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Jóvenes cronistas que llegan a tiempo

Qué alegría que jóvenes y pujantes cronistas me pidan que prologue su primer libro colectivo: Melissa Silva, Roberto Valencia, Nilton Torres, Luis Felipe Gamarra y Clavel Rangel escribieron a diez manos Pequeñas batallas, grandes historias. El libro está disponible en Amazon.

Las miradas de estos jóvenes pero ya veteranos reporteros están muy vinculadas a sus lecturas de la crónica latinoamericana, pero son historias de tres continentes y de una gran diversidad temática. Aquí les comparto mi prólogo. Espero que el libro vuele alto. El periodismo narrativo del Sur está en buenas manos.

*          *          *

Fue a mediados de octubre de 2007, en el primer día de clase del Máster en Periodismo de la Universidad de Barcelona. En mi función de director aguafiestas, les estaba recomendando a los alumnos que nunca hay que llegar tarde, ni a clase ni a una rueda de prensa ni a una cobertura informativa. Y usé una frase que repito como un mantra desde hace décadas: “Nunca es demasiado temprano”.

Melissa Silva estaba sentada en el costado izquierdo, y levantó la mano con educación pero decidida. “A veces sí es demasiado temprano”, dijo con ese tono cantarín de los venezolanos. Apenas nos estábamos conociendo, y me impresionó la seguridad con la que me contradecía. ¿Cómo es eso de que se puede llegar demasiado temprano?

Y entonces nos contó la historia. Era una jovencísima reportera de sucesos en un diario de su país, y el jefe la envía a una zona apartada, donde el jefe de policía daría declaraciones. Como no sabía el camino y el tráfico estaba pesado, salió con muchísima antelación. Cuando llegó al descampado, vio a lo lejos cómo unos policías se llevaban a un hombre maltrecho pero vivo a unos matorrales. Faltaban al menos dos horas para la comparecencia del oficial. Fueron llegando los colegas, la mayoría a la hora de la comparecencia.

Cuando apareció el jefe, anunció que un peligroso delincuente se había escapado, que había disparado contra los agentes, que estos se habían defendido, y que en el tiroteo el hampón había muerto.

De vuelta a la redacción, siguió contando Melissa, habló con su editor: todo era mentira, no hubo tiroteo, lo fusilaron, yo lo vi. Estaba alterada.

El hombre sonrió, le dijo que se calmara y le hizo una simpática reprimenda: “Muchacha, es que llegaste demasiado temprano”.

*          *          *

Nunca olvidé la historia que Melissa Silva contó esa mañana. Y siempre supe que aún en los inicios de su carrera, ella ya sabía que sí hay que llegar temprano, aunque nos traiga problemas, aunque se enoje el editor que quiere quedar de buenas con el poder. Melissa ya sabía de las alegrías y las angustias que da el llegar temprano.

Por eso no me asombra, casi una década más tarde, que sea ella quien me apresure ahora para que termine yo este prólogo. Quiere llegar a tiempo con esta excelente colección de crónicas que compaginó junto con cuatro compañeros de generación: los cronistas del presente y del futuro.

La misma Melissa Silva inicia la serie con el retrato de una anciana de Corea que lucha por los derechos de las víctimas de la esclavitud sexual del ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. En una crónica que sabiamente combina lo que Gil Won recuerda de la terrible historia pasada con sus jornadas de enfrentar a las cámaras y su valiente viaje a Japón, su personaje se nos construye a los lectores como mucho más que una militante por su propio pasado: su lucha es por la verdad, por la dignidad de todos.

El cronista peruano Nilton Torres Varillas se encara con un aventurero catalán que encontró la Chinkana, un secreto prehispánico que la iglesia no quiere que se revele. Es un relato de búsqueda al otro lado del mapa, de vocación, de sueños llevados al límite, contado con pericia y arte.

Su compatriota Luis Felipe Gamarra sigue al padre de un policía muerto en un turbio enfrentamiento con indígenas indignados. La lucha de Felipe Bazán Caballero también es por la memoria y la dignidad de su hijo. Una emotiva historia de dolor y resistencia.

El aguerrido reportero vasco afincado en El Salvador Roberto Valencia narra la curiosa historia de un famoso comentarista deportivo argentino convertido en gestor de proyectos para dotar de educación y futuro a la juventud desesperanzada de El Salvador. En sus viajes con el quijotesco Alejandro Gutman, Valencia le hace unas veces de Sancho Panza y otras de doctor Watson, atento a las extrañas sentencias y la capacidad inspiradora de su fascinante personaje.

Por último, la periodista venezolana Clavel Rangel perfila a un personaje multifacético, complejo, a la vez heroico y problemático: Vallita, la luchadora comunitaria de un barrio violento de Ciudad Guayana. Vallita cuenta su vida de puños cerrados, de dolor largo y efímera esperanza, de dar y recibir golpes. Rangel no la justifica: la explica, y de esa manera nos permite entrar en el alma oscura de los que devuelven el golpe o sucumben.

*          *          *

Cinco historias, cinco personajes muy distintos, cinco formas de narrar que muestran que la crónica periodístico-literaria está viva en América Latina y tiene mucho que contar. Ninguno de estos relatos aparecerá en la portada de los periódicos, en la apertura de los telediarios: no son presidentes ni empresarios exitosos ni deportistas famosos y modelos ni actores de telenovela. Son luchadores: saben qué los mueve y dónde quieren llegar. Se explican con pasión y claridad. No se hacen ilusiones sobre sus países injustos y desgarrados. Sus historias son dramas, no tragedias: todas dejan una rendija abierta a la esperanza.

Fui conociendo a estos cinco autores, que son lectores, reporteros y escritores impenitentes a lo largo de los caminos del ejercicio de la crónica y la enseñanza del periodismo relevante, el que pega y se nos queda pegado a la piel. A todos los admiro: son valientes, enfrentan peligros, piensan que el oficio de periodista tiene un fuerte componente ético, de compromiso con la verdad, con la justicia. Ven su trabajo como un constante rescatar voces acalladas, voces olvidadas, y darles el lugar que se merecen.    

Y pensar que todo empezó hace casi una década, cuando dije en clase que no se puede llegar demasiado temprano sin sospechar que en la orilla izquierda del aula se levantaría el brazo de Melissa Silva para contradecirme y al mismo tiempo regalarme la dolorosa historia que me daría la razón.

Estos cinco textos de luchadores por la verdad llegan justo a tiempo. 

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2 de agosto de 2016
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Besos históricos

El primer día de octubre de 1930, en una carta al pintor Gregorio Prieto, por entonces un amigo muy próximo a él, Vicente Aleixandre escribió lo siguiente: "Estoy seguro en [sic] que llegará una década de libertad, de máxima libertad. Nuestra generación no lo verá ya. Lo que hoy no está más que apenas tolerado, y mal, tan mal, será el día de mañana cosa corriente, formas distintas. El amor lo justificará como debe ser, como tiene que ser, porque como se habrá impuesto habrá hecho que la comprensión penetre hasta en las capas hoy más absolutamente impermeables. Será una obra de reparación que la humanidad se dará a sí misma y que hoy sólo se ve en las zonas más cultas". La reparación amorosa a la que el poeta se refería ha ido llegando, en efecto, aunque las décadas se hicieron esperar, entre la guerra y la inicua paz de Franco, que algunos hoy querrían perpetuar. Lo curioso es que, mientras se reconstruía en su plenitud humana la de otros escritores de su generación, la más íntima verdad de la vida de Aleixandre quedó en la nebulosa de los sobrentendidos y los breves apuntes ocasionales de alguno de sus amigos, hasta que, por fin, se cuenta con ‘La memoria de un hombre está en sus besos', una biografía escrita por Emilio Calderón, premiada y publicada por la editorial de Barcelona Stella Maris. Es un libro concienzudo en su investigación, equilibrado entre lo biográfico y lo literario (aunque, como en casi todas las biografías, la infancia y el árbol familiar del estudiado produzcan cierta fatiga genealógica), al que se le puede reprochar una hinchazón lírica en momentos puntuales, arrastrado quizá su autor por el ímpetu del verso aleixandrino.

Calderón proporciona datos interesantes sobre la figura paterna, Don Cirilo Aleixandre, ingeniero militar y hombre dado a escribir, con diversos textos publicados de álgebra y de geografía, así como un descubierto opúsculo de divertido título, ‘Manual de las obligaciones del soldado, cabo y sargento'. La involuntaria comicidad de las nomenclaturas corporativas también la hallamos en Aleixandre hijo, quien, tras concluir estudios de Derecho e Intendencia Mercantil, desempeñó breve trabajos, siendo el último en la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España. La mala salud prematura y la vocación

literaria centraron a partir de 1925 la actividad de Vicente, que publicó su primer libro de poemas en 1928, un año después del histórico homenaje a Góngora celebrado en Sevilla, punto de partida y cuño de la Generación del 27. Aleixandre, nombre fundamental de la misma, no pudo asistir por sus dolencias renales.

La enfermedad, sin embargo, no es lo que define la personalidad del premio Nobel de 1977, por mucho que sus altibajos la jalonaran (dándole alguna vez excusa para quitarse pelmas de encima). Una de las virtudes del libro de Calderón, que no trató al poeta, es trasmitir la vitalidad jovial, el humor, la curiosidad y, por primera vez con minuciosidad equilibrada, la vida sentimental del autor, a la que se había hecho alusión (en los meritorios pero circunspectos recuentos de Leopoldo de Luis, José Luis Cano y Antonio Colinas) consignando sólo su parte heterosexual y silenciando la indiscutible centralidad homosexual del autor de ‘Espadas como labios'. La biografía de Emilio Calderón aspira asimismo a analizar la obra y el contexto, y destacan a ese respecto los incisos sobre Aleixandre como gran prosista y ferviente lector de novela (con su declarada filiación galdosiana), la recensión bien hecha (en el capítulo 11) del surrealismo aleixandrino, y el foco sobre su maravillosamente atrevido poema de 1930 ‘El vals', tan celebrado por Luis Cernuda, para quien la enorme impresión que su lectura causó a García Lorca pudo hacer que Federico escribiese a continuación, en ‘Poeta en Nueva York', su ‘Vals en las ramas' y su ‘Pequeño vals vienés', musicado éste de forma memorable, mucho tiempo después, por Leonard Cohen. También se presta atención a los acontecimientos de nuestro país en los esperanzados, turbios y trágicos años que van desde 1930 a 1949, cuando Aleixandre es nombrado académico de la Lengua y se rompe con esa valiente elección su ostracismo. Y mezclada con la historia en mayúscula, la pequeña historia de la vida íntima; desde sus amoríos pintorescos pero substanciales (recordados siempre con afecto por el escritor) con una cupletista de nombre artístico Carmen de Granada, mujer vivaz y promiscua que le trasmitió una grave infección venérea, arrastrada toda su vida, hasta la prolongada "amitié amoureuse" con la profesora alemana Eva Seifert y la breve fijación con una enigmática "niña rubia", de cuya existencia real hay motivos (de orden estratégico o prudencial) para dudar.

En ‘La memoria de un hombre está en sus besos' (cita de un verso del poeta) se consignan junto a otros enamoramientos masculinos de diversa consistencia las dos grandes pasiones hacia hombres más jóvenes que él, trascendentales en la "historia del corazón" de Aleixandre. La primera fue su relación con Andrés Acero, persona atractiva y desdichada, víctima como tantas de la guerra civil y el destierro, y sobre el cuál Emilio Calderón ha llevado a cabo una encomiable labor de identificación y datación, aquilatando y corrigiendo detalles de su final suicida en México, que el propio Aleixandre, separados los dos amantes desde el verano de 1937, no pudo saber con precisión cuando, en alguna rememoración emocionada, lo refería. Un episodio dramático fue el encuentro de un Acero devastado y empobrecido con el entonces joven profesor Carlos Bousoño, a quien el primero oyó dar en Ciudad de México, a principios de 1948, una conferencia sobre la poesía aleixandrina; al acabar, Acero, ignorando tal vez el vínculo más que literario que el conferenciante tenía con el poeta, le mostró a Bousoño el único bien que había conservado en su duro exilio de militar republicano, un ejemplar encuadernado ex profeso en 1935 de ‘La destrucción o el amor', en el que su autor, sabedor de que Andrés vivía con los padres, se limitaba a firmar, poniéndole al final, en la escritura estenográfica que había estudiado, una cifrada declaración amorosa.

Carlos Bousoño fue largo tiempo el último y seguramente definitivo amor de Vicente Aleixandre, y el libro de Calderón lo pone de manifiesto (no sin alguna cortapisa) y corrobora con una brevísima muestra documental que deja un sabor agridulce; los fragmentos de un par de misivas, fechadas precisamente en 1948, presentan a un extraordinario escritor de cincuenta años desbocadamente enamorado del joven Carlos, y expresándose con el descaro rayano en la cursilería que las cartas de amor, según decía Pessoa, han de tener. Substancian en cualquier caso lo que antes corría como chisme, y confirman que, en número por lo visto superior a las sesenta, esta correspondencia existe, sin sufrir el destino de otras mutilaciones pías. Lo que quiere decir doscientas páginas inéditas de Aleixandre en plena madurez. ¿Habrá que esperar más décadas para que la reparación completa se realice?

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1 de agosto de 2016
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Catedral de Jaén

 

 

Lista de pobladores actuales de la catedral de Jaén -no reconocidos por la autoridad eclesiástica- confeccionada a partir de datos aportados por personas de confianza:

 

Maestro Bartolomé. Condición: espectro.

Uno de la familia Corvera. Condición: insepulto.

José Martínez de Mazas. Condición: espectro.

Eufrasio López de Rojas. Condición: lupo.

Marianela Rebujo de Alcanforado. Condición: lamia.

Sempiterna Bonó de Gargolés. Condición: mora. 

Jacopo Florentino. Condición: ráfaga.

 

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1 de agosto de 2016
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Adelantarse al tiempo: Caballo Loco

La idea de “adelantarse al tiempo” puede parecer una insensatez.

¿Cómo vas a adelantarte a tu propio ser y a tu propio estar? Sería como partirse en dos.

Para muchos, adelantarse al tiempo sería posible únicamente con la imaginación, y no se trataría de un adelanto real, se trataría de una ficción.

Sin embargo los sioux sí que creían que uno podía adelantarse al tiempo. ¿Con el poder de la imaginación? No, con el poder del deseo.

Y el deseo era para ellos un caballo como el que montaba Caballo Loco.

Dicen que una vez Caballo Loco habló con el Gran Espíritu, y el Gran Espíritu le susurró:

-El tiempo es tan veloz como el viento sobrevolando las praderas, los valles y las montañas. Tienes que cabalgar a lomos del viento y adelantarte al tiempo. ¿Me has entendido?

-Sí, te he entendido -cuentan que le dijo Caballo Loco al Gran Espíritu.

Para el Gran Espíritu adelantarse al tiempo eran tan fácil como respirar. Bastaba con abrir los brazos al deseo.

Pero para desear hay que estar vivo, y muchos están muertos antes de morir. Esos no pueden adelantarse al tiempo, que pasa por encima de ellos sin que se den cuenta, como no se dan cuenta los muertos cuando el aire barre las lápidas de los cementerios.

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1 de agosto de 2016
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A mí. señoras mías. me parece

Este librito (apenas 90 páginas, pero la mitad son ilustraciones) resulta tan delicioso como un sorbete de limón perfumado al armañac y degustado en  algún umbrío rincón de los jardines del propio palacio de Fontainebleau. Pícaro, refrescante y con ese sentido tan francés de lo galante. Y, de ahí,  delicioso.

A mediados de los años ochenta  del siglo pasado el más exquisito de los editores italianos, Franco Maria Ricci,  le encargó a la entonces novelista y actual miembro de la Academia Francesa, Florence Delay, un libro que finalmente se llamó Les Dames de Fontainebleau y que fue publicado en 1987 dentro de una de aquellas fastuosas cajas negras en perfecta consonancia con las obras de arte que contenían.  Al cabo de una larga desaparición  incluso de las librerías especializadas en rarezas para gourmets,  Acantilado ofrece ahora una versión de aquel libro que pese a ser reducida sigue siendo una joya, primero porque los textos de Florence Delay son sugerentes, fascinadores y elegantes, y segundo porque muchas de las ilustraciones son obras o fragmentos de obras no muy conocidas porque incluso quienes las hayan visto con sus propios ojos en las paredes y techos de Fontainebleau difícilmente las habrán degustado con la minuciosidad y conocimiento  que ofrece la autora.

En concreto se trata de treinta y un relatos relacionados con cuadros, frescos y  objetos pertenecientes a ese palacio que empezó a ser utilizado como residencia por Luis VII en el siglo XII y que a lo largo de los siglos ha sido ampliado, enriquecido y dotado de complementos tan fastuosos como los jardines,  obra del jardinero de Enrique IV, Claude Mallet.

Pese a su apabullante grandiosidad,  Fontainebleau no ha sido el lugar de residencia favorito de los reyes franceses porque  éstos, como  todos los reyes, se pirraban por los caprichos caros y Francisco I, pese a ser quien más lo engrandeció, lo utilizaba solo como pabellón de caza y prefería alternar con sus residencias de Blois y Amboise (visibles hoy a orillas sel Loira). Eso,  si no se acercaba hasta los Pirineos para disfrutar de las gigantescas cuadras que se hizo construir en el castillo de Rivau. Y cuando Luis XIV terminó de arreglar Versalles a su gusto, cabe imaginar dónde preferían morar sus sucesores.

Además de tener a su servicio a Leonardo de Vinci, Francisco I hizo venir de  Italia al excéntrico pero genial Rosso Fiorentino (hay muchos ejemplos de su quehacer en el libro). Aunque una parte considerable de su obra se ha perdido (las fiestas, recepciones y conmemoraciones de la época adsorbieron muchos de sus afanes) es el autor de los mejores frescos de Fontainebleau y fue el introductor del manierismo en Francia. Posteriormente su influencia se extendió  a Alemania, Países Bajos e Inglaterra. 

Tras el suicidio del florentino, los sucesores de Francisco I, Enrique II y Catalina de Médicis,  lo sustituyeron por Francesco  Primaticcio, menos excéntrico que su predecesor pero continuador y divulgador de la maniera francesa de entender la pintura.  En Google se pueden ver las suficientes obras suyas como para hacerse una idea muy exacta  de su trabajo.

Acostumbrados como estamos a que muchos de los libros escritos actualmente por mujeres sean  una especie de memorial de agravios acerca del  injusto y reiterado mal trato recibido por la mujer, ya sea en la pintura, la literatura, el hogar o allí donde se mire, y sea cual sea la época de que se hable (aclaro ahora mismo que no estoy diciendo que ellas  no tengan toda clase de razones para hacerlo, por más que la lectura de esos textos se haga en exceso monótona por lo reiterado de la queja), sorprende no encontrar en Florence Day un solo texto, y ni siquiera una simple frase, que sirva para figurar en dicho memorial de agravios.  

                Aunque en otras ocasiones Florence Delay ha dejado clara la opinión que le merece la gestión que ha hecho el masculino de un mundo que considera exclusivamente suyo (sin ir más lejos, el  día que ella ingresó en la Academia sólo dos de sus miembros eran mujeres) en A mí, señoras mías, me parce, lo que pretendía era sumirse en el papel de una muchacha del Renacimiento y dar voz a las damas representadas en Fontainebleau, señoras mías, ya fueran históricas o pictóricas o ambas cosas (como la ya citada Catalina de Médicis, protagonista de hechos decisivos de la historia de Francia y modelo en un conocido retrato suyo hecho por François Clouet y reproducido en el libro). Pero su pretensión no era reivindicativa ni llevar a cabo un ajuste de cuentas: su (ambiciosa) intención era reproducir por escrito la maniera de entender la vida y las costumbres, la reinvención de la mitología y el homenaje (a su manera.claro) que la época dedicaba a lo femenino.  Y resulta un privilegio asistir al prodigio de ver cómo el texto y  la imagen se enriquecen mutuamente en esta especie de diálogo exquisito. Eso sí, para terminar de degustar esta delikatessen conviene repasar un poco la historia  de Francia para situar a los personajes y sus hechos en el lugar que les corresponde porque la autora no se molesta en aclarar según qué minucias.   

 

A mí, señoras mías, me parece

Florence Delay

Traducción de Caridad Martínez

Acantilado      

 

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31 de julio de 2016
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Fin de raza

"Viví una infancia miserable en lo sentimental, pero dorada en cuanto a confort se refiere. Es así, balanceándose entre la noche y el sol, como una se vuelve contestataria. Mi padre era corso; murió a los cien años. Mi madre, de Burdeos; vive todavía. Ella salió victoriosa, también mi hermana, de las pruebas que supusieron la Resistencia y el campo de concentración. Yo estaba en la prisión de Fresnes, llevada directamente del convento a la celda 325, con otras tres mujeres que me hablaron de todas esas cosas que hasta entonces no conocía. He oído mucho y lo he retenido todo. Hoy soy feliz siendo contestataria”. Ese era el recuento biográfico que Juliette Gréco hacía a finales de los años 70. Había recorrido una intensa travesía vital: padres divorciados, un hogar feliz hasta que estalla la II Guerra Mundial, la cárcel con catorce años… Terminada la guerra, y ya un personaje en ciernes a pesar del desamparo, supo dónde podía refugiarse. La acogió su profesora de lengua, que era actriz: “Es muy difícil ocuparse de una niña que no tiene lazos de ninguna clase”, diría Gréco, que vivió durante años en una pensión familiar habitada por personajes pintorescos. En el sótano había un viejo piano desafinado con el que aprendió a amar la música, aunque no quisiera de ningún modo ser chansonnière sino actriz –con los años llegaría a serlo, como atestiguan Orfeo, Quand tu liras cette lettre, Elena y los hombres, Fiesta, Buenos días tristeza o Las raíces del cielo–. Un grupo de amigos volvía de cenar en Saint-Germain-des-Prés una noche, y la periodista y escritora Anne-Marie Cazalis le dijo a JeanPaul Sartre que no entendía por qué su protegida no quería dedicarse a cantar. Ella protestó: “No sé cantar, y además no me gustan las canciones que se escuchan por la radio”. Se inclinaba por el aire entre cabaretero e intelectual de Yves Montand. Sartre la citó para el día siguiente; tenía preparados unos cuantos poemas, de Queneau, Desnos, Prévert, Laforgue y él mismo, que Joseph Kosma musicaría para convertirlos en Si tu t’imagines, La fourmi, Je suis comme je suis, Les feuilles mortes o La rue des blanc manteaux. Nacía un mito, artístico-erótico, francés y universal, con su flequillo rotundo, la raya del ojo perfilada, un cigarrillo en la comisura y su guardapolvos de luto riguroso. Así Juliette Gréco se convertía en musa del existencialismo francés.
Sartre fue uno de sus máximos valedores; la adoraba, decía de ella: “Tiene millones de poemas en la garganta que no han sido todavía escritos. (…) ¿Por qué no escribir poemas para una voz? Es gracias a ella, y para ver mis palabras convertirse en piedras preciosas, que yo he escrito canciones”. Pero Gréco, cuando vivía en el hotel La Lousiane, donde dejaba la puerta abierta mientras enjabonaba su cuerpo, fue el gran amor, fugaz, de Miles Davis, quien en su biografía escribía: “La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente Juliette fue la primera mujer a la que amé como a un ser humano, en igualdad. (…) Era abril en París. Sí. Y estaba enamorado”. No se fueron juntos a Nueva York, él no quería que padeciera el racismo aún cruento, y el opio ya había entrado en su vida. Ella siguió cantando y amando hasta hoy, a punto de cumplir noventa años.
Esta misma semana lo hizo en Friburgo y de aquí a fin de año se subirá a las tablas en Lille, Nantes, Marsella y París. Afirma: “Si canto quince canciones, vivo quince vidas”. Siempre ha evitado compararse a una estrella, también ha prescindido de lugares comunes y divismos. Su voz es la última resistente de un mundo desvanecido entre volutas de Gitanes.
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30 de julio de 2016
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Una amenaza existencial para Europa

Tras el golpe de Estado frustrado del 15 de julio sabemos que hay un grupo terrorista más temible para Turquía que el autoproclamado Estado Islámico o Daesh. Es la Organización Terrorista Fetulá (OTF), a la que el presidente Erdogan atribuye el golpe, el intento de asesinarle y una amplia infiltración de la estructura del Estado y de la sociedad turcas para subvertir su orden democrático.

La denominación de la OTF es una invención de Erdogan, a partir del nombre de Fetulá Gülen, un anciano clérigo de 84 años que vive en Pensilvania y es el fundador de Hizmet (Servicio), el auténtico nombre de una cofradía musulmana de inspiración sufí, a la que se atribuye un propósito de infiltrarse en las estructuras del poder económico y político al estilo del Opus Dei católico.

El Estado turco se halla entregado en cuerpo y alma a combatir a esta OTF, hasta el punto de que la purga iniciada en la noche del 15 de julio apenas tiene precedentes en la historia reciente. Hay que acudir a la Revolución Cultural de Mao hace 50 años o más atrás a la Gran Purga estalinista de los años 30 o a la Noche de los Cuchillos Largos en 1934, cuando Hitler liquidó a las milicias de su partido, las célebres SA, para encontrar una represión tan extensa entre antiguos socios y aliados.

Antes incluso que el Estado Islámico hay todavía otra amenaza existencial mayor para Turquía y esta es el PKK, el partido de los trabajadores del Kurdistán, con el que ahora está en guerra abierta después de haberse truncado el proceso de paz iniciado en 2012. Al final, sí, Ankara también combate al Daesh, sobre todo después del atentado en el aeropuerto de Estambul, que costó la vida a 41 personas, pero es su tercera prioridad.

No es extraña esta inversión de prioridades, que difícilmente se entiende en Europa y Estados Unidos pero forma parte de la geopolítica de la zona, donde el terrorismo suele ser un buen instrumento de los servicios secretos de alguno de los Estados en pugna para chantajear a algún adversario. Israel y Arabia Saudí, por ejemplo, consideran a Irán como su principal amenaza existencial. En cambio, para el régimen de El Assad y para Irán, objetivos designados por Daesh, ni siquiera este es su enemigo existencial, sino un mero avatar del poder saudita al que identifican como aliado del sionismo y de occidente en la guerra por procuración entre chiitas y sunnitas en que se han enzarzado.

Al final de las cuentas, solo para los europeos Daesh es una amenaza existencial, porque pretende dividirnos, convertir a los musulmanes europeos en una comunidad aparte, discriminada y estigmatizada, deteriorar el Estado derecho y el sistema de libertades y valores y extender la guerra civil islámica declarada ahora en Oriente Próximo al conjunto de Europa.

A Daesh ya no le queda apenas ejército para mantener el dominio territorial que instauró hace dos años con la toma de Mosul, pero cuenta con el arma de la debilidad de los europeos, incapaces de enfrentarse unidos, en cada uno de los países y luego los países entre sí dentro de la UE, a la mayor amenaza contemporánea que pesa sobre su existencia.

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28 de julio de 2016
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SOLVAY 1927: “Lucha de gigantes en torno a la entidad”

"Se diría que asistimos  a una suerte de lucha de gigantes por lo virulento  de su confrontación en torno a la entidad (gigantomachia... peri tes ousias, Platón  El sofista 246ª y siguientes). 

En 1903 el químico belga Ernest Solvay patrocina en la universidad de Bruselas la creación de un centro de investigación que llevará su nombre. En 1911 decide que en tal marco se realicen periódicamente encuentros científicos. El primero de ellos tuvo lugar una semana entre finales de octubre y principios noviembre de ese mismo año. El tema era La théorie du rayonnement et les quanta (Teoría de la radiación y los quanta),  Chairman de la conferencia era  Hendrik A. Lorentz y entre los participantes  estaban Max Planck, Ernest Rutherford, Marie Curie,  Henri Poincaré, y casi el benjamín de tos ellos... Albert Einstein.  No fue invitado Louis de Broglie, aunque sí acompañaba a su hermano Maurice, secretario de ese primer  Conseil Solvay,  hoy conocido como Solvay Conferences.

Se considera que esta primera conferencia constituye un auténtico hito en la historia de las reuniones científicas. En el calendario de las Solvay conference  hay sin embargo  una segunda fecha, que además de ser un punto de referencia absoluto en la física  puede también ser considerado como un momento determinante de  la historia de la meta-física.  Me refiero a la quinta conferencia que bajo el título general de "Electrones y fotones" tuvo lugar en octubre de 1927 (1) también presidida por Hendrik Lorentz. Varios de los congregados  eran ya  premios Nobel pero muchos otros lo serían más tarde (en total 17 de los 29 participantes).

Una suerte de lucha de gigantes en torno a la entidad ( gigantomachia peri tes ousias,)", nos dice Platón en  El Sofista, diálogo  que forma parte de los conocidos como metafísicos: los unos afirmando que sólo tiene entidad aquello que ofrece resistencia a los sentidos, incómodos  y negándose  incluso a escuchar  cada vez que se atribuye  la entidad a lo carente de cuerpo...;los otros, reiterando que el ser sólo es atribuible a lo que se aprehende con el intelecto. Y, "como un niño que responde ‘los dos'", el que busca ante todo la verdad se negará de entrada a posicionarse, apreciará apreciando y baremando lo afirmado por cada una de las partes.

Y efectivamente como ya he reiterado aquí en relación al fragmento de problemática análoga, literalmente polémica (pues expresada en términos de vencedores y vencidos ("Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota") que  Galeno atribuye a Demócrito, el interés de cada posición reside en gran parte en  el  conflicto (polemos) mismo que mantiene con la otra. Este conflicto podrá ser interpretado  como una polarización en el seno del sujeto, polemos  entre las facultades del ser de razón. Pues bien:

 El estatuto del ser de razón acabará siendo también el problema al que se verán abocados los protagonistas de aquel debate en el otoño de 1927 en Solvay. Ellos directamente, o al menos sus herederos. Pero este  problema del  testigo (el problema por ejemplo de dónde situar la frontera entre indicador del resultado de una medida - el cual es a su vez medible - y lo que en última instancia mide)  será el  punto de llegada, no el de arranque. La nueva  "lucha de gigantes" se focalizará en primer lugar en la entidad física inmediata, y allí aparecerá explícita o embrionariamente  todo aquello que desde entonces (al hacer que la física  alimente de nuevo las alforjas del filósofo) permite sostener que asistimos al renacimiento de la metafísica.

La riqueza de contribuciones en el coloquio de Solvay 1927 fue tal que, cabe decir, se encuentra allí en embrión todo el desarrollo de la física cuántica a lo largo del siglo XX.  En Solvay se discutió la mecánica ondulatoria de Schrödinger y la mecánica de matrices forjada dos años antes por Heisenberg, de la que Max Born da una interpretación probabilística (regla de Born) que se ha convertido en un pilar de la disciplina.  Decía antes que el físico francés  Louis de Broglie no había sido  invitado en la conferencia inaugural de 1911, pero sí lo fue en esta de 1927, dónde presentó una  hipótesis  (Pilot wave) sobre la realidad cuántica con gran peso en interpretaciones ulteriores, concretamente en la de David Bohm  (hasta el punto de que ha podido hablarse de "La mecánica cuántica de De Broglie-Bohm").  Bohm fue un  defensor a ultranza  (a través de una teoría más compleja) de los principios ontológicos reivindicados por Einstein, aunque  igualmente incapaz de salvar el más importante de ellos,  punto de arranque de la conferencia de Einstein en Solvay (de pasada, Bohm fue una víctima del McCarthysme y, pese al apoyo de Einstein, escandalosamente marginado por el rector de la universidad de Princeton, lo que le forzó a exiliarse a Brasil)

Antes de centrarse en alguno de  los debates que allí tuvieron lugar y que justificaría el título dado a esta columna, convendrá recordar ( y así lo haré en la próxima columna) un  aspecto de la vida de uno de los protagonistas,  concretamente el conflicto interior entre la asunción por Albert Einstein de su obra  y ciertos corolarios de la misma, conflicto que se da en un doble frente: el de los principios éticos (a menudo evocado) y en el de los principios filosófico-ontológicos (menos popularizado). Einstein enfrentado a los corolarios filosóficos de una de las ramas de su esfuerzo por entender el mundo; de alguna manera Einstein frente... a Einstein: tal será uno de los combates a los que se asistirá en ese prodigioso ring científico-filosófico que fue  en 1927 el castillo de Solvay.

 


(1) G. Bacciagalupe and A. Valentini, Quantum theory at the crossroads: Reconsidering the 1927 Solvay Conference. Cambridge University Press 2009. Se trata de un volumen en el que los autores recogen en inglés las intervenciones de este simposium.  

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27 de julio de 2016
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Vidas en el museo

Mucho más que a su propia obra maestra ‘El arca rusa', ‘Francofonia', la nueva película de Alexander Sokurov, remite a ‘Toute la mémoire du monde' (1956), haciéndole guiños y yo diría que más de un homenaje. En ese breve film de veinte minutos, una de las piezas esenciales de la importante y larga fase inicial de Alain Resnais como documentalista, la Biblioteca Nacional de París era el cuerpo viviente y el objeto de una ficción romántica en la que el almacenamiento y el cuidado de los volúmenes, el infinito de sus anaqueles, las figuras anónimas de usuarios y empleados del organismo (ese vigilante escondido que observa con cautela a los lectores) adquirían, por medio de los sinuosos ‘travellings', las tomas cenitales de sus espacios internos, la música expansiva de Maurice Jarre y la cadencia retórica del narrador, un aura sublime. "La Biblioteca Nacional es un museo", se dice en un pasaje del texto narrado (escrito por Remo Forlani), y Resnais acercaba la cámara golosamente a los lapidarios y el medallero que hacen compañía a los libros, abriendo y cerrando sin embargo su documental con unos artilugios extraños, "una maquinaria semejante a la del Capitán Nemo", que, mostrada misteriosamente en los planos de arranque, resultan ser los aparatos de medición de la humedad del aire que el papel impreso requiere para no abarquillarse.

 

   También ‘Francofonía' arranca como un film de aventura fantástica y acuática, en el que el Autor, en su anticuado despacho, se conecta a través de las ondas con un amigo, capitán de un barco azotado por una furiosa tormenta marina que amenaza y finalmente se traga la carga del navío: la colección de arte de un museo. Insertado a lo largo de la película más bien como resorte dramático que como alegoría, el destino de dicho cargamento deja pronto de interesar, ya que Sokurov, que ha inventado ese innecesario contrapunto, se distrae de él para centrarse con gran potencia de imaginación en lo que verdaderamente le encargaron los franceses del Ministerio de Cultura y la cadena Arte: un historial o florilegio del Museo del Louvre, que él transforma en una perorata sobre el espíritu del lugar que lo alberga, París, y una apología trascendental de la propia noción de museo. La riqueza y variedad de sus procedimientos le dan a 'Francofonia' un carácter heroico más que lírico, sin el "tour de force" del único plano-secuencia de ‘El arca rusa' en el Hermitage pero con algún brote similar de ‘grandguiñol' en los perfiles de la Marianne revolucionaria y el Napoleón ufano de sus colecciones; tienen a veces chispa guasona, pero no son desde luego equivalentes al protagonista y narrador de aquel film, el fascinante Marqués de Coustine.

    En ‘Francofonia' interesan tanto los excursos pictóricos, a veces en forma de caricia de la tela y éxtasis ante el cuadro, como las ocurrencias, por ejemplo en el bellísimo plano del bombardero alemán volando sobre la Cour du Louvre, una de las numerosas secuencias de truca digital de excelente acabado. Pero además, o encima, Sokurov quiere contar la historia de un duelo que empezó por la confrontación y terminó en un fuerte vínculo amistoso. Se trata de la relación de Jacques Jaujard, director del museo en tiempos de la ocupación, y el conde Wolf-Metternich, oficial de las fuerzas nazis al mando de la requisa y resguardo de las obras de arte francesas. La tirantez del principio, que va dejando paso a la confianza mutua entre ambos, está contada en los momentos más trascendentales como si se tratara de un material filmado en los años de la segunda guerra mundial, con falsos arañazos en los extremos del celuloide y algún que otro salto en la imagen. La estrategia forma parte del correlato de Sokurov, que incluye asimismo canciones de época, fragmentos de películas clásicas francesas y una especie de fantasía aeroespacial sobre el cielo de París y sus más altos edificios, por los que la cámara planea sin ánimo de bombardeo; solo con la impertinencia amorosa del curioso.

   Sokurov ha declarado que ‘Francofonia', hecha trece años después de ‘El arca rusa', forma parte de un sueño suyo: un ciclo de loas fílmicas en las que tuviesen cabida el museo Británico y el Prado. Apetecería verle en esas nuevas empresas, y saber más de sus obsesiones museísticas, tan distintas a las de Frederick Wiseman en su árida e interminable reconstrucción de los quehaceres de la ‘National Gallery' londinense. El cineasta (y artista plástico) ruso cree en las musas, aunque no desdeñe las máquinas. No le interesa reflejar el funcionamiento de esas gigantescas arcas llenas de cuadros, sino comprobar el latido que tantos de ellos mantienen en la frialdad de las salas o en el calor de las masas que se apiñan ante los muros donde están colgados. En esas exaltaciones del más glorioso arte antiguo y sus más excelentes contenedores, Sokurov sigue siendo un atrevido anti-moderno para quien el alma de la pintura y las galerías y bóvedas que la preservan son no sólo espacios memoriosos del pasado sino formas fundamentales de nuestro futuro: depósitos de lo mejor que podrán hablar incluso en el peor de los tiempos.

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27 de julio de 2016
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La respuesta está en ti

Asegura el horóscopo, pero también la meditación transcendental, el chi kung e incluso la esthéticienne de mi barrio, que la respuesta siempre está dentro de uno mismo. Cuando te sueltan una aseveración de tal magnitud, que suele coincidir con momentos de duda o con un tipo de agotamiento que aumenta la vulnerabilidad, te sientes igual que en una ciudad desconocida donde se habla un idioma extraño. También puede empujarte la urgencia de probar unas gafas nuevas para ver mejor, o de cambiar algo más: de casa, de trabajo, de alimentación, a fin de encontrar la respuesta que se esconde dentro de ti, según afirma ese enorme colectivo de sabios. Preguntas a todos, excepto a tu jefe, incluso a Dios, pero oyes un silencio al otro lado, eso sí, violado por los primeros sonidos del verano: unas palas en la playa, el berrinche de los críos en un vagón de tren, los voceros que venden helados y Fanta, las obras que siempre empiezan con el calor. Te excusas. ¿Cómo vas a hallar la piedra filosofal, el quid de la cuestión, con ese ruido de fondo?
Aseguran que al día tenemos unos 80.000 pensamientos que nos asaltan, se enquistan o pasan veloces frente al entrecejo –allí donde se aloja el llamado tercer ojo–. Te haces cruces cuando al intentar relajarte recuerdas nombres y gente que no significaron nada para ti, datos triviales, lugares anodinos... Intentas dejar la mente en blanco para que así emerja la revelación consagrada a pacificar tus días, pero en lugar de eso se te cruza un manojo de palabras, como las de aquel conductor marroquí que encocha en un hotel de lujo y transporta a sus clientes más vip al aeropuerto. Conversé largamente con él acerca de su oficio y su religión, pero también chafardeé sobre su elitista pasaje. “Tienen mucho dinero, pero no duermen”, me contó con un tono grave. Resulta que los millonarios rusos o árabes, que no se privan de nada, le preguntan a Mohamed si él duerme, y aunque no tenga Rolex ni Porsche, ni segunda residencia o tan siquiera unos zapatos de cuero español, él les responde que sí, que duerme plácidamente. Tanto es así que, en una ocasión, un moscovita y su amante le suplicaron que les permitiera descansar en su casa, a lo que su mujer y su madre se negaron: cómo iban a meter a los rusos y a su vodka junto a los niños; no había dinero que pudiera comprar la paz de su pequeña morada.
Julio revienta, acalorado, apurando sus sobras. Un impulso casi apocalíptico nos conduce a terminar el curso con frenesí a fin de disponernos a cambiar las rutinas de todo el año. No sé si al viajar, al pisar la arena o al dormir nueve horas encontraremos una respuesta: nos bastaría con recoger nuestra propia sombra, ahora que ni sabemos quiénes somos.
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27 de julio de 2016
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El Boomeran(g)
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