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Menos Europa

Tras cinco meses de silencio, el gobierno de Tony Blair ha formulado su propuesta de presupuesto europeo, que se puede resumir en dos palabras: menos presupuesto. Un 8% menos de dinero para los nuevos estados miembros, un recorte de 8.000 millones de euros en el cheque británico y una rebaja de las cuentas comunitarias. O sea, que los gobiernos gasten más en casa y menos en la Comunidad Europea. Tradicionalmente, este tipo de propuestas inglesas recibía una rápida y contundente respuesta de Francia, escandalizada por la falta de conciencia social y el excesivo liberalismo de los ingleses. Pero Francia está callada. Y no es para menos. La cuna de la democracia moderna lleva una temporada de fracasos. Después de encumbrar al ultraderechista Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones, sus ciudadanos rechazaron la Constitución Europea en un referéndum. Como cereza del pastel, la violencia callejera del último mes descubrió que su modelo de integración social está desintegrado. Francia no debatirá mucho en el plano internacional, porque ya tiene bastante con contener el previsible avance del Frente Nacional. El modelo europeo surgió como una alternativa a los dos grandes sistemas del siglo XX. El estado del bienestar sumaba la libertad del capitalismo con la igualdad del socialismo, todo con éxito económico. Pero la disyuntiva ya no es la misma. De hecho, ni siquiera los términos políticos tradicionales corresponden con la realidad. Baste recordar que Blair –el que quiere recortar los subsidios, el que fue a la guerra- es un político “de izquierda” y su rival Chirac es “de derecha”. El problema ya no es ideológico sino doméstico: ¿de dónde va a salir el dinero para mantener el bienestar? La competencia de las potencias emergentes como China, la alta edad de sus ciudadanos que cada vez cobran más y pagan menos a la seguridad social, los beneficios sociales que han creado trabajadores poco competitivos, están obligando a Europa a desmantelar sus sistemas de bienestar e igualdad. Para mantener sus economías, la Comunidad necesitará más inmigrantes y mayor flexibilidad laboral, y eso va a causar conflictos sociales. Intentar una integración europea cuando ni siquiera hay una integración efectiva en las calles de París podría terminar colapsando el sistema. El gran modelo europeo, pues, ha ido más rápido en la teoría que en la práctica. De momento, a falta de un modelo claro de desarrollo, forzar una integración demasiado rápida de Europa puede ser el mejor modo de acabar con ella.

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7 de diciembre de 2005
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Villano se busca

Nunca pensé que en un mundo tan pródigo en males me iba a costar tanto encontrar un villano. Me explico. Estoy escribiendo la segunda versión de un guión llamado Superhéroe, que se atreve a imaginar el surgimiento de un personaje de esos tan caros a la imaginería popular en el contexto de una sociedad despedazada por una crisis feroz (económica, social, política, cultural) como la argentina. En la primera versión me salieron bien unas cuantas cosas: por ejemplo la pintura del protagonista, un típico joven de hoy que al verse sorprendido por la concesión de un poder extraordinario, no piensa ni por asomo en salir a hacer el Bien (una fantasía típicamente norteamericana, derivada del complejo mesiánico tan acentuado en los últimos años por conveniencias políticas) sino en divertirse como loco, dejar de trabajar y seducir a la chica de sus sueños. Por supuesto, con el correr de la historia comprende que no puede permanecer del todo prescindente en un contexto de tan extendido sufrimiento y se anima aunque más no sea a pensar, siquiera, por dónde empezar a desatar semejante nudo. En los relatos convencionales del género, el villano es una anomalía en el sistema: la manzana podrida, una excepción a la regla. Por eso es frecuente que esté loco, como el Joker de Batman, o los científicos desquiciados que suelen torturar al pobre Spiderman, o el asesino serial al que se enfrenta el superhéroe de Unbreakable, la película de M. Night Shyamalan. Un gangster también puede funcionar como villano, en tanto significa un quiste corrupto en el cuerpo por lo demás saludable del capitalismo triunfante. En los últimos tiempos el cine ha recurrido hasta el abuso a los traficantes de drogas, a quienes desprecia porque pervierte algo tan maravilloso como el comercio al vender mercancía dañina (es llamativo, en este contexto, el respeto que les tiene a los fabricantes de armas, que producen mucho más daño y son bendecidos por la ley) y ahora prefiere a los terroristas, a quienes concibe como renegados, gente aislada y solitaria que hace lo que hace porque no tolera el bienestar de las mayorías y envidia el american way. ¿Pero qué ocurre cuando el sistema entero es maligno en su esencia, o cuanto menos permite sin ofrecer mayores resistencias un triunfo recurrente del Mal? Entonces los representantes legítimos del sistema se convierten en símbolos de ese Mal. Los potentados económicos. Los líderes religiosos. Los presidentes electos. Los militares. Los legisladores. Sin ir más lejos, aquí estuvo a punto de asumir como diputado electo Luis Abelardo Patti, sobre quien pesan varias causas por homicidios cometidos durante la dictadura militar en la que se desempeñó como comisario. Una moción de último momento impidió la jura, y en los próximos días su situación será debatida en profundidad. Lo que no borra el hecho de que un homicida confeso (porque Patti se vanaglorió en público de sus hazañas en más de una oportunidad) haya sido votado para el cargo por miles de personas para quienes, es obvio, los villanos tan sólo existen en las películas. ¿Se imaginan a Superman haciéndole frente a Bush, o produciendo la bancarrota de la industria petrolera al propiciar la utilización de fuentes de energía alternativas? Resulta imposible, porque para que ello ocurra los muchachos de DC Comics deberían asumir que un sistema que se precia de defender la democracia, la libertad y la justicia ha permitido la entronización de alguien que en la práctica las demuele a diario. Para ello deberían asumir también que un terrorista no es un renegado sino un hijo natural de un sistema injusto, que por ende no desaparecerá hasta que se eliminen las condiciones que lo generaron; y eso es algo que, todos lo sabemos, no ocurrirá en un futuro inmediato.

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He ahí mi dilema respecto de los villanos del mundo actual. Uno de los personajes del guión lo pone a las claras: hoy en día los supervillanos son señores que visten trajes carísimos, que manejan cuentas multimillonarias, industrias, ejércitos privados y a menudo naciones sin que, en la mayor parte de los casos, conozcamos sus nombres ni sus rostros. (Los nombres y rostros que sí conocemos suelen ser los de sus embajadores: el presidente tal, el dictador cual, el periodista equis, el diputado zeta.) Son los hechos y las omisiones de estos supervillanos reales los que determinan el hambre de las mayorías, la difusión de las enfermedades y la persistencia de la ignorancia. Pero aun cuando nadie dude de que cuentan con superpoderes para el ejercicio del mal, son casi opuestos a sus representantes en el terreno de la ficción. Los supervillanos de las historietas están locos, pero los del mundo real son cuerdos, calculadores, lógicos. Los supervillanos de las películas son carismáticos, pero los del mundo real prefieren el perfil bajo. Los supervillanos de la TV son coloridos, pero los del mundo real son grises: no dan puntada sin hilo. Es decir: terribles como personas e inservibles –o poco menos- como personajes. Una película con un supervillano como Aznar sería aburridísima. (Insisto, aun en el mejor de los casos Aznar no sería un supervillano, sino tan sólo un secundón en las huestes del Mal, un henchman, un matón a sueldo.) La crueldad desbordada e imaginativa de un Joker permite el juego de la ficción; en cambio la crueldad fría y metódica de los villanos de la vida real sólo produce escalofríos y le quita a cualquiera las ganas de jugar. ¿Debería resignarme y crear un supervillano carismático? Como escritor es una tentación. Este tipo de personajes suele dar grandes satisfacciones: Moriarty, el Joker y Dracula, por mencionar tan sólo algunos malvados clásicos, son criaturas brillantes y elocuentes, el sueño de cualquier creador: rezuman drama y teatralidad. ¡Pero en este caso me resisto a intentarlo! En los relatos del género el héroe excepcional y el villano excepcional son dos fuerzas que se anulan una a la otra para que todo siga igual; y yo quiero un héroe excepcional (todo héroe lo es, en estos tiempos) que se enfrente a los villanos que son la norma para que ya nada sea igual. Siento que si optase por el camino más fácil, me estaría negando a abordar la noción del Mal que padecemos hoy en nuestro mundo: y si no logramos descularla ni siquiera en el territorio de la imaginación, ¿cómo lograremos hacerle frente en el mundo real?

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J. R. R. Tolkien tuvo una percepción certera cuando hizo de Saurón no tanto un personaje como una fuerza corruptora: poco más que un fantasma, un poder incorpóreo que se apodera de todos aquellos que le dan lugar por necesidad, ambición o inseguridad. Algo parecido sugería Kayser Soze en The Usual Suspects, la película de Bryan Singer: “El mejor truco del Diablo es habernos convencido de que no existe”. Los villanos de este mundo nos han convencido de que no son tales, ellos son tan sólo empresarios, estadistas, funcionarios, industriales, soldados, inversores o profesionales independientes. Y nosotros hemos creído que esa máscara anodina es real. Leemos sus hazañas en las revistas de negocios o de moda, los envidiamos, ¡los votamos! El desafío como narrador es ver más allá, y desmontar el rictus del triunfador-del-mundo-de-hoy para demostrar que existe, por detrás, una inteligencia superior al servicio de intereses puramente personales –o para ponerlo de forma apropiada al género, al servicio del Mal. Sí, ya lo sé, me metí en un berenjenal. Ya les contaré si sobrevivo.

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7 de diciembre de 2005
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Economía y delito

La novela más original de la edición europea (o mundial) acaba de publicarse en España. Se titula El año que tampoco hicimos la Revolución y su autor es el Colectivo Todoazen (Editorial Caballo de Troya). Este colectivo lo forman el economista J.G. (que declara unos ingresos brutos anuales de 26.000 euros), el sociólogo I.E. (14.000) y el escritor B.C. (9.500). No es difícil de adivinar quién es B.C. El libro narra en 365 páginas los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de un año, de mayo a mayo de 2004/5, y su argumento es relativamente simple. Se trata de una novela de misterio: ¿por qué la población de aquel lugar no se amotinó y pasó a cuchillo a sus representantes políticos, procediendo luego a colgar de las farolas a los banqueros, financieros, plutócratas y oligarcas? Viene a ser como Las viñas de la ira, de Steinbeck, pero aquí. Los acontecimientos que se narran son espeluznantes. La novela comienza con un motín en una prisión catalana. Sigue luego con los beneficios de bancos y cajas de ahorro españoles, los de las grandes empresas, los monopolios disfrazados, los grandes consorcios. De vez en cuando ese relato se interrumpe para desarrollar una segunda línea novelesca, la de los despidos, traslados de empresas, desubicaciones, multiplicación del precio inmobiliario, estancamiento de salarios, acelerada subida del precio de subsistencia y así sucesivamente. El texto se ve hábilmente entrecortado con asesinatos, robos, asaltos, reclusiones forzosas, juicios y condenas, dramas de inmigrantes, prisiones. De vez en cuando, una entrevista o una carta añade una nota de emoción, como la muy tremenda de Lothar Baier antes de suicidarse. Todos y cada uno de los sucesos está rigurosamente copiado de la prensa diaria. El colofón del libro es un poema de Bertold Brecht (Resolución de los Comuneros) que debería ponernos en pie y salir a la calle para incendiar sucursales de banco. En lugar de eso, aquí estoy, escribiendo como un idiota. Por lo menos ya saben dónde tienen toda la información económica del año 2004/5 en España, situada en un contexto sociológico aterrador y dispuesto con el montaje artístico de Walter Benjamín en el Libro de los Pasajes. Es la novela del año. Y todo lo que cuenta es real como la vida misma. Al igual que el Colectivo Todoazen, este redactor se asombra de que vivamos en el paraíso, según dice el gobierno, y que el único problema del país sea la metafísica nacionalista. También se asombra, habiendo conocido la prensa de resistencia contra el franquismo, que la opinión pública española se parezca tanto a la de Ceacescu.

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7 de diciembre de 2005
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Defensa del patrimonio

Se ha dicho todo sobre la mala relación de Francia con EE.UU. Y con Inglaterra, ni hablar desde Napoleón. Pero me parece que todavía no hemos visto nada. Ahora, los anglosajones amenazan el patrimonio francés. ¿Qué queda del patrimonio en un país plagado por el desempleo, con motines en los suburbios de sus metrópolis y un estado en quiebra? Bueno, queda Proust. Los quince libritos de la colección blanca de la NRF que componen “En busca del tiempo perdido”. Chirac entra y sale del hospital, los jóvenes árabes queman carros, la deuda pública alcanza el 120% del producto interior bruto, pero queda Proust.

Es donde aparecen los anglosajones pues la casa editorial Viking Penguin acaba de publicar una nueva traducción de la obra maestra de Proust y basta leer el título de los dos primeros libros para entender la polémica. En francés, la primera parte se llama “Du côté de chez Swann”. C.K. Scott Montcrief, el primer traductor de Proust al inglés propuso en su época un magnífico “Swann’s way” que suena aún mejor que el idioma original. En el Reino Unido, en la nueva traducción, ese título sale ahora como “The way by Swann”, una creación oligofrénica cuyo única inspiración tiene que ser lo que se lee en camisas y pantalones: “Polo by Ralph Lauren”. No hay ninguna razón para cambiar el status de Swann que pasa a ser mero creador de un camino (way) en lugar de ser su propietario. (En Proust, no hay otra propiedad que la de las emociones proporcionadas por una experiencia recordada).

Pero la cosa no se detiene en el primer volumen. Viene el segundo: “A l’ombre des jeunes filles en fleurs”. Montcrief propuso para esa poesía imposible de traducir (en francés “la fleur de l’âge” significa la juventud) un “Whithin a budding grove” que da la idea de una masa vegetal a punto de florecer sin arriesgar la vergüenza de una metáfora barata: una jovencita es una flor. Pero los anglosajones, tanto los ingleses como los americanos, cometieron ese crimen al poner sobre la portada “In the shadow of young girls in flower”. Ya no estamos en Ralph Lauren sino en la moda hippie... No me importa que Chirac se lleve muy mal tanto con Bush como con Blair pero Proust, por favor.

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6 de diciembre de 2005
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Los exhumadores de historias

Cuando me enteré hace ya algunos años de la existencia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), su historia me fascinó por muchos motivos –pero en especial por uno. Los muchachos del Equipo son aquellos que desde los años ochenta dedicaron su vida a la identificación de los restos humanos que el terrorismo de Estado produjo durante la última dictadura con profusión y métodos que sólo pueden ser tildados de industriales. Cuando comenzaron tenían poco más de veinte años, eran estudiantes de medicina y de antropología: sabían poco y nada y contaban con poco más que unas palas y unas escobillas, pero al sonar la oportunidad le pusieron el cuerpo (los forenses diplomados habían declinado la oferta, marcados por el miedo) y estuvieron a la altura de la Historia: no eran iluminados, sino tan sólo gente que decidió no dar la espalda al dolor. Me fascinó también que a consecuencia de aquella decisión original hubiesen privilegiado el contacto con los familiares de las víctimas a la Academia, o a las instancias del Poder. Ellos se entrevistaban con la pobre gente que había perdido hijos, sobrinos, hermanos. Les solicitaban toda la información posible sobre el desaparecido, hasta sus archivos médicos, en busca de pistas que permitiesen reconocer los huesos. Y en caso de triunfar en la identificación, volvían a entrevistarse con los familiares y acompañaban el camino final de los restos hasta su descanso en una tumba con nombre y apellidos. El suyo era un trabajo científico, pero que sólo adquiría su real dimensión en el contacto con aquellos con hambre y sed de justicia. También me sedujo el relato de su propia construcción, gente que comenzó bajo el ala del antropólogo forense Clyde Snow (amigo de Michael Ondaatje, el autor de El paciente inglés, que hasta se animó a convertirlo en personaje de su última novela, Anil’s Ghost) y que lentamente fue armando su saber profesional, sin apoyo oficial y casi sin subvenciones, en una época que ni siquiera contaba con la tecnología de identificación del ADN. Desde aquel origen, los muchachos del EAAF han exportado su triste savoir faire a infinidad de países que han sido víctimas del terrorismo de Estado y de la guerra, contribuyendo con la exhumación de una verdad a la que se había querido matar. Han estado en El Salvador y en el continente africano, han estado en Bosnia y en los parajes bolivianos donde contribuyeron a identificar los restos del Che Guevara –un esqueleto que carecía de manos. El presidente Kirchner acaba de otorgarles un justo premio, que funciona al menos como el comienzo del reconocimiento que esta gente merece. Su historia es de las pocas cosas que nos produce orgullo en medio de tanta destrucción. En una década que se caracterizó por la traición de los líderes al mandato popular (en las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, entre otras tantas renuncias), los muchachos del EAAF fueron de las pocas cosas que nos permitieron conservar viva nuestra esperanza en la Justicia. Pero lo que más me fascinó del trabajo de los antropólogos forenses fue la manera en que se parecía a la labor de los narradores. En esencia, se valían de unos pocos, escasos elementos (huesos, en su caso, así como los narradores parten de una idea, o de una línea argumental, o de una simple inspiración) para tratar de erigir desde allí una historia completa, un universo entero. Se trata de darle carne a quien no la tiene, nombre a quien no lo tiene. ¿O no nos afanamos los narradores a diario para convertir a los desaparecidos, a aquellos sin entidad ni identidad, en aparecidos?

……………………

Hace algunos años escribí un artículo sobre el EAAF para la revista española Planeta Humano, a instancias de mi maravillosa amiga Ana Tagarro. Ese texto sigue siendo lo que más me enorgullece de toda mi carrera periodística, por el trabajo que me demandó y por la gente que me obligó a conocer. Lo incluyo aquí a pesar de su longitud, a sabiendas de que se trata de una historia increíble que vale la pena desde el principio al fin:

…………………… Ver texto completo en documento adjunto de Word.

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5 de diciembre de 2005
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Decir la verdad

Cuenta Jean Piaget que cuando contaba muy pocos años un hombre trató de secuestrarlo en pleno centro de París. Iba acompañado por su niñera y la esforzada muchacha opuso una resistencia tan feroz que logró poner en fuga al criminal, no sin antes recibir heridas en el rostro. Recordaba el epistemólogo con nitidez a las gentes que acudieron en ayuda de la heroica niñera, e incluso el uniforme de los policías que levantaron acta del suceso. Muchos años más tarde, la niñera sufrió una repentina iluminación religiosa y entró como pupila en un establecimiento cristiano. Escribió entonces una carta a los padres de Piaget pidiendo perdón por sus mentiras. Todo había sido un invento. Ella misma se había autolesionado para impresionar a sus patrones y conservar el empleo. Junto con la carta, devolvía el reloj de oro que le habían regalado en agradecimiento por su valentía. El relato histórico se mostraba falso. No así el recuerdo de Piaget, el cual sería para siempre verdadero. Se pueden desmentir los hechos, pero no pueden borrarse los sentimientos hacia atrás. Este es el peligro que trae consigo la presencia de niños o jóvenes inmaduros en algunos juicios que tratan de establecer una verdad relacionada con la memoria. Acaba de suceder en Francia, tras la absolución más escandalosa de la historia judicial francesa. Y está pasando en Barcelona, como en su día denunció Arcadi Espada a raíz de los procesos por pederastia en el barrio de El Raval. No de otro modo se experimentan algunos sucesos históricos (derrotas, humillaciones, agravios) basados en hechos demostradamente falsos, pero que siguen viviéndose como emocionalmente verdaderos por los nacionalistas. El establecimiento de una verdad aceptable tropieza con dos obstáculos. El primero, por la izquierda desorientada, presenta la verdad como un puro resultado de los intereses de los poderosos. Por la derecha, en cambio, la verdad sólo puede ser establecida por la tradición y la autoridad. Encontrar una verdad posible es tarea de artistas, científicos y filósofos. Una novela como Demonios, de Dostoievsky, dice la verdad sobre los grupos terroristas actuales. Filósofos como Michael P. Lynch, en su reciente estudio divulgativo La importancia de la verdad (Paidós), ayudan a evitar relativismos y fundamentalismos. Los científicos denuncian a los falsos expertos y los fraudes disfrazados de investigación académica. Una triple alianza. El resto es publicidad.

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5 de diciembre de 2005
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Barcelona legalize

“Cientos de plantas de marihuana asoman en los balcones de Barcelona” titulaba hace tres años el Periódico de Cataluña. El artículo citaba a un consumidor y sembrador con el récord de haber conseguido quince plantas hembras -es decir, fumables- en sus últimos 36 intentos: "Barcelona es una ciudad abierta, tolerante. El cultivo no molesta a nadie y la cantidad es claramente para consumo propio. Los jueces no suelen autorizar un registro por cuatro macetas". El 28 de julio de este año, informaba El País: “seiscientos pacientes se someterán en Cataluña, a partir del otoño, a un tratamiento con extracto de marihuana para comprobar el poder de esta planta para mitigar los síntomas de determinadas patologías. El protocolo de este estudio pionero lo tiene listo la Generalitat catalana y sólo pendiente de la firma del Ministerio de Sanidad. Los pacientes, afectados de cáncer, patologías neurológicas y sida, serán seleccionados en los seis hospitales catalanes que participan en el plan y que dispensarán el fármaco, un spray sublingual que contiene todos los principios activos del cannabis”. El 14, 15 y 16 de octubre, se realizó en Barcelona la Feria del Cáñamo, una convención que convocó a los principales comercios de un negocio que mueve 30 millones de euros al año sólo en España. Vendían macetas, fertilizantes, vaporizadores, pipas, papel de fumar, semillas, vídeos didácticos sobre el cultivo, desmenuzadores, bongs, camisetas alusivas, chocolates de cáñamo, helado de cáñamo, cerveza de cáñamo… Pero no vendían marihuana. Eso es ilegal. Barcelona ha alcanzado un equilibrio llamativo en el tema de la marihuana. Tolera su uso, consumo, promoción, circulación y experimentación pero prohíbe estrictamente la venta. No sé si eso es una doble moral o un consenso social que satisfaga a todos los sectores sociales. O quizá no haya diferencia entre ambas cosas. Para un vistazo al negocio: www.lamarihuana.com

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5 de diciembre de 2005
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De arcos y de blancos

Estaba viendo No Direction Home, el documental de Martin Scorsese sobre Bob Dylan, y me quedé colgado de un comentario de Allen Ginsberg sobre el artista como inspirador. Ginsberg dice que inspira aquel que expresa verdades que hasta segundos antes todos intuíamos, sin saber cómo decir. A Dylan le cabe el sayo, eso es indudable. Durante décadas encendió bengalas que aun con la fugacidad de una canción, han iluminado el camino por el que solemos peregrinar a oscuras. Pero Ginsberg me dejó pensando en algo que iba más allá de Dylan. A esta altura decir que los grandes artistas nos inspiran es apenas un lugar común. La cuestión sería, en todo caso: ¿qué nos inspiran, y qué clase de inspiración buscamos en las obras de arte? Hay tantas respuestas a esos interrogantes como personas, puesto que decodificamos cada obra de acuerdo a nuestra propia e intransferible necesidad. Hay gente que busca que un artista refrende lo que ya piensa, o siente; gente que busca seguridad en el arte: confort. Hay gente que espera ser desafiada, gente que espera que un artista cuestione su sistema de valores; gente que espera que un artista haga temblar su mundo. Todos, por cierto, disfrutamos ocasionalmente de una novela, una música o una película ligera: está bien que podamos olvidarla al instante de haberla consumido. Pero algunos necesitamos también de otro tipo de obras, que no sólo se consuman, sino que se consumen: novelas, músicas y películas que no acallaremos en nuestras almas por más que lo deseemos con desesperación; porque no fueron concebidas para que dispongamos de ellas, sino más bien para que ellas dispongan de nosotros.

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Muchos admiran a ciertos artistas por la perfección con que ejecutan su instrumento. Si yo venerase la técnica impecable, preferiría escuchar Blowin’ in the Wind en la versión de Peter, Paul and Mary; sin embargo prefiero la voz destemplada de Dylan, porque siento que la forma en que rompe con las normas del buen cantar es indivisible de lo que la canción me inspira. Esas palabras suenan muy distintas en la voz de alguien quebrado que en boca de tres universitarios que armonizan como si nunca hubiesen puesto un pie en la puta calle. Yo admiro a Borges como escritor. Es uno de los pocos autores argentinos cuyos libros conservo al alcance de mi mano, en el sector de la biblioteca más próximo a mi escritorio. (Los otros son Roberto Arlt y Rodolfo Walsh.) Pero su obra no me inspira; o en todo caso no me inspira otra cosa que no sea la necesidad de depurar mi propio estilo como narrador. Y la perfección del estilo tiene poco que ver con los motivos que me impulsaron a escribir en el principio, y que siguen impulsándome cada día. Siento en todo caso afinidad con Rodolfo Walsh, el autor de Los oficios terrestres y Operación masacre. Porque en Walsh convive la persecución del párrafo perfecto con el ansia de que ese lenguaje interpele y modifique la realidad de la que participa lo quiera o no, lo busque o no. Walsh trabajaba para producir el mejor relato posible, convencido de que la perfección de ese relato colaboraría con la construcción del mejor mundo posible; puede sonar a utopía, lo entiendo, pero si no hablamos de utopía cuando hablamos de arte, ¿de qué demonios estamos hablando? Me gustan los artistas que me impulsan a escribir mejor. Pero los artistas que me inspiran son los que me impulsan a vivir mejor.

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En Walsh vida y obra eran lo mismo, dos instancias distintas de un movimiento único. Se potenciaban la una a la otra, y sólo tenían sentido si se las leía en conjunto: ética y estética como yin y yang, necesariamente inseparables. (Uno de los grandes músicos argentinos contemporáneos, Luis Alberto Spinetta, lo puso hace tiempo de manera concluyente: Es difícil producir una obra hermosa si uno no tiene una vida hermosa.) Me cuesta entender a aquellos para quienes la estética es un valor absoluto, algo autosuficiente, que no necesita de otro alimento que no sea aquel que se provee a sí misma. (Esta cuestión de la pureza tan cara a los estetas me sonó siempre a la exégesis de la raza aria.) Valoro y respeto el lenguaje, pero a diferencia de otros escritores, no consigo endiosarlo. A pesar de su riqueza insondable y de su complejidad (que por cierto, jamás lograré dominar del todo), no consigo más que verlo como lo que es: un instrumento. Precioso, sublime incluso; pero instrumento al fin. Algo que nació para cumplir con una función que lo supera, que expresa una realidad que va más allá de sus características (y por ende de sus limitaciones) físicas. Yo practico arquería y me cruzo todo el tiempo con gente que tiene arcos mejores que el mío. Lo que también veo es que una vez en el campo, lo que muchos hacen con ese arco soberbio es, ay, lamentable.

……………………………… El lector abstracto no existe: uno es un lector concreto, de un sexo concreto, una edad concreta, que proviene de una cultura equis y es dueño de un saber puntual. Como lector de un país marginal, cuya vida es puesta a prueba diariamente por una realidad salvaje, es lógico que Walsh me inspire y que Borges me produzca un placer ligero y exótico. Si uno viviese en una tierra devastada, ¿qué preferiría que le regalasen: una cena en un restaurant de cinco estrellas o un curso de supervivencia? Yo siento que Walsh escribía para mí. No sé para quién escribía Borges. El viejo era un maestro, no seré yo quien lo niegue. Pero convengamos que la mayor parte de las veces hablaba de cosas que nos tienen sin cuidado y que podemos dejar atrás sin resaca alguna una vez cerrado el libro. La obra de Borges es un artefacto cultural tranquilizador, me conforma en tanto se cierra en sí misma y no dialoga con un mundo que parece estar muy distante de sus intereses. Cuando busco verdadera inspiración, yo prefiero los libros que me parten la cabeza, que se desgarran a sí mismos en el proceso de contarse (¡como la voz de Dylan!) y que también me desgarran y me dejan irreconocible durante una temporada hasta que consigo recuperar la forma humana –hasta que consigo rearmar mi propio relato y contarme a mí mismo nuevamente. El autor (los autores, sería apropiado decir) del Antiguo Testamento. Los autores del Nuevo. Homero. Shakespeare. Dickens. Melville. Conrad. Arlt. Bellow. ¡Walsh! Hagan sus propias listas.

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5 de diciembre de 2005
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La ciudad te seguirá

Un día que empieza con “Encuentro” en el buzón del correo es un día feliz. Este sábado fue un día feliz: recibí el número 37/38 de Encuentro de la cultura cubana. No se puede resumir cerca de cuatrocientas páginas editadas con cuidado y, como siempre, imprescindibles para los cubanófilos. Pero hay que destacar una serie fenomenal de gouaches sobre impresión foto-numérica dedicada a los ingenieros cubanos. Son pinturas/fotografías (no sé cómo se puede nombrar aquella técnica mixta) de dos arquitectos habaneros residentes en París: Teresa Ayuso y Juan Luis Morales. Muestran fábricas en ruinas que tienen la gracia surrealista de grandes barcos callados en el campo. Podrían ser un sueño de Delvaux, pero de verdad son hechos por Castro.

“Encuentro” trae también el primer (primero, pues supongo que habrá otros) adiós al hombre que tenía, según sus propias palabras, castroenteritis: Guillermo Cabrera Infante. Basta hojear los textos para descubrir una maravilla. Página 256, Enrico Mario Santí, profesor de estudios hispánicos en la universidad de Kentucky (Lexington) hace la entrega anticipada de parte de lo que será la introducción a una nueva edición de Tres tristes tigres. Como epígrafe reproduce tres versos del poeta griego Constantino Cafavis:

“No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo”.

Una nota añade que estos versos de La ciudad figuran en la Poesía completa que publicó Alianza editorial. Guillermo Cabrera Infante subrayó los versos en el ejemplar de su biblioteca personal en Londres. Y nosotros, sus lectores deslumbrados por su Habana para un Infante difunto sabemos que el poeta no se equivocó: La Habana se quedó con Guillermo, le siguió hasta Londres.

Ruinas en el campo, ciudad en el exilio: ¡ay! mi Cuba.

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5 de diciembre de 2005
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Excitantes

"Ayer, con el voluminoso libro filosófico de Iris Murdoch (...) Mi aversión hacia ella ha crecido tanto, que tengo que decir algo aquí”. Este apunte de Elias Canetti en Fiesta bajo las bombas (Galaxia Gutenberg) da paso a uno de los más violentos y crueles retratos de los muchos que contiene el libro dedicado a su etapa inglesa. Canetti describe con la delicadeza propia de un cirujano de prisión turca la seducción, copulación y mutua frustración sexual que arrastró durante dos años con la suave novelista inglesa. No explica, sin embargo (eso lo sabemos por otros testimonios), que en ocasiones se acoplaban en la alcoba del piso superior, mientras la esposa de Canetti entretenía al turbado acompañante de Iris en el salón de la casa. Repugnantes escenas que según Canetti fueron provocadas por la estupidez de Iris. En el texto se despacha con una abyecta descripción del cuerpo de la pobre mujer, con especial delectación en sus pies planos y sus andares de osa. El odio es tan intenso que incluso el voyeur más impúdico siente un cierto rubor. Canetti necesitaba odiar para escribir. En un reciente artículo de Ritchie Robertson se cita a un personaje, Robert Neumann, que fue “objeto de odio perdurable” y también “ídolo de odio”, usado por Canetti como utensilio sádico para excitarse a escribir. Sólo si odiaba intensamente lograba que su pluma lubricase hasta manchar el papel, del mismo modo que otros escritores, como Yeats, concibieron sus mejores páginas movidos por un intenso deseo amoroso. Quedan aún muchas páginas de Canetti dictadas por el odio y guardadas en los archivos de la Biblioteca Municipal de Zurich. Cada año se editan unas cuantas, regularmente traducidas por la admirable Galaxia Gutenberg, pero muchas no se pueden publicar antes de 2004. Canetti era consciente de que sus notas eran cuchillas oxidadas que hurgaban en heridas abiertas y que a él le encantaba retorcer la punta. De modo que decidió ser bondadoso y ahorrar sufrimientos, una vez muerto. ¡Qué diferencia con el odio de Bernhard! También al austriaco le excitaba el odio, pero jamás se permitió un descenso a la abyecta prensa amarilla. Es la diferencia entre un gran artista y un malogrado, por más Premio Nobel que le cayera. No. Estoy exagerando. Muchos escritos de Canetti merecen el Premio Nobel. Por ejemplo, su estudio sobre las cartas de Kafka a Felice. Por ejemplo: “Hitler según Speer” (en La conciencia de las palabras). Aquí el odio está bien dirigido.

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5 de diciembre de 2005
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El Boomeran(g)
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