

Faltan pocos días para un nuevo aniversario del golpe de estado en Chile. Un nuevo 11 de setiembre, 44 años después. Tal vez el símbolo mayor de la brutalidad de esos milicos, de su odio, es la detención, tortura y muerte del cantautor Víctor Jara. En el Estadio Nacional le quebraron las manos y le dispararon a quemarropa pocos días después del golpe.
Hace un año la televisión pública chilena, TVN, difundió un breve documental que vuela de creatividad, compromiso y amor. La idea, la dirección y la realización técnica son del inclasificable creador Christian Rojas, quien también participó en la investigación y el guión.
Dura poco más de cuatro minutos. Véanlo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=eOodjBJM0sI
Este trabajo ganó en abril el Premio Periodismo de Excelencia, el principal premio de nuestra profesión, que da mi Universidad Alberto Hurtado, en la categoría de Multimedia. En junio los alumnos de la Escuela de Periodismo invitaron a Christian Rojas a mostrar y contar su trabajo. Mi excelente alumno y ahora ayudante Pedro Kortmann entrevistó a Christian y a la ganadora en la categoría Audiovisual, Mónica Pérez, también de TVN. Ambos trabajos hablan de la dictadura y la memoria histórica. Eso deben hacer, entre muchas otras cosas, los medios públicos.
Hay mucha investigación detrás de estos minutos: mucha búsqueda de documentos, muchas entrevistas con los testigos y los últimos que compartieron cautiverio con Víctor, los que lo vieron vivo y muerto, tirado a la vera de un muro. Hay música de Víctor Jara, hay un comienzo y final con mucho arte: las cuerdas de una guitarra mostradas desde dentro del instrumento. Unos pájaros vuelan. Las cuerdas tañidas por el artista se rompen. Una metáfora bella y poderosa de la muerte.
La historia la cuentan los que estuvieron con él, y mientras ellos se colocan en los lugares y las acciones que recuerdan, un muñeco articulado ocupa el lugar de Jara. Usaron el sistema de stop motion: miles de fotos de los muñecos del cantante y sus asesinos se proyectan como fotogramas de una película.
Christian nos contó que la ropa de su muñeco y los de los militares las hizo él: cortando un suéter negro de su armario, una vieja camisa verde. Todo fue hecho así, con los recursos y la confianza de la televisión pública y con mucho tiempo y soluciones creativas y baratas de Rojas y su equipo.
Mientras las voces de los testigos recuerdan esos días finales, los muñecos representan el drama. Me impresionó mucho este trabajo de datos duros y mirada poética. Cuando terminó me quedé hablando con Christian. Él había traído sus muñecos. Tomé al pequeño Víctor en mi mano. Sentí que latía como un pájaro. Así nos sacaron esta foto a los dos.
Se pueden hacer cosas así cuando nos tomamos el periodismo como se lo toma Christian Rojas.
El sexto día
del décimo mes de 1721,
a la edad de ochenta años,
al monje Dokyo Etan,
siguiendo la tradición,
le dieron un pincel
para que escribiera algo
antes de morir.
Dokyo escribió: "Nada más",
y tiró el pincel al suelo,
también según la costumbre.
Estalló en una risa alegre
y de inmediato, murió.
Si supiéramos
lo que le hizo reír tanto a Dokyo
lo sabríamos todo.
Rafael Argullol: Poema, editorial Acantilado, Barcelona, 2017.
Una araña negra cruza el camino.
De pronto se detiene, asustada
por mi sombra, que la cubre por entero.
La amenaza es pavorosa
y, lejos de su red, la araña se siente desprotegida.
La vida se ha hecho incierta,
un error del instinto.
Ya nada será igual.
Ya nada es igual cuando aprendemos
que existe la sombra de un intruso en el camino.
(Rafael Argullol: Poema, editorial Acantilado, Barcelona, 2017)
Novela negra es el sinónimo más difundido, y preferido, cuando queremos decir novela policíaca, o novela criminal, o novela sobre policías y criminales; y como el ambiente en que la trama se desarrolla es generalmente oscuro, de bajos fondos, como el de las novelas del género en Estados Unidos en la primera mitad del siglo veinte, con clásicos como Raymond Chandler y Dashiell Hammett, el nombre no le viene mal.
En este tipo de literatura, que la hay desde la de consumo rápido, para leer y tirar, hasta verdaderas obras de arte, el personaje en por lo general un detective, oficial o privado, que resuelve los misterios que rodean un crimen y termina atrapando al hechor, la mayor parte de las veces debido a su propia sagacidad, atando cabos, o a lo que conocemos como olfato profesional de sabueso.
Un detective protagonista de una sola novela negra, no trascendería. Es su persistencia, a través de una sucesión de casos resueltos en distintos libros, que el detective logra convertirse en un clásico, como el inspector Maigret creado por George Simenon, el prototipo del investigador tranquilo y bonachón, que debe rendir cuentas de sus ausencias a su esposa, y lejos de balazos, persecuciones espectaculares y escenas de cruda violencia, atrapa al criminal tendiéndole redes sutiles que fabrica en su cabeza.
Un investigador clásico, que devela crímenes en Inglaterra o en Francia, parte en la novela de un supuesto de solidez institucional. Son policías honestos, respetan las estructuras de las entidades policiales a las que sirven, y responden ante fiscales incorruptibles y jueces probos. Apenas se atreven a probar licor en horas de servicio, como la copita de calvados de Maigret, y nada de golpizas a los prisioneros en los interrogatorios, para empezar.
Todo lo contrario de América Latina, donde debemos partir de supuestos diferentes, o más bien contrarios. En este caso, la deuda es más con la novela negra de Estados Unidos, que con la europea, basada en presupuestos cartesianos. Personajes como los detectives privados Sam Spade de Dashiell Hammett , o Philip Marlowe de Raymond Chandler, son ellos mismos sórdidos, marcados por el destino como perdedores, inclinados al alcoholismo, y con una visión cínica, o negra, de su propio oficio, y del mundo. Y deben enfrentarse a policías o jueces venales, capitalistas sin escrúpulos, y en general, al peso corrupto del poder.
En la novela negra de América Latina, los detectives, ya sea que trabajen para el estado o lo hagan por su cuenta, deben moverse en aguas infectadas; y como la línea entre el bien y el mal apenas de distingue, tampoco ellos pueden tener clara su propia rectitud de conducta, y no pocas veces terminan contaminándose. Las instituciones están minadas por el poder del crimen organizado, y la policía y las estructuras judiciales han sido tomadas por el narcotráfico. Y los que quieren comportarse como héroes, saben que lo hacen por su propia cuenta y riesgo.
Desde que se presentan en el lugar de los hechos, saben que todo huele a podrido, y que deberán marchar contra corriente, abriéndose paso entre una maraña de trampas. Un camino que conduce al desengaño, y de allí al cinismo, como el zurdo Mendieta, el héroe, o antihéroe, de las novelas de Elmer Mendoza, cuyo teatro de operaciones es nada menos que el estado de Sinaloa, donde los carteles del narcotráfico son los que definen las fronteras de la ética.
Entonces el género sirve, como en ninguna otra literatura, para retratar las sociedades en que vivimos, como una nueva manera de realismo literario, más eficaz que cualquier otro. O una especie de naturalismo del siglo veintiuno, lo negro, lo sucio, lo descarnado. Destapar el albañal. La novela policiaca se convierte en un vehículo para contarnos cómo son los países en que vivimos, o para recordárnoslo.
La novela negra se convierte en el espejo de la corrupción transnacional, como la alentada desde Brasil por Odebrecht, por ejemplo; el tráfico de drogas, un negocio también trasnacional, la conversión a ojos vista de no pocos estados de derecho en estados fallidos, o en narcoestados. El pillaje descarado con los bienes públicos, el enriquecimiento ilícito, el dinero fácil, el fracaso de la ley y el arrinconamiento de la justicia al desván de los trastos inservibles. La impunidad.
Cada sociedad tiene la literatura que se merece, o la que necesita. En este sentido, no pareciera sino que la novela negra está destinada a reinar en América Latina.
"Mamá, soy tonto".
El círculo se cierra.
Ha incendiado el cielo
con desprecios
y ha inundado la tierra
con turbulentas bellezas.
Ha escalado la cumbre
para ver más allá
y se ha hundido sin remedio.
En su último día, Nietzsche
-el "pobre Nietzsche", según todos-
abandona la casa de la calle Carlo Alberto 6
para dirigirse al centro de Turín.
Ve a un cochero maltratar a su caballo.
Nietzsche interviene y se derrumba,
abrazado al cuello del animal,
el único cómplice que le queda.
3 de enero de 1889:
"Mutter, ich bin dumm".
Empiezan diez años de silencio.
(Rafael Argullol: Poema, editorial Acantilado, Barcelona, 2017)
El león esperaba pacientemente a los pies del anacoreta.
Cuando, al fin, se producía la caricia apaciguaba toda su fiereza.
Olvidaba las luchas y cacerías de la mañana,
y se dejaba perder en aquella paz amistosa.
Entonces, siempre, volvía a la memoria del león
aquel mediodía incendiado por un sol blanco
en el que su zarpa herida sangraba con abundancia.
Se había clavado un enorme pincho y, por mucho que se debatía,
no encontraba la forma de arrancárselo.
En medio de este tormento apareció un hombre
que dirigía distraídamente sus palabras hacia el cielo.
Al verle, lejos de asustarse -como hacían los hombres
cuando se encontraban con leones- se quedó muy quieto.
Viéndolo tranquilo también él se tranquilizó,
y al pedirle el hombre que levantara la zarpa,
él se la ofreció, confiado, sin miedo.
Pasó mucho rato hurgando en su herida, hasta extraerle el pincho.
De inmediato sintió un gran alivio, y, al levantarse su benefactor,
el león lo acompañó mansamente hasta la gruta en la que vivía.
Así transcurrieron los días y los años.
El anacoreta envejeció, hasta que su delgada carne
quedó casi desprendida del esqueleto. También el león envejeció,
al mismo ritmo, fiel a su amigo, a la espera
de que Aquello irrumpiera en la cueva.
Primero murió el hombre, y su cara quedó dibujada con facciones serenas.
Al ver el rostro ya sin vida de su benefactor al león le pareció
-con el indescifrable pensamiento de los leones-
que había cumplido finalmente su tarea.
Salió hasta la entrada de la cueva para contemplar el desierto por última vez;
y después se tendió junto al anacoreta, de la misma manera que hacía cada noche.
Y así, como un león feliz, aguardó que Aquello se cumpliera.
(Rafael Argullol: Poema, editorial Acantilado, Barcelona, 2017)
Uno de los mayores poetas en lengua inglesa de este siglo, si no el mayor de los que aún estaban...