Vicente Verdú
Considerando en frío
Imparcialmente
que el hombre es mamífero y se peina
y se complace además
en su pecho colorado,
yo amé como un segundo yo
muy mejorado
a César Vallejo.
No había parecido alguno
entre los grandes que admiraba.
Y esto fue crucial.
Lo leía sin entender
y, con ello,
lo admiraba más.
No por su abstrusismo
sino por su intrusismo
en el cuenco del placer
intelectual.
La comunicación era tan perfecta
que no podía enunciarse.
Tan extraña como
el éxito del páncreas,
siempre en el umbral
de la muerte cancerosa o
alcohólica o qué más da,
La palabra,
como con Jesucristo
en su sermones ininteligibles,
serpenteaba por un itinerario
orgánico y naturalmente oculto
que hacia sentir
la magia de la comprensión
a otro nivel de la cognitividad.
La misma comprensión
era presión del retumbo fonético
que convertía la conmoción
en conocimiento y la emoción
en traducción.
Perol comprender ¿qué?
puesto que Circe,
no se entendía,
cabía entenderlo casi todo
y a voluntad..
La voz murmuraba
en un interior
inexplorado o
sin domiciliación.
Era por tanto
imposible hacer
nada correspondiente
a la visita de César Vallejo.,
Su obra era
una realización
tan segura
tan arrogante como incorregible.
Tan defectuosa como
seductora.
Porque el defecto hace querer.
No olvidar.
Fuente cargada
de pliegues rudos
y grises excelentes.
Así fue el refugio
para leerle en soledad.
Ni un lugar limpio,
ni una piedra
lavada.
Una pobreza escénica
hacía sentir
la belleza del castigo,
la belleza de la franqueza,
la encantación de lo pobre,
el filamento del enfermo,
el abdomen de la necesidad.
Pero también,
el mal sin candelabros,
el amor sin sedas,
la amistad sin nombre,
sana o enferma.
La amistad ósea
para acabar
en paz.