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Comienza la temporada de conciertos en Barcelona y Cultura/s de La Vanguardia publica mi entrevista con el director titular de la orquesta de la ciudad. Esta, su segunda temporada en la OBC, encuentra a Kazushi Ono bien asentado en la vida musical de la ciudad. Además de preparar un ciclo muy romántico y con interesantes viajes al barroco y la música contemporánea, el maestro dirigirá algunas de las piezas que lo hicieron famoso en Asia y Europa.
Aupado en su fama como gran director de ópera, traerá en dos de sus conciertos la Misa de Requiem de Giuseppe Verdi y un concierto de piezas orquestales de las principales óperas de Richard Wagner. Ono dirigirá también obras de Tchaikovski, Shostakovich, Brahms y su compositor predilecto: Gustav Mahler.
Aquí mi entrevista:
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Pocas veces el mundillo de la música clásica en Barcelona se alegró tanto por un desembarco. En enero de 2014, la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC) anunciaba la designación del maestro Kazushi Ono (Tokio, 1960) como director titular de la orquesta. Ono venía precedido de una fama como formador de cuerpos orquestales de vuelo lírico y precisión rítmica, un defensor del repertorio romántico pero abierto a nuevas aventuras.
“Su contratación fue un salto cualitativo, tanto por su calidad como por su perfil internacional”, dice el gerente del Auditori Valentí Oviedo.
El director japonés labró su reputación primero en La Monnaie, la ópera de Bruselas, y luego en la Ópera Nacional de Lyon en Francia, cargo que deja este año. Allí dirigió funciones muy alabadas por la crítica de obras difíciles como Los jugadores de Sergei Prokofiev, Lulú de Alban Berg y Parsifal de Richard Wagner. Atrajo a Lyon la atención de la crítica y a grandes directores de escena. Encargó producciones vanguardistas, como una doble función de Il prigioniero de Luigi Dallapliccola y Erwartung de Arnold Schoenberg en 2013, en una impactante puesta de Alex Ollé de La Fura dels Baus.
Por su trabajo en Lyon le fue otorgado el premio de la Asociación de Críticos Franceses en tres ocasiones, y el DVD de su exitosa producción de La hora española y El niño y los sortilegios de Maurice Ravel con el Festival de Glyndebourne se llevó en Gramophone Award a la mejor grabación de ópera en 2014. Como director de ópera se lo pudo ver en Barcelona en un estreno: Wintermächen, de Philippe Boesmanns, en 2003.
En su primer concierto como director invitado con la OBC, en enero de 2012, se ganó el elogio de la crítica y el aplauso fervoroso del público en un programa ambicioso: el Idilio de Sigfrido de Wagner, Juegos de Debussy y Sherezade de Rimski-Korsakov. En enero de 2014, en ocasión de su segunda venida para tocar una pieza contemporánea de su compatriota Toru Takemitsu y la poderosa Sinfonía Alpina de Richard Strauss, lo presentaron como director titular.
Debía asumir un año y medio más tarde, un plazo amplio en un medio musical como el barcelonés. El tiempo le sirvió para conocer la realidad musical catalana y los músicos de su formación, y para pensar en las temporadas por venir.
La página oficial del director abre, sorprendentemente, con una efusión lírica: “Kazushi Ono ama el poder de la música para juntar a la gente. Su estilo en los ensayos, tranquilo y calmado, muestras sus cualidades abiertas y receptivas. El director transmite mensajes complejos en las funciones con leves gestos expresivos y una sabiduría nutrida en su inextinguible pasión por hacer y explorar la música de otros. Está en su naturaleza relajarse tras un concierto tocando parte de las obras orquestales al piano. En síntesis, la música ha alimentado su espíritu desde la niñez”.
¿Cuándo y cómo descubrió su vocación musical?
En mi infancia la música me hacía feliz, me ponía a bailar. A los 5 años de edad, escuchando el disco Kindergarten, fue la primera vez que pensé en dirigir una orquesta. Estaba aprendiendo a tocar el piano. Como adolescente, empecé a tocar música en serio, pero el sentimiento de mi primer encuentro con la música nunca cambió y sigue hasta ahora. Pienso que es la base para la relación especial que tengo con la música, aunque haya tenido que andar muchos caminos duros y desconocidos.
Y después de tantos años en el podio, ¿qué es para usted lo más estimulante y lo más difícil de la vida de un director?
Lo mejor, aprender a escuchar tu voz interna. Lo más difícil, escuchar el sonido real que viene de la orquesta y actuar en consecuencia.
Japón ha producido muchos directores importantes, desde Seiji Ozawa. Incluso la OBC tuvo hace poco otro director titular de su país. ¡Hay algo en la formación, la cultura, el caràcter de su país que promueva esto? ¿Hay una forma japonesa de dirigir? ¿Cómo lo influye su origen?
En Japón ha habido un legendario profesor de dirección de orquesta y violonchelo llamado Hideo Saito. Su nombre sigue vigente en el famoso Festival Saito-Kinen. Fue un gran maestro que analizó a fondo la relación entre la música y el movimiento. Su influencia en los directores japoneses desde Ozawa es enorme; se podría decir que todos somos sus discípulos. Yo no estudié con él, pero aprendí mucho de su método: sobre todo a nivel técnico. Eso fue básico para mí en el repertorio sinfónico. Pero dado que quería aprender a dirigir ópera también, decidí ir a Europa para seguir con mi aprendizaje.
¿Cuáles son los directores que más lo han influido y los que más admira?
Al llegar a Europa estudié y trabajé en la Ópera Estatal de Baviera. Por fortuna, pude ver muchos ensayos, conciertos y funciones de ópera de grandes directores como Wolfgang Sawallisch, Carlos Kleiber y Giuseppe Patané, cuya creatividad y forma personal de hacer música me llevaron a una nueva dimensión.
El año pasado inició su período como director titular de la OBC. ¿Por qué decidió venir a Barcelona, y cómo fue su experiencia este primer año?
El programa de mi primer concierto con la orquesta, como invitado fue difícil: el Idilio de Sigfrido de Wagner, Juegos de Debussy y un Rimsky Korsakov. Pero al trabajar ese programa con ellos descubrí que tenían un sentido espléndido del sonido, y pensé que podían ocurrir cosas interesantes si empezábamos a trabajar juntos intensamente. Ahora pienso que desde el comienzo de nuestra relación hemos tenido logros, y espero con ganas que la relación se vuelva más y más estrecha.
De lo que ha visto hasta ahora, ¿cuáles diría que son los puntos fuertes de la OBC?
Lo primero que me impresionó es la fuerza, la dignidad del sonido de las cuerdas bajas, violonchelos y contrabajos. Esto es muy importante desde el punto de vista de la construcción del sonido, porque desde esa fundación se puede escuchar la sonoridad de las otras partes de la orquesta con más libertad. Lo segundo, la llamada ‘presión de sonido’. No me refiero solo al volumen sino a la energía que se expande profundamente en el corazón del público. Creo que esta cualidad está creciendo en el Auditori.
En la temporada 2015-2016 se escuchó mucho la obra sinfónica de un compositor que no era dominante en Barcelona: Maurice Ravel. Cinco conciertos con su música. ¿Por qué se programó tantas de sus piezas? ¿Qué le aporta en criterio a la orquesta y al público?
Ravel es una clave, un punto de inflexión en la historia de la música, entre el romanticismo y el modernismo. En sus obras se confirma y se avanza en el camino de la armonía. Mi plan era tocar sus piezas (como la suite completa de Daphnis y Chloe) que tienen un fuerte elemento de multi-celularidad, tratando de entender las posibilidades de la orquesta.
¿Cuáles son los compositores predominantes en las siguientes temporadas? ¿Cuáles considera que son el centro del repertorio que quiere desarrollar?
Uno de los más importantes es Gustav Mahler. Siempre pienso en antes de Mahler y después de Mahler para construir un puente en los conciertos. Dado que se tocaron tantas de sus sinfonías en las pasadas temporadas, he decidido comenzar esta alrededor de Mahler. Por ejemplo, con una sinfonía de Shostakovich, la Sexta, que está profundamente influenciada por Mahler. En lo que lleva al Mahler director de ópera, tendremos obras de Wagner y Verdi. Y la sinfonía ‘Lohbesang’ de Mendelssohn es la que apunta a la sus canciones sinfónicas o su Octava. El punto central de la temporada, para mí, será el ciclo de canciones de Mahler Das Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico de la juventud) cantado por Thomas Hampson. Y al final se escuchará su Primera Sinfonía. De los influenciados por él, habrá obras de la Segunda Escuela Vienesa (Schoenberg, Berg, Webern), que sale directamente de Mahler, así como otros de sus deudores, como Messiaen, Dutilleux o Britten.
¿Cuál es su relación con la música contemporánea? ¿Piensa incorporarla más al repertorio de la OBC?
Tengo en mente pedir a varios compositores catalanes de gran calidad que escriban obras nuevas para la orquesta. Y que se incorporen obras con solista incluyendo instrumentos interesantes, por ejemplo instrumentos japoneses como el shamisen y el sho. Ya me he acercado a algunos compositores y ejecutantes.
¿Qué planes tiene en cuanto a giras y discos?
Estamos preparando la publicación de las sinfonías de Brahms y la Sinfonía No. 13 de Shostakovich con un sello japonés. Y todavía es pronto, pero pensamos hacer giras que incluyan también Japón.

Ni una palabra sobre el derecho de asilo. Ni una frase, ni siquiera de compasión, para los cinco millones de refugiados que han salido de Siria. Los refugiados ni siquiera existen para los 27 en su declaración eslovaca, convertidos en migrantes incontrolados que se vinculan al miedo, al terrorismo y a la inseguridad. Nada, por supuesto, sobre la Carta Europea y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas que crea obligaciones por parte de los firmantes --los 27 , todos y cada uno de ellos y la UE como tal, hacia quienes huyen de la guerra y de la muerte segura. ¿Eso es Europa?
La declaración de Bratislava y la entera cumbre informal de jefes de Estado y de Gobierno de la UE, la primera que se reúne sin Reino Unido, el pasado viernes, es un entero monumento al declive del proyecto europeo y, sobre todo, al menosprecio a sus valores fundacionales. El liderazgo europeo, ejercido en ocasiones por las instituciones de Bruselas y en otras por Alemania y Francia al alimón, ha pasado a manos nada menos que del grupo de países llamados de Visegrado, los cuatro países salidos del bloque soviético tras la caída del Muro y acogidos por la UE, todos ellos con una cuenta pendiente con su propia identidad nacional y celosos de su soberanía tras una larga y trágica historia que se la hurtó en numerosas ocasiones. Ellos y no el arruinado eje franco-alemán son los que conducen ahora a Europa, pero hacia atrás, de regreso al pasado de los nacionalismos enfrentados y las viejas soberanías westphalianas.
Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría han venido a sustituir a Reino Unido en la vanguardia euroescéptica que pretende reducir a la UE a su mínima expresión en función casi exclusivamente de los intereses nacionales respectivos. Quisieron entrar en la UE para deshacerse del imperio soviético y recibir fondos de Bruselas pero ahora no están dispuestos a compartir soberanía ni a sacrificarse por la solidaridad común.
Quienes conducen Europa son el húngaro Viktor Orban y el polaco Jaroslaw Kaczynski, el primero como primer ministro y dirigente del ultraderechista Fidesz y el segundo como auténtico poder en la sombra y presidente del partido también ultra Ley y Justicia (PiS). Ambos propugnan una ?contrarrevolución europea? y un modelo de ?democracia iliberal?, así con todas las letras, para el conjunto de la UE, que prosiga así el camino hacia la derecha y el repliegue ya emprendido en sus respectivos países, donde están en duda la división de poderes, la libertad de expresión y la recuperación de los poderes soberanos cedidos al ingresar en la UE. Sus aliados en el resto del continente son el Frente Nacional francés, la alemana Alternative für Deustchland o el Partido de la libertad holandés de Geert Wilders, auténticas formaciones antisistema que qauieren dinamitar la entera Unión Europea.
Estos partidos ultras del grupo de Visegrado, a diferencia del UKIP de Nigel Farage, no quieren irse de la UE, de donde extraen numerosas ventajas, entre otras la posibilidad de mandar trabajadores suyos a otros países en busca de los puestos de trabajo y de los salarios que no tienen en casa. El contraste con los partidarios del Brexit, defienden el mercado único entero, pero tienen idénticos propósitos en cuanto a la recepción de refugiados e inmigrantes. Dicho de otra forma: son partidarios de la ley del embudo, es decir, cerrar las fronteras a los de fuera y que los otros las abran a los nacionales propios.
Bratislava es la culminación de esta política insolidaria y antieuropea, que ha terminado dinamitando los esfuerzos de Bruselas y Berlín por imponer cuotas de recepción de refugiados para aliviar la enorme carga que soporta ahora Alemania y responder de acuerdo con los valores y leyes europeas al reto que tiene el mundo ante sí. La vanguardia de esta Europa iliberal y soberanista son los cuatro de Visegrado, pero el grueso de la tropa, es decir, los otros jefes de estado y de Gobierno, han demostrado con su pasividad una falta de visión y de valentía igualmente culpables, a excepción de la canciller Angela Merkel, a la que hay que añadir en el plano internacional al canadiense Justin Trudeau, los únicos ?occidentales? que han salvado los principios consagrados internacionalmente y han demostrado responsabilidad y sentido de la decencia.

La rueda de la política española gira plúmbea y sin cerebro. El enconamiento de conservadores y socialistas es el mismo de liberales y moderados o el de exaltados y serviles o cualquier otro dúo que busque usted en nuestro pasado. Siempre hemos tenido el talento de dividirnos por dos y, aunque también sucede en Europa, nuestra peculiaridad es que los separados sólo buscan morderse la yugular. Parece que no salimos del siglo XIX y seguimos arrastrando 200 años de atraso.
De todos modos, una cosa ha cambiado. Piensen en la visita que Mesonero Romanos rindió al viejo Godoy hacia 1840. Aquel que había sido dueño absoluto del país, generalísimo de los ejércitos y a punto de convertirse en rey de Portugal por gracia de Napoleón, malvivía entonces en un cuchitril parisino. Todos le habían abandonado hasta el punto de que su pequeña pensión era una limosna de Luis Felipe, rey de Francia. El odio que había suscitado entre la clerigalla, la nobleza y el sano pueblo le aplastó como a una cucaracha.
Mesonero comenta que la acción de gobierno de Godoy había sido más bien ilustrada y progresista, pero su vínculo con la reina María Luisa y la lealtad a su amante, Pepita Tudó, sin piedad hacia su esposa, la duquesa de Chinchón, habían favorecido una imagen de disolución moral y libertinaje, explotada por sus enemigos. ¡Y eso que muy pocos sabían que era el propietario de la Maja Desnuda!
Estos avatares tan extremos, de la gloria a la miseria, ya no se producen. Los actuales validos y caciques continúan viviendo con gran comodidad una vez caídos en desgracia. Nadie imagina a Pujol alquilado en una habitación de Vallecas, a Griñán en un desván argelino, o a Rato en un chozo del Baztán. ¡Gran avance!

El genial Antonio Enrique, en un descanso de las Conversaciones de Formentor, me contó la historia de una mujer sobresaltada, una mujer cuyo marido no hacía demasiado caso de sus manifestaciones. O sea que una noche, ya dormidos en el lecho conyugal, cuando ella le despertó con grandes gritos diciéndole que se oía un ruido extraño, él se dio media vuelta para intentar conciliar de nuevo el sueño. Ella insistió. Y él se hizo el dormido. Pero tanto insistió, y tan agudos eran los gritos de la esposa sobresaltada, que el marido se volvió para decirle que se levantara y que buscara cuál podía ser el origen del ruido que ella oía. Se levantó. Tardó unos segundos en regresar. Y se metió en la cama sin decir ni mu. Hasta que el marido, ya totalmente desvelado, y ciertamente intrigado, le preguntó que qué era el ruido. Y ella contestó que, en la cocina, había dos hombres friendo pescado.


Pese a que, cronológicamente, Cada día es del ladrón fue la primera aparición pública de Teju Cole, tanto en España como en Estados Unidos esta narración breve se ha publicado después de Ciudad abierta, una novela que en realidad fue escrita cinco años más tarde. Lo que ocurre es que Cada día es del ladrón salió al público en 2007 en una editorial nigeriana llamada Cassava Republic y pasó totalmente desapercibida salvo para unos pocos críticos que además de hablar maravillas de ella pronosticaron que ese desconocido principiante no tardaría en escribir una gran novela. Y, en efecto, en 2012 Random House publicó en Estados Unidos Open City (Ciudad abierta), que no tardó en recibir toda clase de elogios y premios nacionales e internacionales, aparte de ser traducida a media docena de idiomas (uno de ellos el castellano, en el mismo 2012 y a cargo de Marcelo Cohen por cuenta de Acantilado).
Ocurre sin embargo que, en el sutil y muy calculado proyecto literario que Teju Cole parece haber concebido, y que se basa en la milimétrica y muy pensada construcción del personaje narrador, el orden de lectura de sus novelas es muy importante. [Quien desee informarse bien acerca de la importancia capital que tiene el orden en que se presentan ante el lector los sucesos que conforman la biografía de un personaje de ficción tiene a su disposición el inigualado ensayo de Rafael Sánchez Ferlosio titulado Las semanas del jardín recientemente reimpreso por Randon Housse dentro de las Obras Completas editadas por Ignacio Echavarría]. En las dos novelas publicadas hasta ahora por Teju Cole, el narrador es Julius, un joven médico de nacionalidad norteamericana y origen nigeriano que pasó su infancia y toda su etapa escolar en Nigeria para después viajar a Estados Unidos con el objetivo de estudiar medicina. En Cada día es del ladrón, Julius pide unos días libres en el hospital de Nueva York donde trabaja para viajar a Nigeria.
El problema es que en cierto modo quienes ya hayan leído Ciudad abierta estarán jugando con ventaja frente al lector inocente que abre el presente relato y se limita a acompañar a Julius al consulado de Nigeria en Nueva York para sacar el visado que le permitirá entrar en el país africano de sus antepasados. Allí asistirá a la primera toma de contacto del joven norteamericano-nigeriano con una lacra que le habrá de perseguir (y lo que es peor, determinar) durante todo su viaje: la corrupción, entendida ésta como medio de vida a escasla nacional.
En un primer momento podría interpretarse que en Cada día es del ladrón se cuenta el choque brutal de la sensibilidad de un “negro civilizado” contra la realidad de una nación que llegó a poseer una cultura tan desarrollada como la de cualquier país europeo de la época pero que ha visto arrasados todos los valores y conocimientos heredados de sus mayores por la universalización del único referente seguro y reconocible por parte de todos, el dinero, y de ahí la presencia asfixiante y omnipresente de la corrupción.
Sin embargo, y reitero el calificativo de sutil, el proyecto de Teju Cole va mucho más allá de la denuncia de una práctica execrable. Tanto en la presente novela como en Ciudad abierta el narrador deambula por las calles de la ciudad (Lagos ahora, Nueva York más adelante) describiendo con ecuánime circunspección los encuentros, las conversaciones y las situaciones que le salen al paso. “Escribir”, les decía acertadamente Antonio Muñoz Molina a los lectores de El país al hablarles de una novela llamada Open City que en aquel momento todavía no estaba publicada en castellano, “es caminar, imaginar, recordar, escuchar, mirar”. Y al referirse a la técnica utilizada por Teju Cole para llevar a cabo esa operación decía:” "La naturalidad es tan perfecta que hace falta mucha atención para apreciar el artificio que la hace posible”.
Y aquí es donde surge otra vez la cuestión del orden de presentación de los acontecimientos que conforman la imagen de un personaje. Por poner un ejemplo, durante el deambular de Julius por las peligrosas calles de Lagos, unos familiares y él son asaltados por unos matones que les exigen una mordida indecentemente elevada y gratuita a cambio de no hacerles daño. Y de pronto, en el momento más inesperado, Julius se compara con un diapasón que vibra por una desconocida pulsión de violencia. “No aguanto más la violación, el capricho, el ambiente de desesperación. Si atacan, me digo, les parto el cuello. Me considero pacifista, pero ahora quiero sangre, herir, incluso que me hieran. Enloquecido por la situación, y por la necesidad de que acabe, ya no me conozco”.
Esta reacción, normal en un joven que se siente acorralado, alcanza su máxima significación para quienes ya han leído Ciudad abierta y saben por tanto que quien así habla es un hombre educado y muy refinado, defensor de los derechos fundamentales y altamente sensible a las cuestiones raciales. Y que encima de saberse excluido incluso en una ciudad tan multicultural y aparentemente integradora como es Nueva York, le duele terriblemente verse tratado ahora en Lagos “como un blanco” al que se puede explotar impunemente. Se entiende que se desconozca cuando se descubre a si mismo deseando que haya sangre, y que es capaz de herir y ser herido. Pero se podrían poner muchos ejemplos más en favor de leer a Teju Cole siguiendo el orden ideado por él para su proyecto. El relato crece en intensidad al tiempo de ir abriendo posibilidades expresivas muy notables.
Cada día es del ladrón
Teju Cole
Traducción de Marcelo Cohen
Acantilado
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Los filósofos tienen una cierta obligación de pensar en dirección contraria a lo que piensa la mayoría. Es la única forma de someter a prueba las ideas comúnmente aceptadas. El tópico europeo del momento es que todo va mal. La Unión Europea se cae a pedazos. Avanzan los populismos. El terrorismo enerva los peores instintos xenófobos y autoritarios. Aumentan las desigualdades. ¿Qué más?
Los partidos extremistas son los que nos lo advierten con tonos más apocalípticos, hasta denunciar la lenta invasión de Europa por un islam fundamentalista, guiado por unos planes precisos de conquista y de dominación, que quiere cambiar nuestros valores y costumbres. Pero hay también voces mucho más moderadas y razonables que se añaden al coro de los profetas del desastre europeo e incluso mundial. El general Martin Dempsey, que fue jefe del Estado Mayor del ejército de los Estados Unidos, aseguró en 2013 ?que el mundo es más peligroso que nunca? y el papa Francisco está convencido de que la Tercera Guerra Mundial ya ha empezado.
Michel Serres, filósofo francés de enorme prestigio, acaba de hacer unas declaraciones a ?Le Monde?, con motivo de la publicación de su nuevo ensayo (?Darwin, Bonaparte y el Samaritano?), en las que nos dice exactamente lo contrario. En relación a Europa, por supuesto, que vive la época de paz y de prosperidad más larga desde la guerra de Troya. Pero también en relación al mundo, que según su visión está entrando en una segunda edad de la historia, en la que la gente vive más y mejor y la concordia va sustituyendo a la discordia que ha caracterizado el pasado entero de la humanidad. ?El tsunami de los refugiados es bien significativo ?dice Serres- ¿A dónde quieren ir estos nuevos parias de la tierra? A nuestra casa, a Europa, porque vivimos en paz y en prosperidad?.
La edad de Serres, 86 años, es significativa. Algo tiene que ver la memoria con la tonalidad pesimista u optimista con que vemos el mundo. ?A la vista de lo que he vivido en el primer tercio de mi vida ?dice el filósofo? ahora vivimos en tiempos de paz y osaría decir incluso que Europa occidental vive una época paradisíaca?. El optimismo es ahora de los viejos, y el pesimismo de los jóvenes. Serres es de una generación, la última, que todavía vivió la experiencia de la guerra, en su caso la mundial y luego la de Argelia, pero la suya no es una percepción meramente subjetiva, tal como demostró Steven Pinker en su ensayo sobre la radical disminución de la violencia y de la guerra en el mundo (?Los ángeles que llevamos dentro?).
Pinker ha escrito este verano en ?The New York Times?, firmado conjuntamente con el presidente de Colombia, José Manuel Santos, en el que interpreta el acuerdo de paz con las FARC como una confirmación de sus teorías. No estamos ?en un mundo en guerra, como mucha gente cree, sino que vivimos en un mundo donde cinco de cada seis habitantes vive en regiones amplia o enteramente libres de conflictos bélicos?. América Latina es unas de estas regiones, que cierra ahora con estos acuerdos una etapa trágica, 55 años, los mismos que las FARC, su guerrilla más antigua: ?Ahora no hay gobiernos militares en las Américas. No hay países que combatan unos contra otros. Y no hay gobiernos luchando contra insurgencias significativas?.
Un seguidor sueco de las ideas de Pinker, el economista e historiador, Johan Norberg, ha querido ampliar el ángulo de esta visión optimista sobre la historia de la humanidad en su ensayo ?Progreso. Los motivos para tener esperanza en el futuro?. Así sintetiza el aluvión de datos que recoge en su libro, no tan solo sobre la violencia y la guerra, sino sobre salud, salubridad, educación, alimentación, trabajo, contaminación o desastres naturales: ?A pesar de lo que escuchamos en las noticias y en boca de muchas autoridades, la gran historia de nuestra era es que estamos presenciando la mayor mejora en los estándares de vida globales que haya tenido lugar jamás. La pobreza, la desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad y el trabajo infantiles están cayendo a la mayor velocidad de la historia. El riesgo de que una persona se vea expuesta a la guerra, a un desastre natural, o sujeto a una dictadura, es mucho menor que en cualquier época?.
¿Si todo va bien, por qué muchos creen que todo va mal? Una primera explicación la proporciona la memoria. Las nuevas generaciones que están incorporándose a la vida política no tienen la experiencia de dos guerras como Michel Serres. Sus padres, la generación posterior a Serres, fueron los primeros que no tuvieron que coger el fusil para ir a ?defender a la patria?. Para las nuevas generaciones europeas, la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Argelia están a la misma distancia que la guerra franco-prusiana o la guerra de Cuba para la generación de 1950, la mía.
Una segunda explicación, que Norberg recoge, tiene que ver con el periodismo, y probablemente con el rumbo definitivamente digital e instantáneo que ha tomado. A los periodistas nos interesan las malas noticias, como las guerras, los crímenes y los desastres naturales. También a muchos políticos, que saben explotar los temores de la gente. Hay que atender, sin embargo, a una explicación más profunda, que inscribe la atracción por las noticias desastrosas e incluso por el pesimismo sobre la marcha del mundo en la biología. Según el historiador, ?estamos probablemente construidos para estar preocupados. Nos interesan las excepciones. El miedo y la ansiedad son armas para la supervivencia?.
Una tercera explicación es política. Parece evidente que no sabemos gobernar este nuevo mundo. Nuestro cerebro de cazadores recolectores, atentos a las señales preocupantes de la naturaleza, puede engañarnos en la percepción del mundo en el que vivimos. Seguro que este mundo es mejor, como son mejores nuestros vidas, pero si no sabemos gobernarlo podemos convertirlo en mucho peor e incluso retroceder a épocas anteriores y empezar a perder los mejores estándares de vida de la historia de la humanidad. No todo va mal, pero si algo va mal es precisamente la forma que tenemos de gobernarnos.


Lo dijo Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, el pasado miércoles en su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Parlamento Europeo. Y tiene razón: ¡vaya si nos está mirando el mundo! Pero no nos mira con admiración y sorpresa, sino con preocupación y en algunos casos oculta satisfacción. "Nuestros enemigos quisieran que nos dividiéramos", dijo. Y el motivo es evidente: "Nuestros adversarios sabrán sacar partido de nuestra división".
Juncker ha estado en China en la reunión del G20. Recordó que los europeos tenemos siete sillas en la mesa desde donde se ejerce una especie de directorio sobre la economía mundial. En 2050, ninguna de las economías europeas estará entre las mayores del mundo. "El mundo se hace más grande y nosotros nos hacemos más pequeños", ha dicho.
Estas ideas valen para el conjunto: la Unión es imprescindible para gestionar multitud de problemas para los que el tamaño y la fuerza de los estados nacionales es abiertamente insuficiente. La seguridad, por ejemplo. La interna y la externa. La que afecta al terrorismo y la que tiene que ver con las amenazas exteriores, como las que puedan venir de Rusia. Si actuamos juntos podemos conseguir algo, pero separados solo cosechamos fracasos y divisiones.
Tampoco es posible abordar en solitario la llegada de los refugiados, como se empeñan los países de grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia), que quieren libre circulación para sus trabajadores dentro de la UE y cierre de fronteras interiores y exteriores para quienes llegan desde fuera de Europa. A los de Visegrado dedicó duras palabras Juncker: libertades y valores van en consonancia y no pueden separarse en función de los propios intereses. En dirección contraria, por cierto, de lo que dice Donald Tusk, el polaco que preside el Consejo Europeo, en su carta a los 27 antes de la cumbre de Bratislava de hoy: deshacer Europa, se podría titular.
Pero regresemos a la necesidad de unión, que no queda agotada, ni mucho menos, en el recurso a la acción mancomunada para abarcar lo que los Estados no pueden por sí solos. La UE también necesita existir como agente de primer orden en la escena internacional, para que los europeos tengamos algún peso como tales en el mundo. Juntos todavía podemos jugar un papel en el futuro. Separados, desapareceremos y dejaremos en manos de los otros países la responsabilidad de moldear la nueva arquitectura internacional. Pesarán más muchos países asiáticos, como Japón, Corea del Sur, China e India por supuesto, pero también Indonesia o Malasia, americanos como México y Brasil y naturalmente Estados Unidos y Rusia.
Las crisis europeas eran hasta ahora de crecimiento: cada una de ellas permitía añadir algo positivo a la historia común. Esta crisis, definida como existencial, significa disminución, fragmentación y, finalmente, irrelevancia. Curiosamente, vale para todos los niveles europeos; Europa, España, Cataluña cada vez más pequeños, cada vez más fragmentados, cada vez irrelevantes. Nadie ni nada se escapa de ella.
El mundo nos mira, efectivamente, tal como dicen con ingenua arrogancia los independentistas catalanes con motivo de sus coloristas manifestaciones anuales. Pero nos mira con una profunda preocupación por nuestro futuro cuando se trata de amigos; y con sádico regodeo si son enemigos, tanto los que ya salivan con el festín que les ofrecerá una Europa débil y dividida como los que disfrutan en sus ensueños de la imposible recuperación de las viejas naciones europeas.
