía y el cariñoso perfil de una carnicera, un trabajo de amor que culminó con la presencia de la misma carnicera en la presentación de Nunca la misma historia en la Feria del Libro.  

Hay varios puntos en común en los textos. En todos es la historia, la sucesión de escenas, lo que empuja la narración.  Todos tienen como eje la búsqueda de la voz de los personajes, que se desgranan en diálogos que huelen a verdad.

No hay tesis, no hay conclusión: se presenta, se cuenta, no se demuestra nada. Pero de todos el lector sale sabiendo algo más, conociendo mejor el aquí y el ahora.

*          *          *

Estos cronistas nóveles ya aprendieron el arte de la modestia, del hacerse a un lado y dejar que la historia se cuente sola. Los comienzos son mejores que los finales, pero eso es lógico: es mucho más difícil encontrar un buen final. Eso se aprende con el tiempo.

Lo que percibo como buena señal de este conjunto de periodistas narrativos del futuro es la ambición, el hambre, las ganas de trabajar, de salir de su zona de confort. Y el interés por conocer mundos desconocidos en su mismo entorno. Sus historias no vienen de fuera, no son ejemplos de causas o consignas. Crecen de dentro, orgánicamente.

Este libro es recomendable, entre otras cosas, porque es un mapa de cómo escriben los cronistas que no vivieron los años de plomo. Escriben con la levedad y la alegría del que sabe que tiene derecho a indagar, a entender, a contar.

Nunca la misma historia: Nueve nuevos cronistas. Prólogo de Josefina Licitra . Ed. Marea/Fundación Tomás Eloy Martínez.  116 páginas.

Esta crítica fue publicada originalmente en el suplemento cultural Ñ de Clarín.   

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11 de julio de 2016
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Al rebufo de Hemingway

Me siento profundamente extranjera de la palabra chupinazo y todo lo que representa. Cierto es que crecí ajena a ella: en catalán no tiene traducción y si la catalanizas su fonética te rompe el oído, aunque invoque el cohete pagano que desabrocha el pecado. La palabra no eructa pero sí su idealización. Recuerdo de mi otra vida cuando los chicos de la pandilla se iban a Pamplona a primeros de julio y volvían apestando a cerveza, impregnada hasta en los dobladillos de la ropa. Decían que iban “a hacer el bestia”. A ser niños de nuevo, pero borrachos y descontrolados. Nos desenamoraban.
El alcalde pamplonica de Bildu ha anunciado que las suyas son las mejores fiestas del mundo. Sus propuestas consisten, básicamente, en correr delante de toros bravos acorralados, bañarse en alcohol, perderse en una multitud sudada, gritona y resacosa, jalear lo que sea y enmascarar con la farra la derrota existencial. Claro que habrá vecinos devotos. Pero todo vale para agitar los instintos más animales, incluso entre quienes miran el espectáculo desde los balcones donde el miedo embiste a distancia. Como desde el que Ernest Hemingway, en el Gran Hotel La Perla, contemplaba los encierros poniéndole literatura y mitificando un rito que sitúa en las antípodas del progreso, con seres humanos y animales mezclados entre testosterona y meados. Más miedo tienen los toros que los hombres que los corretean por las callejuelas, pues su huida sólo puede ser hacia delante.
Hay quienes afirman que Hemingway no llegó a correr jamás delante de los toros en Pamplona, y lo cierto es que no existe testimonio gráfico alguno. Sólo se conserva una foto, en la biblioteca John F. Kennedy de Boston, en la que el escritor aparece entre las vaquillas que se sueltan al terminar los encierros en la plaza de toros. No parece temeroso, sabía mirar muy bien a cámara, pero son vaquillas y no miuras. Otros expertos rastreadores afirman por contra que sí corrió, y no una, varias veces. El caso es que la gloriosa publicidad que le hizo al patrón de Pamplona es, en parte, responsable de que los Sanfermines se hayan convertido en un rito de paso para millones de norteamericanos, canadienses, australianos, neozelandeses o británicos. Vienen a hacerse mayores, en lugar de comprarse un billete de Interrail. Puede que su ideal de exotismo incluya pañoletas rojas y txapelas, o bien sea la mezcla de animalismo, vino y sexo demente lo que les intrigue. El 56% de los corredores desde el 2014 son extranjeros. De ahí que se afine el turismo y se pongan en marcha campañas que pretenden detener las agresiones sexuales –que hace diez años también existían, pero entonces ni la sensibilidad social ni las leyes estaban de su lado–. Cuando escribo estas líneas ya ha habido una. Cinco contra una, en un portal, entre jaranas, vapores etílicos y una falsa exaltación del arrojo y la hombría. Un espectáculo turístico.
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11 de julio de 2016
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La impunidad del hombre blanco

Los hechos establecidos por John Chilcot durante los siete años que ha durado la investigación son abrumadores. Es un auténtico acta de acusación que clama por algún tipo de satisfacción penal por las responsabilidades personales de Tony Blair. Fue una guerra ilegal e injusta, en la que se enmascaró un cambio de régimen bajo el disfraz de una guerra preventiva, ante la falsa amenaza de un ataque con unas armas de destrucción masiva inexistentes que podía producirse en 45 minutos.

El número de delitos probablemente sería largo, porque a las mentiras de la preparación de la guerra se añade la irresponsabilidad de quienes organizaron una caótica posguerra todavía más catastrófica. Si la invasión de Irak y el derrocamiento de Sadam Husein fueron ilegales y organizados con mentiras y manipulaciones, nada se hizo después que diera algo de legitimidad a la invasión y a la desaparición del déspota, como ha ocurrido tantas veces en la historia, en forma de beneficios para los iraquíes y de estabilidad en la región.

Al contrario, la destrucción de sus fuerzas armadas y de la estructura entera del Estado abrió las puertas al infierno de una guerra civil entre chiíes y suníes que en propiedad todavía no ha terminado y se ha convertido en el monstruo del Estado Islámico. Difícilmente sirve en este caso la doctrina del mal menor para defender los desastres ocasionados por esta guerra ante el mal mayor que todavía hoy Blair y Bush pretenden blandir con el espantajo de Sadam Husein.

Hay un delito que cuadraría perfectamente con lo que hicieron ambos en la guerra de Irak, con la ayuda diplomática y la complicidad política de Aznar. Es el crimen de agresión, surgido como figura jurídica en los juicios de Nuremberg contra el nazismo y reivindicado en el tratado de creación de la Corte Penal Internacional, el llamado Estatuto de Roma de 1998, como figura delictiva a incluir en el futuro a través de las enmiendas a dicho tratado, como así se hizo en la revisión de 2010. El problema es la no retroactividad de las leyes: cuando se cometió presuntamente el crimen, en 2003, todavía no estaba incluido en el Estatuto de Roma. Para colmo, los procedimientos de ratificación y de entrada en vigor solo convertirán en perseguible el crimen de agresión a partir de 2018.

La fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) no ha ocultado su incomodidad con el contraste entre la impunidad de los dirigentes occidentales cuando vulneran la Carta de Naciones Unidas y la exclusiva inculpación de ciudadanos africanos con los actuales instrumentos legales del tribunal. Los 39 inculpados hasta ahora son todos africanos. También son africanos los únicos jefes de Estado objeto de investigación o persecución legal, como el difunto líder libio Muamar el Gadafi o el actual presidente de Sudán del Norte, Omar Al-Bashir. Otro jefe de Estado africano, Hissène Habré, presidente de Chad entre 1982 y 1990, ha sido condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, violación, esclavitud forzada y múltiples homicidios y asesinatos, por una corte especial creada por Senegal por encargo de la Unión Africana, en un caso ejemplar que ha hecho prescindible en esta ocasión la actuación de la CPI.

No es el único contraste. Ha habido al menos dos investigaciones y centenares de denuncias por crímenes de guerra por la muerte de detenidos iraquíes bajo custodia británica, algunas ante tribunales británicos y otros ante la CPI, aunque solo el cabo Donald Payne ha sido condenado a un año de prisión. Sería una cruel ironía que el Informe Chilcot sirviera para perseguir soldados y jefes militares británicos y no diera lugar en cambio a indagación alguna sobre Tony Blair. De ahí que la fiscalía de la CPI haya aclarado muy sutilmente en una nota que ?sugerir que la CPI haya descartado la investigación sobre el ex primer ministro por crímenes de guerra pero pueda perseguir a los soldados es una deformación de los hechos?.

Ni un solo jurista ha expresado hasta ahora su confianza en que Tony Blair, al igual que George Bush, se sienten algún día en el banquillo, ya sea de sus respectivos tribunales nacionales ya sea de la CPI, a pesar de que lo han pedido parlamentarios británicos como Jeremy Corbyn o Alex Salmond y el obispo sudafricano y premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu. En el caso del expresidente de Estados Unidos, porque el Senado de su país ni siquiera ha ratificado el tratado internacional que lo crea, a pesar de que su antecesor Bill Clinton lo firmó en Roma. George W. Bush boicoteó todo lo que pudo a la CPI y aprobó, incluso, un paquete legislativo para impedir que sus soldados y ciudadanos pudieran ser inculpados o perseguidos bajo la jurisdicción universal.

El Informe Chilcot tendrá una lectura fácil y demagógica: demuestra la impunidad del hombre blanco, del máximo responsable político frente a los soldaditos que obedecen órdenes, de los honorables mandatarios occidentales frente a los déspotas africanos y árabes. En el momento populista que atravesamos, las opiniones públicas exigen gestos ejemplarizantes y cabezas que rueden. Se da por descontado, en cambio algo que no lo está en absoluto en la gran mayoría de los países, como es que una comisión de investigación, por encargo del Gobierno, realice un ejercicio de transparencia de tanta trascendencia y llegue tan lejos en la documentación y determinación de responsabilidades políticas como ha hecho John Chilcot.

Una nueva paradoja del caso es que esto sucede en pleno Brexit, el movimiento soberanista que no solo pone en cuestión la dependencia de Reino Unido de la legislación y los tribunales de la UE sino incluso de la legislación internacional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. No es extraño ni anecdótico que Alex Salmond haya planteado la posibilidad de que Tony Blair sea juzgado algún día por crimen de agresión en los tribunales de esa Escocia que busca tras el Brexit su independencia y la adhesión a la Unión Europea.

Para el Parlamento británico el Informe Chilcot no es tan solo un ejercicio ejemplar de transparencia que demuestra el vigor de la democracia británica, sino también un estímulo para ratificar las enmiendas que introducen el crimen de agresión en el Estatuto de Roma y dificultar así que en el futuro alguien pueda repetir una actuación como la de Blair desde el número 10 de Downing Street. Aunque el 'caso Blair' no llegue nunca a La Haya, donde tiene su sede la CPI, parece haber pocas dudas de la contribución a la justicia universal que ha hecho Reino Unido con la comisión Chilcot y su informe.

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11 de julio de 2016
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