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Blogs de autor

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Poema 34

La lluvia

ya no está.

En su lugar

una luz extensa

ha ocupado el espacio

como un orangután

segregando miel

y anchos cristales.

Bajamos a la calle

y la simpleza

es igual

a la clarísima visión.

Y la  ausencia

Se confunde 

con el tacto imposible

de la abstracta 

felicidad.

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2 de diciembre de 2016
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Ellos

Tres veces lo misma historia. La primera, en Madrid. Era el 23 de junio y, tras presentar el Festival Cervantino, me fui a dormir con las encuestas apuntando al triunfo de la lógica: la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Al despertar, la sorpresa. Fue el primer aviso. Poco más de tres meses después, en Guanajuato, otra vez me fui a la cama en calma. Ahora sí no había duda: todo podía salir mal, pero los colombianos firmarían los acuerdos de paz con la guerrilla. Al ver las noticias por la mañana, me embargó la angustia. Pese a estos antecedentes, la noche del 10 de noviembre, esta vez en Lyon, me resistí a creer lo peor. Pero así fue: la mayoría en el Colegio Electoral significaba que los estadounidenses también habían votado por el No: el No a la cordura, el No a los valores esenciales de la democracia, el No a la diversidad, el no México.

            Una y otra vez, muchos -¿pero quiénes? ¿los más críticos, los más sensatos, los más prudentes?- nos empeñamos en creer que los ciudadanos de Gran Bretaña, Colombia y Estados Unidos eran en esencia como nosotros, que compartían nuestros valores, nuestra visión del mundo. Una y otra vez los resultados nos desmintieron. Una y otra vez quedó demostrado que allá, y acaso también aquí, hay otros muchos, literalmente millones, a los que nos resistimos a ver, a los que nos negamos a oír, que evidentemente no piensan ni sienten como nosotros. Durante meses o años los despreciamos o los ignoramos, convencidos de que eran una panda de locos, agitadores o fanáticos. Hoy, estamos obligados a preguntarnos: ¿quiénes son y por qué actúan así?

            Imposible asumir que se trata de una minoría de retrógrados, racistas de clóset, fascistas en potencia, misóginos o xenófobos impenitentes, como los políticos que los han azuzado: Farage, Uribe, Trump. Porque, si así fuera, el error de todos modos sería nuestro: ¿cómo hemos podido formar, a lo largo de estas décadas, en países supuestamente democráticos, ciudadanos semejantes? ¿Qué hicimos para que una mayoría use la democracia para minar y destruir la democracia e ir, sin darse cuenta, en contra de sus propios intereses? Imposible aceptar el reduccionismo macabro que los asimila con los esperpentos que hoy los guían (o con Marine Le Pen, Viktor Orban, Geert Vilders, etc.).

            ¿Quiénes son, entonces, esos votantes? Las estadísticas, bastante erráticas, han querido señalar a los blancos mayores y sin educación universitaria como su paradigma, pero lo cierto es que muchas mujeres y universitarios votaron por Trump y el No en Colombia e Inglaterra. Se trata, más bien, de un muy amplio sector de nuestras sociedades que no se halla en la pobreza extrema, sino en una clase media cuya característica central es la sensación de haber sido maltratada por la clase política tradicional y, sobre todo, de carecer de esperanzas de futuro.

            Tenemos que asumir, por más que nos cueste, que ellos -no los politicastros que los animan- deben tener algún motivo íntimo para votar así. Que su sensación de abandono, furia, desesperanza o miedo es, en cierta medida, culpa nuestra. De los sensatos y cuerdos que no supimos o quisimos verlos. Y, sobre todo, de la clase política neoliberal (y sus aliados liberales) que, desde hace un cuarto de siglo, decidió arrancarles todos los beneficios sociales posibles e instalar en sus mentes, de paso, un rechazo visceral al Estado como causa principal de sus problemas. De un Estado que beneficia a solo otros (las minorías, los extranjeros, los migrantes, los refugiados, los otros) y no a ellos.

            Millones votaron en contra de la sensatez, guiados sólo por sus emociones. El lamentable resultado es éste: le han entregado el control del mundo a sujetos que no harán otra cosa sino exacerbar su frustración y su ira, en una espiral sin fin. ¿Qué queda entonces? Ya lo dije: la resistencia global. Cuya principal arma es la defensa de una educación pública humanista y crítica que reinstaure entre los jóvenes los valores esenciales de libertad, igualdad y justicia que tanto hemos descuidado en estos años.

 

Twitter: @jvolpi

 

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1 de diciembre de 2016
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Poema 33

Látigos de luz

batían

la superficie  

de animales con pezuña

Arcoiris  soberbios 

sostenidos  

por escuálidos  tubos

de neón.

Heridas tiernas

aún y cicatrizando

sin término.

Fuimos en ese solar

las víctimas

bendecidas a fuego,

dichosamente malditas.

Sepultadas

entre un aguacero

de mercurio encendido.

Una tempestad

quieta y cruel 

se avecinaba para lacerarnos.

Rayos y rostros

de charcos.

Espasmos sedientos

que atenazaban

los brazos,

nos cegaban los ojos,

nos hundían

la voz.  

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1 de diciembre de 2016
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Mitología castrista

Mito y verdad tienen escasa relación. Sobre un fondo de verdad, un mito es esencialmente una fabulación.

Fidel es un mito, una fabulación de la que él mismo es creador y protagonista.

Es un mito su socialismo: a la vista está la ruina a la que llegó el modelo soviético.

Lo es la patria soberana: para librarla de la dependencia estadounidense la sometió y se sometió a la dependencia soviética.

Junto al mito, una realidad incuestionable: puso a Cuba en el mapa. Pasó de un estatuto semicolonial a condicionar la relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Nunca Cuba volverá a ser tan relevante. Nunca volverá a tener el mundo en vilo, al borde la guerra nuclear.

Sin Castro, la historia de la descolonización hubiera sido otra. Su aventura guerrillera en Sierra Maestra inspiró a los movimientos de liberación nacional en todo el mundo, y en África particularmente.

También en América Latina y Europa, aunque de la peor manera. Su teoría de los focos revolucionarios arruinó los horizontes reformistas y llevó a millares de jóvenes al matadero.

Este es un mito mayor, el de la revolución violenta, y el más atractivo y peligroso. Su huella alcanza hasta ahora mismo, ironía de la historia, con esas FARC que han dejado las armas bajo auspicios cubanos. Sin Fidel y sin el Che, quizás no las hubieran tomado nunca.

El destrozo es formidable y en parte irreparable, en vidas humanas sobre todo, incluida la reacción del golpismo militar y de la CIA. También en la confusión de las ideas sobre la violencia y la democracia que todavía persiste en buena parte de la izquierda.

No admite discusión que fue un gigante, un héroe de la revolución anticolonial y del socialismo de matriz soviética. Pero un gigante sanguinario, un héroe cruel y un dictador que mandó fusilar y encarcelar a millares de cubanos.

Un caudillo militar sin escrúpulos, en definitiva. También un modelo gerontocrático para personajes como Robert Mugabe o Abdelaziz Buteflika. Y sublime sarcasmo, un cacique, un oligarca, fundador de una dinastía conservadora que pugnará por perpetuarse.

De sus aventuras africanas, queda la victoria militar en Angola frente a las tropas del régimen racista blanco de Sudáfrica.

El fin del apartheid es una de las escasas batallas gloriosas en que la guerra fría se decantó por el otro lado, el gol del honor de la izquierda internacionalista y revolucionaria. Que, por cierto, pertenece entero a Mandela el anti Fidel.

De los mitos no se vive. Como gobernante fue una plaga, un desastre. Sobre todo en la gestión económica, ruinosa y absurda.

Todo lo que hizo fue para mantenerse en el poder, alejar a quienes podían quitárselo y perpetuarse más allá de lo razonable. Cuba fue su cortijo, donde nadie podía alzarle la voz ni llevarle la contraria.

Su poder personal y su huella en la historia del siglo XX han forjado el mito más persistente, que es el de la subjetividad revolucionaria, capaz de cambiar el mundo en las peores condiciones cuando hay voluntad y empeño.

Este mito explica la fascinación que todavía ejerce, aunque sea un abuso identificarle con la izquierda, la independencia y la libertad de los pueblos y sobre todo de las personas.

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1 de diciembre de 2016
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Hablar solos

Cuando hago entrevistas, tengo por costumbre preguntarle al personaje en cuestión si habla solo. Hay tres tipos de respuesta, todas ellas reveladoras: la de quienes se sorprenden y se ponen a la defensiva, “¿te crees que estoy loco?”; los del “ay, no sé...”, que preguntan a su alrededor si alguien los ha oído hablar para sí mismos porque ellos no lo recuerdan; y, por último, los más escasos, quienes confiesan: “A veces”. En parte es una pregunta trampa que informa acerca de la conciencia que el individuo tiene de sí mismo. Porque es difícil creer que exista alguien que no practique el habla interna, que no se explique el paisaje que contempla desde la ventanilla del coche, que no se narre la extrañeza que le recorre la espalda en un hotel anodino de una ciudad fantasma, la tarde vacía. ¿Cómo no vamos a contarnos cosas? Desde niños, cuando nos decíamos “voy a construir una casa”, mantenemos una conversación interior con nosotros mismos. Alguna vez aflora a la superficie. “¿Dónde están las llaves?”, repetimos en voz alta, para fijar la atención, ya con las luces de la casa apagada; también maldecimos y gozamos en voz alta, para nadie, sólo para multiplicar nuestra experiencia.
Charles Fernyhough, comunicador y profesor de Psicología en la Universidad británica de Durham, acaba de publicar The voices within, y leo una entrevista con él en The Atlantic donde afirma que el habla interna forma parte de la estructura dialéctica de nuestro pensamiento, favorece la motivación, beneficia nuestra expresión emocional y nos ayuda a la comprensión de nosotros mismos. Es-
tamos habituados a oír los gritos de
“vamos” de los tenistas que se motivan en la soledad de la red invistiéndose de fe.
Los mundos interiores son el único territorio donde podemos hacer y deshacer a nuestro antojo. Nadie manda sobre nuestros pensamientos, lo único que en verdad nos pertenece. De jóvenes imaginábamos la llegada de un amor como la felicidad prometida; en cambio, de adultos ficcionamos varias versiones de nuestra muerte. Pensamos mucho más de lo que decimos y respondemos con generalidades porque tememos que nuestros razonamientos no sean del todo correctos. “Lo que constituye una cuestión filosófica realmente fascinante, ya que sugiere que podemos equivocarnos en lo que respecta a nuestra propia experiencia. Y si podemos estar equivocados en lo que sucede en nuestras cabezas, entonces es bastante salvaje”, argumenta Fernyhough.
En silencio, alcanzamos las 4.000 palabras por minuto –diez veces más rápido que el discurso verbal–, sin necesidad de frases completas, yendo al grano, porque ya sabemos lo que queremos decir. Pero aun así nos lo contamos, biógrafos, cronistas, notarios de eso tan complejo y fragmentado llamado yo.
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30 de noviembre de 2016
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Pueblos del mundo 6

HERMAFRODITAS. Bajo el pontificado de Inocencio III surgió una secta de innovadores que sostenía que Adán al nacer era a la vez varón y hembra. Plinio aseguraba que en África, más allá del desierto del Sahara, existía un pueblo de Andróginos que se reproducía por sí mismo. Las leyes romanas incluían a los Hermafroditas en la lista de los monstruos y los condenaban a muerte: Tito Livio y Eutropio refieren que cerca de Roma, bajo el consulado de Claudio Nerón, nació un niño que reunía los dos sexos y que el senado, asustado por este prodigio, decretó que era necesario ahogarlo; encerróse al niño en un cofre de madera de olmo, se llevó a alta mar y se arrojó a las aguas. Los Hermafroditas, en la Antigüedad, tenían dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas; los dioses, dice Platón, habían creado un hombre redondo, sumando dos cuerpos; estos dos hombres en uno poseían una fuerza tan extraordinaria que decidieron enfrentarse a Júpiter y este, irritado, los partió en dos para debilitarlos. Aristóteles habla de un pueblo que tenía el ojo derecho de hombre y el izquierdo de mujer.

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30 de noviembre de 2016
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Poema 32

Lienzos de colores

como diversas antorchas

de parecido tallo

iluminaban un artificio

tan alegre

como una plantación 

de naranjos

o  palmeras.

Era sólo una mentira

reconocible y vegetal.

Una mentira

correspondiente a

asentamientos íberos 

cuajada de granadas y azahar. 

O, también

de  minerales brillantes

que renacían

como flores

en cada amanecer.

Una templada hoguera  de afectos

volaba alrededor.

Y, de forma natural

se engarzaba

como un engaño

espontáneo

o de cine popular.

Una falacia muy feliz.

por otra parte,

como nunca

se habría creído

posible

ante el rostro 

de la razón.  

Engaños de precios asequibles

que formaban

una colección

de estampas

satinadas, 

expurgadas

de cualquier  

mundana idea

de la verdad.   

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30 de noviembre de 2016
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El Boomeran(g)
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