Félix de Azúa
Lo traigo aquí porque unos años antes de morir publicó 37 adioses al mundo (Lucina) en los que se despidió de 37 asuntos, elementos, instituciones o entes que habían amargado su vida. Uno de ellos era el que hoy nos ocupa. Así se titula el apartado: ¡Adiós, idiomas, callaos ya! Es bueno leerlo, aunque uno carezca de impulsos anarcos, porque es un juicio expresado por uno de los mayores pensadores españoles del siglo XX. Si bien su especialidad eran las lenguas clásicas, Agustín fue uno de los lingüistas más audaces de su tiempo. Así pues, un hombre que conocía como nadie los laberintos lingüísticos, que había escrito abundante poesía y teatro en verso, que se distinguió como traductor levantisco, al final de su vida llegó a aborrecer los idiomas.
Porque los idiomas no son el lenguaje, sino un modo de estar en el mundo que manipulan los tiranos para arrodillarnos ante una identidad. Algo, para Agustín, abominable, pero indispensable para los ultras de derecha e izquierda. Él vivió el chantaje de los idiomas en la España de la Transición y la estrechez de una pobre gente necesitada de identidad. Como aquel nacionalista andaluz que en un congreso sobre el asunto exclamó atribulado mirando con arrobo a los catalanes: "¡Ustedes no saben lo que es vivir en un país sin idioma propio…!".