Rafael Argullol
Le dieron una compañía de locos
para que representara en el manicomio
la armonía de los astros: moriría si fracasaba.
Se puso inmediatamente a la tarea.
A un loco lo puso a hacer de Luna,
y lo empujó a dar vueltas alrededor de otro loco,
al que pidió que hiciera de Tierra.
Al principio los dos estaban reticentes,
temblando como perros asustados,
pero luego empezaron a deslizarse patosamente
en la dirección sugerida por él,
la Luna en torno a la Tierra,
y la Tierra bailando en derredor del Sol,
un tercer actor torpe y grueso
que tenía que desplazarse con gran lentitud.
Cuando los tres locos se habituaron algo a los giros,
sin tropezar ya entre sí,
fue incorporando a otros locos,
Marte aquí, Venus, allá, hasta llegar a Plutón.
El papel de Júpiter lo dio a un gigante,
y, al sentirse cómodos ya los locos en el bailoteo,
se permitió incluso convocar a los actores restantes
para confeccionar los anillos de Saturno.
Y así los dejó durante todo el día,
girando y girando, danzando y danzando,
hasta que los locos, olvidados de su condición,
rozaban el aire con el majestuoso toque de las estrellas.
Aquella era la armonía de los astros.
Debieron reconocérselo: se salvó.