Jean-François Fogel
Existe un verso magnífico de Ezra Pound: “los artistas son las antenas de la raza”. Es verdad: los artistas captan de manera anticipada lo que tiene que ocurrir. Parece que es lo que pasa con la novela de Santiago Gamboa El síndrome de Ulises. Nunca la leí pero la voy a leer después de descubrir una entrevista con el novelista colombiano en “Ñ”, la revista cultural del grupo Clarín. Sale en el número fechado 29 de noviembre.
La suscripción a ese semanal de papel llega atrasada a París, claro, pero no quita nada de lo bueno que fue entrevistar a Gamboa sobre la marginación de los inmigrantes en los suburbios, que es el fondo de su novela. Me gusta la entrevista por el cariño sincero del entrevistado por la “ville lumière” (ciudad luz), como se le dice. Gamboa escribió, dice, sobre un París que no tiene tanta luz y que es más bien “la ciudad de las barriadas, la de los suburbios, la ciudad fría y lluviosa donde la gente camina sin grandes esperanzas, donde todos luchan por sobrevivir”.
Gamboa recuerda lo que los políticos franceses olvidaron: “la palabra inmigrante está cargada de una circunstancia de urgencia y necesidad, de una búsqueda de una vida mejor”. Los inmigrantes no son enemigos, buscan vivir y no más. Parece que bastaría leer la novela para descubrir lo que se aprendió de manera costosa con los motines. La literatura como premonición. Cuando la “commune” de París incendió el castillo de les Tuileries en 1871, Flaubert fue a visitar las ruinas al día siguiente y decía a los paseantes: “nada de esto habría ocurrido si ellos hubieran leído La educación sentimental”.