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Chiquilladas

“Antes no lo llamaban bullying. Se metían contigo y punto. Tardé en contarlo, pero me marcó mucho”. Quien habla así es un miembro de mi familia. Nunca había escuchado su relato tan detallado. Sus recuerdos se desbocan porque mi hija nos ha cantado el rap del Langui –“Valiente no es ser un chivato, valiente es posicionarse con el humillado”– y explica que ya han dedicado varias clases a hablar del acoso escolar. Tras los suicidios de algunos alumnos, la sensibilidad social se ha desparramado, activándose medidas de prevención en los centros. Pero el nudo más negro del asunto sigue alojado en el silencio. Algo más de un 30% de las víctimas no se lo cuentan a sus padres. El terror paraliza y duele.
Han pasado cuarenta años desde que a Lucía le tiraban piedras. “M’empaitaven”. Se burlaban de ella, le hacían el vacío en el patio, nadie con quien jugar. Un día habló en casa: “No quiero ser la mejor, quiero tener amigas”. La madre se esforzó con las otras madres. Cosas de críos, murmuraban, mirando al cielo con su dignidad perfumada. La pobre niña bonita y simpática, con coletas y flequillo, atlética y frágil, vivía encogida. Perdió la ilusión por los papeles de protagonista, de Pippi Calzaslargas o Heidi. También abdicó de su corona sobre patines y no volvió a interpretar su delicada muerte del cisne. De la misma forma que los asesinatos de mujeres por sus parejas se consideraban crímenes pasionales, aquello eran chiquilladas. Años después, un chico de la pandilla, ya peinando canas, le dijo: “Me acuerdo bien de lo que tuviste que pasar”. Que alguien se lo admitiera, no importaba que hubieran pasado tantos años, cauterizó la herida. Aunque no sé si puede cerrarse del todo. Que tus iguales te roben un trozo de infancia a golpes debe de producir una conmoción eterna. El fantasma de “todos contra una” la inhibió. Evitó los grupos de amigos. “Aquello me quitó avidez, ambición”. Aun así, Lucía salió adelante, infinitamente mejor que sus acosadoras.
Leo historias de chavales que se mareaban al entrar en clase de natación. “¡Gordo!”, “¡ballena!”, esas cosas que dicen los angelitos para fortalecerse en el grupo a cuenta de machacar al más vulnerable. O al diferente. En muchos colegios, a los alumnos con mayor prestigio en el aula se les llama populares. Todos quieren forman parte de su séquito. A veces actúan como jefes de la banda y reproducen la hegemonía de poder que ya han olfateado del mundo adulto.
Han pasado cuarenta años desde que a Lucía le tiraban piedras. Hoy, el empeño de educadores y familias ha logrado que se implementen con rotundidad mecanismos de protección, además de acabar con la tolerancia de tantas presuntas “chiquilladas”.
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15 de marzo de 2017
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Poema 106

La sensación

de albergar lagunas

en el estómago

no era la única

que concluía

el malestar.

Un aroma turbio

y acidulado

corría

entre las fisuras

del cerebro,

poco consistente,

ahora,

para recibir

un síntoma adicional.

Y mientras se abandonaban

las sábanas

el lecho parecía,

contemplado

desde la puerta,

un malversador.

En la noche fue un regazo

y, después,

al vaciarse,

una ominosa

esperanza

de final

o de reclusión. 

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15 de marzo de 2017
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Magistrales

En la gran exposición de la Fundación Thyssen figuran numerosas obras maestras prestadas por la Galería Nacional de Hungría, pero hay dos que emocionan a quienes tienen sentido común para la historia de España y admiran a uno de sus mejores testigos, Francisco de Goya. Su obra es inmensa e ilimitada. Comienza como un brillante ilustrador de cartones para tapiz, un pintor de escenas sencillas para la nobleza, pero acaba como profeta de la revolución modernista que no llegará hasta un siglo más tarde.

La transformación de Goya, desde la época de los cartones a la de los Disparates, tiene su noche pascaliana en la guerra contra el francés. Aquel enfrentamiento entre los invasores y un pueblo furioso fue tan cruel, sanguinario y despiadado por ambas partes como las futuras guerras mundiales en las que los civiles iban a sufrir la peor parte. Goya se sintió horrorizado y de ahí nacieron los espeluznantes grabados de los Desastres de la guerra, todavía hoy tan duros de contemplar, o más, que los de Grosz, Dix o Beckmann.

Pero además de las violaciones, latrocinios, carnicerías y salvajadas, Goya supo pintar esos momentos sublimes en los que la guerra parece suspenderse y emergen los héroes invisibles. No podía presentarlos como lo que eran, a riesgo de ser fusilado, así que los disimuló con recursos de género. De modo que La aguadora y El afilador parecen dos tipos populares, dos figuras costumbristas, cuando son, en realidad, la mujer que, jugándose la piel, daba de beber a los guerrilleros y el hombre que afilaba sus cuchillos y sables. El soberbio equilibrio de la aguadora, su aplomo, la divinizan. El afilador es también una deidad, aunque infernal. Hay que mirarlos una y otra vez, y otra vez más porque difícilmente los volveremos a ver.

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14 de marzo de 2017
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Poema 105

En un paisaje

inverosímil,

se reunían colores

y formas

de una memoria

en adviento.

No era penosa

la impresión

sino tan inédita

que poseía el fulgor

asombroso

y convincente

de lo nunca visto.

Ese paisaje evocaría

alguna experiencia

extraordinaria

o venía a anunciar

un próximo suceso

de un tamaño descomunal.

¿Glorioso? ¿Infausto?

La imposible

interpretación

de aquél panorama

confería

una temible autonomía

a la complicada estampa

que siendo promiscua

y cargada de signos

se cerraba a  ser

entendida.

Nada que sea inteligible,

parecía decir,

merece admiración.

Y esta fue

la incógnita

sagrada

con la que desperté

del sueño más bello

 y enigmático.

La incógnita de una aparición

sin apariencia real.

Una mensaje absoluto

que guardé  conmigo

todo el día

sin  que nada real

redujera su presencia.

Su incomparable majestad.

 

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14 de marzo de 2017
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Mentes originales

Hubo un tiempo en que se utilizaba mucho la palabra original. Lo era todo aquello que resultaba chocante, provocador e incluso incomprensible. La gente de más edad con ganas de seguir en el mundo se asombraba ante lo nuevo y asentía complaciente: “Mira, ¡qué original!”. Hasta que la iconoclastia juvenil y la audacia de los punta de lanza perdieron fuelle. El mundo se había cansado de sus propias performances, o mejor dicho, las asumía como actos sociales. No sólo el gusto, también las exigencias del mercado se transformaron y empezó a valorarse otra condición: la frescura. Y así, “lo fresco” sustituyó a “lo original” con una aquiescencia entre friki y naif que se disfraza de autenticidad. Tanto es así que los exploradores del abismo hoy se sienten más solos que nunca.
“No existe la originalidad, todo es transmisión y repetición desde el origen de los tiempos”, anunciaba Enrique Vila-Matas en la presentación madrileña de su libro más original: Mac y su contratiempo (Seix Barral). Hubo overbooking en La Central de Callao. La ocasión se merecía un teatro. Matas es un corresponsal en fuga: allí donde va toma el territorio, se ríe serio y recuerda que la inteligencia sirve para divertirse. También afirma que la actualidad no hace más que repetirse, que las noticias siempre parecen las de ayer y que el género de la novela ha caducado. Resulta curioso que la identidad asexuada, el movimiento agender, sea cada vez más aceptado socialmente, mientras se perpetúan los debates acerca de las etiquetas de los géneros literarios clásicos. Vila-Matas, uno de los escritores que ha derribado muros entre ficción y autobiografía, es precisamente quien afirma que la originalidad es una quimera. Todos somos repetidores, modificadores, contamos una y otra vez la misma historia, asegura para introducir al personaje central de la novela, dedicado a reescribir un libro.
Goethe supo ver que “la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro”. No es original el artefacto sino la manera de armarlo o mirarlo. Aunque una aspiración tan humana no podría entenderse sin la amenaza del tedio. Los loros funestos, que se esconden en el lugar común y la palabrería, le niegan la sal a la vida.
Vila-Matas evocó a Petronio, que se suicidó por no poder aguantar más que Nerón le recitara otro poema. “Tener que soportar por largos años tu canto que me destroza los oídos, (...) escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de suburbio, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir”, le escribió su otrora favorito en una carta.
Qué buena manera de concluir el acto, pensé, pero Vila-Matas, como se exigen los repetidores originales, traía preparados varios buenos finales.
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13 de marzo de 2017
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El instinto del lujo

El lujo clásico saca pecho a pesar de los incipientes signos de recesión, los primeros desde que estallara la crisis. El sector sigue creciendo, pero con un solo pulmón. Los chinos van controlando su adicción compulsiva a los logos caros, mientras que en España la mentalidad de “marca blanca” ha rebajado el suflé aspiracional. Sólo París puede reivindicar el lujo con la demostración de poder que ha exhibido durante la semana de la moda. Tomar palacios, iluminar con rayos rosa a Mercurio cabalgando a Pegaso, hacer despegar cohetes bajo la cúpula del Grand Palais, convertir los lugares más exclusivos en pasarelas efímeras. De todo eso (y más) es capaz el lujo, a fin de seguir comandando el deseo del consumo. Para vender bolsos, reconstruye las ruinas del Coliseo; para ascender en la pirámide del prestigio, crea fundaciones, compra arte, financia artistas. Y derrama dineros y esfuerzos en una obra única: el desfile, ese ir y venir de trajes delicados para los cuales se crea una performance más perdurable en la memoria que sus fugaces estampados.
Bajo la pirámide del Louvre, que tan bien envejece con el paso de los años, el desfile de Louis Vuitton –la marca más rentable del mundo según el ranking de Interbrand– cerró el pasado miércoles los shows, que dicen los latinos. En la Cour Marly, donde se alojan las esculturas que encargó Luis XIV al final de su reinado para los jardines del Château de Marly, las modelos desfilaron entre Diana cazadora o los Caballos de Marly. Una invitación a la sinestesia, esa orgía de los sentidos que procura la fusión de las artes. En la moda de París, mujeres sin referencias de época o influencias, demostraron que la batalla por la igualdad se combate hoy en las calles y en los podios. El feminismo, por primera vez en la historia, es chic. Las referencias no son las sufragistas ni las andróginas: lo folk y lo futurista, lo delicado –sin asomo de fragilidad– y lo urbano quieren alcanzar el estado de looks icónicos. Entre los famosos asistentes, estrellas de cine: Alicia Vikander, Michelle Williams o Léa Seydoux, y el mandamás de LVMH, Bernard Arnault, con su clan familiar. Hasta los cronistas norteamericanos, que bastante tienen con el pulso que la moda made in USA le está echando a Trump, se han dado cuenta de que la lucha por la igualdad femenina “ha sido un subtexto común en casi todas las nuevas colecciones” como afirmaba Vanessa Friedman en The New York Times. Nada más llegar a Dior, Maria Grazia Chiuri, la primera diseñadora de la Maison, lo dejó claro con una camiseta blanca de algodón con un eslogan estampado: “todas deberíamos ser feministas”.
Pocos días antes, en el Museo Jacquemart-André se inauguraba la primera exposición pública del impresionante catálogo de Alicia Koplowitz: “De Zurbarán a Rothko”. Decía Honoré de Balzac que la mejor forma de pasear el verdadero estilo es “pasar notoriamente desapercibidos”. Tal es el gusto de Alicia Koplowitz por la discreción, que nunca se ha dado la importancia que le otorga su colección de arte particular. Filántropa como su hermana y activa en obra social y cultural, la exhibición de sus obras –repartidas normalmente entre su domicilio madrileño, en La Moraleja, y la sede del Grupo Omega Capital, que creó y preside– fue una muestra de sensibilidad artística, aunque con bajo perfil mediático. Alicia no concede entrevistas. Empezó a coleccionar a los diecisiete años, una porcelana de Sèvres. “Cada una de las obras que he adquirido ha provocado en mi un cierto tipo de emoción, e incluso de pasión, en altas dosis”. En España, como suele ser habitual, nadie le había propuesto exhibirla. “Es enciclopédica y por tanto, excepcional, porque son pocos quienes tienen esa pasión que permite coleccionar obra de 400 años y tener el mismo interés por lo moderno y lo contemporáneo. Mirar al pasado para entender el presente”, explica Almudena Ros, conservadora de la misma. En Art Price la definen como “una de las coleccionistas más influyentes del mundo”. Y aseguran que “su colección revela su exquisito gusto, su sensibilidad y su instinto artístico excepcional”. Y aquí sin enterarnos, perdidos en la galaxia a la que Karl Lagerfeld apuntaba en el desfile de Chanel, haciendo despegar un cohete y demostrando una vez más que la nostalgia no se sirve en su plato. Que, a diferencia de la melancolía, es pastosa e estéril. Con la voz de Elton John cantando “Rocket man”.
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13 de marzo de 2017
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Cuando una cultura decreta la muerte de la inteligencia (Imitando a Kierkegaard)

Si en el hecho de escribir ya no hubiera la más mínima conciencia de eternidad, ni contaran la verdad, la grandeza, el riesgo, la generosidad, la angustia, la revelación, la iluminación... Si todo en la escritura se redujera a un remolino de oscuras y burdas pasiones... Si bajo los textos ya no existiera más que un vacío sin fondo, una absoluta falta de imaginación y un incesante oportunismo (en los temas, en los títulos, en las ideas, en los fundamentos, en la forma y el contenido...) ¿Qué sería entonces de nosotros?

Si de pronto el mundo hubiera decidido entronizar únicamente la mediocridad. Si de pronto esa fuera la gran decisión...

Si en beneficio de las coyunturas, la debilidad, la impiedad y la necedad se estuviera cortando el verdadero puente conformado por la literatura, si eso ocurriera, estoy absolutamente convencido de que estaríamos rompiendo algo cuya quiebra nos dejaría indefensos ante lo peor. Sería ahogar el susurro que se desliza por debajo de las generaciones, sería arrojar vitriolo sobre lo que subyace a la conciencia misma de la especie, sería proclamar el desmoronamiento del criterio y un infierno sin ideas, y supondría una decidida apuesta por la muerte de la inteligencia. 

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13 de marzo de 2017
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Detrás del trono

Si no fuese auténtico, parecería el villano perfecto para una película de James Bond: obeso, desaliñado, con una cabellera color plata siempre mal peinada, brillante y sabihondo -en su círculo lo apodan La Enciclopedia-, millonario y excéntrico, amargado por la bancarrota de su padre tras la crisis de 2008 (su Rosebud particular) y decidido a vengarse de ese mismo establishment que lo encumbró pero que en el fondo desprecia con todas sus fuerzas. Un iluminado con la perspectiva escatológica que caracteriza a los grandes resentidos: la idea de que vivimos en una época de honda decadencia que ha de ser arrasada desde sus cimientos para volver a la luz (mantra traducido como "Make America Great Again").

            Al pronunciar su nombre se imponen las sombrías notas de John Williams que anuncian a Darth Vader y no extraña que Saturday Night Live lo parodie como un maléfico esqueleto con guadaña: Steve Bannon, empresario e inversionista de éxito, antiguo marino, productor de televisión (su fortuna deriva de Seinfield) y de cine (The Indian Runner, con Sean Penn, y Titus, de Julie Taymor, la directora de Frida) y sobre todo gran agent provocateur o guerrero cultural, primero en el ámbito del periodismo, desde que empezó a colaborar en el sitio ultraconservador Breitbart News hasta que, a la muerte de su fundador y amigo, se hizo convirtió en su editor, y luego como documentalista.

            Es en estos terrenos donde pueden observarse más claramente sus obsesiones sociales, históricas, filosóficas y políticas, retomadas ciegamente por su jefe, Donald Trump, quien no por nada lo convirtió en su principal asesor en la Casa Blanca y le concedió un asiento (supuestamente sin haberse dado cuenta) en el Consejo de Seguridad Nacional. La carrera  como agitador mediático del "segundo hombre más poderoso del mundo", como lo llamó Time, se inicia a partir de su desencanto con Jimmy Carter y su nostalgia por Reagan, magnificada en dos películas hagiográficas: In the Face of Evil: Reagan's War in Word and Deed y Still Point in a Turning: Ronald Reagan and his Ranch.

            A partir de ahí, entra en escena su visión catastrófica de la sociedad estadounidense, traducida en la necesidad de destruir su sistema para reconstruirlo desde sus cenizas (se le dice admirador de Lenin), plasmada en el documental Generation Zero, basado en The Fourth Turning, de William Strauss y Neil Howe, donde Bannon insiste en la idea de que cada ochenta años Estados Unidos entra en un nuevo ciclo marcado por una gran confrontación bélica (la Independencia, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial) que trastoca drásticamente a sus élites. Según él, nos aproximamos a ese cuarto momento de crisis y en la película llega a afirmar que una nueva guerra está próxima (desatada, previsiblemente, por el combate contra el "fascismo islámico"). 

            Pero sus documentales exhiben igualmente su encono hacia los inmigrantes sin papeles y la necesidad de blindar la frontera con México: en Cochis County USA: Cries from the Border, señala el caos imperante en un pueblo fronterizo, y en Border War: The Battle over Illegal Inmigration, no duda en afirmar que a los indocumentados: "a derecha los ve como trabajadores baratos, la izquierda como votantes baratos" al tiempo que instrumentaliza la crisis humanitaria de los mojados para disfrazar su desprecio hacia los no blancos. 

            No obstante, la película que quizás haya tenido más impacto de entre las suyas sea Clinton's Cash: The Untold Story of How an Why Foreign Goverments and Businesesses Make Bill and Hillary Rich, que, con sus repercusiones en el New York Times o el Washington Post, contribuyó enormemente a fijar la imagen de Hillary Clinton como una mujer venal y sin escrúpulos, concentrada en ganar dinero y en defender la podredumbre de la clase política tradicional, y acentuó el descrédito que a la postre la llevaría a perder las elecciones.

            En un entorno tan poco intelectual como el de Trump, Bannon se erige como su único ideólogo: se impone estudiarlo a detalle para entender una de las principales fuerzas que animan esta inédita forma de autoritarismo que desde la Casa Blanca hoy amenaza al mundo entero.

            La revista Time lo llamó "el segundo hombre más poderoso del mundo", un artículo en el New York Times de plano se titulaba "Presidente Bannon" y un sinfín de memes en redes sociales dibujan a Donald Trump sentado en sus piernas como una marioneta. A Stephen Kevin Bannon (nacido el 27 de noviembre de 1953 en Norfolk, Virginia), como a otros de los siniestros consejeros áulicos o eminencias grises de la historia -en un rango que va de Fouché a Rasputín y, en el caso mexicano, de Emilio Uranga a José María Córdoba-, se le ve no sólo como el poder detrás del trono, sino el auténtico poder. Maticemos: si es el único ideólogo en un ambiente tan poco intelectual como el que predomina hoy la Casa Blanca, la convivencia con una personalidad tan meteórica y atrabiliaria como la de Trump tampoco ha de serle sencilla.

            Al inicio de la campaña de 2016, Bannon señaló que Trump era una criatura imperfecta, no demasiado apta para cumplir con la agenda que él y los suyos -la extravagante cofradía que se autodenomina alt-right- querían imponerle a Estados Unidos, pero a partir de que el lobista conservador David Bossie lo condujese al sancta sanctorum de la Trump Tower, se dio cuenta de que tenía posibilidades reales de modelar e instruir al volcánico empresario neoyorquino. En una mezcla de Frankenstein con Pigmalión, a partir de ese momento Bannon se dio a la tarea de educar a su monstruo, de aprovecharse de su ambición, su ego y su ira hasta obligarlo a asumir su Weltanschauung como propia.

             ¿Y cuál es esta visión del mundo? En apenas un mes hemos tenido oportunidad de verla en acción, pues casi todas las medidas impulsadas por la administración Trump en estas caóticas semanas, del decreto contra los musulmanes al Muro, tienen su origen en las ideas de la "derecha alternativa". Como todo buen pesimista, Bannon no se equivoca al detectar los síntomas de decadencia de la sociedad estadounidense: para él, las élites gobernantes -ese Washington que Trump compara con un pantano- han dejado de preocuparse por los ciudadanos comunes, obsesionadas sólo con enriquecerse y mantener sus privilegios.

            La Gran Recesión de 2008 le parece a Bannon, no sin razón, el punto de quiebre de esta actitud y coincide con los críticos de izquierda al señalar que se trató de la "mayor transferencia de capitales de la clase media a los ricos en la historia reciente". Su rabia contra el sistema se inspira en el hecho de que ninguno de los responsables de la crisis, ningún inversionista sin escrúpulos, ningún político corrupto y ningún CEO fallido, haya sido enjuiciado o haya terminado en la cárcel. Como sabemos, a veces los extremos se tocan en este punto las tesis de Bannon apenas se alejan de las de Occupy Wall Street o Bernie Sanders.

            Pero el que la derecha alternativa y los movimientos anticapitalistas o altermundialistas coincidan en su diagnóstico no significa que ofrezcan soluciones parecidas al problema. Porque donde la izquierda radical aboga por una mayor regulación de los mercados y una supervisión estricta de la acción política, Bannon y los suyos prefieren desatar las fuerzas que acaben de una vez por todas con el sistema. Trump ha hecho suyo su énfasis en ponerse del lado de las víctimas de la globalización, que en este esquema es ismpre la clase media blanca y protestante que ha perdido su hegemonía y sus esperanzas de progreso.

            De ahí que el enemigo principal de su causa sean las fuerzas que mantienen vivo al sistema: en primera instancia, los medios tradicionales, a los que Trump y Bannon han declarado abiertamente la guerra. Conforme a su estrategia, los hechos alternativos no son mentiras, sino desafíos a la narrativa liberal que cobijar al establishment. Y de ahí también su cruzada contra los musulmanes, los mexicanos y, en general, los extranjeros: igual que Hitler, Bannon necesita que su base de votantes se asuma como explotada y vilipendiada por los otros -allá, los judíos; acá, los inmigrantes, las minorías y los terroristas islámicos- para conservar su base de apoyo y mantener viva su revolución. 

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11 de marzo de 2017
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