Jean-François Fogel
Acabo de descubrir que a la editorial francesa Métailié no le gustaba el título de la novela de Mauricio Electorat: La burla del tiempo. No se podía vender así a los franceses. En Francia, el libro se titula: Sartre et la Citroneta. Se supone que la mezcla del apellido de un filósofo famoso con el apodo latino de un carro es más atractivo. Digo atractivo pues, de entender este título, ni soñarlo. Una “citroneta” hace pensar en francés a una bebida con limón, a una película neo-realista italiana, a un líquido para fregar el suelo con sabor a cítricos, a todo menos a lo que para los franceses se llama una “2 chevaux”, una “deuche”, aquel carro Citroën con su inagotable motor de dos cilindros.
Después de arremeter contra la estupidez de los editores, voy a desplegar la mía. De manera irracional siempre relacioné a Mauricio Electorat con Carlos Franz. Ambos son chilenos, sus talentos no tienen nada parecido, pero ambos publicaron novelas cuyo título hacía referencia al paraíso. El Paraíso tres veces al día para Electorat y El lugar donde estuvo el paraíso para Franz. Esta última es una maravilla extraña: un libro que podría tener a Graham Greene como autor, lo que provoca una mezcla de admiración por su calidad y de dudas sobre su autenticidad. Aun más después de leer la ultima novela de Franz, El desierto, que no se parece de ninguna manera a este “lugar donde estuvo el paraíso”.
El desierto tampoco tiene algo que ver con La burla del tiempo, pero leer una novela lleva a recordar la otra. Esta vez sí puedo vincular a los dos autores, pues ambos libros cuentan la historia del retorno de un exiliado: Laura en la obra de Franz, Pablo en la de Electorat. Ambos tienen una resonancia externa: Berlín y París. Ambos se basan en los fallos de la memoria después de los tiempos de la dictadura. Franz es un novelista clásico, con un dominio fuerte de un relato largo; Electorat es un corredor de fondo que compite en la categoría “collage” con mezclas de tonos y de escrituras. Sus falsas cartas de intelectuales franceses movilizados en contra de la dictadura son, para un francés, lo mejor, lo más cómico de su novela.
No hay que dudar, lo mejor de Francia no es Sartre, es la citroneta. Pero en el caso de Chile y de su tragedia, los dos libros establecen una verdad única del desierto del norte a la capital: todos perdieron con la dictadura. Todos. Los que se quedaron, los que se fueron, y Chile.