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Blogs de autor

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15-08-2013

Una vez estuve en Afar,

allá en el Cuerno de África,

quizá en el infierno.

Cincuenta grados a la sombra.

Las mujeres, ágiles y esbeltas,

siempre muy erguidas,

llevaban vestidos de colores chillones

y enormes bultos en la cabeza.

A su lado, los niños desnudos

tenían la barriga de la malnutrición.

Los hombres cargaban y descargaban

bidones de agua en viejas camionetas,

o preparaban los sacos de sal

para la caravana de dromedarios

que tenía que partir hacia Yibuti.

Y entre todos ellos deambulaban los espíritus,

ajenos ya al hambre y a la guerra,

satisfechos de habitar una tierra

que ningún dios había creado

y que ninguna mente se había atrevido a concebir.

Una vez estuve en Afar,

y no estoy seguro de que fuera en sueños.

 

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13 de noviembre de 2017
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Realidad

 

Todo el dispositivo de la realidad es semejante a una maquinaria mecánica de relojería que, hasta donde la ciencia alcanza a saber, podría continuar funcionando indefinidamente de igual forma, sin que existan en ella conciencia, voluntad, esfuerzo, dolor ni placer.

Erwin Schrödinger.

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Citado por Alejandro Duque Amusco en su libro de poemas A la ilusión final, Renacimiento, Sevilla, 2008.

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10 de noviembre de 2017
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13-08-2013

Eran las dos y treinta y cinco de la madrugada.

Lo sé porque hacía un segundo

que había mirado mi reloj.

La lágrima de San Lorenzo

cayó por el rostro de la noche,

cruzando el cielo de un extremo a otro.

Veloz, como el mensajero de las malas noticias;

brillante, como la coraza

del ángel que acude a defendernos.

La incertidumbre humana

es extrañamente precisa, y a cada instante

divide nuestra alma en dos mitades

que luchan entre sí

en una batalla que nunca tendrá

vencedores o vencidos.

 

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10 de noviembre de 2017
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07-08-2013

Recuerdo la caída de Troya.

No fue como la han contado poetas e historiadores.

Los mentirosos poetas

convierten la muerte en belleza.

Los historiadores, por su parte,

belleza y muerte

las sirven en el banquete de las cifras.

Tras diez años los combatientes estaban agotados.

Unos y otros habían muerto antes de morir.

Ya no quedaban héroes para el combate final.

Al amanecer de aquel último día

los hechos transcurrieron velozmente.

Los que estábamos agazapados

en el interior del caballo de madera

ocupamos con sigilo las posiciones dominantes.

Se acuchillaba en silencio. Se violaba en silencio.

Todos, con nuestro silencio, imitábamos las figuras

que adornan los frisos de los templos.

Acuchillé en silencio, violé en silencio.

Y por fin, sin fuerzas, gritamos el grito de la victoria.

Pero el aire no estaba impregnado

de gloria sino de horror.

Así fue, os lo puedo asegurar.

Yo estaba allí.

 

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9 de noviembre de 2017
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No es una moda

Toca recordar el caso Nevenka. Sucedió hace dieciséis años, en una España donde la igualdad entre hombres y mujeres aún se tomaba a cachondeo y, en el mejor de los casos, con una letal condescendencia. La concejal Nevenka se enfrentó a Fuenteovejuna porque, tras mantener una breve relación con el alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez, ella quiso cortarla, aunque este se negara de muchas formas, todas ellas deleznables. He repasado el caso en la hemeroteca. El fiscal la trató con humillaciones del tipo: “¿Quién se cree que es usted, una cajera de Hipercor que se deja tocar el culo para mantener a sus hijos?”. Fue apartado del proceso, pero hubo más afrentas: las palabras elogiosas de Ana Botella hacia el “impecable” regidor, la opinión popular a favor de ese padre padrone que se dedicaba a negocios nocturnos además de empuñar la vara de alcalde. Nevenka Fernández ganó el juicio contra todo pronóstico. La suya fue la primera tipificación de un acoso sexual en la escena política española. No le serviría de mucho: tuvo que irse no sólo del pueblo, sino de España, para poder vivir en paz, sin mofas, ni vacíos. Lejos de un clima de opinión que intercambiaba papeles convirtiéndola a ella en la perversa.
Quien fue fugaz directora de The New York Times, Jill Abramson, cubrió en 1991 el caso de la abogada Anita Hill contra el entonces candidato a la Corte Suprema de EE.UU. Clarence Thomas. Por primera vez en la historia se creaba jurisprudencia en torno a la figura del acoso sexual, nunca antes reconocido. Abramson le confesó a su colega Mau­reen Dowd que lo más escandaloso había sido constatar cómo hombres poderosos empleaban recursos públicos para socavar la credibilidad de una mujer que nunca tuvo el menor deseo de convertirse en el centro de la atención política.
Entonces, la conciencia social era más afín a la virilidad opaca del acosador que a la credibilidad de la acosada. Las que dieron el paso se morían de vergüenza primero, después de soledad. Al papel de víctima había que sumarle la es­tigmatización. La denuncia, muy lejos de sumar, restaba. Han tenido que pasar 26 años para que –gracias a las Anita Hill y a las Nevenka, además de­ ­aquellas y aquellos que han creado un marco de tolerancia cero a los depre­dadores– las mujeres hayan podido confesar en multitud. No es una, sino miles de voces, que se apoyan las unas en las otras para certificar que la aleación ­poder-sexo no consentido es devasta­dora. Hasta los partidos británicos se han unido para combatir la avalancha de denuncias de abusos en el Parlamento. No querían que las mujeres hablaran, y ahí lo tienen. Por supuesto algunos varones, tan irritados como cínicos, dirán que es una moda.
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8 de noviembre de 2017
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El pulpo en el garaje

El horror comparece a diario en la vida real, y cuando no hay naufragio, bomba suicida ni tornado, los noticieros destacan morbosamente la desaparición de un industrial o la reyerta en una verbena, sin explotar lo bastante el filón de la política, en que abundan las criaturas de frankenstein del populismo, el vampirismo de las voluntades, los borregos vestidos de licántropos. Quizá por esa razón se ha hecho consuetudinario que el cine, que lleva cien años largos desarrollando popularmente las raíces del género, desde la monstruosa a la hemorrágica, ahora lo aborde solapadamente, en tanto que efluvio del aire de los tiempos: se ven cada vez más películas que no se presentan sujetas al canon terrorífico y luego lo introducen, como de contrabando, en el discurso social o sexual. Así sucede en dos recientes obras fallidas, ‘Abracadabra' de Pablo Berger y ‘El amante doble' de François Ozon, aunque siendo sus autores consumados artistas al espectador le cuesta un poco darse cuenta del estraperlo de géneros que ambos llevan a cabo. Pero acaban dejando la sensación, al menos en mí, de que el esperpento social de la primera y la psicosis monozigótica de la segunda habrían dado más juego emocional y un superior dividendo artístico eludiendo el chafarrinón de las posesiones infernales que Berger se saca de la manga o los desangelados brotes sádico-ultraterrenos de Ozon.

      En ese sentido, tiene más consistencia y menos pretensión ‘Verónica', la nueva película de Paco Plaza, co-autor de dos de los títulos de la saga ‘[REC]' y autor total del mejor de los cuatro, ‘Génesis', que hace en este caso una fusión entre el cine de barrio (modalidad Ken Loach) y el demonismo ocultista. Aunque soy consciente de la militancia de Plaza en el campo de la fantasía, el realista que llevo dentro me hizo suspirar en muchos momentos por un desarrollo más amplio, y casi unívoco, de la parte ‘clara' de ‘Verónica': la crónica social de los primeros años 90 en Vallecas, que adquiere en esta dislocada historia sobre el poder y el peligro de la ‘ouija' una densidad y una veracidad que ya querrían para sí los seguidores españoles de Loach. Cuenta además el director con un gran reparto: la bella naturalidad de la debutante Sandra Escacena, y el lujo de unas secundarias de primera fila, Ana Torrent, Sonia Almarcha, Maru Valdivielso; reconozco que Leticia Dólera está tan bien caracterizada en su cameo que no me enteré de que era ella hasta leer el reparto final. He de confesar también que no creo en el más allá, ninguno, lo que me impide disfrutar con conocimiento de causa de las levitaciones y estremecimientos que el cineasta valenciano rueda con tanta chispa.

     La fusión de Plaza no aspira a lo experimental, al contrario que la de Amat Escalante en ‘La región salvaje', cuya protagonista por cierto se llama, casualidad de las casualidades, Verónica. El mexicano nacido en Barcelona y crecido en Guanajuato (aquí hablamos en enero del 2014 de su anterior y extraordinaria ‘Heli') tiene ya, con cuatro largometrajes en su haber, una de las personalidades más descollantes del cine actual, volcada en el tratamiento de una violencia reacia a las explicaciones, reflejada a menudo con extrema crudeza pero sin espectáculo. La historia de ‘La región salvaje' trascurre, como en otras ocasiones anteriores de su filmografía, en Guanajuato, hermosa ciudad en sí misma proclive a lo mórbido, lo macabro y lo subterráneo, y según lo ha contado el propio Escalante, las primeras versiones del guión co-escrito con Gibrán Portela carecían del "elemento fantástico". Insatisfecho y paralizado, el director optó por rehacer el libreto introduciendo a un extraterrestre en la trama naturalista, con dudas al principio sobre la conveniencia de que la criatura apareciese o no físicamente. Su confesada admiración por Cronenberg y Dario Argento, por la película ‘Robocop', las fotografías sado-masoquistas del japonés Nobuyoshi Araki, el cine de visiones exacerbadas de Andrzej Zulawski, le llevó a incluirlo, y los peligros de hacer caer en el ridículo una película que elude absolutamente la formalidad, el sonido y la imaginería terrorífica, Amat Escalante los conjura formidablemente, articulando con asombrosa coherencia una parábola sobre el deseo, sus límites, sus goces, sus condenas, su capacidad de obsesionarnos y hacernos sufrir.

    El extraterrestre aparece lateralmente en la primera secuencia de ‘La región salvaje' agitando un tentáculo aún por definir, y acaba siendo, como todos los monstruitos creados con efectos especiales, viscoso y repelente, aunque se trate de un generoso dispensador de favores. Es un tropo de irresistible encanto que el sujeto viviente que más placer da y más éxito tiene con mujeres y hombres sea un compuesto gigante de insecto y molusco octópodo acogido en una cabaña de ecologistas trasnochados, donde opera sus artes de seducción en una especie de galpón o garaje. Los protectores y en cierto modo empresarios le consideran "la parte primitiva" de los animales que por el campo pastan, y hay una escena estupenda de un tropel de cérvidos y otros mamíferos follando a mansalva en una hondonada, como representantes de un instinto selvático incontaminado por la culpa o la convención social. La película no tiene la implacable sanguinolencia de ‘Heli' ni la brutalidad serena, en alguna secuencia placentera, de su segundo largometraje ‘Los bastardos' (no conozco el primero, ‘Sangre'), pero el deslizamiento sutil, incomprensible a veces, entre lo animal y lo humano, entre el dolor y el deleite, se apodera también del espectador de esta película tan turbadora como inolvidable. 

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8 de noviembre de 2017
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19-07-2013

Partisteis para regresar,

como trofeo de guerra,

con la verdad,

con la magnífica verdad de los inocentes,

y habéis retornado, ufanos,

con tristes conjeturas,

con mentiras disfrazadas de medias verdades,

con vanos alardes de suficiencia.

Habéis desperdiciado vuestro primer envite.

Ahora partiréis de nuevo en busca de la inocencia,

y, ya en la batalla,

consumiréis vuestras energías,

pondréis el alma a los pies de la verdad,

con todo el ímpetu,

con toda la inteligencia

porque, eso lo sabéis,

ya no habrá otra oportunidad para vosotros.

 

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8 de noviembre de 2017
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06-07-2013

La perfección,

nuestro invento más arriesgado,

es felizmente ajena

a todos los otros mundos.

Nosotros, geómetras, hemos dibujado

el cuadrado, el cubo y la esfera,

y, como arquitectos,

los hemos impuesto a la naturaleza.

Pero nunca hemos hallado

figuras semejantes en el universo,

y ni siquiera en nuestro propio cuerpo,

un caos fugazmente armónico.

Soñadores,

hemos obligado a Dios

a aparecer en nuestros sueños.

Así, vestidas de perfección,

han amanecido nuestras peores pesadillas

y, en el desvarío último,

hemos entrevisto una ciudad de oro

en la que refulgen la armonía y el perdón.

Ellos,

el perro que ladra al atardecer,

el meteorito que cruza el glaciar nocturno,

la rosa que se abre ante el rocío,

ellos, nuestros semejantes,

no necesitan pensar en quimeras

porque existir es ya su victoria.

Nosotros, sí.

Nosotros necesitamos que la perfección

nos aliente, nos mate y nos salve.

 

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7 de noviembre de 2017
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El Boomeran(g)
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