Félix de Azúa
Durante la pasada semana un amigo acompañó a Olivier Rolin en su paseo literario por España y vivió una escena digna de Bouvard et Pècuchet. Al llegar a Madrid fueron invitados a un almuerzo con altos cargos de la Embajada de Francia. La administración francesa cuida a sus escritores… aunque no a todos por igual.
Durante el almuerzo la conversación derivó hacia Finkielkraut y la reciente entrevista que concedió a un diario de Tel Aviv. A pesar de saberse sobradamente que la transcripción había sido falseada por el diario, la campaña feroz contra Finkielkraut por apoyar al gobierno de Israel contra los palestinos le ha convertido en el chivo expiatorio de todos los islamistas. En realidad, le están pasando factura por haber dicho que los incendios de los barrios periféricos parisinos no fueron motivados por la pobreza y la marginación sino por causas mucho más profundas que atañen tanto a los inmigrantes como a los franceses de pura cepa.
Un alto funcionario, creyendo que así halagaba a Rolin, viejo izquierdista del 68, comentó que Finkielkraut había aceptado una invitación de la FAES para hablar del asunto. El funcionario añadió que a partir de aquel momento ninguna institución cultural dependiente de la Embajada invitaría jamás al filósofo.
Pero Rolin hace años que ha dejado atrás el totalitarismo y sus posiciones políticas están muy próximas a las de Finkielkratut, de modo que le explicó con calma y extensamente al funcionario los fundamentos del estado de derecho, los principios del republicanismo humanista y el necesario respeto a la libertad de expresión, sobre todo por parte de los responsables del Estado.
Al funcionario no le sentó muy bien el almuerzo.
A quienes viven del dinero público les encanta castigar. El motivo es lo de menos. ¡Da tanto gusto mostrarse poderoso! ¡E incluso perdonar! ¡Qué grandeza, la compasión!
Hay algo peor que la fraternidad de los represores: la fraternidad de los cretinos.