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Belleza de tertulia

De mayor, Emma Cohen seguía sosteniendo su cabeza con los brazos, los codos bien apoyados, la mirada atenta y a la vez expectante, igual que hacía de joven. Era un gesto muy suyo, tan entregado como indómito, encendido con su media sonrisa nunca complaciente. Un gesto que a finales de los 70 reflejaba una nueva compostura en una España pacata. Porque ella no se parecía a sus contemporáneas. Apenas se maquillaba, era una mujer de café y tertulia, y muy especialmente una letraherida con un tinte “proustiano” en su prosa. Escribió Umbral de su escritura: “Lo que aclara y agranda sus antárticos ojos es la burla, la decepción, la infancia y el cansancio”. Ella representaba otro tipo de feminidad sin crepar. Ni rastro de diminutivos agudos ni de una coquetería evidente, vestía con una sencillez que lucía igual que un traje de gala. “Siempre fue una mujer bellísima, de rostro y de alma” afirmaba Mario Gas tras su inesperado fallecimiento. Porque murió tan discretamente como actuó y vivió.
En la web de la agencia Carmen Balcells se resume así su biografía: “Emma Cohen abandonó la carrera de Derecho en la Universidad de Barcelona para dedicarse al teatro y al cine a tiempo completo. Considerada la musa del cine underground catalán de los sesenta, vivió el Mayo del 68 en París y después se trasladó a Madrid, donde colaboraba con la revista Mundo Joven. Además de actuar en varias obras de teatro y películas (algunas bajo las órdenes de Fernando Fernán Gómez, con quien se casó), ha dirigido guiones para el cine, la radio y la televisión. También ha ilustrado el libro Trece fábulas y media de Juan Benet, con quien mantuvo una larga relación sentimental”. Es curiosa esta última línea acerca de sus amores literarios. Pero aquel amor intenso con Benet, fue sonado. Fernán Gómez, a pesar de su fama arisca, le mandó un recado desde las páginas de Triunfo, en las que publicaba una suerte de autobiografía resumida: “En el mes de septiembre alterné el trabajo en la película de Gutiérrez Aragón “Maravillas” con las representaciones de “El alcalde de Zalamea” en diversas ciudades. Y por fin terminé la película y terminé la gira. A la vuelta a Madrid, mi compañera me abandonó. Aquí termina mi autobiografía. A partir de ahora empieza la autobiografía de otro señor”.Cohen, la que había sido siempre una rebelde, volvió a su lado. Rebelde en el sentido literal, en el de oponer resistencia a lo impuesto. Emmanuela Beltrán Rahola era hija de una pareja de abogados de la acomodada burguesía catalana, y se sublevó contra ellos y un futuro impuesto que empezaba por estudiar Derecho; en mayo del 68 fue detenida en París por su participación en la revuelta estudiantil y tuvo que ser su madre quien fuese a buscarla a la capital francesa para traerla de vuelta; como actriz prefirió a los alternativos, los contracorriente, los raros: rodó a las órdenes de Jorge Grau, Gonzalo Suárez, Jesús Franco, Eloy de la Iglesia, Glauber Rocha, Antonio Drove, Fernando Colomo o José Luis Garci. A ratos luchó contra el propio cine, sus cánones y miserias: “Yo me planteé que no podía sucumbir si me ofrecían una película apetecible y, para no dudar, me puse a ensanchar. Y engordé, y me pasé 15 años gordi, lo suficientemente gordi como para no hacer películas”. Por amor. Se situó detrás la portentosa sombra de Fernán Gómez, sin aspavientos. “Tuve la mejor vida posible porque intenté que la de él también fuera así” . Se casaron en el 2000, en el hospital de La Concepción, un amigo y una enfermera como únicos testigos. Fue libre, trabajó con los mejores, hizo de gallina Caponata, y, cuando quiso, se negó a desnudarse por exigencias del guión.
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23 de julio de 2016
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El guerrillero y el asesino

La historia -cualquier novelista de raza lo hubiese detectado- era fascinante. Dos vidas cruzadas que resumían las contradicciones políticas, sociales, económicas e incluso psicológicas de América Latina. El guerrillero que abandona las armas y toma el camino de la paz. El adolescente miserable contratado para aniquilarlo. Y, si el novelista en turno era Carlos Fuentes, cuya obsesión por entreverar lo íntimo, lo público y lo mítico lo había llevado a obras maestras como La muerte de Artemio Cruz o Terra Nostra, el desafío de narrar la terrible cita entre ambos no podía resultar más apetecible ni más riesgoso. 

            Decidido a inscribir su obra en un vasto fresco al que denominó "La edad del tiempo" al modo de la "Comedia humana" de Balzac, Fuentes había anunciado Aquiles, o El guerrillero y el asesino décadas antes de su fallecimiento en 2012 como parte del tríptico iniciado con Diana, o La cazadora solitaria y otra pieza que jamás llegó a escribir, Prometeo, o El precio de la libertad, dentro del apartado XV, "Crónicas de nuestro Tiempo". Si nos basamos en Diana, podría concluirse que sería un tríptico en el cual algunas figuras reales -como Jean Seberg- serían llevadas a la ficción valiéndose de los recursos de la crónica, la autobiografía o el testimonio personal.

            El destino de Carlos Pizarro debió rondar la mente de Fuentes por muchos años. En 2004 lo escuché leer el primer capítulo de Aquiles en el Festival de Literatura de Roma: un relato compacto y poderoso sobre el asesinato del antiguo comandante guerrillero abordo de un avión, contada desde la perspectiva de otro de los pasajeros -el cual a la postre se transformaría en el propio Carlos Fuentes-, tornado aún más vibrante con su inconfundible tono de voz, y que anunciaba la que podría haberse convertido en una de las mejores novelas de su último periodo.

            Un par de años después leyó otro capítulo en la Feria del Libro de Guadalajara, pero nunca llegó a concluir el manuscrito -los dos manuscritos en los que trabajaba entre Londres y la Ciudad de México-, de modo que el libro que acaban de publicar Alfaguara y el FCE es una aproximación al resultado final, como advierte Julio Ortega, el responsable de editarla y prologarla: una serie de capítulos más o menos breves que transitan entre la perspectiva del guerrillero, la del asesino, y la del propio narrador, quien presenta el libro como un homenaje a sus amigos colombianos, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis entre otros.   

            La historia del guerrillero y el asesino, decía, es por sí misma fascinante. Hijo de un respetado militar conservador y educado en escuelas lasallistas y jesuitas, Carlos Pizarro (1951-1990) compartió generación con algunos de los políticos más relevantes de su tiempo antes de incorporarse al M-19, un movimiento nacido de la indignación ante el despojo de los campesinos y la explotación de los obreros que caracterizaba al esquizofrénico régimen bipartidista de la Colombia de entonces.

            Dos episodios particularmente novelescos -que Fuentes no quiso o no alcanzó a escribir- marcaron su andadura: el espectacular robo de la espada de Bolívar y el sangriento asalto al Palacio de Justicia en 1985. A partir de allí, Pizarro emprendió el camino hacia la paz: anunció la desmovilización del M-19 y se lanzó como candidato a la presidencia en 1990, solo para ser asesinado por Gerardo Gutiérrez Uribe, alias Jerry, por órdenes de Carlos Castaño, líder de las Autodefensas Unidas de Colombia.  

            Acaso lo más interesante de Aquiles, es que permite observar cómo Fuentes se batía con sus materiales, cómo nunca le bastó con aplicar fórmulas probadas y cómo le dio una y mil vueltas a esta historia. Sabía que tenía un gran tema entre manos y que había escrito un gran capítulo inicial, pero nunca se sintió satisfecho y no tuvo tiempo de concluir su tejido: una obra que podría desbordar la extensión de Diana y en la que faltan esos dos momentos cruciales. Para Milan Kundera, gran amigo de Fuentes, un libro póstumos es siempre una herencia traicionada, pero en este caso nos permite observar el taller íntimo del narrador y constatar la indomable energía que lo llevó a nunca conformarse consigo mismo.  

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22 de julio de 2016
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Hombres de Caravaggio

Muchos hombres fueron detrás de Caravaggio a lo largo del siglo XVII, aunque también le siguió una mujer, una gran pintora, Artemisia Gentileschi, hija de otro excelente artista, Orazio, que tuvo el privilegio de tratar de cerca en Roma al maestro, trasmitiéndole a Artemisia las enseñanzas del dramático frenesí y el naturalismo descarnado que son la marca del nacido como Michelangelo Merisi, y llamado, por el pueblo de origen de sus padres, Caravaggio. Ni Orazio ni Artemisia figuran, naturalmente, en la deslumbrante, imprescindible exposición del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (abierta hasta el 18 de septiembre), porque su comisario ha tenido la buena idea de agrupar, al lado de una magnífica docena de telas de Caravaggio, a aquellos que se conoce en la historia del arte como "caravaggistas del Norte", procedentes en su mayoría de Holanda (y muy concretamente de Utrecht), de Bélgica, Alemania y Francia. Queda pues sin explorar en esta ocasión la rama sur, en la que, junto a los Gentileschi y otros notables pintores italianos encontraríamos a Georges de La Tour, recientemente homenajeado en el Prado, y al valenciano Ribera, sin duda el más genial de todos.

 

     En las paredes del Thyssen, que cuenta en su colección permanente con al menos cuatro de los mejores cuadros ahora reunidos, asistimos al nacimiento de un ‘ismo' del siglo XVII, después muy extendido y perdurable, ya como manera tardía, hasta finales del XVIII (por ejemplo en la obra del extraordinario pintor inglés Joseph Wright de Derby). La parte esencial de estos pintores del Norte aquí seleccionados se concentra en torno a los nombres de los artistas de Utrecht, Hendrick ter Brugghen, Dirck van Baburen y sobre todo Gerard von Honthorst, a quien en Italia, donde residió, le llamaban "Gerardo delle Notti", por su preferencia en las sombrías iluminaciones nocturnas. Suya es la obra quizá más fascinante de estos discípulos de Caravaggio, la llamada ‘Alegre compañía con tañedor de laúd', que llega a Madrid desde la galería de los Uffizi de Florencia. Se trata de un cuadro tan festivo como inquietante, pues presenta a un grupo de hombres y mujeres jóvenes bebiendo, sonriendo y celebrando una fiesta, mientras que en el extremo superior derecho del lienzo vemos una ceremonia difícil de descifrar, pues hay un hombre que se deja meter un alimento en su boca ante la risa de una anciana pícara; las interpretaciones que se le dan a esta pieza magistral de Gerardo delle Notti varían, aunque la más sensata apunta a la representación de un acto de gula en un contexto de placeres.

    Destaca también por su calidad pictórica otro cuadro del contingente holandés, ‘Esaú vendiendo su primogenitura', obra de Ter Brugghen con una originalísima colocación de miradas y luces indirectas. Sin olvidar, en este conglomerado de europeos unidos por la impronta de Caravaggio, a dos magníficos franceses, Nicolás Regnier, autor de un doble autorretrato muy llamativo, y Valentin de Boulogne y su ‘David con la cabeza de Goliat', en el que este pintor nacido en Coulommiers y establecido hasta su muerte en Roma da a un tema muy del maestro un sesgo psicológico propio en la figura de David, que parece un héroe romántico o, si lo miramos con ojos de hoy, un rebelde indignado a pecho descubierto.

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21 de julio de 2016
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La cámara y las calaveras de mazapán

Es de esas fotos que están moviéndose en la cuerda floja, entre lo sublime y lo cursi. Suele pasar cuando un fotógrafo o un editor buscan una imagen amable que ilustre un tema violento, duro, amargo. A mí me impactó mucho. Me pegó, me interpeló. Por eso la coloco, apenas, del lado de lo sublime.

Esta foto acompaña la noticia de un informe de la Campaña Emblema de Prensa (PEC con sede en Suiza: en los primeros seis meses de este año, han sido asesinados 74 periodistas en 22 países. De los seis países más peligrosos para ejercer este oficio, seis son de Medio Oriente, donde hay guerra desatada: Afganistán, Siria,  Irak y Yemen.

Pero los otros dos están en el centro de América. En México (ocho periodistas asesinados) y Guatemala (cinco), la combinación de terror narco, policía corrupta, estado cómplice, bandas juveniles y delincuencia feroz se ensaña con los reporteros. La muerte nos afecta siempre, pero como periodistas, los asesinatos de colegas nos duelen hasta lo indecible.

La foto es de México, y muestra esa iconografía de la muerte tan propia del sincretismo de ese país, que combina una religiosidad popular con elementos de cristianismo áspero, creencias indígenas y una filosofía de resignación y vitalismo. Sobre la mesa, unas calaveras de mazapán como las que proliferan el Día de los Muertos.

Los ojos, agujeros tapados por una luminiscencia violeta, parecen gritar. El lugar de las bocas (en las calaveras, los diente sin boca parecen reír con furia) está tapado por una especie de pañuelos que causan inquietud. Fue para taparles la boca que muchos de estos periodistas fueron asesinados.

Y en un cajón semi-abierto asoman un diario y una vieja cámara de fotos analógica.  El oficio de siempre. La lente nos apunta a nosotros: a usted que está leyendo, a mí, al asesino por última vez. Pero detrás de la cámara ya no hay nadie.  

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21 de julio de 2016
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Calderilla

La diferencia entre lo que parece grande y lo que parece pequeño en el mundo mercantil, se desdice vitalmente mediante la evidencia de que lo grande se expresa en un basto papel moneda y lo menudo (la moneda) es aquello que en la mano luce y comunica lucidez.

La felicidad, personal viene a ser, en este caso, como la metáfora de un collar propio cuyas cuentas nos bendicen como abalorios de oro. Instantes de una felicidad en accesible calderilla, esperando ser manoseada para agradar.

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21 de julio de 2016
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Un ensueño democrático que se desvanece

Erdogan juega muy fuerte. Sin componendas ni contemplaciones. No tan solo de cara adentro, donde la purga alcanza proporciones gigantescas, jamás vistas en el pasado más reciente y digna de regímenes totalitarios; sino también hacia fuera, en dirección a la UE, a la OTAN, a Estados Unidos, los aliados a los que presiona y sitúa en una posición inconfortable con sus exigencias de apoyo incondicional.

En el castigo a los aliados hay una evidente factura del rencor por la escasa diligencia en condenar el golpe que demostraron en la noche del 15 de julio, todos a la espera de conocer su desenlace antes de expresar su apoyo a la democracia. Pero hay otro factor de orden táctico, que iguala a Erdogan con los autócratas de la región en el uso de las amenazas. Nada es más fácil que hacerse el ofendido para sacar réditos por la imperdonable ofensa infligida y de paso quitarse de encima las críticas por los excesos represivos.

Erdogan abolió la pena de muerte en 2004 para cumplir con las condiciones de ingreso en la UE, pero ahora sus partidarios le piden que la restaure para castigar a los golpistas y a sus numerosos seguidores, detenidos a millares no se sabe si por participar en la conspiración, meramente por desear que triunfara el golpe o por pertenecer a la secta gulenista culpabilizada colectivamente. Por supuesto, es una ofensa intolerable contra la soberanía nacional que desde Bruselas se recuerde a Turquía la imposibilidad de integrar la UE en caso de que se reinstaure la pena capital para castigar a los golpistas.

Erdogan cuenta con un colosal precedente de chantaje sobre la UE en el acuerdo sobre devolución de los refugiados sirios, cobrado generosamente en financiación europea, reapertura de la negociación de adhesión y concesión de un régimen de exención de visados. Ahora el contragolpe es la oportunidad para echar un nuevo pulso a la UE con la pena de muerte, que puede abrir en canal las enteras relaciones con Bruselas, incluido el acuerdo de los refugiados.

Con Estados Unidos sucede tres cuartos de lo mismo. De entrada, el entorno de Erdogan insinúa públicamente que Washington estaba detrás del golpe y su prensa más afín llega a titular que fue quien intentó asesinarle. Dos son, el menos, las palancas para presionar: la base aérea de Incirlik, imprescindible para bombardear al Estado Islámico, y el anciano clérigo Fetulá Gülen, que vive en Pensilvania, cuya extradición exige Erdogan para salvar las relaciones con Obama.

Hay una enorme estupefacción entre los aliados de Turquía por las dimensiones de la represión interna y de la ira externa. Una va con otra, pues así es como dentro Erdogan obtiene manos libres y fuera mantiene a raya a los críticos. El resultado es una deriva geopolítica que aleja a Turquía de Europa, la Alianza Atlántica y el Estado de derecho exigido por Europa y le aproxima al entorno de países iliberales y autocráticos propio de Oriente Próximo y del mundo árabe. Con la admirable excepción tunecina, este es el final de un ensueño, el del islamismo democrático al estilo de las democracias cristianas europeas, que las revueltas árabes de 2011 despertaron.

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21 de julio de 2016
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Cómo manejar las urnas

 

La conversación con George Steiner que publica Siruela, Un largo sábado, nos ayuda a recordar sus grandes tratados literarios y cómo ha vivido la pasión intelectual este venerable profesor de Cambridge. Mientras recapitula sus ejemplares ejercicios de reflexión crítica, Steiner se detiene en el más aleccionador consejo recibido de su padre. Cuando la turba grita por las calles de París "¡Muerte a los judíos! ¡Muerte a los judíos!", el señor Steiner levanta las persianas, hace que el joven George se asome al balcón y le dice: "Eso se llama historia y nunca debes tener miedo".

 

El origen de la política.

El filósofo James Mill lamentaba a principios del siglo XIX que los agitadores sociales inflamaran las mentes de las clases bajas (sic) haciéndoles creer que el gobierno podría ayudarlas. Intentaba demostrar que pertenece al orden de las cosas eximir al gobierno de su responsabilidad. En contra de esta tendencia, extrañamente rescatada del pasado, el Premio Nobel de economía Amartya Sen, profesor en Harvard, articula su Idea de la justicia (Taurus, 2010). Reconoce en la sociedad una resistencia natural a la injusticia y demuestra que ésta vocación brota tanto de la indignación como del argumento. Como la vida de tantas personas en este mundo sigue siendo "desagradable, brutal y breve" (Thomas Hobbes), hay que evaluar las realizaciones sociales, fijarse en lo que realmente sucede y confiar en el razonamiento público. La frustración y la ira, dice Amartya Sen, pueden motivarnos pero debemos apoyarnos en el razonado escrutinio. Ante la precariedad humana cabe desarrollar una triple habilidad: comprender, simpatizar, razonar.

Los que van por libre

En su ensayo sobre Nadine Gordimer, (Las manos de los maestros, Random House) Coetzee hace un interesante ejercicio de vidas paralelas entre la escritora sudafricana, Iván Turgéniev y su propia e ineludible literatura. Cita a Jean Paul Sartre –"el escritor puede ser leal a un grupo político pero nunca deja de criticarlo"- y a Isaiah Berlin cuando evalúa el drama de los liberales rusos: "sufrían formas complejas de culpa, porque simpatizaban con la izquierda, con una fe más humana que la gélida, burocrática y cruel derecha, aunque sólo fuera porque siempre es mejor estar con los perseguidos que con los perseguidores". Coetzee comprende la encrucijada de fuerzas que pueden destruir la libertad intelectual: "el artista tiene una vocación especial, un talento que le mataría si lo mantuviese oculto". Escribir, dice Coetzee, es un oficio solitario, pero escribir contra la comunidad en la que uno ha nacido es aún más solitario.

Cómo saber lo que nos concierne

Ya se ha dicho todo sobre la necesidad de consultar los programas electorales antes de decidir a quién se va a votar. El voto, cabe insistir en cada ocasión, refunda el contrato social contra la violencia y es el incumplimiento de las cláusulas el que desfigura el sentido de las instituciones (algo que la ley, por cierto, no penaliza). Como no parece que la precaución arraigue en los hábitos de una ciudadanía confiada a sus propias intuiciones, habrá que recomendar un ejercicio inteligente que sustituya a la credulidad. La revista Investigación y Ciencia (460) publicó los estudios de un grupo de neurocientíficos: la práctica de la meditación modifica procesos cognitivos y emocionales, incrementa el procesamiento de la atención, disminuye la influencia del miedo, mitiga la inflamación del estrés biológico y auspicia el conocimiento de la consciencia. La idea de que un ciudadano entrene su mente antes de elegir al depositario de su confianza parece un consejo razonable.

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20 de julio de 2016
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Los diarios tempranos de José Donoso: la vida es literatura

La consolidación del diario como género literario fundamental se encuentra entre las cosas más relevantes ocurridas en la literatura latinoamericana contemporánea. Han quedado atrás las épocas en que se especulaba que el diario no tenía vigencia en el continente porque, a diferencia del mundo anglosajón -en el que el diario ocupa hace rato un lugar importante--, no estábamos acostumbrados a escarbar en la intimidad; resulta que se escribían muchos diarios, solo que no se publicaban. La publicación del primer volumen de los Diarios de Ricardo Piglia fue uno de los acontecimientos literarios del año pasado; los Diarios tempranos de José Donoso (Ediciones UDP), editados rigurosamente por Cecilia García-Huidobro, lo serán sin duda de este año.

Los cuadernos que sirven de base a los Diarios tempranos, almacenados en la universidad de Iowa, cubren el período de 1950 a 1965 y funcionan como una precuela a Correr el tupido velo, el maravilloso y desasosegante libro que Pilar Donoso escribió basada en la correspondencia y los diarios de su padre almacenados en Princeton (cubren el período que va desde 1966 hasta la muerte de Donoso en 1996). En este período inicial, Donoso todavía no era descarnado como lo sería en sus diarios de principios de los 70, por lo que Diarios tempranos no tiene el impacto emocional de Correr el tupido velo. Sirve, sin embargo, como registro fascinante de la magnitud con la que Donoso entrelazaba vida y literatura: ambas eran lo mismo para él.    

Los Diarios tempranos son una creación conjunta de Donoso y García-Huidobro; es la investigadora quien ha seleccionado el material y ha tomado la decisión acertada de separar las notas de Donoso en base a temas: hay capítulos dedicados al crítico, otros al periodista, otros al narrador que apunta ideas para cuentos y novelas; los dos últimos están entre los más interesantes y se centran en la escritura de Coronación y El obsceno pájaro de la noche. Ahí está, en una anotación del 25 marzo de 1959, el germen de El obsceno: "Idea para un cuento: basándome en ese aristocrático niño deforme que vi pasar una vez en un auto de lujo con patente de Colchagua... Llamarlo ‘El último Azcoitia'".

En los Diarios tempranos uno puede ver a un Donoso sin falsas modestias ("El ‘Azcoitia' puede resultarme maravilloso y completamente decisivo para mi producción: me pongo sin duda en la línea creadora Borges-Cortázar-Kafka, etc"), capaz también de una feroz autocrítica: "tampoco me gusta este cuento, es pobre, no tiene nervio. No tiene más que una humanidad de cartón". Se trata de un Donoso que mezcla libremente el español con el inglés ("inspiration seems to have found me again"), que no para de leer y usar sus lecturas como modelos para su escritura ("escribir un cuento sobre la mujer soltera de 30 años tipo Marcela Vicuña. Tengo que fijarme mucho en la Eugenia Grandet de Balzac para hacerlo bien"), y que no tiene reparos a la hora de descartar textos o reescribirlos completamente. Asistimos a la forja obsesiva de un escritor: no hay escándalos de la intimidad contados directamente, todo se transmuta en escenas, personajes, literatura. 

 

 

(La Tercera, 16 de julio 2016)

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20 de julio de 2016
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Fórmula TED

Sólo he visto charlas TED (tecnología, entretenimiento, diseño) en vídeo, pero su ambiente catártico me ha transportado a las arengas de los predicadores de Harlem, donde alguna vez acudí para dejarme asombrar por esos fieles enfervorecidos que le cantan spirituals a su Dios con palmas y blues, y en verdad gozan. En otra ocasión, en las afueras de Salvador de Bahía, no sé cómo conseguí asistir a una ceremonia de candomblé, de esas en las que se sacrifica un gallo y los médiums entran en trance con los ojos en blanco. Cuando el babalao pasó entre los bancos, azuzándonos con su bastón, me entró la risa. Una risa tonta y joven que tuve que tragar a borbotones, aunque exaltaba lo asombroso, y a la vez ridículo, exótico, alocado, que resultaba todo aquello si lo desproveías de su fe.
Fe es una palabra grande en su brevedad. Según la Biblia mueve montañas. Los que la tienen, y no solamente en Dios, parecen más a resguardo. Fe en ellos mismos, o en que lo mejor está por llegar. Fe en los afectos, en la familia, en las vocaciones que despiertan los sentidos. Fe en los libros, en la buena cocina, en el vino, en la belleza de los magnolios y el instinto fiel de los perros; aunque la fe en la humanidad tenga descosidos y el mal se escenifique una y otra vez como eterno compañero de la existencia.
Hay testimonios de asistentes a dichas charlas que aseguran que les han cambiado la vida: por fin han encontrado un camino, o una fórmula que les motiva y les alienta. Acaso probaron antes otras cosas, desde el coaching hasta los chacras..., pero todo acaba cansando. Una de las estrellas de TED es el psicólogo Dan Gilbert, muy seguido estos días porque se ha aventurado a resumir la fórmula de felicidad, eso es: “Sexo, música y conversación”. Dinero, lo justo. Familia y amigos quedan implícitos en la conversación. Y parece que el amor también. La cuestión sería qué ocurre cuando se tiene todo esto y se sufre. Las teorías alrededor de los grandes problemas de la vida suelen pecar de efectismo, nunca son disparates, pero en su generalización se pierde el factor clave: que cualquier huella digital, y por tanto cualquier identidad, es diferente la una de la otra. El vacío existencial es combatido por el instinto de supervivencia: la pulsión de vida. Cuando se señala la infelicidad de un colectivo, de una sociedad, se apunta sobre todo a la insatisfacción. Porque dos planos, el real y el virtual, se superponen cada vez con mayor riesgo. La vida en las pantallas es indolora. Todo parece posible con un clic, desde la amistad en Facebook o la creatividad en Instagram hasta el sexo por app. Pero en la vida real se bajan las persianas antes de apagar la pantalla, porque a pesar de la ola de calor no siempre hay aire acondicionado.
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20 de julio de 2016
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La lealtad

En un tiempo, pongamos cincuenta años, había personas a las que llamábamos "de total confianza". No sólo habían logrado que no dudáramos de su absoluta lealtad sino que esa misma lealtad las constituía. Nos íbamos de casa, les dejábamos las llaves, los cajones abiertos, el recado para alguien, el gobierno de nuestros perros o gatos, la guarda de nuestros menesteres e incluso de nuestros hijos y partíamos totalmente tranquilos. Ellas actuaban como una réplica fiel de nuestros deseos y necesidades. Se comportaban, pues, con una lealtad de plata. No por mera sumisión sino por un amor servicial muy digno. Nunca traicionaban. Antes de hacer algo así, se habrían prendido fuego.

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20 de julio de 2016
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