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El nombre del hijo

 

 

Aunque todas ellas deriven del sumerio, un punto notable donde el ibérico, el itálico, el micénico y el hitita, o sea las viejas lenguas de la cuenca mediterránea, se distancian con el aquitano, el germánico, el eslavo, el lituano, el sánscrito y el tocario, o sea, las de más al norte, es el nombre del hijo.

 

Para las lenguas mediterráneas, el nombre del hijo deriva de la idea de cría, educación y herencia: eso significan los términos sumerios buluĝ, «heredero», «educar», «crecer» e ibila, ibilu «heredero» de los que proceden el ibérico biloz «hijo»; latín filius «hijo»; mesapio bilia «hija»; albanés bir «hijo»; micénico iju «hijo»; griego υἱός «hijo»; hitita uwa «hijo», ibila «heredero»; y el vasco biloba «nieto, descendiente», que es préstamo ibérico.

 

Para las septentrionales, el nombre del hijo conlleva la idea de semilla, o sea productor de semen, y procede del sumerio še-numun «semilla», «semen», «descendiente masculino». De ahí, el aquitano sembe «hijo»; vasco senar «marido»; latín semen «semilla», «semen»; altoalemán sunu «hijo», alemán Sohn «hijo», Samen «semilla, semen»; tocario B soy «hijo»; sánscrito sunuh «hijo»; lituano sunus «hijo».

 

La idea se hace particularmente evidente en vasco, donde seme es hijo, y alaba (alaua, alua «vulva») es hija.

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26 de noviembre de 2017
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El submarino desaparecido y los dolores argentinos

Al escribir estas líneas, el viernes 24 de noviembre de 2017, ya se perdió toda esperanza de encontrar con vida a los 44 tripulantes de la dotación del submarino argentino San Juan, perdido en las profundidades del Atlántico Sur.

Durante ocho días, barcos y aviones de 11 países lo buscaron infructuosamente. Los familiares, destrozados, enfrentaban con angustia, bronca, llanto y gritos a las cámaras de televisión.  Al final, fueron ellos los que tuvieron que contarles a los periodistas lo que los voceros oficiales se negaban a revelar: que los marinos estaban muertos.

Esta semana, no se habló de otra cosa. ¿Pero por qué caló tan hondo esta historia en la sensibilidad colectiva de los argentinos? Yo creo que tiene que ver con traumas nacionales, que vienen de la historia reciente del país y que quedaron como heridas colectivas que siguen supurando.

1.      Desaparecidos

En primer lugar, las imágenes de esposas, madres, hijas clamando a las puertas de un cuartel militar con carteles, exigiendo información sobre sus seres queridos recordó a muchos las madres y abuelas de Plaza de Mayo, solo que esta vez eran familiares de militares. No hay peor angustia que no saber, ni peor indignación que saber que las autoridades saben pero no quieren decir.

Tal vez esta tragedia de unos militares que aparentemente estaban cumpliendo una tarea útil para el país (protegiendo las aguas continentales de los pesqueros ilegales) ayude a cerrar una de las ‘grietas’ argentinas: los militares no son nosotros; son el enemigo: En los estertores de la dictadura, las marchas de derechos humanos se hacían con cánticos de “No hubo errores; no hubo excesos: son todos asesinos los milicos del Proceso”.

Este es el primer caso conocido de militares cuya suerte se desconoce y cuyos cuerpos están desaparecidos.   

2.      Malvinas

Esto lo escribo como periodista pero también como veterano de la Guerra de las Malvinas. En 1982 me tocó hacer el servicio militar y fui enviado a las islas. Durante una semana mi barquito, el Penélope, fue dado por perdido. Se nos dañó el radar y la radio. Mis padres temían que yo estaba muerto. La soledad del océano sin ver la costa es capaz de volver loco a cualquiera.

Malvinas es una herida todavía abierta en Argentina. Jovencísimos soldados enviados a morir y a enloquecerse sin el equipamiento ni la preparación necesarios.

Los partidarios del gobierno de Mauricio Macri se solazan hoy recordando que la expresidenta Cristina Kirchner declaró en 2011 que el submarino San Juan navegaría durante 30 años. Los ‘kirchneristas’ critican al gobierno actual. Usan la tragedia ajena para atacarse mutuamente. Mientras tanto, un centenar de familiares sienten que nadie los escucha.

3.      Claustrofobia

Fue justamente en la época de la dictadura y de Malvinas, en 1981, que salió una de las películas más angustiosas que haya visto mi generación: Das Boot, un preciso y detallista film alemán sobre la tripulación apiñada en un submarino durante la Segunda Guerra Mundial. Pocas veces el cine se internó tanto en la claustrofobia. El submarino se hunde para no ser bombardeado, fondea a 270 metros de profundidad, comienza a entrar agua y finalmente logra salir a flote, pero el capitán muere.

La muerte en un submarino es de las que produce más horror: creo que tiene que ver con estar atrapados, saber lo que viene y no poder hacer nada. Como una condena a muerte con el mar inmenso como un enemigo imposible de derrotar. 

4.      Incompetencia

Quedará para siempre en la memoria de los argentinos la cara impertérrita del capitán Enrique Balbi, vocero de la Armada, anunciando este jueves queConcretamente, se recibió una información sobre un evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear, consistente con una explosión”.

Todo el manejo de esta crisis brilló por la incompetencia de las autoridades militares, y sobre todo del Ministerio de Defensa. Ni el ministro Oscar Aguad ni su secretaria de Servicios Logísticos para la Defensa y Coordinación Militar en Emergencias, Susana Villata, tenían conocimiento ni formación alguna en el área. Ante la opinión pública, la impresión de desorganización e improvisación recordaron los casos de recientes inundaciones e incendios donde este gobierno y el anterior se vieron desbordados.

5.      Una mujer

Por último, la tragedia del ARA San Juan tiene un nombre propio, que recuerda al desastre de la nave espacial Challenger de la NASA, que se desintegró a segundos de su lanzamiento en 1986. Entre los siete muertos, la maestra Christa Mc.Auliffe. Las caras de desazón de los alumnos de McAuliffe, que estaban reunidos en el aula para ver a su maestra subir al espacio, quedarán para siempre como imagen de un trauma nacional.

Entre la tripulación del San Juan se encontraba la primera mujer oficial de submarinos de América Latina, Eliana María Krawczyk. En uno de los muchos perfiles que los medios argentinos le dedican, su familia, de la provincia de Misiones, la describió en el diario La Nación como “dulce” pero “dura como el acero”.

Este final para la primera submarinista del continente, una mujer entre tantos hombres, es el último elemento de un horror que hoy acongoja a todo un país.

Artículo publicado en La Folha de Sao Paulo de Brasil en portugués el sábado 25 de noviembre de 2017. 

Link:  http://www1.folha.uol.com.br/mundo/2017/11/1938172-desaparecimento-do-san-juan-toca-dores-recentes-dos-argentinos.shtml?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=compfb  

 

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25 de noviembre de 2017
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03-11-2013

Al taciturno Dante

le tiembla hasta la última gota de sangre

cuando vuelve a ver a Beatriz.

Es verdad que han pasado muchos años

desde que la viera, una única vez,

siendo todavía una niña.

Ahora, en el umbral del Paraíso,

la ha reencontrado,

viva de otra vida,

tras ser prisionera de sus sueños,

y no piensa ya dejarla escapar.

Así quiere comunicárselo a Virgilio,

su viejo guía en tantas ocasiones.

Pero sus palabras se pierden en el vacío.

El sabio compañero ha desaparecido,

prohibida como tiene la entrada al cielo cristiano.

Por un segundo Dante duda:

¿volverá atrás en busca del maestro

o seguirá adelante, hacia la luz de Beatriz?

Razón o amor: un duro dilema.

Un largo instante le atenaza.

Sin embargo, al percibir otra vez,

y con más fuerza que antes,

el temblor de la sangre,

olvida que el mundo está hecho de dudas.

Adelante, adelante:

ninguna idea logrará nunca

que la sangre tiemble de este modo.

 

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24 de noviembre de 2017
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31-10-2013

He seguido pacientemente

la trayectoria de una hormiga.

¿Cuánto tiempo?

¿Horas, quizá minutos, no lo sé?

Del mendrugo de pan al hormiguero,

del hormiguero al mendrugo de pan.

¿Siglos, quizá milenios, no lo sé?

Con esfuerzo y tesón siempre constantes

la hormiga ha transportado migaja tras migaja.

En el transcurso de su trabajo

se ha precipitado sobre mí

un buen trecho de la historia humana.

He visto la caída de Babilonia y la de Cartago;

la caída de Constantinopla y la de Berlín.

Y tras todos esos hundimientos

la hormiga seguía ahí, imperturbable.

Del mendrugo de pan al hormiguero,

del hormiguero al mendrugo de pan.

¿Cuánto tiempo?

Un instante, o quizá una eternidad.

 

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23 de noviembre de 2017
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Ampliación

En la inscripción de Andelos, que la arqueóloga Mezquíriz describe parafraseando al historiador Moret: «aunque clara a la vista, está muy escondida a la inteligencia», la palabra abuloraune significa 'vestíbulo de la puerta principal' y está en acusativo. El ibérico abuloraun deriva del sumerio abul «puerta principal, portal» y del comparativo sustantivado rabum «más espacio», «ampliación». De esta última palabra sumeria derivan el ibérico raun «espacio», «recinto», «vestíbulo» (en la inscripción de Andelos aparece el acusativo raune); el vasco gune «espacio», que es préstamo ibérico; el alemán Raum, «espacio»; y el inglés room «espacio».

 

Bilbiliarz significa «al estilo de Bilbili». Nótese el final arz, que es tío carnal del latín ars «arte». Tanto el arz ibérico, como el ars latino, remiten a Arazu, el dios artesano del panteón sumerio, cuya forma plena haran-zu significa «el que conoce el método».

 

Likine firmó más veces. En otra inscripción en Caminreal, puso Likine te ekiar, donde «te» es prima hermana de la conocida partícula pospositiva copulativa  y enfatizante griega «de», v. gr.: «ego de tauta epoiesa»: «yo, en efecto, hice tal cosa». Por lo demás, «ekiar» es «autor». Y el «ekien» de Andelos es «hizo». Aquí sinólogos y orientalistas saltarán, es un decir, como un solo hombre: válganme el yin y el yang (por cierto, en ibérico roncalés yin y yoan significan «venir» e «ir»), resulta que el ibérico presenta la misma raíz que el mongol ki, el japonés -gi, y el tungús -ki- -gi-, «hacer», y va a ser que todas las lenguas proceden del sumerio donde efectivamente gin es «hacer», y kig, «trabajo».

 

Likine, siendo originario de Bilbili (la forma terminada en -s es una adaptación grecolatina, la forma ibérica es Bilbili), o estando como mínimo artísticamente vinculado con la ciudad natal del poeta Marcial, nos recuerda inevitablemente al Liciniano a quien Marcial dedicó su gran poema bilbilitano: videbis altam Liciniane Bilbilim… La casa de la inscripción de Andelos estaba en uso en la primera mitad del siglo I. De manera que el Liciniano «laus Hispaniae» que triunfó en la abogacía y el foro romanos tuvo probablemente un pariente artista gracias a cuya firma se nos revelan particularidades del ibérico.

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22 de noviembre de 2017
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Viejos conocidos

No me avengo a la palabra madurez como expresión que define mi etapa vital. Y menos a la locución mujer madura; automáticamente la relaciono con la granazón de la fruta y su aroma excesivo, a un tris de descomponerse. O a un bolso debidamente ordenado y con el dinero planchado, sin sobresaltos. También me evoca a Stephen Vizinczey y ese calor de regazo que exhalaba su libro En brazos de la mujer madura, y a las películas de Hanna Schygulla o Meryl Streep, que muy pronto presidió el club de las mujeres ídem. Puestos a elegir, prefiero veteranía, que es menos sensorial y más unisex. Porque un hombre maduro huele a agua de lavanda, pinta canas de prestigio y pasea su atractivo, convencido de que ha intercambiado estabilidad por juventud. Una mujer madura, en cambio, es un saco de bestias negras. La amenaza de la palabra tabú donde las haya, menopausia, continúa actuando de maleficio, igual que esa familia semántica que amaga una historia universal de biología y psicología, de indisposición y sofocos: menarquía, menstruación, climaterio, amenorrea…, nombres que parecen vergonzosos cuando en verdad estructuran el principio de la vida.
Pero más allá de las palabras estigma, atisbo un nuevo ánimo en ese correr de los años, una sazón que no me disgusta. Por ejemplo, es sábado por la tarde, me doy un baño con la radio puesta, y recuerdo que hacía lo mismo de joven cuando me preparaba para salir a bailar. Rodaba el dial hasta que sonaba Radio 3 mientras me ahuecaba el pelo, pensando que aquel instante de soledad gloriosa merecía ser clocado. Un sentimiento que poco ha cambiado, el mismo nervio sigue ahí, cuando por azar suena un hit del ­Neandertal, Lost in love, que no es­cuchaba al menos hacía una década. En lugar de salir a bailar, sacaré a pasear el perro, las luces ya tintineando sobre la ciudad. Cuando atraviese el parque oscurecido, buscaré un sendero extraño, a modo de pequeña jungla urbana, y pisaré a conciencia sobre las hojas secas igual que los niños chapotean en el charco.
A menudo me pregunto si el permanente elogio de la juventud no contiene demasiado masoquismo. Cuán idealizado tenemos un tiempo en el que hay que forjarse una identidad y un oficio, además de un lugar en el mundo. Nuestra generación X, paréntesis o bisagra, la de Los Cinco, Travolta, las hombreras y el minidisc, ha insistido en alargar la adolescencia, celosa de su tiempo y su mismidad, ávida de encontrar estímulos y recreos. Pero la veteranía tiene muchas ventajas, y habrá que empezar a elogiarlas, a bendecir esa edad mental en la que puedes permitirte sin culpa hacer lo que te venga en gana. Celebrar el alivio de ­mirarte al espejo y hallar, por fin, a una vieja conocida.
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22 de noviembre de 2017
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Ciego y temible

Llamada aquí, con mal gusto, ‘Mal genio', la película biográfica de Michel Hazanavicius lleva por título original ‘Le Redoutable', preferiblemente con mayúscula, al referirse a un famoso submarino nuclear botado en 1967 y a un cineasta arisco a quien le sedujo tanto la frase final de un artículo de Le Monde sobre la botadura, "Y así sigue la vida a bordo de ‘Le Redoutable", que la decía como ‘leit motif' en las ocasiones más dispares, según contó Anne Wiazemsky en ‘Une année studieuse' (‘Un año ajetreado' en la traducción de Javier Albiñana, Anagrama, 2013). La antigua actriz descubierta por Bresson y compañera y esposa de Jean-Luc Godard, convertida en su madurez en novelista prolífica hasta su reciente fallecimiento, escribió una secuela no traducida en España, ‘Un an après', y sobre ambos libros rememorativos de aquella relación artística y amorosa ha compuesto su guión Hazanavicius en un film anecdótico que, si se ama el cine y se venera como es debido a Godard (al menos el del periodo 1959-1966) puede a la vez irritar y disfrutarse.

     ‘Le Redoutable' suena godardiana desde el principio, alcanzando resonancia, más que los homenajes formales y los guiños ñoños de Hazanavicius, el habla y el lenguaje del cuerpo de Louis Garrel, en un ejercicio de mímesis tan elaborado, y ajeno a la parodia, naturalmente, que consigue crear la ilusión escénica de que la voz del autor de ‘A bout de souffle', con su suave frenillo y su francés sin acento de ningún lugar, hubiera sido grabada y ahora revivida en laboratorio. La voz la conocemos por sus numerosas intervenciones de comentador, no sólo en el monumental ensayo-collage ‘Histoire(s) du cinéma', y algunos ancianos de la tribu le vimos andar hace cincuenta años por pasillos de Cannes y de Venecia, en una quebrada locomoción y con un rostro marcado por las gafas de montura grande y la alopecia, que parecía estar allí desde la adolescencia y, al progresar, sin llegar a la calvicie total, ha hecho que Godard parezca un ser inmutable, del mismo modo que su cine de entonces, cuando menos seis películas, mantiene la lozanía de un estilo refundador, después algo trillado por él mismo y en el que el improperio se hizo slogan, la deslumbrante sorpresa, redundancia, la apropiación del discurso ajeno un disco rayado.

        Hazanavicius es poco imaginativo. El chiste de las gafas eternamente rotas, basado en hechos reales, queda anulado por la reiteración, y el director de ‘The Artist', una película que tenía su gracia, aquí la malgasta, demostrando que imitar a Godard  -si no se tiene el talento de, por ejemplo, Wong Kar Wai o Tarantino- es una empresa suicida. El relato se divide en capítulos, los personajes le hablan a la cámara, y hay voces en off, carteles, insertos en blanco y negro, y una escena cuya imagen se desdobla entre el positivo y el negativo; lo que en Godard era invento, aquí es amaneramiento. Y el espíritu de comedia con que intenta aliviar al distraído espectador de hoy de las tiradas teóricas del maestro de la Nouvelle Vague no cuaja: las cenas de la pareja con sus amigos y la rueda de prensa en Avignon resultan banales, y el episodio del festival de Cannes en mayo del 68, suspendido por la acción reivindicativa y anti-gaullista de, entre otros, Truffaut y Godard, está mal contado y se resuelve en una larga secuencia, el regreso en coche desde la Costa Azul a París, que diluye burdamente la figura del periodista y director Michel Cournot al insistir de manera fatigosa en lo que le interesa a Hazanavicius: subrayar el esquematismo simplista del Godard prochino.

     Ese es, sin embargo, un tema capital a la hora de plantearse el calibre estético del gran artista que ha sido Godard en la segunda mitad del siglo XX. Nunca hubo en la vanguardia un cineasta de más talento ni mayor osadía que él. Pero sus dotes de hacedor de imágenes, de regenerador del lenguaje heredado (y tan bien estudiado por el excelente crítico que fue), le mortificaban, coincidiendo la angustia de ese derroche con la radicalización maoísta. ‘Le Redoutable' se hace eco de algo que Rilke, mejor que nadie en la historia del arte, supo representar: el rechazo de lo que el poeta llamaba "obra de los ojos" (en su caso la riqueza metafórica de sus dos primeros títulos ‘El libro de las imágenes', 1906, y ‘Nuevos poemas', 1907), en favor de un nuevo sistema expresivo que diese primacía a la "obra del corazón", volviéndose ciego a las impresiones sensoriales recibidas, "como si se tuviese en lo sucesivo que captar el mundo a través de otro sentido diferente", según le escribe a Benvenuta en enero de 1914. Godard también cerró los ojos a la voluptuosa manera de contar, al romanticismo impetuoso de sus heroínas y a la condenación enfermiza de sus antihéroes, apartando su mirada de narrador prodigioso en aras de un alma del hacer enfrentada al cuerpo del filmar, entreverado todo ello con la desconfianza en el relato, en tanto que vehículo de una ideología contentadora, y la entrega al arte penitencial del ‘engagement'.

      Pese a sus carencias, la película de Hazanavicius saca a relucir ese sacrificio a la militancia que cambió el curso de la filmografía de Godard. Y lo hace en la escena más lograda, en tono y situación, de ‘Le Redoutable', la de la manifestación de mayo del 68 por los bulevares parisinos, en la que Anne y Jean-Luc caminan juntos, amartelados, felices, exaltado él por la inminente insurrección popular que atisba. El cineasta es reconocido, desdeñado a gritos por alguno y abordado por otros con entusiasmo; está reciente el estreno de sus tres films prochinos ‘La Chinoise', Week-end' y ‘Le Gai Savoir', anteriores a la etapa colectivista del grupo Dziga Vertov. Un trío de amigos comandado por una joven con aire de estudiante se le acerca, declarándole su admiración pero también la nostalgia del cine suyo que prefieren, el de los primeros años. Godard les acoge afablemente, afirmando el deber, imperativo en él, de liberar a los demás y ser apóstol de una nueva verdad fílmica. Y sin perder la sonrisa, le dice la chica entonces, antes de alejarse entre la multitud: "Vuelva a hacer películas que interesen a la gente, y deje usted de interesarse por la gente". 

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22 de noviembre de 2017
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27-10-2013

¿Quién es ella?

No lo sabemos.

Apareció un día

bajo los pórticos del mercado,

hermosa, rebosante de vida,

una estatua clásica en tiempos de desorden.

Así, quieta, permanece desde entonces.

De vez en cuando las vendedoras

le ofrecen algo con qué alimentarse.

Ella toma la comida con elegancia,

apenas un leve movimiento de gratitud en los ojos,

y vuelve enseguida a la inmovilidad.

¿Quién es ella?

Los comentarios varían.

Se dice que es una extranjera sin casa,

o una actriz en plena representación,

o una loca a la espera del manicomio.

Todos, sin embargo, concuerdan

en el carácter singular de su belleza,

en el extraño magnetismo de su expresión imperturbable.

La ciudad parece mejor

desde que ha aparecido la muchacha,

y también nosotros parecemos mejores.

¿Quién es ella?

No lo sabemos,

pero ya no podemos vivir sin su presencia.

 

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22 de noviembre de 2017
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