Vicente Molina Foix
Hace tres semanas se ha podido ver y oír en Elche un misterio que viene produciéndose, con apenas cambio, desde el siglo XV. Se trata de la ópera más antigua de la historia, tal y como ya la sintió en el lejano año 1934 el siempre agudo Eugenio d´Ors, quien en un texto de fogosa vehemencia subraya el contenido gloriosamente impuro de una obra en la que el drama asuncionista se mezcla con el "femenino arrobo" carnal y popular, quedando la liturgia enaltecida por la acrobacia.
Quizá no sea yo el más indicado para hacer el elogio del Misteri d´Elx, habiendo nacido en la ciudad de las palmeras y la Dama ibérica. Por fortuna, la sospecha de favoritismo vernáculo queda mitigada por la abrumadora cantidad de espectadores del drama sacro-lírico representado anualmente en la basílica de Santa María que han sumado su entusiasmo al mío: recuerdo, sin hacer más que un repaso somero a la memoria, la fascinación de Juan Benet, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Luis de Pablo, Marisa Paredes, Julieta Serrano, Luz Casal, Lluis Llach, Lluis Pasqual, José Carlos Plaza, por citar unos pocos nombres de grandes artistas que hicieron el viaje (en agosto o, cada dos años, los años pares, el 1 de noviembre) para ver la función creada y tan amorosamente y mantenida por los ilicitanos a lo largo de los siglos.
Es casi imposible describir con palabras la eficacia emocional de esta pieza, sin duda una de las mayores joyas de la música europea de todos los tiempos, en su fusión de polifonía renacentista, canto gregoriano, arabesco melódico y coloratura barroca, a la que un músico del relieve de Oscar Esplá añadió en el siglo XX unos respetuosos intermedios de órgano. Todo ello encajado en una línea narrativa por momentos muy trepidante y puesto al servicio del vigor dramático de una obra que, junto a su materia devocional, nunca pierde el ilusionismo teatral y la belleza artística. Conviene recordar a ese respecto que fue el primer gobierno laico de la Segunda República, presidido por Alcalá Zamora, el responsable de un determinante acto institucional de apoyo al Misteri, declarándolo en septiembre de 1931 Monumento Nacional (en clara desautorización de ciertos grupos de la izquierda revolucionaria local, hostiles a su cuño religioso).
El Misterio de Elche, reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, concita cada vez más un interés por parte de los foráneos y el apasionamiento de los nativos, que últimamente ha dejado oír la petición de que los papeles femeninos de las tres Marías puedan ser cantados por niñas y no sólo por niños, como se viene haciendo desde su origen según las parámetros vocales de la música eclesiástica cristiana. Los derechos civiles de las mujeres, que han de ir conquistándose con toda justicia (en este caso, por ejemplo, dándoles mayor cabida en el Patronato o la dirección artística y musical de la obra), no tienen sentido, a mi juicio, en esa peculiaridad estética del Misteri, que aporta una densidad especial, de atractiva ambivalencia, al hecho de que la piadosa figura mariana nos llegue en la voz de los muchachos que encarnan a las vírgenes antes de que su timbre cambie y les haga hombres.